martes, 6 de noviembre de 2012

DELFINA TISCORNIA [8.297] Poeta de Argentina




DELFINA TISCORNIA 

(Buenos Aires, Argentina, 1966-En 1996 se quitó la vida)

Hija y bisnieta de escritores (Lucía Gálvez, Delfina Bunge y Manuel Gálvez). Colaboró en diarios y revistas de Buenos Aires y del interior del país. En 1993 publicó su primer libro de poemas, Equivocación del paisaje. Mientras la noche avanza, 1997, es de publicación póstuma.

El 1° de junio de 1996 se quitó la vida.


In Memoriam

"No hay conflictos en mi escritura, no hay poesía
objetiva del dolor, por tanto no seré poeta sino convaleciente catártica."




Horas

Prefiero verte estallar en la cocina
que hacer las paces con el odio;
todo es a veces tan exacto como un mapa
desbordado de colillas.
Este tiempo es un agujero verde
donde me estoy fugando
desnuda y cargada de valijas.
Pero despierto a golpes de agua
en esta habitación vacía
y me sacudo el lastre del verano
y lloro alternando las esquinas;
todo huele a farmacia o cementerio,
no distingo,
imagino la muerte cabalgando por tu pelo
con la heladera abierta y la TV rugiendo.
Alguien llama a la puerta, me armo y me desarmo
como un rompecabezas antiguo
y atiendo en camisón: sos vos girando
entrás girando
hablás girando, yo me pongo detrás de las palabras y
las leo,
una luz blanca y seca me apuñala
busco tus ojos y ya ruedan por el piso,
suben al empapelado y ahí se quedan,
feos como moscas.
En este paisaje desolado
me aferro a tu corbata incólume,
mientras tu cuerpo empieza a deshacerse.

(1994)





Más acá, por favor

Me quedé sin nube
fuera de todo, hasta de la lluvia.
Desde aquí alcanzo a ver tu silueta
pateando latas y puteando al perro.
Qué rara paz;
este estar abierto y sin deseos
como una ameba boba
fundido en el todo o en la nada,
da lo mismo.
Ah, qué prisa llevan allá abajo,
si supieran
no serían capaces de reírse de sí mismos
por creerse más necesarios que una hormiga.
Bueno, mantengo el vicio del lenguaje
todavía.
Así que de esto se trataba
tanto misterio
y luego del zarpazo final
la calma chicha
(y unos cuantos descontentos,
como en todos lados)
Pero hay algo, un detalle
que debo confesarte
y me avergüenza
lo que realmente añoro
es aquella increíble idea de un dios
patentador y responsable de este insípido quilombo
que aliviaba mis noches
cuando vivía allá abajo.

(1995)






El engaño

II

Me trago mis palabras
mi propia basura irreductible
soy el sueño egoísta de otro aburrido espíritu
que inventó mis miedos y mis odios
para que lo entretenga de su hastío de siglos.
Palabra, semántica, sintaxis
soy esclavo de tus combinaciones
y moriré desnudo sin haber dicho nada,
nada de lo que es mío solamente.

(1995)

de “Mientras la noche avanza”, 1997, Emecé.





Guárdate de las gradas del amor

Guárdate de las gradas del amor,
vacía tus bolsillos;
y llénalos con piedras
u otros objetos inmóviles,

guárdate también,
de esas casas de silencio
y no te hamaques
en el tiovivo de la luna:
sus caballos corren desbocados
hacia el vientre rojo de la noche.

No me acaricies si me siento absurda,
ni me imagines suelta,
fuera de nuestro tiempo:
mi luz se arruga si está sola.

Acuña tu propia moneda.
Respira
desde tu corazón.

Deja que tu laberinto construya
su respuesta.




Esa noche

Esa noche
levantamos la muerte de la mesa
y lavamos los platos.

Esa noche
tu cintura rodó como un globo de fuego.
Nos reímos
debajo de la cama.

Al día siguiente
te miré fijo:
echamos a la suerte
quien cocinaría
los restos húmedos.

En adelante
siempre fuimos otros:
jugamos a ser príncipes
en una casa desalojada.

Hoy descubrí una araña transparente
en el techo del cuarto;
mañana quizás
salte por la ventana

Ella camina sola (Olmo Ediciones, Buenos Aires, 2006).





Equivocación del paisaje

Hoy es trece, creo
y abajo todo espera:
la sierra es un cartón deshabitado.
Un pájaro termina de deshacer la tarde,
sombra contra sombra en un frío espejo de agua,
asombrado tal vez de su propio silencio.

Todo el paisaje se quiebra
como resaca de aguardiente,
líneas duras
se abren paso entre franjas de cielo y polvo,
líneas cavadas por una mano infinitamente terca
que tal vez quiso aliviar el espacio
de la costumbre del vacío,
o se dejó llevar, blandamente,
en un sueño de vino oscuro y secreto
y trazó su contorno,
su dolorosa imagen.

Aquí y allá la tierra está partida
mitad respiración, mitad ceniza.
Un viento desparejo anuda la montaña a su altura,
como un monstruoso corazón de piedra.
Esta quietud meticulosa
se me enreda en los dedos: el aire es otro cuerpo
dejándose caer sobre mis hombros.

Y soy un animal
que espera la música del agua
doblado en la cruz de su piel y sus huesos,
arrojado al final de la tarde
como una equivocación del paisaje.

La Cumbrecita, 1989




El pie palpa la alfombra como un gato rosado 
y el reloj mira las copas vacías, 
el dedo de vino en la botella.

Los rostros pesan en las caras; 
las bocas son peces ahogándose en el aire. 
El brillo de una alhaja, 
el galope suntuoso de los dados antiguos 
enhebran un ritmo de señales.

Madera de otro tiempo, espadas y cortinas:
atraviesa la noche 
el pálido fantasma de la luna. 
La casa cobija a los insomnes, 
vieja y segura como una madre judía.

Las horas no pasan,
se amontonan como pesadas bolsas
a un costado del tablero negro y blanco.

Nada hace falta y nada ocurre,
las preguntas dobladas como servilletas
en un oscuro cajón de la vajilla.
Podría pasar la muerte sin ser vista,
sin quebrar
el juego.

Éste es el paraíso,
un acuerdo sin miedo y sin deseo,
una partida de dados infinita
al costado del tiempo.

1995 (De Mientras la noche avanza)





Otro día  en el purgatorio.

Otro día  en el purgatorio.
Las almas hoy  amanecieron llorando sus culpas,
creo que voy a vomitar de aburrimiento.
¿ Dónde está Dios a todo esto?

Pasa un avión del año 2000,
pasa una nube cargada de lluvia,
pasa todo lo esperable en sucesión continua,
taan perfecto como una armonía celestial.

Creo que llaman al refrigerio
por fin, 
quedé con San Pedro después del almuerzo,
en la cancha de bochas. 
Esta vez voy a ganarle.

Pero dónde estás vos en medio  de todo esto, 
pensar que vine a estas alturas
para encontrarte.




Le escribí a la muerte y era una carta larga
Del otro lado del muro.

La biografía de Delfina Tiscornia es inseperable de su poesía, ya que en 1996, a la edad de treinta años , la autora se da muerte.
“Poeta del abismo”, como la define Abel Posse, Delfina traza en este libro póstumo (antología de prácticamente toda su obra literaria) un itinerario desgarrado y desolador.
Dicho itinerario comienza con su primer libro publicado, “Equivocación del paisaje”, sigue con algunos escritos en prosa, avanza en su oscuro camino con el tomo “Mientras la noche avanza” y culmina con sus poemas inéditos.

“Porque somos nada más que la corteza y la hoja./La gran muerte que cada uno lleva en sí/es el fruto en cuyo rededor todo se mueve “– nos decía Rilke.

De esta manera rilkeana, e influidos por el trágico final de la poeta que, obviamente, condiciona nuestra lectura, descubrimos un constante tuteo con la idea de la muerte. Esta obsesión es numerosas veces explícita. Es así cómo en uno de sus poemas, escrito el mismo año de su suicidio y titulado “Quiero arrancar la muerte de mi vida”, manifiesta:

Quiero ofrecer
al mundo las cenizas.
(…)
Voy
a nacer
de una hoja desnuda.

Voy 
a volar
en un tiempo extraño
al que nadie conoce y sin embargo
todos beberán cierta vez
esta copa desconocida.

No hay dudas de que la muerte es la semilla de la poética de Delfina Tiscornia, su eje estructurante y medular. Ella se abre y crece y florece en su alucinada atracción por el vacío. Su juventud es rebelde, osada, y parece desinhibida.
A la luz de la triste realidad de su “caída” última, nos atrapa la paradoja que encierran estos versos del poema “Rompe las cadenas”:

El mundo comienza
donde todos callan,
no vas a caerte
si crees en tus alas.

Evidentemente, el sentido de sus palabras es metafísico. Metafísica es su búsqueda, una búsqueda siempre insatisfecha. Nos recuerda el sufrimiento místico de San Juan de la Cruz cuando el gran poeta exclama:

“Sácame de aquesta muerte, mi Dios y dame la vida;/
(…) mira que peno por verte,/ y mi mal es tan entero /
que muero porque no muero.”

Hija de Lucía Gálvez, bisnieta de Manuel Gálvez y de Delfina Bunge, Delfina Tiscornia lleva en la sangre el llamado de las letras, del arte, de la estética. La muerte es, por eso, para ella como escritora, una verdad y una metáfora. Un nexo con lo más elevado, es decir, con la eternidad. Escribe en 1993:

Quiero morir de fuego y sangre en el centro de los
asteroides.

En sus “Escritos en prosa” de 1988, reconoce: Siempre tuve terror al momento de rendir cuentas, terror de que me pidan la “renuncia”, – parábola de los talentos- tan temida de chica.

En “Tengo los ojos llenos de música” (1994) confiesa:

No se me pierde la muerte
y sin embargo
amanecí desnuda
en este suelo blanco.

“No hay poesía objetiva del dolor” reconoce en “Fragmentos”, reconociendo así su catarsis y sus experiencias auto-referenciales. Ella es, sobre todo, testigo de sí misma. Su iconoclasia, su mordacidad, golpean en afirmaciones como ésta: “El día más feliz tiene mosquitos”. Esta frase tiene la contundencia de un aforismo y evidencia su decepción ante la trivialidad del mundo, de sus “imperfecciones”, de su sentido prosaico.
Sólo se desilusiona el que ha albergado muchas ilusiones. La poesía de Delfina Tiscornia es una poesía de la decepción, de los ideales derrumbados, de los goces marchitos, embarrados y, también, en ciertas oportunidades, de las visiones alucinadas, convocadas por la droga.

Pasaste al otro lado (le dice a Carolina en Carolina II)
y yo estoy en el borde, pisando la línea.

Con una bella y límpida vibración formal, los poemas de Delfina Tiscornia reunidos en este libro, “Ella camina sola”, nos llenan de una tristeza agobiante, de esa tristeza agobiante que seguramente colmó su existencia y la hizo dar ese “salto al vacío” que sería un salto mortal.
El libro está ilustrado con trabajos de la propia poeta y esas láminas que dan inicio a cada una de las siete partes en que está dividida la antología, parecen las cartas de un Tarot propio, creado con una maraña vegetal y cósmica, de brillantes colores, y signos y símbolos. Su metafísica es coincidente con la urdimbre de sus sueños de libertad, con sus confusiones y sus ideales más elevados – Dios-, con sus impulsos y su desbordante vitalidad. Son tapices de su destino que reflejan una inocultable desmesura.

*Olmo Ediciones,Buenos Aires, 2006
**Alina Diaconú 

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