miércoles, 11 de febrero de 2015

TIRSO DE MOLINA [14.819]


Tirso de Molina

Tirso de Molina (pseudónimo de fray Gabriel Téllez; Madrid, 24 de marzo de 1579 – Almazán, 12 de marzo de 1648), fue un religioso mercedario español que destacó como dramaturgo, poeta y narrador del Barroco.

Tirso de Molina destaca sobre todo como autor teatral. Su dramaturgia abarca principalmente la comedia de enredo, como Don Gil de las calzas verdes, y obras hagiográficas como la trilogía de La Santa Juana o La dama del olivar. Se le ha atribuido tradicionalmente la creación del mito de Don Juan en El burlador de Sevilla, cuya primera versión podría ser de 1617, con la obra Tan largo me lo fiais, editada en el siglo XVII a nombre de Calderón y que parte de la crítica atribuye a Andrés de Claramonte (no así otro sector de críticos, que la tienen como una versión emparentada con un arquetipo común escrito por Tirso entre 1612 y 1625);1 en la citada obra, Don Juan, un noble sevillano, altera el orden social deshonrando a cuantas mujeres se le ponen delante y finalmente es castigado por la estatua funeraria de una de sus víctimas, el padre de una de las damas burladas, que lo mata y lo arrastra a los infiernos. También se encuentra en discusión la autoría de El condenado por desconfiado, comedia de bandoleros a lo divino. Tirso fue el primer autor que dio profundidad psicológica a los personajes femeninos, que llegaron a ser protagonistas de sus obras literarias.

Sus padres eran humildes sirvientes del Conde de Molina de Herrera. Blanca de los Ríos sostuvo que Gabriel fue hijo natural del Duque de Osuna, pero esa tesis carece de fundamento y hoy está completamente desacreditada, ya que de ser cierta Tirso habría necesitado dispensa papal para entrar en la Orden de la Merced. Además, el Duque de Osuna era entonces muy viejo y se encontraba acreditado en Nápoles. Por otra parte, la partida de nacimiento que alega doña Blanca es prácticamente ilegible y hace nacer a Tirso en 1584. Luis Vázquez, en su «Gabriel Téllez nació en 1579. Nuevos hallazgos documentales», en Homenaje a Tirso, L. Vázquez, ed., Madrid: Revista Estudios, 1981, pp. 19–36, documenta que nació en 1579. Ninguno de sus enemigos contemporáneos, por otra parte, le achacó ese origen.

Tirso de Molina fue un discípulo ferviente de Lope de Vega, a quien conoció como estudiante en Alcalá de Henares; toda su vida defenderá la concepción lopista del teatro. El 4 de noviembre de 1600 ingresó en la Orden de la Merced y tras pasar favorablemente el noviciado tomó los hábitos el 21 de enero de 1601 en el monasterio de San Antolín de Guadalajara. Se ordenó sacerdote en 1606 en Toledo, donde estudió Artes y Teología y empezó a escribir; ésta fue la ciudad donde vivió más tiempo, y desde ella hizo viajes a Galicia (en 1610 ó 1611), a Salamanca (en 1619) y a Lisboa.

En 1612 vendió un lote de tres comedias, y se cree que ya había escrito antes una primera versión de El vergonzoso en Palacio; de 1611 es La villana de La Sagra; de hacia 1613, El castigo del penseque y la trilogía de La santa Juana, y de 1615 data Don Gil de las calzas verdes; todavía este año estrenó en el Corpus toledano el auto Los hermanos parecidos. Ya por entonces, si bien cultivaba también temas religiosos, sus sátiras y comedias le habían granjeado problemas con las autoridades religiosas, lo que lo llevó a retirarse entre 1614 y 1615 al monasterio de Estercuel, en Aragón. Quizá por ello apenas figura en el Viaje del Parnaso de Cervantes.

Entre 1616 y 1618 estuvo en Santo Domingo, en cuya universidad fue profesor de teología durante tres años y donde además intervino en asuntos de su Orden. Esto le permitió conocer numerosas historias de la Conquista que usaría más tarde en sus obras. De vuelta ya en 1618, se instaló en Madrid, donde entre 1624 y 1633 aparecieron las cinco Partes de sus comedias; estas «profanas comedias» causaron un gran escándalo, de forma que el 6 de marzo de 1625 se reunió una de las Juntas con que el Conde-Duque de Olivares pretendía reformar las costumbres con el siguiente orden del día:

El escándalo que causa un frayle merçenario que se llama el Maestro Téllez, por otro nombre Tirso, con Comedias que haçe profanas y de malos incentivos y exemplos. Y por ser caso notorio se acordó que se consulte a S. M. de que el Confessor diga al Nuncio le eche de aquí a uno de los monasterios más remotos de su Religión y le imponga excomunión mayor latæ sententiæ para que no haga comedias ni otro género de versos profanos. Y esto se haga luego.

Así que se tomó la resolución de desterrarlo a Sevilla, donde residió en el Convento de la Merced, edificio que actualmente ocupa el Museo de Bellas Artes de la ciudad. En la dedicatoria de la Tercera parte alude a esta persecución, que no logró desalentar su vocación poética:

Gusano es su autor de seda: de su misma sustancia ha labrado las numerosas telas con que cuatrocientas y más comedias vistieron por veinte años a sus profesores, sin desnudar, corneja, ajenos asuntos, ni disfrazar pensamientos adoptivos. Tempestades y persecuciones invidiosas procuraron malograr los honestos recreos de sus ocios...
En 1622 participó en el certamen poético con motivo de la canonización de San Isidro, pero en 1625 la Junta de Reformación creada a instancias del Conde-Duque de Olivares le castigó con reclusión en el monasterio de Cuenca por escribir comedias profanas «y de malos incentivos y ejemplos», y pidió su destierro y excomunión mayor si reincidiese.

A pesar de todo, Tirso de Molina siguió escribiendo y no se tomaron medidas mayores contra él al desinflarse las disposiciones moralizadoras del Conde-Duque; es más, en 1626 pasó a residir en Madrid y fue nombrado comendador de Trujillo, por lo que vivió en la ciudad extremeña hasta 1629, año en que volvió a Toledo y posiblemente a Madrid.

Entre 1632 y 1639 estuvo en Cataluña, donde fue nombrado definidor general y cronista de su Orden y compuso la Historia general de la Orden de la Merced. En 1639 el pontífice Urbano VIII le concedió el grado de maestro; sin embargo, los enfrentamientos con miembros de su propia Orden lo llevaron al destierro en Cuenca en 1640. Sus últimos años los pasó en Soria, en el Convento de Nuestra Señora de la Merced, en el que fue nombrado comendador en 1645. Murió en Almazán en 1648.

Aunque una de las obras que se le atribuyen ha tenido una enorme influencia en la cultura mundial como origen del mito de Don Juan, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, en su tiempo la versión más conocida de la obra fue la versión primigenia, Tan largo me lo fiais, que según algunos críticos fue compuesta por el dramaturgo y actor Andrés de Claramonte, quien también podría ser el autor de La estrella de Sevilla.

Obras

Se han conservado unas sesenta piezas dramáticas de Tirso de Molina. Sin embargo, según su propio testimonio en el prólogo a la Tercera Parte, sin duda algo exagerado, habría escrito en 1634 unas cuatrocientas, con lo que habría sido uno de los dramaturgos más prolíficos del Siglo de Oro. La atribución de algunas de sus obras presenta, sin embargo, todos los ingredientes del más intrincado de los rompecabezas bibliográficos. Tal y como expone en El vergonzoso en Palacio, su idea de la comedia es la de un espectáculo integral para los sentidos y el intelecto, mostrándolo aquí:

¿Qué fiesta o juego se halla / que no le ofrezcan los versos? / En la comedia, los ojos / ¿no se deleitan y ven / mil cosas que hacen que estén / olvidados sus enojos? / La música ¿no recrea / el oído, y el discreto / no gusta allí del conceto / y la traza que desea? / Para el alegre, ¿no hay risa? / Para el triste, ¿no hay tristeza? / Para el agudo, ¿agudeza? / el necio, ¿no se avisa? / El ignorante, ¿no sabe? / ¿No hay guerra para el valiente, / consejos para el prudente, / y autoridad para el grave? / Moros hay si quieres moros; / si apetecen tus deseos / torneos, te hacen torneos; / si toros, correrán toros. / ¿Quieres ver los epitetos / que de la comedia he hallado? / De la vida es un traslado, / sustento de los discretos, / dama del entendimiento, / de los sentidos banquete, / de los gustos ramillete, / esfera del pensamiento, / olvido de los agravios, / manjar de diversos precios, / que mata de hambre a los necios / y satisface a los sabios. (El vergonzoso en palacio, II, 14)

Esta concepción del teatro es, pues, muy lúdica y artificiosa; para Tirso de Molina el artificio es esencial en la pieza artística, y la variedad es su sustancia misma:

Esta diferencia hay de la naturaleza al arte: que lo que aquélla desde su creación constituyó, no se puede variar, y así siempre el peral producirá peras y las encinas su grosero fruto [el arte sí admite variación, y por tanto] ¿Qué mucho que la comedia […] varíe las leyes de sus antepasados, e injiera industriosamente lo trágico con lo cómico, sacando una mezcla apacible destos dos encontrados poemas, y que, participando de entrambos, introduzca ya personas graves como la una, y ya jocosas ridículas, como la otra? (Tirso de Molina, Los cigarrales de Toledo).
La obra dramática de Tirso de Molina se caracteriza por la enorme complicación de sus argumentos, que a veces se hacen difíciles de seguir, como en el caso de Don Gil de las calzas verdes; posee, sin embargo, el secreto de la intriga y sabe cómo interesar al espectador con la infinita variedad de su imaginación:

«Mézclanse lanas diversas / en el telar de la vida / unas de color alegre / otras que, tristes, lastiman» (La huerta de Juan Fernández).
Sus personajes poseen una profundidad psicológica mayor que en otros dramaturgos de la época, y sus caracteres femeninos destacan a menudo en sus obras, como por ejemplo la reina María de Molina en La prudencia en la mujer. También suelen ser increíblemente enredadores e intrigantes (el prototipo de éstos sería, por ejemplo, la Marta de Marta la piadosa), de manera que siempre saben salirse con la suya y tienen salidas para las situaciones más apuradas, lo que atestigua el ingenio del fraile mercedario.

Tirso destacó sobre todo en la comedia, con piezas como Marta la Piadosa, Por el sótano y el torno, Don Gil de las calzas verdes, La villana de Vallecas y, dentro de la comedia palatina, El castigo del penseque, El amor médico y sobre todo El vergonzoso en palacio. Cultivó también las obras religiosas, tanto los autos sacramentales (El colmenero divino, Los hermanos parecidos, No le arriendo la ganancia) como los dramas hagiográficos (Santo y sastre, la trilogía de La santa Juana) y bíblicos (La mejor espigadora, sobre la historia de Ruth, y La vida y muerte de Herodes).

Escribió además dos misceláneas, Los cigarrales de Toledo (1621) y Deleitar aprovechando (1635), donde tienen cabida la novela cortesana, las piezas dramáticas y los poemas de distinta temática.

El estilo de sus obras es abiertamente conceptista, muy jugador con los vocablos, y en sus últimas obras algo culterano, pero siempre sobre un fondo conceptista.

Su reputación trascendió las fronteras española aun en vida, como demuestra el hecho de que la obra Opportunity de James Shirley se inspira en El castigo del penseque; sin embargo, superado por la fama de calderón de la Barca, Tirso fue un gran olvidado en España durante más de un siglo, hasta que a finales del XVIII algunas de sus piezas fueron tímidamente recuperadas por Dionisio Solís y Juan Carretero.

Dramática

No se trata de un índice exhaustivo; en negrita se señalan las obras teatrales destacadas por Edward M. Wilson y Duncan Moir en el capítulo quinto «Tirso de Molina» de su Historia de la literatura española, vol. 3: Siglo de Oro: teatro (Ariel).2 Las dataciones proceden del artículo «La creación dramática de Tirso de Molina» (1998) de María del Pilar Palomo Vázquez,3 y constituyen en general el terminus ad quem.

Comedias de capa y espada y palatinas

El vergonzoso en palacio (1611)
El Melancólico (1611)
Cómo han de ser los amigos (1612)
La villana de la Sagra (1612)
El castigo del penseque (1614)
Quien calla otorga (1614)
Marta la piadosa (1614)
Don Gil de las calzas verdes (1615)
Amar por señas (1615)
El amor médico (1620)
La celosa de sí misma (1620)
La villana de Vallecas (1620)
Celos con celos se curan (1621)
Por el sótano y el torno (1623)
Los balcones de Madrid (1624)
Amar por razón de estado (1625)
No hay peor sordo (1626)
Desde Toledo a Madrid (1626)
La huerta de Juan Fernández (1626)
Amar por arte mayor (1630)
Privar contra su gusto (1632, de privanza)
La firmeza en la hermosura (1644)

Comedias históricas

La república al revés (1611)
La dama del olivar (1614, novelesca, de honra villana)
Amor y celos hacen discretos (1615)
Los amantes de Teruel (1615)
Averígüelo Vargas (1621)
Antona García (1622)
La prudencia en la mujer (1622), sobre la reina María de Molina
Trilogía de los Pizarros (1626-1632)
Las quinas de Portugal (1638)

Comedias mitológicas

El Aquiles (1612)
La fingida Arcadia (1621)
Comedias religiosas y filosóficas[editar]
La joya de las montañas, Santa Orosia (una de las primeras obras de Tirso)
Los lagos de San Vicente (1607)
La gallega Mari-Hernández (1611)
La peña de Francia (1612)
La mujer que manda en casa (1612), sobre la historia de Jezabel
La ninfa del cielo (1613, de sátira política)
La Santa Juana (1613-1614)
Tanto es lo de más como lo de menos (1614)
La mejor espigadera (1614), sobre la historia de Ruth
El condenado por desconfiado (1615)
La vida y muerte de Herodes (1615)
Quien no cae, no se levanta (1624)
El mayor desengaño (1621)
La venganza de Tamar (1621)
El burlador de Sevilla (1612-1620)

Autos sacramentales

El colmenero divino (1613)
No le arriendo la ganancia (1613)
La madrina del cielo (1613, puede más bien considerarse una comedia de santos)
Los hermanos parecidos (1615)
El laberinto de Creta

Prosa

Los cigarrales de Toledo (1621)
Historia de la Orden de la Merced (1637)
Deleitar aprovechando (1635)






Al molino del amor

Al molino del amor
alegre la niña va
a moler sus esperanzas;
quiera Dios que vuelva en paz;
en la rueda de los celos
el amor muele su pan,
que desmenuzan la harina,
y la sacan candeal.
Río con sus pensamientos,
que unos vienen y otros van,
y apenas llego a la orilla,
cuando ansí escucho cantar:

Borbollicos hacen las aguas
cuando ven a mi bien pasar;
cantan, brinca, bullen, corren
entre conchas de coral;
y los pájaros dejan sus nidos,
y en las ramas del arrayán
vuelan, cruzan, saltan, pican
toronjil, murta y azahar.

Los bueyes de las sospechas
el río agotando van;
que donde ellas se confirman,
pocas esperanzas hay;
y viendo que a falta de agua
parado el molino está,
desta suerte le pregunta
la niña que empieza a amar:

-Molinico, ¿por qué no mueles?
-Porque me beben el agua los bueyes.

Vió el amor lleno de harina
moliendo la libertad
de las almas que atormenta,
y ansí le cantó al llegar:

-Molinero sois, amor,
y sois moledor.
-Sí lo soy, apártense,
que le enharinaré.




Alamicos del prado...

Alamicos del prado,
fuentes del Duque,
despertad a mi niña
porque me escuche;
y decid que compare
con sus arenas
sus desdenes y gracias,
mi amor y penas;
y pues vuestros arroyos
saltan y bullen,
despertad a mi niña
porque me escuche.



Yo os prometí mi libertad querida...

Yo os prometí mi libertad querida,
no cautivaros más, ni daros pena;
pero promesa en potestad ajena,
¿cómo puede obligar a ser cumplida?

Quien promete no amar toda la vida
Y en la ocasión la voluntad enfrena,
saque el agua del mar, sume su arena,
los vientos pare, lo infinito mida.

Hasta ahora con noble resistencia
las plumas corto a leves pensamientos
por más que la ocasión su vuelo ampare.

Pupila soy de amor; sin su licencia
no pueden obligarme juramentos.
Perdonad, voluntad, si los quebrare.



Panegírico a la casa de Sástago
(Poema inédito) 



A DON MARTÍN ARTAL DE ALAGÓN, CONDE DE SÁSTAGO,
MARQUÉS DE AGUILAR, SEÑOR DE LA CASA DE
ESPÉS Y DE LA VILLA DE PINA,
CAMARLENGO MAYOR DE ARAGÓN,
COMENDADOR DE ALCAÑIZ,
CAPITÁN GENERAL DE
LA GUARDIA TUDESCA,
GENTIL HOMBRE DE
LA CÁMARA DEL
REY NUESTRO
SEÑOR

Puesto que el que presuma
del Fénix escribir en breve suma
lo que ni vio ni sabe,
átomos cuenta al aire, al mar la espuma,
si no es que la misma ave 
del sol le dé una pluma
que corte de sus alas
(envidia al mayo y a los vientos galas),
el mismo atrevimiento
generoso blasón es de su intento 
y célebre delito
pretenderse arrojar a lo infinito,
si ennoblece al autor el argumento,
pues, si ninguno al Fénix describiera,
recelando el asunto 
a la noticia general difunto,
siglos no más que para sí viviera.

 Ínclito conde, esclarecida rama
de aquel árbol que, regio,
del tiempo es excepción y privilegio, 
pues Jaime augusto sucesor te llama,
y el gran don Pedro nieto suyo egregio,
las plumas de tu fama
mi pluma vivifican:
pluma del Fénix es, tú el Fénix dellas,
si suma las estrellas
y las que al mar espumas multiplican,
medrara la osadía 
(ya que el efecto no) la pluma mía,
sin recelo que vuele como aquéllas 
de fábrica imperfeta,
que han dado que llorar, hasta hoy, a Creta,
ni el túmulo solene
envidiaré del hijo de Climene,
de Apolo coadjutor cuando cometa, 
pues, cuando cisne en tu ala blanca cante,
ni el Po de cristal pulcro
me prevendrá sepulcro,
ni temo Ícaro ser por arrogante,
que pluma que a tu cielo 
sublime atreve el vuelo,
si es de cera por mí, por ti es diamante.

 Oye grato, oh gran conde,
de tu gloriosa alcuña
epítome no más, no nobiliario, 
que si a pagarte empeños corresponde
como Aragón Sicilia y Cataluña,
no formarás querellas Belisario.
Hurtó el tiempo cosario
la inmemorial noticia 
que a la gentilidad tu estirpe clara
materia ofreció rara,
toga a la paz y arnés a la milicia:
¡oh trágica avaricia
de Saturno voraz, que en nuestros daños 
las memorias te tragas con los años,
fatal pensión de la primer malicia!
Solamente averiguo
que fue tu tronco antiguo
la casa de Guiana 
en tu origen ducal y soberana,
pues mereció el valor de su decoro
ser hoja de la lis francesa, de oro,
diadema flor del águila alemana:
tales progenitores 
te destinó del cielo el estatuto,
porque, si lises los coronan flores,
en ti pronosticasen noble fruto,
veneración eterna a los franceses
Annales tu sangre augusta en títulos Vandreses. 
Çurita
Empor.: Artal Vandrés fue el Alagón primero
D. Al° que annales y papeles
de Aragón, su nombre nos describen.
año 1133 Ya en Aragón contra el alarbe fiero
adquiriendo laureles 
que verdes siempre en tu cabeza estriben,
hazañas le aperciben
blasones inmortales
que el rey batallador (que murió en Fraga),
reconocido paga 
(si hay paga en rey para servicios tales).
Aquel héroe valiente
la villa de Alagón (entonces mora),
que inexpugnable ignora
cristianos pies sobre su torpe frente, 
combate con su gente,
y en ella entra triunfante,
abatida la luna del turbante,
y la cruz consagrando sus almenas.
Trofeos son, de que se adornan llenas, 
pendones, dulimanes, cimitarras,
dignos de tanto empeño.
Dásela al rey su dueño,
porque extienda el imperio de sus barras,
y don Artal, porque ilustrarla pueda, 
el feudo y nombre de Alagón hereda.

 Allí a la eternidad construyó asiento
el primer Alagón, afable halago
de la naturaleza y la fortuna.
Allí, de tanta estrella firmamento, 
Cipión de España, debeló a Cartago,
sol de la fe, contra africana luna.
Allí, eterna coluna
de la Iglesia (que en él halló defensa),
Artal Vandrés conmuta el primer nombre 
en el de Alagón ínclito, que asombre
del Magno macedón la fama inmensa.
No nube obscura y densa
podrá eclipsar la llama,
que allí famas añade a tanta fama 
contra la envidia, que oprimir las piensa.
Allí el moje Ramiro
que hasta el solio ascendió desde el retiro,
festeja cortesano
al grande Alfonso, emperador hispano, 
séptimo en nombre y en valor primero;
y en fe de lo que estima
aquella villa, que tembló a su acero,
de suerte la sublima
que afable se intitula 
reinar, como en León, como en Toledo,
en Alagón también, con que la adula
el monarca español –decirlo puedo–
cuando en ella coloca su real silla,
pues la iguala a sus reinos de Castilla. 

 Ya en sucesión fecunda
tus claros ascendientes,
soles del sol Artal, que los inunda
de rayos eminentes,
héroes a su Aragón multiplicaban, 
y invictos a sus reyes obligaban
solícitos, leales y valientes,
Rey cuando aquel nuevo Marte
D. Jaime Jaime, primero en nombre,
el primero terror del Alcorán, luz de la crisma, 
aquél cuyo estandarte
católico a Valencia dio renombre,
y a quien la reina misma
de los supremos coros
se apareció en persona, 
esmaltando sus rayos la corona,
horror mortal de los blasfemos moros,
mandándole que funde generoso
la religión que a Dios humano imita,
redimiendo –como él– gente infinita, 
sus barras por blasón al pecho honroso,
porque el alba, que al sol su Dios recrea,
monarca redentor quiere que sea
rey juntamente Jaime, y religioso.
Este, pues, vencedor, nunca vencido, 
indignado que goce el agareno
del reino más ameno 
que a Venus concha dio, cuna a Cupido,
de acero real, como de fe, vestido,
el formidable bronce tocar manda, 
hiere la piel tremenda la baqueta,
y uniformes la caja y la trompeta
católicos convoca a la demanda.
Despierta la paz blanda
pero sorda a su rey la rebeldía, 
a Jaime, que los llama, no obedece
cuando al valor leal, que al pecho cría,
don Blasco de Alagón solo se ofrece
y a sus expensas batallón alista:
marcha con él don Jaime a la conquista 
del reino de Valencia,
que la fidelidad y la experiencia
de don Blasco es bastante,
sin llevar otra ayuda,
a que el invicto rey no ponga duda 
de que a la luna infiel postre menguante,
pues todas las memorias
de annales, de corónicas, de historias,
dan el lugar primero
entre los españoles al acero 
del gran don Blasco, exagerando glorias,
porque añada la fama, en vuelo leve,
el décimo laurel entre los nueve.

Año1229 Tanto crédito cobran sus hazañas,
que le fía Ceit desposeído 
la fiel restauración de su corona;
marcha con él y pasa las montañas,
llega a Valencia, admítenle aplaudido,
y en ella al moro amigo aposesiona.
Ceit, como blasona 
lealtad (aunque africano)
a don Blasco promete ser cristiano
y parias le tributa,
pero él (que, cuando vence, no desfruta)
su acción al rey aragonés traspasa, 
quien quita y da diademas
y obedecido está de las blasfemas
naciones, que en Arabia el sol abrasa:
¡bien merece el blasón, por excelencia,
de Cid aragonés, rey de Valencia! 
Sube de humilde suerte
a la mayor privanza
del belicoso rey, Pedro de Haones;
intenta dar la muerte
al joven Jaime (célebre esperanza 
del solio, que eslabona tres naciones).
Saca para él la espada,
mas don Blasco se opone al homicida,
a su príncipe ampara, y da la vida,
y la que en el traidor, mal empleada 
a tanto insulto, el brazo precipita,
valiente se la quita.
Zaragoza, por esto alborotada,
sigue el furor tirano
del obispo y hermano
del Haones bien muerto.
Vuela don Blasco, y pónela en concierto,
temblándole la plebe amotinada,
pero suele premiar servicios tales
ciega pasión de ingratitudes reales. 
Aquel monstruo esqueleto,
cherub primero, sierpe en otro instante,
que pertinaz no hay ingo que le dome;
el que en lo natural fue el más perfeto,
y ahora el más horrible y arrogante, 220
áspid traidor, que sus entrañas come:
la envidia, en fin, que fiera
al mundo emponzoñó, culpa primera,
su contagión derrama
contra don Blasco, aragonés Teseo, 
Año y procurando obscurecer su fama
1232 convoca aduladores al empleo
de tan civil y torpe estratagema.
Hablan mal dél al rey sus detractores,
oblíganle a que tema 
de tanto sol los claros esplendores;
convierte en disfavores
la real benevolencia:
severo de su patria le despide.
Pero él, que cuerdo mide 
su justa indignación con su obediencia, 
partiéndose a Valencia,
acogimiento grato
halla en Ceit, que, viéndole consigo,
ya no recela el bélico aparato 
que contra él apercibe su enemigo,
que por don Blasco de Alagón confía
su reino dilatar a monarquía.
Y, aunque la envidia, en vano, sombras muerde,
la virtud, que se lleva sus tesoros 
en sí misma, entre moros
halla el favor que entre cristianos pierde.

 Falta don Blasco, en fin, y a la corona
el más precioso esmalte;
fáltanle los aceros a Belona; 
falta, sin él, quien el Bautismo exalte.
¿Qué mucho que le falte
a Aragón ardimiento
para tanta conquista,
si don Blasco Alagón falta a su vista, 
suerte a la guerra, gala al lucimiento,
consulta al escarmiento?
El rey desengañado
despeja lisonjeros de su lado.
Al Alagón revoca 
del indigno destierro;
aumenta envidias a la envidia loca,
y con aplausos dora el primer hierro.
Entronízale más el rey prudente,
y en su privanza ocupa lo eminente, 
conque ejemplar al lisonjero avisa
que el que estropieza corre más aprisa.
Concédele que cuanto
por su persona en la conquista adquiera
le reconozca su absoluto dueño, 
y Blasco, agradecido a favor tanto,
los límites ensancha a la frontera,
obligando el valor al desempeño:
Morella (aunque pequeño
lugar inexpugnable, 
y el primero que el reino de Valencia
lloró, rendido a la marcial violencia)
Año besa los pies de Blasco insuperable. 

De hazaña tan notable
tocó la envidia el generoso pecho 
(puesto que fue en provecho
del rey), que no quisiera
que otro que él debelara
fuerza al moro tan cara,
y de aquella conquista la primera. 
Pídesela en recambio
de algún lugar que aquiste en su comarca,
pero él (que hazañas solas toma a cambio,
y es su premio servir a su monarca)
el interés no admite, 
de gracia se la ofrece,
y el generoso rey (que no apetece
que liberal vencer le solicite)
volviéndole lo mismo que le ha dado,
a Sástago le dona 
por juro de heredad, para su estado,
proporcionada acción a tal corona,
de modo que adquirió, por ofrecella,
a Sástago, don Blasco, y a Morella.
Prosigue en la conquista valenciana: 
asalta Lamas, fuerte y noble villa,
que aseguró al infiel la alarbe silla
presidio de su reino, Burriana.
Desde ella, después, gana
fortalezas sin suma: 
la admiración las cuente, no la pluma,
pues sabe la experiencia
que a faltarle don Blasco de su lado,
nunca Jaime (aunque siempre afortunado)
rey llegara a llamarse de Valencia. 
Lo que envidia y fortuna no pudieron
pudo la cobardía,
pudo la suerte avara:
peligros a sus plantas se rindieron,
a traición le asaltó la alevosía, 
que no osara la muerte cara a cara.
Poco el valor repara
en riesgos contingentes.
¿Quién pudo prevenir los accidentes
a que el destino intrépido condena? 
Entró por fuerza de armas a Villena
(Valencia ya a su dueño conquistada):
resístenle en las calles moros bríos,
pero es rayo de Júpiter su espada.
Cuantas casas habitan, tantos ríos 
en sangre, son del pueblo inundaciones:
¿quién vio de sangre nunca Deucaliones,
ni quién jamás creyera
que una flaca mujer postrar pudiera
a Marte, ni enlutar los Alagones? 
Desde un terrado arroja
una africana vieja
a don Blasco una teja,
segunda vez en sus heridas roja.
La traición le derriba, y la congoja: 
cayó el heroico Atlante,
cayó Aragón con él, y el inconstante
furor de la Fortuna,
ciego Sansón, derriba la coluna
a su rey y a su patria, de diamante. 
Murió venciendo, y laureó el destrozo
de su pérdida trágica la suerte:
Año su victoria mezclada con su muerte,
1237 el llanto eslabonado con el gozo.
Lloróle el rey, lloróle la nobleza, 
la plebe lo lloró, que sin reparo
todos, Blasco perdido,
perdieron el aliento, antes temido,
su defensa Aragón, la fe su amparo,
mas su memoria no, que no hay quien prive 
valor que aunque le pese al tiempo vive.
Rey Don Artal de Alagón, con el estado
D. Pedro que a su padre heredó, también hereda
el igual, si no mayor, grandeza y fama.
Grande Don Blasco asiste en él, no en su traslado; 
no la copia, el origen en él queda:
¡duplicado este sol vive en su llama!
Yerno suyo la llama
aquel magno don Pedro, que eslabona
a su inmortal corona 
perpetuidad eterna en su familia 
con el trinacrio reino de Sicilia,
y en ella don Artal, de quien blasona
el mismo rey deberle el poseerla
contra la lis, que quiso malograrla: 
tanta constancia muestra en defenderla
como don Pedro el Grande en conquistarla.
No basta a contrastarla
todo el poder de Europa,
no la mesma tiara; 
navega su fortuna viento en popa,
su derecho y justicia el cielo ampara.

 Junta el francés ejércitos sin suma,
mas del rey y de Artal las fuerzas solas
escollos son contra la blanda espuma, 
promontorios diamantes a sus olas.
La cólera francesa
(despojo de las armas españolas)
pretende, loca empresa,
quitarle la corona aragonesa 
al magno Pedro de las nobles sienes.
Entra por Perpiñán tan poderoso,
que le da la lisonja parabienes
del nuevo imperio que soñó ambicioso.
Destrúyele furioso 
cuanta comarca ciñe a Barcelona.
Sitia luego a Girona,
mas nuestro rey prudente y industrioso,
no hallándose bastante
a ponerse en campaña 
contra campo, al de Jerjes semejante,
ocupa la montaña
con no más que quinientos
almogávares, puesto que temidos,
de pieles y valor sólo vestidos, 
pero mucho mejor de atrevimientos:
cincuenta mil franceses,
y Filipo con ellos rey altivo,
a don Artal y sus aragoneses
rinden los cuellos, sin quedarles vivo 
quien con la triste nueva vuelva a Francia:
¡ansí la razón postra a la arrogancia!
Cubrió el fúnebre luto,
muerto su rey, los pocos que quedaron
y humildes a don Pedro suplicaron 405
les dé salvoconduto
para libres salir de Cataluña.
Otórgale piadoso.
Con el cadáver real llega a Gascuña
el campo, que poco ha tan numeroso 
asombraba a la tierra;
y el magno aragonés, que victorioso
a don Artal da el lauro desta guerra,
con su hija le desposa
doña Teresa Pérez, tan hermosa 
que, cuando le faltara
de padre tal estimación tan clara,
por sola su belleza
la apeteciera la mayor alteza,
conque Alagón segunda vez repara 
la sangre real Guianesa
que, ya casi olvidada por antigua,
ahora majestades atestigua,
rama ya de la augusta aragonesa.

 No fue don Artal solo, 
el Alagón, espanto
de las tres azucenas:
otro hermano, otro Apolo
cubrió a Francia de llanto,
y en Palermo de palmas sus almenas. 
Historias están llenas
de lo mucho que hizo
don Blasco de Alagón, a quien la fama
segundo César llama;
lo que en Sicilia a Marte satisfizo; 
lo que Alfonso Tercero
les debió a las victorias de su acero,
que, a no haber Alagones,
no lograran las barras sus blasones.
 Don Artal entretanto 
en Zaragoza ataja demasías
de su obispo, que afecta rebeldías,
contra el ejemplo de su oficio santo: 
al pastor sedicioso pone espanto,
quitándole las rentas, 
por orden de su rey, que se lo manda,
y deste modo aquella fiera ablanda,
que requiere el furor fuerzas violentas.
Prívale de Albalate,
despójale de Andorra, 
impide que de Ariño se socorra,
y en fin le obliga a que escarmiente y trate
(humillándose al rey) de la templanza
que el cargo pastoral sagrado pide,
de don Artal creciendo la alabanza, 
que con clemencia los rigores mide.
Jaime Segundo, que en su esfuerzo espera,
de Aragón le confirma la bandera,
Alférez General del reino todo,
premiando sus servicios deste modo, 
su casa, de este título heredera,
los infantes le llaman primo hermano;
asiéntanle a su mesa;
y, porque ampare el reino siciliano,
Capitán General a tanta empresa 
de Calabria le nombra.
Vence, conquista, asombra,
y la lis coronada
diversas veces a sus pies postrada,
tiembla del apellido 
de Alagón en las lides repetido:
¡tanta palma y laurel medró a su espada!

 La envidia aduladora,
como a don Blasco, al hijo,
su lealtad con su príncipe desdora 
contra el valor, veneno al fin prolijo.
Mas don Artal, que sus blasones cela,
a Barcelona vuela
dejando la Calabria asegurada
y al crédulo monarca satisface. 
Enmudece a sus ojos la malicia,
resplandece la luz de su justicia,
con el rey su privanza confirmada.
Ataja competencias y pesares,
y trocando con él, Jaime, lugares 
(fácil para su esfuerzo el no rendillos) 
le hace entrega de villas y castillos,
como son el de Arcaine, Oliet, y el de Ares,
puesto que el rey, que a su lealtad se inclina,
le da por ellos a Alcubierre y Pina, 
de quien su descendencia hasta hoy es dueño,
para tanto valor premio pequeño.
Pero la emulación ¿qué no arruina?

 Vuelve a Sicilia Artal, donde su hermano
al rey Fadrique del francés defiende. 
Vence a Roger de Lauria, y luego prende
al de Brena a la vista del Gallano;
éste, soberbio tanto como vano,
con mil hombres, que pone en emboscada,
trecientos del Artal vencer confía, 
mas no cede al ardid la valentía
que va de la prudencia acompañada.
Acomete a la armada
de Génova, con solas dos galeras,
échale a fondo tres, y dos le coge; 
vuelve a Palermo, donde sus banderas
Carlos francés, sitiándola, descoge,
mas con las manos torna en la cabeza.
De Artal la fortaleza
adulan los destinos y la suerte, 
mas no por ambicioso pierde el seso.
Juran llevarle preso
trecientos que se llaman de la muerte,
porque a nadie dan vida.
Asáltalos Artal con solos ciento, 
y con infame huida,
desmintiendo su fuga el juramento,
con razón de la muerte se dijeron,
pues a manos de Artal la consiguieron,
que así el valor destruye 
a quien jura en la paz y después huye.

 Recíbele Fadrique
con triunfo augusto y apacible cara,
y, porque sus estados multiplique,
de Sinópoli, Misia y de Ficara 
le da las baronías
(cortedades con él las demasías).
Santa Cristina, insigne fortaleza,
Monte León, aunque lugar pequeño,
también le llaman dueño. 
La milicia le tiene por cabeza:
segundo, después dél, el rey pregona
que es Artal en Sicilia,
que un príncipe magnánimo concilia
voluntades que guarden su corona. 
Gran Mariscal le hace,
Gran Justicier también, y todo es poco
para quien ni las dichas vuelven loco,
ni tímido lo adverso, porque nace
invencible coluna 
contra el tiempo, los hados y fortuna.

 A don Blasco, su hermano,
premia también del rey la franca mano,
con las nobles ciudades
de Semenara antigua y Marturano, 
que en Calabria le deben libertades;
y, atropellando Artal temeridades,
intrépido camina
a descercar la célebre Mesina,
cuando por agua y tierra 
Carlos la sitia, en Nápoles monarca.
Mas apenas Artal dentro se encierra,
cuando, acudiendo toda la comarca,
dan al francés tal rota,
que, destrozando ejércitos y flota, 
quedó a su costa Carlos persuadido
que don Artal no sabe ser vencido.

 Allí ya victorioso le destina,
y le apercibe al último desmayo
el cielo, porque dél tiene deseos; 
allí lloró Fadrique su ruina,
ya sin llamas el más tremendo rayo
que al fulminante dios colgó trofeos.
Debióle a sus empleos
Fadrique el reino, que tembló a las lises, 
Artal su Eneas, como el rey su Anquises.
Sirvió desde la cuna
a cinco reyes (célebre fortuna):
a dos Jaimes famosos,
a don Pedro el Tercero 
que, apenas en su abril, secó su enero,
a Alfonso y a Fadrique valerosos;
objeto de envidiosos
desbarató leal sus asechanzas,
pues dándole esperanzas 
de sublimar el rey francés su suerte,
si a su servicio pasa,
fiel don Artal, y a tal combate fuerte,
pospone los aumentos de su casa,
permanece invencible, 
y de su rey olvida los agravios,
que ansí conquistan los varones sabios
del interés la sugestión terrible,
siendo excepción (si bien todo lo abarca),
el alma noble del metal monarca. 

 Dos claros sucesores
las lágrimas templaron,
que, aún hoy, por don Artal Aragón llora,
héroes de su valor imitadores,
que a Cerdeña a sus reyes allanaron 
D. Pedro la patria suya, a tal valor deudora.
el 4° Don Blasco de Alagón, por quien mejora
Año 1343 don Pedro el Cuarto la orla de su escudo,
pues por él sus victorias encamina,
barón, como de Sástago, de Pina, 
que el reino de Sicilia usurpar pudo,
cuando, muerto Fadrique,
Ludovico en la cuna se recela
de que el francés sus máquinas fabrique,
que porfiado por Sicilia anhela; 
don Blasco la tutela
del niño rey por cuenta suya toma;
y, cuando al solio el reino le convida,
a la mesma ambición dejó corrida,
avergonzando al dictador de Roma. 
Rebeldes ciegos doma,
y a la reina arrogante,
madrastra (madre no) del tierno infante,
leal y cuerdo enfrena,
la familia tirana desordena 
de los Claramonteses,
bando afecto y parcial de los franceses,
que tanto aquesta isla han invadido; 
destruye su partido,
del reino los destierra, 
la armada genovesa quema y roba,
en Calabria conquista a Terranova,
Numa en la paz y César en la guerra.
A la casa de Pálici traidora
que levantarse con el solio intenta, 
saca del reino, con aleve afrenta,
su lealtad de Sicilia protectora,
y a sus pies la ambición y la malicia:
¡triunfa la fe y ampara la puericia!

 Embárcase a Mallorca el Cuarto Pedro, 
contra don Jaime, hermano suyo ingrato;
llega a su puerto el bélico aparato,
y, viendo su desmedro
el mallorquín, defensas apercibe.
Pero don Blasco, noble honor de España, 
que a su rey acompaña,
asalta el muro en que su esfuerzo estribe.
No hay máquina mural que le derribe,
atropella escuadrones, que coronan
la cerca mallorquina; 
vence y destroza el gran barón de Pina
cuantos contra él hostilidad blasonan,
y en la torre más alta,
el estandarte de don Pedro exalta,
hasta que el rey, despojo desta empresa 
la mano humilde de su hermano besa,
el Atlante don Blasco de su fama
merecedora, por hazañas tales,
de cívicas diademas y murales,
con las del roble, del laurel y grama. 

 Triunfó del triunfador la edad prolija,
murió para vivir eternamente.
Año Sucédele otro Artal, como el primero,
1535 con otros dos porque Aragón erija
con este triunvirato la alta frente, 
y vuelva el Siglo de Oro, si es de acero.
Don Blasco fue el segundo, y el tercero
don Joan, cada uno Marte:
ansí la sangre de Alagón reparte 
sus ramas por Sicilia y por Cerdeña. 
En Zaragoza el mayorazgo enseña
lo galán, lo valiente y lo discreto,
tan magnánimo, afable, y tan perfeto,
que su caudal en él España empeña.

 En Sicilia don Blasco 
a las francesas olas es peñasco,
firme en sus hombros de Aragón el nombre,
la reina Joana en Nápoles lo diga,
a cuyo campo obliga,
que, huyendo roto, un Alagón le asombre; 
y arrojándose torpe a la marina
deje el inexpugnable
Yaqui, castillo cerca de Mesina,
llorando su destrozo miserable.
Don Joan enfrena al sardo 
(al paso valeroso que gallardo),
témele Pisa, Génova se humilla,
eternizando de Aragón la silla
en Cáller, su metrópoli famosa;
sucesión deja en ella generosa, 
que, emparentando con la ilustre casa
de los ínclitos jueces de Arborea,
tan adelante su nobleza pasa
que ordena el cielo que su nieto sea
Don un marqués de Oristán, un don Leonardo 
Alonso el de Alagón y Arborea, que al bastardo
4° de opositor glorioso desposea,
Aragón y, faltando la línea de varones,
le herede el rey de España,
preciándose de sangre de Alagones, 
digna de tanto solio, tanta hazaña,
y de que, cuando abarca
un mundo y otro el español monarca,
estimen, a pesar de ginoveses,
intitularse de Oristán marqueses. 

 Mortales enemigas
fueron en otro siglo las que ahora
casas anuda amor en lazo tierno:
las de Híjar y Alagón, que, haciendo ligas,
en bandos cada cual competidora, 
en ellas el rencor se juzgó eterno.
Mas don Alonso el Cuarto, que al gobierno
de su corona sabe
cuanto la paz de entrambos necesita,
mezclarlas solicita 
en tálamo suave,
y en suyo regalado, el odio grave
a pesar de discordias convertido,
la más casta y hermosa
matrona que Aragón ha producido 
con don Blasco, su opuesto, se desposa,
digno Alagón de tan feliz empresa,
y emulación del sol doña Marquesa
Fernández de Híjar, siendo su consorte,
admiración festiva dio a la corte, 
como el gozo también, doña Teresa
de Alagón, que dio el alma con la mano
a don Alfonso, de Marquesa hermano.
Feriándose los dos joyas tan bellas,
nacieron soles destas dos estrellas: 
los Alagones, que este polo admiran,
y por su causa a nueva fama aspiran,
los héroes de Híjar, cuya luz y hazañas
coronan de laurel las dos Españas,
y en quien su sangre estimaciones funda, 
de tanto rey propagación fecunda,
el que hoy adornan prendas peregrinas,
y al imposible le cumplió el deseo,
duque de Híjar y conde de Salinas,
Sarmiento, y Portugal, que Ribadeo, 
como Alanquer, veneran por su Apolo,
solo en la bizarría,
aire, destreza, agrado, cortesía,
y paralelo, oh conde, tuyo sólo.

 Un alma sois los dos, que en lazo estrecho 
y en recíproca estima,
si dos cuerpos anima,
indisoluble unión las ata un pecho.
La amistad en los dos ha satisfecho
deseos, que logró con aplaudiros 
por españoles Darios y Zopiros
los Pílades y Orestes, los Damones,
los Picias, los Patroclos, los Aquiles, 
del amistad honor, del tiempo abriles,
Híjares, en efecto, y Alagones. 

 Tosco pincel, insuficiente pluma,
las ramas ha pintado
del árbol de Alagón, conde excelente;
en torpe y breve suma,
tu antigüedad en ellas he cifrado; 
no los que veneró siglo presente:
temeridad valiente
fuera emprender hazaña
con qué admirar a España,
si, como osado soy, fuera elocuente. 
Tiempo habrá que lo intente,
si Apolo sutiliza
del cisne que te canta
pluma en mi mano para empresa tanta.

 Confesará, hasta entonces, mi silencio 
lo mucho que tu fama reverencio,
mientras conde te goza
tu Sástago, y te llama Zaragoza
camarlengo en su reino, o señalero
Aguilar, su marqués Espés, y Pina 
su célebre barón, de quien espero,
si el cielo mis afectos encamina,
que, si Alcañiz te fía su encomienda,
el rey monarca su tudesca guarda
(de tan diestro escuadrón prenda gallarda 
Capitán General de tanta prenda),
porque tu nombre célebre se extienda,
digno de tanta fama, tanto nombre,
en su cámara augusta gentilhombre,
con cargos a tus méritos iguales, 
acrecientes blasones a los reales
que de tu sangre heredas,
conque eternices tu invencible acero,
y dar materia a mis heroicos puedas,
tú el Alejandro mío, yo tu Homero. 


Capellán todo de V. S.°, mi Sr.,
El M° Fr. Gabriel Téllez
 (Firma y rúbrica autógrafa) 







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