jueves, 10 de julio de 2014

JOSÉ ANTONIO DOMÍNGUEZ [12.247]


José Antonio Domínguez 

Poeta proveniente de Honduras, nacido en Juticalpa, en el departamento de Olancho, en el año 1869. Luego de haber completado sus estudios secundarios, comenzó a cursar Jurisprudencia y Ciencias Políticas en la universidad, carrera que completó y que le otorgó su licenciatura. Más tarde, obtuvo diversos puestos laborales para el gobierno, entre los que se cuenta su participación como Diputado en el año 1898 en Nicaragua. 

Lamentablemente, diferentes cuestiones personales que no son de público conocimiento lo llevaron a quitarse la vida a la edad de 34 años, más precisamente el 5 de abril del año 1903, en su ciudad de nacimiento.

Si bien Domínguez no llegó a explorar todos los rincones de sus sensibilidad como escritor, las obras que legó representan un importante patrimonio nacional para su tierra. Su estilo depurado y ornamentado resulta perfectamente adecuado a sus reflexiones, a la pasión con la que parece haber observado la vida, las relaciones humanas, y es destacable el hábil uso del lenguaje con el que disfraza el sufrimiento de anhelos, las frustraciones de deseos. 

Además de los libros que no llegó a publicar en vida, como "Primaverales" y "Últimos versos", su nombre se asocia a algunos de sus poemas, tales como "Amorosa", "Hojas", "La musa heroica", "Humana" y "Toques".

Considerado junto a Juan Ramón Molina y Froylán Turcios los máximos exponentes de la literatura moderna, el olanchano José Antonio Domínguez (1868-1903) es un personaje cuya producción literaria recién se conoce gracias al excelente trabajo investigativo del doctor Héctor M. Leyva quien logró recopilar el libro: Obra poética de sus manuscritos (1885-1903) y publicada en 2008 por la Editorial Cultura de la Secretaría de Cultura, Artes y Deportes, bajo la dirección de la licenciada Rebeca Becerra.

Llama la atención sobre este poeta hondureño su personalidad afectada internamente por una conflictividad emocional, su brillante genio en la composición de los más hermosos versos, su amor por Honduras y el tiempo en que transcurrió su vida enclaustrada en un espacio interno reflexivo, trascendente y por el otro, el externo, cuando quizás se sintió incomprendido al extremo de optar por el suicidio.

Historiadores lo describen como un hombre de fisonomía poco atractiva, de tez oscura, pero de una clara inteligencia. El doctor Héctor M. Leyva señala que Domínguez estudió magisterio allá por el año 1882 en Tegucigalpa, “cuando el gobierno de Marco Aurelio Soto y Ramón Rosa en sus esfuerzos por promover la educación pública buscaba reclutar y promover los mejores talentos del país para incorporarlos a esta tarea. José Antonio Domínguez de 14 años, obtuvo una de las dos becas concedidas al departamento de Olancho” (Leyva: pág 8: 2008). 

Es así que Domínguez recibe la influencia del reformismo, impulsado por Soto y Rosa acompañado del romanticismo de la época en donde apareció la figura del profesor cubano Tomás Estrada Palma (que luego en 1902 se convirtió en presidente de Cuba) quien despertaría en él, su afición por las artes y la literatura. 

En 1885 Domínguez obtuvo el título de Maestro de Instrucción Pública, en 1886 el de Bachiller en Ciencias y Letras hasta que, en 1890 se graduó de Licenciado en Jurisprudencia en la Universidad Nacional y de Abogado en 1891.

Sus manuscritos que permanecieron inéditos durante muchos años después de su muerte, hablan del amor patrio, de la ciencia y el desarrollo de la nación, de la vida de pesadumbre, dolor y lágrimas, de la nostalgia y de la ausencia de motivación para continuar viviendo. No en vano en uno de sus versos cita:…“quiero ver mi desdicha y mis despojos…y quiero ver mi destino cara a cara”.

Ese anhelo de no seguir viviendo que le atormentó toda su vida, a pesar de ser un intelectual brillante de su época, lo reflejó varias veces durante las facetas de producción de sus versos. Para el caso en su poema Estrofas, escrito el 15 de agosto de 1887, Domínguez escribió:...“Hoy sin reposo ignoto peregrino, perdido en la mitad del universo, juguete soy de mi feroz destino, cual leve paja que arrebata el cierzo…”. 

En otras ocasiones lo dominó el amor platónico, como aquel verso que produjo en su poema Edelmira y que dice: …“¡Si esa mujer que delirante adoro, tiernos sus ojos hacia mí tornara; si ver pudiera mi doliente lloro y mi continuo afán, tal vez amara…!”

El amor a la patria contenida en la corriente romanticista, embargó también parte de su breve existencia. Dedicó múltiples versos a los guerreros de la libertad y del progreso, como en este caso al general Francisco Morazán al que dedicó el poema Estrofas escrito el 3 de octubre de 1892 y en el que, en uno de sus versos expresa: ..“Y mártir al fin, sublime, murió como muere el que fue semidiós que redime, transfigurado en su fe, con esa aureola que imprime, lo que extraordinario fue…”

De su libro de poemas Últimos Versos, resalta lo que los expertos denominan su obra poética cumbre, como es el Himno a la Materia de la cual extraemos este párrafo: …“Oh prolífica y sagrada materia que en el vasto mecanismo de la augusta creación tienes tu imperio de omnímodo poder, y que a todas horas ordenas y ejecutas por ti misma las leyes admirables que presiden la vida universal, diversa siempre, del coro de criaturas que en ti nacen y a ti vuelven al fin: obras perfectas…”.

Cerca de su suicidio y en sus últimos versos Domínguez escribió: …“La llama del espíritu en mí oscila como fúnebre lámpara; y es que ya de sufrir su brillo pierde y de vivir se cansa. Pero bien pronto cuando a verme venga la Parca, libre de su prisión ha de elevarse a otra región mi alma…”.

En abril de 1903 el brillante poeta olanchano José Antonio Domínguez se suicidó, se disparó un tiro en su pecho y tras horas de sufrimiento voluntario, alzó sus brazos hacia la muerte a la edad de 35 años. Su último poema fue Resurrexit escrito en marzo de 1903. 

Resurrexit figura como un poema que habla de un virtual pasaje de la vida de Jesucristo a su paso por la tierra, concebido en la imaginación del autor y del cual extraemos este párrafo:…“Y aplicando sus manos al cadáver, cicatrizó la herida de su pecho; y en nombre del Creador del Cielo y Tierra volvió la vida al que se hallaba muerto…”.

No es posible resumir en un artículo la amplia producción literaria de uno de los grandes de la poesía moderna de Honduras, pero es muy importante para el conocimiento de la presente y futuras generaciones, el trabajo recopilador desarrollo por el doctor Héctor M. Leyva para abrir nuestros ojos ante la magnífica poesía de José Antonio Domínguez.


LA MUSA HERÓICA

Si quieres que tu canto digno sea
de tu misión, del siglo y de la fama,
no derroches el estro que te inflama
en dulce pero inútil melopea.

Lanza las flechas de oro de la idea;
depón el culto de Eros y proclama
otro mejor; la lucha te reclama:
yérguete altivo en la social pelea.

No enerves tu vigor con el desmayo
del femenil deliquio; ya no es hora
de lágrimas y besos; doquier mira:

Hoy la estrofa compite con el rayo,
la inspiración es lava redentora y clava
en manos de Hércules la lira.


Domínguez es un poeta civil en su Himno marcial, en el canto A la libertad y en los Camafeos patrios; pero en su obra aparece ya la fundamental preocupación por la forma, la música y el refinamiento de la palabra. En el poema Encaje dejó escrito su credo estético de estirpe parnasiana: 


Me agrada el plasticismo de la forma, 
la corrección de líneas del trasunto, 
la muelle morbidez de los contornos 
y el relieve curvado de los músculos; 
la frígida expresión de los perfiles 
que animados parecen y están mudos; 
el tesoro adormido de las gracias 
y el nevado candor, casto y desnudo, 
que en el bloque de mármol transformado 
al golpe del cincel, diestro y fecundo, 
ostenta la estatuaria en la flamante, 
radiosa encarnación de un cuerpo ebúrneo: 
¡como que tiene la materia tosca 
un resplandor de lo divino oculto 
que sorprende la mano del artista 
y lo presenta deslumbrante al mundo! 
¡Como que existe un fondo de hermosura, 
de santidad y sensualismo puro 
que como alma de todo lo terreno 
emerge alado, incitador efluvio! 
¡La armonía que ondula y cabrillea, 
acaricia al contacto y tiembla al pulso 
y con su hechizo lánguido que arroba, 
tienta al deseo y predispone al culto! 


En su obra más acabada, el Himno a la materia, dijo, sin mengua de la expresión poética, su concepción filosófica materialista y atea; aunque encontremos en el Himno un exagerado cientificismo que nos recuerda el de Manuel Acuña en los tercetos Ante un cadáver. 


¡Oh, materia sublime, eterna y varia 
que con el gran prodigio de tu esencia 
y el arcano infinito de tus formas, 
como madre perenne, siempre joven, 
a quien su propia fuerza fecundara, 
llenas la inmensidad del Universo 
y eres causa y efecto misterioso 
de cuantos seres bullen y rebullen 
con aspecto de vida en los espacios, 
desde los vastos mundos y los soles 
que por las noches brillan como antorchas 
suspensas en el éter cristalino, 
hasta los invisibles infusorios 
que habitan en miriadas y millones 
en el fondo irisado de una gota 
de rocío...! 





Resurrexit

En los tiempos gloriosos ya distantes
en que andaba en la tierra el Nazareno
y la flor del milagro no era un mito,
aconteció lo que contaros quiero.
En la remota comarca cuyo nombre
ha olvidado la Historia según creo
hubo entre dos ejércitos rivales
un combate reñido muy sangriento.
Y estando de camino al otro día
con su amado discípulo el Maestro,
cruzaron a los rayos de la aurora
el campo de cadáveres cubierto.
Bien pronto al escuchar los dolorosos
ladridos que lanzaba un pobre perro,
al sitio se acercaron donde exánime
dormido al parecer yacía el dueño.
Era un joven de pálido semblante
y de agraciado y varonil aspecto
cuya temprana vida cortó en breve
un proyectil que penetró en su pecho.
Aún de sus yertos ojos se advertía
una gota rodar de llanto acerbo.
¡quizá tendría madre y también novia!
¡Tal vez le amaban mucho y era bueno!
—Mucho habrán de sentirlo sus parientes,
pero él es ya feliz— dijo el Maestro.—
Y en tanto, junto al amo dando vueltas,
proseguía ladrando el pobre perro.
¡Escena singular! Cual si implorara
algún auxilio sobrehumano de ellos,
aquel pobre animal con sus aullidos
parecía empeñado en conmoverlos.
Y al ver que vacilaban, sus clamores
tornaba al punto en agasajos tiernos;
a sus pies gemebundo se arrojaba
y hablar tan sólo le faltaba al perro.
—¡Qué amor tan entrañable y casi humano
revela ese animal!— exclamó Pedro.
Por su fidelidad ¡cuál se traslucen
de su amo los hermosos sentimientos!
¡Qué lástima de joven, se diría
que no debió morir; y que si el cielo
otorgarle quisiera nueva vida
le ablandara las quejas de ese perro.—
Absorto Jesucristo meditaba.
De su místico arrobo al fin saliendo
—Tienes razón— le dijo a su discípulo.
Merecía vivir ese mancebo.—
Y aplicando sus manos al cadáver
cicatrizó la herida de su pecho;
y en nombre del Creador de cielo y tierra
volvió la vida al que se hallaba muerto.
Luego sumióle en sueño delicioso:
acalló los ladridos de su perro,
y después a los rayos de la aurora
se alejó de aquel sitio con San Pedro.

Marzo de 1903. (*)

(*) Pocos días después de haber escrito esta bella poesía, Domínguez se suicidó en Juticalpa, a los 34 años de edad (5 de abril de 1903). Tomado de la revista Ariel, dirigida por Froylán Turcios.







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