martes, 21 de mayo de 2013

ARTHUR RIMBAUD [9.860]


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Arthur Rimbaud
Jean Nicolas Arthur Rimbaud (Charleville, 20 de octubre de 1854 – Marsella, 10 de noviembre de 1891) fue uno de los más grandes poetas franceses, adscrito unas veces al movimiento simbolista, junto a Mallarmé, y otras al decadentista, junto a Verlaine. Escribió sus primeros versos cuando apenas contaba con quince años y dejó para siempre la literatura a la prematura edad de veinte. Para él, el poeta debía de hacerse «vidente» por medio de un «largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos».

Arthur Rimbaud a los 11 años, en su primera comunión.

Su padre, Frédéric Rimbaud, capitán de infantería, nació en Dole el 7 de octubre de 1814; y su madre, Vitalie Cuif, era originaria de Roche y nació el 10 de marzo de 1825. Ambos se casaron el 8 de febrero de 1853 y se trasladaron a un apartamento en la calle Napoleón en Charleville, departamento de las Ardenas. Debido al trabajo de capitán de infantería, la pareja no se veía más que en raras ocasiones o en fechas de suma importancia, como el nacimiento de sus cinco hijos: Jean Nicolas Frédéric, el 2 de noviembre de 1853, Jean Nicolas Arthur, el 20 de octubre de 1854, Victorine Pauline Vitalie, el 4 de junio de 1857 (quien murió al mes de nacida), Jeanne Rosalie Vitalie, el 15 de junio de 1858 y Frédérique Marie Isabelle, el 1 de junio de 1860. Después del nacimiento de esta última, la pareja se separó definitivamente, pues el capitán Rimbaud abandonó a su familia y no volvió jamás a Charleville.

La madre se declaró viuda y en 1861 se mudó con sus hijos al número 73 de la calle Bourbon, en un barrio de obreros de Charleville. En octubre del mismo año, el pequeño Arthur entró a la escuela Rossat, donde obtuvo sus primeros reconocimientos.

Figura rígida, obsesiva con la responsabilidad y vigilante en la educación de sus hijos, Vitalie Rimbaud transformó el clima familiar en asfixiante para los niños. A finales de 1862, se mudan de nuevo, pero esta vez a un barrio burgués, en el número 13 de la calle d'Orléans.

En 1865, Arthur entra al colegio municipal de Charleville, donde rápidamente destaca como un alumno brillante y superdotado; obtiene premios en literatura, lenguas y otras asignaturas. Compone en latín fluido poemas, elegías y diálogos. Pero, como dice en su poema Los poetas de siete años, ya desde esa edad estaba lleno de conflictos internos y de sentimientos de rebeldía.

En julio de 1869 participa en un concurso académico de composición en latín con el tema Yugurta, el cual gana con facilidad. El director de su colegio dijo de él entonces: «Nada ordinario germina de esa cabeza, será un genio del mal o un genio del bien». Habiendo obtenido ya todos los reconocimientos posibles a los 15 años, el muchacho se siente finalmente liberado de todas las presiones a las que su madre lo había sometido en su infancia más temprana.

Hacia la poesía 

En 1870, durante sus clases de retórica, el colegial entabla amistad con su profesor, Georges Izambard, quien era seis años mayor. Izambard le presta libros, tales como Los Miserables de Victor Hugo, que el joven Rimbaud lee a escondidas de su madre. Aproximadamente en esta época es también cuando edita su primer poema, Los aguinaldos de los huérfanos, que apareció en la revista Revue pour tous en enero de 1870.

Su orientación poética en este tiempo es la de los parnasianos, que por aquel entonces publicaban todos sus textos en la revista literaria El Parnaso contemporáneo. El 24 de mayo de 1870, Arthur, ahora de 15 años, escribe una carta al máximo líder del Parnasianismo, Théodore de Banville, diciendo que tiene 18 años y transmitiéndole sus anhelos: «convertirse en parnasiano o nada» y que publiquen sus textos. Para esto adjunta tres poemas: Ofelia, En las tardes azules estivales... y Credo in unam. Banville responde con afecto a su carta, pero los poemas que Rimbaud envió no aparecieron en El Parnaso contemporáneo.

Entonces comienza a soñar con ir a París y probar un poco del espíritu revolucionario del pueblo parisino; pues en su hogar se aburría mortalmente y los problemas con su madre aumentaban día a día, más que nada por la rebelde actitud que tomaba Rimbaud, como por ejemplo cuando salía a las calles de Charleville llevando carteles de «Muera Dios».

Adolescencia y fugas 

Rimbaud a los 17 años. Retrato de Carjat.

Durante las vacaciones escolares de 1870, el 29 de agosto, Arthur, ya de 16 años, logra escapar la vigilancia materna4 y huye con la sola intención de irse a París. Pero al llegar a la estación de trenes en la capital descubren que no tenía boleto. Eran tiempos de guerra civil en Francia, las tropas prusianas se preparaban para sitiar París y proclamar la Tercera República Francesa, por lo que las autoridades fueron inflexibles. Arthur terminó detenido en la prisión de Mazas.

Desde su celda, Arthur le escribió a Georges Izambard, en Douai, para pedirle que lo ayudara con el pago de la deuda. El profesor lo hace y le paga igualmente el viaje hasta Douai, ofreciéndole su casa hasta que pudiera regresar al hogar junto a su madre.

Rimbaud parte hacia Douai el 8 de septiembre. Dudando por mucho tiempo si regresar a Charleville, permanece allí tres semanas.6 Durante este período, Arthur conoce al poeta Paul Demeny, viejo amigo de Izambard y director de una casa editorial. Esto atrajo inmediatamente la atención del joven poeta, quien le dejó a Démeny un fajo de hojas sueltas donde había copiado 15 de sus poemas, con la esperanza de que tal vez fueran publicados.

Izambard, que había avisado a Vitalie Rimbaud de la presencia de su hijo en Douai, recibió como respuesta : «...atrápelo, que venga inmediatamente!». Para calmarla un poco, Izambard decide acompañar personalmente a Arthur hasta Charleville. Una vez que llegan, Vitalie Rimbaud comienza golpear a su hijo y a lanzar reproches, disfrazados de agradecimientos, a Izambard.

El 6 de octubre se vuelve a fugar. Al estar París en estado de sitio, decide ir a Charleroi. Queriendo convertirse allí en reportero local, intenta, sin éxito, que el Journal de Charleroi lo contrate como redactor. Luego, con la esperanza de encontrarse con Izambard, se dirige primero a Bruselas y luego a Douai, donde su profesor llega unos días más tarde para enviar a Rimbaud de regreso escoltado por policías, por órdenes de Vitalie Rimbaud. Esto ocurrió el 1 de noviembre de 1870.

Debido a los problemas políticos por los que pasaba Francia en ese momento, el colegio al que asistía Rimbaud aplazó la reapertura de las clases de octubre de 1870 hasta abril de 1871. En febrero de 1871, Rimbaud vuelve a escapar en dirección a la capital francesa. La situación política del país mueve a Arthur a tratar de contactar con los revolucionarios Jules Vallès y Eugène Vermersch, aunque también busca a los poetas más importantes de la época. En esta visita conoce al famoso caricaturista André Gill.

Rimbaud regresa a Charleville justo antes que empezara la Comuna de París, aunque algunos testimonios dicen que él seguía en París cuando ésta empezó; sin embargo, no hay pruebas suficientes que den fe de esto. Lo que sí se puede asegurar, es que la Comuna tuvo un fuerte efecto en el joven poeta, ya que escribió varios poemas relacionados con el tema, como La orgía parisina, Los pobres en la iglesia, y Los que velan.

Durante esta etapa la escritura del poeta, poco a poco, empieza a evolucionar. Comienza a criticar a la poesía romántica y parnasiana y a alabar la poesía de Charles Baudelaire, a quien incluso llama «un dios, el rey de los poetas». En sus cartas enviadas a Demeny el 15 de mayo de 1871 y a Izambard el 13 de mayo del mismo año, llamadas popularmente Cartas del vidente, expone finalmente su famosa teoría sobre la poesía bajo su lema «Yo es otro». En ellas indica que el poeta debe hacerse «vidente», y que la única forma de lograrlo es por un «largo, inmenso y racional desarreglo de todos los sentidos». Según Rimbaud, el poeta debe vivirlo todo, sufrirlo todo, para así poder convertirse en un «alquimista» de las palabras y hallar la perfección máxima en la poesía. La carta que le envió a Izambard fue de hecho el detonante para que su amistad acabara, cuando Izambard creyó que el enigmático poema que usaba Rimbaud para exponer su punto, El corazón atormentado, era solo una burla incomprensible.

Relación con Paul Verlaine 

Caricatura de Rimbaud dibujada por Verlaine en 1872.

Rimbaud fue convencido por su amigo Charles Bretagne de escribirle una carta a Paul Verlaine, un eminente poeta simbolista, después de no haber obtenido respuesta de otros poetas.8 Rimbaud envió a Verlaine dos cartas con varios de sus poemas, incluyendo Las primeras comuniones y El barco ebrio. Verlaine quedó intrigado por el talento de Rimbaud y le respondió diciendo: «Ven, querida gran alma. Te esperamos, te queremos». Junto a la carta mandó un boleto de tren a París. Rimbaud llegó cerca del 15 de septiembre de 1871 por invitación de Verlaine y pasó a vivir con él y su esposa. Verlaine estaba casado con Mathilde Mauté, quien tenía diecisiete años y estaba embarazada. Desde entonces Rimbaud no regresó al colegio. En recopilaciones posteriores, Verlaine se refirió a Rimbaud como «un joven con la cabeza de niño, con cuerpo adolescente aún en crecimiento y cuya voz tenía altos y bajos, cual si fuera a quebrarse»."

Su llegada a la capital francesa fue bien recibido por todas las grandes figuras literarias, a las que con el tiempo conoce personalmente. El propio Victor Hugo, llegó a llamarlo «Shakespeare niño». Luego de vivir un tiempo con Verlaine, se muda a casa de Charles Cros, después a la de André Gill, e incluso por unos días vivió en casa de Théodore de Banville.

Para marzo de 1872, las provocaciones de Rimbaud, que cuenta ya con 17 años, comienzan a causarle problemas. El joven poeta llevaba una salvaje vida disoluta de vagabundo, embriagado de ajenjo y hachís. Así escandalizó a la elite literaria parisina, indignada en particular por su comportamiento, auténtico arquetipo del enfant terrible. A lo largo de este período continuó escribiendo sus contundentes y visionarios versos modernos. Pero el incidente con Étienne Carjat, un eminente fotógrafo de la época, fue la gota que derramó el vaso: Rimbaud, en completo estado de embriaguez, hirió al fotógrafo con una vara metálica. Para salvar a su amigo y tranquilizar a la comunidad, Verlaine envió a Rimbaud de regreso a Charleville.

Rimbaud espera unos cuantos meses en su hogar y luego regresa a París. Entonces inicia con Verlaine una tormentosa relación amorosa, que los condujo a Londres en septiembre de 1872. Verlaine abandonó a su esposa e hijo pequeño (a quienes solía maltratar en extremo durante los ataques de ira causados por el alcohol). Rimbaud y Verlaine vivieron en una considerable pobreza en Bloomsbury y en Camden Town, viviendo de dar clases de francés y de una pequeña mensualidad que les daba la madre de Verlaine.13 Rimbaud pasó sus días en el Museo Británico, donde «la calefacción, la iluminación, las plumas y la tinta eran gratis».

Pero la actitud de Rimbaud, que acostumbraba burlarse y humillar a Verlaine, y la indolencia de Verlaine hacia todo aquello que no fuera el propio Rimbaud, hizo que la relación entre ambos se deteriorara. A principios de julio de 1873 Verlaine no aguantó más y huyó desesperado a Bruselas, dejando atrás a un estupefacto Rimbaud sin un solo centavo. Un día más tarde, Verlaine le envió una carta a Rimbaud diciéndole que trataría de reconciliarse con su esposa y que, si ella no lo aceptaba, se iba a matar. Rimbaud partió de inmediato a Bruselas y se reunió allá con Verlaine y con la madre de este. Pero después de varias discusiones, un desequilibrado Verlaine en estado de embriaguez le disparó a Rimbaud en la muñeca; aunque luego mostró un arrepentimiento total y desesperado.

Al revisar su herida, Rimbaud no pensó que fuera grave, así que dejó que Verlaine y la madre de él lo llevaran a vendar y luego a la estación de trenes para regresar a Charleville. Verlaine le rogaba que no se marchara, pero Rimbaud se mostró inflexible. Entonces Verlaine nuevamente comenzó a comportarse de manera irracional, y Rimbaud, temiendo por su vida, llamó a la policía. Verlaine fue arrestado y sometido a un humillante examen médico legal, luego de que se considerara la comprometedora correspondencia y las acusaciones de la esposa de Verlaine respecto de la naturaleza de la amistad entre los dos hombres. El juez fue inmisericorde y, a pesar de que Rimbaud retiró la denuncia, Verlaine fue condenado a dos años de prisión.

Rimbaud regresó a Charleville y se recluyó en la granja familiar para escribir la única obra que publicaría él mismo, Una temporada en el infierno, ampliamente reconocida como una de las obras pioneras del simbolismo moderno, y donde incluye una descripción de aquella menuda pareja, su vida con Verlaine, su virgen demente, y el esposo infernal. En 1874 regresó a Londres en compañía del poeta Germain Nouveau y terminó de escribir sus controvertidas Iluminaciones, que incluyen los dos primeros poemas en verso libre.

Su vida posterior (1873–1891) 

Rimbaud en Harar en 1883.

Rimbaud y Verlaine se encontraron por última vez en 1875, en Alemania, después de que este recuperara la libertad y tras su momentánea conversión al catolicismo. De este encuentro, Rimbaud contó en una carta que después de conversar por unas cuantas horas «ya habíamos renegado de su Dios», y que Verlaine se quedó dos días y medio antes de regresar a París. Antes de marcharse, Rimbaud le encargó a Verlaine sus manuscritos de Las Iluminaciones. Pero para entonces Rimbaud ya había abandonado la escritura y había optado por una vida estable de trabajo, aburrido ya de su salvaje existencia anterior, según algunos han afirmado, o en razón de que había decidido volverse rico e independiente, para después poder ser un poeta y hombre de letras libre de penurias económicas, según especulan otros.

Continuó viajando extensamente por Europa, principalmente a pie. En el verano de 1876, se enroló como soldado en el ejército holandés para viajar a Java (Indonesia), donde desertó rápidamente, regresando a Francia en barco. Luego viajó a Chipre y, en 1880, se radicó finalmente en Adén (Yemen), como empleado de cierta importancia en la Agencia Bardey. Allí tuvo varias amantes nativas y por un tiempo vivió con una abisinia.

En 1884 dejó ese trabajo y se transformó en mercader cuentapropista en Harar, en la actual Etiopía. Hizo una pequeña fortuna como traficante de armas, hasta que en su rodilla derecha se desarrolló una dolencia que primero se diagnosticó como artritis, cuyo tratamiento no dio resultado, y luego en una consulta posterior se le diagnosticó como sinovitis degenerada en carcinoma. Esta dolencia lo forzó a regresar a Francia el 9 de mayo de 1891, donde días después le amputaron la pierna.

Finalmente, seis meses después, el 10 de noviembre de 1891, murió en Marsella (Francia) a la edad de 37 años.

Influencia 


Coin de table: Verlaine y Rimbaud (sentados en la izquierda)

Su influencia en la literatura moderna, la música y el arte es amplia. Rimbaud influyó en poetas franceses posteriores, pero también en los surrealistas, André Bretón, Henry Miller, Anaïs Nin, William S. Burroughs, Pier Paolo Pasolini,Jim Jarmusch ,Alejandro De Michele, Hugo Pratt, Mário Cesariny de Vasconcelos, Klaus Kinski, Patti Smith, Bruce Chatwin, Penny Rimbaud, Jim Morrison, Luis Alberto Spinetta, Cevladé, Mohamed, Bob Dylan, Richard Hell o Joe Strummer, e incluso en los poetas beats.
Van Morrison escribió Tore Down a la Rimbaud. El escritor de terror Thomas Ligotti es afecto a su obra. Los nadaistas colombianos. Alejandro De Michele, el poeta argentino que integrara el grupo Pastoral, acusó en sus comienzos una clara influencia de Rimbaud en obras como Tía Negra y Hoy, recién hoy. También en el dúo argentino Pedro y Pablo, quienes incluyen en su disco Conesa (1972) el tema «El alba del estío», una versión adaptada del poema «Alba» del libro Iluminaciones. Sin embargo, es sabido que la más fiel seguidora de Rimbaud es la poetisa y cantante punk Patti Smith quien desde su juventud siguió su escuela, hasta ser condecorada por el gobierno francés como poetisa del rock.
Manuel Moretti compuso el tema "Rimbaud", del disco "El costado izquierdo", inspirado en las lecturas de las poesías de Arthur.
También influyó en el decadentismo. Para Rimbaud, «el poeta debe hacerse vidente a través de un razonado desarreglo de los sentidos». Se trata de «registrar lo inefable» y para ello «es precisa una alquimia verbal que, nacida de una alucinación de los sentidos, se exprese como alucinación de las palabras»; al mismo tiempo, «esas invenciones verbales tendrán el poder de cambiar la vida».

Cine 

Su relación sentimental con Verlaine en París y Londres fue llevada al cine en 1995, en una notable película titulada Total Eclipse (traducida en España como Vidas al límite), dirigida por la polaca Agnieszka Holland, con las interpretaciones de Leonardo Di Caprio en el papel de Rimbaud y David Thewlis en el de Verlaine. Aunque la película ha recibido varias críticas por quienes dicen que solo se basa en el ámbito sentimental y deja de lado el aspecto literario de los dos poetas.

Teatro 

Entre 1981 y 1983 el escritor argentino Edgar Brau actuó y dirigió en Buenos Aires dos escenificaciones teatrales de Una temporada en el infierno, con el texto original íntegro sin adaptaciones. Dichas escenificaciones diferían totalmente entre sí en cuanto al ambiente físico en que transcurría la acción. En la primera se trataba del granero de la casa materna del poeta, donde veía ante él los distintos personajes que evoca en su obra mientras la escribe. En la segunda, Rimbaud se hallaba como interno en un hospicio de alienados, donde a la manera del Marqués de Sade en el hospicio de Charenton, ponía en escena el texto de una Temporada en el infierno utilizando a los internos para animar las estampas y los individuos relacionados con su vida. Ambas escenificaciones incluían trabajos actorales, de coro, danza y canto (los poemas intercalados en una Temporada fueron especialmente musicados para ser cantados a capella).
En 1991 la compañía chilena Teatro del Silencio, dirigida por Mauricio Celedón, estrena la obra Malasangre o las mil y una noches del poeta, en la que revisa la biografía del poeta, prescindiendo completamente de la palabra. Esta obra ha sido exhibida en Colombia, Venezuela, Francia, España, Suecia y México.
En 1999, ya alejado del teatro, Edgar Brau publicó el poema Los brazos cruzados en jardines de bananas (Rimbaud en Abisinia), en el que muy sutilmente sugiere una dimensión religiosa para el silencio del poeta tras la escritura de Iluminaciones y Una temporada en el infierno.

Obras 

Retrato de Arthur Rimbaud por Jean-Louis Forain, 1872.
Poesías (1863-1869)
Cartas del vidente (1871)
Una temporada en el Infierno (1873)
Iluminaciones (1874)
Cartas completas (1870-1891)
Poesías más conocidas [editar]
Artículo principal: Poesías de Arthur Rimbaud.
El barco ebrio
Vocales
Mi Bohemia
El corazón atormentado






A la música 

Plaza de la Estación, en Charleville

A la plaza que un césped dibuja, ralo y pobre, 
y donde todo está correcto, flores, árboles,
los burgueses jadeantes, que ahogan los calores, 
traen todos los jueves, de noche, su estulticia.

-La banda militar, en medio del jardín,
con el vals de los pífanos el chacó balancea:
-Se exhibe el lechuguino en las primeras filas
y el notario es tan sólo los dijes que le cuelgan.

Rentistas con monóculo subrayan los errores: 
burócratas henchidos arrastran a sus damas 
a cuyo lado corren, fieles como cornacas,
-mujeres con volantes que parecen anuncios.

Sentados en los bancos, tenderos retirados,
a la par que la arena con su bastón atizan, 
con mucha dignidad discuten los tratados ,
aspiran rapé en plata , y siguen: «¡Pues, decíamos!...»

Aplastando en su banco un lomo orondo y fofo, 
un burgués con botones de plata y panza nórdica 
saborea su pipa, de la que cae una hebra 
de tabaco; -Ya saben, lo compro de estraperlo.

Y por el césped verde se ríen los golfantes, 
mientras, enamorados por el son del trombón, 
ingenuos, los turutas, husmeando una rosa 
acarician al niño pensando en la niñera...

Yo sigo, hecho un desastre, igual que un estudiante, 
bajo el castaño de indias, a las alegres chicas: 
lo saben y se vuelven, riéndose, hacia mí, 
con los ojos cuajados de ideas indiscretas.

Yo no digo ni mú, pero miro la carne
de sus cuellos bordados, blancos, por bucles locos: 
y persigo la curva, bajo el justillo leve, 
de una espalda de diosa, tras el arco del hombro.

Pronto, como un lebrel, acecho botas, medias... 
-Reconstruyo los cuerpos y ardo en fiebres hermosas.
Ellas me encuentran raro y van cuchicheando... 
-Mis deseos brutales se enganchan a sus labios...








El ángel y el niño 

El nuevo año ha consumido ya la luz del primer día;
luz tan agradable para los niños, tanto tiempo esperada y tan pronto olvidada,
y, envuelto en sueño y risa, el niño adormecido se ha callado...
Está acostado en su cuna de plumas; y el sonajero ruidoso calla, junto a él, en el suelo.
Lo recuerda y tiene un sueño feliz:
tras los regalos de su madre, recibe los de los habitantes del cielo.
Su boca se entreabre, sonriente, y parece que sus labios entornados invocan a Dios.
Junto a su cabeza, un ángel aparece inclinado:
espía los susurros de un corazón inocente y, como colgado de su propia imagen,
contempla esta cara celestial: admira sus mejillas, su frente serena, los gozos de su alma,
esta flor que no ha tocado el Mediodía :
«¡Niño que a mí te pareces, vente al cielo conmigo! Entra en la morada divina;
habita el palacio que has visto en tu sueño;
¡eres digno! ¡Que la tierra no se quede ya con un hijo del cielo!
Aquí abajo, no podemos fiamos de nadie; los mortales no acarician nunca con dicha sincera;
incluso del olor de la flor brota un algo amargo;
y los corazones agitados sólo gozan de alegrías tristes; 
nunca la alegría reconforta sin nubes y una lágrima luce en la risa que duda.
¿Acaso tu frente pura tiene que ajarse en esta vida amarga, las preocupaciones turbar 
los llantos de tus ojos color cielo y la sombra del ciprés dispersar las rosas de tu cara? 
¡No ocurrirá! te llevaré conmigo a las tierras celestes,
para que unas tu voz al concierto de los habitantes del cielo. 
Velarás por los hombres que se han quedado aquí abajo. 
¡Vamos! Una Divinidad rompe los lazos que te atan a la vida.
¡Y que tu madre no se vele con lúgubre luto;
que no mire tu féretro con ojos diferentes de los que miraban tu cuna;
que abandone el entrecejo triste y que tus funerales no entristezcan su cara,
sino que lance azucenas a brazadas,
pues para un ser puro su último día es el más bello!»

De pronto acerca, leve, su ala a la boca rosada...
y lo siega, sin que se entere, acogiendo en sus alas azul cielo el alma del niño,
llevándolo a las altas regiones, con un blando aleteo.

Ahora, el lecho guarda sólo unos miembros empalidecidos, en los que aún hay belleza,
pero ya no hay un hálito que los alimente y les dé vida. 
Murió... Mas en sus labios, que los besos perfuman aún, se muere la risa,
y ronda el nombre de su madre;
y según se muere, se acuerda de los regalos del año que nace.
Se diría que sus ojos se cierran, pesados, con un sueño tranquilo.
Pero este sueño, más que nuevo honor de un mortal, 
rodea su frente de una luz celeste desconocida,
atestiguando que ya no es hijo de la tierra, sino criatura del Cielo.
¡Oh! con qué lágrimas la madre llora a su muerto
¡cómo inunda el querido sepulcro con el llanto que mana! 
Mas, cada vez que cierra los ojos para un dulce sueño,
le aparece, en el umbral rosa del cielo, un ángel pequeñito que disfruta 
llamando a la dulce madre que sonríe al que sonríe.
De pronto, resbalando en el aire, en tomo a la madre extrañada, 
revolotea con sus alas de nieve
y a sus labios delicados une sus labios divinos.







El baile de los ahorcados 

En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin
los esqueletos de Saladín.

¡Monseñor Belzebú tira de la corbata
de sus títeres negros, que al cielo gesticulan, 
y al darles en la frente un buen zapatillazo 
les obliga a bailar ritmos de Villancico!

Sorprendidos, los títeres, juntan sus brazos gráciles: 
como un órgano negro, los pechos horadados , 
que antaño damiselas gentiles abrazaban, 
se rozan y entrechocan, en espantoso amor.

¡Hurra!, alegres danzantes que perdisteis la panza , 
trenzad vuestras cabriolas pues el tablao es amplio, 
¡Que no sepan, por Dios, si es danza o es batalla! 
¡Furioso, Belzebú rasga sus violines!

¡Rudos talones; nunca su sandalia se gasta!
Todos se han despojado de su sayo de piel: 
lo que queda no asusta y se ve sin escándalo.
En sus cráneos, la nieve ha puesto un blanco gorro.

El cuervo es la cimera de estas cabezas rotas; 
cuelga un jirón de carne de su flaca barbilla: 
parecen, cuando giran en sombrías refriegas, 
rígidos paladines, con bardas de cartón.

¡Hurra!, ¡que el cierzo azuza en el vals de los huesos! 
¡y la horca negra muge cual órgano de hierro! 
y responden los lobos desde bosques morados: 
rojo, en el horizonte, el cielo es un infierno...

¡Zarandéame a estos fúnebres capitanes
que desgranan, ladinos, con largos dedos rotos, 
un rosario de amor por sus pálidas vértebras: 
¡difuntos, que no estamos aquí en un monasterio! .

Y de pronto, en el centro de esta danza macabra 
brinca hacia el cielo rojo, loco, un gran esqueleto, 
llevado por el ímpetu, cual corcel se encabrita 
y, al sentir en el cuello la cuerda tiesa aún,

crispa sus cortos dedos contra un fémur que cruje 
con gritos que recuerdan atroces carcajadas,
y, como un saltimbanqui se agita en su caseta, 
vuelve a iniciar su baile al son de la osamenta.

En la horca negra bailan, amable manco, 
bailan los paladines, 
los descarnados danzarines del diablo; 
danzan que danzan sin fin 
los esqueletos de Saladín.







La brisa

En su retiro de algodón,
con suave aliento, duerme el aura: 
en su nido de seda y lana, 
el aura de alegre mentón

Cuando el aura levanta su ala,
en su retiro de algodón
y corre do la flor lo llama
su aliento es un fruto en sazón.

¡Oh, el aura quintaesenciada! 
¡Oh, quinta esencia del amor!
¡Por el rocío enjugada,
qué bien me huele en el albor!

Jesús, José, Jesús, María.
Es como el ala de un halcón
que invade, duerme y apacigua 
al que se duerme en oración.

Versión de Andrés Holguín







¡La hemos vuelto a hallar!...

¡La hemos vuelto a hallar!
¿Qué?, la Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.

Alma mía eterna,
cumple tu promesa
pese a la noche solitaria
y al día en fuego.

Pues tú te desprendes
de los asuntos humanos,
¡De los simples impulsos!
Vuelas según..

Nunca la esperanza,
no hay oriente.
Ciencia y paciencia.
El suplicio es seguro.

Ya no hay mañana,
brasas de satén,
vuestro ardor
es el deber.

¡La hemos vuelto a hallar!
-¿Qué?- -La Eternidad.
Es la mar mezclada
con el sol.

Versión de Umberto Toso








Ofelia

I
En las aguas profundas que acunan las estrellas, 
blanca y cándida, Ofelia flota como un gran lirio, 
flota tan lentamente, recostada en sus velos... 
cuando tocan a muerte en el bosque lejano.

Hace ya miles de años que la pálida Ofelia 
pasa, fantasma blanco por el gran río negro; 
más de mil años ya que su suave locura 
murmura su tonada en el aire nocturno.

El viento, cual corola, sus senos acaricia
y despliega, acunado, su velamen azul;
los sauces temblorosos lloran contra sus hombros 
y por su frente en sueños, la espadaña se pliega.

Los rizados nenúfares suspiran a su lado, 
mientras ella despierta, en el dormido aliso, 
un nido del que surge un mínimo temblor... 
y un canto, en oros, cae del cielo misterioso.

II
¡Oh tristísima  Ofelia, bella como la nieve, 
muerta cuando eras niña, llevada por el río!
Y es que los fríos vientos que caen de Noruega 
te habían susurrado la adusta libertad.

Y es que un arcano soplo, al blandir tu melena, 
en tu mente traspuesta metió voces extrañas; 
y es que tu corazón escuchaba el lamento 
de la Naturaleza –son de árboles y noches.

Y es que la voz del mar, como inmenso jadeo 
rompió tu corazón manso y tierno de niña;
y es que un día de abril, un bello infante pálido, 
un loco miserioso, a tus pies se sentó.

Cielo, Amor, Libertad: ¡qué sueño, oh pobre Loca! .
Te fundías en él como nieve en el fuego; 
tus visiones, enormes, ahogaban tu palabra. 
–Y el terrible Infinito espantó tu ojo azul.

III
Y el poeta nos dice que en la noche estrellada 
vienes a recoger las flores que cortaste ,
y que ha visto en el agua, recostada en sus velos, 
a la cándida Ofelia flotar, como un gran lis.








Primera velada

Desnuda, casi desnuda; 
y los árboles cotillas 
a la ventana arrimaban, 
pícaros, su fronda pícara.

Asentada en mi sillón, 
desnuda, juntó las manos. 
Y en el suelo, trepidaban,
de gusto, sus pies, tan parvos.

-Vi cómo, color de cera,
un rayo con luz de fronda 
revolaba por su risa
y su pecho -en la flor, mosca ,

-Besé sus finos tobillos. 
Y estalló en risa, tan suave,
risa hermosa de cristal. 
desgranada en claros trinos...

Bajo el camisón, sus pies
-¡Basta, basta!» -se escondieron. 
-¡La risa, falso castigo 
del primer atrevimiento!

Trémulos, pobres, sus ojos 
mis labios besaron, suaves: 
-Echó, cursi, su cabeza 
hacia atrás: «Mejor, si cabe...!

Caballero, dos palabras...»» 
-Se tragó lo que faltaba 
con un beso que le hizo 
reírse... ¡qué a gusto estaba!

-Desnuda, casi desnuda; 
y los árboles cotillas 
a la ventana asomaban, 
pícaros, su fronda pícara.

Versión de Andrés Holguín








Sensación

Iré, cuando la tarde cante, azul, en verano, 
herido por el trigo, a pisar la pradera; 
soñador, sentiré su frescor en mis plantas 
y dejaré que el viento me bañe la cabeza.

Sin hablar, sin pensar, iré por los senderos:
pero el amor sin límites me crecerá en el alma. 
Me iré lejos, dichoso, como con una chica, 
por los campos , tan lejos como el gitano vaga.

Marzo de 1870

Versión de Andrés Holguín









Sol y carne

¡Si volviera el tiempo, el tiempo que fue!
Porque el hombre ha terminado, el hombre
         representó ya todos sus papeles.
En el gran día, fatigado de romper los ídolos,
resucitará, libre de todos sus dioses,
y, como es del cielo, escrutará los cielos.
El ideal, el pensamiento invencible, eterno,
todo el dios que vive bajo su arcilla carnal
se alzará, se alzará, arderá bajo su frente.
Y cuando le veas sondear el inmenso horizonte,
vencedor de los viejos yugos, libre de todo miedo,
te acercarás a darle la santa redención.
Espléndida, radiante, del seno de los mares,
tú surgirás, derramando sobre el Universo
con sonrisa infinita el amor infinito,
el mundo vibrará como una inmensa lira
bajo el estremecimiento de un beso inmenso...

El mundo tiene sed de amor: tú la apaciguarás,
¡oh esplendor de la carne! , ¡oh esplendor ideal 
¡Oh renuevo de amor, triunfal aurora
en la que doblegando a sus pies los dioses y los héroes,
la blanca Calpigia y el pequeño Eros cubiertos con
                                                     nieve de las rosas
las mujeres y las flores su bellos pies cerrados!

Versión de L.S.







Sueño para el invierno 1

                                                                               a ella...

En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
-y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.







Sueño para el invierno (otra versión)

                                                                                  A ella

En el invierno iremos en un vagoncito rosa
con almohadones azules.
Estaremos bien. Un nido de besos locos reposa
en cada una de las blandas esquinas.

Cerrarás los ojos para no ver a través del cristal
hacer señas las sombras de la noche;
esas ariscas monstruosidades, populacho 
de negros lobos y negros demonios. 

Después sentirás tu mejilla rozada.
Un leve beso, como una loca araña,
te correrá por el cuello.

Y me dirás: «Busca», inclinando la cabeza;
y dedicaremos nuestro tiempo a encontrar 
ese animalito que viaja mucho.

Versión de L.S.







Chanson de la plus haute tour

Oisive jeunesse
A tout asservie,
Par délicatesse
J'ai perdu ma vie.
Ah ! Que le temps vienne
Où les coeurs s'éprennent.

Je me suis dit : laisse,
Et qu'on ne te voie :
Et sans la promesse
De plus hautes joies.
Que rien ne t'arrête,
Auguste retraite.

J'ai tant fait patience
Qu'à jamais j'oublie ;
Craintes et souffrances
Aux cieux sont parties.
Et la soif malsaine
Obscurcit mes veines.

Ainsi la prairie
A l'oubli livrée,
Grandie, et fleurie
D'encens et d'ivraies
Au bourdon farouche
De cent sales mouches.

Ah ! Mille veuvages
De la si pauvre âme
Qui n'a que l'image
De la Notre-Dame !
Est-ce que l'on prie
La Vierge Marie ?

Oisive jeunesse
A tout asservie,
Par délicatesse
J'ai perdu ma vie.
Ah ! Que le temps vienne
Où les coeurs s'éprennent !






Au cabaret-vert

Depuis huit jours, j'avais déchiré mes bottines
Aux cailloux des chemins. J'entrais à Charleroi.
- Au Cabaret-Vert : je demandai des tartines
De beurre et du jambon qui fût à moitié froid.

Bienheureux, j'allongeai les jambes sous la table
Verte : je contemplai les sujets très naïfs
De la tapisserie. - Et ce fut adorable,
Quand la fille aux tétons énormes, aux yeux vifs,

- Celle-là, ce n'est pas un baiser qui l'épeure ! -
Rieuse, m'apporta des tartines de beurre,
Du jambon tiède, dans un plat colorié,

Du jambon rose et blanc parfumé d'une gousse
D'ail, - et m'emplit la chope immense, avec sa mousse
Que dorait un rayon de soleil arriéré.







Fêtes de la faim

Ma faim, Anne, Anne,
Fuis sur ton âne.

Si j'ai du goût, ce n'est guères
Que pour la terre et les pierres.
Dinn ! dinn ! dinn ! dinn ! Mangeons l'air,
Le roc, les charbons, le fer.

Mes faims, tournez. Paissez, faims,
Le pré des sons !
Attirez le gai venin
Des liserons ;

Mangez
Les cailloux qu'un pauvre brise,
Les vieilles pierres d'église,
Les galets, fils des déluges,
Pains couchés aux vallées grises !

Mes faims, c'est les bouts d'air noir ;
L'azur sonneur ;
- C'est l'estomac qui me tire.
C'est le malheur.

Sur terre ont paru les feuilles !
Je vais aux chairs de fruit blettes.
Au sein du sillon je cueille
La doucette et la violette.

Ma faim, Anne, Anne !
Fuis sur ton âne.






Départ

Assez vu. La vision s'est rencontrée à tous les airs.
Assez eu. Rumeurs des villes, le soir, et au soleil, et toujours.
Assez connu. Les arrêts de la vie.
- Ô Rumeurs et Visions !Départ dans l'affection et le bruit neufs !







Le dormeur du val

C'est un trou de verdure où chante une rivière,
Accrochant follement aux herbes des haillons
D'argent ; où le soleil, de la montagne fière,
Luit : c'est un petit val qui mousse de rayons.

Un soldat jeune, bouche ouverte, tête nue,
Et la nuque baignant dans le frais cresson bleu,
Dort ; il est étendu dans l'herbe, sous la nue,
Pâle dans son lit vert où la lumière pleut.

Les pieds dans les glaïeuls, il dort. Souriant comme
Sourirait un enfant malade, il fait un somme :
Nature, berce-le chaudement : il a froid.

Les parfums ne font pas frissonner sa narine ;I
l dort dans le soleil, la main sur sa poitrine,
Tranquille. Il a deux trous rouges au côté droit.









Sensation

Par les soirs bleus d'été, j'irai dans les sentiers,
Picoté par les blés, fouler l'herbe menue :
Rêveur, j'en sentirai la fraîcheur à mes pieds.
Je laisserai le vent baigner ma tête nue.

Je ne parlerai pas, je ne penserai rien :
Mais l'amour infini me montera dans l'âme,
Et j'irai loin, bien loin, comme un bohémien,
Par la Nature, - heureux comme avec une femme.






Première soirée

- Elle était fort déshabillée
Et de grands arbres indiscrets
Aux vitres jetaient leur feuillée
Malinement, tout près, tout près.

Assise sur ma grande chaise,
Mi-nue, elle joignait les mains.
Sur le plancher frissonnaient d'aise
Ses petits pieds si fins, si fins.

- Je regardai, couleur de cire,
Un petit rayon buissonnier
Papillonner dans son sourire
Et sur son sein, - mouche au rosier.

- Je baisai ses fines chevilles.
Elle eut un doux rire brutal
Qui s'égrenait en claires trilles,
Un joli rire de cristal.

Les petits pieds sous la chemise
Se sauvèrent : " Veux-tu finir ! "
- La première audace permise,
Le rire feignait de punir !

- Pauvrets palpitants sous ma lèvre,
Je baisai doucement ses yeux :
- Elle jeta sa tête mièvre
En arrière : " Oh ! c'est encor mieux !

...Monsieur, j'ai deux mots à te dire... "
- Je lui jetai le reste au sein
Dans un baiser, qui la fit rire
D'un bon rire qui voulait bien...

- Elle était fort déshabillée
Et de grands arbres indiscrets
Aux vitres jetaient leur feuillée
Malinement, tout près, tout près.



Arthur Rimbaud
Una temporada en el infierno

Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés


Indice

Presentación, por Chantal López y Omar Cortés.
Una temporada en el infierno.
Mala sangre.
Noche del infierno.
Delirios I - Virgen Loca.
Delirios II - Alquimia del verbo.
Lo imposible.
El relámpago.
Mañana.
Adios.


Presentación

Nacido el 20 de octubre de 1854 en Charleville-Mezières, Arthur Rimbaud, quien con el paso de los años devendría en famosísimo poeta francés, habría de transcurrir su infancia en un ambiente de sordidez bajo una figura materna sumamente autoritaria, poco propicia a trasmitir amor a su prole.

Rimbaud comienza a escribir a los diez años de edad. Y a los diecisiete, crearía un célebre poema que le daría renombre universal: Le bateau ivre (El barco borracho).

Cuando Verlaine, otro celebérrimo poeta francés, conoció aquel poema, prácticamente quedaría hechizado ante ese potencial literario, entablando una relación con Rimbaud que terminaria siendo un drama de pasión.

En efecto, Verlaine, cuya tendencia homosexual era más que manifiesta, buscó, engolosinado, el amor de Rimbaud, quien, no cantando mal las rancheras, en un inicio accedio, pero ... no siendo Rimbaud partidario de las relaciones monogámicas homosexuales, coqueteaba, como se dice comunmente, con Juan y varios, lo que hacia encelar terriblemente a su compañero Verlaine quien, en dos ocasiones, trató de cobrarse las infidelidades de Rimbaud con la vida de éste. Y fue, en el segundo intento, cuando las cosas adquirieron tintes dramáticos, puesto que Rimbaud terminó hospitalizado y Verlaine ... tras las rejas de la prisión.

La obra que a continuación publicamos, Una temporada en el infierno, escrita en 1873, tuvo como inspiración, precisamente, la turbulenta y apasionada relación que Rimbaud mantuvo con Verlaine.

Arthur Rimbaud moriría el 10 de noviembre de 1891 en la ciudad de Marsella.
Chantal López y Omar Cortés


Una temporada en el infierno

Antaño, si recuerdo bien, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones, en el que todos los vinos hacían torrentes.

Una noche, senté a la Belleza sobre mis rodillas. - Y la encontré acerba. - Y la injurié.

Me armé contra la justicia.

Y escapé. ¡Oh hechiceras, oh miseria, oh aversión, es a ustedes solamente que confié mi tesoro!

Logré diluir en mi espíritu toda esperanza humana. Sobre todo júbilo, para estrangularlo, hice el salto cauteloso de la bestia feroz.

Llamé a los verdugos para morder la culata de sus fusiles mientras perecía. Llamé a los flagelos para ahogar con arena, la sangre. La desgracia fue mi dios. Me revolqué en el barro. Me sequé con el aire del crimen. Aposté con la locura.

Y la primavera me brindó la risa repugnante del idiota.

Pero, cuando estaba casi por decir adiós, resolví buscar la llave que me abriera las puertas del festín antiguo, donde quizás recuperaría el apetito.

La caridad es esa llave. - ¡Esta afirmación comprueba que estuve en un sueño!

Permanecerás como una hiena, etc ... exclama el demonio que me corona con duermevelas tan amables. Consigue la muerte con todos tus apetitos, y tu egoísmo y todos los pecados capitales.

¡Ah! He tenido demasiado: - Pero, querido Satán, se lo suplico, ¡tenga la pupila menos irritada! Y esperando esas vilezas que se retrasan, para usted que ama en el escritor la ausencia de facultades descriptivas o instructivas, le arranco algunas hojas ominosas de mi carnet de condenado.




Mala sangre

De mis ancestros conservo los ojos celestes, el cerebro estrecho y la imprudencia de la lucha. Me visto tan bárbaramente como ellos. Pero yo no engraso mi cabellera.

Los Galos eran los desolladores de animales, los desbrozadores más ineptos de su tiempo.

De ellos tengo: la idolatría y el amor por el sacrilegio; - ¡ah! Todos los vicios, cólera, lujuria -magnífica la lujuria-; sobre todo, mentira y pereza.

Me horrorizan todos los oficios. Patrones y obreros, todos campesinos e innobles. La mano con pluma vale la que la mano con arado. - ¡Qué siglo de manos! - Yo nunca tendré mi mano. Después, la domesticidad trae muchos problemas. La honestidad de la mendicidad me acongoja. Los criminales hieden como los castrados: yo estoy intacto y no me importa.

Pero, ¿quién me ha dado esta lengua tan pérfida que es guía y salvaguarda hasta aquí de mi pereza? Sin servirme para vivir de mi cuerpo, y más ocioso que un sapo, he estado en todas partes. Ni una familia europea ha dejado de conocerme. Se entiende que hablo de familias como la mía, que parecen extraídas de la Declaración de los Derechos del Hombre. - ¡He conocido personalmente a todos los hijos de buenas familias!

Si tan sólo tuviera antecedentes en un punto cualquiera de la historia de Francia!

Pero no, en ninguno.

Es muy evidente que siempre he pertenecido a una raza inferior. No puedo comprender la rebelión. Mi raza sólo se sublevó para cometer pillerías: como los lobos con la bestia que todavía no han terminado de matar.

Recuerdo ahora la historia de Francia, hija primera de la Iglesia. Yo, que entonces era un villano, habría realizado el viaje a tierra santa; conservo todavía la faz de varias rutas de las llanuras suaves, los paisajes de Bizancio, los murallones de Solima; el culto a María, la ternura por el crucificado reviven en mí entre miles de ritos profanos. - Me figuro a mí mismo sentado, leproso, sobre las vasijas quebradas y las ortigas, al pie de un muro carcomido por el sol. - Más tarde, siendo reitre (caballero alemán del siglo XVI), dando vivaques bajo las noches de Alemania.

¡Ah! Y todavía más, bailando en el Aquelarre con una calavera roja con las viejas y los niños.

No puedo recordar más que esta tierra y el cristianismo. Jamás me aburriría de imaginarme en ese pasado. Pero siempre solo, sin familia; ¿qué lengua hablaba entonces? Jamás me veo en los consejos de Cristo, ni en los consejos de los Señores -representantes de Cristo.

¿Quién era yo en el siglo anterior?: Sólo me reconozco en el presente. No más vagabundos, no más guerras vagas. La raza inferior ha invadido todo, - el pueblo, como le dicen la razón, la nación y la ciencia.

¡Oh! ¡La ciencia! Todo en recuperación. Para el cuerpo y para el alma, --el viático, la medicina y la filosofía-. Los remedios de las matronas y los cantos populares arreglados. ¡Y los entretenimientos de los príncipes y los juegos que prohibían! ¡Geografía, cosmografía, mecánica, química!

La ciencia, ¡la nueva nobleza! El progreso. ¡El mundo marcha! ¿Por qué no giraría?

Es el paisaje de los números. Nos dirigimos hacia el Espíritu. Es muy cierto, es un oráculo quien lo dijo. Comprendo, y al no saber cómo explicarme sin usar palabras paganas, quisiera callar.

¡Revive la sangre pagana! El Espíritu está próximo: ¿por qué Cristo no me ayuda entonces, dándole a mi alma nobleza y libertad? ¡Ay! Ha pasado el Evangelio! ¡EI Evangelio! El Evangelio.

Atiendo a Dios con gula. Soy de una raza inferior desde toda la eternidad.

Aquí estoy, sobre la playa armoricana (Gentilicio de América, antiguo nombre de la galia). Que las urbes se iluminen antes de la noche. Mi jornada está completa; abandono Europa.

La brisa marina incendiará mis pulmones; los climas distantes me curtirán. Nadar, desbrozar la hierba, cazar, y fumar, sobre todo; beber de los licores fuertes como el metal hirviente, -como lo hacían aquellos queridos ancestros alrededor del fuego.

Volveré con miembros de hierro, la piel ensombrecida y los ojos enfurecidos: por mi máscara me juzgarán de una raza fuerte. Tendré oro: seré ocioso y brutal. Las mujeres sueñan con esos feroces inválidos que vienen de los países cálidos. Estaré inmerso en asuntos políticos. Salvado.

Mientras tanto estoy maldito, y me horroriza la patria. Lo mejor es tirarse a dormir totalmente ebrio en la playa.

Todavía aquí. - Retomemos entonces la marcha por estos rumbos, cargado con mi vicio, el vicio que ha echado raíces de pesadumbre a mi costado desde la edad de la razón, - que se alza hacia el cielo, me golpea, me derrite, me empuja.

La última inocencia y la última timidez. Está dicho. No llevar al mundo mis odios ni mis traiciones.

¡Adelante! La marcha, el fardo, el desierto, el hartazgo y la cólera.

.¿Ante quién debo postranne? ¿Qué animal debo adorar? ¿Qué imagen santa atacar? ¿Qué corazones deberé partir? ¿Qué mentira debo decir? ¿Sobre qué sangre marchar?

Mejor, cuidarse de la justicia. - La vida dura, el simple embrutecimiento, - levantar, con el puño endurecido la tapa del féretro, sentarse, ahogarse. Así, lejos de la vejez y de los peligros: el terror no es francés.

- ¡Ah! Estoy tan desamparado que ofrezco a cualquier imagen divina mis anhelos de perfección.

¡Mi abnegación, mi caridad maravillosa! ¡Aquí abajo, sin embargo!

De profundis Domine (Señor de las profundidades), ¡soy una bestia!

Desde muy pequeño yo admiraba al preso intratable para quien se cierran siempre las puertas de la prisión; visitaba las posadas y los albergues que podría haber hecho sagrados con su estadía; veía con su idea el cielo azul y el trabajo florido de la campiña; intuía su fatalidad en las urbes. Tenía más fuerza que un santo, mejor buen sentido que un viajero - y él, ¡él solamente!, era testigo de su gloria y su razón.

Por las rutas, en las noches de invierno, sin reparo, sin túnica, sin pan, una voz atormentaba mi corazón helado: Debilidad o fuerza: estando aquí, fuerza. No sabes adónde te diriges ni por qué, de modo que entras en todos lados, respondes a todo. Nadie puede matarte porque eres un cadáver. A la mañana tenía los ojos tan distantes y un aspecto tan de difunto que aquellos a quienes encontré tal vez no me vieron.

En las urbes, el barro me parecía súbitamente rojo y negro, como un espejo cuando la lámpara gira en la recámara vecina, ¡como un tesoro en el bosque! Buena suerte, exclamaba mientras veía un mar de llamas y de humo en el cielo; y, a la izquierda y a la derecha, todas las riquezas flameaban como un millar de truenos.

Pero la orgía y la compañía de las mujeres me estaban prohibidas. Ni un solo compañero. Me veía ante una muchedumbre exaltada, frente a un pelotón de fusilamiento, llorando la desgracia de que no hayan comprendido, y ¡perdonando! - ¡Como Juana de Arco!- Prelados, profesores, patrones: se equivocan entregándome a la justicia. Jamás fui de este pueblo; jamás fui cristiano; soy de la raza que cantaba en el suplicio; no entiendo las leyes; no tengo sentido moral; soy un bruto, ustedes están equivocados ...

Sí, mis ojos están cerrados a la luz de ustedes. Soy un animal, un negro. Pero todavía pueden salvarme. Ustedes son falsos negros, ustedes, maníacos, feroces, avaros. Mercader: eres negro; magistrado: eres negro; general: eres negro; emperador, vieja picazón: eres negro; has bebido un licor de contrabando, de la fábrica de Satán. El pueblo está inspirado por la fiebre y el cáncer. Los inválidos y los ancianos son tan respetables que exigen ser hervidos. - Lo más inteligente es abandonar este continente donde la locura está acechante para proveer de cautivos a esos miserables. Entro en el verdadero reino de los niños de Cam.

¿Todavía conozco la naturaleza? ¿Me conozco? -Basta de palabras. Sepulto a los muertos en mi vientre. ¡Gritos, tambores, danza, danza, danza, danza! No veo llegar la hora en que desembarquen los blancos, para hundirme finalmente en la nada. ¡Hambre, sed, gritos, danza, danza, danza, danza!

Los blancos desembarcan. iEI cañón!: Hay que padecer el bautismo, vestirse, trabajar.

He recibido en el corazón el golpe de la gracia. ¡Ah, no lo había previsto!

Pero no me he dedicado a hacer el mal. Los días serán llevaderos, no me arrepentiré. No habré sufrido los tormentos del alma difunta para el bien, en la que sube la luz severa otra vez como los cirios funerarios. La suerte de los hijos de familia: féretro prematuro cubierto de lágrimas límpidas. Sin duda, la desmesura es estúpida, el vicio es estúpido; debemos descartar lo podrido. ¡Pero el reloj no habrá llegado únicamente para dar la hora del dolor puro! ¡Seré levantado como un niño, para ir a jugar al paraíso olvidando toda desgracia!

¡Rápido! ¿existen otras vidas? - El sueño en la riqueza es imposible. La riqueza siempre fue un bien público. El amor divino únicamente otorga las claves de la ciencia. Veo que la naturaleza es sólo un espectáculo de bondad. Adiós quimeras, ideales, errores.

El canto razonable de los ángeles se eleva desde la nave salvadora: es el amor divino. - ¡Dos amores! Puedo morir de amor terrestre, morir de devoción. ¡He abandonado almas cuya pena se acrecentará con mi partida! Ustedes me escogen entre los náufragos; ¿los que restan no son mis amigos?

¡Sálvenlos!

La razón ha nacido en mí. El mundo es bueno. Beneficiaré la vida. Amaré a mis hermanos. No son más promesas de la infancia. Ni la esperanza de escapar a la vejez y a la muerte. Dios me da fuerza y yo alabo a Dios.

El hartazgo no es más mi amor. Las iras, las desmesuras, la locura, conozco todos sus impulsos y desastres, me he deshecho de todo ese fardo. Apreciemos sin vértigo la extensión de mi inocencia.

Ya nunca seré capaz de pedir el consuelo de una golpiza. No me creo embarcado en una boda con Jesucristo por suegro.

No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios. Deseo la libertad en la salvación: ¿cómo la perseguiré? Los gustos frívolos se me han quitado. No más necesidad de devoción ni amor divino. No me da nostalgia el siglo de los corazones sensibles. Cada uno con su razón, desdén y caridad: retengo mi puesto en esa escalera angelical del buen sentido.

Respecto de la dicha establecida, doméstica o no ..., no, en verdad no puedo. Soy muy etéreo, muy débil. La vida florece por el trabajo, vieja verdad: mi vida no tiene peso suficiente, echa vuelo y flota sobre la acción, ese querido punto de apoyo del mundo.

¡Qué solterona me estoy volviendo por carecer del valor de amar la muerte!

Si Dios me otorgase la calma celestial, del aire, la plegaria - como a los antiguos santos. - ¡Los santos!, ¡los fuertes! ¡Los anacoretas, artistas que el mundo ya no necesita!

¡Farsa continuada! Mi inocencia me provocaría las lágrimas. La vida es la farsa que se desenvuelve con la ayuda de todos.

¡Basta! He aquí el castigo. - ¡En marcha!

¡Ah! Los pulmones me queman, las sienes repiquetean! La noche danza en mis ojos por causa de este sol! El corazón ... Los miembros ..

¿A dónde nos dirigimos? ¿Al combate? ¡Yo soy débil! Los otros avanzan. Las herramientas, las armas ... ¡El momento!

¡Hagan fuego! ¡Hagan fuego sobre mí! ¡Oyen! O me rindo.-- ¡Cobardes! - ¡Me mato! ¡Me tiro debajo de los cascos de los caballos!

¡Ah! ...

-Si me habituara.

¡Sería la vida francesa, el rumbo del honor!




Noche del infierno

He bebido un colosal trago de veneno. - ¡Tres veces bendito el consejo que me ha llegado! - Las entrañas me queman. La violencia de la pócima tuerce mis miembros, me hace deforme, me embiste. Muero de sed, me ahogo, no puedo gritar. ¡Esto es el infierno, el castigo infinito! ¡Miren cómo el fuego crece! Me quemo como es preciso. ¡Ven, demonio!

Había entrevisto la conversión al bien y la dicha, la salvación. No puedo detallar mi visión, ¡el aire del infierno no permite himnos! Había millones de criaturas encantadoras, un suave concierto espiritual, la fuerza y la paz, las ambiciones nobles, ¡qué sé yo!

¡Las ambiciones nobles!

¡Y todavía resiste la vida! - ¡Si la condena es eterna! Un hombre que anhela mutilarse está bien condenado, ¿no es así? Yo creo en el infierno, entonces estoy en él. Es la ejecución del catecismo. Soy esclavo de mi bautismo. Padres, han incitado mi desgracia y la de ustedes mismos. ¡Pobre inocente! El infierno no puede atacar a los paganos. - ¡Y la vida resiste! Más tarde, las delicias de la condena serán más profundas. Un crimen, de prisa, para sepultarme en la nada, por causa de la ley humana.

¡Cállate, cállate de una buena vez! No hay pudor, no hay reproche aquí: Satán que dice que el fuego es innoble, que mi cólera es desmesuradamente tonta. - ¡Basta! Errores que alguien me susurra al oído, magias, falsos perfumes, música pueril. - Al decir que poseo la verdad, que distingo la justicia: juzgo con salud y pertinazmente, estoy listo para la perfección ... Orgullo. - La piel de mi rostro se seca. ¡Misericordia! Señor, estoy temeroso. Estoy sediento, ¡muy sediento! ¡Ah! La infancia, la hierba, la lluvia, el lago sobre las piedras, el claro de la luna cuando el campanario sonaba doce veces ... El diablo estaba en el campanario, a esa hora. ¡María! ¡Virgen Santa! ... Me horroriza mi estupidez.

Las que están abajo, ¿no son almas honestas que me quieren bien? ... ¡Vengan! Tengo un almohadón sobre la boca, no me pueden entender, son fantasmas. Además, ninguna persona piensa en los otros. Siento el olor a quemado, es cierto.

Las alucinaciones son innumerables. Siempre ha estado claro en mi caso: carencia de fe en la historia, olvido de los principios. Me callaré: poetas y visionarios se sentirían celosos. Soy sobradamente el más rico, seamos avaros como el mar.

¡Oh! El reloj de la vida está atascado. No estoy ya en el mundo. - La teología es seria, el infierno está ciertamente abajo, - y el cielo en lo alto. Éxtasis, pesadillas, sueño en un nido de llamas.

Qué malicia se ve prestando atención a la campiña ... Satán, Ferdinand (Nombre que los campesinos franceses dan al diablo), corre entre las hierbas salvajes ... Jesús marcha sobre las zarzas púrpuras, sin dejar huella ... Jesús marchaba sobre las aguas irritadas. La linterna nos mostró que estaba de pie, blanco y con trenzas oscuras, respaldado por una ola color esmeralda ...

Voy a descubrir todos los misterios: misterios religiosos o naturales, muerte, nacimiento, futuro, pasado, cosmogonía, nada. Soy un maestro en fantasmagorías.

¡Atención!

¡Tengo todos los talentos! - No había nadie aquí, y ahora hay alguien: no quisiera que se desperdigase mi tesoro. ¿Desean escuchar cantos negros, ver danzas de huríes? ¿Desean que desaparezcan, que me hunda para buscar el anillo? ¿Lo desean? Produciré oro, remedios.

Confíen entonces en mí: la fe consuela, guía, cura. Vengan todos -aun los niños pequeños-, permítanme que los socorra y derrame el corazón por ustedes, - ¡el corazón maravilloso! - ¡Pobres hombres, trabajadores! No pido plegarias; con la confianza de ustedes solamente, seré afortunado.

- Y pensemos en mí. Todo esto me hace tener nostalgia del mundo. Tuve la suerte de no sufrir más. Mi vida no es más que una gran cantidad de dulces locuras, es lamentable.

¡Bah! Hagamos todas las muecas imaginables.

Decididamente, estamos fuera del mundo. Ya no más sonido. Mis sensaciones táctiles han desaparecido. ¡Ah! Mi castillo, mi tierra sajona, mi bosque de sauces. Los crepúsculos, las mañanas, las noches, los días ... ¡Qué fatiga!

Yo debería tener mi propio infierno para la cólera, mi infierno para el orgullo, y el infierno de la caricia; un concierto de infiernos.

Estoy muerto de fatiga. Estoy en la tumba, me desintegro entre los gusanos, ¡horror del horror! Satán, falso, quieres carcomerme con tus encantos. ¡Lo exijo! ¡Lo exijo! Un golpe de horca, un gota de fuego.

¡Ah! ¡Remontar nuevamente a la vida! Indagar sobre nuestras deformidades. ¡Y ese veneno, ese beso mil veces maldito! Mi debilidad, ¡la crueldad del mundo! Dios mío, piedad, escóndeme, ¡estoy portándome muy mal! - Estoy escondido y no lo estoy.

El fuego crece con su condenado.




Delirios I

La virgen loca

El esposo infernal

Escuchemos la confesión de un compañero del infierno:

Oh, Esposo divino, mi Señor: no rechaces la confesión de la más triste de tus siervas. Estoy perdida. Estoy ebria. Estoy impura. ¡Qué vida!

Perdón, divino Señor, ¡perdón! ¡Cuántas lágrimas! ¡Y las que derramaré después, espero!

Después, ¡cuando finalmente encuentre al Esposo divino. He nacido sometida a Él. - ¡Ahora el otro puede darme todas las palizas que quiera!

En el momento presente, ¡estoy hundida en el fondo del mundo! ¡Oh, mis amigas! ... No, ya no mis amigas ... Jamás delirios ni torturas semejantes ... ¡Es una estupidez!

¡Ah!, sufro, grito. Sufro verdaderamente. Todo me está permitido, porque estoy cargada con el desdén de los corazones más desdeñables.

Finalmente, hagamos esta confidencia, aunque la tenga que repetir veinte veces, - ¡tan desapacible, tan insignificante!

Soy esclava del Esposo infernal, el que perdió a las vírgenes locas. Indudablemente es el demonio. No se trata de un espectro ni de un fantasma. A mí que perdí la cordura, que estoy condenada, que estoy muerta para el mundo, - ¡no me matarán más! - ¡Cómo describírselos! Ya no sé hablar. Estoy de luto, lloro, tengo miedo. Una brisa de aire puro, Señor, si quieren, ¡si así lo quieren!

Soy viuda ... - Era viuda ... - Por supuesto, antes fui muy seria, ¡y, por supuesto, que nací para devenir esqueleto! ... - Él era casi un niño ... Sus delicadezas misteriosas me habían seducido. Deseché todo deber humano para ir detrás de él. ¡Qué vida! La vida verdadera está ausente. Nosotros ya no estamos en el mundo. Yo voy donde él va, según le plazca. A veces se vuelve contra mí, contra mí, una pobre alma. ¡EI Demonio! Él es un demonio, saben, y no un hombre.

Él dice: No amo a las mujeres. El amor debe ser reinventado, está claro. Ellas no pueden querer más cosa que una buena posición. Una vez alcanzada la posición: corazón y belleza son dejados aun costado: sólo resta un frío desprecio, el alimento del matrimonio, hoy en día. Aunque veo también mujeres con los signos de la dicha, que yo podría haber convertido en buenas camaradas si no las hubieran devorado unos brutos con sensibilidad de verdugos ...

Lo escucho hacer de la infamia una gloria, de la crueldad un encanto. Soy de una raza lejana: mis padres eran escandinavos: se perforaban el costado, bebían su propia sangre. - Me haré tajos en todo el cuerpo, me tatuaré, quiero devenir horrible, como un mongol: aullaré por las calles. Quiero volverme bien loco de ira. No me muestres jamás joyas: me arrastraría y me contorsionaría sobre la alfombra. Mi riqueza, la quisiera toda teñida de sangre. Jamás trabajaré ... Muchas noches, su demonio me poseía, nos enredábamos, ¡yo luchaba con él! Por las noches, a menudo, ebrio, se esconde en las calles o las casas, para espantarme mortalmente. - Me cortarán el cuello; será repugnante. ¡Oh, esos días en los que le gusta marchar con aire criminal!

A veces habla, en una suerte de jerga atenuada, de la muerte que nos hace arrepentir, de los desgraciados que existen por cierto, de los penosos trabajos, de las partidas que destrozan los corazones. En los bodegones donde nos emborrachábamos, lloraba al juzgar a los que nos rodeaban, que sacaban provecho de la miseria humana. Levantaba a los borrachos en las calles lóbregas. Sentía la piedad que siente una madre malvada por los niños pequeños. - Se iba de allí con la gentileza de una pequeña hija camino del catecismo. - Fingía estar al tanto de todo: comercio, arte, medicina. - Y yo le seguía, ¡según él lo quisiera!

Veía todo el decorado que, espiritualmente, tejía en su entorno: vestidos, telas, muebles: yo le prestaba armas, otra figura. Me fijaba en todo lo que lo conmovía, como si quisiese inventarlo para sí. Cuando me parecía inerte su espíritu, lo seguía, yo, en las acciones extrañas y complicadas, de lejos, buenas o malas: estaba segura de que jamás entraría en su mundo. A un costado de su cuerpo dormido, cuántas horas nocturnas pasé en vela, rumiando por qué quería tanto evadirse de la realidad. Jamás un hombre se dedicó tanto. Reconocía, - sin atemorizarse por él - que podía ser un grave peligro para la sociedad. - ¿Posee tal vez algún secreto para modificar la vida? Me interrogaba. No, sólo lo busca. Su caridad padece un sortilegio, y yo soy su prisionera. Ninguna otra alma tendría la fuerza necesaria, - ¡la fuetza de la desesperación! - Para soportarla, para sentirse protegida y amada por él. De todos modos, no me lo imagino con otra alma: siempre vemos nuestro propio Ángel, jamás el Ángel de otro, -- creo. Estaba en su alma como en un palacio que ha sido vaciado para no ver a alguien tan poco noble como tú: eso es todo. ¡Ah! Dependía totalmente de él. Pero, ¿qué suponía que iba a hacer con un alma tan mustia y cobarde, como la mía? No me convertiría en algo mejor, ¡a no ser que me hiciera morir! Despechada tristemente, a menudo le dije: Te comprendo. Él se encogía de hombros.

Así, con mi penar renovado sin cesar, y cada vez más desconcertada, - ¡como me habría visto cualquiera que se fijase en mí si no hubiera estado condenada para la eternidad al olvido de todos!,- paulatinamente tenía más hambre de su bondad. Con sus besos y sus abrazos amigos ingresaba en un cielo, un cielo lóbrego, donde quería quedarme, pobre, sorda, muda, ciega. Empezaba a habituarme. Nos veía como a dos buenos niños, libres de vagar en el Paraíso de la tristeza. Nos poníamos de acuerdo. Muy emocionados, trabajamos en conjunto. Pero, después de una caricia penetrante, decía: Cómo te divertirá todo esto, cuando yo no esté, cuando no tengas mis brazos alrededor de tu cuello, ni mi corazón para reposar sobre él, ni esta boca sobre tus ojos. Porque tendré que irme muy lejos, un día. Pues debo ayudar a otros: es mi deber. Aunque no sea muy grato ... querida alma ... Velozmente me imaginaba, después de su partida, esclava del vértigo, precipitada a la sombra más ominosa: la muerte. Lo hacía prometer que nunca me dejaría. Me hizo veinte veces, esa promesa de amante. Con la misma frivolidad con la que yo le decía: Te comprendo.

Nunca me sentí celosa de él. No se alejará de mí jamás, creo. ¿Qué le sucedería? No tiene compañía, no trabajará jamás. Desea vivir como un sonámbulo. ¿Serían suficientes su bondad y su caridad, para franquearle el paso a la vida real? Por momentos, olvido la piedad en la que estoy sepultada: él me hará fuerte, viajaremos, cazaremos en los desiertos, dormiremos sobre los pavimentos de las urbes ignotas, sin perturbaciones, sin pesares. O tal vez me despierte y las leyes y los hábitos hayan cambiado, - gracias a su poder mágico - el mundo, siendo igual a sí mismo, me dejará entregarme a mis alegrías deseadas, a mis indolencias. ¡Oh!, la vida de aventuras que existe en los libros de niños, para recompensarme, a mí que tanto he sufrido, ¿me la darás tú? No puede. Desconozco su ideal. Él me ha dicho tener nostalgias, esperanzas: sin embargo eso no debe importarme, según sus palabras. ¿Habla con Dios? Acaso yo debería dirigirme a él, pero estoy en lo profundo del abismo y no sé ya rezar.

Si me explicase sus tristezas, las comprendería mejor que sus burlas. Él me ataca, se pasa las horas haciéndome avergonzar de todo lo que pudo conmoverme en el mundo, y se indigna si lloro.

¿Ves a ese joven elegante entrando en la casa bella y calma?: Su nombre es Duval, Dufour, Arnand, Maurice, ¡qué se yo! Una mujer se hizo devota al amor de ese maldito idiota: está muerta, y está seguramente en el cielo, hoy. Tú me harás morir como él la hizo morir. Ésta es nuestra suerte, la de nosotros, los corazones caritativos ... ¡Ay! Tenía días en que todos los hombres le parecían conducidos por delirios grotescos: se reía desmesuradamente, durante mucho tiempo. Después recuperaba su actitud de joven madre, de hermana amada. Si fuera menos salvaje, ¡estaríamos salvados! Pero su dulzura también es mortal. Estoy sometida a él. - ¡Ah, estoy loca!

Un día quizás él desaparezca maravillosamente; pero adviértanmelo, si él remonta hacia el cielo, ¡no quiero perderme la asunción de mi pequeño arnigo!

¡Curiosa pareja!




Delirios II

Alquimia del verbo

A mí. La historia de una de mis locuras.

Desde hace largo tiempo me jactaba de poseer todos los paisajes posibles, y me resultaban irrisorias las celebridades de la pintura y de la poesía moderna.

Yo amaba las pinturas idiotas, arriba de las puertas, los decorados, los lienzos de saltimbanquis, los letreros, las iluminaciones públicas; la literatura anticuada, el latín de la iglesia, los libros eróticos sin ortografía, las novelas de nuestras abuelas, los cuentos de hadas, libritos de la infancia, las óperas viejas, los estribillos cursis, los ritmos ingenuos.

Fantaseaba con cruzadas, viajes de descubrimientos de los cuales no hay crónica alguna, repúblicas sin historia, guerras religiosas asfixiadas, revoluciones de costumbres, desplazamientos de razas y de continentes: creía en todos los sortilegios.

¡Inventé el color de las vocales! - La A negra, la E blanca, la I roja, la O azul, la U verde. Regulé la forma y el movimiento de cada consonante, y, con ritmos instintivos, me complacía al inventar un verbo poético accesible, un día u otro, con todos los sentidos. Tenía reservada la traducción.

Esto fue abordado sólo como un estudio. Escribía silencios, noches, captaba lo inexpresable. Petrificaba vértigos.

Alejado de aves, rebaños, muchachas
/pueblerinas,
¿Qué bebía de rodillas en aquel brezo
Circundado por bosques tiernos de
avellanos,
En la niebla de la tarde tibia y verde?

¿Qué podía beber en aquel joven Oise,
- ¡Olmos sin voz, hierba sin flores, cielo
cubierto!-
Beber de aquellos recipientes amarillos,
lejos de mi cabaña
¿Querida? Algún licor de oro de los que
hacen sudar.

Parecía un letrero sospechoso de albergue.
- Una tempestad vino persiguiendo al cielo.
En el crepúsculo
El agua del bosque se perdía en las arenas
vírgenes,
El viento de Dios tiraba témpanos a los
charcos;

Llorando, yo veía el oro - y no pude
beber.-

A las cuatro de la mañana, en el estío,
El sueño del amor todavía resiste.
Bajo los arbustos se evapora
El aroma de la fiesta crepuscular.

Allá, en su vasto taller
Bajo el sol de las Hespérides,
Se agitan ahora -en mangas de camisa-
Los carpinteros.

En sus Desiertos de musgo, tranquilos,
Preparan los preciados revestimientos
Donde la urbe
Impostará falsos cielos.

Oh, por estos Obreros encantadores,
Súbditos de un rey de Babilonia,
¡Venus! apártate un instante de los
amantes
Y de sus almas coronadas.

Oh Reina de los pastores,
Llévale a los trabajadores el
aguardiente,
Para que descansen sus fuerzas
Esperando el baño en el mar del
mediodía.


La antigüedad poética tomó buena parte de mi alquimia del verbo.

Me habitué a la alucinación simple: veía, verdaderamente una mezquita en el lugar de una fábrica, una escuela de tambores integrada por ángeles, carruajes sobre las rutas del cielo, un salón en el fondo de un lago; los monstruos, los misterios; un título de vodevil exhibía espantosidades delante de mí.

¡Después expliqué los sofismas mágicos con la alucinación de las palabras!

Acabé por juzgar sagrado el desorden de mi espíritu. Estaba ocioso, presa de una fiebre agotadora: envidiaba la felicidad de los animales, - ¡a las orugas, que representaban la inocencia de los limbos, a los topos, el sueño de la virginidad!

Mi carácter se volvía agrio. Le decía adiós al mundo con ciertas especies de romances:


Canción de la torre más alta
Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.
Fui tan paciente
Que para siempre olvidé.
Miedos y sufrimientos
A los cielos han partido.
Y y la sed malsana
Oscurece mis venas.
Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.

Igual que la pradera
Librada al olvldo
Grandiosa y florecida
De incienso y cizaña,
Bajo el repiqueteo feoz
De las moscas mugnentas.

Que venga, que venga,
El tiempo de estar encendido.


Amé el desierto, los vergeles arruinados, las tiendas desvaídas, los brebajes tibios. Trajinaba por las callejas fétidas y, con los ojos cerrados, me entregaba al sol, dios del fuego.

General, si aún sobrevive un viejo cañón sobre tus murallones en ruinas, bombardéanos con bloques de tierra seca. ¡A las vidrieras de los espléndidos negocios! ¡A los salones! Haz masticar su polvareda a la urbe. Oxida las gárgolas. Ensucia los tocadores con polvo de rubí ardiente ...

¡Oh, el mosquito embriagado del meadero del albergue, enamorado de la borraja, y que es disuelto por el rayo!


Hambre

Si tengo gusto por alguna cosa
Es por la tierra y las piedras.
Siempre me alimento del aire,
De las rocas, de los carbones, del hierro.

Hambres mías, giren. Pasten, hambres,
El prado de los sonidos.
Atraigan el veneno gozoso
De las enredaderas.

Carcoman los pedruscos
resquebrajados,
Las viejas piedras de iglesias,
Los guijarros de viejos diluvios,
Panes sembrados en los valles grises.

El lobo aullaba bajo las hojas
Desechando las bellas plumas
De su banquete de aves:
Como él me consumo.

Las verduras, las frutas
Esperan la cosecha,
Pero la araña del cerco
No come sino violetas.

¡Que yo me duerma! que yo hierva
En los altares de Salomón.
El caldo irrumpe sobre la herrumbre
Y se mezcla con el Cedrón.


Finalmente, oh dicha, oh razón, descarté del cielo el azur, que integra lo negro, y viví, como un destello de oro de la luz natural. Por el gozo, asumí una expresión tan bufonesca y extraviada como era posible:

¡Ha sido recuperada!
¿Qué? La eternidad.
Es el mar mezclado
Con el sol.

Alma mía eterna,
Cumple tu promesa
A despecho de la noche solitaria
Y el día ardiente.

¡Te deshaces, por lo tanto,
De los sufragios humanos,
De los arrebatos comunes!
Vuelas según ...

Jamás la esperanza.
Nada nacerá.
Ciencia y paciencia,
El suplicio es seguro.

No más días siguientes,
Brasas de satén,
El ardor de ustedes
Es el deber.

¡Ha sido recuperada!
¿Qué? La eternidad.
Es el mar mezclado
Con el sol.


Devine una ópera fabulosa: vislumbré que en todos los otros pesa una fatalidad de dicha: la acción no es la vida, sino un modo de malgastar cualquier fuerza, un enervamiento. La moral es la debilidad del cerebro.

A cada uno de los otros, muchas otras vidas me parecían destinadas. Ese señor no sabe lo que hace: es un ángel. Esa familia es una descendencia de perros. Delante de muchos hombres, conversé muy alto con un momento de una de sus otras vidas. De este modo, amé a un cerdo.

Ninguno de los sofismas de la locura, -la locura que nos enferma- está olvidado para mí: podría repetirlos todos, tengo un sistema.

Mi salud fue amenazada. El terror me sobrecogía. Me sepultaba en sueños durante muchos días, y, levantado, continuaba con sueños más tristes. Estaba preparado para la mutación, y por una ruta de peligros mi debilidad me guiaba a los confines del mundo y de la Cimeria, patria de la sombra y de los torbellinos.

Debí viajar, distraer los encantamientos ensamblados sobre mi cerebro. Sobre el mar, que yo amaba como si él debiera limpiar mis manchas, veía elevarse la cruz consoladora. Yo había sido condenado por el arco iris. La dicha era mi fatalidad, mi remordimiento, mi gusano: mi vida sería siempre demasiado inmensa para hacerla devota de la fuerza y de la belleza.

¡La dicha! Su dentellada, dulce a morir, me advertía al canto del gallo, - ad matutinum (A la mañana), a la hora del Christus venit (Cristo llega), - en las urbes más sombrías:


¡Oh estaciones, oh castillos!
¿Qué alma existe sin defectos?
Hice el estudio mágico
De la Dicha, que ninguno evita.

Salud a él, cada vez
Que cante el gallo galo.

¡Ah! No tengo más envidia:
Él se hizo cargo de mi vida.

Este encanto atrapó alma y cuerpo
Y dispersó los esfuerzos.
¡Oh estaciones, oh castillos!

La hora de su huida, ¡ay!
Será la hora de la mutación.
¡Oh estaciones, oh castIllos!

Todo esto ha pasado. Sé hoy saludar a la belleza.


Lo imposible

¡Ah!, aquella vida de mi infancia, el gran camino para todas las épocas: sobrio, sobrenaturalmente, más desinteresado que el mejor de los mendicantes, orgulloso de no tener patria, y amigos, qué estupidez era. ¡Solamente ahora lo percibo!

Yo tenía mucha razón al menospreciar a esos hombres buenos que no despreciarían la ocasión de una caricia, parásitos de lo apropiado y de la salud de nuestras mujeres, hoy que ellas están tan poco de acuerdo con nosotros.

Tenía razón en todos mis desdenes: ¡puesto que me he evadido!

¡Me he evadido!

Me explico.

Ayer incluso, yo suspiraba: ¡Cielo! ¡Somos bastantes los condenados aquí abajo! ¡Hace mucho tiempo que estoy en este ejército! Los conozco a todos. Siempre nos reconocemos; nos desagradamos. La caridad nos es desconocida. Pero somos amables: nuestros tratos con el mundo son muy convenientes. ¿Es esto sorprendente? ¡EI mundo! ¡Los mercaderes, los ingenuos! - No estamos deshonrados. - Pero los elegidos, ¿cómo nos recibirán? Ahora bien, hay gente furibunda y gozosa, falsos elegidos, puesto que necesitamos audacia y humildad para abordarlos. Ésos son los únicos elegidos. ¡Pero no son hombres que echan bendiciones!

He recobrado un toque de razón - ¡qué poco vivirá! - Veo que mis males vienen de no haber entendido que estamos en Occidente. ¡Los pantanos occidentales! No es que crea que la luz está alterada, la forma extenuada, el movimiento desorientado ... ¡Bien! Sucede que mi espíritu desea absolutamente cargarse de todos los desarrollos crueles que sufrió el espíritu después de la ruina de Oriente ... ¡Lo desea, mi espíritu!

... ¡Mi toque de razón se ha extinguido! El espíritu es autoritario y desea que esté en Occidente. Debería callarlo para concluir como yo deseaba.

Yo mandaba al diablo las palmas de los mártires, los destellos del arte, el orgullo de los inventores, el ardor de los ladrones; yo volvía al Oriente, y a la sagacidad primera y eterna. - ¡Parece que es un sueño de pereza vulgar!

No obstante, yo ni siquiera soñaba en el placer de escapar de los sufrimientos modernos. No tenía en mente la sagacidad bastarda del Corán. Pero ¿no es un suplicio real el que, después de esa declaración de la ciencia, el cristianismo, el hombre se mienta, se demuestre las evidencias, se jacte con el placer de repetir esas pruebas, y no viva sino de este modo? Tortura sutil, cursi; fuente de mis divagaciones espirituales. ¡La naturaleza podría extenuarse, tal vez! El Sr. Prudhomme nació junto con Cristo.

¡Parece que cultivamos la bruma! Comemos fiebre con nuestras legumbres aguadas. ¡Y la ebriedad! ¡Y el tabaco! ¡Y la ignorancia! ¡Y las devociones! Todo esto ¿no está bastante lejos de la concepción de la sagacidad del Oriente, la patria primitiva? ¿Para qué un mundo moderno, si se inventan venenos de esta índole?

La gente de la Iglesia dirá: Es comprensible. Pero usted desea hablar del Edén. Nada hay para usted en los pueblos orientales. - Es verdad; ¡era con el Edén con lo que yo soñaba! ¿Qué significa para mi sueño aquella pureza de las razas antiguas?

Los filósofos: El mundo no tiene edad. La humanidad se desplaza, simplemente. Usted está en Occidente, pero es libre de habitar en su propio Oriente, tan antiguo como lo necesite, - y de habitarlo bastante tiempo. No se sienta vencido. Filósofos, ustedes están en su propio Occidente.

Espíritu mío, no dejes de estar alerta. Basta de elegir salvaciones violentas. ¡Ejercítate! - ¡Ah! ¡La ciencia no crece tanto para nosotros!

- Pero percibo a mi espíritu dormido.

Si estuviese siempre bien espabilado a partir de este momento, ¡estaríamos cercanos a la verdad, que tal vez nos circunde con ángeles llorando! ... - Si hubiese estado espabilado justo ahora, ¡Yo no hubiera cedido a los instintos mortíferos, en una época inmemorial! ... - Si siempre hubiese estado espabilado, ¡Yo navegaría en una sagacidad plena!

¡Oh pureza! ¡Pureza!

¡Este minuto de lucidez me ha brindado la visión de la pureza! - ¡Por el espíritu uno va hacia Dios!

¡Despiadado infortunio!



El relámpago

¡El trabajo humano! Es la explosión que relampaguea en mi abismo de tiempo en tiempo.

Nada es vanidad; hacia la ciencia, y ¡adelante! Exclama el Eclesiastés moderno, es decir Todo el mundo. Y no obstante, los cadáveres de los malvados y de los haraganes se tumban sobre el corazón de los otros ... ¡Ah! De prisa, un poco más de prisa: allá abajo, detrás de la noche, esas recompensas futuras, eternas ... ¿Escaparemos de ellas? ...

- ¿Qué puedo hacer? Conozco el trabajo; y la ciencia es muy lenta. Que las plegarias galopen y que la luz retumbe ... Lo veo bien. Es muy simple, y hace mucho calor; se las arreglarán sin mí. Tengo mi deber, estaré orgulloso a la manera de muchos, haciéndolo a un lado.

Mi vida está gastada. ¡Adelante! ¡Finjamos, haraganeemos, oh piedad! Y existiremos disfrutando, soñando amores monstruosos y fantásticos, lamentándonos y contrariando las apariencias del mundo, saltimbanqui, mendicante, artista, bandido, - ¡prelado! Sobre mi lecho del hospital, el aroma del incienso ha regresado tan penetrante; guardián de fragancias sagradas, confesor, mártir ...

Reconozco mi mugrienta educación de la infancia. ¿Y qué? Transitar mis veinte años, como los otros transitaron los suyos ...

¡No! ¡No! ¡Hoy me sublevo contra la muerte! El trabajo le parece muy ligero para mi orgullo: mi traición al mundo será un suplicio muy breve. En el momento final, atacaría a derecha y a izquierda ...

Entonces, - ¡oh! - Pobre alma querida, ¡la eternidad no estaría perdida para nosotros!



Mañana

¿No transité una vez una juventud amable, heroica, fabulosa, para ser escrita sobre hojas de oro? - ¡Mucha suerte! Por aquel crimen, por aquel error, ¿merezco mi debilidad actual? Ustedes que pretenden que hay animales capaces de sollozar entristecidos, que hay enfermos que desesperan, que hay muertos que duermen mal, prueben hacer el relato de mi caída y mi somnolencia. Yo ya no puedo explicarme sino mediante los continuos Pater y Ave María. ¡Ya no sé hablar!

No obstante, hoy creo haber finalizado el relato de mi infierno. Era indudablemente el infierno; el antiguo, aquel donde el hijo del hombre abrió las puertas.

En el mismo desierto, en la misma noche, siempre mis ojos tienen la revelación de la estrella de plata, siempre, sin que se conmuevan los Reyes de la vida, los tres magos, el corazón, el alma, el espíritu. ¿Cuándo iremos, más allá de las playas y los montes, a saludar el nacimiento del trabajo nuevo, la sagacidad nueva, la huida de los tiranos y los demonios, el fin de la superstición, a adorar - ¡los primeros! - la N avidad sobre la tierra?

¡EI canto de los cielos, la marcha de los pueblos! Esclavos, no maldigamos la vida.




Adiós

¡Ya el otoño! Pero por qué tener nostalgia de un sol eterno, si estamos comprometidos en el descubrimiento de la claridad divina, - lejos de la gente que muere mientras pasan las estaciones.

El otoño. Nuestra barca alzada entre brumas inmóviles toma rumbo hacia el puerto de la miseria, la ciudad enorme en el cielo tiznado de fuego y de barro. ¡Ah! ¡Los harapos putrefactos, el pan mojado por la lluvia, la ebriedad, los mil amores que me han crucificado! ¡No terminará nunca este vampiro que reina sobre millones de almas y de cuerpos muertos y que serán juzgados! Me sueño con la piel roída por el barro y la peste, llenos de gusanos los cabellos y las axilas y lleno de gusanos todavía más gruesos el corazón, tendido entre desconocidos sin edad, sin sentimientos ... Podría haber muerto.

... ¡Ominosa evocación! Execro la miseria.

¡Y temo al invierno porque es la estación de la comodidad!

- Algunas veces veo en el cielo playas infinitas, cubiertas de naciones blancas gozosas. Una gran embarcación, por encima de mí, agita sus pendones multicolores con las brisas de la mañana. He creado todas las fiestas, todos los triunfos, todos los dramas. Ensayé inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y bien! ¡Debo enterrar mis imaginaciones y mis recuerdos! ¡Una bella gloria de artista y narrador desechada!

¡Yo! ¡Yo que he sido llamado mago o ángel, dispensado de toda moral, soy devuelto al suelo, para buscar un deber, y para abarcar la realidad rugosa! ¡Aldeano!

¿Estoy equivocado? ¿La caridad será hermana de la muerte, para mí?

Finalmente, pediré perdón por haberme nutrido de mentira. Y adelante.

¡Pero ni una mano amiga! ¿Y dónde podría obtenerla?

Sí, la hora nueva es al menos muy severa.

Por lo tanto puedo decir que la victoria está conseguida: los chirridos de dientes, los soplidos del fuego, los suspiros apestados están mitigándose. Todos los recuerdos inmundos desfallecen. Mis nostalgias recientes se diluyen, los celos por los mendicantes, los bandoleros, los amigos de la muerte, los postergados de toda índole- ¡Condenados, si yo me vengase!

Se requiere ser absolutamente moderno.

Ni una pizca de cánticos: llevar la delantera. ¡Dura noche! ¡La sangre seca humea sobre mi rostro, y no tengo nada delante, sino este horrible arbusto! ... El combate espiritual es tan brutal como la batalla de los hombres; pero la visión de la justicia es el placer de Dios solamente.

Sin embargo, es la víspera. Recibamos todos los influjos de vigor y ternura real. y al alba, armados de una ardiente paciencia, entraremos en espléndidas urbes.

¿Qué hablé sobre una mano amiga? Una buena ventaja es poder reírme de los viejos amores mentirosos, y cubrir de vergüenza a esas parejas estafadoras, - vi el infierno de las mujeres allá abajo ;- y me será concedido poseer la verdad en un alma y un cuerpo.

Abril-Agosto de 1873.





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