jueves, 2 de mayo de 2013

JEAN AICARD [9719]


File:Jean Aicard photo.jpg

Jean Aicard
Jean François Victor Aicard (4 de febrero de 1848 - 13 de mayo de 1921) fue un poeta, dramaturgo y novelista francés.

Nació en Toulon. Su padre, Jean Aicard, fue un distinguido periodista. Comenzó precozmente su carrera en 1867, usando el seudonimo de Jean Dracia, con la obra Les Jeunes Croyances, para el teatro de Marsella.
Sus primeros poemas está dedicados a cantar la belleza de su tierra natal Provenza en Poèmes de Provence (1864-1878). Adcribe al romanticismo de moda en la época en su pintoresca obra Maurin des Maures (1908). Aichard también fue un dramaturgo, entre sus dramas merece destacarse la obra Le Père Lebonnard (1889), escrito en verso, que obtuvo notable éxito en Francia y en Italia. otras obras son Le Roi de Camargue (1890), L'ibis bleu (1893), L'Âme d'un enfant (1898), Tata (1901), Benjamine (1906), Maurin des Maures (1908) y La Vénus de Milo (1874), escrita tras el descubimiento de la estatua de la Venus de Milo.
Fue elegido miembro de la Academia francesa en 1909.

Obras

Poesía

Les Rebellions et les apaisements (1871)
Les Poèmes de Provence (1874)
La Chanson des enfants (1876)
Miette et Note (1880)
Le Livre d'heures de l'amour (1887)
Jésus (1896))

Novelas

La Vénus de Milo (1874)
Le Roi de Camargue (1890)
Notre-Dame-d'Amour (1896), online at: [1]
L'Âme d'un enfant (1898)
Tatas (1901)
Benjamine (1906)
Maurin des Maures (1908)
L'illustre Maurin (1908)

Dramaturgia

Pygmalion (1878)
Othello ou le More de Venise (1881)
Le Père Lebonnard (1889)







LO QUE HIZO PEDRO

A. ]. M. Saavedra Galindo.

He aquí lo que hizo Pedro siendo un niño. La historia
Refiriómela él mismo, y áun vive en mi memoria
Con sus mismas palabras. Relato peregrino
Fué el de Pedro. Escuchadlo:

-«Mi padre era marino;
Viajaba para tierras lejanas, y su ausencia
Duraba muchas veces un año. En la inclemencia
De las noches de invierno, las manos en la frente,
Veía yo a mi madre llorar amargamente,
Con los ojos cerrados, en el recogimiento
De su dolor, en tanto que afuera ahullaba el viento.»

-«Por qué cierras los ojos?», preguntarle solía;
Y enjugándose el llanto, mi madre respondía:
-«Para ver en el fondo de mi alma, hijo mío.»

-« ¿Y qué ves en el fondo de tü alma?»
-«Un navío
Que se inclina, azotado por la mar turbulenta.
Y a tu padre entre el negro fragor de la tormenta.)

-«Verlo también quisiera», dije, dándole un beso,
«No lloraré...
Y el día llegó al fin del regreso.
Luz y gozo mi padre trajo con su presencia,
Y olvidamos felices el dolor de la ausencia...
Mas siempre recordaba con indecible angustia
Las noches del invierno, la faz doliente y mustia
De mi madre llorosa, y aquel silbar del viento
Que temblar nos hacía con un temblor violento,
Al pensar con tristeza, y ante el dolor a solas,
En los barcos perdidos en medio de las olas.

Cuando por un momento salir yo la veía,
«Ya está llorando Pedro», de mal humor decía;
«Su llanto a todas horas ya de lo justo pasa!...»
Mas conmovido a veces no salía de casa.

En la sala, una noche, después de haber comido,
Mi madre y él hablaban, creyéndome dormido,
Mi padre le decía:

(-Muy temprano, mañana,
Con el barco saldremos para tierra lejana..
Será, como otras veces, larga la travesía,
Pero cada correo te traerá carta mía.

Vive tranquila, y siempre ten fortaleza y calma.
...Cuanto a Pedro, él es bueno, mas tan sensible su alma;

El hijo de un marino debe ser de alma fuerte
Porque tiene delante siempre el mar y la muerte.
Me hacen sufrir sus gritos y su llanto, y por eso
Me iré sin despedirme. me iré sin darle un beso.
¡Qué placer sentiría, qué alborozo sin nombre,
Si al volver lo encontrara ya convertido en hombre!
Si supiera que al alba por fuerza he de dejarlo,
Su dolor, ¡cuál sería!. .. ¡Me iré sin despertarlo!»

Así hablaba en voz baja, mas todo yo la oía.
En escuchar entonces, claro está, mal hacía,
Mas saqué gran provecho de haberlo todo oído,
Cuando creían ambos que estaba yo dormido,
y al oír a mi padre compadecer mi suerte,
Me dije: «¡Es necesario tener el alma fuerte!»

Cuando al siguiente día, ya en el cielo la aurora,
De salir de la casa para el puerto era hora,
De mi cuarto a la puerta se acercó sin ruido...
Acercóse en puntillas... me creía dormido;
y en silencio, inclinada sobre el pecho la frente,
Me miró con ternura... me miró fijamente.

Abrí al punto los ojos, y como quien delira,
En tanto que los brazos me tendía mi madre,

Dije en pie;
"¡Ya no lloro... Ya soy un hombre ... Mira,
Padre mío!"..,

Y entonces, quien lloró fué mi padre.

Traducciones poéticas: ISMAEL ENRIQUE ARCINIEGAS





Aprés le travail (extrait)

Car j’ai bien su t’aimer, ma Provence aux grands yeux,
Regard de ciel, regard de vague, -blonde et brune !
Je t’aime bien, Provence, -et j’ai mis ma fortune
A chanter tes beautés dont je suis orgueilleux !


Calendrier 1903



La légende du chevrier

Comme ils n’ont pas trouvé place à l’hôtellerie,
Marie et saint Joseph s’abritent pour la nuit
Dans une pauvre étable où l’hôte les conduit,
Et là Jésus est né de la Vierge Marie.

Il est à peine né qu’aux pâtres d’alentour,
Qui gardent leurs troupeaux dans la nuit solitaire,
Des anges lumineux annoncent le mystère.
Beaucoup sont en chemin avant le point du jour.

Ils portent à l’enfant, couché sur de la paille
Entre l’âne et le boeuf qui soufflent doucement,
Des agneaux, du lait pur, du miel et du froment,
Tous les humbles trésors du pauvre qui travaille.

Le dernier venu dit : « Trop pauvre, je n’ai rien
Que la flûte en roseau pendue à ma ceinture,
Dont je sonne la nuit quand le troupeau pâture.
J’en peux offrir un air, si Jésus le veut bien. »

Marie a dit que oui, souriant sous son voile...
Mais soudain sont entrés les mages d’Orient ;
Ils viennent à Jésus l’adorer en priant,
Et ces rois sont venus guidés par une étoile.

L’or brode, étincelant, leur manteau rouge et bleu,
Bleu, rouge, étincelant comme un ciel à l’aurore.
Chacun d’eux, prosterné devant Jésus, l’adore :
Ils offrent l’or, l’encens, la myrrhe, à l’Enfant-Dieu.

Ébloui, comme tous, par leur train magnifique,
Le pauvre chevrier se tenait dans un coin ;
Mais la douce Marie : « Êtes-vous pas trop loin
Pour voir l’Enfant, brave homme, en sonnant la musique ? »

Il s’avance troublé, tire son chalumeau
Et, timide d’abord, l’approche de ses lèvres,
Puis, comme s’il était tout seul avec ses chèvres,
Il souffle hardiment dans la flûte en roseau.

Sans rien voir que l’Enfant de toute l’assemblée,
Les yeux brillants de joie, il sonne avec vigueur ;
Il y met tout son souffle, il y met tout son coeur,
Comme s’il était seul sous la nuit étoilée.

Or, tout le monde écoute avec ravissement ;
Les rois sont attentifs à la flûte rustique,
Et quand le chevrier a fini la musique,
Jésus, qui tend les bras, sourit divinement.

Jean AICARD,
Les chansons de l’enfant, 1875








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