lunes, 15 de junio de 2015

XAVIER RODRÍGUEZ RUERA [16.270]


Xavier Rodríguez Ruera 

(Barcelona, 1975) cursó estudios de Filología Hispánica, Filosofía, Humanidades y Fotografía. Combina la creación literaria con los contratos temporales en la Administración Pública. Es autor del poemario Suburbio y Lejanía, publicado en 2012 por ed.Oblicuas, del poemario inédito en catalán Roc en dol, y del también inédito Los bíceps de Caronte. Reside en Barcelona.



Poema 

        Para los más desdichados, ya no servían las tablas
de la ley, sino la triste sábana de los anuncios clasificados
que publicaba domingo tras domingo aquel diario, y ante
la cual rezaban, sin demasiadas ganas.
Noche revuelta con las maletas a la puerta del dormitorio
en blanco, flechas de la ansiedad perforando la carne
insolidaria y sometida a la carcajada de una violencia
estructural, more rive gauche.
Los martes, la luz amanecía diferente, y en la mochila
cargaba con cervezas robadas que vaciaba una tras otra
en las hondas terrazas sobre las cuales dibujaban su extenso
laberinto las estrellas; cargada de veneno, brillaba Venus,
cercana y amarilla como un vientre de abeja.
En el bar donde trabajaba sin contrato, el hilo musical
reproducía la voz nasal de Dylan, gimiendo como un perro
mojado por la lluvia que corre tras el tren. ¿Qué tren? Era imposible
saberlo.
Sentía el peso de los ojos de los hombres oscuros que observaban
su cuerpo al caminar, calibrando en silencio la secreta pujanza
de sus nalgas.






Ciudad

En la deriva vespertina, convergían
oscuros cuerpos como fardos (la cobarde
noche del franquismo iba a ser larga), 
inundando meublés y cuartos alquilados.
Todo se compraba y se vendía, y a contraluz
del áspero tergal del estraperlo, manaba
sangre negra de las ingles de aquella
gangrenada Barcelona, más vieja
y más sabia, sin embargo, que el mar 
y que el amor.





Ceniza en la manga de un viejo

Ceniza en la manga de un viejo
es lo que dejan al arder las rosas.
                     T.S. Eliot
                              
Cruzarás el muro de cristal
de las puertas giratorias, con la firme
querencia que tienen los fantasmas
de regresar a su lugar de siempre,
y que entretanto aguardan en calles
retiradas, girando como fulgentes 
nimbos solitarios en torno a las farolas, 
o ven desde el alféizar cómo la madrugada
tiñe de perla las ventanas, llegando
desde el mar: errantes por la dulce
dimensión del tiempo que no logran
penetrar las rígidas espadas del sentido.
Cuando alguien muere, mueren
también los muertos que vivían
de él, con él, en él. Fumas haciendo
tiempo, apoyado en el vidrio
que refleja la sombra inaferrable 
de una vida, y la ciudad. La noche 
será larga. Pasa gimiendo una ambulancia.










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