martes, 9 de septiembre de 2014

FERNANDO GARCÍA CUÉNCAR [13.238]


Fernando García Cuéncar

Fernando García Cuéncar (Copacabana, Colombia 1961). Estudió Teatro en la Escuela Popular de Arte Medellín y Filosofía en la Universidad de Antioquia. Profesor de Literatura en la Facultad de Licenciatura en básica primaria Tecnológico de Antioquia 2011-2013, Sede Medellín; promotor de lectura COMFAMA, Subdirección de Protección social. 2004-2010; Coordinador del departamento de Cultura de la Secretaría de Educación y Cultura de Medellín 1998-2001; Director Casa de la Cultura e Instituto de Bellas Artes de Copacabana 1992-1995; Profesor de Español y literatura en diferentes instituciones de Copacabana y Medellín. Obtuvo el Segundo puesto Concurso Departamental de Poesía Municipio de Barbosa y fue Finalista en el concurso de Poesía Ciro Mendía de Caldas Ant.
Ha publicado en: Revista Acéfala de la Universidad Nacional Sede Medellín, Periódico El Colombiano; Revista PROMETEO, Revista Torre de Papel de Medellín; Revista IMAGO Casa de la Cultura de Copacabana; Informativo Comfama; Revista CRONOPIO de Medellín; El Pequeño Periódico de Medellín, y diarios de la ciudad de Medellín. Tiene en preparación una antología de cuentos infantiles, Ed. Todográficas, Medellín y la publicación de la antología poética Del posible adiós.
Fue Poeta invitado por Colombia al 22º Festival Internacional de Poesía de Medellín (2012).



Cosas de ángeles

Esta mañana,
antes del alba,
vino a mirarme
un ángel desplumado;
un ser desnudo y taciturno.
Cosas de ángeles,
pensé por un momento.
Se coló entre mis sábanas
y me susurró frases solemnes;
quiso destronarme del lecho,
pero, en una batalla de aleteos y patadas,
rompí el espejo de mi cuarto
y el ángel
se diluyó,
se fue del aire.
Cosas de ángeles,
pensé por un momento.





Más alto que el invierno el hombre
                      
Alto de soledad
mordiendo hielo.
Más alto que la estatura de la lluvia,
más alto el hombre.
Más rico en fragilidad
urdiendo ansia.
Más alto que el grito del trueno
la rabia contenida.

Llama, volcán,
coalición de dos planetas
cada humano que se junta con otro
y enciende el calor que sueñan las miradas.
Eso es más alto
que todas, todas las cosas.






La primera vez

Octubre 24 del 80.
Un joven de quince años
y lleno de todas las soledades
acaparadas durante ese tiempo
decidió no saludar a su madre
en los nuevos soles,
ni repetirle a la maestra
el teorema de Pitágoras,
ni adorar al dios de yeso de cada ocho días,
ni sonreírle a su amigo mientras tomaban Coca-Cola.
Y ante todo no quiso esperar
el color gris-futuro de su cabello rojo,
ni quiso tampoco mirar por televisión
o en la trinchera la tercera guerra
del acabose.
Entonces, hizo el amor
con una soga, y,
como cuando era menos inocente,
le sacó la lengua
a todo lo que no le parecía.






Vi derrumbar las antiguas casas
y vi asfaltar las losas de piedra
de las calles estrechas;
los solares de la niñez
cubiertos de edificios
(ni naranjos ni columpios
ni jadeos respetó la gran máquina),
atosigados y atónitos
como animales en la orilla del incendio
vimos crecer sobre el antiguo mirador azul
la nueva ciudad con sus casas extra rápidas,
y el valle estrecho arañado en cada seno,
los caminos sudorosos y frutales alambrados,
y extrañas galaxias de bombillas encendiendo
las laderas.
Pero esta noche al contemplar la luna llena
remontando el cielo poblado
he mirado mi vida
y soy el único que no crece.
Luna ciudadana; un animal silvestre
canta en la rama de su locura
para que tú le alumbres la soledad.
Luna ciega de los ciegos citadinos
es a mi niñez a quien alumbras.





Sol leve sobre hachís y vino

Luces de farolas y neones
sobre calles lamidas por la lluvia.
Gotean diamantes de las cuerdas
y velos blancos, helados, danzan, locos de aire;
un preludio que despierta anidado entre las ramas:
ni voces ni máquinas disuenan
con los primeros silbos.
Sombras de palmeras abanican los muros
y altos pinos arden, derramando sus perfumes.
Sentados en el umbral de la blanca mansión
plagada de gusanos, cuencas vacías,
hilachas de carne curva y vértigos enterrados
nos sonríen.
Los cabellos persiguen a las uñas.
Somos dos muchachos ebrios que tiritan asidos de las manos
cuando la fiesta de la luz lo ha llenado todo.
Dientes de hachís, lenguas partidas,
cuerpos rotos,
¡presto, que se acercan unos pasos!
Y las bocas ardidas
se juntan
para el fuego del hastío.




Pesquisa de melenas 

Su cuerpo acostumbrado a las ausencias
se había transmutado en sombra.
Detrás de las jaulas, como siempre,
lo miraron silenciados los ojos de los ángeles.
Estaba sentado en la basa del pedestal de un héroe
de mármol carcomido,
y vino un guardián a pedirle la cifra de ciudadano y el nombre
laminado.
Lo amuralló y le palpó el pecho, las caderas y los muslos,
pero él ya había consumido su poca de pasto.
Su melena al modo de las antiguas estatuas griegas
se derramó enrojecida, pero el torso y el rostro exactos,
aún en la memoria de la plaza, son perdurables.
Sobre la tierra asfaltada
un charco de sangre se hizo río.
El guardián clavó los ojos en la tierra
y se alejó insatisfecho
acariciándose el falo de madera.






Rincón de infancia
    
I

El abuelo que pasea ritualmente ladrillos y silencios,
roble centenario con los brazos frutecidos de pajarucos
donde comen juntos su gato bandido y sus palomas.
Las miradas a los ojos y las manos apretadas
con ese niño inmenso y blanco bajo su disfraz de piel arrugada;
carcajeándonos de su siglo que ya viene, que ya viene.
Ángeles sin nube
del infierno de turno:
el gigante armado en mangas de camisa con el niño loco,
dueños de las calles de piedra.
Nosotros somos la aldehuela de lagartos encantados,
ya levantamos nuestra buhardilla en los muros de barro.
La muerte, vieja negra y helada, solamente se lleva a los marcados. 



II

Sí,
todo tenía un tamaño inmenso:
La calle en cada grieta era el universo.
En cada piedra una gota de luna,
de lluvia, de sangre.
Una ronda de pájaros
bajo el sol color miel
de las cinco de la tarde.
¡Ah!,
la sombra larguísima de Teresa Guerra
hilando en las escalas de piedra…
Su huso, sus cántaros de barro,
su patriarca bíblico.





31

Una recua de bestias saturaba el aire de hierba
muy verde. Un perro perseguía cometas.
Martillaban detrás de las ventanas
y esta gota constante hacía música…
Junto a las ollas de agua dulce,
mi madre aleteaba su canto en la cocina.




                                   
Verano de enero

Está dispuesta la mesa por si vuelves:
pez, vino y mazorcas, como nos gusta.
Tengo incienso y tabaco rubio y un poema
por si traes tu llanto,
¿sí le diste al mar mi razón de náufrago?
Tengo hartas mis viejas caracolas,
¿Me trajiste una sirena o una nube?
¿Amaste a una mujer como una ola?
No hay que decir adiós a los amigos,
en las noches te trae un auto imaginario
que abre sus puertas en mi almohada,
y ya no tengo a quien contarle que aún existo.
Siento que ya no reiré, ya no me embriago,
he ido a golpear tu puerta y he marcado tu número,
aunque hace mucho no vea luz en tu casa de exiliado.
Una nota: me encanta que tu mujer no pueda verme,
la amistad sin peligros es un cuenco roto.
No puedo sumarte a la lista de ausentes,
yo sigo dialogando con tu sombra.
De par en par
está mi corazón
que aún te abraza.




Volvemos

Volvemos en los trenes, derrotados y mordidos por dragones de toda selva.
Ojalá todo fuera silencio en cada labio de cada casa de piedra y légamo.

Pasos enfermos se pierden
hacia casas con olor a maíz nuevo,
sábanas de carne y brazos de la noche.

Solo,
en la plaza milenaria,
me cubro con una capa de humo
y trepo en el concierto de grillos burlones.

Nadie
bebe de mi ánfora
repleta de silencios.
Solamente la noche,
amante oscura, preñada
con la espada de mis ojos.




Atisbante

Ha venido el invierno
a granizarse en los huesos de mi padre.
Desde su hermoso cráneo en la ventana,
sus ojos claros ahuecan en un paisaje perdido
algún temblor de la infancia.

Cuando el viento eriza
la testa blanca,
la poltrona se aferra
a sus manos casi de nieve.

Falta poco
para apagar todas las cosas, Manuel, falta poco.




Dieciséis años

En la geografía de mis sueños
mi corazón sigue titilando en el punto de fuga
del horizonte
donde nuestras bicicletas se encontraban
para perseguir la tarde naranja,
amigo.

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