viernes, 13 de febrero de 2015

LEONEL RODRÍGUEZ SANTAMARÍA [14.861] Poeta de México


Leonel Rodríguez Santamaría

Nació el 28 de enero de 1978 en Culiacán (México). En 2003, su poemario Tu piel paciente mereció el Premio Interamericano de Poesía Navachiste para jóvenes creadores. Ese año publicó poemas en Oráculo, en la página electrónica pecadoscapitales.org y en revistas y suplementos de Sinaloa; también fue parte de las puestas en escena Desde un comienzo y, en 2004, Café Carnaval, acompañando a los músicos Cosme Álvarez, Óbal, Jaime López, Maru Enríquez y el Negro Espinoza. 
Ganador del Premio Clemencia Isaura de Poesía 2008 que otorga el Instituto Municipal de Cultura, Turismo y Arte de Mazatlán.


I

Estoy sentado y pienso dar mi sombra por la calle que recuerdo.
El mar mundo de ritmos comunales ahoga mansamente en esta hora su roer,
afina un cauce limpio para darse al demuestro de nosotros
-los caminos se abren como brazos dentro de la comba que dice silencio-;
somos nosotros, descargados de sombra, semillas en la noche,
aquellos que miran venir las sinfonías diurnas a través de la ventana que los
junta.
Sentado y lleno de las voces, no estoy ahí donde me siento.

La estancia del mundo es sin contornos:
una carrera avasallante, impaciencia de las pieles por tocarse, la caída
sin cesar de las cosas por su peso;
en ellos que descuellan de su sombra un mundo real adquiere su certeza.

Nuestra casa es apretura que entrelaza espacio, árboles y hombres
-la respiración mira su ceder, alba voz que llega por el centro de tu cuerpo,
ojal de transparencia;
yo rodando sostenido por el peso que astilla un centro en mil astillas;
dividido soy un cruce de caminos.

El agua ruda, el agua que urde:
qué toca hurgando en la memoria roja,
qué busca en las palabras que callaron:
la intuición de una señal que escurre al sur de dónde, hacia lo bajo de quién
si lleno de mis voces, no estoy ahí donde me siento.

Cuál extremo del río que cruzo sin cruzar es bueno para despertar del todo.



II

La noche lanza su costado encima del recorte de los cerros:
hondos como espaldas, tímpanos de negro,
el viento arrastra sobre ellos los humores de la niebla.
El paisaje es paladar de tierra y agua.

La culebra húmeda del viento muerde la más honda transparencia.
Zumban las colmenas del reposo.

La calma despierta:
trueno y sombra son piernas que mueven y remueven las distancias:
lo lejano hila con los dedos de mi mano.
Las nubes pulsan luz dentro de su sueño acampanado
-el rayo es su badajo silencioso.
Su estruendo no es el ruido; a punto de caer es su mecerse,
de la suagua huele a estancia que se amplía,
su casi caigo es dulce, morada adivinanza que reúne al hombre con su noche.

Cascabeles que florecen son la espuma del momento.

La noche es indecible.
La cuna de mis ojos vierte su semilla,
planta su costado
a la sombra de la lluvia con su calma dura
en medio de eso negro que se oye y es vibrante duda...
La sonrisa que nace es su respuesta:
La ignorancia que es raíz es mi resguardo.



III

Cabe la lluvia en las distancias de mi cuerpo.
No cielo: demuestro de nosotros en cascada;
cabe la lluvia en cada gota, cauce que une, universo,
se abren las manos increadas, posibles, discutidas, desbordadas:

Despierta el hombre, embarazo de su sueño;
la mujer en la ventana canta música sin sombras,
el agua de su boca escande cabellera de su espalda,
desciende y es morada de la vista;
los ojos beben alimento de su canto.
Ante ellos amanece la ciudad pequeña como un parque,
minuciosa en los contornos de la música que ruge.

En su remanso encuentro mi sentido,
camino una calle nueva, sin fronteras,
cada paso nuevo umbral
cada paso nueva voz iluminando la penumbra
cada paso




Laberinto

Recuerdas. Caminamos entre el tartamudeo de las piedras,
tanto y tan tontamente.
Una fijeza imposible nos demoraba.

Había un silencio que se unía a tu cabeza como una soga seca, recuérdalo.

Mi sombra dio un paso adelante.

Camaleón que duerme entre los dientes, la lengua no se inmutó. Hablamos
con murmullos sordos, el azul del cielo lo esparcía todo.

En el nido de los muslos, el recorrido de la sangre
ensayaba la gravidez de la carne.

Con ojos amarillos, sonreímos graciosamente, temerosos de despertar
en la parte trémula de la muerte.


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