martes, 2 de octubre de 2012

7971.- ÁNGELA GENTILE





ÁNGELA GENTILE
Angela Gentile nació en Berisso, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es profesora. Becaria de la universidad para extranjeros, Perugia, Italia. Recibió entre otras distinciones el Premio Bienal Nacional Iniciación de Literatura-Ministerio de Educación y Justicia de la Nación por su libro de poesía “Escenografías”; co-dirige la revista ETRURIA por la cual recibió el premio Pregonero 2009 a la prensa gráfica -Fundación El Libro de Bs. As. Co-dirige Biblos03-Programa de promoción de la lectura literaria de Berisso. Colabora con la revista de la Casa de las Américas de Cuba. Participó en congresos, seminarios y ferias nacionales e internacionales: Colombia, Venezuela, Cuba, entre otros. Ha publicado “Cantos de la Etruria”, “Per corsi”, “La Divina Comedia-el poema que atravesó océanos- y recientemente en co-autoría “Voces olvidadas-las lenguas y las canciones de cuna de la inmigración- con el patrocinio de la UNESCO y la Comisión Nacional Argentina de Cooperación con la UNESCO.



Los pies de Ulises y otros poemas



Los pies de Ulises


Fui devorado por el mar,
pero mis pies memorizaron Ítaca, su hierba  y el misterio condenado a mí.
Por ellos regresé multiforme y primitivo de sandalias.
Allí, velaron mi nombre una y mil noches, bajo las estrellas y cerca del Egeo.
Alguien rozó la sagrada marca en mi piel y preguntó:
¿Quién eres?
Sólo mis huellas, arquitectas de infamias, reposaron en paz en salinas aguas,
olvidaron la resina de las zateras y dejaron de oler a maderos.
A expensas del mundo mis plantas buscaron las sombras y otra voz delató:
¿Dónde irán tus pies?
Y vinieron hacia mí los naufragios y los vientos.
Yo, soberano en intrigas, no pude contra mí y me pregunté:
¿Quién me recuerda?
                                      Y el mar rugió memorioso desde la alta orilla.






Hablan las sacerdotisas


Nos urge el sol que reposa en los techos
y también el aire que en este lugar es ardiente.
                                   Las hijas de los dioses cantan sentadas en la roca
                                   la vigilia de las palabras.
                                   Descienden las miradas coronada de mirtos, toman al dios
                                   en lo bello de su arte y adviene lo divino.
                                   Una de ellas, la de áurea melena, no pertenece al linaje,
                                   aspira y su lenguaje deudor impulsa las sombras
                                   en nombre de madre inmortal y padre comedor de peces.
                                   Consagrada a la oscuridad, presiente las aguas
                                   y escribe decididamente muda.






Detrás del jabalí


Quitamos el hacha de dos filos hiriendo la noche.
Mientras, en el salón los hilados tejían nuestra vigilia
y la mirada apergaminada del jabalí de Tracia
era rociada con el agua sagrada de primavera.
                                    Nos habíamos detenido en las tiendas,
                                    alentábamos la voz de los sirvientes luego del baño
                                    de nueces y antes de la espalda del bárbaro.
Lejos, el mar volvía a su lecho desde la torre de los vientos
y el Borea desgranaba nuestro perfil mientras marchábamos.
                                    La veleta de los vientos honraba a los dioses
                                    indicándonos el buen rumbo.






I

Piso en abril los muertos del verano.
Cesan los fuegos desde la tierra
y una incesante multitud de barro
ruge en polvo el destierro del hombre.
Por las fosas se escapan los sueños
y trepan las serpientes de primavera.
Alguien muerde los astros amarronados de tiempo
y recuerda la indigna perversión de la eternidad.




II

He asesinado una luna entre los dientes,
una dimensión blanca para ascender.
Aún en los labios habita la Nada
y el viento va empedrando el rostro.
Quien nombra un mes me nombra.
No pertenezco al mediodía ni a la memoria.
Arrastro la garganta de la noche
en un pueblo sin músicos,
en las máscaras del sosiego
donde los rostros
son una llanura inevitable.



V

Después de los grandes incendios
mi sombra vigila el cielo.
Recuerdo el paladar de los navegantes
desde siempre en la rueca del ocaso
y observo mis desparejos pies
cruzando el horizonte.
Doy silencio al resplandor de los moribundos
y tejo las pesadillas del éxodo
entonando la canción del ausente.
Y celebro la mujer de tulipán
que viaja en mi mirada.



XII

Descansa una mañana en mi pupila,
al igual que las fábulas en la voz de mi padre.
Allí, mis duelos con la palabra,
con el canto de los elogios
recostado en los otros.
Un son
recorre mis huesos
morenos de tiempo,
en ese lugar donde uno
llama al poema por última vez. 








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