martes, 18 de marzo de 2014

VÍCTOR LÓPEZ RACHE [11.255]


Víctor López Rache

Toca, Boyacá, Colombia, 1959 
Se dedica al estudio y la creación literaria. Sueños adelante, selección poética, 2009. Sin espejos, Premio Nacional de Poesía Imaginación para un nuevo milenio, 2000. La casa, premio nacional de poesía Ciudad de Bogotá, 1992. Otra orilla de luz, 1985. También obtuvo en 1990 el premio de poesía Universidad Externado de Colombia. En 1988 fue finalista en el iv concurso nacional de cuento Francis A. Newall y en 1987 en el ii concurso latinoamericano de cuento Ciudad de Florencia. Poemas suyos han sido incluidos en distintas antologías. Fue comentarista de libros en el Magazín Dominical y, entre otros prólogos, son conocidos los de Carlos Obregón y Madame Bovary. Escribe ensayo y su trabajo habitual es en prosa.




Visita a Mapiripán

Mirando la retorcida forma del antiguo lecho
quise atraer tu imagen;
pero dentro de una piedra hubo gritos.
No tuve tiempo para convertirme en fantasma
ni intenté saltar los trozos de pared
o abrir los hierros que ayer fueron puerta.
Convertido en un temblor de aire
temí que regresaban
a llevarse el ahogo de las ventanas.

Julio de 1997







Los divinos

Los hijos del cielo siguen sueltos,
amigo mío.
Empujan los peldaños de la historia a la silla eléctrica
y cercenan el dedo de los fantasmas
que han nacido de tanto tenerles miedo.
Se alimentan de la savia ajena
y su sensibilidad excede la dureza del misil.
Sus pies alcanzan la gloria apostando cabezas ajenas
y se declaran en tránsito hacia la santidad
para exceder la esperanza del sobreviviente
que de su rencor vive huyendo.
Diseñan la balanza de los jueces e ignoran que el mar es de agua
y la tierra
redonda.
Amigo mío, 
a los hijos del cielo,
aquí,
los ilumina el odio.







Antes de despertar

La noche le fue quitando a la niña
el mundo apretado entre sus manos.
Y temerosa de perderlo todo,
antes de despertar,
en el agua de la tina plantó la sombra de un árbol
y amarró todas las estrellas.

A Oriana, mi hija








Nuestro hijo

Hijo mío
mírame con tus ojos felices,
Kafka no pudo hacerlo con su padre.
Mira el susto de mis borradores
y olvida el artificio de los sutiles que han diseñado mi suicidio.
Mírame siempre;
antes de nacer me perseguiste
y en el instante de soltar a tu corazón la flecha
desperté y supe la atroz noticia:
con harina
los sabios han logrado producir materia para misiles
y con imágenes
cruces más hirientes que la cruz en la que aún gime Cristo.
Hijo mío,
si la autonomía del artefacto te va a transformar en el enfermo
que sonriendo avanza hacía el vacío
desobedece
y despídeme con tus ojos
antes que el fluorescente te llame a juicio.
Y donde vayas
lleva en tu corazón a Kafka,
es el recuerdo del poeta en un día de trasteo
en esta ciudad donde nadie cesa de vivir huyendo;
pero con tus ojos felices anda en la aventura
baila
bebe
y estrecha a la mujer como una llama dentro de otra llama,
el Kafka que tanto amas, no pudo hacerlo.
Mientras resisto el suicidio impuesto por el corazón ajeno,
hijo mío,
mira al fugitivo que ha venido a refugiarse en mí.
Y como Kafka
nunca dejes de mirar los misterios ocultos en tu entorno.







Esperarla huyendo

Es ella.
Su paso de lento anochecer ilumina
la íntima escalera de mi refugio.
Cómo ocultaré la sed,
la vergüenza de esperarla huyendo.
Nada me servirá intentar una máxima;
su sonrisa atará mi voz
con un hilo de arena.
La he inventado durante largos años,
y sus senos en permanente vuelo
ya cruzarán la oscuridad de mi puerta.
No puedo huir ni negar mi existencia;
la ternura de su piel de fuego,
antes de apagar la cerilla del amor,
hará un mármol
con el temblor de mis deseos.
Es ella.
Su belleza es una catástrofe.







Entre ventanas

Con sustancias inmateriales dirijo tu cuerpo
a este cuarto donde te espero
desde cuando el borde de la cortina empezó
a insinuar tu cara.
A tu llegada
la puerta estará a punto de cerrarse,
y junto a la sábana
esencias para demorar el ciego viaje
que haré de tus labios a tu más profunda levedad.
Pero si la felicidad permitida te impide abrir tu puerta
–cuando yo esté de pie en mi ventana–
para amarnos en pleno vuelo, toma la escoba y salta.







El ascenso del vértigo

El ritmo del ascenso
te había negado las voluptuosidades del vértigo;
ahora, mis brazos te dan la oportunidad,
aprovecha las virtudes de elevarte en sentido opuesto.
Empieza por amar el sinfondo;
abajo hay agua inédita
y podrás aspirar las delicias del mundo oscuro.
Los misterios también fatigan el vacío;
lucha porque tu descenso sea ligero
y jamás busques punto de apoyo.
En recorridos verticales la monotonía no existe,
y en la vida sometida a la prosperidad
sólo el ángel caído es inmortal.






Negando el tiempo

Recuerda,
esta piedra fue pájaro,
pero en ella ya no existe el ánimo del vuelo.
En cambio de nosotros
perdura la dicha que sentimos
cuando por primera vez
nuestros padres se miraron.
Sin reconocer tu rostro de hace miles de años
la rutina del espíritu habrá negado
que aquí está reinando la ausencia del hombre.
Pero con tu regreso
la piel vuelve a ser deseo,
tu belleza será balanza de mi cuerpo.
Y nada lo impedirá:
Aquí vivimos desnudos
antes que la dignidad
acuñara el amor en monedas.
Ojalá con tu visita
bajo tu pie desaparezca
el origen de los caminos
que aún se repiten en las estrellas.







El insomnio del agua

La sed nos salva de la palabra imprudente;
amor,
demórate otros insomnios.
Después del decreto que limita la vejez
hasta las citas de los pájaros están bajo sospecha.
Y mirar a través de las rejas
las luminarias de agua en Las Quintas de Recreo
pone en riesgo el arcoíris
que de niños pintamos
en el umbral de nuestros sueños.


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