lunes, 16 de junio de 2014

WASHINGTON ESPEJO [11.922]


Washington Espejo

Mashington Espejo (Chile  1884 - 1952). Poeta y contador. Autor de los libros "Del largo camino" (1938), "Canto al romance castellano" (1939), "Canto perdido" (1942), "Nada nuevo" (1944), "Poemas del hombre" (1945) y "Sonetos" (1945). Fue director de la revista "En Viaje".


Del largo camino
Autor: Washington Espejo
Santiago de Chile: Ercilla, 1938



CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1938-06-05. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
La obra poética de Washington Espejo nos confirma que el arte no respeta límites materiales y humanos para expresarse. Si él existe en el espíritu, saldrá a flor de labio tarde o temprano, como esas flores que se adaptan a los climas más diversos y pueden abrir la sombrilla de su gracia en tierras áridas o en cuidados jardines.

La poesía –flor de la vida- no necesita climas determinados para ostentar su belleza; ella quiebra los obstáculos que se le oponen, traza caminos, fecunda áridas tierras… Podrá ser poesía alegre o triste, poesía de la luz o de la bruma, llevar el trabajo de las nupcias o el sayal del misticismo, pero será siempre en su esencia “poesía”.

Cuanta sugerencia nos trae el solo título de este libro. Todos hemos hecho nuestra jornada y tenemos mucho que contar. Nuestro poeta se ha detenido un instante; ha recogido las hojas dispersas y ha formado la flor de su camino.

En el Prefacio nos dice: “Voy de prisa, y es tarde… Después agrega: “Escuela: ninguna. No creo que las escuelas. No conozco a ningún “maestro” que haya tratado de enseñar su arte ni su propia manera de sentirlo.

Parecido: “yo no quisiera otra cosa que resultar parecido a todos los poetas de la tierra”.

En estas breves palabras ha sintetizado Washington Espejo su manera de entender la poesía. De acuerdo con esa confesión ha elaborado este libro en cuyos poemas encontramos en realidad un parecido con el de todos los poetas de la tierra…

Y como si esa confesión no le fuese suficiente, él ha querido trazar su “autorretrato” en un soneto que dice:



“Fui niño soñador, pero en el rudo
trabajo me prendieron. Vi mi suerte.
Guardé el tierno soñar, y me hice fuerte
y usé solo el trabajo por escudo.
Por el jardín de Eros pasé mudo;
y en el templo del Apolo, quedé inerte,
y el silencioso afán fue lucha a muerte
de lo que quiso ser y no pudo.
Hice mi vida al mundo; pero inquieta
el ansia de soñar, siguió la vía
tanto más dulce cuanto más secreta…
No tuve gloria, ni hoy me serviría.
Impulsé al hombre y escondí al poeta;
y si hoy se asoma… es porque muerte el día…”




Encontramos una cualidad fundamental en este autor: su sinceridad emotiva que nos da una idea cabal de su mundo espiritual. Sin palabras altisonantes, con una modalidad romántica. Espejo nos expresa su sensibilidad que ha ido purificándose en este largo camino.

Poeta de viva imaginación, su poesía se multiplica en metáforas y en símbolos siempre claros, veraces, emotivos. Huye de la oscuridad y suele caer en la mera narración. No es raro que en este libro encontremos repeticiones de ideas y de símiles; algunos poemas que solo cantan y dicen escasamente su concepto. Espejo debió seleccionar con una mayor estrictez su obra. Pero él nos dirá: “todos los poemas son recuerdos del largo camino”… Y le encontramos sobrada razón.

Espejo trabaja con elementos de la naturaleza ante todo. El aire, la montaña, el mar, las flores, los árboles, tienen aquí su frescura, su aroma y su bello decir. El amor es túnica perpetua en este viaje; raída a veces; con pedrería de estrellas otras, pero siempre el amor; balada y madrigal…

En su romance “Si yo pudiera mirarla”, leemos estos versos de idílica sugerencia:




“¡Si yo pudiera mirara!
¡Y cómo la miraría!
pero sin que ella notara;
que yo no me atrevería
a mirarla… tan despacio,
así… como a piedra fina;
a mirarla como quiero,
¡así como a cosa mía!
¡Ah! ¡si yo pudiera mirarla!
¡cómo al mirar miraría!”




Dijimos que Washington Espejo es un enamorado de las cosas de la tierra. Sus ojos han descubierto las ocultas bellezas de lo pequeño y ha mirado más allá de la vulgaridad.

Son dos árboles que junto al mar escuchan los soliloquios del viento; entre sus ramas se ha colgado el encaje azul marino del cielo. En verso de antigua factura nos dice:



“Pasó la vida con sus caminos,
el viejo bosque desapareció…
y los dos árboles quedaron solos…
sin valle, cerro, brisa ni flor…"




En la poesía de Espejo domina el elemento descriptivo; de lo objetivo él camina hacia lo subjetivo; lo interno guarda siempre dependencia del paisaje exterior.

Para él no valen los “ismos” y las nuevas tendencias. Solo existe una: la del verdadero poeta que dice su sentimiento emocional. Uno de los poemas que traduce la modalidad de Washington Espejo, es aquel titulado “Pelusa”, dedicado a una de sus hijas. El poeta dice en algunas estrofas:




“Pelusa… por rubia y por fina.
te llamó así nuestro amor;
pues te queríamos de oro
y resultaste… oro en flor.

¡Pelusita de durazno!
Breve pelusa en flor!
Tus cabellos Pelusita
… pelusita de oro son.”




Tal la poesía de Washington Espejo, que va por el cielo como una pelusa leve, blanca y ligera.




Canto al romance castellano
Autor: Washington Espejo
Santiago de Chile: Nascimento, 1939


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1940-02-04. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
Washington Espejo, cuya obra poética es sobradamente conocida entre nosotros, ha publicado en una edición selecta un canto al romance castellano.

Fluidez, sobriedad y cierta gracia española son las cualidades que sobresalen en este romance. El poeta ha sabido concretar con dilección y acerito sus elogios al “Romance Castellano”. Dice:




“Vistió el romance, color;
tuvo armonía su canto;
dio con el bello decir
más fino, castizo y amplio.
Supo bordar filigranas
para el más puro recato;
supo hacer de una palabra,
mensaje, caricia y dardo,
ya buscara un corazón,
ya persiguiera unos labios;
y no hubo gracia morena,
ni gracia de color blanco,
que dulce blanco no fuera
de sus ternuras y halagos”.




Canta el poeta el romance “señor de España”; recuerda su arraigo en la poesía ibérica y tras los nombres de quienes lo cultivaron. Federico García Lorca abre aquí su flor granadina ennoblecida por un poeta chileno que sabe cantar y decir.



Canto perdido
Autor: Washington Espejo
Santiago de Chile: Nascimento, 1941


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1941-08-03. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
Si quisiera catalogarse a este poeta, debería decirse que es un romántico y por lo mismo galante y soñador, que cuenta lo suyo con cierta ingenuidad de niño. Washington Espejo hace su camino a despecho de la vida y de los hombres; lo que pierde en calidad lo gana en fuerza descriptiva y viceversa.

Conocíamos de él dos obras: “Del largo camino”, versos publicados en 1938, y “Canto al romance”, aparecido en 1939. Si comparamos “Canto perdido” al primero de estos libros vemos que el poeta permanece todavía en un mismo plano de emoción, que no encuentra formas nuevas y que está satisfecho con su serenidad, a pesar de que en algunos poemas aparezca el asomo de la angustia, del dolor.

El poeta hace en el prólogo esta confesión, que no deja de tener importancia para penetrar mejor en el contenido y en la verdad de su libro:

“He vivido esperando el momento oportuno de cantar, para cantar de acuerdo con el momento, y he aquí mi error: huye la vida, y el momento esperado no aparece.

Quien siente el deseo de cantar –afinado o no- tiene el mismo derecho de los pájaros. Los que oye, tienen también el derecho de oírlos o a espantarlos… nada más. El pájaro sabrá observar si le acecha un oído o una piedra”.

No podemos dudar de la sinceridad con que Washington Espejo expresa sus conceptos y más todavía, su poesía. Con esa misma sinceridad nosotros queremos señalar nuestro juicio sobre “Canto perdido”, y que no vaya a creer el poeta que lanzaos piedras a su rama…

El libro es de mucho contenido disparejo; mucho debió suprimirse para que los mejores quedasen en buena compañía. El poeta se ha dejado llevar por un extremado cariño de todo lo que escribe y no ha cuidado en seleccionar con estricto criterio. Debemos saltarnos muchas páginas para señalar lo mejor de su obra; es lástima que a estas alturas, Espejo haya publicado en su obra poemas mediocres tanto por el contenido como por la forma; se ha dejado embrujar por la música del verso y ha perdido en intensidad; es un poeta que se goza en escribir poemitas frívolos, los cuales estarían muy bien en las páginas de un álbum de niña romántica…

Pero bien sabe él que no es esa la poesía y que su obra perdurable está en poemas como: “Mi fuente”, “Silencio” y “La senda del Mar”. Bastan ellos para salvar el libro y nos revelan a Espejo como a un poeta capaz de desprenderse del juego de las palabras, del color, de las frases galantes y versos vulgares que tan a menudo nos salen al encuentro en este “Canto perdido”.

“Mi fuente” es un soneto que dice:



“Para beber amor, tengo mi fuente
que hice yo mismo en la azulada orilla,
donde dejé amarrada mi barquilla
libre de zozobras en la corriente.

Como el beber en ella levemente,
cuido de la más tenue piedrecilla,
a cada instante se renueva y brilla
con más virtud su fondo transparente.

Cuando salgo a vagar indiferente,
veo el amor que ostenta y desafía
en el loco brilla de otra corriente…

A mí no me perturba ni extravía:
para saciar mi sed, tengo una fuente…
¡y es tan limpia y sutil la fuente mía!”




Verso espontáneo, dúctil, armonioso, fácil, sin dejar de ser profundo; cómo adivinamos esa fuente del poeta, que se abre al cielo como un ojo de mujer!...

Washington Espejo ama las cosas de la tierra; desde sus primeros versos se ha distinguido como un poeta que no desprecia lo pequeño que lo rodea y que sabe cantar lo que sus ojos miran y desentrañar el misterio de un árbol, de una flor, de un pájaro.

Su poema “Silencio”… es un reflejo de esta modalidad suya. Dice:




“Con árboles, con pájaros y flores
entona, mudo, su canción el huerto.
Ni una palabra, ni un rumor. El alma
siente vibrar el roce del silencio.

No hay hojas en las ramas. Los duraznos,
los membrillos, los guindos, los almendros,
ensayan su primera sinfonía
con una tenue floración de pétalos.

En el encanto silencioso tienden
su gracia al sol, y su caricia al viento.
¡Nadie!... La primavera se desnuda
bajo el tul amoroso de los cielos.
Y por mirarla en la quietud más honda
… el alma ha detenido al pensamiento”.




Nos revela este poema, el delicado temperamento de Washington Espejo y la gracia con que él sabe expresar la belleza de un soleado huerto campesino. Es agradable leer estos versos que nos sugieren el mundo que descubre el alma en ese encanto silencioso.

En numerosos poemas de “Canto perdido”, ha querido el autor expresar una filosofía de las cosas; en parte ha logrado su intento, pero no con la fuerza que hubiese sido de desear, porque suele caer en conceptos que ya están muy dichos y los cuales no ha sido remozados. La sencillez del sentimiento ha destruido la veracidad de la poesía y tenemos entonces una sabiduría barata y una poesía que se malogra y se diluye.

Podríamos citar numerosos casos que demuestras nuestro acerto, pero preferimos abrir una paréntesis y referirnos a su poema “La senda del Mar” que es todo un acierto del poeta que se formula interrogaciones, motivadas por un deseo de expresar la belleza en forma delicada y sugerente. Dice:




“¿La nieve?... es el río
que baja cantando por el peñascal;
cruza el valle, riendo,
y en la tarde se acuesta en el mar.

¿El sol?... es caricia;
fecunda del trigo al rosa;
tiñe en mil colores la selva florida;
despierta en la cumbre, se duerme en el mar.

¿La luna?... es la novia olvidada;
ha quedado en éxtasis de tanto soñar…
Vaga por el cielo, muda, pensativa,
y al fin, hecha ensueño… se tiende en el mar”.




El poeta ha llegado con estos versos a nuestro recinto interior, a nuestra sensibilidad que ha reaccionado al toque de su varilla y como sonámbulos nos interrogamos también; pero nos es suficiente con las respuestas que da el poeta… Vemos al río cordillerano saltar entre los peñascos en la soledad azul de la montaña; el sol y la luna, caricia que fecunda y beso que enamora, se tienden en el mar y nosotros los miramos enrojecidos y plateados como dos príncipes de la leyenda.

Washington Espejo posee una facilidad notable como versificador, lo que también lo daña; tal vez escribe demasiado y no logra por ello concretar plenamente lo suyo; es necesario que pula y seleccione más; la cosecha ha sido abundante, pero no de igual calidad. Anuncia varios libros; es de esperar que no olvide lo que le decimos en estas líneas y que en sus futuros libros haga una estricta selección para que el lector encuentre siempre lo mejor, la poesía, en suma.





Nada nuevo
Autor: Washington Espejo
Santiago de Chile: Nascimento, 1944



CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1945-03-13. AUTOR: MISAEL CORREA PASTENE
Washington Espejo ha publicado en estos últimos tiempos varios tomos de poesía. “Del largo camino”, “Canto al romance castellano”, “Canto perdido”, “Nada nuevo”, “Poemas del hambre”. Es como la ostentación mundana de una fortuna larga y cuidadosamente acumulada.

El señor Espejo es poeta, sin duda. Tiene la facilidad de la rima y el ritmo; una vena fluente de imágenes y sentimientos que brotan como un manantial curativo; una limpieza moral que transparenta un alma sensible y recta; ardorosa simpatía de la naturaleza; humildad de espíritu que comprende, intuye y adora al Dios que creó los mundos con simetría y belleza; espontaneidad y abundancia de sentir como el ave que canta, y un estilo sencillo, claro, correcto, que viste la idea o la imagen sin deformarla.

Sin embargo, sus poesías no llenan esta sed de belleza física y moral que aqueja las almas. ¿Por qué? Acaso por su misma naturalidad y espontaneidad; por su constante fluir. En el señor Espejo todo lo que ve, siente o adivina, se transforma en canto; y aunque sea verdad que en todo hay poesía, es también verdad que no es siempre fácil extraerla. Aquel gran maestro que fue Goethe, dijo una verdad lapidaria cuando afirmó que en arte todo consiste en encontrar la belleza y atreverse a expresarla.

Sea así; pero la belleza como la verdad nunca nos son visibles a primera vista; son como diamantes tallados cuyas facetas no vemos al mismo tiempo; necesitamos volverlos; y los que aparecen ocultan las ya vistas. Y luego, atreverse a expresarla… Confieso que a veces nos ponemos pachones y tiritones como los animales con el frío.

Cuando digo que las poesías del señor Espejo no satisfacen nuestra sed de belleza, cometo injusticia por el afán de generalizar. Hay en los dos tomos que tengo a la mano muchas poesías que satisfacen plenamente, porque expresan noble y artísticamente un sentimiento o una idea.

No si no que a veces el tema es vulgar o la conclusión desmaya en una idea corriente, sin novedad o sin alma; y en ocasiones, tal vez por la misma facilidad con que el poeta rima, el verso afloja y se redondea con ripios.

Ocurre al señor Espejo lo contrario de lo que observa Balart, que:



“la lima severa, meticulosa
que a veces los versos convierte en prosa,
si tersura les presta, verdad les quita”;



porque en el señor Espejo es la fluencia ininterrumpida de manantial lo que quita al verso la tersura y pulimento.

El poeta, como una protesta viviente contra las exageraciones de los escuetos, especialmente los modernistas, mantiene su sensibilidad y sus visiones en toda su integridad. Él expresa lo que siente; y tan noble y sinceramente como lo siente lo expresa. Y por eso su poesía hallará un eco simpático en las almas no contaminadas del prurito de la novedad ni deformadas por la mundanidad ambiente.





Sonetos
Autor: Washington Espejo
Santiago de Chile: Ferrocarriles del Estado, 1945


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1946-03-10. AUTOR: MISAEL CORREA PASTENE
Editado por los Talleres Gráficos de los Ferrocarriles del Estado, en unas 120 páginas, los “Sonetos” del señor Espejo deleitarán a ese innumerable grupo de almas sensibles, almas quinceañistas [sic] que se detienen emocionadas ante una flor y derraman lágrimas dulces y calmantes ante el fastuoso crepúsculo de nuestras tardes de Marzo o conversan con las estrellas que parpadean en el cielo azul.

Porque la Musa del señor Espejo es más Erato que Polimnia, o dicho en palabras corrientes y molientes, más el Amor que la Lírica. Claro está que esta distinción no es exacta, pues acaso el mayor tema lírico es el Amor y su más fecundo manantial; pero como la lírica incluye una exaltación del alma (con sus tres potencias) y ondean sobre todos los sentimientos humanos y penetra en ellos como un rayo de luz que alumbra y calienta, y el señor Espejo solo canta el amor y las flores, creo que si hemos de asignarle una Musa inspiradora, ella sea Erato.

Una Erato cristiana, amable, moderada y casera.

Traten otros del Gobierno

del mundo y sus monarquías…

el señor Espejo canta en modesto laúd la dicha doméstica, la gloria del rosal florido, el recuerdo de un tierno amor fugaz que dejó al pasar cuyo eco devuelven en la edad madura las paredes del corazón.

Leyéndole, se siente la impresión de que la Musa real del poeta está en casa; y en las tardes estivales pasea por el jardín que las flores esmaltan y en las invernales, sentada en mullido sillón, teje o lee, cabe el calentador eléctrico o la chimenea “en que el fuego chisporrotea y el vasto hogar ilumina”.

Musa noble y modesta como una hacendosa y tierna dueña de casa que esparce quietud y simpatías.

Mil veces me he preguntado por qué el amor legítimo y regular no da asunto al novelista e inspiración al poeta. Es verdad que la imaginación pide dolor y tragedia, algo que no sea la existencia corriente en que los sucesos grandes o chico se suceden enlazados como las ondas de un río; que en la quietud queremos asistir al tumulto y en la paz al dolor que sacude y sobresalta; pero un día llega, seguido de muchos días, en que nos sentimos estar al cabo de las cosas y que estamos de vuelta cuando otros bregan por las andanzas, mundo adelante; y aspiramos al descanso de músculos y mente; y sobre todo, a un tranquilo ritmo del corazón, antes desazonado e inquieto; y entonces gustamos de la historia, que creemos verdad, y de las dulzuras hogareñas que juzgamos la única felicidad asequible. Y estas poesías como las de Espejo, reflejan ese estado de ánimo y una apacible añoranza de las pasadas tormentas y afanes que:

“Nessum maggior dolore
Che riccordarsi del tempo felice
Nella miseria…”

Como dice el Dante en el Canto V, es también cierto que no hay mayor satisfacción que recordarlos en abastecido bienestar en los años maduros.

Y Espejo los recuerda y los canta en dulce remembranza ante el rosal florido y la esposa amada.

“Y si este el mundo que soñaste ha sido
Nunca el encanto de tu dicha acabe…”

El señor Espejo ha puesto sus sentires en sonetos. Y los hace bien. podemos no estar enteramente satisfechos porque a veces el pensamiento no sale nítido y exacto; que a veces nos embarace un ripio no de palabras, sino de pensamiento o imagen; pero son defectos perdonables, porque acaso la más difícil composición es la del soneto, que debe ser un todo armónico y completo en sí.






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