martes, 3 de febrero de 2015

DAVID MEZA [14.663] Poeta de México


David Meza 

(Ciudad de México, 1990) Escribe un libro llamado El sueño de Visnu. Cree en la poesía con todos sus huesos, con todos sus músculos. Le gusta la magia, la relectura y ACDC. Perteneció a la Red de los poetas salvajes. Estudia Literatura y Filosofía en la UNAM.


Reescritura de Oración del camino
(Gracias Vallejo)


[Perú]

Cuando muera quiero que me digan: Ese hombre murió siendo un planeta. Un planeta bellísimo girando sobre un desierto de banderas rotas. Quiero que me lo digan los ángeles de los que tanto hablo. Las hienas mordiendo mis huesos y las rosas por la noche. También la luna que se ha enamorado de mi frente. Quiero escuchar a mis hermanas, barro de mi barro ensangrentado. Ese hombre, tirado por caballos griegos por las plazas. El mar, el mar entero, tierno y moribundo. Que lo diga, que no se muerda sus dientes de agua. También las nubes, también los montes. Y que se eche en llamas el desierto. Y que las banderas al romperse me digan un poema. Que las adivinas lean el destino de los niños con mis huesos. Un planeta, no una estrella titilante. Titubeante ante los despilfarros del destino. Triunfante corona del cielo con órbita y amaneceres propios. Quiero que la tierra fresca sea mi más linda guirnalda. Ahí, ahí, entre las tumbas, todo yo condecorado por su llanto. Mi busto en piedra serían los cráneos de los buitres. Oh daga de carne que es mi mano. Oh cerrojo de plata en mi frente de niño. Los grillos serán mi ópera selecta. Árboles crecerán muy cerca, como dedos que yo saco de la muerte. Toda mi vida, toda mi ternura, toda mi entera sonrisa como herencia. Un poema, o dos, como cartas, o dados tirados por los dioses. Lamentos propios de un cuerpo celeste. Mi arrastre de planeta viejo, mi rotación de nubes como dardos. Oh carroza de carne, fue mi cuerpo. Mis pestañas, pequeña noche, serán mi tumba. Mi canto de niño, ante los astros, mi epitafio.



Reescritura de Los muchachos 
del bote salvavidas agujerado
(Gracias Corso)


[Estados Unidos]

Conocí a un hombre que siempre creía tener la razón; a uno que siempre creía en la razón; y a uno que nunca creía en nada. Todos me parecían hermosos. El tiempo pasa, cuatro caballos que arrastran mi ciudad hacia la costa. Él canta, él canta. Uno sabe que su corazón está hecho de polvo. Y no siente tristeza. Yo sé que mi corazón está hecho de estambre, pero no siento alegría. Juego la alegría, donde de las manos brotan nuevos ruiseñores, con nombre todos ellos. Mi nombre contra las piedras. Mi historia como ruleta rusa donde tiro mis huesos. Mi diente, dado en blanco. Ya no creo enteramente, pongo la tilde siempre en pasado, como quien pone un guardia en la costa, y se pone a sacar las estrellas por la noche. Limpio ébano la mente, escudo con el que apenas puedo moverme. Y el tiempo, gigante monstruo, mordiendo mis preces. Miles de lanzas en mi escudo, han hecho de mi escudo mi segunda noche. No sé dónde poner mis dientes, si el tablero de ajedrez fuera de tierra. Juego la alegría, hundo mi dedo en su frente risueña. Saco ideas, memorias. Los pájaros también se mueren. Nunca entero, nunca yo de mí certero. Sé que la palabra Certero, letra a letra, la dice una persona distinta. Un ejército de hombres lanzando flechas a las olas. Toco mis dientes con la lengua, y ninguno me parece mío. Mi corazón, bola de estambre, tiene la punta atada a mi escritorio. Cada vez que salgo a la calle, me deshago. Ninguno de mis parpadeos me pertenece. Hay una base, sin embargo. Algo en el escudo que siempre es escudo. Mi amor sepultado por las tierras de la idea. Una lápida de ébano. Mi amor idea, niño con los dientes desgarrando una ola, llamada muerte. Mi historia ya no existe, no hay centro verdadero en esta rosa. Miles de flechas, la noche más noche de los hombres. Pero él canta, mi desamparo, canta. Mi alegría es un ángel, egoísta como todo ángel, cantando mientras duermo. Y mientras digo Duermo, con esa D tensada como un arco, tengo la sospecha, de que cada letra, la dijo alguien diferente. Alguien que ya no me acuerdo, y que fui yo mismo, y amó, que odió. Un hombre que miró con desprecio, lo mismo que ahora amo. Así, con la tilde invisible, como la pluma que el pájaro nunca tuvo, pero que siempre consideró como suya. Me pregunto. Me preguntas. El hombre que siempre creía tener la razón, terminó mirando en el mar, algo que el mar mismo no tenía. El otro, con un vestido de novias hecho de estambre, jugó con las tildes de este mundo, y postuló nunca más hablar en pasado. El otro perdió su fe, esas dos letras que significaban tanto. Lloré por ellos, porque todos estábamos encadenados. Los caballos del tiempo también se murieron, aún quedan sus esqueletos tirando en la costa. Mi amor sepulto, con la tierra de mi frente. Nunca sabré enteramente qué me pasa, porque nunca seré enteramente nada. Un grupo de chicos, más cercanos de ser aves, o más cercanos de ser dientes. Pero nunca nada enteramente. Dos lanzas cruzan mi bola de estambre. Sangro partículas de estambre por el suelo. La vida vale por mi fe. Yo he perdido la fe. Pero canta, canta. La tristeza triza el pensamiento. He dicho bastante, al mismo tiempo que no he dicho nada. Nada, te pronuncio, letra a letra, siempre siendo algo distinto. Juego mi alegría, con un dedo, como un líquido azulado, en mi cráneo. Inútil pintar todos los labios, con su temperatura. Mi amor sepulto, en su caja de calcio.




Fragmento del diario de Rebeca

Mi vida. Mi vida no. Mi vida nunca. Mi vida nunca fue un pájaro sangrando estambre por las alas. Mi vida nunca llevó en el cráneo una corona de astillas. Mi vida nunca fue. Mi vida no fue ni será mañana una mariposa apresada en las trenzas de una chica. Mi vida no fue ni tampoco es hoy un viejo corazón de madera. Nací el 24 de junio de un año que se rehusó a ser éste. Mi padre estaba borracho de níquel y envuelto en aluminio. Mi madre me dio el nombre de Rebeca, y me talló los ojos con arena. Mi madre me dio el nombre de Rebeca, y me talló los ojos con arena. Tengo miedo. El miedo usa una corona de estrellas. Hace 3 días soñé que mi padre me golpeaba. Hace 2 días soñé que mi madre me cosía la boca. No me reconozco. Miro el espejo y encuentro a un ángel deshojando el mundo. Tengo el terrible deseo de gritar mi nombre. Tengo el abecedario tatuado en los tobillos. Nací el 24 de junio de mil novecientos violeta. Nací en una pradera de tuercas y filósofos llorando rocas y esquirlas y teorías astrogramaticales encima de una rosa. Mi vida nunca fue un pájaro con las entrañas llenas de estambre parado en la estructura ósea de una estrella. No tengo recuerdos de mi casa. Pienso que soy un caballo con la mandíbula rota. Pienso que soy una niña que lleva por grillete las estrellas del mundo. Pienso que he venido renaciendo los últimos 24 años, y que he transformado mi horario escolar en una placenta de pétalos. Pienso que mi vida es un pajarito con el corazón de estambre y una corona de huesos. Pero no es así. Mi vida no es un pájaro de estambre, ni violeta, ni rojo, ni verde, ni pluma, ni cieno, ni triste, ni roca, ni azulmente roca, ni estambremente roca. Mi vida es una nota al pie de mi obra. Y mi obra es un libro de geografía  que se ha convertido en mariposa. Y mi mariposa lleva polen y ríos  sobre las alas. Nací el 24 de junio de ningún año. Soy una mujer con 500 golondrinas dentro. No tengo recuerdos de mi pueblo. Me estoy soñando. No tengo recuerdos de mi infancia. Me estoy soñando. Mi vida nunca fue. He descubierto que la poesía es un cuadro que se pinta sin usar pinceles, una danza que se baila sin usar el cuerpo, un beso que se da sin usar los labios. He descubierto que la poesía es un juego en el cual está prohibido seguir las reglas; que es entender que tenemos el pecho lleno de musgo, de nieve, de agua, de tierra y de semillas que florecen como soles; que la poesía es una parvada de golondrinas despedazándote el cuerpo de adentro hacia fuera; que la poesía es platicar con las palomas en el techo de las catedrales. He descubierto, que quizá, incluso, la poesía es. Nací el 24 de junio de mil novecientos madera y tres. Mi madre se rompió los dientes en el parto. Fui arrojada a una cuna de paja. Tenía las uñas de los pies azules y enrolladas como pergamino. Mi padre estuvo orgulloso de mi sexo, hasta que descubrió que mi sexo era una constelación de girasoles. Esta mañana he decidido escribir, no poesía, no tratados, no alfileres, no escritorios, no mi vida o una novela, solo escribir. Solo tallarme los ojos con la pluma, para ver al mundo lleno de rayones,  y una de mis lágrimas sea tinta.



2.

Fragmento del diario de Édgar

Vivir por las mujeres que amas… no, no vale la pena. Estoy herido de muerte, más vale que alguien cierre la herida, si no la herida comenzará a comerse a mi cuerpo, y al mundo. Nadie cree en estos días que el mundo bien cabe en una herida. Pero es cierto. Yo quepo en una herida, un día bajé a ella con una lámpara en la mano hasta llegar hasta ese punto sangrante donde toda fuente es un festejo de los muertos que nos habitan secretamente. Yo secretamente he habitado a David que estalla en cientos de David. No vale la pena detenerse a llorar por aquellas células muertas que se retuercen en su agonía. No vale la pena decir que tú eres aquellas células muertas que se hacen polvo y cantan maravilladas. El día entra al cesto de basura como un poema mal escrito. Así mi vida. Mi vida es un poema mal escrito. Un poema con las vértebras protegiendo el hígado. Con el cráneo protegiendo al corazón. Con las costillas protegiendo al corazón. Y mis tripas como una corbata o una bufanda según las nieves de los días. No vale la pena vivir por el amor, ya no tienes 13 años ni vas a la escuela secundaria ni eres listo. Ahora ya no eres listo, ya no llevas 9.8 en la boleta como un signo de tu valor humano. Ahora llevas 49 materias reprobadas y una espada azul perforándote el pecho totalmente. Lo mejor será que te vayas a escribir tus penas a la espalda de las chicas que se dejen. No amarás a ninguna y tu semen será como veneno de un escorpión azul que se defiende. No respetarás las cuadraturas porque no estás haciendo geometría, no te engañes. La vida no es un cuadrado, menos aún un asqueroso círculo. El sueño de todos los hombres. Mis piernas salieron corriendo por la calle, huían de mí las celerípedas. El mundo cabe por mi herida, el mundo con sus montes y sus valles y sus ríos. El mundo entero cabe por mi herida, por mi comisura de sueños rotos como encrespadas rocas, donde nace el sol avergonzado de cada uno de sus rayos y de sus pájaros cantores. Cientos de David con un corazón hecho alpiste dado a los pájaros azules. Cientos de David con nombres de personas que alguna vez conoció y que detesta. Rebeca, Luis, Leonel, Verónica, Héctor, Édgar, Marta. Siete personas que detesto. Redención y rendición al final del día. Como una flecha al corazón de dios. O al corazón de mí mismo con un 7.4 que tambalea en el filo de una hoja avergonzada de representarme. Una tormenta de malas calificaciones y una banca repetida donde intenté copiar. Ahora tengo 23 y no tengo novia como a los 13, ni soy valioso, ni he logrado ser feliz. Ni siquiera he logrado definir esa palabra que arde en la boca de todos como cientos de estrellas, en mi boca no hay ninguna. Duermo con la boca abierta a ver si cae alguna. No ha caído. Mi paladar no es mejor bóveda celeste que el cielo, no, no las culpo. Mi piel es una camisa para proteger de los fríos a mi corazón, mis uñas son los botones. Ay de mí, que rompo las libretas cuando no encuentro faltas ortográficas en ellas. Y en eso soy, definitivamente, irrevocable. Y canto con perlas podridas y diamantes. Y Rebeca fue la primera chica en rechazarme y Luis el chico que se quedó con ella. Y no es cierto porque encima soy un mentiroso que engaña al mundo rencorosamente. Y aunque nunca creí en la soledad (me parecía ridículo) hoy me siento solo. Hoy cada célula de mi cuerpo se siente sola, abandonado de mí, de ti, de todos. Pero sobretodo de ella. De esa mujer con cara de rana que se iba saltando no sé a dónde. Nunca sabré a dónde. Si a las cascadas de las montañas más altas de esta tierra inhabitable. Si a los lagos más verdes donde las flores son rojas y naranjas y amarillas y blancas. Hoy cae sobre mi casa una tormenta de malas calificaciones: 7 en introducción a la ternura, 5 en amistad y sus teorías, 7 en lexicografía y semántica, 6 en noviazgos jóvenes. Y yo que podría sacar con toda facilidad una maestría en ocio y en demás idioteces. Mi miedo a estar solo me deja más solo que Batman creyendo en su renuncia al mundo. Tengo ganas de matar a Batman y quitarle la máscara para demostrar que detrás está mi cara. Y que esta noche con su luna es un invento mío en la secundaria. Que los demás cuerpos celestes eran los besos que no recibí en la preparatoria por ser feo. Que yo tenía la capacidad de enamorarme de cualquiera en un mundo en el que nadie tenía la capacidad de enamorarse de mí. Que usé miles de formas de vestirme para agradarles. Que en ninguna me veía lindo. Que me sentí culpable por seguir con vida. Que los odiaba. Que los admiraba y que sabía sus nombres, y que ustedes nunca supieron el mío. Que regresé el camino a casa con mi mochila y que mi mejor amigo era Krishna. Y que los soles ardían en su boca como un Te quiero en la boca de los adolescentes. Que yo nunca fui un adolescente, y que lo intenté durante años. Que mi prepa fue un martirio con sexo con algunas chicas despistadas que amé hasta hacerme huesos. Que mi primer trago de alcohol lo di a los 22 años porque vi a mi padre llegar borracho hasta los 7 años y recibí mis primeros besos por mi tío también borracho a los 5. Que fui penetrado hermosamente por mi tío a los 5 dejando gotitas de sangre en mis calzones. Que mi madre preguntó por esas gotitas y que ahí fue mi primera mentira que recuerdo. Y que yo decía no sé, como ahora digo sin ser acusado de sofista por mis amigos. Que ya no puedo hacer el amor sin sentirme amenazado. Vulnerable, expuesto, niño. Que la primera vez que me dijeron Eres bueno fue al escribir mis tristezas en un texto y que desde entonces odié a todos y fui a beber de su admiración de vez en cuando yo sediento. Que sueño con una muerte dramática todos los días, y que los miro extrañándome. Que mi muerte puede ser una forma de vengarme de ustedes. Que al conocerme digo Cómo esperan que siga yo vivo en este mundo. Que la ansiedad me ha vuelto obeso. Que la ansiedad me ha hecho devorarme al mundo entero y devorarme incansablemente. Que ya no queda nada de mí para mí, que me siguen golpeando los chicos listos. Que me siguen golpeando los chicos guapos, que ya no compongo canciones. Que la simetría en la escritura es la única casa que yo conozco y que intento quemarla. Que el alcohol es un ángel que parte las partes de mi cráneo con sus manos luminosas. Que si por mí fuera estaría dormido todo el tiempo y mirando las hormigas de la casa. Sé muy bien que una hormiga es capaz de cargar su propio peso y el del mundo. Sé muy bien que una hormiga es capaz de cargar su propio peso, pero no el mío. Sé muy bien que las hormigas son las cargadoras de la gravedad como un ángel deshecho. Sé que me estoy emborrachando con la sangre de un ángel vuelto planta y tierra. Que soy peludo y gordo y totalmente reemplazable como el envase de una cerveza. Que espero secretamente que me llames y que no me llamas. Que miro el celular de reojo, y que pongo mis ojos junto al teléfono para contestar con un poco de tardanza. Que cambiaría todos mis huesos a cambio de que tú me llamaras y yo me arrastraría entonces como un gusano de piel hasta el teléfono que suena como un crimen. Que quiero enamorarme de otras para quitarme tu enamoramiento como una mordaza. Que esa mordaza son mis venas con mi corazón en el centro todavía latiendo entre mis dientes. Que mi boca sabe a sangre y que mis sueños son células de los otros cuerpos. Que no ejerzo mi carrera y que no quiero ejercerla, como un trompo que no gira. Que soy un trompo cuyo eje central es todo el mundo y que entonces duerme eternamente.



3.

Fragmento del diario de Rebeca

T-11

17:47

Me llueve tu palabra. Tu palabra es una mariposa.

17:49

Avanza el tiempo y te sacude.

17:50

No necesito saberme vivo. Necesito sentirme vivo.

17:52

La cuna del eufemismo es la vergüenza. La vergüenza es un beso de la cobardía.

17:54

Dos minutos han muerto en la irremediable marea de la eternidad. Dos minutos bastan para reconocer y devorar las facciones de tu rostro. Dos minutos mueren y lentamente me asesinan. Dos minutos son el titubeo y la duda de escribir.

17:57

No sé el lugar de donde vengo. Aquí solo existe tu palabra líquida descendiendo por el ala rota de una mariposa.

18:00 horas

Tus ojos son una mariposa.

18:01

Él.

18:02

Él es un caballo negro que galopa sobre cristales abismos

sobre tus hondos temores

sobre la piedra blanca que deshace su estructura

sobre mi paso pequeño que atraviesa tu galaxia

sobre tu sobre fantasma que llegó a mis manos

sobre tu demencia sensual manifestada en árbol

sobre mi anillo de minutos

sobre mi yo poesía

sobre mi yo tú él nosotros ustedes poesía

sobre mi mundo flotando en un vaso de coca-cola

en un vaso de mezquina coca-cola

que es bebido por un hombre que nacerá mañana

en un pesebre de navaja y helio

por un hombre que tendrá por madre una yegua

y por padre un león

por un hombre cuya única familia seremos nosotros

y las letras últimas de su apellido

por un hombre que en 1755

se arrancó el tiempo de su herida

de su seño

de su mente y de su mente

pero en su pulso el reloj marcaba las:

18:18

Y un minuto después:

18:19

Y cien años después las:

18:20

Y cien mil años después las:

18:21

Y entonces de su pulso encadenado a esa porción de eternidad

Arrancó la vena

La sangre

La arteria

La duda

La entrega a la duda

Y la entrega misma de su voluntad

Dejando un halo de luz roja que marcaba las:

18:26 y las 18:29

Y las 1000:01 y las 1000:02

Y las 1000: nada y las nada: 1000

Desplomándose en partes infinitas y bellas sobre mi mirada

18:33

¿Y al final qué es lo que tengo?   

18:34

Tengo 14 estrellas de barro balanceándose en el pulso de los eclipses

Tengo los músculos de la mañana y la nostalgia de ser el mar

Tengo un alacrán de acero y engranes lastimándome los versos

Tengo las arterias de los lunes meciéndose en mi respiración cual manecillas

Tengo la desesperación de las industrias y el lamento líquido de los símbolos patrios despertando en los contactos eléctricos del cielo

Tengo a las personas del futuro arrojándose desde lo alto de este edificio

Tengo una mariposa de cemento revoloteando en mis pulmones

Me sale por la boca y dice:

            18:39

El tiempo no existe. Y si existe nada quiero saber de él.



4.

Fragmento del diario de Luis

Cuando muera quiero que me digan: Ese hombre murió siendo un planeta. Un planeta bellísimo girando sobre un desierto de banderas rotas. Quiero que me lo digan los ángeles de los que tanto hablo. Las hienas mordiendo mis huesos y las rosas por la noche. También la luna que se ha enamorado de mi frente. Quiero escuchar a mis hermanas, barro de mi barro ensangrentado. Ese hombre, tirado por caballos griegos por las plazas. El mar, el mar entero, tierno y moribundo. Que lo diga, que no se muerda sus dientes de agua. También las nubes, también los montes. Y que se eche en llamas el desierto. Y que las banderas al romperse me digan un poema. Que las adivinas lean el destino de los niños con mis huesos. Un planeta, no una estrella titilante. Titubeante ante los despilfarros del destino. Triunfante corona del cielo con órbita y amaneceres propios. Quiero que la tierra fresca sea mi más linda guirnalda. Ahí, ahí, entre las tumbas, todo yo condecorado por su llanto. Mi busto en piedra serían los cráneos de los buitres. Oh daga de carne que es mi mano. Oh cerrojo de plata en mi frente de niño. Los grillos serán mi ópera selecta. Árboles crecerán muy cerca, como dedos que yo saco de la muerte. Toda mi vida, toda mi ternura, toda mi entera sonrisa como herencia. Un poema, o dos, como cartas, o dados tirados por los dioses. Lamentos propios de un cuerpo celeste. Mi arrastre de planeta viejo, mi rotación de nubes como dardos. Oh carroza de carne, fue mi cuerpo. Mis pestañas, pequeña noche, serán mi tumba. Mi canto de niño, ante los astros, mi epitafio.      

5.

Fragmento del diario de Luis

Me duele decírtelo de este modo: tu recuerdo es una catarina, preciosa, entre mis manos. Pero no importa no decírtelo. Mi reyezuelo, mi niño con su corona de hojas. El tiempo te aleja de ti, aunque seamos lo mismo. Tu recuerdo, tu recuerdo. Con esas motitas negras, que son las tristezas que siempre nos nacen. Nos nacen como coronas, como estambre en la cúpula de las flores. Mi niño, tus alas son pequeñas. Y me dices que las catarinas de lejos parecen como pequeños corazones. Yo agito tu cabello. Pero todo esto en el fondo me duele. Porque te he perdido. Porque no tuve la fuerza para defenderte. Los monstruos, los malvados con las garras agarrando los sueños. No tuve el coraje. Me hice pequeño, pequeño, pequeño. Hasta que las huellas digitales me parecieron gigantes galaxias de carne. Me hice pequeño, minúsculo, débil. No estuve ahí contigo. El tiempo me estira los miembros, la rueda gira. Mi cuello está de mi cabeza estirado, muchos metros. Estoy creciendo. Pero las nubes cada día me parecen más lejos. No, no estuve contigo, mi reyezuelo, mi preciosa catarina. Un monstruo te quebró las alas, y luego te puso en la punta de un dedo. No levantabas el vuelo. No lo levantas. Y te escucho llorando, como si tu cama estuviese encadenada a la noche. No estuve contigo. No estás conmigo. Y tú llorabas. Y tus lágrimas caían, como de hecho caen, porque están suspensas, porque nunca pueden acabar de caerse al suelo. En aquel patio, donde las glicinas, lentamente, seguían creciendo. Mi catarina, sé que nunca volverás conmigo. Te he perdido. Un monstruo te quebró las alas. Pero en esta noche, noche de cálamos enteros, te digo una cosa: Mi corazón, mi niño, es todo tuyo. No, no sirve para ponerle cosas. No es muy útil como el lápiz. No te salvará la vida, no es un buen abrigo para las tormentas. Tampoco se abre como una sombrilla. No se transforma en bayoneta para las peleas. No indica dónde está el norte, ni los otros lugares. No funciona como paracaídas ante las tristezas. Es muy incómodo como para llevarlo fuera del cuerpo. No vale mucho. Es laberíntico, encima. No es útil para equilibrar las patas de una mesa trunca. Palpita mucho, la gravedad lo afecta. No luce bien en los floreros. Pero es todo tuyo. Mi reyezuelo, es todo tuyo. Lamento no haber estado contigo en los momentos duros. La única ventaja de ser pequeñito, es que los corazones, te doy la razón, parecen pequeñas catarinas. Mi niño. Mi niño. Posdata: entre la alabanza de la vida, y la balanza de la muerte, un niño me dice mi nombre.       




La teoría del relámpago quieto

El mismo poema, la misma serpiente en el agua, la misma serpiente entre las ruinas con sus largos colmillos eléctricos. La misma punzada, la misma mordida. Nacimiento, renacimiento. Millones de personas escribiendo el mismo texto, esa lista de sueños tan larga, tan larga, que para acabarla es necesario escribir sobre el mundo. De vida en vida, de era en era. Millones de poetas ante una mesa, para escribir una o dos líneas al gran libro. Venimos rescribiendo la angustia de la vida, la curiosidad de la existencia.

El poema, como un flujo, un torrente eléctrico en la espina. El acordeón del tiempo atravesado por una lanza. El mismo texto, más allá de los estilos, más allá de las cientos de manos que ahora cuelgan de un muro, más allá de las barreras del lenguaje y de las bombas del lenguaje. El mismo texto, el mismo empuje lírico, el mismo bosque donde florecen los árboles sustantivos, y las flores verbos que se vuelan.

Allá vienen, allá vienen los nuevos poetas. Traen consigo una pluma o un teclado con las letras bien clavadas a los dedos. Allá vienen, son hermosos. Escriben la tristeza a los chicos del viejo imperio romano, escriben a los niños que juntan las latas tras la última guerra. Piensan en el lenguaje como en un puente. Van más allá del tiempo, del espacio, de las posibilidades del tiempo y el espacio. Rompen las amarras de este mundo y flotan, flotan los planetas en un día cualquiera.

Y es que no son nuevos. Y es que son las encarnaciones de ese flujo, millones de ellos en millones de otros cuerpos. Con laureles en la frente, con chamarras negras, con la vista que ofrecen los balcones del planeta Marte. El mismo texto, el mismo relámpago quieto al que se le acercan un tumulto de niños a tocarlo. He ahí, he ahí al niño Luis Rosales que se le han llenado los ojos con las lágrimas de una tristeza que no es suya.

He ahí, he ahí a los poetas, que se han descubierto soñando el mundo. Allá corre Papasquiaro con una manzana de mármol, recién robada a Octavio (un árbol que ha crecido tan alto, tan alto). Catulo y Bukowsky se emborrachan con Frutsi. Los jóvenes escriben más allá del margen de sus países, más allá del margen del tiempo. Los jóvenes se salen de las líneas, rayonean el mundo. Se rayonean las manos y salen a bailar desnudos bajo la lluvia.

Todos escribimos el mismo poema. Algunos duermen en el bosque, hacen austeridades, rezan todo el tiempo y dicen “Soy el infinito”.  He ahí sus tres palabras que aportan al gran libro. Y el libro se sacude de la felicidad enorme que le producen. Allá van los niños nahuas con un himno al sol y otro al agua. He ahí sus textos como dos serpientes gemelas que se enredan bajo el mismo árbol. He ahí la flor que nace después de tantos milenios. Se dirán barrocos, se dirán neoclásicos, se dirán románticos.

Romperán las reglas de la generación pasada, como el arroyo que se lleva el trigo desprotegido. Pero es una rueda, pero es una rueda. Un molino, un girar de aspas y de sueños. Nada muere, el mismo poema escrito con otras letras. Allá va, allá. Alza la frente y ve cómo abre su corola de dardos. Es una flor impresionante la que está creciendo. No, no la detengan. Dejen que abra cada uno de sus pétalos como los mundos.

Es el mismo texto. Letras crucificadas en la hoja que renacen y limpian nuestros ojos. Manos en cuevas rupestres que limpian nuestras manos. Archivos en PDF que al abrirlos nacen como parvadas de pájaros que brotan de nuestros monitores. Archivos que vagan en el internet como barcas o botellas de vidrio en donde pusimos nuestros corazones. Archivos que de pronto despliega como pergamino un hombre a la mitad del desierto. Archivos que viajan en el tiempo y sugieren ideas extraordinarias a los niños locos de la época.

La misma noche, la misma noche desde hace varios años. Gritan los poetas de hoy en un gesto que bien pudo ser de hace varios años, siglos, milenios. Cada una de nuestras lágrimas se vuelve un correo electrónico que llega a cincuenta países donde cincuenta niños con cincuenta nubes en las bolsas se conmueven. Y valió la pena.

Aquellos otros poemas que se quedaron atorados a las libretas. No importa, no importa. Ellos serán los espacios entre las palabras, y las palabras invisibles que siempre hay en la hoja. Ellos serán los silencios en la garganta, la tristeza que de tan grande no pudo caber en ese poema histórico. Porque de cierta forma todos los poemas son históricos. Porque de cierta forma todos los poemas son más importantes que una guerra, o un descubrimiento científico, o una reforma política para las patrias. Todos los poemas son una revolución a micro escala, y que sin embargo causan más cambios que si ahora estallaran todas las bombas atómicas del mundo.

Todo poema es una revolución, un cambio a nivel genético. Los versos modifican las coyunturas de nuestros huesos, y nos hacen más altos, más veloces. Nos crecen manos, y dedos en esas manos. Las metáforas nos aumentan los órganos internos, las hipérboles nos modifican las orejas y entonces cuelgan y recogen más palabras de las que pensábamos existían. Todo poema es una bomba  que implota y te jala a la hoja. Acá vamos, nosotros, los poetas. Somos una caravana de deformes y cantamos la tristeza de ese rayo.

Vamos entre la maravilla y el horror de la existencia. Somos bellos, como bellos son los campesinos que aran el campo. Hacemos lo nuestro, hacemos lo nuestro. En las cuencas de los ojos nos han crecido dos esferas enormes como canicas. Luego decidimos salirnos de los bordes del planeta, rayoneamos el espacio. La galaxia quedó toda coloreada, toda llena de nuestros sueños.

Paz, armonía, vida. En el gran libro todo quedó registrado. Los caballos en los riscos de Saturno, todo quedó en esa hoja. El poema que hacemos todos, somos todos. Venga, dejemos salir más manos a ese toro. Que se enrosque el árbol en el cielo, que  las palabras se hagan música (si quieren). Que los niños escriban en sus casas, porque se dirán realistas, se dirán modernistas, se dirán vanguardistas (de mil formas se dirán vanguardistas). Y luego las –istas se caerán de los ojos, y de la hojas, y quedará  ese gran libro que seguimos escribiendo.

La corriente eléctrica nos posesiona. Aquella serpiente ya nos mordió el brazo y el tobillo. Y las ruinas flotaban a pesar de sus años y su peso. Nos posesionamos de esa corriente eléctrica, como se posesionan los carros que circundan el tiempo. La rabia nos hizo morder los muros, pero no fue una rabia nuestra, porque ninguna escritura fue nuestra, siempre escribimos con las palabras de los otros.

Y de los otros, y de los otros, nos hicimos nosotros. Y bailamos con Shakespeare en los anfiteatros ingleses, y él nos contó que su obra no era más que la reescritura del mundo. Todo en el mismo texto, todo en el mismo grito elemental. Y por ello, y por ello, he aquí los chicos que electrizaron a tantos poemas, a tantos deformes, a tantos genios metidos en los calabozos porque intentaron forrar sus poemas con trozos de su cuerpo.

Acá vienen. Acá vienen. ¿Puedes oírlos? La ética de la literatura, está en contemplar los planetas a lo lejos.


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