miércoles, 2 de julio de 2014

MANUEL GANDARILLAS DÍAZ [12.133]


Manuel Gandarillas Díaz

Manuel Gandarillas Díaz (Linares, CHILE 1904 - Santiago, 1984). Poeta y periodista chileno. Premio Nacional de Periodismo en 1962.

Su poesía es simple como un árbol. Enraizado en la tierra chilena, canta motivos vernáculos o bien temas históricos o del folklore. Es sencillo, armonioso y vital. Periodista de vocación, Gandarillas, con apostura de hidalgo español, ha hecho un paréntesis en la vida de la noticia, para dar testimonio de la creación del poeta que en él vive vigorosamente.
No ambiciona nombradía y es, en último término, un cantor de la belleza de nuestro paisaje, intérprete de ciertos hechos históricos, rapsoda que coge su guitarra para dar la tonada y el romance. 
Nuestro ambiente colonial, la vida del campo chileno, la sortija, el amor y la guitarra están en la voz de éste poeta que deleita con la gracia de su verso tan simple como el trigo recién nacido.

Obra: Rumor del tiempo.




Muerte del General Carrera

Cajas de luto en Mendoza,
murió el General Carrera...
Llorando van por el cielo
un húsar de calaveras,
dragones de terciopelo,
infantes de Yerbas Buenas.

Negro patíbulo, negro.
Bronce y laurel, Carrera,
altiva flor de desgracia,
montón de tierra chilena;
besó a la muerte en la cara
como a una niña morena...

Ocho copihues de sangre
le dieron los fusileros...
Los recibió con pie firme,
el recio perfil, sereno;
un bravo puma de Chile,
tendido en suelo extranjero.

Alto en la muerte, más alto
que la blanca cordillera,
cortaron con un cuchillo
la cabeza de Carrera
y en la torre del cabildo
la pusieron por bandera.

Y en la torre del cabildo,
del cabildo de Mendoza,
la cabeza de Carrera
dormía almohadas de gloria,
de sangre, de fuego y cera:
¡Silencio de Cantimploras!

En un caballo celeste,
se fue el General Carrera...
Lo escoltaban por el cielo,
un húsar de calaveras, dragones de terciopelo,
¡infantes de Yerbas Buenas...!






El Aire

(Baile de antaño, para Margot Loyola)
(1815-1818)

Eres la espuma del cristal y el viento,
tienes el puro corazón del alba,
el pajareo tornasol del aire
y la cadencia y el vaivén del agua.

¡Oh, baile hallado por Margot Loyola
tras el azogue de un distante espejo,
en un bargueño herido por la herrumbre,
entre cintas mojadas de recuerdos.

Cofre que guarda aquel cariño antiguo 
con que en Chile se amaron los abuelos
—pasan penando por el Calicanto
dramas de brumas y de terciopelo.—

La tolvanera de tu historia evoca
los rostros en las horas diluidos,
fantasmas dulces y salones solos ,
lunas deshechas en raíz de olvido.

Se quiebran los compases en suspiros
y empieza en tu cintura el día muero...
Aguaceros de amor en Recoleta...
¡Ay estos aires que me danza el tiempo!
Nocturno cascabel de los adioses,
pañuelo azul de lágrima distante; 
mansedumbre ojival de la colonia
derramada en el fondo de la tarde.

¡Rumor de colibrí en la Cañadilla!
Es el amor que vuelve del olvido.
Este baile de Chile se deshoja
en diez vihuelas de cristal herido.

Información fue tomada de la antología de Carlos René Correa “poetas chilenos del siglo XX” Tomo I, Zig-Zag, Santiago 1972




Rumor del tiempo
Autor: Manuel Gandarillas Díaz
Santiago de Chile: Fantasía, 1957

CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1957-10-13. AUTOR: AGUSTÍN BILLA GARRIDO
Manuel Gandarillas viene recién de publicar el primero de sus libros: “Rumor del tiempo”, en donde ha resumido varias obras, inéditas hasta la fecha por esas permanentes razones que gravitan, generalmente, contra el afán de los poetas: la capacidad financiera escasa o nula; el desinterés y la voracidad de los editores y libreros; la indiferencia del público hacia la producción poética y su marcada preferencia hacia el relato policiaco y la aventura de alcoba. Sin embargo, tal vez esta demora contraria a la voluntad del poeta, haya sido beneficiosa para la obra, porque el tiempo, escurriéndosele entre los dedos y pintando una que otra hebra plateada en la cabellera y en la barba rubias, le han permitido acendrar la producción y realizar esa “avienta” que él habrá contemplado, sin duda, tantas veces mientras su juventud discurra galopando entre Los Queñes y la acogedora atracción de Curicó.

“Rumor del tiempo” resume, pues, cuatro libros: “Candiles de la Colonia”, “Rumor del tiempo”, “El espejo sin ella” y “Trébol de mariposas”. Cuatro libros en parte conocidos por innumerables amigos de Gandarillas, que en torno a los albos manteles de la camaradería afectuosa bebieron una o muchas veces el rojo vino de la amistad con este poeta de atractiva simpatía espiritual, pronto a dejar caer, sin regodeos ni falsa modestia, la moneda áurea de sus versos.

Al referirme al libro de Manuel Gandarillas, no pienso trazar unas líneas de carácter crítico; en primer término, porque carezco de condiciones para efectuar crítica literaria de verdad, con análisis profundo, con capacidad suficiente para situar la obra en el medio y en tiempo correspondientes, con sagacidad para desentrañar su contenido y encontrar la raíz de su ser; en segundo lugar, porque pienso que no sería suficientemente imparcial para juzgar a Gandarillas, pues el poeta se confundiría con el amigo, enturbiándose la visión o, cuando menos, enredado mi espíritu a la sugestión de su voz, de sus ademanes, de sus gestos, como cuando dice, con emotiva entonación:



“Cajas de luto en Mendoza:
murió el General Carrera…
Llorando van por el cielo
un húsar de calaveras,
dragones de terciopelo,
infantes de Yerbas Buenas”.

(“Muerte del General Carrera”).



O cuando, como si enarbolase un pañuelo y lo batiera en el aire, con el corazón transido de Chile, de su paisaje florecido y de su gente campesina, dice:



“Allá en la verde soledad del peumo,
canta mi corazón versos de Chile;
alfalfa musical y trigo nuevo,
cielo puro de tordos y triles.
Dieciocho de septiembre en las ramadas
tendidas por los huesos de mi tierra
para mojar en vino la tonada,
mariposa borracha de vihuelas.
Las manos montañesas las alzaron
con la fragancia de maquis y laureles
para bailar la cueca
punta y taco,
que gira y salta como un tropo verde”.

(“Dieciocho de septiembre”).



O bien, cuando, con los ojos semientornados en ademán evocativo y la voz llena de “saudade”, pinta una “Acuarela de los Queñes”, diciendo al comienzo:



“Herradura de rocío
rompe el caballo del sol,
y un vaquero de cigarras
rodea toros de sueño
por las faldas del coirón”.



¡Cómo podría juzgarlo yo con cabal imparcialidad, si todavía siento el mismo estremecimiento emocional que me produjera la voz aparentemente rota, el ademán dolido y la mirada húmeda de Manuel Gandarillas al decir, sobria y serenamente, esos versos de su poema “De Profundis”, cuya transcripción íntegra se hace necesaria en esta glosa cordial de su poemario!



“Una voz trizada en largos sollozos contenidos
me dijo, Mad, que tú te habías muerto,
y el húmedo caracol de crisantemo.
Y aquí estoy solo, solo como los barcos en viaje;
tan solo como Dios antes del Génesis:
solo como cuando estuve en el vientre de mi madre
esperando nacer para quererte.
Eras como una lámpara encendida entre las manos
y un escudo de amor contra la muerte;
pero me asomo al silencio como un sauce enlutado,
y callas. ¿Dónde estás? ¿Por qué no vienes?
¡Ay!, te circundó de súbito un silencio tan grande,
que puedes escuchar crecer la hierba
florecer los aromos en la espalda de la tarde
y hasta nacer un grillo entre las piedras.
Sin embargo, en esta última esquina del invierno,
no alcanzas a escuchar mi soledad,
que suena como martillo para quebrar tu sueño
de largas amapolas, dulce Mad.
Ven, ven con dedos de viento o de neblina, a tocarme
la amarga y pensativa cabellera.
Dime, como puedas, con mensajes de lluvia sobre el aire,
que en la muerte también hay primavera.
Es preciso que me digas que la muerte no existe,
que es muy corta la vida para amarte,
que los tréboles en Chile sin ti nacerán tristes,
que vendrán en los vientos a encontrarme.
Te aguardo como el pasto de los cerros a la nube;
ven, vestida de noche o de suspiros;
ven con el traje de fuego o en el ruido de alas dulces,
pero dime que no es cierto el olvido…”



Quienes hagan el análisis de sus versos podrán decir, acertadamente, que Gandarillas es poeta de profunda entraña chilena; más aun, podrían señalarlo como el poeta chileno más hondamente compenetrado con el paisaje físico y humano de Chile, con su flora y su fauna autóctonas, con la idiosincrasia campesina, con la historia y la leyenda que llenan la imaginación de los huasos y de la sencilla gente chilena. Dirán que su verso está lleno de flores y de plantas:



“¿Dónde hallar tus dos manos tu voz de No-me-olvides?
Cabes entera en mi alma. Sin embargo, no puedo
imaginar tu voz, tus dedos de jazmines
con guantes de suspiros, rosa abierta en el cielo”.

(“Carta para tu sombra”).


Y en otro poema: “La vendimia y las campanas”; señala:



“Yo planté en otro tiempo, cuando maduraba
dentro del corazón la flor de los duraznos,
un rumor de jazmín y un alba de campanas.
Es tarde y recoge sus cánticos dorados,
marzo me entrega lentamente su tristeza,
y los sonidos sobre el alma maduraron.
Hay jacintos de invierno sobre mi cabeza,
Y voy a vendimiar los días que pasaron”.



Porque, en realidad, el poeta Gandarillas ama entrañablemente el campo, sus plantas, sus flores, su aire, la vida nuestra en suma; por eso es que en el poema “Cuando regreses”, manifiesta:



“Y el corazón quisiera ser manzana
o campesino cántaro de greda,
y romper la fatiga de tu viaje
con el vino más dulce de mi tierra.
Si muriera esperándote, no quiero
que me entierren debajo de cipreses,
sino a la orilla verde del camino
para oírte pasar cuando regreses…”



Yo no quiero hacer análisis exhaustivo ni pretenciosa disección crítica de los versos de Manuel Gandarillas no solamente por falta de imparcialidad nacida de la amistad, sino porque la crítica científica me hace el efecto de esos apasionados naturalistas que cazan mariposas de fantásticos colores para clavarlas con acerado alfiler en un insectario y dejarlas inertes, sin vida y sin el dorado polvillo que cubre sus alas.






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