martes, 18 de marzo de 2014

FRANCISCO ACUÑA DE FIGUEROA [11.272]


Francisco Acuña de Figueroa

Francisco Esteban Acuña de Figueroa (Montevideo, 3 de septiembre de 1791 – ídem, 6 de octubre de 1862) fue un escritor y poeta uruguayo.

Fue hijo del Tesorero de la Real Hacienda Jacinto Acuña de Figueroa. Cursó sus primeros estudios en el Convento de San Bernardino, y los termina en Buenos Aires en el Real Colegio de San Carlos, de donde vuelve en 1810 habiendo realizado estudios en Letras.
Pasa a ser el autor de la letra de los himnos nacionales de Uruguay y Paraguay, no se adhiere a la causa independentista, sino que se mantiene leal a los gobiernos coloniales de Francisco Javier de Elío y Vigodet, y al caer Montevideo en 1814, con unos 25 años de edad, se exilia a la Corte Portuguesa de Río de Janeiro, donde desempeña funciones diplomáticas para España. Por el contrario su padre permanece en Montevideo, donde es confirmado en sus cargos por el nuevo gobierno dada su capacidad para el cargo.

Retorna a Montevideo en 1818, después de la caída de José Artigas, al quedar la ciudad bajo el dominio portugués, y ya permanece allí. Además de su labor literaria, ocupa los cargos de Tesorero del Estado (sucede a su padre), miembro de la Comisión de Censura de las Obras Teatrales (en 1846) y Director de la Biblioteca y Museo Público (1840 - 1847).

Obra

Es el autor de las letras del Himno Nacional Uruguayo y del Himno Nacional Paraguayo. Tenía además una extensa obra literaria, recopilada por él mismo en 1848 y publicada póstumamente en 1890, en 12 tomos, bajo el título genérico de "Obras Completas". Está compuesta por numerosos poemas, relatos, etc. Muchas de sus obras tiene un marcado tono satírico. Una antología de sus poemas fue publicada en 1965 en la colección de clásicos uruguayos de la Biblioteca Artigas. Una de sus obras más curiosas es la Salve Multiforme, de la que dice el autor : "La Salve Multiforme tiene dos aplicaciones, dos objetos diferentes. El primero, el más esencial y determinado es puramente religioso; el segundo tiene una aplicación profana o política. Bajo aquel primer aspecto es un tributo de veneración y aplauso inagotable a la divina reina del cielo, es la oración de la Salve presentada y reproducible en casi infinitas formas: tantas, que no bastarían muchos millones de años de continuada e incesante lectura para apurar todas las paráfrasis posibles de aquella oración, más o menos diversas, que según este método se pueden conformar. (...) El autor ha dividido la salve en 44 fragmentos, colocados sucesivamente en otras tantas columnas, numeradas desde 1 a 44. Cada fragmento tiene en su propia columna 26 paráfrasis de él mismo, o al menos, palabras aparentes a aquel lugar, y combinables con cualquiera de los 27 fragmentos de las columnas antecendentes y siguientes, sin quebrantar el sentido de la Salve, que así se va conformando guardando la sintaxis gramatical; sin repetir en una Salve entera un fragmento ya usado en ella misma. (...)Resulta, pues, que tomándose al acaso un fragmento cualquiera de la columna 1ra., otro cualquiera de la 2da., otro de la 3ra., etc., siguiendo así hasta la columna 44 se formará siempre una paráfrasis completa de la salve, tal vez elegante, tal vez débil, pero nunca impropia o incoherente en su sentido. Siendo, pues, 27 los fragmentos de la 1ra. columna, combinables libremente con cualquiera de los 27 siguientes, y éstos con los sucesivos, y así progresiva y mutuamente con los de las demás columnas, es evidente que se pueden combinar y se combinan, millones de millones de Salves, más o menos diversas, es decir, con más o menos diferencias de fragmentos entre sí. En llegado a la columna 44 se añade la palabra amén o así sea, que está en la columna última o supletoria, para terminar debidamente cada oración de aquellas.






Autorretrato

Era algo trigueño,
de rostro festivo,
de talle mediano,
ni grande ni chico.
De nariz y boca
un poco provisto
y el lacio cabello
algo enrarecido.

Eran apacibles
sus ojos y vivos,
a veces locuaces,
y a veces dormidos.
Su rostro era feo,
mas no desabrido,
sino que inspiraba
confianza y cariño.

Tuvo algunas veces
defectos y vicios,
mas su alma era noble,
su pecho sencillo.
Un lunar tenía
con vello crecido,
fijado en el medio
del diestro carrillo.

Su acento era suave
y asaz expresivo,
mas una dolencia
lo puso ronquillo.
Usaba antiparras,
tomaba polvillo
y era con las damas
atento y rendido.

No era su carácter
adusto ni esquivo,
y así era de todos
amado y bienquisto.
Contaba mil cuentos
con sus ribetillos,
dejando lo exacto
por lo divertido.

Formaba renglones
largos y chiquitos
que se le antojaban
versos peregrinos.
No invocaba a Apolo
por ser Masculino
y sólo a las Musas
pedía su auxilio.







A una flaquísima tuerta

 Aquí yace Estefanía,
flaca y aguda mujer,
que bien pudo aguja ser,
pues sólo un ojo tenía.

 Momia, esqueleto de alambre,
en torno a sus hueso vanos
yacen también los gusanos,
porque se murieron de hambre.





Buen modo de subir

En las nubes escondía
un cerro su alta eminencia:
sobre él un gran roble había,
y en lo alto de éste tenía
la águila su residencia.
En torno á su majestad
cada alado cortesano
posaba con vanidad,
cuando entre ellos, ¡oh maldad!,
vieron un día á un gusano.
«¿Cómo (exclamaron con saña)
sin alas subió hasta aquí
tal bicho de forma extraña?»
Y él respondió: «Yo con maña
y arrastrándome subí.»






El hombre de importancia

No historia, ni poesía,
ni ciencia estudies, Fabio;
quien más charla ese es más sabio,
lo demás es bobería:
en Pomposa algarabía
hable con gran petulancia;
y ya es hombre de importancia.

Órgano de la opinión
llame a cualquier periodista
con mucho de socialista,
luces, progreso y fusión;
carta, y no constitución,
dirá al estilo de Francia;
y ya es hombre de importancia.

No se deje en el tintero
a la clase proletaria,
con lo de acción trinitaria,
receta y mes financiero;
apanaje y flibustero,
den a su asunto sustancia;
y ya es hombre de importancia.

Retrógrado ha de decir,
statu quo, y feudalismo;
que el siglo marcha al cinismo,
y que es nuestro el porvenir;
sueño de oro ha de embutir,
y talismán y elegancia;
y ya es hombre de importancia.

Fracasar, cotización,
casación y aprendizaje,
masacre, ojivo y carruaje,
adornen su locución;
y en larga lucubración
dé a luz una extravagancia;
y ya es hombre de importancia.

Con aire de quien desprecia,
al drama más bello embista:
hable del protagonista,
prótasis y peripecia,
extasiando a Roma y Grecia
con sarcasmo y con jactancia;
y ya es hombre de importancia.

Elimine con baldón
a Cervantes y Mariana,
descargando su macana
desde Lope hasta Bretón;
¡Anatema! ¡maldición!,
lance en esa turba rancia;
y ya es hombre de importancia.

No hay que una vida, dirá
con galicismo expresivo,
y el mundo definitivo
su diorama aplaudirá;
y de un parque elogiará
la escultural elegancia;
y ya es hombre de importancia.

Mutua solidaridad,
e impulso emancipatriz
son voces que harán feliz
a una notabilidad;
y en misteriosa ansiedad
haga votos por la infancia;
y ya es hombre de importancia.

Con satánica sonrisa
jure a su virgen amor
con un volcánico ardor
que cruce cual blanda brisa,
y de hinojos ante Elisa
acredite su constancia;
y ya es hombre de importancia.

La toaleta y el buró,
lo de prosaica figura,
y el llamar pastor a un cura,
son de un hombre comm'i1 fó:
dará quitanzas, mas no
recibos, que es cosa rancia;
y ya es hombre de importancia.

Instaure un comicio y dé
garantías a las masas,
con facultades escasas
al que en la poltrona esté;
y haga profesión de fe
con moderna altisonancia;
y ya es hombre de importancia.

Hable en tono campanudo
al emitir su moción,
como hombre de corazón,
y no estacionario rudo;
y, en fin, sabio y concienzudo
charle con gran arrogancia;
y ya es hombre de importancia.






 He aquí nuestra vida

 He aquí nuestra vida: ¡de arena un reló!
  En polvo sus horas se ven deslizar,
    Leves ondas que el río conmueve
      Y una a una desata en el mar,
       Que entre dos eternidades,
        Del pasado al porvenir,
          Punto imperceptible
           Marca su existir:
             Tal del joven
              Que brillo
               La vida
                Voló;
                 Si,
                Cayó,
              ¡Oh Pena
             Como arena,
            Cual río pasó
           Hijos y consorte
        Dejas, caro amigo, si,
        En una patria adoptiva
       Que ora gime en pos de ti.
      Mil honores debidos viviendo
     En este recuerdo amor te dejó,
   Ora que no vives, te deja un genido;
 He aquí nuestra vida: ¡de arena un reló!







La madre africana
de Francisco Acuña de Figueroa


Tairai-je ces enfants de la rive africaine
Qui cultivent pour nous la terre américaine?
Différents de couleurs, ils ont les memes droits,
Vous memes, contre vous, les armez de vos lois!

(Delille, Poema La Desgracia y la Piedad, canto 1º).

¿Y así, cruel pirata, así te alejas,
robándome tirano
los hijos y el esposo? ¿Así, inhumano,
en desamparo y en dolor me dejas?
¡Ay! ¡vuelve, vuelve! En mi infeliz cabaña,
donde te di acogida,
¡ve cual me dejas como débil caña
del huracán violento combatida!

Vuelve, entrañas de fiera,
que por mi mal viniste;
llévame a mí también, y al menos muera
con mis prendas amadas... Mas, ¡ay triste!
ya no espero ablandar tu pecho duro
con lamentos prolijos:
¡tú no sientes amor ni tienes hijos!

¿Y es posible que el sol resplandeciente
que ostenta esa bandera
llegue a estas playas por la vez primera
a autorizar un crimen tan patente?
¡Oh, globo celestial, que esplendoroso
dominas en las cumbres
oscurece tu luz, y al monstruo odioso
sólo sangriento y con horror alumbres!

Mas ¡ay! ¡qué nueva pena
descubren ya mis ojos!
He allí el arco y las flechas, que en la arena
del asalto traidor fueron despojos.
¡Infeliz compañero, tu ignorabas
que esos blancos altivos
proclaman libertad, y hacen cautivos!

De esta suerte la mísera africana
se queja inútilmente,
mientras su nave apresta, indiferente,
el traficante vil de carne humana.
Y truena el bronce y su clamor repite,
que el clamar la consuela;
mas el Águila, en hombros de Anfitrite
suelta las alas, y al estruendo vuela.

Al punto, encadenados,
los cautivos se miran,
y al fondo del bajel desesperados
los lanzan sin piedad, y, ellos suspiran;
mientras que la infeliz desde la peña
se arroja y da un lamento,
que en pos de la alta popa lleva el viento.










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