miércoles, 11 de marzo de 2015

LUPERCIO LEONARDO DE ARGENSOLA [15.179]


Lupercio Leonardo de Argensola

Lupercio Leonardo de Argensola.
Lupercio Leonardo de Argensola (Barbastro (Huesca), 14 de diciembre de 1559 - Nápoles, 1613) fue un poeta, historiador y dramaturgo español.

Destaca por su obra poética, de corte clasicista, y por ser uno de los iniciadores del teatro clásico español, adscribiéndose a la escuela renacentista de fines del siglo XVI, con sus dos tragedias conservadas Isabela y Alejandra, escritas en su juventud. Su poesía fue reunida y publicada por su hijo Gabriel junto con las de su hermano, el también poeta, Bartolomé, con el título de Rimas. Cronista del Reino de Aragón, publicó obras sobre las Alteraciones de Zaragoza y continuó la labor de los Anales de la Corona de Aragón, con adiciones a dicha obra, escrita por Jerónimo Zurita.

Cursó estudios de Filosofía y de Jurisprudencia en Huesca y de Retórica e Historia en Zaragoza con Andrés Scoto y, finalizados éstos, se trasladó a Madrid, donde concurrió a academias poéticas y adoptó el seudónimo de «Bárbaro», jugando con el nombre de Mariana Bárbara de Albión, con quien se casó en 1587.

Durante su estancia en Madrid, ocupó diversos cargos públicos, entre ellos, la secretaría de Fernando de Aragón y Gurrea, quinto duque de Villahermosa y a la muerte de este, la de la emperatriz María de Austria. Fue nombrado Cronista mayor del Reino de Aragón en 1599, cargo que ocuparía hasta su muerte.


Los Diputados de la Generalidad del Reino de Aragón publican el nombramiento de Lupercio Leonardo de Argensola como Cronista del Rey de Aragón, con una asignación de cuatro mil sueldos anuales a cargo del Impuesto de Generalidades. 13 de octubre de 1608.

A la muerte de la emperatriz en 1603, abandona la corte para marchar a residir a su quinta de Monzalbarba, un pueblo de los alrededores de Zaragoza. En 1610, al ser nombrado el conde de Lemos virrey de Nápoles, marchó con él como secretario, cargo en el que fue sucedido por su hijo Gabriel. Allí fue uno de los principales impulsores de la Academia de los Ociosos; sin embargo una repentina enfermedad le provocó la muerte.

Amante de los clásicos, como su hermano Bartolomé, admiró sobre todo a los poetas Horacio y Marcial. Su lírica se caracteriza por su raigambre clasicista y un carácter moralizante. Escribió sonetos, tercetos, canciones, epístolas y sátiras. Sus obras poéticas (cuyos manuscritos —según cuenta su hermano— quemó el propio Leonardo) fueron recogidas por su hijo y publicadas en 1634 junto con las de Bartolomé con el título de Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola.

Compuso también las tragedias Filis (que no se ha conservado), Alejandra e Isabela, que fueron elogiadas por Cervantes (Quijote, I, XLVIII), que datan aproximadamente de 1580. Consideraba inmorales las comedias de la época. Para él la poesía debía ser vehículo de la Filosofía Moral. Como cronista escribió una Información de los sucesos de Aragón en 1590 y 1591, documento histórico basado en los disturbios ocurridos con motivo de haberse refugiado Antonio Pérez en Aragón.

Obra poética


Portada de las Rimas de los Argensola, Zaragoza, 1634.

Los temas de su poesía están presididos por la preocupación por la decadencia y el paso del tiempo, aunque para combatirlo recurre a un pensamiento fundamentalmente estoico que se puede observar incluso en su poesía amorosa, siempre exenta de sensualismo, como los que comienzan «Dentro quiero vivir de mi fortuna», o el titulado «AL SUEÑO», que comienza con el verso «Imagen espantosa de la muerte». Sin embargo, la tradición petrarquista del siglo XVI le lleva a tratar el amor desde un punto de vista neoplatónico o satírico a modo de ejercicios de estilo. Sin embargo, en las canciones, el tono horaciano eleva frecuentemente el tono.

De gran perfección clásica es el soneto «La vida en el campo» donde se aprecia el tono neoestoico y se trata el tema del Beatus ille de Horacio.

También mostró un gran dominio de la poesía satírica, teniendo entre sus modelos a Persio, Juvenal y sobre todo, al bilbilitano Marcial. La «Epístola a don Juan de Albión» (1582), es una alabanza de la aurea mediocritas que pasa revista crítica a distintos tipos de la sociedad barroca. Utiliza en su justa medida el lenguaje coloquial y el dicho popular; en sus propias declaraciones afirma escribir sátiras generales contra vicios, no contra personas. Un ejemplo de soneto satírico lo tenemos en el que comienza «Esos cabellos en tu frente enjertos», contra la engañosa juventud hipócrita, habitual entre los temas del desengaño barroco.

Compuso también poesía religiosa y de circunstancias, que no albergan mayor interés, salvo los tercetos de la «Descripción de Aranjuez», que fueron admirados por Azorín. Tradujo también seis odas de Horacio de modo ejemplar.

Lope de Vega dijo de los Argensola:

Parece que vinieron a Aragón a reformar en nuestros poemas la lengua castellana, que padece por novedad frases horribles, con que más se confunde que se ilustra.
Lope de Vega.

Teatro

A la primera mitad de la década de 1580, Lupercio Leonardo de Argensola escribe tres tragedias, Filis, Isabela y Alejandra, de las que la primera no ha llegado a nuestros días. Se trata de tragedias cristianas, de carácter moralizador, cuyos modelos son griegos. Se hallan divididas en cuatro actos pero carecen de coro y de respeto a las unidades neoaristotélicas de tiempo, lugar y acción. Además Lupercio usa de la polimetría y, en general, remiten a la escuela dramática valenciana de fines del siglo XVI.

La tragedia Isabela sitúa la acción en la Saraqusta del siglo XI, y dramatiza las persecuciones de los mozárabes por parte del rey moro Alboacén, que remiten, a su vez, a las de Daciano a Santa Engracia y a los «innumerables mártires» de Zaragoza del siglo IV. Se ha pensado que la obra es una denuncia del integrismo religioso y la persecución y expulsión de los moriscos de la época contemporánea a Lupercio.

La Alejandra se sitúa en el antiguo Egipto, y critica la vida de la corte, en consonancia con el tópico del «menosprecio de corte». Sobre sus tragedias, Aurora Egido plantea la tesis de que Lupercio muestra cómo el mal gobierno de los reyes «conduce a su propia desgracia y a la de todos sus súbditos, incluidos los inocentes».

Se trata de un teatro de buena factura en el lenguaje y los diálogos, que usan una variada polimetría, aunque carecen de la vigorosa acción dramática de las de Lope de Vega, anteponiendo el relato de los hechos y el debate de ideas, a las acciones. Aunque Cervantes indica que fueron admiradas por el pueblo de Madrid en su representación, siendo además modélicas en su respeto a los preceptos aristotélicos, solo se sabe con seguridad que Isabela fue representada en Zaragoza entre 1579 y 1581 con éxito de público.



Sonetos de Lupercio Leonardo de Argensola
edición de Ramón García González


- I -

Tiempo fue cuando yo, como en Egipto,
un cabrón adoraba, o un becerro,
un lobo, un cocodrilo, un medio perro,
o algún parto más fiero y exquisito.

   Por huir el lugar, después maldito,
escogí voluntario mi destierro,
consumiendo con llamas o con hierro
cualquier memoria del infame rito.

    Y de la luz divina, que contemplo
(de quien un vil temor privarme pudo,
haciéndome cobarde siervo oculto),

   de tal manera ya visito el templo,
que ofreceré mi pecho al hierro agudo
por defender sus aras y su culto.




- II -

En vano se me oponen las montañas
con nuevos riscos de cuajada nieve,
y en vano el Aquilón sus alas mueve,
derribando cortijos y cabañas,

   que el fuego que yo traigo en mis entrañas
bastará a derretirla en tiempo breve,
y si a luchar con él mi fe se atreve,
no será la mayor de sus hazañas.

   Y si un hombre triunfó de su violencia,
pasando por los Alpes las banderas,  
que llevaron a Italia muerte y luto,

    no hallarán las que sigo resistencia;
que son de un Dios que abarca las esferas,
terrible, vengativo y absoluto.




- III -

Aquel rayo de Marte acelerado,
que domó tantas gentes extranjeras,
y volvió contra Roma las banderas
que Roma contra Francia le había dado;

   en el corriente Rubicón parado,
revolviendo las cosas venideras,
detuvo el curso de sus huestes fieras,
del mismo caso que emprendió forzado.

   Determinado, al fin, de ir adelante,
«Vamos, dijo, que echada está la suerte;
cuantas dudas se ofrezcan atropello».

   Y resuelto una vez, como constante,
no quiso menos que victoria o muerte:
Así dudé, y así pienso yo hacello.




- IV -

Muros, ya muros no, sino trasunto
de nuestras breves glorias y blasones,
pues tiene puesto el mundo en opiniones
si sois o no reliquias de Sagunto;

    donde estuvo la fe tan en su punto,
que ejemplo sois a todas las naciones,
resistiendo a los ruegos, a los dones
y al poder de Cartago todo junto;

   de hoy más juntos los vuestros y mis males
se cuenten, pues la fe perpetua y pura,
y el tiempo, los han hecho tan iguales.

   Y pues os ha dejado la ventura
memoria y sepultura de leales,
dadme también memoria y sepultura.




- V -

Quien voluntariamente se destierra,
y deja por el oro el patrio techo,
y aquel que apenas queda satisfecho
con cuanto trigo en África se encierra;

   el que para usurpar la mar y tierra
le parece que tiene capaz pecho,
y enmudece las leyes y el derecho
con el estruendo y máquinas de guerra;

    no tiene corto fin el pecho humano,
que como en ambición su gusto funda,
siempre está cosas nuevas deseando.

    Dichoso quien camina por el llano,
sin pedir a la suerte otra segunda,
ni bien mayor que obedecer amando.



- VI -

Conoce apenas al amor por fama
Cloris, y ya en su pecho le parece
que se abrasa, que sirve y obedece,
no más que porque a Tirsi no difama;

    no sabe que de amor la viva llama
jamás en un estado permanece;
que ella misma se apaga, si no crece,
los medios huye, los extremos ama.

    Si Cloris sujetarse al amor quiere,
sujétese al amor sin condiciones,
déjese gobernar a su albedrío,

   o llámese tirana, y persevere
en hacer de tormentos invenciones:
no injustamente usurpe el nombre pío.



- VII -

Antes que Ceres conmutase el fruto
de las encinas sacras en espigas,
y a costa de sudores y fatigas
la tierra diese al labrador tributo;

    que a las madres causase espanto y luto
la furia de las armas enemigas;
que la selva cargase al mar de vigas
para habitarse más que el suelo enjuto;

    no los cuerpos entonces dividía,
si las almas amor dejaba unidas
(severa ley, costumbre o temor vano).

    Esta edad imitemos, Cloris mía,
si a su manjar sabroso me convidas,
y está el hacer que vuelva en nuestra mano.



- VIII -

 Las tristes de Faetón bellas hermanas,
sentadas a la orilla del gran río,
lloraban de su hermano el desvarío,
al convertirse en árboles cercanas.

   Decía cada cual con fuerzas vanas:
«Regir quisiste, oh loco hermano mío,
el carro que el invierno y el estío
reparte con sus ruedas soberanas.

   Fue digna de tal pena tu osadía;
y porque sea común el escarmiento,  
sin culpa le imitamos en la suerte».

   Con este ejemplo en vano pretendía
yo, triste, refrenar mi atrevimiento,
que busca en vida gloria, o fama en muerte.



- IX -

Yo quise contra el tiempo formar guerra,
haciendo (mal su grado) larga historia
de aquellos cuya célebre memoria
en sordo olvido sin honor encierra;

   y como el pensamiento humano yerra,
esto me aseguraba la victoria,
y yo, con presunción y vanagloria,
volaba ya muy lejos de la tierra.

   Pero envidiando amor la gloria ajena,
prendióme, y con eterna servidumbre
mi pluma ha dedicado a su alabanza.

    Limar pudiera el tiempo mi cadena,
pero no quiere usar de su costumbre
conmigo, por tomar también venganza.



- X -

¡Oh tú, que a los peligros e inconstancia
del mar te obligas, y en el viento esperas
ver del indio tostado las riberas,
y envuelta en sus arenas tu ganancia!

    Sin huir de tu patria tal distancia,
coger perlas finísimas pudieras,
si a Filis los divinos ojos vieras,
tristes, vertiendo de ellas abundancia.

   Pero no quiso amor que avara mano
las viese, ni dejó llegar alguna
aparte donde ser robada pueda;

   que en su tesoro las encierra, ufano
de ver que aunque hoy más triunfe la fortuna,
esto, que es mucho, por ganar le queda.




- XI -

Sin duda que esta red de hierro dura
es la que a Marte y Venus fue molesta
cuando, en su lecho con engaño puesta,
sirvió de ignominiosa ligadura.

    Allí en su gloria derramó amargura,
haciéndola a los dioses manifiesta,
y aquí en la mía con crueldad opuesta
en vano hace pasar la noche oscura.

   Allá en oscuras cárceles contiende,
oh máquina cruel, con hombres fieros,
cuyos pechos te son tan semejantes;

   O enciéndete en el fuego que me enciende,
y mudará tu forma los deseos
que amor inspira en estos dos amantes.



- XII -

Si de correr opuesto al claro oriente,
Ebro, te precias con tus ondas frías,
hazlas seguir a las querellas mías;
que atrás queda mi sol resplandeciente.

   Con lágrimas aumento tu corriente,
y de quien es la causa las desvías;
cruel, ¿por qué tributo al mar envías
de lo que doy a Filis inclemente?

    Pero con esto enseñas ser lo mismo
llegar al sordo mar que a su presencia,
y que no produjeran otro fruto;

    pues no se echa de ver en el abismo
de su crueldad mi llanto y mi paciencia,
como en ese tampoco tu tributo.




- XIII -

Jamás salidos en el mar de oriente
de blancas conchas los preciosos granos
(por más que adornen sienes de tiranos,
o de alguna cruel la hermosa frente),

    tuvieron el lugar que amor consiente
que hoy mis lágrimas tengan por sus manos;
es tal, que de los dioses soberanos
fue visto y envidiado dignamente.

    La misma Venus las recoge, e hizo
entre ardientes rubís divino adorno,
el cual tejió con sus cabellos largos.

    Vióse, y tanto de sí se satisfizo,
que a vencer se atreviera sin soborno,
aunque juzgaran Menéalo y Argos.




- XIV -

En el claro cristal que ahora tienes
para fiel consejero de las manos
crueles, pues guardando ritos vanos
cubren con nube tus doradas sienes.

    Prueba a mirar, oh Filis, los desdenes
que salen de tus ojos soberanos,
y tendrás compasión de los humanos,
si a contemplar tu saña te detienes.

    Mas no será posible que te veas
con ojos desdeñosos, ni que pueda
de compasión tu rostro causa darte.

   Estése la piedad en sus ideas;
que no es posible que de ti proceda,
ni que el desdén habite en otra parte.



- XV -

Ausente está de mí la mayor parte,
y la más principal del alma mía,
y ausente más virtud al cuerpo envía,
que le da la que del jamás se parte.

    En dos objetos vivo de tal arte  
(¡terrible división!), que noche y día,
allá los sentimientos de alegría,
y acá los de tristeza, amor reparte.

    Amor, aunque tus lauros y tus palmas
en la parte inmortal más nobles sean,  
también tendrán en la inmortal nobleza.

    Haz unión de los cuerpos y las almas,
y no siempre por fe los hombres vean
el poder de tu diestra y mi firmeza.



- XVI -

Esta cueva, que veis toda vestida
de hiedra, que una vid cubre su puerta,
de levantados álamos cubierta,
con que la entrada al sol es defendida,

    sepultura fue un tiempo aborrecida,
adonde estuvo mi esperanza muerta,
y ahora es templo de mi gloria cierta
y firme amparo de mi dulce vida.

    Esté soberbia Paro con su mármol;
que mientras yo vez tal aquesta piedra,  
no estimaré la del Hidaspes tanto.

    Esto entallaba Dafnis en un árbol,
y Amarilis de flores y de hiedra
una guirnalda le tejía entretanto.



- XVII -

Viento cruel, cruel y avaro velo,
entrambos en mi daño diligentes,
que cubristeis mi sol, por quien las gentes
ya casi olvidan al nacido en Delo;

    en mi justa venganza ruego al cielo
que tú del mar las voces más dolientes
lleves, y tú de infames delincuentes
abras siempre las bocas sin consuelo.

    Pero si a la región del aire sube
el vapor de la tierra, donde nace
el rayo que desciende en su castigo,

    bien puedo yo temer que de esta nube
mi bajeza sea causa, y que se trace
allá dentro de haberse a sí conmigo.



- XVIII -

Si acaso de la frente Galatea
el velo avaro, sin pensar, levanta,
vuelve a cubrirse con presteza tanta,
que más atemoriza que recrea.

Tal en la oscura noche hay quien desea
ver adonde sentar la incierta planta,
del rayo la violenta luz le espanta
y tiempo no le da para que vea.

    Severa honestidad, que ha señalado
hasta la vista límites y pena,
si los excede por seguir su objeto;

    pues ha los libres ojos sujetado,
no es mucho si las lenguas nos enfrena,
y tantos padecemos en secreto.




- XIX -

Severamente al pensamiento pido
de todos sus discursos cuenta estrecha,
para ver si dio causa a la sospecha
por que con tal rigor tratado he sido.

    Ninguna culpa hallársele he podido;
mas ¿de qué si inocencia me aprovecha?
que no quedando Filis satisfecha,
el castigado soy y el ofendido.

    Aprueba y dobla el daño mi paciencia,
pues no puedo quejarme de su furia
por no culpar ni resistir su gusto.

    Y así, vengo a saber por experiencia
que no hay dolor que iguale al de una injuria
hecha con nombre de castigo justo.




- XX -

¡Oh piadoso cristal, que me colocas
(estando en su querer tan apartado)
de aquella dulce mi enemiga al lado,
mientras se cubre con injustas tocas!

    Veo juntos los ojos, veo las bocas,
y su divino rostro no alterado;
¿Haste por dicha el corazón mudado,
y sus desdenes ásperos revocas?

    En parte creo que sí; porque no puede
causarle alteración alguna cosa,
mientras en ti mirare su figura.

    Y estar tan cerca ahora me concede
por no turbar su vista deleitosa;
que hasta en esto es amable su hermosura.



- XXI -

Yo vivo de un engaño y otro engaño
en las horas prolijas de esta ausencia,
y quiere que le deba mi paciencia
lo que sí resistiera un desengaño.

    Ahora, ¿qué haré, triste, que de un daño,
jamás temido, temo la experiencia,
y no le son engaños resistencia,
con que yo me defiendo y acompaño?

    Yo moriré, yo moriré sin duda,
si el mal me acometiere que sospecho;
mal que no hay pecho humano que no asombre;

    mal que al nombrarlo está mi lengua muda.
Ved como sufrirá su esencia el pecho,
si ella sufrir no puede sólo el nombre.



- XXII -

Bien sé que mi silencio y mi paciencia
me pueden grandes daños haber hecho;
moviendo a que se juzgue de mi pecho
sólo aquello que muestra la presencia.

   Mas no por eso mudo de sentencia,
incierto de si es daño o si provecho;
que amor no sabe dar paso derecho
mientras no tiene igual correspondencia.

    Callando, solamente mi mal hago;
hablando, por ventura ofendería
a quien estoy temiendo no ofendida.

   Si yo me ofendo, con morir me pago;
si ofendiese a quien digo, no podría
pagarte; que es la ofensa sin medida.




- XXIII -

Conjuradas están en daño mío
cuantas cosas aplico a mi provecho;
procúrame acoger las que desecho,
las que busco me tratan con desvío.

   Hallo en su misma esfera el fuego frío,
pues ningunos efectos ha en vos hecho;
y donde tiene amor mayor derecho,
allí le vi quitar el poderío.

    Allí donde los míseros mortales
alivian por lo menos sus cuidados,
sagrado tribunal de la clemencia,

    a deseos y penas inmortales
fueron mis pensamientos condenados;
que no todo se vence con paciencia.



- XXIV -

Cuidada navecilla, ¿quién creyera
que osaran estas olas ofenderte,
viéndolas otro tiempo obedecerte,
como si tuyo el mar soberbio fuera?

    Tus bienes les he dado, y persevera  
su saña; no sé ya como valerte;
el arte dejo en manos de la suerte,
para que ella te arroje adonde quiera.

    Bien sé que se aplacaran al momento
sí, como le he dado la esperanza,  
entregara también el pensamiento;

    pero avéngase ya con su bonanza;
que más quiero morir en mi tormento
que vivir con infamia en su mudanza.



- XXV -

No temo los peligros del mar fiero
ni un escita la odiosa servidumbre,
pues alivia los hierros la costumbre
y al remo grave puede hacer ligero;

    ni oponer este pecho por terrero
de flechas a la inmensa muchedumbre;
ni envuelta en humo la dudosa lumbre,
ver y esperar el plomo venidero.

    Mal que tiene la muerte por extremo,
no le debe temer un desdichado;
mas antes escogerle por partido.

    La sombra sola del olvido temo,
porque es como no ser un olvidado,
y no hay mal que se iguale al no haber sido.



- XXVI -

Descuidado del lauro que ennoblece,
en una choza pobre se aposenta,
con mesa no dorada se sustenta
y de pequeños bienes se enriquece.

    Los miembros al descanso alegre ofrece,
y de solas sus redes tiene cuenta;
ni la bélica trompa la amedrenta,
ni el temor del suceso le entristece.

    Ni le aflige el oráculo dudoso,
ni el envidiado cetro considera
si lo ha de arrebatar violenta Parca.

    ¡Oh, cien veces, Amiclas, más dichoso
que quien imaginó que obedeciera
el mar a su fortuna y a tu barca!




- XXVII -

A una dama bizca

Vista la redondez del hemisferio
y que un gobierno sólo no bastara,
dividieron el cetro y la tiara,
y en dos partes partieron el imperio.

    Este partir, que no fue sin misterio,
hermosísima bizca, nos declara
la perfección que vemos en tu cara,
ocupada en diverso ministerio;

    porque así como el mundo fue decente,
para tener los súbditos delante,
repartir las potencias y la gente,

    así, señora, es bien que en un instante
con el un ojo mires al poniente
y con el otro mires al levante.



- XXVIII -

Temeraria esperanza, ¿por qué engañas
mi alma con tu loco devaneo?
Temió dentro en mi pecho mi deseo,
¿y no temes tú empresas tan extrañas?

    Estásle relatando tus hazañas,
sin olvidar un mínimo trofeo,
¿y quieres sepultar en el Leteo
las cosas infinitas con que dañas?

    Detente, pensamiento temerario,
porque aunque puede ser lo que imaginas,  
también (y es lo más cierto) lo contrario.

   Mira que las mudanzas repentinas
en el cielo y la tierra de ordinario
pararon en miserias y ruinas.



- XXIX -

 Dentro quiero vivir de mi fortuna
y huir los grandes nombres que derrama
con estatuas y títulos la Fama
por el cóncavo cerco de la luna.

    Si con ellos no tengo cosa alguna
común de las que el vulgo sigue y ama,
bástame ver común la postrer cama,
del modo que lo fue la primer cuna.

    Y entre estos dos umbrales de la vida,
distantes un espacio tan estrecho,
que en la entrada comienza la salida,

   ¿qué más aplauso quiero, o más provecho,
que ver mi fe de Filis admitida
y estar yo de la suya satisfecho?




- XXX -

Vuelve del campo el labrador cansado,
y mientras se restaura en fácil cena,
para nuevo trabajo se condena,
que al venidero sol quedó obligado.

    Cuando descansa en el rincón su arado,
con hoz la vid sin pámpanos cercena;
siega la mies y la vendimia ordena,
y luego al yugo vuelve ya olvidado.

    Es el trabajo propio a los mortales,
en el cual los alivia las esperanza
con premio que a trabajo nuevo llama.

   Así pasan los bienes por los males,
así sustenta al mundo la mudanza,
y así es tirano en él quien la desama.



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