viernes, 8 de junio de 2012

6996.- ERNESTO FILARDI



Ernesto Filardi (Toronto, Canadá 1974)
Licenciado y Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Alcalá (especialidad en Teatro del Siglo de Oro Español), además de Licenciado en Arte Dramático (especialidad Interpretación Textual) por la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD) de Madrid. Su doble formación universitaria le ha llevado a compaginar su labor teatral con la docente.

Dentro de la primera, cabe destacar su experiencia escénica como actor y director, poniendo en pie textos tanto de autores clásicos como Lope de Vega, Miguel de Cervantes, Calderón de la Barca y Quiñones de Benavente, así como de contemporáneos como Bertolt Brecht, Ernesto Caballero o Alfonso Zurro, realizando montajes teatrales en España, Francia y Japón. Ha dirigido numerosas espectáculos teatrales educativos en diversos espacios, como es el caso del Teatro La Galera de la UAH, la Biblioteca Nacional de Madrid o el Corral de Comedias de Alcalá de Henares. Dentro de este campo, ha coordinado también diversos proyectos de visitas teatrales educativas a la ciudad de Alcalá.

Es finalista del Premio Mayte de Teatro 2010 por su versión y dirección de “La niña de plata” de Lope de Vega, espectáculo incluido en el proyecto “Las huellas de la Barraca 2009” de la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC).

Como autor teatral, entre sus últimas obras estrenadas destacan Lo que dejé por ti, A pesar de que estoy muerto, Nunca olvides que aquí estuve, Que están respirando amor, De Lepanto a Cervantes e Historia de España en 70 minutos.

Como poeta, ha publicado el poemario Penúltimo momento (Madrid, Sial, 2006) y ha participado en el volumen colectivo El Quijóte inédito de Édouard Zier. 12 miradas literarias. (Madrid, Sial, 2007). Con su segundo poemario, La niña y el mar, ha ganado el XIII Premio de Poesía“Eladio Cabañero” de Tomelloso.

Dentro de su experiencia docente ha de destacarse su labor como profesor y Director Residente de Estudiantes Independientes en el Instituto Franklin de la UAH, impartiendo cursos de Literatura y Cultura Españolas. Además, ha impartido cursos de formación teatral en escuelas de interpretación teatral de Madrid. Del mismo modo, coincidiendo con el cuarto centenario de la publicación de Don Quijote de la Mancha, fue invitado en 2005 por la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe (Japón) para impartir clases sobre la sociedad española del Siglo de Oro, colaborando con el grupo de teatro de la Universidad. Ha sido también monitor municipal de teatro en el Ayuntamiento de Torrejón de Ardoz.

Más recientemente, ha sido el Director del Aula de Teatro de la UAH (donde también impartió cursos de formación y dirigió las Compañías de Teatro de la UAH) y Director Artístico del ciclo “Poesía en el Corral” del Corral de Comedias de Alcalá de Henares.

En la actualidad vive en Hanoi (Vietnam), donde trabaja como profesor de lengua y cultura española.



La buena estrella

Todo aquello que en mí anduve buscando
estaba traicionando aquella noche.
Con duda y con reproche, mas sin pausa
como un matón de causa intolerable,
se me cruzó algún cable releyendo
aquel montón tremendo de señoras
vendiendo amor por horas a cualquiera
que pagando acudiera a sus servicios
desvelando sus vicios más secretos.

Con los dedos inquietos pulsé el timbre.
Desde un sillón de mimbre, la madama
me condujo a la cama sin paciencia,
y, con su sabia ciencia, al sonreír,
me propuso elegir entre tres nenas
que ocultaban sus penas malamente.
Quise bajar la frente, pero ellas,
instruidas doncellas en lo suyo
soltaron un murmullo aprobatorio
quemando el purgatorio de mis males:
tres mujeres fatales ahí delante
con un frío talante malherido.
De la primera, Olvido se llamaba,
creo que me asustaba su figura
de vetusta escultura contrahecha.
Atrás, a su derecha, había otra
que aun siendo mejor potra, parecía
regarme de agonía con su tacto.
Nervioso, cerré el pacto con Estrella,
que no era la más bella; sin embargo,
en besos por encargo era precisa,
y un no sé qué en su risa dulce y clara
consiguió que pagara sin recato,
cobrando por un rato diez billetes.

Experta, con arietes en el alma,
me desnudó con calma tras decirme
que cumpliría firme mis deseos
sin prisas ni rodeos, que en la cama
le gustaba ser dama cumplidora
y que hasta que la hora nos llegase
daríamos desfase a nuestros fuegos.

Como en lucha de griegos y troyanos
precipité mis manos en su pecho,
y ella, reina del lecho y sus hechuras,
en mil y una posturas se ofrecía
a la vez que pedía que la entrara
mirándole a la cara con lujuria.
Su desatada furia enfurecida
colmó cada embestida de coraje,
y al soltar lo salvaje de mí mismo
forzando un cataclismo en mi interior
(sabiendo que su ardor era ensayado
y su gesto excitado un burdo engaño)
me provocaba daño darme cuenta
que la carne nos tienta de tal modo
que lo destruye todo cuando pasa,
que el amor sí fracasa algunas veces,
que siempre te mereces el infierno
cuando cambias lo tierno por lo adusto.
Pero era tanto el gusto que por fuera
causaba la ramera en mis sentidos
llenando de gemidos mi pesar,
que no pude aguantar ya ni un momento:
rendido y sin aliento acabé el trato.

No hubo pasado un rato de demora,
cuando vi que era hora de marcharme.
Al punto de asearme, la vi quieta;
su oscura silueta de palillo
fumaba un cigarrillo largo y caro.
Mirando sin descaro mi pellejo
me regaló un consejo clandestino
que hizo mi destino comprender:
“Olvida a esa mujer: no te conviene.”

Aún hoy me retiene el pensamiento
recordar ese acento caribeño
que, con mínimo empeño y sacrificio
regresaba a su oficio de fulana
mientras yo, con desgana y desamor
bajé en el ascensor, la cara seria,
llorando de miseria por tu adiós.

(Este poema pertenece al poemario “Penúltimo momento“)




Yo no tengo la culpa

Yo no tengo la culpa. De pequeña
me leíais cuentos cada noche,
y yo me imaginaba un bosque, un mar,
un caballo que hablaba, una gaviota…
y un día, de repente, no me leísteis más
y yo me quedé triste en el mundo de siempre.
¿Qué queríais que hiciera? ¿Que llorara?
Pues no, mamá, me da igual que te enfades,
me chilles o me quites la linterna:
apagaré la luz cuando yo quiera.

(Nota: este poema se encuentra en el poemario “La niña y el mar“)








Casandra

Con tu gran clarividencia,
sibila desprestigiada,
no viste en lo nuestro nada.
Mas me pudo la impaciencia,
y, a pesar de tu advertencia,
al caballo abrí la puerta
sin estar la mente alerta
de cualquier posible daño.
Ese amor nuestro de antaño
es ahora Troya muerta.

(Nota: Este poema puede encontrarse en el poemario “Penúltimo momento“. 











La isla bonita

Para Alessia Petralia

Abriste los ojos
y ya me tenías:
pasé tantos días
bebiendo de ti…

Crucé tus aceras
desnudo y sin prisa:
mi nueva sonrisa
no huía de mí.

Y ahora que soy
una nueva persona
me marcho. Perdona
mi súbito adiós.

No puedo quedarme
aunque me lo pidas,
porque en nuestras vidas
sobramos los dos.

No digo “jamás”
ni miro hacia atrás:
busco mi destino.

Debo caminar,
aprender a andar,
pero no contigo.

He amado tu ruido,
tus noches violentas,
tus lágrimas lentas,
tu forma de ser…

Lo tienes, sí, todo,
y no es suficiente:
ser tan complaciente
no te deja ver

que eres tan pequeña
y el mundo tan grande
que hacia donde ande
estaré mejor.

Y si te conformas
con ser lo que eres,
habrá otras mujeres
que tengan mi amor.

No digas “jamás”
ni mires atrás:
busca tu destino.

Debes caminar,
aprender a andar,
pero no conmigo.






De qué hablo cuando hablo de ti

Yo soy de los que cuidan mucho el texto
porque cuando lo lean otros labios
cada palabra mía será mi embajadora.
Por eso, cuando acabe de escribir este poema
lo leeré, lo releeré,
cambiaré unas cuantas cosas
y me daré, quizás, por satisfecho.
Pero no lo daré por terminado
hasta que tus ojos
incendiarios y feroces
no se muestren orgullosos de estos versos.

Yo sé que me equivoco algunas veces
a lo largo del día en lo que hago,
como cuando me agobio o cuando se me olvida
hacer algún recado que te prometí que haría.
Pero cuando me equivoco
tú, en lugar de enfadarte,
me miras fijamente y me sonríes.
No hay nada que no arregle esa sonrisa:
con esa sonrisa
me haces comprender que nada
es más valioso que el lujo de estar juntos.

Yo no tomo café. Me sienta mal,
pero cada mañana me levanto
a preparar el tuyo mientras tú estás dormida.
Es un pequeño esfuerzo que se ha convertido en rito
porque todas las mañanas
cuando regreso a la alcoba
te miro mientras duermes. Luego digo:
“Buenos días, amor. Ya está el café.”
Entornas los ojos,
sonríes, te das la vuelta,
y gracias a mí te duermes más tranquila.

Yo nunca he conseguido ser valiente
al tomar decisiones en mi vida,
y cuando deseo hacerlo casi siempre es la inercia
la que guía mis pasos hacia lo que ya conozco.
Pero tú eres muy distinta:
te gustan los desafíos
y sabes que yo quiero que me gusten.
Tú, que haces que todo sea más fácil,
me coges la mano,
comenzamos a andar juntos,
y el destino de repente es más intenso.

Cuando hablo de ti, mi amor,
hablo del mejor hombre que puedo ser
y que soy gracias a tus ojos, tu sonrisa,
tu modo de despertar, tu mano en mi mano
y tantas otras cosas que no caben en un verso.













Prometeo

Para Sergio Balsera.

He tardado dos mil años en saberlo:
el águila que me devora las entrañas
cada día
no es mi enemiga.

Yo era un hombre satisfecho de mí mismo,
de mi formación y mis principios.
Todo en mí era equilibrio, estructura y realidad
y resumí con ellos mi carrera y mi apellido.
Tuve la suerte de aprender lo que es el fuego,
y me propuse ser el hombre que lograra
dar su luz a los hombres y mujeres de este mundo.
Pensaba que esa era mi misión. La única posible.
Desdeñé cualquier otra alternativa.
Me esforcé, lo logré -eso me gusta pensar-
y fui castigado por ello.

(Habéis escuchado la historia en tantos labios
que no me detendré ahora a explicarla.
Quisiera, sin embargo, matizar algunas cosas.)

He tardado dos mil años en saberlo,
pero ahora sé que fue soberbia lo que hice:
soberbia el suponer que había sólo un fuego y era el mío,
soberbia el renegar de cada fuego de los otros,
soberbia el no admirar en cada sitio su color,
soberbia el olvidarme de reír,
soberbia el convencerme de que esa gran tarea
era lo único que yo necesitaba.

No es mi enemiga, no:
no puedo llamar “enemiga”
a quien me ha ayudado a comprender
que estaba equivocado.

Miradme bien. Estoy aquí, encadenado en esta roca.
Sólo me recordais por mi castigo, y ni siquiera
es para mí un castigo: es una bendición.
¿Por qué olvidais que también me regenero cada día?

No es mi enemiga, no:
también es un animal que me acompaña
con el que, a veces, juego.

He tardado dos mil años en saberlo:
la luz del fuego no es la única verdad que me acompaña.
También traigo conmigo la belleza de la sombra.











Liturgia anual

Crecer es, ante todo, conocerse
dándose a conocer a los demás,
y ya estás en edad de preguntarte
qué imagen quieres dar a todo el mundo:
romántica, rebelde, independiente,
si buscas provocar o ser parte del grupo.
Tardaste una semana en decidirte
entre actores, paisajes, monumentos,
grupos de pop, de rock, fotos abstractas,
películas, caballos o gatitos.

Los adultos que piensan que los jóvenes
no tienen ni principios ni valores
olvidan con frecuencia una liturgia
privada, imprescindible y minuciosa
que debe repetirse cada año:
tijeras, pegamento, algunas fotos,
plástico de forrar y una carpeta.

(Nota: este poema se encuentra en el poemario “La niña y el mar“)




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