martes, 19 de agosto de 2014

ZOROBABEL RODRÍGUEZ [12.936]


Zorobabel Rodríguez

Zorobabel Rodríguez Benavides (Quillota, 4 de octubre de 1839 - Valparaíso, 29 de septiembre de 1901) fue un abogado, político, periodista y escritor chileno. Fue redactor del diario El Independiente y fundador del diario La Unión. En el ámbito político, militó en el Partido Conservador, siendo diputado propietario por Chillán, Santiago y Linares entre 1870 y 1891. En 1875, publicó el primer libro sobre modismos chilenos. Además, fue superintendente de aduanas en Valparaíso desde 1891 hasta 1901.

Hijo de José Martín Rodríguez Osorio y de Francisca Benavides Carrera, estudió en Valparaíso y Santiago decantándose por la carrera de Leyes. Contrjo matrimonio en 1861. Entre 1862 y 1863, colaboró en el diario El bien público donde publicó las poesías que posteriormente recopilaría en el libro La cueva del loco Eustaquio.

En 1864, egresó de Leyes, pero no se tituló. Empezó a colaborar en el diario El Independiente, donde destacó como redactor y escritor de una columna diaria entre 1867 y 1884. 

Fue diputado propietario por Chillán en tres periodos consecutivos: desde 1870 hasta 1873, entre 1873 y 1876 y desde 1876 hasta 1879; por Santiago entre 1879 y 1885 y desde 1888 hasta 1891; y por Linares entre 1885 y 1888. 

En 1875, publicó el primer libro sobre modismos chilenos, Diccionario de chilenismos. Esta publicación le valió un asiento como numerario en la Academia Chilena de la Lengua cuando la RAE la fundó en 1885.

En 1884, su defensa de la separación del Estado e la Iglesia provocó un desencuentro con sus correligionarios del Partido Conservador, dejando su trabajo en El Independiente. Obtuvo el título de abogado el 1 de octubre de 1884. Entre ese año y 1887, se desempeñó como profesor de Economía Política en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile. Destacó por su defensa de la economía liberal.

En 1891, participó en la revolución contra el gobierno del presidente Balmaceda. Fue detenido y deportado a Perú, pero el triunfo de los congresistas le volvió a abrir las puertas de Chile.

Desde 1891 hasta 1901, fue superintendente de aduanas en Valparaíso, puesto que lo alejaba de la primera línea política y lo obligó a dejar su trabajo en la Universidad de Chile y en el diario La Unión.

Publicó en 1893 Estudios económicos y en 1894 Tratado de economía política, texto que sería de cátedra en la Universidad de Chile. En 1901, trabajaba en una segunda parte de su libro sobre chilenismos, pero falleció antes de completar su obra.

Obras

1864 - La cueva del loco Eustaquio
1875 - Diccionario de chilenismos
1893 - Estudios económicos
1894 - Tratado de economía política
Francisco Bilbao: su vida y sus doctrinas
Perfiles y reminiscencias
Tratado de economía política


Referencias:

Las poesías aparecen en los dos volúmenes de la Miscelánea literaria, política y religiosa que publicó en 1873.







LA CASA PATERNA

¡Dulce estación de las frutas
y de las mieses doradas,
de las tardes apacibles
y de las noches de plata!

¡De las bulliciosas trillas.
de las brisas perfumadas,
de los becerros que triscan,
de los pájaros que cantan!

Ya tus aromas percibo
y tus agrestes tonadas,
ya en las praderas comienzan
a divisarse tus galas.

Años atrás, cuando niño,
así también asombrabas,
dulce estación de las frutas
y de las mieses doradas,

y el infantil pecho henchido
de inocentes esperanzas,
al verte venir, corría,
y en los brazos te estrechaba,

y ¡adiós!, decía a los libros,
y a los deberes del aula,
tan alegre como el pájaro
que de la prisión se escapa.

¡Todo, como entonces, vuelve;
calor y luz, frutas y auras;
y una vez más libre vuelvo
a verte, paterna casa!

¡Oh nunca olvidado techo!
Aún tienden sobre él sus alas
las palomas, siempre amantes,
siempre fieles, siempre blancas.

Aún por entre las tejas
las golondrinas pintadas
para contemplar la luz
sus negras cabezas sacan.

Mas, ¡ay!, en aquella puerta,
en esa puerta cerrada,
que el negro polvo obscurece
y afean las telarañas,

alguien su silla ponía
y a trabajar se sentaba,
las manos en la labor
y en los ausentes el alma.

Alguien que a nadie volvía
ni el corazón ni la espalda,
que daba a los pobres pan
y a los afligidos lágrimas;

que al escuchar de los hijos
el rumor en la distancia,
dejando silla y costura,
como una corza volaba.

Mas, ¡ay!, ya nadie se sienta
en esa puerta cerrada
que el negro polvo deslumbra
y amortajan las arañas.

En el patio silencioso
nadie al que está ausente aguarda
ni se oyen las bendiciones
del pobre que su hambre mata.

Sólo en enjambres ligeros,
al suave impulso del aura,
plumas y copitos blancos
van y vienen, suben, bajan.

Ya en la puerta se detienen,
ya acarician la ventana,
hasta que, tomando altura,
el ojo a verlos no alcanza.

¡Oh plumas de las palomas
del tejado de mi casa,
que mi madre cariñosa
con su mano alimentaba!

¡Oh copitos de los cardos
que maduran en la estancia
donde antes crecía el pasto
y los trigos y las chacras!

Si sois cual me lo imagino
de aquellos pobres las almas
que en busca de una limosna
venían aquí en bandadas,

si conserváis de la madre
las bondadosas, palabras,
si aún os acordáis del pan
que los hijos os brindaban,

¡subid, subid hasta el cielo,
copitos y plumas blancas,
y a la buena madre dad
un recuerdo de su casa!

Decidle que aún permanece
aquella puerta cerrada
y que hay quien por verla abierta
diera la mitad de su alma                                                                                                 

Decidle que aún el nido
intacto y limpio se halla
y que aún cubrirlo podría
con sus blanquísimas alas.





RECUERDOS 

Te dije adiós. El viento que arrebata
su aroma suave a las tempranas flores
pasa y no vuelve a marchitar las hojas
en que ejerció sus bárbaros rigores.

¡Y tú, más cruel que el viento de la tarde,
después de arrebatarme la ventura,
vuelves sobre tu víctima, que sólo
darte puede despojos de amargura!

Pon la mano en el pecho y reflexiona:
ve lo que hoy eres, lo que fuiste ayer.
¡En sólo un año cuán horrible cambio!
¡Tornóse el ángel en vulgar mujer!

Al verte hastiada, enferma y abatida,
al sentir sobre ti la cruel cadena
de la mezquina realidad, ¿no piensas
en otro tiempo?, di, ¿no sientes pena?

De aquel rico tesoro con que el cielo
había en su bondad tu alma dotado,
¿qué resta ya? Como humo disipóse ...
Sólo el recuerdo en mí no se ha borrado

¡Y cuánto lo deseo!, ¡cuánto!, ¡cuánto!,
mujer, ¿que hay de común entre los dos?
ni aun la memoria de los bellos días 
ni el amargo pesar que vino en pos.

¡Nada! Marchando por opuestas sendas,
cada momento nos aleja más;
¡nunca ya ni tus ojos con mis ojos,
ni tu mano y mi mano se han de hallar!

Como las aguas de cercanos ríos
que se mezclan un punto en su camino,
para tornarse a separar, y solos
correr después a su final destino;

un punto nuestras almas se mezclaron
y una jornada hicieron... y hoy van solas,
alejándose siempre, a confundirse
del mar de lo infinito entre las olas.

Sola hoy caminas; pero acaso, acaso,
cuando lo amargo de la vida pruebas,
recuerdes que del pecho en lo más íntimo
algunas gotas de mi acíbar llevas.

¡Oh!, ¡sí te acordarás!, que mi recuerdo
unido está con tu postrera gloria:
como un remordimiento, mientras vivas,
esculpido ha de estar en tu memoria.







ÚLTIMAS HUELLAS

¡Cómo los años vuelan, madre mía!
Quince hace y aún parece que ayer era
cuando ufana te vía
ir y tornar ligera
por estos mismos sitios, coronada
de bulliciosa e infantil parvada!

¡Cómo el materno amor, puro, cristiano,
de tus azules ojos irradiaba!
¡Qué diestra era tu mano
cuando la flor plantaba
o la varilla endeble y diminuta
que hoy nos regala su sabrosa fruta!

¡Qué invierno aquel invierno en que te fuiste!
Nunca, al caer, formaron los raudales
de lluvia un son tan trisre:
nunca así los cristales
gemir había oído; en noche alguna
se alzó tan melancólica la luna.

Vino después la alegre primavera
pródiga de perfumes y colores,
cubriendo la pradera
de insectos y de flores.
¡Mas, ¡ay!, la tibia brisa llamó en vano
a las flores plantadas por tu mano!

Cubriendo las malezas insolentes
la tierra en que jazmines cultivaban
tus manos diligentes;
y allí mismo do alzaban
sus pétalos las rosas purpurinas
los clonquis ostentaron sus espinas.

¡Y siguió el tiempo su veloz carrera,
anhelando borrar con planta impía
cuanto un recuerdo era
de tu amor, madre mía!
Mas quiso Dios que aún flores, si no bellas,
inmortales, germinen en tus huellas.

¡Oh blanca y desmedrada florecilla,
que sin cultivo, pertinaz, floreces
pegada a aquella orilla!
¡Cuán triste que te meces,
lágrima de la Virgen, y ser pruebas
digna del nombre que llorando llevas!

Sí, que era en esa parte do solía
en la hora del crepúsculo sentarse,
y con dulce ufanía
de sus hijos rodearse,
y alzar la vista suplicante al cielo
y regar con sus lágrimas el suelo.

;Ah!, blanca, desmedrada florecilla,
si de una madre la sin par ternura
sembró allí tu semi1la,
si llanto de amargura
la tierra humedeció que te sustenta,
¡no te causen mis lágrimas afrenta!







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