miércoles, 20 de julio de 2016

JUAN CARLOS RIVERA QUINTANA [18.952]


Juan Carlos Rivera Quintana 

(La Habana, 1960). Naturalizado argentino. Reside definitivamente en Buenos Aires, Argentina.  Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana. Terminó la cursada del Master en Planificación y Gestión de la Comunicación en la Universidad de La Plata. Ha publicado libro de crónicas periodísticas, de poesía, ensayos historiográficos y colaborados en alguna editorial de narrativa. Entre sus obras se encuentran: Alquimia de Fantasmas, (Culturales Hierbabuena, Buenos Aires, 1997, poesía); Prestamista de valores (Ed. Olalla, España, 1998, poesía); Cuentos de La Habana Vieja (Ed. Olalla y segunda edición Ed. del Bronce, España, 1998,1999); Perverso Ojo Cubano (Ed. Bohemia, Buenos Aires, 2001, antología de cuentos cubanos); Breve Historia de Carlomagno y el sacro imperio romano germánico (Ed Nowtilus, España, 2008, ensayo historiográfico); Breve Historia de Fidel Castro o Metástasis de una ilusión (Ed. Nowtilus, España, 2009, ensayo historiográfico).  Se desempeña como periodista y taquígrafo de la Oficina de Comunicación Social de la Presidencia de la Nación Argentina y como profesor de Redacción Periodística del Círculo de la Prensa; escribe libros de autoayuda con pseudónimos para la Editorial Planeta (tiene 17 publicados ya). Se encuentra escribiendo su primera novela: Mágica miseria y otro libro historiográfico sobre Caudillos y Dictadores Latinoamericanos para  Ed. Nowtilus, España. Acaba de entregar, este año 2013, a Santillana-Aguilar dos libros para su Colección Personajes de la Historia Universal, que edita “La Nación”: Madre Teresa de Calcuta y Cristóbal Colón, que están próximos a salir. 



Hélices quebradas

“No importa donde estés/ ni hacia donde camines:
cualquier atisbo puede/ convertirse en palabra”.
         Pedro Luís Ferrer, “Cualquier punto es un hilo”.


Confesiones y cataclismos

  "Dios está en la taberna, bebiendo como un condenado".
                                                (Elsa Claro, Dios el hombre)

Hoy no es día de peregrinaciones y plegarias
a los Doce Apóstoles,
Dios cerró las puertas de su templo,
aburrido de tanto augurar para los vivos
el juicio final.
Los inconformes se revuelven allá abajo,
claman a gritos una vendetta para sus almas
que jamás encontrarán la anunciada paz de
los sepulcros.
Doce campanadas descubren los traumas que
proporciona la espera,
sin embargo, siguen germinando las semillas
                                                  en el establo,
y la Divina Providencia empeña su existencia
en las cartas del Tarot.
El prójimo está cansado de tocar a las ventanas
pidiendo las monedas escondidas como naipes,
ha desgastado sus talones sin recibir ni una caricia
que huela a comunión ni a pecados santificados
con agua de Iglesias.
Cierto ángel incineró las alas en una plaza;
abandonó sus catecismos para siempre,
las noticias del día le tildan de traidor y hereje,
como si la herejía no fuera un don de la santa natura.
Se habla de cataclismos en los canteros del jardín,
¿Será que Dios mantiene cerrada las puertas de su templo
y ya nadie quiere creer en las confesiones a viva voz?



El genio de la duda

                            A mi madre, por su espera de cuatro años.
                                    Buenos Aires, 25 de febrero de 2003.

Con la neblina partirá el poeta
a lanzar semilla en sitio ajeno
y a iniciarlo todo.
Ya no tendrá la madre cerca, en su ciudad,                                                                
el rayo de sol, la profecía agorera
de su bola de cristal.
Una esquina ruidosa para recostar su calma,
endebles de un naipe equivocado.
Con la primera neblina partirá el poeta
a tantear el mundo con el genio de una lámpara
y una pócima milagrera ante la duda
de una tabla desolada.
Después no habrá más códigos ni leyes
ni palabras para calificar todo lo innombrable,
la imprecisión también puede salvarnos
cuando la saeta se dispara y el poeta ya no vuelve.


Gritos en desbandada

Guarda en tu cuerpo todas las memorias
para cuando se nos escapen los ángeles
que ya no duermen
y sólo escuchemos el aullido de un perro
en celo.
Guarda todas tus canciones tristes
que se pegan como cerbatanas a mis oídos
en este concierto de madrugada 
que sólo terminará cuando estemos vencidos.
Nuevamente esta asfixia de hereje sin refugio
sabiendo que ya existe lo que busco
miniatura de armario payaso de una sonrisa
horquilla barata de tiangue
muebles comprados al usurero.
Amor, los códigos son tan viejos
como viejas las piedras del camino/ como viejas
las mentiras y el terror a las heridas de antaño.
Si yo pudiera ser arena inocente,
cristal de roca estatua de sal
gritos en desbandada estocada final,
hierba silvestre
lecho temeroso de luz desnuda
pero únicamente alcanzo a ser cristal, 
arena, estatua, gritos y lecho,
demasiada fragilidad para jugar a ser sobrio.
He pagado mucho precio por este silencio,
y los ángeles que ya no duermen poco dicen,
pero siguen volando con su lámpara de muerte
y el traidor intenta asesinarnos.
Amor mío, nadie esta noche es tan libre como tú,
sólo que, como dijo un demonio,
el mundo siempre finaliza en altos muros.

*(Sacado del bargueño de los viejos recuerdos).



Torpe destino

           "Cometes el delito de andar
           buscando algo que los otros ya
           no alcanzan".
                      Odette Alonso.

Un hombre escruta la huella que no pisa
y echa en el baúl los desacuerdos
textos insolubles que han salido de su boca,
comete perjurio y blasfema de sí mismo
con un extraño temblor de piedra desgastada.
Un hombre enciende luces sabiendo que él 
no existe
dilata sus espacios y cambia sus rincones
pues teme morir de aburrimiento
recoge caracolas allí donde los sitios apaciguan
soledades/ tiene en sus ojos dibujado el disfraz
de lo inconcluso/ torpe destino para una impaciencia
que podría asesinarle.
Desconoce que la prisa atrae al infortunio
pero se sabe espalda-arco-feudo.
Este hombre agoniza sin saberlo,
tierna partida para una ascensión
más lenta y angustiosa.
Transgredir espejos no ha sido nunca comodidad,
para su tristeza innata de revólver sin gatillo.
Un hombre se suicida a quemarropa,
juego fatal de los que ya no buscan explicaciones/
si no muy lejos de sus ojos
Bola de Nieve se apuñala las venas 
sobre un elefante blanco y grita:
"No puedo ser feliz".  


               
Febrero inoportuno.

                    “(...) mi cuerpo en el barullo repitiendo (...)”
          Reinaldo Arenas, en “Voluntad de vivir manifestándose”.


Febrero se me fue yendo como se marchan las oportunas noches,
con delirios de fiebre que se cansan y empapan las sábanas oscuras,
con olor a alcohol de taberna vieja y dolor de pésame incierto.
Febrero se me fue desdibujando bajo la tibia e indeleble mirada,
enclaustrado en una boca llena de lisonjas y pálidas sonrisas,
de timbres telefónicos-de espejismos dentro del alma.
Así llegué a febrero con la tristeza de haber partido definitivamente
sintiendo ahogos en el corazón sin encontrar antídotos ni pócimas salvadoras.
Ahora que a falta de escuchar silencios
sólo atino a enterrar mi mano en la mortaja húmeda,
pienso en ese instante fulmíneo de la danza
                        despojándome de todo... de cuerpo y alma.
Febrero se me convirtió en una llaga que no sana, en el gusano que me roe
                     por dentro sin dejarme respirar,
en musiquilla monocorde y falsa para los tristes reencuentros,
en mapas errados que no conducen a sitio alguno, en pañuelos blancos en las ventanas,
en ciudad bombardeada y gente en las veredas con cara de desconcierto,
en partes meteorológicos inexactos, en feria de artesanos de dudosa utilería.
Así llegué a febrero, llovizna cabizbaja, almanaque osado
                   con un 30 inexistente,
penuria-arroz partido-flanes caseros- malanga con pollo-turbulencias de avión
               en una paraje indescifrable.
Febrero se me fue como se fue mi madre- en la madrugada- con pausas,
                         pero de prisa.

                       Buenos Aires, 2-5 de marzo de 2003



 Inacción en el establo vacío

                        “(...) esperando cada día, cada noche, esa otra luz 
                                   que no vigila la persecución de algún objeto”.
                                     
                                           Reina María Rodríguez, en “Violet Island”

Me engullo la codicia y el ruido del agua que dejaron mis padres sobre la mesa/ me trago hasta la última palabra que no dijeron/ aquel error de cálculo cuando mi madre ovulaba sin guantes blancos/ ademanes y explosiones de un quinqué que encendió a destiempo./ Lo masticó todo/ hasta el polvo de mis muertos y el alquitrán en mis narices./ Ya no tengo tiempo para tanto drama aburrido/ para tanta aparición inmóvil que me ronda/ Todo se cuece y se hace pensamiento/ náusea que no cesa/ rebuznar de campana justo a la hora suicida/ sexto piso con balcón indiferente./ Vuelvo a la esquina  a buscar nuevos brotes y sólo encuentro un sexo improbable/ agujero de establo vacío/ migas que alguien esparció cuando la liviandad se volvía tedio./ Estoy desnudo frente a la cruz, cae la piedra y se comienza a cerrar el nudo sobre mi cuello. /Amanece en la región antigua y todo huele a toalla húmeda/ a pupila seca/ a oxígeno sucio en un retablo que nunca ha llegado a parecerme ajeno./ Los párpados legañosos intentan limpiar mis suciedades/ comen de mi alimento con impúdicos gestos de hambre insatisfecho/ me corroen por dentro las asperezas/ rinden culto a un cuerpo que cambió y acumuló adiposidades para siempre./ El tiempo es fusilado sin juicios sumarísimos/ es el arte de una legalidad que clava su aguijón entre las carnes de los vivos./ Lo improbable vuelve a ser ecuación segura/ anhelo de paraíso cercenado por la vida./ Mientras tanto, yo sigo allí, en la mesa abandonado a la inacción/ al desdén de la pesada puerta/ simulando tanta delicia que atraviesa mis entrañas/
                         alimentándome de las migas dejadas por los otros.



Arca de Noé

“Es cierto: el derecho a ser héroes se conquista”
Slogan revolucionario

Hemos perdido la tierra desde que comenzó el diluvio,
en esta diminuta arca sólo se escucha el ronquido
de ratas y palomas, 
feliz destinos para las aguas feroces
que terminarán inundándolo todo con la procacidad
de buscar un nuevo orden.
Sostuve la centella azul con mis dientes, 
pero nunca me fue entregada la llave para llegar
a paraíso firme. Anduve, caí, adopté la risa del pez
con la llama y su eterno crepitar de lentejuelas
circulando muy cerca de las alas del diablo,
sólo que el mar borró, una vez más, mis huellas
sobre la arena.
Gocé de las pesadillas en la oscuridad del foso
imaginando recalar en una ribera sin la memoria
de otra partida. 
Alguien torció la cuerda en medio de la tempestad
y algunos corazones frágiles escucharon el tañer 
del arpa con sonrisas de vencidos a la deriva.
Nuestra suerte esta escrita: somos un amasijo
de bestias y ángeles con una costumbre enfermiza 
para las tristezas y los perdones.
Sólo unos pocos siguen buscando un puerto seguro
donde recostar su espalda o una playa desierta
sin arenas movedizas.
Mientras, yo escribo e imagino bienvenidas
en este río rojizo adonde no llegará el arca
con su angustiosa manía de no alcanzar el horizonte.

Buenos Aires, sin mar. 22- mayo de 2003.
                                                                           


Equilibrista

                         A Eliseo Diego, el Maestro.

El rincón del camino se hace piel
en las pupilas del payaso,
quien aprendió a sentir un profundo rencor
por cada aplauso inmerecido de la carpa,
pero continúa durmiendo con los ojos bien abiertos
por temor al rechazo público.
Ese rincón se transforma en abrigo
sobre las espaldas del mago,
olvida sus últimos trucos frente a las luces,
anuncia conejos por palomas negras
sin ruborizarse ante la mentira inocente.
Una varita mágica puede hacerse muro impenetrable
ante los ojos del domador,
perdió la cabeza por impaciente y aún sus leones
le ayudan a buscarla....¿Fraternidad en la desgracia?
El rincón se hace caminos en las manos y los pies
del equilibrista,
quien no teme a los saltos mortales sin mallas salvavidas,
y sienta lástima por los que rinden culto a la rutina,
como si la vida no fuera caminar perennemente por
una cuerda floja.



Ciertos festejos nocturnos

                    “Para que se abran los caminos
                 es menester empezar a abandonar los atajos”
                        Lidia Cabrera, en “Cuentos Negros”.


Alguna vez soñamos con recuperarlo todo, 
desde la ventana azul, repleta de termitas
hasta el escaparate antiguo y aquel juego de
cuarto de la abuela rica, aquel biombo laqueado
de blanco-inmaculado con pequeñas figurillas chinas 
que hacían mohines a los transeúntes y 
buscaban en los zaguanes el lugar preciso para su 
rito de geishas pudorosas con cintas de seda en los pies.

Deliramos con entrar y salir a piaccere 
(trazar una nueva orilla)
dentro de aquella casa con olor a arenas movedizas
(como aquel caimán de isla) 
que cierto huracán caribeño, con nombre de mujer lasciva,
arruinó y lanzó al mar terminando de cuajo con una infancia
que jugó a empinar barriletes en sitios equivocados y a 
dejarse llevar por chivichanas cuesta abajo por las empinadas
calles de una ciudad decadente y ruinosa, casi a oscuras
que aún se ufana de sus trofeos de guerra como dama indigna
y luego se tapa la cara con un abanico para que no veamos 
tanto rubor en las mejillas y las ojeras del hambre y las malas noches. 

Ahora estremecido por momentos del bochorno de la tarde
escuchamos a mi hijo con su trompeta romper la mudez
del nuevo barrio, (esa Flores Sur-Habana bella)
con su partitura dedicada al fantasma de la ópera
y le vemos crecer tan de repente en el exilio porteño
mal abrigado y andarín entre retumbes de tambores y 
bufandas perdidas en sitios oscuros
comiendo ravioles y empanadas salteñas donde le sorprenda 
la noche o bajo las bóvedas catalanas de una casa expuesta 
a todas las miradas furtivas y los comentarios extramuros
por su color demasiado rojo para ser “decente”, según 
chismorrea mi vecina pacata.

Todo ha cambiado, pero sigo preservando ese árbol que 
se cuela sin permiso por la ventana y salpica con sus hojas secas
(los días bonaerenses)
como el que tenía en la isla cuando se esfumaron mis extraños sueños
bajo una bandera pálida y alguna consigna que repetí hasta 
(el desgano-inanición)
cuando comprendí que no puede ser opción legítima la Patria o la Muerte
(¡al pueblo denle la Vida!/No hay derecho; diría en mis días 
de discursos panfletarios).
En mis bolsillos me traje aquellos pequeños huevos de codorniz 
que mi padre freía en la vieja sartén del patio para ser mejor marido,
el San Lázaro de yeso de mi madre que me protege
y el mantel blanco que mi abuela zurcía con una aguja de plata
adquirida en un concurso televisivo promovido por el 
aséptico Jabón Candado,
aquel lino blanco de pichón, salpicado de frutas alegres, que
era su principal orgullo los domingos cuando alistaba su mejor 
almuerzo “de pobres, pero con dignidad” y nos sentaba a todos 
cansinamente en la mesa 
como-un-destino-rito-familiar-irrevocable. 

Con qué espejos nos miraremos dentro de algunos años
(en esta geografía de circunnavegante / en este espacio sin fronteras)
cuando olvidemos entre la confusión del vino y las noches de otro sitio
bajo la lumbre de un hogar-ave de paso demasiado tibio, que juega a ser el trópico todas las canciones de Omara Portuondo que cantamos
y aquella pañoleta azul alondra, cual vórtice de silencio-ojo de tempestad
que siempre guardamos por temor a perder la niñez para siempre.

Y pensar que han pasado casi cincuenta años pero sigo hablando con el
plural de modestia, que me enseñó mi primera maestra 
en una ignota escuelita de barrio
y cargo con esa tribulación constante de peregrino-desata nudos,
quebrando guetos, trazando nuevas cartografías 
y cargando maletas al rescate de una extraviada fe,
con aquella premonición-nave-de-añil-que-me-flagela,
intentando borronear (ya sin censura) todo lo que se me antoje 
en la corteza de los árboles/
aunque no perduren ni siquiera los malos restos 
de-mis-pasados-festejos-nocturnos. 

 19 de agosto/08, tranquilidad de la oficina de prensa.



Isla adversa

"Dentro están las cosas en su sitio
  las crestas
  el azul
  las heces apacibles (...)"

”Apremios” (1989), Ada Elba Pérez.

el mar se me suicidó a pedazos, 
fue cayendo poco a poco, a mansalva
dentro de mi corazón
y terminó inundándolo.
con él se fugó toda la extensión de la playa
y el sabor de algún rocío extraño 
cuando soñaba con la inmensidad
que no se alcanza.

soy testigo de cierta obcecación insular
que no conoce límites 
cuando las olas baten contra los farallones 
y hacen peligrar el mustio silencio de inoportunas ceguedades.

He subido hasta mi último peldaño para reencontrar 
su inmensidad, para escuchar su rumor oscuro 
rodeándolo todo
y apenas alcanzo a divisar su traicionera calma
su espesura de signos su encantadora embriaguez
su bofetada traidora justo al borde de un camino
que alguien denominó encrucijada. 

Siempre soñé con el mar y su ademán de sombras
infinita frontera entre tanto viento y territorio
blasfemia desaforada que reniega de códigos y dobleces
y lo engulle todo.

Mi mar es otra mentira entre ceja y ceja
una fiesta antigua otra alegoría que me salva/
procacidad convertida en largo sufrimiento
apodada trampa, cárcel, cerco, concilio, simulación, desconcierto.
Mi mar es una isla adversa/ 
otra frontera innecesaria.

                           Buenos Aires, Sin mar.



Alivio para los malos ojos

“Lo difícil es crear cuando el contexto real desaparece
y se imponen las íntimas fronteras”.
Rasa Todosijevic. 

Vuelvo a mi maderamen, a mi mascarón de proa sureño 
e intento recomponer mis propias sensaciones,
tiro los frascos vacíos del after shave, del pasado verano/
que se amontonan en el botiquín de mi baño,
donde el espejo yace cubierto por una tela blanca para evitar forcejeos
con el adolescente que fui de pelo enrulado y bigote rojo/
excreto – acuclillado - mis propias vahos en el sanitario
e intento un culto vudú que me devuelva sin rompimientos 
ni límites a mi primigenia tribu/.
pero ahora sólo encuentro pájaros de mal agüero y vaticinios foráneos/
macumbas que regurgitan en las márgenes 
e intentan meterse dentro/
mezclo mis hojas de papel con agua, las macero y las pongo al sol
con canela de Ceilán comprada en ciertas ruinas peruanas
pues preciso de cuartillas re-blancas, re-puras, re-indoloras 
morir vivo ante cada idea, ante cada golpe de teclado, re-crear 
viejos párrafos enlutados del almanaque, volverlos a sentir lacerantes, 
en fuga hacia el interior de alguna vieja maleta que ya no uso
en la que se carcomen y gangrenan los álbumes fotográficos
(que ya no veo).

No son estaciones de entibiados parlamentos, 
de palabras fútiles y pútridas, de oquedades políticas 
de bajo perfil enfundadas en discursos obsoletos y sesentistas
prefiero escuchar a Edith Piaf macerar “La vie en Rose” 
amargado karaoke para las tardes de burdel de su infancia, 
lejos del circo donde creció. 

En una esquina del aposento, tras mi espalda
una decena de arañas tejen baquianamente su red para 
evitar aludes pretéritos y lastimaduras de antaño/
yo no quiero re-vivir añejas utopías sólo difuminarlas 
en mi cristalizada masa neurodegenerativa por el Alzheimer/
padezco, siento todavía la luz sin artificio que se cuela 
por un hueco casi cinematográfico del cristal de la ventana 
donde alguien miró sin sobresaltos algunas 
celebraciones profanas.

Acullá, los monjes suben al campanario 
lanzan su quejido matinal que rebota contra la vereda
y la impasible bóveda del techo/
hilvanan sus cánticos y rezos, antes de tener otra orgía 
pendular en las celdas de enclaustramiento,
donde dicen rezar a Dios, sólo que lo hacen largas veces
al día y las ojeras los delatan/ hipan, se tocan, 
beben y gozan sin impudor/
desde mi almohada puedo sentirlos aparearse de placer, 
ensalivarse los ojos y no pronunciar ni una sola sílaba 
pues tienen prohibido hablarse/
quizás para no sentir los inmemoriales rencores mundanos.

Luego, en la noche van al río color león y lavan sus partes pudendas
y allí paz y en el cielo gloria.

Por dónde andaría yo cuando el comete Halley surcó la tierra y
dejó su traza imprecisa de suicidios en caída libre 
qué frontera cruzaba, qué Paso de los Libres recorría 
cuando colapsaban las bolsas del mundo y se licuaban los pasivos
del Banco Lehman Brothers,
hacia qué lugar volaba cuando alguien que quiero cerró sus ojos.

Al parecer, nada se puede ya contra los malos ojos.

15-10- 2008. Viejo poema
Día de fútbol entre Argentina y Chile.


Levedad

“Cuando llegue el momento,/
aunque sea tarde y te apresuren (...)
trata de dejarlo para siempre/
en el rincón más limpio de la casa”


             “El Emigrante””, de Reinaldo García Ramos..


Deseábamos construir en esa ciudad nuestra Babel,
una torre de pulmones, energías y tendones
sin huesos ni talones para maquillar la cotidianidad/
que recordara austeras
civilizaciones, cofradías que lo dieron todo sin pedir nada
y hasta calentaron la tierra para
engendrar la piadosa cosecha/
el tiempo del mayo festivo para contagiar los ritos
de cánticos verosímiles.

Entonces subíamos a buscar el tren
que cruzaba como fantasma agónico tras
nuestras espaldas y sobrevolaba ígneo por
dentro de las estancias, cuando la caña comenzaba a
madurar y sólo era permitido oler su dulce acidez/
aquella baranda de melaza que envolvía las sábanas
y las almohadas cuando las puertas cerraban y
daban paso a las más plurales ceremonias de los amantes/
acaloradas celebraciones de una utopía que nos devolvía
obscenos hasta la vergüenza.

Queríamos regresar (¿quién no lo desea?)/
aunque más no fuera unos segundos
a aquel césped recién castrado en el patio escolar, a la hora
del recreo,
cuando el ciprés azul mecía sus hélices y manoteaba
entonando sus vítores de guerra
detrás de las postigos que las conserjes clausuraban
por temor a una estampida masiva
de cerebros pulverizados por tanto teorema y dogma
recitado impunemente, chapuceramente como expiación
de perro ciego.

Y era aquel pedazo de isla el precipicio de nuestros cielos/
aquella cartografía que se acodaba a los límites
que reventaba el mar como bastión, con la parsimonia
de quien aniquilaba olvidos y diseñaba estratagemas perdidas
para cuando estuviera ausente
o acaso la primigenia ilusión remachada hasta la credulidad
con clavos comatosos en los libros y periódicos oficiales/
palabras peces/ palabras poses/
palabras clanes/ imperfectas palabras
que sirvieran de escarmiento y mordaza
para el desprecio o la veneración.

Nos decían que más allá estaba el borde... la nada/
las expiaciones perennes alrededor del fuego para los Ícaros
y que perderíamos para siempre el laberinto de Creta
exacerbaban los desazones, nuestras propias desconfianzas
sin pensar que cierto día el alambre partiría y todo caería por
su propio peso.

Ahora, que muchas botellas naufragan y tuercen derroteros
en orillas lejanas, cuando los tsunamis doblan rumbos
sin premeditación, pero con alevosía/
muestro mis alas chamuscadas, convulsivas, excoriadas,
como trofeos de vetustas confrontaciones
explorando otras plazas ya sin tantas alucinaciones ni fábulas,
magros ejercicios de transmutación que me arrastran
a otros confines ficcionales,
aunque más no precise de otro tironeo de mano,
de un zarpazo de ahogado/ quizás de otra gabarra
o acaso (con menos pretensiones)
de un jirón de piel para mantenerme a flote.

Buenos Aires, 29 octubre de 2008.



Lejanía-cercanía

“El ser humano se evapora, la obra queda”.
Cundo Bermúdez, artista mayor
(Septiembre 1914/ 30 Octubre 2008).


Primero fue el brochazo estridente, el rojo púrpura/
que encogía el corazón enfermo
el gentío fue llegando sólo; anclaban sin consentimiento
como perlas entre las piernas o tras el azabache negro/ 
sin melindre posaban
como Dios los trajo al mundo. En definitiva, para los insulares
el recato murió apaleado por la espinazo, atributos de vivir
sin zapatos para estar en contacto con el barro, 
en el límite,
apretujado frente a una ola o entre capiteles 
y columnas que siempre están por desplomarse/ 
tras mamparas que sólo sirven para albergar 
flirteos y liviandades,
simples garabatos para guindar los trapos coloridos
o disimular algún Eleguá
que en las noches resuelva encrucijadas y 
lance sus palos de monte para complacer 
la risa del kerekete y limpiar con manteca de corojo
las puertas del paraíso. 
Después asomaron los pregones de las caseritas
que conquistaban las escaleras de los solares
camino a algún toque de tambor, mezclados con el 
cántico de las castañuelas o el maullido de alguna
gata en celo
que se dejaba afincar justo cuando la vitrola
restregaba una calenturienta conga santiaguera
(la mejor música para pasar al más allá 
y gozar del más acá).
El pincel seguía hurgando sobre el lienzo, apuñalando 
el aroma del batey y el tufo del mar que llegaba desde lejos/
raro ajiaco criollo para morir de embriaguez, 
sobre todo cuando se está en la otra orilla 
la forastera-la menos compacta-la peregrina.
Las plazoletas achicharradas por la lumbre y los ojos casi ciegos 
(¿habrían percibido demasiado?),
eran, entonces, delgados contrapunteos entre lo humano y divino, 
sumatorias de todas las vilezas y las caridades de este mundo/
paisaje dilatado contra la rechifla de un viejo vapor sin regreso.
Las manos tropezaban como aspas por sobre el contrabajo muerto,
escudriñando esa rara placidez donde reposar del cansancio 
de tantas noches de vigilia y ramalazos en el pecho/.
“El destierro siempre cuesta caro”, maldecía el pintor
y mascullaba su rezo espantamuertos/ 
era la única manera de poder seguir perenne frente al lienzo,
(Aquel, su perímetro privado y difuso).
Hoy, que el último adelantado ya no puebla la pintura 
azul con fondo naranja
cuando apenas se evapora el hedor del aguarrás y las temperas 
para la sobremesa y alguna que otra siesta prolongada
con dolores en la espalda/
se colorea por siempre su huella bifurcada bajo el limonero 
de algún patio bohemio habanero
y cierta playa art decó de yates blancos.

                                                           30-10-2008.


Rutina del apátrida

“(…) Mi cuerpo extendido y seccionado sobre las espaldas de la noche es ahora un recipiente intranquilo (…)”.

                              Javier Ubalde Enríquez, en “Grial”

Estornudo espaciada, gélidamente contra el cristal de la ventana
en sentido inverso al aire y las partículas de mi saliva
explotan y se fecundan unas a otras en un festín casi orgiástico/
patológico-endémico que desintegra el esputo a la luz de la luna opalina
haciendo muecas y malabares contra el vidrio manchado
que demorará mucho tiempo en volver a ser transparente.
Recorro con la vista – entonces - la calle que yace como un trozo de sal
y observo salir del consultorio del psicoanalista de enfrente a una chica con cara de suicida que se ordena el cabello como si compusiera su vida a sorbos
para no seguir intentándolo sin éxito… la próxima vez no será un cóctel de sedantes con boleros de fondo, sino una soga puesta en el horcón más alto de su cuarto… lo vislumbro… y entonces ya no llegará nadie a tiempo y habrá cumplido estelarmente su anónima tarea. Retuerzo mis manos secas, cuarteadas y pálidas que empiezan a carcomerse contra el teclado de la computadora con ese síndrome del túnel carpiano (patología de la modernidad) que corroe mis músculos tumefactos y me hace tomar antinflamatorios todas las noches antes de acostarme. A estás alturas ya no sé si es una evasión necesaria o son las ansias de paliar otros dolores más espirituales que no cesan, sobre todo en las madrugadas cuando cierro la puerta del cuarto
 y los recuerdos del destierro mueven la vieja mecedora. El retrato de mi madre yace glacial en mi mesa de luz entre fotos de viajes soñados que ella nunca pudo realizar, ni imaginó…escapatorias que quedarán encerradas en pequeños marcos comprados en algún negocio con publicidad de Kodak y promociones vacacionales de 35 fotos por quince pesos. Limpio mis gestos inútiles y arranco mis miedos de fin de semana dentro del cuaderno de bitácoras que tengo en la web/ narcisismo vitrina de palabras que retumbarán como barcazas que jamás llegarán a destino cierto por impericia de su timonel. Estiro mis huesos como un puñado denso de azotes que dudan, convertidos en trizas dibujadas con cenizas bajo mi piel. Afuera la lluvia retuerce rumbos entre mil y una historia censurada y los amantes se esconden en los zaguanes para propinarse sus placeres más carnales con crepitaciones de cuerpos consumidos por el fuego eterno y el alcohol. Entierro mi pasado nómada entre fotos sepias de reportero de guerra en lugares inhóspitos que escudriño de reojo y un charco de tinta que derramé sobre la alfombra con la despreocupación de aquel que quemó sus naves en la otra orilla sin temor a dar el peor ejemplo y terminar entre barrotes y olores amoniacales o al pie de una fosa ignota. Me llevé un país en la palma de la mano y ahora no sé en qué bolsillos colocarle sin sentir la culpa del apátrida que ya no desea un pronto regreso. Exhalo gélidamente un suspiro dolorido y una vez más siento que la vida tiene esas pequeñas emboscadas… celadas de rutina dominical que terminará - si no termino pronto- empañando esta delirante descarga con ínfulas de trasnoche en algún viejo cine triple X de barrio, con penas de mugre y humedad rancia.

                         Buenos Aires, 27 de agosto/2010.
                             Ya sin naves para incinerar.


Exilio

                           "(...) de vez en cuando alguno -como yo- se salió de la fila
                                   hizo silencio/ se fue desvaneciendo atrás (...)"

                                                    “Poema XIX”, de Juan Antonio Molina



Somos la dadivosa señal de la verdad que mutila
el febril encanto de los suplicantes a la hora de la cena,
la irrefutable muerte de los e-mails dentro de las computadoras del mundo,
la jubilosa pústula revoloteando en medio de los otros huesos.
Ni una sola pregunta ante la urdimbre de los himnos que cantamos
el hartazgo nos llenó la lengua de injurias y cánticos condenatorios
y terminamos ejecutados con nuestro insincero atiborramiento
con el estómago atravesado por tanta hipocresía de la inoperancia.
También yo tengo muchos amigos que están en el exilio
se fueron marchando con la cabeza baja y los bolsillos cuajados de
incertidumbres/ y terminaron fregando copas en bares de medio pelo
o deshollinando mingitorios en elegantes cafés del mundo.
Aún me quita el sueño tanta diáspora y renunciación
eran casi siempre los mejores en todo,
pero siempre fueron pésimos simuladores.
Yo terminé pintando un avión sobre una hoja blanca
pues le tengo fobia a los botes sobre la corriente
y conseguí aligerar mi equipaje de atavismos y ciertas ideas
suicidas que rondan justo antes de entrar en las fauces del lobo.
Ahora todo quedó detrás. Pero aún las oficinas inmigratorias me siguen
                                                                         demorando por cautela
y mis antecedentes penales se solicitan sin respuesta alguna.
Cada vez que pienso en cuños y documentos
siento nauseas ante tantas indefiniciones y esperanzas retrasadas
y me persigue un deseo de lanzar mis excrecencias contra
toda la xenofobia que pulula.
Empiezo por admitir que en la querella contra los inmigrantes tipo A
mi nombre quedará inscripto entre los abofeteados y peligrosos
que ya jamás comulgarán con los discursos y festines oficiales.



Pleamar y bajamar

“(…) Cuando vengan por mí, solo hallarán estos islotes ensangrentados de mi hígado y un trágico naufragio”.

”Quemar la naves”, de Obdulio Feneto Noda.


Dentro de mi corazón arrítmico un barco entra lento, casi espectral/
trata de abarloarse a un subrepticio muelle en un puerto remoto
que le permita atar fuertemente su cabo a la válvula mitral
y quedarse para siempre entre sonidos atonales cuando cierre
mi válvula aórtica y todo se torne mansamente siena e inerte.
Para entonces tendré que abrir nuevamente las compuertas,
dejar que todo fluya en la acequia/ que rebalse de glóbulos rojos
las entrañas en ese ir y venir del ciclo,/ que todo se inunde desde adentro, desde las vísceras mismas del pozo ciego y rebote el eco que confunde la memoria y petrifica el olvido. No sé como expatriar
esa maniobra aventurada y predecible, que huele a escapatoria
y me deja exánime para siempre, si las barcazas ya no quieren irrumpir
y hasta ese fortuito bajel se lanza a una última aventura
a sabiendas de que podría costarle cara y terminar desmembrado, ensangrentado contra el hormigón de mis huesos.
Palidezco con labios temblorosos y mirada sitiada
cuando el pitido de la sirena se escapa afuera
y no puedo acallarlo dentro, por más que lo intento.
No tengo costumbre de ir con cara de lobo de mar entre
los recién llegados a la escollera en la que se ha convertido mi pecho. Transgredo las fronteras, los límites, las sombras de una nave
que entra al embarcadero y termina engañada,
perdida entre una tinta más dispersa que la sangre
y la humedad que se escapa de mis ojos turbados.
Alguien - un viajero sin abrigo - intenta arrojar desde la proa
algunas monedas en señal de buen augurio, sin comprender
las razones por las que el timonel teme que el mal tiempo nos escore y hunda.
Sin explicaciones se da la orden del achique antes de permitir dejar el barco
y la banda de música entona un himno lastimero con tufo a salitre muerto.
Y es que la vida suele proceder así: entre pleamar y bajamar/
recalos y despedidas apiñadas en tantos puertos
donde cada ola es una anunciación de que muy pronto podremos divisar
la marea mortecina que enmascara aquellos territorios
                                                       de migraciones y destierros.

                         10 de septiembre/2010, sin embarcadero cerca. 


Cómplices palabras.

       ”No creo en las palabras (...) las he visto afirmar/ negar/ mentir/
                                        al pie de los altares y patíbulos
                                Armando de Armas, “Sobre la brevedad de la ceniza”.


Las palabras se incrustan mutiladas contra mis cristales
              se parapetan en mi placard y gimotean
                                                  tras mis pasos,
heridas/ dolidas/ dañadas/ prostituidas/ cansadas
                                   se desangran bajo la escalera,
 se tropiezan unas contra otras al borde del abismo,
 se tocan impúdicamente sin pensar en sus géneros y concordancias/
 en sus tildes y acentuaciones, en si son diptongos o triptongos/ llanas o agudas, sin recato hacen el amor/ desfachatadas/ procaces/ sin pensar en el qué dirán/ sólo en el goce momentáneo/ en la cabalgata cansina
de la vigilia, en la agonía del naufragio, en los estertores de un faro sin olor a mar. Poco a poco se travisten, se camuflan como voces cómplices aquí en esta noche sobre mi mesa de luz, tras los ojos y los rictus de las máscaras que cuelgan en mi sala. Se escabullen dentro de la almohada y no me dejan respirar, me cortan el aliento,
pues temen descomponerse, infectarse, destriparse, engullirse, perecer en el intento/ su egoísta espíritu de trascendencia las malogra (¡y las salva!), las entierra bajo el lodo de un monótono cementerio en La Tablada,
las enferma de miedo y lo que es peor... les nubla el entendimiento, la razón.
Mis palabras confunden fronteras, geografías, nortes y sures
galopan histriónicas por el mundo, con caras de mosquitas muertas
                                             o malsanos rubores egocéntricos,
arder en la pira son sus sinos, cenizas sus afanes/ mojarse hasta los huesos su tarea/ son como las ausencias de una Habana extramuros.
                                                    que ya me resulta extranjeramente ocre.
Mis palabras se mueren de tedio, gritan, insultan sin sentido/ se matan de risa
                                                                                 con afilada boca
diseñan su orgía, su festín de vida o muerte....Cortadas a la medida
se lanzan tras su presa/ desvarían por un elogio que les levante el ánimo/ por un secreto que contar/ juntas trazan estrategias de ataques y lisonjas: antípodas de un plan mayor para el momento oportuno/ para la hora de la puñalada por la espalda. Mis palabras buscan una camisa de fuerza, algún psicofármaco para sedar ciertas botellas de vino para seducir, se quitan su polvo y su carcoma y lo hacen con profesionalidad,
con sutilezas universitarias, con estudiada altanería de diccionario enciclopédico español. En definitiva, son ellas – todas- un amasijo de hierros mohosos,  un brebaje hecho ex profeso para colegialas y malevos,
charcas putrefactas donde se hospedan larvas de mosquitos,
perfumes de free shop de algún viejo aeropuerto sin controlador aéreo.
Peregrinas, sin concilio, traman su partida y su llegada
diseñan su reducto/ buscan su buhardilla, su telo, su letargo, su vigilia.
Por eso, cuando cierro la boca me atraganto, vomito, me mareo
sube mi presión arterial/ una rara sensación de acidez
se hospeda bajo mi lengua y sale fétidamente hacia fuera.
Por eso es que soy también de los que nunca ha creído en ellas,
las colecciono en frascos asépticos para los días de exámenes de sangre
y análisis de orina e intento, de vez en cuando - y por desquite –
empujarlas por el tragante del baño, a donde van a parar
                                        todos los miasmas pútridos del día.

  

                                   Buenos Aires,  ya sin palabras, 9-03-2007.




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