jueves, 13 de noviembre de 2014

ANGELUS SILESIUS [14.004] Poeta de Alemania


Angelus Silesius

Johann Scheffler, más conocido como Angelus Silesius (25 de diciembre de 1624 – 9 de julio de 1677), fue un poeta religioso germano nacido en Breslavia, en la antigua región alemana de Silesia (ahora parte de Polonia).

Nació en el seno de una familia luterana. Su verdadero nombre era Johann Scheffler pero es más conocido por su seudónimo, que eligió en honor de su región de nacimiento y con el cual firmaría todos sus poemas.

En 1653 se convirtió al catolicismo, en 1661 fue ordenado sacerdote, convirtiéndose en asistente del obispo de Breslavia.

Después de una temporada en la Colegiata de San Matías de Breslavia, sumido en la pobreza total, dado al ayuno y las prácticas ascéticas, muere a los 53 años de edad.

El Peregrino Querúbico

Cherubinischer Wandersmann o El Peregrino Querubínico.

La más importante y conocida de sus obras lleva el título de Rimas espirituales: gnómicas y epigramáticas que conducen a la divina contemplación (Geistreiche Sinn-und Schluss-reime, 1657) que después fue llamada El Peregrino Querubínico o Querúbico (Cherubinischer Wandersmann), considerada la obra más importante del misticismo europeo de la época. Esta obra es básicamente una colección de aforismos rimados imbuidos de un extraño panteísmo. Sus versos recorren los grandes temas y sutiles paradojas del misticismo cristiano desde esta perspectiva: la eternidad en el tiempo, la dependencia entre Dios y el hombre, el abismo insondable de Dios, el desprendimiento o la vacuidad y la pobreza espirituales, para lo cual Silesius se inspiró en obras de autores como Jakob Böhme, Maestro Eckhart, Juan Taulero, Blois, y San Juan de la Cruz.

La belleza de su obra ha sido admirada por poetas tan importantes como Goethe y, más tardíamente, Jorge Luis Borges. Su influencia se extiende a la obra de Schopenhauer, Wittgenstein, Heidegger y Cioran.

Fráses célebres

Frase que el poeta y escritor argentino Jorge Luis Borges eligió para definir a la poesía.

Die Rose ist ohne warum; Sie blühet, weil Sie blühet... La rosa es sin porqué, florece porque florece...

El ojo con el cual veo a Dios es el mismo ojo con el que Él me ve.

La Cruz del Gólgota no te podra redimir del mal si no es también en ti erigida.


El poeta, ensayista y traductor puertorriqueño Ángel Darío Carrero nos presenta su visión y sus versiones de la poesía del poeta germano Angelus Silesius (1624-1677). Aforismos y epigramas componen su obra. “el reino del sin porqué, que es el de la poesía”, explica Ángel Darío Carrero, es el espacio en el que se mueve la poesía de Silesius, de necesaria lectura en nuestro tiempo.



INQUIETUD DE LA HUELLA

Martin Heidegger invitaba a recordar la corta formulación de Leibniz que ha marcado la cultura racionalista de Occidente hasta hoy: «Nihil est sine ratione». Este principio, que sostiene que todo puede ser explicado racionalmente, ha alimentado la arrogancia tecno-científica moderna hasta hoy: lógica de la causa y el efecto, calculabilidad, mensurabilidad, determinismo. Ahora bien, como ha visto Gianni Vattimo, ‹‹si el mundo se reduce al resultado del experimento científico, el mundo verdadero no existe. Si el ser verdadero es solo lo planificable y calculable, el resto –los sentimientos, los miedos, los amores– todo es basura, desechos››. La persona humana, de hecho, deviene informulable, pues como observaba Paul Ricoeur, somos ese tipo de ser que nunca coincide del todo consigo mismo. Mas la insuficiencia del principio no es únicamente porque resulte falso, sino porque es injusto, pues toda pretensión de absolutidad termina traduciéndose en exclusión, en opresión humana y política. No solo la ignorancia, también la pura racionalidad termina por devorar al ser humano.

Será el mismo Heidegger quien invite a descubrir otro universo que ha intentado abrirse paso desde el exilio forzado al que lo destinó la ciencia: el reino del sin porqué, que es el de la poesía. Reino que, si bien no niega la razón, tampoco le confía, idolátricamente, todo lo que somos y esperamos. El representante de esta ruta salvadora es el médico, poeta y místico del siglo XVII alemán, Angelus Silesius. Sus palabras, insiste Heidegger, hablan francamente en sentido contrario al pensamiento de Leibniz:  ‹‹Die Rose ist ohne warum››. Que en nuestro vernáculo suena hemosamente: “La rosa es sin porqué florece porque florece. No se presta atención a sí misma. No pregunta si alguien la ve”.

Silesius era particularmente sensible a vivencias que no podía expresar ni con el lenguaje dogmático de la ciencia, ni tampoco con el lenguaje del mundo religioso apologético luterano de su entorno. Silesius aprendió, en el exilio de las verdades clausuradas, a bucear en el mar de sí mismo: ¡y descubrió la rosa! La rosa de nadie (Paul Celan) que es, por lo mismo, la rosa de todos.

La magia atrayente de Silesius es que abre la puerta de lo inexplicable, pero no por la trampa de una nueva argumentación, sino por la ruta que completa y equilibra al ser humano: la de la poesía. Jorge Luis Borges se percató de ello con su agudeza habitual: ‹‹Imaginemos que un poeta dice que la belleza es inexplicable, no habría dicho nada, pero si ese poeta, que sería el gran poeta alemán Angelus Silesius dice Die Rose ist ohne warum,  ya está creando poesía››. El poeta surge como cultivador de grietas. El que es capaz – como dice bellamente Roberto Juarroz– de ‹‹fracturar la realidad aparente para captar lo que está más allá del simulacro››.

Este verso de Silesius se encuentra en su célebre obra en seis libros, “El peregrino querubínico”, conjunto de epigramas que Jacques Lacan celebró como ‹‹uno de los momentos más significativos de la meditación humana sobre el ser…, más rico en resonancias que “La noche oscura” de San Juan de la Cruz, que todo el mundo lee y nadie comprende››. Lacan, aconseja enfáticamente que quien quiera salir de la superficialidad de la conciencia, mediante el análisis: ‹‹que se procure las obras de Angelus Silesius››. El filósofo deconstructivista Jacques Derrida se acerca también a Silesius desde la experiencia intransferible y misteriosa de la muerte. Confiesa que frente a su madre moribunda leía “El peregrino querubínico”. Dice algo revelador para nuestros tiempos: ‹‹es la literatura idónea para el desierto o el exilio››. ¿No somos hoy, todos, sujetos sin patria segura bajo los pies?

Mi más reciente libro, Inquietud de la huella. Las monedas místicas de Angelus Silesius (con prólogo de Juan Martín Velasco), publicado este año en la Editorial Trotta de Madrid, ofrece un amplio repertorio de referencias desde Leibniz hasta hoy, que permitirá rastrear la huella,  prácticamente desconocida, de este poeta incomparable al interior del pensamiento occidental; y también nos permitirá corroborar interesantes confluencias en el ámbito oriental.  Pero Inquietud de la huella es, ante todo, un ejercicio dentro del territorio mismo de la poesía, una recreación de la propuesta poética de Silesius a partir de una de sus expresiones más esplendorosas: el Libro I de El peregrino querubínico.  Pueden llamarse también, a sugerencia del poeta concretista brasileño, Augusto de Campo, “intraducciones”, ejercicio mediante el cual un poeta recrea a otro  desde una orientación intersemiótica más próxima a la factura de sus propios poemas, sin robar el sentido inscrito en el original.

Mi secreta utopía es que esta recreación poética de Silesius acerque al lector contemporáneo a la ejemplar conclusión de alguien que se dejó seducir por la magia de Silesius, Ludwig Wittgenstein: «El impulso hacia lo místico (yo añadiría, hacia lo poético) procede de la no satisfacción de nuestros deseos por parte de la ciencia. Sentimos que incluso cuando quedan respondidas todas las cuestiones científicas posibles, nuestro problema sigue sin haber sido tocado en absoluto. Sin duda ya no queda entonces ninguna pregunta más; y justamente esa es la respuesta».

Comparto con el público lector un puñado de poemas (el libro contiene 302). Escojo entre los más breves y contundentes:



16.

si no quieres llevarme
más allá de ti

te forzará mi amor



43.

amo
una sola cosa

no sé lo que es

y porque no sé

la elijo



57.

mis pies tullidos y vacilantes
mis ojos nublados

cuando mejor te veo



71.

no es tan fácil amar
tal y como haces tú

ser yo mismo el amor



91.

no necesito darte las gracias
no se interpondrán
entre nosotros
los obstáculos de la debilidad



97.

estoy tan unido a ti
que no puedes condenarme

a no ser que te arrojes conmigo
a las llamas y a la muerte



154.

al que sea claro
como la luz

puro
como la fuente

lo elegirás
para hacerlo tuyo

me pregunto
¿qué harás conmigo?



169.

añoro la sabiduría
estar inmerso en tu paz
poseer la beatitud

infinita mi ambición

pero los sabios no desean nada




El Peregrino Querúbico | 
Angelus Silesius (1624-1677)

Me llamo Johannes Angelus Silesius. Una vez vi al diablo y tuve miedo. No tení­a una forma infernal, no era un macho cabrí­o andando a dos patas, ni una figura envuelta en llamas con rabo y tridente. Más bien tení­a rasgos familiares y una silueta que me recordaba… a mi madre. Sí­, era como mi madre, pero con los ojos de un enemigo que medita. Fueron esos ojos los que me estremecieron. Escondí­an el tormento de la desesperanza y la falta absoluta de amor, la guerra y la crispación del mundo. Esa visión me condujo a un profundo abismo, pero tuve la suerte de encontrar en ese abismo la ternura de Dios. Sin amor nada tiene sentido, con amor tiene sentido la nada. Eso fue lo que aprendí­.

Johannes Angelus SilesiusNací­ el dí­a de Navidad de 1624, en Breslau, capital de Silesia, hijo de familia protestante y educado en el gimnasio luterano de Santa Isabel. Mi madre falleció cuando contaba yo la edad de quince años, mi padre habí­a muerto dos años antes. Cultivé la poesí­a de los grandes maestros y mi alma siempre buscó el sosiego que la vida no me brindaba. A mis veinticuatro años era doctor en Filosofí­a y Medicina por la Universidad de Padua. Comprendí­ entonces que la curación del cuerpo y la curación del alma, seguí­an a veces caminos distintos. Empezaba a entender el mundo de otra manera, más amplia que la otorgada por mi educación ortodoxa. Todo lo centré en la búsqueda de la personalidad viviente de Cristo. En esta época comencé a escribir mis inquietudes y lo que mi corazón más anhelaba. Aprendí­ a utilizar el lenguaje para expresar lo que sentí­a mi alma y conocí­ el arte de los versos alejandrinos y los epigramas. Buscaba la libertad del eterno presente. Buscaba dar forma a mi religión interior. Por ese entonces era yo un médico de pueblo pero que no encontraba la plena satisfacción en las curas del maestro Paracelso, porque todo parecí­a depender del tiempo y de los designios de un Dios que no podí­a comprender. Un Dios que cogí­a higos de los cardos y examinaba el fondo de las cosas. Mundus pulcherrimun nihil. Me convertí­ al Catolicismo en 1653, tomando el nombre con el que me he presentado al principio. La visión demoní­aca que me aterrorizó, ejerció una gran influencia en este proceso de conversión. Entendí­ que era necesario luchar, que si no se le hace caso al amor, se muere de frí­o. Que el pecado se acompaña de tumulto, y en el silencio está la humildad y la sabidurí­a del que busca una sola cosa. Aquella visión me enseñó a la bestia, pero también el camino de su derrota, que no es otro que la transformación de bestia en hombre, y de hombre en ser angélico. Esta es la peregrinación del alma, el camino del ser angélico, la transformación que nos conduzca a la contemplación de Dios. Este era el milagro, que el lodo une a Dios con el hombre. Que el corazón es el reino, el corazón es el templo, el corazón es un sepulcro viviente. El fruto es la belleza, una rosa mí­stica que crece aquí­ y ahora y siempre, rodeada de espinas, sangrando sin marchitarse en las penas. El amor debe ser la senda y el epitafio. La llave para saber que nada es imperfecto, que una rana es tan bella como un ángel. Desde mi ordenación como sacerdote jesuita, mi vida se ha basado en la búsqueda contemplativa de Dios, reposar en la acción es la ví­a de la santidad. Me dediqué a escribir obras para educar en la fe, pero de todas las poesí­as de mi alma iluminada, me quedo con las ideas que tuvo mi corazón en su viaje hacia Dios. Un viaje que toda alma deberí­a hacer. El viaje del peregrino querúbico. Este libro que edité hace dos años, es el libro que recoge toda mi vida. Es mi legado de amador seráfico que proclama los santos deseos del amor para aquellos lectores que intentan inflamar santamente su corazón de Dios. Pero al final me cansé de escribir. Amigo, basta ya!, si quieres leer más ve y conviértete tú mismo en la escritura y la esencia.

Siguiendo la doctrina de Gerson, me instalé en la pobreza absoluta, el ayuno y la contemplación dentro de una vida cotidiana. Y a mis cincuenta y tres años sé que los abismos del alma conducen a la virtud y hacen más soportable los achaques infatigables de la terrible enfermedad que me aflige en estos últimos meses. Hoy apenas tengo fuerzas para sostener la pluma con la que escribo. La muerte se acerca al mismo tiempo que se divisa la luz de otra vida. Ahora es necesario volver al principio. Os dejo esta carta como manifiesto de mi tí­mida existencia. Quedad en paz, hermanos.

Breslau, 9 de julio de 1677.

Dedicatoria de El Peregrino Querúbico.

«A la Sabidurí­a eterna, Dios. Al espejo sin mácula, que contemplan los querubines y todos los espí­ritus bienaventurados con una admiración eterna. A la luz que ilumina a todos los hombres que vienen a este mundo. Al manantial inagotable y a la fuente original de toda sabidurí­a, les dedica y dirige estas mí­nimas gotas vertidas por la gracia de su gran Mar, su, con el deseo de contemplarlo y siempre muriente, Angelus Silesius.»

Siempre vuestro, Dr. J.


PEREGRINO QUERUBÍNICO
o
Rimas espirituales: gnómicas y epigramáticas
que conducen a la divina contemplación


«Todos nosotros, que con rostro descubierto
contemplamos la majestad del Señor,
somos transformados en esta misma imagen
de claridad en claridad,
como por el Espíritu del Señor», 2 Cor. III, 18.




A la eterna Sabiduría,
a Dios,
al espejo sin mácula
que los querubines y todos los espíritus bienaventurados
contemplan con admiración eterna,
a la luz que ilumina a todos los hombres
que vienen a este mundo,
al manantial inagotable y a la fuente originaria
de toda sabiduría,
Le dedica y restituye
estas mínimas gotitas graciosamente
derramadas de Su vasto mar,
Su
de incesante deseo de contemplarLo
siempre agonizante

JOHANNES ANGELUS.



I, 001: Lo que es fino permanece.

PURA como el más fino oro, tiesa como un peñasco,
límpida como cristal debe ser tu alma.

I, 002: La morada de la quietud eterna.

QUE se mortifique otro por su sepultura
y consagre a sus gusanos orgulloso edificio.
Yo no me preocupo por eso: mi tumba, mi celo y ataúd,
en el que repose eternamente, ha de ser el corazón de Jesús.

I, 003: Sólo Dios puede dar satisfacción

FUERA, fuera, serafines, no podéis vosotros apagar mi sed;
fuera, fuera, santos, y lo que en vosotros resplandece;
de vosotros nada quiero: sólo me arrojo
al mar increado de la mera deidad.

I, 004: Se debe ser divino por entero.

SEÑOR, no me basta servirte como ángel
y verdecer ante ti en la divina perfección:
demasiado vil es para mí, y exiguo para mi espíritu:
quien quiere servirte rectamente, debe ser más que divino.

I, 005: No se sabe lo que se es.

NO sé lo que soy, no soy lo que sé:
una cosa y no una cosa; un punto y un círculo.

I, 006: Debes ser lo que es Dios.

SI he de encontrar mi último fin y mi primer principio,
debo ahondarme en Dios, y a Dios en mí,
y llegar a ser lo que Él: debo ser brillo en el brillo,
Verbo en el Verbo, (a) Dios en Dios.
(a) Tauler, Instit. Espir. c. 39.

I, 007: Se debe aun sobrepasar a Dios.

DÓNDE está mi residencia? Donde tú y yo no estamos.
¿Dónde mi último fin, al cual he de encaminarme?
Allí donde no hay ninguno. ¿Adónde he entonces de ir?
Debo marchar aun (b) más allá de Dios, hacia un desierto.
(b) i.e. más allá de lo que se conoce en Dios, 
o de lo que se puede pensar de él, según la 
contemplación negativa, sobre la cual cf. los místicos.

I, 008: Dios no vive sin mí.

SÉ que sin mí, dios no puede vivir un instante;
*) si soy aniquilado, Él debe necesariamente expirar.
*) cf. el prólogo.

I, 009: Yo lo tengo de Dios, y Dios de mí.

QUE Dios sea y viva tan venturoso, sin deseo,
lo ha recibido tanto Él de mí, como yo de Él.

I, 010: Yo soy como Dios, y Dios como yo
SOY tan grande como Dios: Él es como yo tan pequeño;
Él no puede estar sobre mí, ni yo bajo Él.

I, 011: Dios está en mí, y yo en Él.

DIOS es en mí el fuego, y yo en Él el brillo:
¿no somos íntimamente comunes uno al otro?

I, 012: Hay que lanzarse más allá.

HOMBRE, si lanzas tu espíritu más allá del tiempo y el lugar,
puedes estar en la eternidad a cada instante.

I, 013: El hombre es eternidad.

YO mismo soy eternidad, cuando abandono el tiempo,
y me recojo en Dios, y a Dios en mí.

I, 014: Un cristiano tan rico como Dios.

SOY tan rico como Dios, no puede haber grano de polvo,
que (créeme, hombre) no tenga yo en común con Él.

I, 015: La Sobre-deidad.

LO que se ha dicho de Dios, aún no me basta:
la Sobre-deidad es mi vida y mi luz.

I, 016: El amor obliga a Dios.

SI Dios no quiere llevarme por sobre Dios,
yo voy a obligarlo con mero amor.
(a) Vid. no. 7.

I, 017: Un cristiano es hijo de Dios.

YO también soy hijo de Dios, Él me tiene a mano:
su espíritu, su carne y su sangre, le son conocidos en mí.

I, 018: Me igualo a Dios.

DIOS me ama por sobre sí: si yo lo amo por sobre mí,
le doy tanto, como Él me da de sí.

I, 019: El bienaventurado silencio.

¡CUÁN bienaventurado es el hombre, que no quiere ni sabe!
*) que no da a Dios (compréndeme bien), elogio ni alabanza.
*) Se trata aquí de la Oración de silencio, sobre la cual cf. Maximil. Sandæus, Teol. Mística, libro 2, 
com. 3.

I, 020: La beatitud depende de ti.

HOMBRE, tú mismo puedes tomar tu beatitud:
si sólo a ello te dispones y decides.

I, 021: Dios se da como uno quiere 

. DIOS nada concede a nadie, Él se ofrece a todos,
para ser, si tan sólo así Lo quieres, completamente tuyo.

I, 022: El abandono.

CUANTO abandonas en Dios, tanto puede Él llegar a ser para ti:
ni más ni menos te aliviará Él de tus pesares.

I, 023: La María espiritual.

DEBO ser MARÍA, y alumbrar a Dios de mí,
si Él me ha de conceder la beatitud eternamente.

I, 024: No debes ser nada, querer nada.

HOMBRE, si aún eres algo, si algo sabes, algo amas y posees:
no estás, créeme, libre de tu carga.

I, 025: A Dios no se lo aprehende.

DIOS es una pura nada, no lo toca ningún aquí ni ahora:*)
cuanto más buscas asirlo, más Él se te sustrae.
*) i.e. tiempo y lugar.

I, 026: La muerte mística.

LA muerte es algo venturoso: cuanto más fuerte es,
más majestuosa se escoge de ella la vida.

I, 027: Morir hace vivir.

MURIENDO mil veces, el hombre sabio
solicita mil vidas por la verdad misma.

I, 028: La muerte más venturosa.

NINGUNA muerte es más venturosa, que morir en el Señor
y perecer con cuerpo y alma por el Eterno Bien.*)
*) i.e. entregar cuerpo y alma al más extremo perecimiento por el amor de Dios: como se ofrecieron 
Moisés y Pablo, y muchos otros santos.

I, 029: La muerte eterna.

LA muerte de la que no florece una nueva vida,
es la que mi alma huye entre todas las muertes.

I, 030: No hay muerte.

NO creo en la muerte: si muero a cada hora,
he encontrado cada vez una vida mejor.

I, 031: El morir perpetuo.

MUERO y vivo para Dios: si quiero vivir para Él eternamente,
el espíritu también he de entregarle eternamente.*)
*) en sentido místico i.e. resignar. 

I, 032: Dios muere y vive en nosotros.

YO no muero ni vivo: (a) Dios mismo muere en mí;
y lo que yo debo vivir, (b) lo vive también Él sin cesar.
(a) porque de Él fluye originariamente la virtud de la mortificación; del mismo modo según Pablo: 2 
Cor. 3, 10, la mortificación de JESÚS.
(b) vivo, ya no yo, sino Cristo en mí.

I, 033: Nada vive sin morir.

DIOS mismo, si quiere vivir para ti, debe morir:
¿cómo piensas, sin muerte, heredar su vida? 

I, 034: La muerte te deifica.

CUANDO estás muerto, y Dios se ha hecho tu vida,
sólo entonces entras en el orden de los altos dioses.

I, 035: La muerte es la mejor de las cosas.
DIGO, puesto que sólo la muerte me libera,
que es ella la mejor cosa, entre todas las cosas.

I, 036: No hay muerte sin vida.

DIGO que nada muere: sólo que otra vida,
aun la de tormentos misma, es dada por la muerte. 

I, 036: No hay muerte sin vida. 

 DIGO que nada muere: sólo que otra vida, 
aun la de tormentos misma, es dada por la muerte. 

I, 037: La inquietud viene de ti.

NADA hay que te mueva, tú mismo eres la rueda
que anda por sí misma, y no tiene reposo.

I, 038: La indiferencia hace la paz.

CUANDO tomas las cosas sin ninguna distinción,
quedas calmo e igual, en el amor y en el dolor. 
I, 038: La indiferencia hace la paz. 
 CUANDO tomas las cosas sin ninguna distinción, 
quedas calmo e igual, en el amor y en el dolor. 

I, 039: El abandono imperfecto.

QUIEN en el infierno no puede vivir sin infierno,
no se ha entregado aún por completo al Altísimo.

I, 040: Dios es lo que Él quiere.

DIOS es algo milagroso: es lo que Él quiere,
y quiere lo que Él es, sin ninguna meta ni medida.

I, 041: Dios no sabe fin de sí mismo.

DIOS es infinitamente alto, (hombre, créelo con prontitud),
Él mismo no encuentra eternamente el fin de su divinidad.

I, 042: ¿Cómo se funda Dios?

DIOS se funda sin fundamento, y se mide sin medida!
Si eres con Él un espíritu, hombre, lo comprenderás.

I, 043: Se ama aun sin conocer.

AMO una sola cosa, y no sé lo que es:
y porque no lo sé, es que la he elegido.

I, 044: Debe dejarse el algo.

HOMBRE, si amas algo, no amas por cierto nada:
Dios no es esto o aquello, deja por eso el algo.

I, 045: La impotencia potente.

QUIEN nada ansía, nada tiene, nada sabe, nada ama, nada quiere,
aún mucho tiene, sabe, ansía y ama.

I, 046: La nada venturosa.

SOY algo bienaventurado, si puedo ser una nada,
ni manifiesta ni partícipe de todo lo que existe. 

I, 047: El tiempo es eternidad.

EL tiempo es como la eternidad, y la eternidad como el tiempo,
si no haces tú mismo una diferencia.

I, 048: El templo y el altar de Dios.

DIOS se ofrenda a sí mismo: yo soy a cada instante
su templo, su altar y reclinatorio, si reposo.

I, 049: La quietud es el Bien supremo.

LA quietud es el Bien supremo: y si Dios no fuera quietud,
cerraría ante Él mismo mis dos ojos.

I, 050: El trono de Dios.

¿PREGUNTAS tú, cristiano, dónde ha sentado Dios su trono?
Allí, donde Él te alumbra en ti su Hijo.

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