lunes, 20 de agosto de 2012

7461.- MARCEL MIGOZZI



MARCEL MIGOZZI
Nacido en Tolón (FRANCIA), en 1936 en una familia obrera corsa que fue en la Costa Azul para ganarse la vida, vive el departamento del Var. Su padre es de Calinzana, un pueblo del noroeste de la isla y su madre de la Castagniccia en la costa opuesta.
Hubiera quedado apartado de su cultura de origen, si no fuera por la lengua que de niño oye continuamente.
Definiendo su escritura como profundamente inscrita en el Mediterráneo, pronto se incorpora a los grupos de poetas del sur y colabora con revistas de poesía como La cave y Chemin de 1960 a 1968, Action Poétique de 1965 a 1968 y Sud de 1994 à 1998.
Autor prolífico, ha publicado más de treinta libros de poemas desde 1963 con Les jours des jours (Los días de los días), seguido de Poèmes domestiques (Poemas domésticos) en 1969 y Jusqu’à la terre (Hasta la tierra) en 1976. Ha sido galardonado por el premio Jean Malrieu en 1985 gracias a Juillet, voyages (Julio, viajes) y el premio Antonin Artaud en 1995 con On aura vécu (habremos vivido) y traducidos a varios idiomas.




Córcega

a mi padre, el balanino

En aquel tiempo –isla huérfana– la tierra no fue común.
En el camino del pueblo no había ningún parlatorio.
El campanario velaba desde el nacimiento, carcelero celoso, inmóvil.

Pasado rapaz.

¿Callarse ya adolescente?

O irse, sin tener en cuenta la edad.

Y hacia el mar –¿qué promesa? 
¿El barco para el continente? –



CORSICA

/ En ce temps-là –île orpheline- la terre ne fut pas commune. / Sur la route du village aucun parloir ne s’élevait. / Le clocher depuis la naissance veillait, geôlier jaloux, immobile. // Passé rapace. // Déjà se taire adolescent? // Ou bien partir, sans compter l’âge. // Et vers la mer –quelle promesse? / Le bateau pour le continent?–







En aquel tiempo, envidiar los eucaliptos moros, sus fatigados sexos.
Ir a higos, ásperos en nuestras –bocas de pecados veniales 
a dos pasos de la iglesia –su sombra de cálida lencería.

Quizá habías corrido –o caído.

Quizá habías dormido bajo un techo de alcoba
escamado de manchas azuladas.
Miseria verdadera.
Como para exiliarte.

Y así te irás –deslumbrado por enaguas marinas.


En ce temps-là, envier les eucalyptus maures, aux sexes las. / Courir les figues râpeuses – bouches des péchés véniels / À deux pas de l’église – son ombre de lingerie chaude. // Tu avais dû courir – tomber. // Tu avais dû dormir sous un plafond d’alcôve / Écaillé de taches pervenche. / Vraie misère. / À t’exiler. // Car tu partiras – ébloui par les dessous de la mer.






Grises son la incrustación de tu pueblo visto desde el mar
y tu inenarrable infancia.

Me doy cuenta –tacto sin pétalos– de que el granito de la isla se parece a tu 
/pasado de obrero.

A aquellos días en las tierras –los más duros.
Cuando se volvían grisáceos pupilas y pelos ante el niño.
Éste ignorante que escribe
yo.

Pobre de mí. 

Padre sin queja
¿acaso las piedras de tu isla 
se acuerdan de tus acantilados?







Olor de alcanfor menos mortal que las manos que lo aplastan. 
El leñoso beleño espera en la senda de las tumbas.

Mis antepasados pastores reposan bajo esas grandes flores de la isla
en el orden del pan seco.    
La piedra dura extraída de su soledad.

Compañeros analfabetos 
de cuerpos perdidos bajo tierra
bajo inflorescencias de silencio

hasta esta página. 






Antepasados con la marca del cayado en el muslo
que firmaban con una cruz de tinta negra.
Taciturnos –salvajes frotados con cebollas peludas 
y mezclas sebáceas de sales de potasa y de ácidos grasos–

su pan ganado en la lechería    
         
Sus noches oliendo –grasa de lana y pedernal– la plenitud de la noche
en la borreguil felicidad de los astros. 

Un día corriente de sangre tembló
un reflejo rojo –era yo.
Esta página. Envolved vuestro pan de pastores   
   
El  retrasado que os ama, 
sus manos no merecen las vuestras, pedregosas.
Ni su bolsillo vuestro pañuelo de rayas rudas.
Su cuchillo no sabe medir vuestra hambre. 






Sobre la mesa de los orígenes –llegado el invierno y lejos de tu isla– hay un
vaso de vino aguado y un plato donde se ha puesto a remojo al modo antiguo
un mendrugo.
Un fruto quizá para el niño y esas castañas de allá –y hablo de ellas con la boca
llena hablaré de ellas aún mucho tiempo hasta hervir en medio de ellas– en la
lejanía de la isla. 

Pero privaciones habrán producido infinidad de ganas que crean pulpa –sueños.      

Y noches de venganza negra –turrón quizá, si existe.








Padre interior tras la reducción de los huesos.
Tras años viscosos de exilio.
Menos que un padre no-lugar –sin isla. 

Otros podrían imaginar un paso hacia –no. 
La eternidad se apaga sin mármol.
Pequeña caja de madera blanca con medidas de recién nacido muerto.

¿Quién se acuerda de ti?
Ni el infierno ni lo invisible.





Ahora te lleva
Balaninu
tu isla

un amor contaminado de ausencia. 


Calinzana, 2005.
(De Huellas dispersas)





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