domingo, 9 de marzo de 2014

MATHILDE WESENDONCK [11.174]

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Mathilde Wesendonck

Mathilde Wesendonck, nacida Agnes Mathilda Luckemeyer (Elberfeld, 23 de diciembre de 1828 - Villa Traunblick, Altmünster, 31 de agosto de 1902), fue una poeta menor alemana que mantuvo un romance con Richard Wagner, quien le compuso las Wesendonck Lieder ("Canciones Wesendonck"), basadas en cinco de sus poemas.

Hija del comerciante Karl Luckemeyer y de Johanna Stein, se casó en 1848 con el banquero Otto Wesendonck (1815-1896), trece años mayor que ella, gran admirador y mecenas de Richard Wagner a quien conocieron en Zúrich en 1852.
En 1857, Wagner fue invitado a vivir en el Asyl ("Asilo" o la casa de huéspedes) de la Villa Wesendonck, la magnífica residencia del matrimonio, copia de la Villa Albani romana y reunión de la elite intelectual zuriquesa. El compositor, casado con Minna Planner, se enamoró apasionadamente de Mathilde, dejando de lado la composición de El anillo del nibelungo - aunque en la portada de La Valquiria anota G.s.M. (Gesegnet sei Mathilde: "Bendita seas Mathilde") - para volcar su pasión en Tristán e Isolda, drama musical cuyo argumento guarda semejanza con ese amor secreto. 
Wagner compuso las célebres Wesendonck Lieder ("Canciones Wesendonck") con cinco de sus poemas, usando dos como estudios para Tristan e Isolda, con excepción de Träume (el quinto). Las Wesendonck Lieder fueron orquestadas posteriormente por Felix Mottl.
En el verano de 1858 la esposa del compositor, Minna Planer, interceptó una de sus cartas, obligando a Wagner a abandonar Zúrich por Venecia. A la muerte de Minna en 1866, Wagner se casará con Cosima Liszt.
En 1862 Mathilde publica un poema "La mujer abandonada" y escribe: "Wagner me relegó de prisa. Apenas me reconoció cuando fui a Bayreuth. Y, sin embargo, yo soy Isolda."
Debido a hostilidades con la Guerra Franco-Prusiana, Mathilde y Otto se mudan en 1872 a Dresde y luego en 1882 a Berlín.
Otto muere en Berlín en 1896 y Mathilde, repentinamente, en 1902, en su casa de verano en los Alpes austríacos.
Tuvieron cinco hijos: Paul (1849-1850), Myrrha (1851-1888) casada con Freiherr von Bissing, Guido (1855-1858), Karl y Hans (1862-1882).
La Villa Wesendonck fue adquirida por la ciudad de Zurich. Se denomina Museo Rietberg y hoy guarda la colección de arte no-europeo del Baron Eduard von der Heydt.



Poemas para una voz de mujer: los Wesendonck-Lieder

Por Fernando Bayón

Comenzamos con este post la preparación de la audición de “Tristán e Isolda”, ópera estrenada el 10 de junio de 1865, en Munich. Una forma posible de acercarse al mundo de esta monumental obra maestra consiste en introducirse en otra obra maestra de Richard Wagner, de proporciones mucho más pequeñas, que constituye sin embargo una de las joyas más deslumbrantes del catálogo del autor: me refiero a los cinco Poemas para una voz de mujer, que entrado en la historia de la música como los Wesendock-Lieder. Se trata de un ciclo de cinco composiciones vocales a partir de textos ajenos, algo extraordinariamente raro en el caso de Richard Wagner, quien en su condición de dramaturgo siempre compuso música para libretos que él mismo había redactado. No es este el caso. La autora de los poemas que son la base de estas canciones se llamaba Mathilde Wesendonck y era la esposa del financiero, comerciante de sedas y mecenas suizo, radicado en Zurich, Otto Wesendonck.

En clase entraremos a explicar las jugosísimas circunstancias en que el matrimonio Wagner entró en contacto con los Wesendonck y cómo los primeros se alojaron durante un tiempo en un espléndido anexo (el “Asyl”) a la villa de que los segundos eran propietarios junto al lago de Zurich. Baste decir que la famosa Villa Wesendonck llegó a conocer reuniones en que Richard Wagner progresaba peligrosamente con la mujer de su anfitrión, mientras recibía a la recién casada Cosima von Bülow (née Liszt), que de allí a no demasiado habría de convertirse en su más fiel compañera, e irritaba a su sufrida cónyuge Minna, volcada a la intercepción de cartas de amor en el jardín. Unos datos a tener en consideración: el 18 de septiembre de 1857 Richard Wagner concluye la redacción original del poema para su “Tristán e Isolda”. Se lo ofrece a Mathilde Wesendonck, con una dedicatoria en que explícitamente reconoce que “lo había conseguido gracias a ella”, y uno sospecha que Wagner, genio de la ambivalencia, no se refería exclusivamente al sosiego que le proporcionaba el alojamiento.

Durante la escritura de la música, más la instrumentación, del primer acto de “Tristá e Isolda”, vieron la luz cuatro de los cinco Lieder. En los diarios de Mathilde podemos leer cómo el compositor se iba entregando a ellas, como transfigurado, según iba recibiendo los poemas que salían de la pluma de la señora Wesendonck. De hecho, Mathilde Wesendonck cruzaba una y otra vez el espacio que mediaba entre su villa y el “asilo”, para subir a trabajar con Wagner, en jornadas febriles en las que, con él al piano, discutía cada palabra de cada verso. Y eran versos que imitaban con ingenio la propia escritura del autor de “Lohengrin”, influidos también por un cierto hálito místico muy en sintonía con el budismo que la filosofía de Arthur Schoppenhauer había logrado extender por aquel tiempo entre ciertas clases lectoras.

Hay que hacer notar que tan sólo una de las cinco canciones fue orquestada por el propio Wagner -la orquestación de las restantes corrió por cuenta de Felix Motl- y aunque todas ellas participan del clima del “Tristán”, formando un ciclo del que se puede decir que se adelanta prácticamente medio siglo a las concepciones liederísticas de un Gustav Mahler, únicamente dos pueden ser consideradas como estudios preparatorios de la ópera. Estas dos canciones son las que nos interesan especialmente aquí: “Sueños” (Träume, compuesta el 5 de diciembre de 1857), y “En el invernadero” (Im Treibhaus, que data del primero de Mayo de 1858).

Las cosas entre Mathilde y Richard, no digamos entre los Wesendonck y los Wagner, hubieron de cambiar mucho en años inmediatamente posteriores… pero esa es otra historia. De momento, detengámonos en el análisis de estas dos canciones y veamos hasta qué punto pronostican el universo poético, espiritual y armónico de “Tristán e Isolda”. Son pequeños mundos en los que el clima de la ópera está auscultado con un sentido del detalle y la belleza que mueve a escalofríos.



Este es el texto de “En el invernadero”, la tercera canción del ciclo:

EN EL INVERNADERO (1 de mayo de 1858)

Coronas de hojas en altas bóvedas, 
Baldaquines de esmeralda,
Vosotras, hijas de zonas lejanas, 
Decidme ¿por qué os lamentáis?

Inclináis silenciosas vuestras ramas, 
Dibujáis signos en el aire
Y, mudo testigo del pesar, 
Asciende un dulce aroma.

Ampliamente en anhelante reclamo, 
Extendéis los brazos 
Y estrecháis ilusoriamente 
Yermos vacíos de vano horror.

Bien lo sé, pobres plantas, 
Compartimos un mismo destino,
¡Aunque circunvalada de luz y esplendor, 
Nuestra patria no está aquí!

Y tan feliz como se despide el sol, 
Del brillo vacío del día, 
Así aquel que sufre verdaderamente se 
Envuelve en lo oscuro del silencio.

Se hace la calma, una tejedura murmurante 
Llena de inquietud la estancia oscura: 
Veo pesadas gotas suspendidas
De la verde orla de las hojas





Y este es el poema “Sueños”, que cierra el ciclo en quinta posición:

SUEÑOS (5 de diciembre de 1857)

Dime ¿qué sueños maravillosos
retienen prisionera a mi alma,
sin desaparecer, como pompas de jabón,
en una nada desolada?
Sueños que, a cada hora,
de cada día, florecen más hermosos.
Y que, con sus prefiguraciones del Cielo,
pasan felizmente a través de mi espíritu.
Sueños que, como rayos de gloria,
Se hunden en el Espíritu
para pintar en él una imagen eterna:
¡olvido total! ¡recuerdo absoluto!
Sueños, parecidos al sol de la primavera,
Que besa las flores que salen de la nieve,
y que, con una inimaginable felicidad,
saluda al nuevo día.
Y creciendo, y floreciendo,
y soñando, exhalan su perfume,
y se marchitan, dulcemente, sobre tu pecho
para descender después al sepulcro.














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