jueves, 18 de junio de 2015

YAMANDÚ RODRÍGUEZ [16.294] Poeta de Uruguay


Yamandú Rodríguez

Yamandú Rodríguez (Montevideo, 25 de mayo de 1891 - Ib., 15 de marzo de 1957) fue un poeta, dramaturgo y narrador uruguayo.

En 1913 comienza su producción literaria con el libro de poesías Aires de campo. Años más tarde, en 1917 da a conocer su primer poema dramático titulado 1810 en el Teatro Solís de Montevideo. Este poema que enaltece la gesta patria Argentina, concita un éxito que lo lleva a reeditarlo en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos Aires con el elenco de Pascual Carcavallo.

Al año siguiente edita su segundo poema dramático, llamado El Matrero, el cual nuevamente suscita una gran aceptación por parte del público, y es adaptado a una opera posteriormente por el maestro Felipe Boero, convirtiéndose de esa forma en la primera ópera argentina. La misma fue ejecutada en el Teatro Colón de Buenos Aires.

En años posteriores daría a conocer obras como La lanza rota, Juan Sin Tierra o El fraile Aldao, lo que sumado a sus dos éxitos anteriores terminaron por erigirlo en uno de los dramaturgos más importantes de Argentina y Uruguay.

En 1925 publicó una serie de cuentos en la revista El Suplemento (dirigida por Miguel Sanz), la mayoría de los cuales nunca fueron recogidos en libro. A fines de ese año edita un libro de cuentos gauchescos llamado Bichitos de Luz. Posteriormente edita otros libros del género como Humo de Marlos, Cansado y Cimarrones, en los que se puede apreciar una gran capacidad narrativa.

En 1932 realiza una gira por pueblos del interior del Uruguay junto a Felisberto Hernández, en el cual este último tocaba el piano y Rodríguez recitaba sus poemas. Al año siguiente y debido al éxito obtenido en esta gira, presentan este espectáculo en el Teatro París, de Buenos Aires.

En 1935 comienza a apoyar con sus relatos a la joven publicación Leoplán dirigida por Ramón Sopena.

Fue contemporáneo de Carlos Reyles, Justino Zavala Muniz, Horacio Quiroga, Enrique Amorim, Francisco Espínola, Víctor Dotti y Montiel Ballesteros, y al igual que ellos, fue pieza esencial de esa generación de creadores literarios del Uruguay.

En sus últimos años, aquejado de una enfermedad psiquiátrica, se mantuvo alejado de la producción literaria. En ese sentido Tito Livio Foppa escribió

[...] llevando una vida atribulada por la adversidad y rota su moral, perdida su voluntad y oscurecida su mente, terminó sus días en una casa de salud.

Filmografía

Guionista
Don Bildigerno en Pago Milagro (1948) dir. Antonio Ber Ciani
Águila Blanca (1941) dir. Carlos Hugo Christensen
El matrero (1939) dir. Orestes Caviglia

Obras literarias

Poesía

Aires de campo (poemas, 1913)
Poesías completas (1953)

Narrativa

Bichito de luz (Publicaciones Argentinas Mensuales, setiembre de 1925)
Cansancio (1927)
Cimarrones (1933)
Los Kennedy (1934)
Humo de marlos (1944)
Romances gauchos
Campo adentro
Tres soldados de Artigas

Teatro

1810 (1919)
El matrero (1919)
La lanza rota (en coautoría con Claudio Martínez Paiva)
Las cachorras (en coautoría con José María Vázquez)
Juan Sin Tierra (en coautoría con Domingo Parra)
Tato Ceibo (en coautoría con Domingo Parra)
Ave María purísima (en coautoría con Venancio Montiel)
El circo criollo (textos de un ciclo radial)
El fraile Aldao (1935)
El milagro renacentista (1935)
El demonio de los Andes (1935)
Como bola sin manija


AMANECIENDO

Yo ya andaba levanta’o ...de madrugada,
Salgo a prender mi tabaco en el lucero
Mientras termina de encerrar la noche
Una ronda de gallos fulgurientos.
Tapa’o con las cenizas del rocío
Arde haya en el horizonte el trasfogueo,
Hay un pirincho 1... caprichoso,
Madruga mucho, viene hacer buche de luz en ese alero,
Hay una ronda de pajaritos con los picos recién pintados de nuevo
Y en los juncales del arroyo de oro tienden a secar sus medias el bollero 2
Yo era mozo... mozo y con novia,
Me faltaría más omenos un mes para el casamiento
Sobre el amanecer de mi relato ha pasado poco olvido
Pero mucho tiempo...se ve un amargo...
Senti en la puerta el balar de un corderito enfermo,
Abro... y me encuentro con un niño de meses
Envuelto en unos trapos viejos,
¿y esto? ... pensé pa’mis adentro...
Quién sabe?, quién sabe qué miserias me trajo a mí este mamón ajeno,
Lo alzé...., lo alzé como quien alza un crucifijo toca’o por dentro
Lo besé en la moyera 3 que tenía una pelusa de patito negro.
Lo apreté juerte contra el calor empluma’o de mi pecho y el niño...
El niño dejó de llorar...

Y el sol... el sol curioso se acercó como a olfatearlo,
El horno abrió tamaña boca al verlo...
Y para que el niño riera mi caballo viejo hizo de su coscoja un
Sonajero entonces ya toca’o le dije a tu’itos:
Al aire, al rancho, al caballo, a la vaca, al sol, al viento,
Este, este es un hijo mío...
Claro que es un hijo mío porque es una semilla,
Una semilla que me trajo el viento,
Bendita sea la noche que lo puso desnudito de amor bajo mi alero.

Le dejé el nene a una vecina, le cargué espuelas al caballo viejo
Y lo rayé en el patio de mi hembra,
En el patio de esa mujer que no tuvo corazón.
En el patio de esa mujer que no tuvo sentimientos,
Porque le negó al niño el agua del socorro y pecho
Porque iban a decir cuatro vecinas que ese hijo era nuestro,
Iban a decir que lo habíamos tenido nosotros sin permiso del pueblo
Ane’l casamiento, y ella, mi novia, mi novia me pidió que lo regalara
Mi novia me pidió que lo diera!...
¿Y cómo podía darlo?...

Cómo podía darlo si no era un perro,
No era un perro... era un pedazo de carne,
Era un pedazo de carne con una rosa adentro.
Y Dios, Dios no puso ese niño en el nido de un malba’o
Dios lo puso en el nido querendon de un hombre de América
Que se santigua por los cuatro vientos,
Y yo no estoy para que me tiemble el pulso
Cuando salgo a prender mi tabaco en el lucero.
Ella mi novia me dijo que podía haberma dao’ un hijo nuestro,
Que ese, que ese era un pedazo de carne ajena,
Que ese era un pedazo de carne negra,
Que ese era un pedazo e’ carne e’pueblo,
Que lo diera que lo regalara, ¿Y como podía? Cómo podía regalarlo
Si no era un perro.

Y entonces mi novia, la mujer quien toavía quiero,
La mujer que le estaba agarrando,
Agarrando la orejita al casamiento
Me apuntó los ojos en el pecho y me dio a elegir; “el niño o ella”,
El niño o ella, el niño o ella, el niño o ella.
Con el niño le dige que sí, con él, desnudito de amor con él me quedo. 


El Perdón 

Son las cinco de la tarde en un pago de leyenda. 
A estas horas el ombú, se saca el poncho violeta 
y lo tiende sobre el suelo curtido de la tranquera. 
No pasa una virazón, 
El patio se recalienta 
con un brasero e'malvones,prendido no bien clarea, 
adonde las ponedoras van a pintarse las crestas 
y casi siempre murmuran su rosario las abejas. 

El rancho es de palo a pique. 
Parece que jué carreta; 
porque entuavía se ven entre los yuyos dos ruedas: 
una, es la boca del pozo y la otra, la manguera. 
Dicen que todo era dulce: el agua, el techo y la dueña, 
una viejita muy blanca, que dejó viuda la guerra 
con cuatro hijos varones...y se echó esa cruz a cuestas. 

Sus manos son un milagro de amor; porque sale de ellas, 
tierno el pan del amasijo, tibia la leche que ordeñan, 
blanco de espuma el mantel en el altar de la mesa, 
donde esas manos bendicen la caridád de la cena, 
con la hostia de la luna azulando la cumbrera. 

Esas manos día a día, sacan calor de la rueca, 
pa antibiar cuatro pichones que desplumó la pobreza. 
Y esas manos de la madre, con diez palitos sin juerza, 
van haciendo cuatro gauchos a rigor de potro y sierra. 
Si alguna vez se enojaba con un gurí, siempre ella, 
antes de cerrar la noche, le dió la mano derecha 
para que él se la besase con un: "perdonáme vieja"! 

Nunca se pudo dormir con un hijo en penitencia. 
Y esa tarde, el más muchacho, estando solo con ella, 
olvida la ley de Dios, levanta un puño y golpea 
el pecho de aquella madre, que es una santa de güena. 
A'i nomás monta a caballo dejándola cáida en tierra. 

Y a la oración, cuando güelven los cuatro para la cena, 
está el fogón apagao y hay un frío de tapera... 
-¡Mama! - nadie le responde. 
Temblando ya, la campean. 
Como buscan a la altura del corazón, no la encuentran; 
porque la madre está allí, pero sobre el piso: muerta. 

Los cuatro mozos de luto, al campo santo la llevan. 
Pesaba tan poco en vida...y aura no pueden con ella! 
Doblan por las cuatro puntas aquél pañuelo de tierra... 
cain unas flores de yuyo...se santiguan ... y la dejan. 
Al otro día un vecino, al pasar por allí cerca, 
avisa que a la finada le quedó una mano ajuera. 
¡Cómo ! Se miran los cuatro y ninguno malicea, 
güelven, le cubren la mano y pa mejor protegerla, 
rodean la sepultura con un corralito'e piedra... 

Y la misma tarde, un hombre que cruza con su carreta, 
le dice que vió la mano otra vez a flor de tierra... 
Entonces, al más muchacho, le habló al 'oido la concencia; 
porque se puso 'e rodillas en el corralito 'e piedra, 
bajó la frente y llorando, pa que la madre l'oyera, 
como cuando jué gurí, dijo: "Perdoname vieja!". 

Cubrió de besos la mano...después la cubrió de tierra... 
y como salía solo para perdonar la ofensa, 
dende la tarde del beso ya descansó bajo tierra... 
Y naides más vio la mano de la madrecita güena, 
que nunca pudo dormir con un hijo en penitencia. 




EL LINYERA

Hoy Julián se jue temprano
a galopiar un arisco.
Él nunca güelve a su rancho
más allá de oscurecido;
porque a su mujer, de puro
muchacha se le ha “ocurrido”,
que estando sola, una noche,
le van a robar el hijo.
Tiene seis años. Es rubio
y parece de oro el niño.
¡Nació con ojos azules
como el charabón de lindos!
Se cré muy hombre. A menudo
anda fumando un palito,
con las manos a la espalda
y el paso medio aburrido;
porque cosa que haga el padre,
la sale copiando el hijo:
vive asomao a ese espejo
como una estrella a un charquito.
La noche agarró a la madre
a solas con ese niño.
Mientras cenaron, pitaba
bichos de luz el camino.
La sombra empezó a tirarle
cascarudos al pabilo…
temblaban algunos truenos
y siempre en el mesmo sitio…
cáia una gota de agua
siempre con el mesmo ruido…
pa’ más, el viento se puso
a despertar el molino
y la rueda se movía
y siempre en el mesmo sitio…
eso que agrandó sus ojos
entornaba los del niño.
“- No te duermes -le pedía-
¡tengo mucho miedo, hijo!”

Como Julián se demora
le deja un plato servido,
se corre hasta la cocina
allí, pegada a los vidrios
siguen corriendo sus manos
con platos apenas limpios;
quieren trancarse en el rancho
con la Virgen y Pablito.
Pero el gurí, que es muy hombre
se fue solo hasta el portillo.
Pa’ que divise a su padre
a lo lejos del camino,
la noche le enciende el fósforo
verde luz del rejucilo.
Y no ve que allí, a dos pasos
cuasi tocándolo mesmo,
hay un linyera grandote
que lo está mirando fijo…
siente en eso que le dicen:
“-Gurí”, cuasi en el oído.
Se güelve, y ya ve una mano
peluda como de bicho,
que se le arrima a la cara
despacito… despacito…
la madre, allá en la cocina
se yela al oir ese aullido.
Le repican en las sienes
los talones de Pablito,
que se esconde en sus polleras
igual a un pollo con frío.
“-¿Qué viste?”, le grita “-¡Un hombre…!”
“-¿Ande?, y lo ve en el camino.
Corren pa’l rancho. Al cerrar
siente un galope tendido.
Resuellan. Ya no se trancan,
¡Julián güelve en el arisco!
Cáin los primeros gotones.
Oyen chirriar el portillo,
y justo cuando en la puerta
se para tremendo indio,
el jinete cruza y sigue
de largo por el camino.
¡No era Julián! Y áura es tarde
pa’ cerrar el rancho amigo,
no hay más tranca que su cuerpo
entre el linyera y el niño.
“-¿Qué quiere aquí?” “-Llueve mucho;
no va a negarme un abrigo”,
responde, pero sus ojos
andan buscando a Pablito.
“-¡Coma!” -dice pa’ amansarlo-
es la cena ‘e mi marido…”
“-Gracias, no traigo d’esa hambre”,
y sigue buscando al niño…
“-Por qué me lo mira ansí?
“-Pa’garrarlo!” exclama el indio.
Entonces la madre salta
sobre aquel hombre; sus gritos
salen pa’ ajuera del rancho,
se corren por el camino,
van agudos como espuelas
pa’ clavarse en el arisco:
“-¡Julián! ¡Julián…!”. El linyera
ya tiene en brazos al chico;
aquellas manos peludas
se le arriman despacito,
y aquella boca con hambre
de ternura, dice al niño:
“-Dejame que te acaricie…
yo en mi rancho tengo un hijo.
Hace dos años, lo menos
que yo no acaricio el mío…
¡Vos te le pareces tanto…!
Dormite… mi niño.
Dormite mi sol…
Dormite en la cuna
de mi corazón…”




El remate

Falta el aire y sobran moscas,
este domingo de Enero.
El sol fríe las chicharras…
duerme un matungo azulejo…

Algunos pollos con árganas
están de picos abiertos.
En los charquitos de sombra
hay unas guachas bebiendo.
Por los caminos calientes
pasa la siesta en su lerdo.

Ojos azules de cardos
curiosean desde lejos
y asoman por als goteras
ojos azules de cielo…

Todo es dulce de tan pobre…!
Frente al rancho del estanteo
que anda con los cuatro codos
deshilachados de tiempo,
subasta un rematador
las pilchas de un criollo viejo.

Hay muchos interesados
son vecinos todos ellos,
muchachos que hast’hace poco
le llamaban: el agüelo.

Recostao en el palenque,
los mira tristón el viejo:
han ido a comprar barato
cosas que no tienen precio…
Y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo…!

__ “¿Qué vale este par de espuelas?”
Y las rodajas de fierro
son como dos lagrimones
que llorasen por su dueño.

Con ellos salió a ganar,
hace ya muchos inviernos,
la novia en un bagual blanco;
la vida en un bagual negro.

Los mozos suben la oferta:
__ “Doy diez, quince, veinte pesos!”
Disputan como caranchos
el corazón del agüelo.
Al escucharle se pone
rojo de vergüenza el ceibo.

__“Son suyas las nazarenas”
dice a uno el martillero.
Le han vencido las lloronas
hoy, por desgracia! Hoy, tan luego
que en el palenque, la vida
ató su bagual más negro…
y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo…!

Sacan a la venta un poncho,
donde garúan los flecos
para mojarle los ojos
al que se lo lleve puesto.
Tiene la boca surcida
Y lo gastó tanto el viento,
que al trasluz del calamaco
se ve la historia del dueño…
Guampas, chuzas y facones
lo cribaron de agujeros…
pero su filosofía
siempre le puso remiendos:
de día con un celeste;
de noche con un lucero.
__ Yo pago por esa pilcha
toda la plata que tengo!
__ Subo una onza la oferta!
__ Si no hay quién de más, lo quemo!

Entonces cai el martillo
en lo duro de silencio…
Un joven se lleva el poncho.
Y allí se acerca el gaucho viejo
está temblando de frío
en una tarde de Enero,
y piensa con amargura:
ya no da criollos el tiempo…!

Así pierde en la bajada
lo que ganó de repecho:
una a una las ovejas;
pilcha por pilcha, el apero…

Quisiera salvar del lote
su mancarrón azulejo,
pa que lo agarre la noche
en un caballo estrellero.
No tiene más que uno. Y ese
se lo quema el martilero!

Allí termina el remate.
Cobró su cuenta el pulpero.
Aura sí: al verlo de a pie
tan amargo, tan deshecho,
todos los rumbos arrollan
los lazos de los senderos
y son cuatro pialadores
que están esperando al viejo:
en cuanto quiera salir,
lo van a dar contra el suelo!

Entonces, aquellos mozos,
se acercan a defenderlo
y el más ladino le dice
entre temblón y risueño:
__ Todos compramos sus pilchas
pa’ salvárselas agüelo.
Aquí tiene sus espuelas…
Aquí tiene su azulejo…
Uno le trai en los brazos
igual que un niño, el apero
y otro le entibia las manos
con aquél poncho de flecos…
porque sigue dando criollos
muy lindos criollos, el tiempo!




La esencia criolla de Yamandú Rodríguez (*)

El remate es uno de los textos más conocidos del poeta montevideano Yamandú Rodríguez (1) y el que más firmemente lo ata a una cosmovisión del alma campesina que fue forjada, en las primeras décadas del siglo XX, por un puñado de escritores, poetas y dramaturgos a lo largo y ancho del Uruguay. Ese movimiento literario tuvo como efecto evidente la revalorización del gaucho como personaje histórico pero también como ente de ficción. Su estampa perdida en los puntos más recónditos de la campaña, su carácter algo esquivo y poco sociable y el falso aura romántico con que algunos autores quisieron vestirlo, había convertido al gaucho en una figura pintoresca pero sin demasiada sustancia real. Los historiadores decretan la muerte del gaucho con el avance del alambramiento de los campos, en las últimas décadas del siglo XlX. A partir de ahí, el espacio físico en que se mueve el gaucho se acorta, se vuelve parcelado y el antaño personaje rebelde comienza a “domesticarse”. Se habla, entonces, del “paisano” o, en una visión más atada a la estirpe de sus costumbres, del “criollo”. (2)

En su obra El remate, Yamandú Rodríguez narra una historia de desolación campesina y confronta dos edades o dos visiones – que terminan siendo la misma – sobre el carácter criollo. Inicia el poema con una contundente descripción del patio del decrépito rancho donde habita el protagonista y que sirve de escenario al mentado remate del título. En este inicio, Rodríguez apela a sus artes de dramaturgo (3) y ofrece una suerte de acotación escénica que, en una serie de trazos, sitúa al lector en el paisaje:


Falta el aire y sobran moscas
este domingo de enero.
El sol fríe las chicharras.
Duerme un matungo azulejo.
Algunos pollos con árganas
andan de picos abiertos.
En los charquitos de sombra
hay unas guachas bebiendo.
…………………………
¡Todo es dulce de tan pobre!
Frente al rancho del estanteo
que anda con los cuatro codos
deshilachados de tiempo,
subasta un rematador
las pilchas de un criollo viejo.


Por una larga deuda contraída en la pulpería y para la que no tiene dinero con que cubrirla, el protagonista del poema, un viejo criollo, debe resignarse a ver como una multitud reunida en el patio de su rancho puja para hacerse con sus efectos personales en una subasta. El aire de resignación que envuelve al viejo es, al mismo tiempo, el descubrimiento o la constatación de una realidad terrible para su propia vida de criollo:


Hay muchos interesados
son vecinos todos ellos,
muchachos que hasta hace poco
le llamaban: el agüelo.
Recostao en el palenque,
los mira tristón el viejo:
han ido a comprar barato
cosas que no tienen precio…
Y piensa con amargura:
Ya no da criollos el tiempo.


Esta última máxima es, en el universo de valores del viejo, una realidad que le anuncia el final de una forma de vida, la caída de un sistema de valores del que él, por los elementos que han forjado su propia existencia, se siente el único representante. Sus propios vecinos, gente que él conoce, aprovechan su precaria situación para – como aves de rapiña – abalanzarse sobre los restos de su pobreza. En el desarrollo propiamente dicho del remate, Yamandú Rodríguez logra los puntos más altos de tensión narrativa, administrando mediante diálogos la forma en que se desarrolla el despojamiento material del viejo:


__ “¿Qué vale este par de espuelas?”
Y las rodajas de fierro
son como dos lagrimones
que llorasen por su dueño.
Con ellos salió a ganar,
hace ya muchos inviernos,
la novia en un bagual blanco;l
a vida en un bagual negro.
Los mozos suben la oferta:
__ “Doy diez, quince, veinte pesos!”
Disputan como caranchos
el corazón del agüelo.
Al escucharlos se pone
rojo de vergüenza el ceibo.


Impotente ante el desarrollo de los hechos, el viejo paisano ve desfilar ante el martillo del subastador todos los componentes de su apero, las espuelas, las pocas ovejas que tiene y es, concretamente, en la figura de su viejo poncho donde el poeta esboza con breves trazos una suerte de biografía del viejo. En una serie de versos que describen el actual estado de la prenda, Yamandú Rodríguez logra la mayor carga dramática del poema al contar – mediante un proceso de síntesis y adición – una serie de episodios claves en la vida del protagonista:


Sacan a la venta un poncho,
donde garúan los flecos
para mojarle los ojos
al que se lo lleve puesto.
Tiene la boca zurcida
Y lo gastó tanto el viento,
que al trasluz del calamaco
se ve la historia del dueño…
Guampas, chuzas y facones
lo cribaron de agujeros…
pero su filosofía
siempre le puso remiendos:
de día con un celeste;
de noche con un lucero.
__ Yo pago por esa pilcha
toda la plata que tengo!
__ Subo una onza la oferta!
__ Si no hay quién de más, lo quemo!


A medida que avanza el remate – y el poema – el viejo no puede hacer otra cosa que resignarse e intensificar su creencia de que “Ya no da mas criollos el tiempo”. Esa gente que el conoce, jóvenes en su mayoría, hijos y nietos de criollos viejos como él, son quiénes se han apoderado de sus cosas, despojándolo no sólo de su pasado personal sino también de su propia condición de criollo. Sin sus pilchas, el viejo se siente desprotegido, desnudo ante el devenir de sus últimos días. Y cuando esa terrible realidad se ha apoderado del protagonista y la misma desazón se contagia al lector que – al igual que el viejo ha asistido a ese proceso de pérdida que representa la subasta -, Yamandú Rodríguez da un giro completo a su historia:


Entonces, aquellos mozos,
se acercan a defenderlo
y el más ladino le dice
entre temblón y risueño:
__ Todos compramos sus pilchas
pa’ salvárselas agüelo.
Aquí tiene sus espuelas…
Aquí tiene su azulejo…
Uno le trai en los brazos
igual que un niño, el apero
y otro le entibia las manos
con aquél poncho de flecos…
porque sigue dando criollos
muy lindos criollos, el tiempo!


La redención que llega al final – bajo la forma de la frase más famosa del poema (“Sigue dando criollos el tiempo”) - no sólo viene a anular la desesperación creciente del viejo a lo largo de toda la historia sino que instaura, además, la renovación de la creencia en un sistema de valores que parecía a punto de desplomarse. Toda la fuerza creativa de Yamandú Rodríguez se encuentra comprimida, representada, en este poema de carácter narrativo, en este cuento crepuscular en forma de versos que descubre, revela, a uno de los poetas más altos de la literatura uruguaya.

___________
(1) – Este poema permanece integrado al repertorio de muchos interpretes folklóricos a lo largo de Uruguay y Argentina, siendo una de las más notorias interpretaciones la realizada por el recitador pedrense Rufino Mario García.
(2) – Véase al respecto El Proceso Histórico del Uruguay de Alberto Zum Felde (Montevideo: Arca, 1967)
(3) – Yamandú Rodríguez fue autor de una docena de obras de teatro, generalmente de asunto campesino e histórico, siendo una de las más logradas la que escribiera en colaboración con el gran autor argentino Claudio Martínez Paiva, titulada La lanza rota.
(*) - Publicado originalmente en La ONDA Digital, Nº 452 (07/09/2009).









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