lunes, 3 de septiembre de 2012

7679.- MANUEL FELIPE RUGELES





Manuel Felipe Rugeles (* San Cristóbal, Táchira, VENEZUELA 30 de agosto de 1903 - † Caracas, 4 de noviembre de 1959) fue un escritor y periodista venezolano, cultivó la poesía y el ensayo.
Cursó educación primaria en el colegio Alemán de su ciudad natal, y el bachillerato en el Liceo Simón Bolívar de esa misma ciudad. Formó parte de los poetas de la llamada Generación de 19181 y fue apresado por el gobierno del general Juan Vicente Gómez en 1929, cuando publicó en el diario marabino Excelsior, artículos que no fueron del agrado del régimen. Posteriormente se exilió en Colombia de donde regresó a la muerte de Gómez en 1936. Ocupó diversos cargos públicos; Secretario del Ministro de Hacienda, diputado a la Asamblea Legislativa del estado Táchira, director de Cultura y Bellas Artes del Ministerio de Educación y director de la Revista Nacional de Cultura. También en el sector privado desarrolló su actividad como director de la revista El Agricultor Venezolano y del diario Crítica. Perteneció al llamado grupo "Viernes", cuya revista fue durante algún tiempo pantalla de presentación artística de la vanguardia venezolana.
En 1945 fue galardonado con el premio municipal de poesía y el Premio Nacional de Literatura.

Obras

Poesía:
Cántaro (1937)
Oración para clamar por los Oprimidos (1939)
La Errante Melodía (1942)
Aldea en la Niebla (1944)
Puerta del cielo (sonetos, 1945)
Luz de tu Presencia (1947)
Memoria de la Tierra (1948)
Coplas (1947)
Canta Pirulero (1950)
Cantos de Sur y Norte (1954)
Dorada Estación (1961)
Plenitud (1966)

Ensayos:
Poetas de América cantan a Bolívar (1951)
Lo popular y lo folclórico en la Táchira (1952)
Sentido emocional de la patria (1953).




TU PRESENCIA Y LA MÍA

Vamos a entrar ahora en el bosque
donde ya han esperado tanto tiempo los pájaros
tu presencia y la mía.
Vamos a oír las voces
del viento que en los árboles
se hermanan con el canto de los pájaros.
Vamos ahora mismo
hasta el alma del bosque,
por entre las hojas ya caídas, ya torpes,
volanderas sobre la tierra
y sobre el aire cálido de la mañana,
hasta sentir el corazón en verde revestido
como con el escudo a la corteza
de algo que ha de perdurar,
ocultando la savia que por dentro resume
todo nuestro existir.
Son antiguos desvelos,
sobre cicatrices ya viejas,
pongamos este arrimo de luz que nos ofrecen
las entrañas del bosque.
Vamos a entrar cantando
hasta encontrar la hebra
del primer trino en algún árbol.
Vamos a entrar despacio
hasta el follaje denso
donde el sol llega apenas en jirones,
dorando la tierra y las raíces de los cedros.
Tu presencia y la mía
en el bosque la esperan hace tiempo los pájaros.





El Hombre 

Este Hombre es el mismo que conocen los siglos.
Vencedor o vencido, filósofo o esclavo,
justo o impenitente, conforme o vengativo.
Este hombre es el mismo
que ha tirado el guijarro o ha aromado la venda,
que ha escondido el puñal o ha cortado la rosa,
que ha erigido el patíbulo o ha apagado la hoguera.
El que avivó la ira o prendió la alegría;
el que vistió la púrpura o el que anduvo desnudo
o lloró frente al mar o atizó la tormenta.
El mismo, el mismo hombre
que salvó las palomas o arruinó las abejas;
el del vaso de oro o el manjar de lujuria;
el que bebió del cielo o se hartó de la tierra.
El mismo, el mismo hombre
de la ardiente cruzada o el de voz tumultuaria;
el bandido o el mártir; el héroe o el misántropo;
el de lámpara o cruz o bandera en la diestra.
O el que desesperado sin esperar blasfema,
o el que ha hundido sus labios en la herida de Cristo
o el que ahoga su llanto profético en la sombra
o el que mide su vida por un grano de trigo.
Todos el mismo hombre que conocen los siglos.
Y en la historia o la fábula diciéndonos hermanos.
Y tú, Dios, perdonando la mentira y el odio
y la sangre vertida que corre en nuestras manos.






La Aldea 

En mi aldea,
cuando niño,
nunca creí en otra aldea,
nunca soñé en otro cielo,
nunca pensé en otra tierra.
Recortaba sus crepúsculos
y apacentaba sus nieblas.
Cristales me daba el río,
pájaros me dio la huerta.
Con un caracol de monte
vida tuvo una flor nueva.
Preso entre cuatro horizontes
pasé mi niñez entera.
Después descubrí un camino
Nacido al pie de mi aldea.





Todo lo que es mi vida

Tu alegría define mi alegría.
Tu ternura construye mi ternura.
Elevándose a ti mi poesía,
consagrada a tu amor, se trasfiguran.

Tu mirada, perfecta como el día,
¡qué suavidad al corazón procura!
Sobre él vuelca siempre la armonía
interior que le anima en su dulzura.

Cuando te digo mía es porque siento
rondar cerca de mí tu pensamiento,
imagen de la estrella y de la rosa.

Todo lo que es mi vida está en tu vida,
como el alba en el lirio sumergida,
como el oro en la ardiente mariposa.

Ella hasta en la razón y el desatino
dueña de mi dolor y mi alegría.
En el agua diamante y en el vino
uva y fresa maduras bajo el día.

Ella en la ausencia, flor de lejanía.
En el recuerdo, voz de melodía
y en la nostalgia, fuego de esperanza.

Ella en la soledad tan sólo mía.
Desnudo amor que entre mi sueño avanza
como la forma de la Poesía.





Todo el silabario de los pájaros
me lo sabía de memoria en el campo,...
Entonces,
distinguía en el concierto
silvestre,
la sinfonía de los canarios, 
el dúo de los carpinteros
el capricho de las alondras.

(El montañés en la ciudad)






Alrededor de la aldea
las amapolas del campo
despuntan como luceros
rojos en el verde pasto

("Esta es la tierra nuestra"
(Aldea en la Niebla)





Fue de alfarero la mano
que en la aldea nos bendijo
y de hornero la otra mano
que nos enseñó el oficio.
La arcilla nos dio el secreto
de transformar su destino.
........................
El agua que es nuestro vino
siempre en vasijas de barro
la bebimos.

("Alfarero"
.Aldea en la Niebla)





Se estremece el trigal con la neblina
y es azul, tan azul que no parece
trigal, sino una ola que se empina
cuando el aire de súbito lo mece.

Al mediodía es oro. Crencha fina
de doncella que en púdico amanecer
Sólo ya con la tarde languidece
y torna a encapotarse en la neblina.

Al viento que se lleva en el voleo
la corteza del grano ya maduro
lo sigo, lo persigo, lo deseo,

Para aventar del corazón, amigos,
la ruín escoria hasta dejarlo puro:
¡puro como la harina de los trigos!

("Trìptico del color del Ande"
Cantos del Sur y el Norte)





Con su fresco donaire se perfila
sobre la roja arcilla del florero
la ramita morada de la lila
que disuelve fragancias de romero

Ella en el reino de su mundo asila
el fuego del ocaso, y un reguero
de su aroma recóndita desfila
al sacudirse se ramaje entero.

Sobre la huella del nogal se advierte
el gajo en plena languidez y asombra
su vida breve y su pequeña muerte.
Signo y escudo de la primavera
cuidan de ella hasta en la misma sombra
las espadas que yergue la palmera.
("Trìptico del color vegetal

Cantos del Sur y del Norte.)







Decid: ¿Quién trajo el eco
de flautas pastoriles y enterradas?
¿Y quién lanzó, temblando hasta mis hombros
la primera semilla de la ulmaria
presta a hacer con aire de neblina
por encender el surco y la alborada?
Están lloviendo azules en mis ojos
Están gritando soles en mi espalda.
Me asaltan las petunias, los claveles,
los capachos, los mirtos y las dalias.
Mariposas me escoltan en la brisa
los bueyes tardos por mis pasos andan
La más humilde yerba me saluda
Hasta el sauce balbuce una palabra.
Vibran detrás de mí verdes arroyos
Pájaros ciegos a mi lado cantan
Las abejas me rondan con sus mieles
Para mí sólo hablan de amor las águilas

"Cantos del Sur y del Norte"






El árbol-sin quererlo-
se circunda de frutos
y de pájaros

En el muro arde el sol de la mañana
y prosperan la yedra y las orquídeas.

Al río prolongan las estrellas
el nocturno infinito de las horas
y la brisa le trae el don del cielo.

El hombre, solo el hombre
se corona de sueños,
se alimenta de imágenes
se viste de recuerdos.
Y a veces va, de puerta en puerta,
de laberinto en laberinto,
y de espacio en espacio,
como un dios con su llama
hasta alcanzar la eternidad del canto.

("El hombre,Sòlo el hombre")






¿Qué imán guardan tus ojos
para ver más allá de nuestros límites
en la profundidad secreta de los cielos?
Con su lumbre ha llegado
a la heredad del triste, de paria y del mendigo
y con su lumbre ha dado
mayor blancura al lirio y al vellón del cordero
y más oro a la parva silenciosa del trigo.


Ha serenado el mar y en sus orillas
multiplica la carne menuda de los peces.
Acaba de dar vida a la hija de Jairo
El agua de los odres ha transformado en vino...

Ilumina los campos y alegra los senderos
y purifica el agua que han de beber los niños...


Pero se anuncia el día de su clara inmanencia
Será el Resucitado, que ha de tornar viviente
Con su gracia impalpable del seno de los muertos...
Llama nunca extinguida de amor y de esperanza
sobre el dolor y el llanto que aún hay en la tierra.

"La Celeste Inmanencia"
Dorada Estación


2 comentarios:

  1. Muy interesante el sitio.
    Pero en el bello poema de Manuel Felipe Rugeles, titulado La Aldea, en la primera estrofa, falta un verso. Debe decir así:

    En mi aldea,
    cuando niño,
    nunca creí en otra aldea,
    nunca soñé en otro cielo,
    nunca pensé en otra tierra.

    Felicitaciones por el "site".
    Manuel Rugeles Acevedo.

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    1. Estimado Manuel, corregido,
      y a su disposición
      un fuerte abrazo desde España
      Fernando

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