domingo, 20 de julio de 2014

VICENTE GARCÍA HERNÁNDEZ [12.413]


Vicente García Hernández 

(Molina de Segura, Murcia, 1935)
Es sacerdote católico, poeta y escritor. Estudió en los Seminarios de San José y San Fulgencio de Murcia y se ordenó sacerdote el 20 de junio de 1957. En su larga vida sacerdotal, ha desarrollado su labor pastoral en Pliego, Casas Nuevas de Mula, Archena, Las Torres de Cotillas, El Puntal, Javalí Viejo, San Pedro del Pinatar, Los Alcázares y en San Blas ahora, Santiago de la Ribera. Pasiones suyas, junto a la literatura, son la arqueología y la música. En Murcia fue profesor del Instituto "Infante don Juan Manuel" y colaborador en Radio Nacional del Sureste.

El autor y su obra

Sus primeros trabajos aparecidos en diversas revistas literarias, como «Uriel», «Poesía española», «Caracola», «Ínsula», no tuvieron mucho eco y pasaron desapercibidos. Aunque, debido a sus publicaciones en «Uriel», fue seleccionado para formar parte, siendo todavía estudiante, en la antología Poesía sacerdotal contemporánea (Uriel, 1957). En 1963, obtiene el premio «Polo de Medina» de poesía, que otorgaba la Diputación de Murcia, con su obra Dios se llama forastero, su primera obra poética importante; y poco después, con su libro Los pájaros, ganó un «accésit» al Premio «Adonais» 1965. Con Los vidrios rotos consigue, en 1975, el Premio de novela corta, de la Diputación de Murcia, y en 1978, el de teatro «Andrés Baquero» por su obra Las arañas. Su obra poética se amliaría con Introducción a una selva incipiente, 1975; Creo en la tierra, 1977; Labios en la Vía Láctea, 1982; Los pájaros hablados, 1990; Casi amor o cántico, 1993; Si quieres ser mi diálogo (Libro para la oración), 1993; y Navidad poética, 1997. Además de en Poesía sacerdotal contemporánea (Uriel, 1957), ha sido incluido en las antologías Última poesía religiosa, Barcelona, 1967, y Nuevo mester de clerecía, de Florencio Martínez Ruiz, 1978. Premio “Andrés Salom” de poesía 2011, al poema, publicado en Ágora, Materia elemental.

De su poesía, en general, dice el crítico Florencio Martínez Ruiz: «García Hernández juega únicamente con la palabra, con su valor léxico, con sus signos imaginísticos, con su relevo sintáctico, con su valor proteico –en cambiante valoración de significados– para levantar sobre su textura y esquematismo un nuevo código de comunicación y de belleza». García Hernández tiene publicados, además, Los barcos de papel, año 1995, colección de 10 relatos breves, en los que con un lenguaje poético y surrealista, e irónico, a veces, trata temas en los que el bien y el mal se disputan ser hegemónicos en el día a día de la vida del ser humano, perdiendo el bien, alguna vez; pero sin estruendo. El otro libro de relatos El bosque apócrifo, contiene 9 relatos, en los que el misterio y una ironía más amarga y trágica que la del anterior libro, expone ensoñaciones y fantasmagorías del autor, por las que, preguntado, aún dice sentirse perseguido. Últimamente, en 2006, ha publicado la novela, inspirada en un hecho histórico, pero no histórica, La santa herejía, de la que se dice ser obra de “prosa llamativa, repleta de hermosas metáforas, de situaciones originales, con un lenguaje acorde con la época que pinta”, y en la que “ocupa un lugar privilegiado la ironía y el humor, sin que falte un fondo filosófico que nos invita a la meditación”. En su lectura, una actitud complaciente con los persona-jes, conduce a que no deje de fluir de nuestros labios una sonrisa cómplice, y aun corrosiva, que nos hace amar y hallar correcto incluso lo que parece heterodoxo, y lo es, en algún caso; y todo debido a que vemos esta heterodoxia sólo como peldaño indispensable para la libertad.

Ha publicado, además, los ensayos Un punto de luz (1991), sobre la Navidad; La palabra, las miradas, el amor (2008), ensayo en el que se analiza el valor de la imagen en la manifestación (sin palabras, a veces) de los sentimientos; y El mar y su estrella (2008), estudio e historia de la poesía carmelitana en nuestra literatura.

Obra

Poesía

▪ Poesía sacerdotal contemporánea. Antología. Uriel. 1957.
▪ Dios se llama forastero. Excma. Diputación de Murcia. 1964. Premio “Polo de Medina”.


▪ Los pájaros. Ediciones Rialp. 1966. Accésit Premio “Adonais”.



▪ Última poesía religiosa. (Antología) Apostolado seglar. 1967.
▪ Introducción a una selva incipiente. Ediciones 23-27. 1975.
▪ Creo en la tierra. Galayo. 1977.
▪ Nuevo mester de clerecía. (Antología). Editora Nacional. 1978.
▪ A modo de canciones. Monteagudo. Universidad de Murcia. 1978.
▪ Labios en la Vía Láctea. Galayo 16. 1982.
▪ Los pájaros hablados. Fondo editorial Ayuntamiento San Pedro del Pinatar. 1990.
▪ Casi amor o cántico. Fondo Editorial Caja Murcia. 1993.
▪ Si quieres ser mi diálogo (Libro para la oración). Espiritualidad. 1993.
▪ Navidad poética. Colección Pliego. 1997.
▪ Materia elemental. Editorial Azarbe. 2012.

Relatos

▪ Los barcos de papel. Galayo 95. 1995.
▪ El bosque apócrifo. Fondo Editorial Caja Murcia. 1996.

Novela y teatro

▪ Los vidrios rotos. Excma. Diputación de Murcia. 1975. Premio “Andrés Baquero” de novela corta.
▪ La santa herejía. Novela. Edición Cuadrado. 2006.
▪ Las arañas. Comedia en 3 actos. Excma. Diputación de Murcia. 1980. Premio “Andrés Baquero” de Teatro.
▪ El pez pescado. Comedia en 1 acto. Monteagudo. 1981.
▪ Retablo del Portal Iluminado. Auto de Navidad en 1 acto. Parroquia de la Purí-sima. Javalí Viejo. 1984.

Ensayos

▪ Un punto de luz. Asociación de Belenistas. Murcia. 1992.
▪ La palabra, las miradas, el amor. Cabildo Semana Santa. San Pedro del Pinatar. 2008.
▪ El mar y su estrella. Hermandad del Carmen. San Pedro del Pinatar. 2008.




 
Antología

 
(Madre puntual)

                        Su vientre en pleamar, en mar muy llena.
                        Siempre el oído atento a la movida;
                        dulce la palma de la mano, asida
                        al rumor que le cruza por la vena.
                        Ya el último eslabón de la cadena,
                        el nueve mes abierto a la crecida,
                        la última y postrer clara embestida 
                        del ser que se debate por su arena.

                        Madurados los senos de cebada,
                        campo lleno y arado, río listo
                        para el sorbo frutal, miel cincelada

                        por el amor a punta de navaja,
                        el sol ha roto el vidrio ya previsto
                        y una rama del árbol se desgaja.



(Mordedura de Dios)

                        Voy de paso a romperme contra el aire
                       que viene de tu reino, a dar contigo,
                        en tu mesa, en tu arroyo. Ya me tienes
                        cogido, perro y cuerda y lobo herido.
                        Te miro bajo párpados de sombra.
                        Ya no sé si te quiero o estoy desnudo.
                        Sólo sé que te sigo a todas partes,
                        al asfalto que hierve, a la tormenta
                        de tenerte que amar aunque lo sufra.
                        Ya descanso caliente en tu regazo,
                        me aprieto a tu cintura, contra el muro
                        natural de tu seno ya en simiente.
                        Soy parte de tu seno. Por su rama
                        me subo hasta tu labio y lo destruyo.
                        Quiero cegarme en carne de tu carne.
                        Morderte por las venas hasta el lago
                        que forman tus pupilas y tu hueso.
                        Morderte todo el hombro, el hueso río,
                        la palidez del hombro. ¿Dónde tienes
                        el vaso que me moje la sed, dónde
                        la jarra de cristal, dónde tu gota?
                        ¡Te busco! De tu pie saltan los días.
                        Tu cuchillo se clava en mi esperanza,
                        y así bebo la gota que le cuelga
                        de haberme herido a muerte, y así vivo.
                        Es terrible tu daga y es hermosa.
                        Cuando te miro, si es que puedo, me
                        inundas la mirada, me la ciegas,
                        te sales de la órbita del ojo,
                        dejas señal certera de tu furia.
                        ¿Qué día más fatal puede anunciarse?
                        ¿Qué soga más cerrada que tu mano
                        apretando el limón de mi esperanza?
                        Ya me tienes, oh Dios, pendiente
                        de tu hilo, de tu viento, como un ave
                        que vuela y ve tu nido, y allí canta.

15-12-63



(Arribo de la carne)

                        Si me llega su pasto hasta la frente,
                        hasta el río del ojo y su ventana...
                        y su arcilloso ser de porcelana
                        me apunta por la sed, tan evidente.

                       Si un río se me enreda en mi corriente,
                        y en mi cintura cruje y se desgrana...
                        Si es posible una tierra lisa y llana
                        donde echar el aliento y la simiente...

                        Si en mi vena se enciende... si recorre
                        su cierva los pasillos de mi pecho
                        y con fragor se tiende y me reclama...

                       la paz, Señor, y el temple de mi torre
                        pierdo y la lluvia llama en mi barbecho
                        y, al más inmóvil soplo, cae la llama.

20-9-63




(Aviso de esperanza)

                        Os aviso mi día de mañana
                        y el cierzo que os dure cuando pase.
                        Mañana es claro que no existe nunca;
                        pero el hoy, sí es el toro por lo vida;
                        la emboscada y el salto por la espalda,
                        la cierva que ha perdido al ciervo, y muge,
                        el dolor derramado por el mundo
                        como un oscuro vicio de los hombres
                        ¡Me quejo a la esperanza! ¿Por qué huye?
                        ¿Por qué su quebradizo barro, su
                        lenta fiebre por casas y paredes?
                        ¿Dónde está ahora que nos hace falta?
                        La noche nos persigue los andamios
                        que llegan hasta Dios y su pradera,
                        nos enluta el rocío por la yerba
                        y no hay mano que a tiempo la desgarre.
                        Me lío la esperanza a la cabeza
                        como un turbante que me turba el pulso,
                        y pido la esperanza para todos
                        los que quieran tenerla como un río.
                        Mañana no será una playa donde
                        el sol mine los huesos por la espalda
                        mientras arde en la arena todo el pecho.
                        Mañana será tierra, y no costumbre
                        de beso para el labio. No amanece
                        mañana, y es un llanto lo que viene,
                        una amarga caída hacia el ocaso.
                        Mañana morirán las rosas. Luego,
                        partirá el amor, libre como un soplo
                        que pudo hacer la jarra donde el vino
                        se tiende para el gusto. ¿Dónde está
                        la esperanza y su clave para abrirla?
                        Mañana esperaremos, por si el sol
                        se descalza y nos entra de puntillas
                        por las cuatro paredes que nos tapian.
                        Mañana esperaremos, como siempre,
                        que nada ocurra, que haya un ave muerta,
                        o un hombre, que es lo mismo, que nos llame.
                        El mar está de luto, y los almendros.
                        Los puños de la rabia se amontonan
                        mientras todos miramos caer la lluvia.





(La sana verdad)

                        Sonaba tu voz breve por el río,
                        me alargabas la mano y yo bebía
                        su roce, y era bello, y era nuestro
                        el amor como un sueño que nos tienta.
                        Ahora, pienso que fuiste tú la estrella,
                        la dorada simiente de la dicha;
                        que hubo un tiempo, un año de cebada
                        y de cosecha, un aire casi niño
                        que nos sopló en el pecho, y hoja a hoja,
                        como sucede a un libro, para siempre
                        nos separó de cuajo. Y Dios sin sitio,
                        entonces. Fue después. Después del fuego
                        que por la herida ardía y la sajaba.
                        (Entonces, tú te hiciste tan pequeña,
                        que a nada o casi nada me sabías.)
                        Y Dios era la vid, el vino rojo
                        que a una con mi sangre, como un viento
                        que sube las paredes de una torre
                        —las envuelve, las deja, las castiga—
                        a mi boca subió, y noté su gusto.
                        Y el gusto de Dios era una cascada,
                        una insufrible yerba ya crecida,
                        enraizada en mi ser a puro golpe.
                        Pero, ahora, estoy de pie, árbol o espada.
                        Me siento surco y guerra para todos.
                        El mar tiene su entraña hecha de peces.
                        Me doy. ¿Hay alguien que quiera mi polvo,
                        si es que vale y no estorba, para el año
                        de mieses, mi razón y mi alegría?
                        Si para el surco valgo y, no es muy pronto,
                        echadme en él, y habré puesto mi parte.

21-8-63




(Llorar sobre desierto)

                        Yo he roto el mar, la cuna de los peces
                        de cristal. Subo, bajo mi montaña,
                        luego, le echo, a los peces muertos, caña
                        y ganas de pescar. Luego. Y a veces,

                        con la mar, rompo a un hombre: no mereces
                       que diga nada más. El sol regaña
                        con las moscas tapiadas por la araña:
                        el mundo está combada hasta las heces.

                        Y Dios, tan puntual, enciende el cielo;
                        anuncia: la función va a comenzar.
                        y un ángel triste, grave, corre el velo:  
                        el mundo se desploma como un muerto,
                        no hay nadie que lo quiera apuntalar.
                        Y Dios vuelve a llorar sobre desierto.          

15-X-63




( La tierra removida)

                        Mi tierra ha sido removida, vuelta
                        para el oreo del viento que renace
                        por las peñas, abierta y preparada.
                        La mano que la abrió siente la lluvia
                        venir, su trote diminuto, el ala
                        refrescante que el aire empuja a junio.
                        Yo soy la tierra blanda que recorre
                        el sol; yo soy el surco y su aventura.
                        ¿Queréis de mí más sangre que mi tierra?
                        Aquí nace el laurel del gozo limpio,
                        el chopo de la paz, la casa nueva
                        que cobija el amor y las ventanas.
                        Cuando siento la reja hender mi suelo,
                        aprieto el corazón y echo una mano.
                        El trigo tiene nuevos tallos verdes,
                        amapolas en trance de encenderse
                        y menudos silencios que apaciguan
                        la sed del que se viene aquí a soñar.

                        Mi luz es este árbol y este hombre
                        que han parado su triunfo por mi gleba,
                        a ellos me destino y soy testigo
                        de su crecer. Caliente estoy de vino,
                        de guerra por sacar la espiga llena,
                        por levantar el gozo que os llegue
                        hasta el cuello del día, y no se acabe.
                        En mi tierra no hay muro que divida,
                        se vive al aire libre y en paz muere
                        el que tiene los años para el cambio
                        de patria. El vivir es lo que vale,
                        lo que cuesta, lo mal pagado a veces.
                        No interesa decir que estamos muertos
                        cuando la vida empuja y es hermosa.
                        Si hay tierra, si hay valor y no es muy triste,
                        volvamos a la vida para andarla,
                        levantemos el brazo por el aire
                        en señal de poder y de ternura.
                        Salga la luz al valle, y clara, nueva,
                        como una voz muy fuerte por el viento,
                        por los ojos, nos llame y nos inunde
                        desde el hombro a la tierra donde estamos.

1-3-63




(Casa de todos)

                        Se sube por mi mano la sed viva
                        de tu mano y revuelve todo el pecho;
                        tu corazón me viene tan derecho
                        que acierta a la primera tentativa.

                        Herido de ti, ave fugitiva,
                        me voy cayendo a pulso en el estrecho
                        abrazo que nos pone bajo techo
                        de paz, mientras Dios calla por arriba.

                        El corazón me rueda hasta tu llano,
                        y, allí, prende amistad y se hace brasa
                        donde el amor se instala y nos conmueve.

                        Si el amor se desvela por la mano,
                        es preciso que alcemos una casa
                        donde todos vengamos, por si llueve.

17-X-63




(Hallazgo de Dios)

                        Sólo basta, con paz, doblar la esquina,
                        doblar el aire en paz y con firmeza,
                        llenar de amor y rosas la cabeza
                        hasta llegar al fondo de la mina.

                        Sólo, tocar la fuente repentina,
                        rozar el sol que aroma la corteza
                        del monte, y con la paz de la certeza,
                        llamar a Dios que va por la retina.

                        Sólo basta ser hierba humilde, viento
                        humilde que alce un pétalo vencido
                        por el barro; tan sólo dar un paso

                        por el desnudo bosque del aliento,
                        para encontrar a Dios, estremecido,
                        bebiendo, junto a ti, del mismo vaso.           

31-XI-63




(Razón de Dios)

                        Montó su amor sobre unas brasas. Ciego,
                        chupó el amor más tibio en los manteles
                        del pecho, bebió ríos de claveles,
                        le fue poniendo látigos al fuego

                        de la sangre. Mordió la vida, y luego,
                        se acostó sobre un nudo de cordeles,
                        de horcas azuladas, de lebreles
                        mordiéndole las uñas y el sosiego.

                        Entre el amor y el barro, repitiendo
                        su ternura por brasas apagadas,
                        fue dejando una huella de ir muriendo.

                        Ahora, la voz de Dios crece a su lado:
                        "Bendito de mi Padre, tus heladas
                        sombras da, y ven a mí, porque has amado".

2-XI-63




(Crecida del amor)

                        Sólo tú sabes el dolor del día,
                        lo amargo de la almendra y la saliva
                        del odio. Un corazón a la deriva
                        es el mundo, un rubor de sangre fría.

                        Pero el mundo es hermoso todavía.
                        Muerto por los pies, vivo por arriba,
                        el mundo rompe el muro de tu viva
                        ausencia, y te ve, como te veía.

                        Goteada de amor, la tierra brota
                        con su poder maduro para herirte:
                        árbol grito, te busca por la altura,
                        y en tu amor va cayendo gota a gota,
                        para herirte, Señor, para sufrirte,
                        para sufrir amando tu hermosura.     

5-XI-63




(Las lenguas)

                        En una estantería, el libro.
                        “San Pablo”. Tapas grises, polvo viejo
                        dorándole las sienes como a un hombre
                        entrado en años; sabio, viejo y siempre
                        nuevo, como los vinos más añejos.
                        Abrí sus páginas, sus senos llenos
                        de verdad hasta el cuello, y leí.
                        “Si hablara de los hombres toda lengua...”
                        La lengua de los jueces, los prelados;
                        la lengua de los ángeles de barro:
                        los sensatos, los nimios, los perfectos
                        de figura y sonrisa, los prudentes,
                        los que anuncian la paz tras las cortinas
                        del lujo y los festines, sabias lenguas
                        propicias al buen vino y al mejor
                        beso...
                                               “Si toda lengua...”
                        mas no el amor hablara, salpicara
                        de gozo las esquinas, los manteles
                        donde el hombre rebana su ternura,
                        las casas con goteras y almanaques
                        con desnudo y estampa de la Virgen
                        soltando por sus manos la pureza,
                        las oficinas puestas al servicio
                        del que llega y pregunta por las rosas
                        y se le dice el último partido
                        de fútbol y no el día de su amor,
                        los andamios por donde cruzan hombres,
                        estrellas enredadas y algún pájaro,
                        el gozo salpicando, goteando
                        las manos del dentista y el ladrón,
                        las manos de las madres y los guardias,
                        los bancos y las flores de los parques
                        donde el amor se esconde como en tierra
                        y florece más tarde hasta llorarse...

                        ¡El amor! ¡El amor! Si el amor no
                        preside por las calles y desnuda
                        la risa y la costumbre del saludo,
                        si se cierra su párpado y se esconde,
                        se le pone un sayal negro y se encierra
                        y le rezan el último saludo...
                        —perdón, perdón, amor, nadie lo entiende...—,
                        si le tiran pedradas desde el odio
                        y lo dejan de noche de la mano,
                        si se pierde su rastro entre burdeles
                        pagado con pesetas o con dólares,
                        lo mismo da, ¡oh amor!, si lo detienen
                        en la frontera de los pueblos, mira
                        y no lleva carné de identidad,
                        si le ponen murallas de vergüenza
                        y de dolor, si grita por las fábricas
                        y el ruido de las máquinas lo ahoga,
                        si se le clava el póstumo puñal
                        y su sangre lo envuelve y nos envuelve,
                        seremos como bronce que retiñe
                        y el mundo una total concavidad.    

4-11-63




(Las palabras)

                        Seguemos las palabras falsas como
                        los brotes malos en el árbol. ¡Cuánta
                        luz retorcida y hueca en las palabras,
                        cuánto cántaro frío, cuánta nada!
                        Yo pregono que el sol está muy alto,
                        que las espigas rezan su rosario
                        apretado de granos cuando mayo,
                        que le falta un dolor al mundo, limpio,
                        el que nosotros ahora damos verde,
                        que le falta una nube al mundo, para
                        crecer en vilo y don hacia los hombres
                        y darles la verdad de su milagro.
                        ¿Crecerá el mundo! Pero las palabras
                        deben abrir su seno y darse llenas,
                        abrir su vaso virginal, su parto
                        matinal de esperanza y no de duelo.
                        ¡Ved el mundo doblarse de sonoro!
                        ¿No son ésos los pasos de los libres,
                        que vienen, que nos llegan a la boca,
                        que ahogan la mentira y la injusticia,
                        que escupen las palabras y hacen patria?
                        Doblemos la rodilla y la soberbia.
                        A veces, nuestro grito es una rana
                        que florece en los roncos pedregales,
                        que grita por gritar, que ara la noche:
                        «¡Justicia, más justicia!», pero ¿dónde
                        están los justos, dónde los labriegos
                        que planten su cebada y sea de todos,
                        dónde los troncos secos que arden largo
                        en la hoguera redonda del amor?
                        Yo no grito. Tan sólo digo «buenos
                        días», buen pan, mejor cosecha, y luego
                        las palabras las mato y doy mi fruto,
                        el que puedo con sangre levantarme.
                        Perdón. No soy yo el que habla, el que os dice
                        la buena sombra de los días, soy
                        tú que vienes a mí y me saludas.
                        Me cubro con tu piel y soy tu lucha,
                        tu paso hermosamente repetido,
                        tu mirar por los anchos horizontes.
                        Yo sufro tu bocado y como junto
                        al rito cotidiano del trabajo,
                        enciendo tu cigarro, luego miro
                        cómo me miras y está todo dicho,
                        todo hablado en el día soleado.
                                                                
18-XI-63




HIMNO DE REBELDÍA

                       Ya soy sublevación
                                   (¡ya soy!)
                                   (¡ya soy!)
                        He pasado de ser
                        rosa ritual, costumbre,
                        a ser rosa en azul
                                   (que no se estila).

                        El río de mi sangre
                                   (cifra de ansias)
                        corre al revés,
                        al labio de su fuente
                        donde una uña de pureza
                        abrió
                        sus manantiales de hebra.
                        Y ahora vuelve roto, camisa sin botones, de-
                        dal sin dedo, madre sin jarcias, sin estan-
                        ques de vuelo en la mirada, sus espumas.
                        Raíces de yedra afloran en mis sueños
                        donde la púa
                        de la sublevación
                        teje sus mimbres, rueda,
                        y
                        porque amo, porque soplo en el mar y lo des-
                        nudo, lo desgajo, lo agrieto en vuelos blancos,
                        levanto al hombre contra el hombre para lan-
                        zarlo contra su mediocridad, limo
                        de oro sin engarces de esperanza
                        que recubran
                        su beso como joya,
                        la yema de su origen
                        amoroso.

                        Oh guerra, ¿dónde tus vendimias,
                        no
                        tus tanques; dónde el mar,
                        el arpa,
                        el cirro aquel censado entre las aves?
                        Guerra, ámame pronto,
                                   ámame
                                   en diluvio novial, en novia
                        y cima,
                        en montículo tibio,
                        desnuda el velo
                        de tu velera ira
                        y penétrame
                        de amor y no de baches y colmenas;
                        no te vistas
                                   de obús
                                                 sino de garza,
                        de labio de payaso: roba un circo y échalo
                        a andar (prestidigitador y mimo) delante
                        de tus héroes para que lloren menos los co-
                        bardes y se rían un poco (sólo un poco de
                        rayuela y cartón) los que aún aman.

                        Al revés, al revés río:
                        deseo
                                   (y lloro)
                        introducirme en piedras
                        de desorden
                        para salirme así de los letargos, las cofias
                        y las mitras, los cendales de lo blanco. No
                        hay cielo para un libre pensador asediado
                        por la liebre de la enrejada
                                   (cruda)
                        militancia.
                                   (Militar es morir
                                   un poco de ave,
                                   de signo, de palabra.)

                        Échome vientos y plumas en la boca para decir
                        el vuelo y extenuarlo y destruir la inercia
                        de no irme. ¿O sí mi iré? Celebraré mi huida
                        de siglos, los que llevo al hombro de ser hom-
                        bre,
                        como hazaña floral
                        e inteligente,
                        sublevándome todo, sublevándome siempre con-
                        tra mi poderosa furia
                        de ser mortal,
                        isla de llanto y larva
                        de creación, larva,
                        larva en la milésima cifra
                        de los insectos.

                       

ESPEJISMO
                                     (...)la pintura comienza su forma donde
                                    el lenguaje concluye y se contrae, como
                                       un resorte, sobre su mudez(...)

                                                           –ORTEGA Y GASSET: Velázquez–
                       
                        Quiero desdibujar aquel dibujo,
                        aquel verdor lineal,
                        aquella fiebre
                        rosa que en el pincel
                        dejó la vida:
                        desdibujar la vida con un trozo
                        de carbón
                        no es violencia
                        ni tortura del lienzo, sino llanto
                        que se dobla
                        como una ancianidad cansada

                        y breve.
                        Ando borrándome el amor
                        en manchas,
                        en lagos de ira, en vientos;
                                   (por piedad
                                   te odio,
                                   amor,
                                   pintura,
                                   cansancio de las alas).

                        No hay lugar para un cielo en este azul
                        que emerge de tus ojos
                        como un pez
                        del mar partido.
                                   (¡Rompe, rompe el lápiz
                                   del dibujo!)
                        Pintor, amor, derrama
                        la pintura en el cuerpo que se anuncia:
                        no permitas que se malogre
                        un ruido
                        de tanta cercanía y esperanza.

                        Desdibujar aquel dibujo, aquel
                        remblor
                        de la belleza que sonaba
                        en el lienzo
                        –cuerpo de la mujer e itinerario–
                        sonaba y se quemaba
                        como una llama en pira
                        de sí misma.

                        ¡Magnitud del dibujo ardido,
                        signo
                        de rebeldía o copa
                        de dolor
                        de labio a labio amada,
                        desposeída!

                        Velázquez del perfecto ritmo,
                        Greco
                        de la ascensión,
                        Picasso roto, mío,
                        Goya del aquelarre y brujería,
                        desdibujad aquel dibujo de odio
                        y dejad que la danza
                        se origine,
                        la no tenida aún:
                        la simple nada
                        en vuelo de rumor por los pinceles.

                        ¡Amor, pintor, no pintes:
                       quédate ileso y habla!          


                                           

Desde la orilla de Ítaca

                                           Hay un lugar de de safecto
                                                  Tiempo antes y tiempo después. 
                                               –T. S. ELIOT–.

                        La noche, que es vendimia con sus límites
                        morados, ceja de agua,
                        borrón, cerco
                        de arcos sin abertura, vibra y roza:
                                   (es un cuello naciendo
                                   de la nieve, es un ave
                                   –música–
                                   manando por el canto.)

                        Y en la noche, su trono,
                        su cerámica negra,
                        envuelvo
                        mi casa de tertulia,
                        la humillo de esperanza, la germino
                        pura.
                                   Y tú vienes, y me alegro como
                        perro que dice su amistad
                        con una reverencia,
                        con un gesto de cola
                        como espiral del gozo.
                                   (No hay mandato
                                   de amor
                                   sin casa donde recibirlo,
                                   sin vino en las palabras,
                                   sin miradas; el vino
                                   se arrodilla
                                   por los labios
                                   como el beso, la voz o el viento
                                   que unge,
                                   y no hay decoración, sólo la silla
                                   de humilde anea, el gato
                                    y su ovillado
                                   ronquido manantial, la paz
                                   y el vaso,
                        y el eco de los tactos amorosos).

                        Ven, ven, forma,
                        ven a mi casa, pasa
                        despacio a la tertulia que te ofrezco:
                        forma,
                        hélice del beso;
                        mar de ondas,
                        ondea tus dobleces en mis sales,
                        riza el ritmo, la tela de tus velos
                        y desnuda
                        la danza que mi cuerpo espera
                                   (no hay amor
                                   que no gotee
                                   si lo exprimen
                                   –limón de gajos de oro–
                                   unas manos de roce y de lagar,
                                   heridas).

                        No declines
                        mi oblación
                        de vino, que es tu día de aventura;
                        ven a mis soliloquios, roza el silbo
                        que silabea el mundo,
                        enlabia el canto
                        que yo pongo en tu labio
                        y hazlo monte,
                        ovación de las aves cuando emigran,
                        piedras y raptos, limos
                        de ríos creadores, Nilos y ubres,
                        y odres para el enigma de vivir.

                        Ven, crea conmigo,
                        azul,
                        vestigio de hombre, salmo
                        del dedo que acaricia insomne
                        sin encontrar un musgo, una respuesta
                        blanda, un latido
                        hermoso, una paloma
                        zureando su cálamo de amor.

                        Ven, posesión, poséeme de golpe
                        como anzuelo caído en el relámpago,
                        como gota de lluvia
                        concluyéndose en el mar:
                        su musgo, su temblor logrado,
                        su ahogo
                        querido.
                                     Ven, palpante,
                        y pon tu tacto
                        donde le mío se puso ebrio, cosas
                        en lento cotidiano uso:
                                   (mesa,
                                    pan cordial, alacena del aceite,
                                   cuchillo de la partición, del tajo
                                   palpitante,
                                   como vena
                                   de la sien donde el miedo palpa).

                        Ven, espuma, sola impura,
                        cazadora
                        del sueño allá en el cerro de los astros,
                        el reino mineral
                        de las deidades
                        donde una lanza de dominio alcanza
                        al hombre en su dolor
                        de vidrio roto, de ira.

                        Te he visto, soledad,
                        junto a mi puerta,
                        melena, soledad, himno del agua,
                        forma, hélice del beso,
                        salmo azul,
                        palpante ciega,
                        sola impura, espectro;
                        soledad, te he llamado y no has sabido
                        acompañarme,
                                   y me has dejado en soledad;
                        otra vez
                        entre cenizas de ángeles,
                        quebrados aleteos,
                        leves láminas
                        de aullido entre los labios,
                        nunca beso,
                        nunca golpe de labio pronunciando
                        la grieta de su amor,
                        su acorde,
                        el salmo,
                        Ulises.
                                                       Labios en la Vía Láctea o Libro de Duelo                       




(Enigma y luces)

                        Arde mi corazón,
                        mi lava herida, mi armonía
                       de pizarra
                        como un canto de números que suman
                        la alegría primera del amor.

                        ¡Dos, dos! Hombre y amor, como la boda
                        del cielo
                        -sol y luna-
                        y una rosa tendida - el mar-,
                        cabrilleando siempre
                        por pura vocación de gozo. Arde,
                        arde mi corazón, su lira herética,
                        su forma de laúd
                        giboso y dulce
                        y sus pájaros sueltos que yo escancio.

                        Mi corazón: mi vida engalanada
                        como un seno de novia
                        alto de asombros,
                        encumbrado de vuelos que no saltan,
                        que quedan en amago sólo,
                        en aria fatigada, y anidando.
                        Alto mi corazón
                        y en redención continua, falto
                        de nieves a veces en las cumbres
                        para formar un río que descienda
                        por el cuerpo y lo riegue
                        con sus dedos,
                        sus tintas vivas, su temblor de sombra.

                        ¡Mi corazón:
                        mi lujo rojo, rosa
                        bendita de los sueños y algún lirio,
                        mi ruido del sufrir y alegre, y salto
                        que por las venas vive
                        como un ave de nieve o alga,
                        como taza de fuente goteando
                        las aguas y el silencio, goteando!

                        Oíd. Su música es un solo de ira
                        con notas que se sueltan y hacen otra
                        música más compacta, más urdida,
                        no música
                        con tanta soledad y un agrio de hombre,
                        sino acorde de amor y sus encinas;
                        oíd, oíd la vida,
                        su mar y sus espejos, sus espadas
                        que en el dolor se bañan,
                        don,
                        don crecido de estragos y cerezos,
                        de palabras con lumbre boreal
                        y otras tinieblas
                        que en el llanto
                        amargan lo que es vida o ascensión
                        creciendo por el labio o la palabra,
                        creciendo enigma y luz,
                        y eco
                       de amor por alas derramado.






LO QUE EN LA PALABRA PONGO

                        Todas mis furias son así, llamadas
                        más o menos solares,
                        tibias, de aves
                        cayéndose en el llanto para el hombre,
                        mi hermano de estatura ante la muerte.
                        ¿O no hay muerte en la lámpara del pájaro
                        cuando nutre
                        los aires con su idilio?
                        ¿O sí hay muerte y las furias son mis signos
                        rústicos de aproximación?

                        Te canto,
                        hombre,
                        efemérides de sangre y cedro,
                        caso único de sueño y de dolor
                        sabido, como un niño que temblara
                        en cueros de la nada,
                        por el frío:
                        porque hay alas y vítores que viven
                        en tus ojos lo pongo en la palabra,
                        y lo digo con vuelos,
                        con colores de insecto,
                        con un poco de ruina
                        en el discurso del amor transido;
                        medido y contenido, digo que ardes,
                        que el corazón te puebla,
                        que es un tallo
                        de amor prendido al fuego que lo vive;
                        te digo mar y pétalo de agua,
                        y clámide de luna por los hombros
                        donde resbala el tiempo como un templo,
                        como un Dios aterido, sin palabras;
                        te digo aromas de aventura
                        y creces por los pasos hasta el sueño,
                        que es un orbe que gira en tu esperanza;
                        digo
                        y no digo
                        muerte, por no herirte,
                        por no dejar en sombra a tus palomas,
                        las de tu gozo,
                        y su marea de alba,
                        con árboles y nubes como adorno.

                        No creas en mis furias como anillos
                        o cercados de enemistad,
                        no creas,
                        cree sólo en la tertulia
                        que el amor
                        invoca
                        junto al vino,
                        como grito
                        a veces, como grito que es el hombre,
                        y el vino, su lugar de olvidos.

                        Pon olvido en mi furia
                        como un niño
                        que cerrara los ojos
                        ante el vaho
                        inmediato del beso
                        que lo vence;
                        sin embargo, mis álgebras de luz
                        recuerda, mis laureles
                        en tus manos, temblando,
                        cuando el saludo bulla, o mane, o alee.





PALABRA PURA

                        Si no dices con mucha nieve, padre,
                        amor, hijo, niñez, abrázame,
                        desde la sombra o la tiniebla; nieve
                        en las palabras, es decir, inocencia o clara
                        liberación del blanco -ala de un párpado-,
                        ¡nada dices!,
                        sino una torpe garza
                        con el cuello postrado, sin la gracia
                        libre de su columna o chorro, como
                        resurrección ilógica que huyera.
                        Así es la faz de la palabra que obra,
                        así su sed que mana por el fuego
                        y luego pone el labio para un sorbo
                        que en el agua se besa, se consume,
                        y es palabra de amor
                        en una rosa ardida
                        de misterios.

                        Si no dices
                        con perfección de hoja o de susurro,
                        madre, casa, dolor lento de un duelo
                       universal, y sauce con tristeza;
                        si no hay un signo de pureza
                        que perdure en la incensación del alba,
                        con sus leyes de pájaros y euforias,
                        se quemará la rosa en la palabra
                        y habrá cenizas de una y otra luz
                        para un declive inexorable y gris
                        de lo más bello.

                        No te rompas, niebla
                        -palabra que entre teas nocturnas se desnuda-,
                        niebla,
                        orfebrería umbrosa,
                        fino vaso de línea quebradiza
                        o simple arquitectura de palabra:
                        como mar, eucalipto, sistro, leña,
                        que, como barcos de deseo, ánades,
                        pueblan el corazón con sus encinas
                        de púdica corteza, aunque amantes. 

                        Sólo es palabra pura
                        la que vence
                        a la armonía
                        y dice cantos de agua,
                        escalofríos de un invierno herido
                        por la nieve apenas lobo o tristeza quieta,
                        o una mano posada en la ternura.

                        ¡Oh gota
                        de amor, palabra pura que en los pájaros bulle,
                        se prolonga, se asusta allí,
                        y, en la boca, se llena de humildad,
                         y, en el asombro, canta!





CREDO DEL AMOR O PÁJAROS

                        Abro mi obra, el amor,
                        y se hace el alba: ¡creo!

                        Abro también el haz de las espadas
                        y veo que la muerte es una injuria
                        que no debía de andar
                        entre los hombres.

                        Y se me nubla el ver,
                        y el ser se me ahuma,
                        y hay un violín brumoso que no afina.

                        Y creo no creer,
                        como si Dios
                        se hiciera tiara
                        y no pardal,
                        sólo emoción entre los dedos rotos.
                        ¿Dios es así, quizá una reliquia
                        vieja que en mí respira
                        para oírse él
                        vecino
                        de los árboles
                        y el hombre?
                        ¿Oírse él respirar y oírse
                        vida?

                        Todos los astros giran en un verso
                        que con hiedras de amor
                        yo voy haciendo;
                        o con hilos de huida de la araña
                        del tiempo.
                        Verso que tiembla,
                        gime,
                        vive,
                        aunque haya pájaros sin beso, huidos;
                        y muere así
                        la claridad del credo
                        de los pájaros,
                        su esperanza, su lirio volador.
                        Busco algo más que una palabra,
                        un libro de alas, catedral de címbalos
                        como una amanecida con trompetas:
                        todo un nombre y clamor busco,
                        todo amor
                        o cercanía de un incendio
                        para saciarme en tactos de su fuego,
                        como la tarde en el ocaso,
                        cierva que pisa sin romper, ágape
                        de oro, murmullo de luz que sueña,
                        que hace crujir sus ejes
                        y se cae
                        por la lid del color
                        hasta las sombras,
                        donde pronuncia el grito de la noche
                        la soledad de todos los mortales.

                        Busco el labio,
                        el amor,
                        la rosa,
                        (¡creo!)
                        para dejar a Dios
                        que viva en mis espumas
                        y me llene de nombres la mirada,
                        de cenicientas lágrimas los nombres,
                        de acacias como ojos
                        la esperanza
                        o la niñez que no batalla;
                        y, en los pájaros,
                        sus dedos de amor deje,
                        de rumor,
                        de orfebrería o interrogantes puros.

                        Y crea así creer,
                        aunque haya abecedarios de ira
                        y un nudo a veces
                        de sed en la garganta, que te ahoga.




(¡Oh, amor, oh racha!)

                        El amor no persigue la luz, sino
                        la puebla, le coloca sus vihuelas,
                        sus azules gemidos
                        (o milagros),
                        y la rosa
                        se va ofreciendo obra,
                        coloquial obra que hablara.
                        ¿Quién arde,
                        qué pajaro? ¡Mi amor, mi amor que tiembla
                        en la resurrección del mar,
                        y crea!
                        Si yo no amara ¿habría poema, crédulos,
                        ondulaciones, fiebre para un copo?,
                        ¿habría parpadeo para un vuelo,
                        para un brillo o esbeltez de la palabra
                        (que se hizo hombre y habitó en mi boca)?
                        ¿Qué pirámide habría
                        para un sueño: tranvía,
                        resbalar por la risa del payaso,
                        creerse ser Rimbaud
                        y luego ser un niño, un ave rota,
                        sólo?

                        ¡Se opone a ser fragilidad mi amor,
                        como pura tragedia! Fragilidad
                        de vaso que se quiebra en beso o tallo.
                        ¿Ser amor?
                        Y van saltando, leves,
                        con su queja,
                        su aquelarre lúdico,
                        los pájaros del alma, como flores.
                        Y el amor
                        se persigue
                        en estos pájaros,
                        y se dice en su lengua, joven, roja,
                        y, al concluir,
                        es una brasa, un brote
                        sumiso de otro fuego. ¡Oh amor, oh racha!
                        Sólo el amor me ciñe, como nudo,
                        como aire que en mi cuerpo moldeara
                        su apariencia de lumbre,
                        de aspaviento gozoso
                        o pura resurrección.
                        ¿Resurrección mi amor?
                        ¿También su objeto, tú, palabra?






(Petición de indulto)

                        Dejadme, digo, 
                        y se disponen mis cancelas
                        a encerrarme en su ayer solo, de yerba.

                        ¡Niñez! ¡Niñez!
                        ¿O es rosa ya perdida que a mí vuelve:
                        golpe de luz
                        donde los sueños
                        oh -redención del miedo-
                        hablan?
                        Descalzo el sueño por el mar
                        llamea;
                        como nieve que ardiera en copos,
                        aros,
                        ojos de rana y bien,
                        espumas de ojos
                        que en la emoción se posen como un pájaro
                        y lo hagan
                        canto
                        de esperanza, río.

                        Todos los astros
                        en mi boca
                        hierven, se dicen órbita,
                        salterio que él mismo se canta,
                        y lo sé por su nombre,
                        aunque no me oigan,
                        aunque mi ignoren si los amo,
                        como el hombre al que llamo amigo
                        y no contesta y se hace pobre:
                        libro de versos,
                        mas sin lunas.
                        ¡Dejadme aquí temblando!,
                        y no me dejan, no me indultan
                        de la niñez que imploro, que ya huyo:
                        naranjo noble que en la boca brilla.
                        Pues no quiero ser
                        niño,
                        sino verso,
                        redención de algo
                        mayor que una injusticia,
                        mayor que un templo de oro
                        donde sus dioses giman por estar solos;
                        no niño,
                        sino espiga,
                        gota de agua
                        para una sed de hombre hermosa,
                        como una cruz
                        que floreciera ríos
                        y no clavos,
                        y no noches, y sí vendimias:
                        saludo,
                        risa,
                        amor que late a pino
                        desde la flora de tu cuerpo
                        y trenza.

                        Dejadme, digo,
                        y me abrazáis en llamas
                        que escriben tactos,
                        líneas de fe muy altas
                        para hacerme vecino vuestro
                        y canto,
                        y hombre y traspié por todo el viento,
                        por todos los pecados
                        de la jungla;
                        dejadme, oh Dios,
                        cercano huido.






(Es duna, recital)

                                                                      A mi madre, duna y recital.
                        En mis ojos,
                        tus párpados de luz, cimas, renuevos,
                        tu cuerpo todo recitando salmos,
                        agujas de ciprés, risas de niño,
                        de nido, de amapola que no sabe
                        su hermosura, y lo es, hermosa,
                        como tu voz
                        que termina alabando lo que toca.
                        Alabanza de aire también tu
                        cuerpo, donde el amor
                        hace palabras, música de estrellas
                        que en el agua se aman, se definen
                        luz, luz interior, hebra.

                        Oh, mujer que te peinas
                        como el mar,
                        con nardos y oleaje, y gracia
                        de maíz, liberando
                        recuerdos, suspirando penas y arias.

                        ¡Cómo te veo atardecida y triste,
                        aunque gloriosa, viva,
                        dejando que la paz siga a tus pasos!
                        Con tu peso
                        de vuelo, de caricia
                        blanquísima que arde,
                        la juventud te ciñe la cintura,
                        la ancianidad te teje,
                        otoño que sus árboles se inclina.

                        Aún tu seno hecho
                        de ramas, de reliquias
                        de sol ciñéndose a la hierba, haciéndola
                        prado de gracia, abeto
                        y sorbo de abundancia,
                        late, late piedad, y mansedumbre,
                        y leche para un sueño.

                        Yo te bendigo, duna,
                        recital vivo de árboles con sombra,
                        con bonanza de sombra y fresco,
                        y mano que me enseña a andar,
                        todavía, mirando sólo, sólo
                        balbuciendo caminos y miradas.
                        En mis ojos,
                        tus cirios, tus cenizas,
                        que bajan a tus años como noche
                        de lluvia, como invierno
                        que se enfría en las venas y se muere.

                        Mas ten fe, madre, tenla alta,
                        y volarán los pájaros tu huerto,
                        se irán de ti las aguas y habrá ríos
                        que se quieran llenar de ti,
                        de tus flores,
                        tus arpas,
                        tu corazón posado en la esperanza
                        pájaro, pájaro, temblor.



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