lunes, 19 de mayo de 2014

JORGE JOBET [11.742]



Jorge Jobet

Jorge Jobet (Perquenco, CHILE   1916 – San Bernardo, 1998). Profesor de castellano. Fue docente de la Universidad de Chile y de la Escuela Normal Superior José Abelardo Núñez. Ocupó el pseudónimo Claudio Indo en su juventud. Publicó entre muchos otros libros: “El descubridor maravillado”, “Mis provincias” e “Introducción al sentimiento”.



PUREZA SOLO PIDO 

Pureza sólo pido a los cristales
rectitud a tus trenzas que ayer mismo
sirvieron a los ángeles. 

Es poco lo que exige el limosnero
cuando viene y se va por verdes calles,
el sol henchido en faldas y balcones,
de rodillas cantándole a tu casa. 
Me apropio de planetas vacilantes,
de mundos que respiran y en lo negros
e alumbran con tu encanto.

Amaneces en agua submarina
en vivo espejo de uvas cinceladas,
escalera de azules mariposas
que suben y descienden foco en mano,
recostada tu trenza en la campiña
de un lírico monarca.

Pureza para mí de cualquier hombro
pegado a tu costado
para el ansia de luz que nos convierte
en sueño de los ángeles.

Si arroja a tus cabellos el rocío
su espada de combate,
resérvame un silencio en esos cielos,
invítame a ser ángel.








El descubridor maravillado
El descubridor maravillado
Autor: Jorge Jobet
Santiago de Chile: Tegualda, 1947

CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1947-03-30. AUTOR: LUIS MELÉNDEZ
Cuando se va a hablar de ellos, los poetas –Oh, los Poetas-, esperan siempre, si no, tácitamente, exigen un panegírico o, por lo menos, un lenguaje de redoblado lirismo.

Hacen bien, porque cada día es más difícil para ellos el simple, el lógico y razonado bien decir, según los preceptos del idioma. Pero, aparte de eso, tampoco les falta razón: el idioma debe servir hasta para expresar todo cuanto no logran abarcar los signos y las palabras directas del idioma vivo que, por serlo, está en permanente crecer y en ávida afinación para captar y expresar lo de ese mundo aun más vivo y creciente, en multiplicadas revelaciones, como es la del pensamiento.

Claro está que en cuanto uno se acerca a los límites de la poesía moderna, se entra a un terreno peligroso, como a una feria oriental, rutilante, deslumbrante, desconcertante, donde solo el buen conocedor puede no errar con exceso. Una feria o una ciudad fantasmagórica donde hay templos misteriosos edificados con material noble y precioso, junto a relumbrantes fruslerías de similor [sic], y entre cuyas plazas y jardines y fakires de legítima prosapia fullera, mano a mano y paso a paso con las Pandits y los más honorables, sabios y convencidos sacerdotes. Todos sabemos esto.

Pero la Poesía, como la Virtud, auténticas, existen; para el espíritu alerta y la sensibilidad fina valen poco las artimañas de los falsos mercaderes: la Belleza siempre será la Belleza; la perla aunque esté en el fondo del limo, etc., etc. Si la poesía existe y subsistirá bajo todas las formas.

¡Cuánto se ha hablado de todo!

Lo lamentable es que los poetas siguen amando más y más las actividades enigmáticas y sibilinas. Leer un poema suele ser empresa digna de ajedrecista, de cateador de minas o de astrónomo revestido de ingeniero. A veces se acierta; generalmente uno se aproxima bastante a lo que cree que es, y entonces, como por resonancia, se duplica en poeta, repoetizando una problemática variación. Ya es bastante. Por lo menos así se oía antes a las Sibilas en Delfos, de Cumas, en Grecia, Roma o Cártago.

Ante “El Descubridor Maravillado” de Jorge Jobet, estamos sin lugar a dudas, juntos a un verdadero poeta; se revela, primero, en su prólogo, “Presencia del ser”, escrito con profundidad y gracia pictórica y musical, en una prosa muy sabiamente cortada y armoniosa. Como poeta, nos recibe en su jardín y debemos reconocer que es un jardín encantador.

En un primer paseo ojeamos, ahora, el libro. Sorprendidos hallamos el primer poema, tan claro: “El Océano arruga su frente”:



“El mar despeina sus olas.
Mueve sus ancas robustas.

El viento suelta sus hondas
con agua arisca, maciza,
y sopla firme su fusta
de Dios amargo de espuma.

La barca, sobre las olas,
haciendo guiños telúricos.
Celosa, náufraga, sola,
ofrece al día su blusa.

El mar despeina sus ondas.
Cía sus puentes la brisa.
Gaviotas de ojos violados
hienden, ligeras, la lluvia”.





El poema sigue con esta dignidad verdaderamente marina, y tanto como de la sensibilidad, se adueña, en cierta forma abstracta y al mismo tiempo real, de los ojos. Es el viejo océano de siempre, pero tan nuevo como ese mar que enfrentamos al descender del tren que nos llevó a alguna playa.

En el jardín de la entrada había una fuente; su recuerdo nos trae el de los peces, pero dejémosla. He aquí otro propio de la poesía:




Un pez anda en la carne

Cascada de amor sin fondo
lejos del mar suspira.

Gnomo con pies de niebla
peina en el éter sus cuitas.

Correr de azul terciopelo
por lentas señas de lino.

Volante pez filiforme
subiéndose a tus rodillas.

Manar de dulce Castalia
donde se bañan las lilas.

Bejuco silvestre, beso
tus labios de agua, mi niña.

Cascada de amor sin fondo
lejos del mar suspira.

Sediento pez filiforme
se sube por tus rodillas.



Desde el título, tan simple en la apariencia, el poeta se ha lanzado como desde un trampolín al maravilloso mundo irreal, pero el cual sigue conservando, en la primera instancia, la contextura del nuestro real de cada día. Todo está sabiamente colocado y con tanta claridad, pero también todo es irreal y de la calidad de los milagros.

Mas no todo es claridad; he aquí “La parábola cuadrada”.


“Prendida imagen de contorno albino
ciñe en alcurnia tu terrón descalzo.

Cuadrantes horas desmintiendo días
vejan arpones incondicionales.

Añosos cuerpos sobre espina y carne
frotan sus pieles en ardiente abrazo.

Lluvia de besos borbotando sangre
pende paraguas con puntal de labios”.




Quién sabe si con este poema el autor quiera hacer una obligada genuflexión ante los Poderes Obligatorios de la Oscuridad Moderna; acaso, en realidad, nos da un sincero mensaje, muy diáfano para su pensamiento de creador de esos versos, pero al lector le falta conocer la clave; y ya nos sumergimos o somos absorbidos en el túnel de una boa constrictor que nos llevará, Dios sabe a dónde.

Pero lo que no podremos olvidar es que entramos al jardín de la poesía, vivimos en él contemplando maravillosos mares y asistimos al florecer de vidas milagrosas.







Naturaleza del ser
Naturaleza del ser
Autor: Jorge Jobet
Santiago de Chile: Nascimento, 1959



CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1960-01-24. AUTOR: FRANCISCO DUSSUEL
Cuando en 1958 comentamos “El descubridor maravillado” lo hicimos en forma entusiasta, pues comprendrimos que el joven poeta caminaba por la senda firme del que poseía condiciones para empresa de esta índole.

En su primer libro evidenció Jobet sinceridad, moderada audacia y euritmia agradable al oído. Ahora el panorama poético se amplía con tópicos de arraigambre más honda sin abandonar el mundo de lo pequeño.

El título desconcierta. Parecería más bien corresponder a un ensayo filosófico que a un libro de poemas. ¿Se aventura Jobet por el laberinto de las complejidades metafísicas, enfocando los problemas trascendentales del hombre y del universo? No. Es la naturaleza del ser concreto plasmado en una visión poética serena y bella que va desde la fragancia, el invierno en Temuco, la muchacha en flor, el lago Villarrica, la araña y la hormiga, hasta los temas de inspiración más sutil y vertical, como “la intuición del acabamiento”, “insistencia en el tiempo”, “fusión del espíritu”, “el nacimiento de lo bello”, “el sonido del grito” y las reminiscencias del pasado.

Hay, pues, dos planos diversificados, no opuestos, sino enmarcados en un todo vital poético de ricas sugerencias, de atrayentes armonías y de calidad diversa.

Jobet en su modernismo moderano no rehúye la asonancia; más aún la busca, casi podríamos decir que la calcula y lo curioso es que lejos de aprisionarlo y tornársele suicida, le comunica eufonía suave y acariciadora. No queremos decir con esto que “Naturaleza del ser” sea un libro meloso y acamelado [sic]; por el contrario, corre por todo él una linfa potente de auténtica poesía novedosa y emotiva. Los snobs la hallarán seguramente insulsa y pasada de moda, porque no horroriza con audacias estremecedoras, pero la verdad es que deleita sin las sandeces de algunos mentecatos, empeñados en escribir “originalidades” solo aceptables por otros más mentecatos aún.



“Naturaleza del ser” ofrece una tonalidad fuertemente subjetiva y poemas descriptivos. “Volcán Llaima” pertenece a estos últimos. La visión deslumbrante, el “desolado silencio endurecido”, “el misterioso verbo de la cima”, los pedernales de granito, las salvajes grietas del abismo, van perfilando los contornos de este:



“Titán en el vivir, torvo refugio
faro de mar anclado, costa bravía
el mundo aspira a la humedad [...]
del misterioso verbo de tu [...]”.




Del mismo modo “Río vivo” nos permite apreciar la riqueza imaginativa del poeta cuando el: 



“Cautín a solas, entre secos pastos 
la palma cunde de tus aguas mansas. 
Algún guijarro de tu mano leve 
como un pescado en el anzuelo salta”.



Jobet en lo descriptivo siente menos predilección por el color que por la armonía. Casi podríamos afirmar que prefiere cerrar los ojos y oír las voces ocultas, las resonancias puras y por eso aparece más musical que colorista. Sin quererlo estamos señalando un peligro para el poeta. Este debe abrir todas las ventanas, poner en tensión todos sus sentidos y todo su espíritu. Aislarse en la torre de cristal puede ser a la larga pernicioso y mortal.

Hay en “Naturaleza del ser” otra faceta: el amor, tema siempre nuevo a pesar de ser tan antiguo como el hombre. Jobet lo siente sin espasmos ni alaridos. Es un sentimiento puro, noble y espiritual. El “eterno femenino” no es para él un recurso biológico. Si en “La muerte del amor nacido” aflora “con la eterna avidez del amargado”, en “Tu corazón me pertenece” refleja un estado de alma muy diversa, pues “cualquier cosa tuya, cualquier rizo / me acunan el fervor y la esperanza” y frente al “tremolar de tus orquídeas” siente cómo se incendian las “rudas cabalgatas” del ajetreo cotidiano.

“Tal vez mañana” refleja una inquietud existencial trascendente: la muerte. Al comienzo en una previsión de lo que “tal vez” suceda. En realidad nos es un misterio cómo, cuándo y dónde moriremos. Dejemos que el poeta sueñe. Ve rostros sufrientes, rostros amados y oye “pasos más espaciosos por la alfombra” y tañidos funerales. Solo al fin exclama: “Una moletia aun y subiremos / a la sacra mansión crepuscular”. Esta clarinada de luz es muy diversa a esa otra estrofa de “Un pájaro menos”, poema hermoso, de ambiente marino, en el que la gaviota describiendo una parábola de fuga, halló “blando sepulcro en el océano”. El poeta se emociona, se enternece con “sus ojos labrados en misterio”. Es una vida que termina, una vida humilde, desolada, “que dio su aliento a las arenas”; por eso exclama en la estrofa final:



“Que se vistan de negro los [...]
y musite su angustia la ribera.
Cuando mueren los pájaros marinos
el silencio levanta sus compuertas”.




“Naturaleza del ser”, a pesar del título tan poco poético, encierra la expansión de un espíritu selecto, enamorado de lo bello, de las grandes ideas. Moderno sin extravagancias, subjetivo sin narcisismos, armonioso y dinámico en las imágenes, emotivo sin tropicalismos, Jobet tiene por delante una misión comenzada con augurios y que, de seguir así, a la postre será él “el descubridor maravillado”.








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