miércoles, 11 de marzo de 2015

FRANCISCO LÓPEZ DE ZÁRATE [15.181]


Francisco López de Zárate

Francisco López de Zárate (Logroño, c. 1580 - Madrid, 5 de marzo de 1658), poeta y dramaturgo español del Barroco.

Su padre era correo mayor en Logroño, empleo entonces reservado a la nobleza. En 1598 empezó a estudiar Leyes en Salamanca, pero las abandonó por el ejercicio de las armas en Europa (Flandes, Italia y Alemania). En Madrid fue poeta protegido por Rodrigo Calderón y Pedro Mesía de Toledo. Sirvió como secretario de Estado del duque de Lerma, aunque su carácter austero y moral se avenía mal a las intrigas políticas y no perdió la ocasión de retirarse a Logroño para cultivar las letras. Fue, por un soneto que dedicó a la rosa, conocido como "el Caballero de la Rosa". Lope de Vega, que era su amigo (aprobó uno de sus libros) escribió en un vejamen del conscurso poético por las fiestas de beatificación de San Isidro en 1620, con motivo de haber ganado Zárate con unas silvas:

Armóse Francisco López / de Zárate, de manera / que si encontrara a Virgilio / le hiciera ver las estrellas. / Caballero de la Rosa / le llaman, por excelencia; / pero tales silvas hace / que tales rosas engendra
Cervantes, en su Persiles, alude a su Poema heroico de la invención de la Cruz por el emperador Constantino Magno, en 22 cantos y 2.058 octavas, que fue atribuido falsamente a Lope de Vega y dedicado al rey; poco después fue atacado por la apoplejía, y quedó hemipléjico del lado derecho. Un códice de Londres contiene algunas obras que no figuran en la primera edición juvenil de Madrid en 1619, ni en la tardía de Alcalá en 1651. Su obra ha sido editada modernamente por José María Lope Toledo, Simón Díaz y María Teresa González de Garay.

Obras

Varias poesías, 1619.
Poema heroico de la invención de la Cruz, 1648
Obras varias, Alcalá, 1651
Hércules Furente y Oeta, tragedia senequista.
La galeota reforzada, comedia.
Obras, edición de José Simón Díaz Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1947, 2 vols.




Sonetos / Francisco López de Zárate; 
edición de Ramón García González



- I -

A la rosa

Esta a quien ya se le atrevió el arado,
con púrpura fragante adornó el viento,
y negando en la pompa su elemento,
bien que caduca luz fue sol de prado.

   Tuviéronla los ojos por cuidado,
siendo su triunfo breve pensamiento,
¿quién sino el hierro fuera tan violento,
de la ignorancia rústica guiado?

   Aun no gozó de vida aquel instante
que se permite a las plebeyas flores,
porque llegó al ocaso en el Oriente.

   ¡Oh tú, cuánto más rosa y más triunfante
teme: que las bellezas son colores,
y fácil de morir todo accidente!



- II -

Soneto

Pues que se muere con haber nacido,
siendo el ser tan a riesgo de la vida,
que el minuto menor es homicida,
de que el mejor cristal queda sentido,

   mira que el golpe, en polvo ya escondido,
y la luz con el polvo tan unida,
se halla más sepultada que encendida,
pues lo más de ella muere, habiendo sido.

   Si es tu defensa nada ¡oh vidrio leve!
tan de acaso tu luz para apagada,
que no admite esperanza por lo breve;

   si la más cierta vida es la pasada,
de la presente, ¿quién fiar se atreve?
¿Quién a más, si aun gozándola, es soñada?




- III -

Ceniza, la hermosura

Átomos son al sol cuantas beldades
con presunción de vida siendo flores,
siendo caducos todos sus primores
respiran anhelando eternidades.

   La rosa, ¿cuándo, cuándo llegó a edades
con todos sus fantásticos honores?
¿no son pompas, alientos y colores
rápidas, fugitivas brevedades?

   Tú de flor y de rosa presumida,
mira si te consigue algún seguro
ser en gracias a todas preferida;

   ni es reparo beldad, ni salud muro,
pues va de no tener a tener vida
ser polvo iluminado a polvo oscuro.




- IV -

Habla un amante a un ciego

Ciego a quien faltan ojos y no llanto,
envidio en tus tinieblas tu sosiego,
estímote feliz viéndote ciego
y de tus ciegas lágrimas me espanto;

   ¡oh si valiesen, si valiesen tanto
estos incendios en que yo me anego,
pues nacen llamas si cenizas riego,
que incendios con mis lágrimas levanto;

   con pensión de la vida te fue dada
el alma, y a mi vista aborrecida  
con pensión de que viva me es dejada;

   tu ceguedad con la razón medida
ya que no sin dolor, queda aliviada,
¡ay del que está con ojos y con vida!



- V -

Después de una grave enfermedad en su mayor edad

 ¡Un año más, Señor, con tanto día,
y con minuto tanto, tanto, tanto!
¡Y en risa tan continua siendo el llanto
lo que incesablemente se os debía!

   ¡Perdidos lustros! Y la escarcha fría
(como ya en tiempo) ocupa sin espanto
la cabeza y el rostro, y el quebranto
desune partes que el vigor unía.

   Casi al último polvo reducido
donde no habrá más paso, aunque la fama
lo pretenda en pirámide o coloso;

   tan ya sin mí que estoy de en olvido,
tan ya no yo, que soy quien más me infama;
mostrad en mí el poder de lo piadoso.



- VI -

A la aurora

Esta sombra del sol, si no primera
causa, principio y juventud del día,
luz de Dios que tinieblas nos desvía
y en la misma inconstancia no se altera;

   esta que corre el velo de la esfera
y con efectos de beldades guía,
sirva para dormir con su armonía
o con respiración de primavera;

   si acaso adormeciese los sentidos
con voz de pluma, resplandor de flores
de su llorosa risa documento,

   a lágrimas de luz, quedad dormidos,
no os suspendan los ecos y colores
pues van juntos el llanto y el contento.



- VII -

Pidiendo perdón a Dios

Soy quien más vuestra sangre a derramado,
de los que os maltrataron el más fiero,
de todos el mayor si no el primero
el que más en la cruz os ha clavado;

   soy el que alienta a todo desdichado
por más torpe, sacrílego y grosero;
el lobo más atroz con el cordero
de su holocausto mal aprovechado;

   esto soy, más constante en mi esperanza,
y no sin prendas de que sois piadoso
con vergüenza animosa piedad pido;

   si el suspiro menor de vos la alcanza
póstrome si culpado, pesaroso,
¡acogedme por flaco o por rendido!



- VIII -

Considerando un sepulcro y los que están en él

No te mires a ti que te acompaña
si te das a tus ojos, el engaño,
mírate en el más propio o más extraño
que teatro admiró, venció campaña;

   no como allá en el mundo aquí se engaña,
que es centro esta región del desengaño;
vuelve en bien cierto el aparente daño,
el pasmo inútil en divina hazaña.

   De aquí si que consigue el ser dichoso
el que a lo cierto no a lo incierto mira,
pues le adorna lo eterno fastuoso;

   de aquí el mortal a lo sagrado aspira,
tu temor convirtiéndose en reposo;
que para el vivo el que murió respira.



- IX -

El autor a su cuerpo, poco antes de expirar

Este trono, este bulto a los clamores
de tanta exequia y sepultada vida,
pues la tuvo, gozándola, perdida,
deslumbrado en fantásticos honores;

   este que siempre absorto en resplandores
fue estatua aunque terrestre, presumida;
ni a luz, ni a voz, ni a rayo estremecida;
horror aun asombroso a los horrores;

   este ya incierta sombra y alma cierta,
racional interior con fondo vano,  
viva esperanza y fe, caridad muerta,

   que fue indigno del nombre de cristiano,
si vivo ha divertido, polvo advierta,
ya que en vano vivió no muera en vano.



- X -

A un esqueleto

Tú, tú, eres este mismo, tú, si adviertes
a la fraterna unión que te apercibe;
que si no para sí, para ti vive,
pues en él te hallarás, si te diviertes.

   Que una, aunque varia, son todas las suertes,
en el compuesto polvo el tiempo escribe;
ni ser rey ni plebeyo, se percibe:
menos o más, en eso te conviertes.

   No huyas de temor, que no das paso
que no te lleve a ser lo que te espanta
y desprecias el bien de la memoria.

   Humano sol, aquí tienes ocaso;
docto este bronce el tiempo te levanta;
monarca, esto es lo cierto de tu historia.



- XI -

A la asunción de María a los cielos

La en méritos, en gracia caudalosa,
mar abundante, de virtudes fuente,
en su ocaso tan luz como en su oriente,
tan sol selecto, como intacta rosa:

   La en vida, en cuerpo, en alma gloriosa,
tuvo aun antes del ser a Dios presente,
porque no cupo en El estar ausente
de tal Hija, tal Madre, y tal Esposa:

   La en quien halló la Trinidad esfera,
sublimación a paraíso el suelo,
alma salud la humanidad entera:

   Roto ya de la tierra el triste velo,
y sembrada de flores su carrera,
sube a ser Reina del empíreo Cielo.



- XII -

A la memoria del doctor Juan Pérez de Montalbán en su túmulo

Leerás, que yace aquí, porque está escrito;
y es, que el mármol usurpa la alta gloria
de Montalbán, debido a la memoria,
no de honor limitado, de infinito.

   Si se observara el Egipciano rito,
de eternizar en pira en vez de historia,
Egipto fuera todo vanagloria,
que él dice, que no yace con lo escrito.

   El se imprime en la Fama, y se coloca
donde, a ser tinta el Nilo caudaloso,
a su alabanza fuera tinta poca.

   Pues él lo más por sí se constituye,
quien lo pretende hacer menos glorioso
a sus letras pirámides construye.



- XIII -

A San Isidro

Los campos de Madrid, Isidro santo
de espíritus angélicos sembraba,
cuando con Dios de sí se enajenaba;
¡o cuánto alcanza el renunciarse, o cuánto!

   Los ministerios rústicos en tanto
el escuadrón celeste ministraba,
y él con piedad su indignidad lloraba,
siendo el ocio semilla, fruto el llanto.

   ¿Qué mucho que sembrase, que cogiese
con ángeles, con Dios, y agradecido
anticipado pródigo tributo.

   Que Diciembre de Agosto le sirviese,
teniendo el cielo al campo reducido,
sembrando aquí sus lágrimas el fruto?



- XIV -

Aquel bulto de monte con semblante
de quinta esfera y luz de firmamento,
de fábricas eternas documento,
fiel sustituto del caduco Atlante.

   Luciente con el sol sin el tonante,
de cielo y tierra unión con ornamento,
de día alcázar fue del Dios sangriento,
de noche habitación del fulminante.

   Edificóle celo Religioso,
que pudo aventajando las verdades
reducir a verdad lo imaginado.

   Y bien que lo formó de eternidades,
mostrándose dos veces poderoso,
hízolo todo parecer pintado.



- XV -

Brota diluvios la soberbia fuente,
más piadosos que el cielo para Egipto,
cuando el piélago en ondas infinito,
aun su misma ribera no lo siente.

   Multiplican mis ojos tu corriente,
contra la fuerza del celeste rito,
pues cuando abrasa el Sol todo el distrito,
de sus márgenes pasa la creciente.

   Hiriendo el Sol las encumbradas sierras,
que al Nilo se derraman en tributo,  
vuelven a ser fructíferas las tierras.

   En mí, causa mi sol el mismo efecto;
mas ¡ay, que son lágrimas sin fruto,
pues con ser agua, queman en secreto!



- XVI -

A la lanza de Cristo

 Salve rayo de luz, que Dios no sabes
el Alma casi, pues con honda herida
penetraste al tesoro de la vida,
rompiendo puertas y supliendo llaves.

   Ya se permite que tu hierro alabes,
pues quedaste manchada, no teñida
en luz, que fuente fue pareció herida,
para que viva yo, tu culpa laves.

   Como el sol, cuyos rayos transparentes
según la división de las Regiones,
a un tiempo da el Verano, y el Invierno.

   Tú causas dos efectos diferentes,
pues hiriendo de amor los corazones,
estas dando lanzadas al infierno.



- XVII -

EL autor hablando con Dios después de una enfermedad

Tantas, tantas, Señor, tantas las veces
de tu piedad y tanta la porfía,
de obstinación, que no la llamo mía,
de vergüenza, que tú no la mereces.

   ¿En qué noche, en qué instante no amaneces
a los que saben conocer el día?
que aun en vil error tu diestra envía
pues con lo mismo alumbras que estremeces.

   Alumbras, mas en ojos incapaces
de resplandor divino la luz ciega,
como a nocturnas aves el sol claro,

   los míos de tu lumbre sean capaces,
no venga a ser, o no, para mi ciega,
ni pueda más mi culpa que tu amparo.



- XVIII -

A la pura y limpia concepción de Nuestra Señora

Quien hay que con soberbia desbocada
y de luz racional inadvertido
cuando padece el sol recién nacido
ose decir la Aurora está eclipsada.

   O humanidad de Dios calificada
con la razón, descanso del sentido
que osado en el dudar crisol ha sido
pues deja la verdad purificada.

   Mirándote los ojos, no te vieron,
o por querer con presunción humana
sondar misterios que la fe apadrina,

   porque por ver, sin adorar, quisieron
reconózcante Aurora soberana,
toda tu humanidad verán divina.



- XIX -

A la obstinación en pecar causa de todos los daños

Cuán vecinos estamos a la muerte,
pues se oponen estorbos a la vida,
que el médico sirviendo de homicida,
con venenos antídotos pervierte.

   O tú, sólo en causar dolores, fuerte;
la cura alarga, sanarás la herida
que la salud universal perdida
al más robusto, de su fin advierte.

   Si es pacto de dar gozos al Infierno,
por deshacer la imagen que le altera,
intento, en que se vale de tu mano.

   Mira feliz la muerte en mundo eterno,
pues con tener, a quien matar, viviera
mas a la rabia se persuade en vano.



- XX -

Excusándose un amante de no haber mirado a su dama, por el recato de un templo donde fue avisado que fuese a verla

Al que una vez miró tan encumbrado,
ojos podrán quedar, ojos, no vista;
que no hay quien a lo empíreo se resista,
si, como debe, eleva su cuidado.

   Queda tan en lo digno transformado,
por tan blasón, en fin, de la conquista,
que no reserva parte, que no asista
a su elección, de sí todo privado.

   Veros en mí, Señora, es el decoro,
necesitarme más, fuera ofenderos,
una vez vista, y tantas adorada.

   Siempre os contemplo en mí, donde os adoro,
y sobrándome el Alma, donde veros,
Sagrario sois en mí, si en vos sagrada.



- XXI -

A Filis habiéndose quebrado el espejo

Quebrase el consultor de tu hermosura;
porque no le quedó que ver con verte,
ni más felicidad que obedecerte;
ay del que no la alcanza, y la procura.

   Que vida, Filis, estará segura
del golpe vivo de tu vista fuerte,
si el intérprete claro que te advierte
con tu forma, de ti, no se asegura.

   Aun puedes más, que matas con los ojos;
que alcanzan a ti misma los desdenes,  
dando a quien te retrata sentimiento.

   Suelen templarse en el cristal enojos,
y tú le despedazas; porque tienes
natural, por lo dulce, más violento.



- XXII -

Al rigor de Filis con alusión a Anaxarte convertida en piedra

Filis si bien no tiene tu hermosura
ejemplo, que temer, por soberana;
en Anexarte, con la parte humana,
que no hay advierte ingratitud segura.

   Mas no la mires cuerpo, y alma dura,
que harás, si empedernida, no te humana,
la imagen del divino asombro vana
y temo se duplique la pintura.

   Por redimir el riesgo tus desdenes,
de hoy más, tendré mi pena por gustosa,
será tu culto de mi gloria esfera.

   Ablandarte, cuanto de mármol tienes,
bien que en toda otra forma rigurosa
menos que hacer mi adoración tuviera.



- XXIII -

Filis tú te concede a tu alabanza
que todo Apolo no es bastante aliento,
tú que eres plenitud del pensamiento,
y límite a los siglos de esperanza.

   Lo mejor de la vida en ti se alcanza,
ya no hay a que vivir, último intento
eres al más sublime entendimiento
la misma perfección tu semejanza.

   Si es premio de virtudes la belleza,
aun te es deudor el Cielo, y la es gloriosa
la deuda, tanto a la mejor se inclina.

   En ti se mejoró naturaleza,
si por obligación eres hermosa,
por fuerza noble, por razón divina.




- XXIV -

Filis pues la ocasión de venerarte
no puede ser mayor, aunque me impida
la enfermedad el ilustrar la vida
con ir a verte, sóbrame el amarte.

   La dicha de ser visto y de adorarte,
gloria que debe ser tan pretendida,
por excesivo honor fuera homicida,
sino me reparara el contemplarte.

   Reza y con razón favorecido,
grande bien, más que excede a mi flaqueza
que dice tu milagro con decoro.

   Si en amar es más fuerte el más rendido,
defecto fuera en mí la fortaleza,
que para más deberte, más te adoro.




- XXV -

 Quien ama y a su Amor no está presente,
mal podrá tolerar tan triste vida,
mal; porque siendo tan mortal la herida
la muerte alivia, y el dolor se siente.

   Si ausentarse es morir, forzosamente
ausentándome he sido mi homicida;
pues quien no morirá que se despida,
si nadie vive con el alma ausente.

   Muere la vida a manos de la ausencia
de muerte natural, y el sentimiento
se sustenta de amante inteligencia.

   Y no puede morir, porque el tormento
en la parte mortal hace asistencia,
la vida sí, que no está en su elemento.



- XXVI -

Un amante con dos damas en una borrasca, sobre si siendo fuerza echar una de ellas en el mar, sería la amada de él, o la que le amaba

Ofender a quien ama, villanía,
a quien amo, ni a monstruos se concede,
que esto ni proponerse, ni se puede,
porque lo deliró la fantasía.

   Por lo justo no incurre en demasía,  
el que al rigor más grande se concede,
justo es verter, si la ocasión sucede,
la vida al mundo por salvar la mía.

   Que aquel peque infeliz en loco, o fiera,
apensionóle en fin la humana suerte,
que nos condena a todo lo posible,

   este ni hombre, ni loco, o bruto fuera,
que nadie a su Alma puede dar la muerte,
ni reducirle el caso a lo imposible.




- XXVII -

Que son catorce siglos a quien ama
que la perpetuidad del edificio,
de quien sólo la edad es precipicio,
que humilla Atlantes, Caúcasos derrama.

   Cuanto vive el retrato de la llama
con que aplaude a la muerte el necio
osando con desprecio y artificio
maquinar vida, suponiendo fama.

   Que cuanto ofrecen siglos a deseos,
cuanto vive la vida, si la muerte
en todo lo que el tiempo tiene parte.

   El tiempo morirá, y a los trofeos,
que él rinde, vengará mi firme suerte,
pues, como premio, anima el adorarte.



- XXVIII -

A una señora que mató un venado fíngese que era Anteo premiado en astro por amante

 Honesta Venus, o radiante Palas,
digan de vos y números de Orfeo
que sin con agua o con desdén Anteo
se vio monstruo o volador sin alas.

   Tu suprema Deidad no sólo igualas
excedes a Diana en el trofeo
pues al que por curioso volvió feo
en orbe fijo círculo señalas.

   No cabe pena bruta en los amantes
ni en quien de celestial los grado llena
castigar las finezas por constantes.

   Quien juzga pues, que tu matar, fue pena
recele en sí tus manos fulminantes
que honra los monstruos, la deidad condena.



- XXIX-

A Su Majestad que mató un toro que había vencido a las demás fieras

Duplicose ya el Tauro, que tu mano,
ilustrando las vidas que desata,
califica con Astros cuanto mata
a imitación del ínclito Tebano.

   Como con él, en luz el cielo ufano
queda con tu blasón, pues lo retrata
en su zafiro con radiante plata,
corona digna de Monarca Hispano.

   Con lo divino sus aciertos mides,
siendo en honor de todo tu alabanza,
pues aún la herida de tu mano es gloria.

   Si la luz, premio del valor de Alcides,
una fiera postrada de ti alcanza,
qué, quién, no envidiará ser tu victoria



- XXX -

Al Rey Nuestro Señor en ocasión de haber entrado en un juego de cañas

Ya rijas, ya depongas el tridente,
siempre se muestra en ti lo soberano;
que es grande para oculto el Océano
de luz en tus virtudes transparente.

   Si por la Majestad más eminente,
del mundo el freno se le dio a tu mano;
que mucho que en el círculo troyano
de tu Deidad sea título tu frente.

   No puedes ser más Rey, ni más divino,
que son divinidades tus acciones,
y el Sol aún tu corona no rodea.

   El valor y el acierto en ti es destino,
a tu sangre aún se deben más blasones,
pues tienes menos de Austria, que de Astrea.




- XXXI -

La Reina Nuestra Señora a Su Majestad en ocasión de haber muerto en El Pardo un javalí, que el día antes le huyó

Desconoció tu esfuerzo, en tu belleza
el jabalí primero fugitivo,
tan furioso, que muerto, es miedo vivo,
mostrando con su horror, su fortaleza.

   Blasón de Alcides, blanco a su destreza
pudo ser por lo rápido y nocivo;
no se viera en estrella tan altivo,
como a tus pies postrada su fiereza.

   Por Adonis teniéndote, y por Marte,
respeta al uno, contra el otro osara;
mas estímate flor y no se altera.

   No fue bruto en morir, pues fue alabarte,
hoy como si Belisa lo juzgara,
murió a tus manos racional la fiera.



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