miércoles, 11 de marzo de 2015

BARTOLOMÉ LEONARDO DE ARGENSOLA [15.180]


Bartolomé Leonardo de Argensola

Bartolomé Juan Leonardo de Argensola (Barbastro (Huesca), 26 de agosto de 1562 - Zaragoza, 4 de febrero de 1631) fue un poeta e historiador español del Siglo de Oro.

Tras un primer aprendizaje en Barbastro, en 1574 fue a Huesca para cursar estudios de Filosofía y Jurisprudencia, y más tarde estudio Griego, Retórica e Historia Antigua en Zaragoza bajo la dirección de Andrés Scoto. Posteriormente, marcha a Salamanca, donde estudió Derecho Canónico y Teología entre 1581 y 1584. Durante este periodo tuvo ocasión de conocer a Fray Luis de León con quien compartía la afición por los clásicos. Sus primeras composiciones poéticas datan de esta época. Ese mismo año es ordenado sacerdote gracias a una dispensa papal, pues con veintidós años aún no estaba en edad canónica de recibir el ministerio.

Entre 1584 y 1586 Bartolomé y su hermano Lupercio fueron protegidos de Fernando de Aragón y Gurrea, quinto duque de Villahermosa. Ejerció como rector parroquial de los estados del duque hasta la muerte de este en 1592, de donde le vino el apelativo de «rector de Villahermosa». En 1601 fue nombrado capellán de la emperatriz María de Austria y, a su muerte en 1603, recaló en Valladolid, adonde se trasladó la Corte, y de allí a Madrid, en 1609 y 1610, donde publicó la Conquista de las Islas Molucas, encargada por comisión del Conde de Lemos, presidente del Consejo de Indias. En estos años conoce a Cervantes y a Lope de Vega y hace esporádicos viajes a Zaragoza donde era fiscal de la Academia Imitatoria, el más conocido de los cenáculos literarios aragoneses del barroco.

En 1613 acompaña en el séquito de literatos al Conde de Lemos en su partida a tomar posesión del Virreinato de Nápoles, donde participaría de las actividades de la Academia de los Ociosos. A la muerte de su hermano ese mismo año, solicitó el cargo que dejaba vacante como cronista de la Diputación del Reino de Aragón, siéndole concedido en 1615. Este mismo año obtuvo una canongía en la Catedral del Salvador de Zaragoza y en 1618 fue nombrado Cronista Mayor de la Corona de Aragón.

Fue coetáneo de Miguel de Cervantes (quien le elogió en el «Canto de Calíope» de La Galatea), de Luis de Góngora y de Lope de Vega. En su obra poética, que tuvo difusión manuscrita hasta ser publicada junto con la de su hermano en 1634, destaca su clasicismo, que entronca con la poesía latina, sin seguir las corrientes conceptistas ni gongoristas de la época. También se opuso, junto con su hermano, a las novedades de la dramaturgia de Lope de Vega.

Su modelo más imitado es Horacio, traducido impecablemente por los dos hermanos, de quien toman la dicción elegante y la claridad de pensamiento, transmitido por un verso fluido y depurado tras un paciente trabajo de lima y revisión. También admiraron a su coterráneo Marcial, de quien aprendieron el gusto por el epigrama y la sátira, pero siempre huyendo de lo vulgar, así como de la afectación gongorina y el latinismo crudo. Este estilo se refleja en la epístola de Bartolomé que comienza "Don Juan, ya se me ha puesto en el cerbelo":

Portada de las Rimas de los Argensola, Zaragoza, 1634.


Al discernir palabras, bien sería
no entretejer las lóbregas y ajenas
con las que España favorece y cría;

porque si con astucia las ordenas
en frase viva, sonarán trabadas
mejor que las de Roma y las de Atenas.

Con tal juntura, no te persüadas
que por humildes te saldrán vulgares,
ni, por muy escogidas, afectadas.


Tenderá, pues, a un estilo diáfano, que no abusa de la metáfora audaz ni de la imagen rebuscada. De su obra poética destacan los sonetos "Por verte, Inés, ¿qué avaras celosías", "Firmio, en tu edad ningún peligro hay leve", "Dime, Padre común, pues eres justo" o el satírico "A una mujer que se afeitaba y estaba hermosa" (muy conocido, aunque su autoría está disputada entre los dos hermanos), y las epístolas morales, composiciones de corte clásico que se caracterizan por la gravedad de su tono y un predominio del espíritu reflexivo. Compuso también canciones, epigramas, sátiras, epístolas y tradujo salmos y odas de Horacio.

Sus obras poéticas fueron recopiladas por su sobrino junto con las de Lupercio, y publicadas bajo el título: Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola en 1634.

Como cronista diversificó su interés entre varios temas: prosiguió los Anales de la Corona de Aragón de Jerónimo Zurita, escribió Alteraciones populares de Zaragoza en 1591 (revueltas de las que fue testigo junto con su hermano Lupercio) y la Historia de las islas Malucas (1609), a raíz de la conquista de la isla de Ternate.

Obras

Poesía

Completa

Rimas de Lupercio y del doctor Bartolomé Leonardo de Argensola, Zaragoza, s. d., 1634. Se editó posteriormente en Madrid, en 1786, en 4º.

Dispersa

Octavas en alabanza de Orden de la Merced.
Sátira del Incógnito (manuscrito).

Prosa

Discurso historial, s. d., 1590. Publicado en la Memoria dirigida a los Diputados del Reino de Aragón donde solicitaba la plaza de su Cronista.
Advertimientos a los Diputados del Reino de Aragón de las partes que ha de tener el perfecto coronista. Reflexiones sobre la metodología de la Historia adjuntas al Discurso historial... de 1590.
Alteraciones populares de Zaragoza. Año 1591. Quedó inconclusa, pues al ser presentada la primera parte en 1624 a los diputados del reino, no fue de su agrado, seguramente porque era demasiado arriesgada. Hay edición actual de Gregorio Colás Latorre (Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 1996). Archivo en pdf
Apología, Madrid, s. d., 1609. Escrita en defensa de un soneto suyo de que 1604 contra el arte de la esgrima.
Comentarios a una carta del rey Fernando el Católico. Escrita al Conde de Ribagorza, Virrey de Nápoles, en defensa de la Real jurisdicción.
Comentarios para la Historia de Aragón. Manuscrito. Abarca de los años 1625 a 1627. Son borradores destinados a la continuación de la historia del Reino de Aragón. Durante mucho tiempo se dio esta obra por perdida, pero fue localizada en la Biblioteca Municipal de Zaragoza, ms. 10.
Conquista de las islas Molucas, Madrid, Alonso Martín, 1609. 409 págs. en folio. Fue la obra histórica más conocida en el extranjero de este autor. Traducida al francés (Histoire de la conquête des isles Moluques par les espagnols, par les portugais et par les hollandois, Ámsterdam, Jacques Desbordes, 1706, 3 vols.); al inglés (John Stevens, «The discovery and conquest of the Molucco and Philippine Islands», en A new collection of voyages and travels, Londres, J. Knapton, 1708, vol. I; reedición en 1711) y al alemán (Beschreibung der Molukischen Insuln, Frankfurt, M. Rohrlach, 1710, y Continuation der Beschreibung der Molukischen Insuln, 1711; reeditada en 1781).
Menipo litigante, Demócrito, Dédalo (c. 1585-1598). Tres diálogos más lucianescos que platónicos; el primero es sátira de jueces y abogados, el segundo contra diversos modos de locura de los hombres y el tercero aborda las Alteraciones de Aragón, el caso de Antonio Pérez, la legitimidad de la razón de estado y el desengaño, con alusiones al Somnium Scipionis.
Primera parte de los Anales de Aragón, que prosigue los del Secretario Gerónimo Zurita desde el año MDXVI del Nacimiento de Nuestro Redentor, Zaragoza, Juan de Lanaja, 1630, en folio. Comprenden desde 1516 hasta 1520. Historia con detalle los primeros cinco años del reinado de Carlos I, con atención también a los hechos americanos. Joaquín Ramírez Cabañas (México, P. Robredo, 1940) editó los capítulos relativos a la conquista mexicana. Actualmente existe una edición filológica a cargo de Javier Ordovás Esteban (Zaragoza, Institución «Fernando el Católico», 2013), que se puede consultar aquí.
Se conservan también varias cartas, en latín y castellano, una de ellas dirigida a Juan Briz Martínez, abad del Monasterio de San Juan de la Peña con observaciones sobre un proyecto de Historia de Navarra.

Traducciones

Benedicto de Canfield (William Fitch), Regla de perfección, Zaragoza, Juan de Lanaja, 1628. Traducción del latín.
Metaphrastes, Simón, Vida y martirio de San Demetrio, s. d. Traducción del latín y por encargo de la emperatriz María de Austria.
Diálogo de Mercurio y la virtud de Luciano, del griego.

Ediciones

Por encargo de la Diputación del Reino de Aragón, editó en 1624 una nueva compilación de los Fueros y Observancias del Reyno de Aragón con un prólogo introductorio escrito de su mano.



Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes
Sonetos de Bartolomé Leonardo de Argensola
edición de Ramón García González


- I -

Mírame con piedad; y arda el cometa,
Filis, que ahora pálido nos mira;
que a quien tus ojos muestra amor sin ira,
¿cuál término fatal no le respeta?

   Y absorto (que es lo más) en la secreta
felicidad que aquel favor le inspira,
ni de amenaza superior se admira,
ni en dudosos prodigios la interpreta.

    De estos bienes, elévame al segundo;
que al primero no aspiro, aunque me libre  
de la alta indignación que arma el portento.

   Su infausta luz contra los cetros vibre,
y como deje en paz mi arrobamiento,
vierta discordia y descomponga el mundo.




- II -

¿Cuál mérito aspiró, Filis, a tanto,
si no fue remitiéndose a la suerte?
¿Cómo me ofreces hoy, con ofrecerte
para sujeto de mi humilde canto?

   Ya con súbitas alas me levanto,
pues tu favor en cisne me convierte,
para hacer a la envidia y a la muerte
gloriosa injuria y apacible espanto.

   Cantaré cómo arroja en tu hermosura
divinidad el alma, y como inspira  
en todas tus acciones influencia;

   Y cómo en tu mirar muestra la ira
tanta conformidad con la clemencia,
que no sé si amenaza o asegura.




- III -

De antigua palma en la suprema altura,
con los sacros olores del oriente,
para su parto y muerte juntamente,
hace la fénix nido y sepultura.

   Mueve las alas para arder segura,  
que el fuego a su esperanza está obediente;
y así, sus llamas fieles más luciente
la restituyen a la edad futura.

    De esta manera en la sagrada palma
de nuestro alto valor arder presume
mi pensamiento alegre entre sus ramas;

   que vuestro ardor da vida al que consume;
y así, no es temerario el que a sus llamas
entrega el gran depósito del alma.




- IV -

Estas son las reliquias saguntinas,
injuria y gloria al sucesor de Belo,
cuando en fábrica excelsa las vio el cielo
al orbe origen de la luz vecinas.

    De hiedra presas yacen, y entre espinas,
con que sus riscos arma el yerto suelo,
y hoy libran la venganza y el consuelo
en la contemplación de sus ruinas.

   Sagunto precia más verse llorada
de la posteridad que si a Cartago  
con propicia fortuna leyes diera.

    Oh tú, que sobrevives al estrago,
cándida fe, procura que yo muera,
si amor me tiene igual piedad guardada.




- V -

 Hago, Filis, en el alma, estando ausente,
para hablarte animosas prevenciones,
y tú con un mirar las descompones;
yo enmudezco, turbado y obediente.

    Mas es mi turbación tan elocuente  
(efecto de estas fieles turbaciones),
que aquella voz que huyó de mis razones,
persuade en los ojos y en la frente.

   Claro está que si sientes ablandarte
para poner a mi verdad en duda,  
ni te queda licencia ni derecho.

    Para esto amor de ornato las desnuda;
que introducir piedad, Filis, en tu pecho
no puede ser jurisdicción del arte.




- VI -

 Ya el oro natural crespes o extiendas,
o a componerlo con industria aspires,
lucir sus lazos o sus ondas mires,
cuando libre a tus damas lo encomiendes.

    O ya, por nueva ley de amor, lo prendas
entre ricos diamantes y zafires,
o bajo hermosas plumas lo retires,
y el traje varonil fingir pretendas;

   búscate Adonis por su Venus antes,
por su Adonis te tiene ya la diosa,  
y a entrambos los engañan tus cabellos;

    mas yo, en la misma duda milagrosa,
mientras se hayan en ti los dos amantes,
muero por ambos, y de celos de ellos.




- VII -

 Visto has amor, que no al rebelde brío
de afecto natural, ni la violencia
de belleza exterior, a tu obediencia
redujo al libre pensamiento mío;

    hasta que con más noble poderío  
la razón allanó mi resistencia,
y por su autoridad y en su presencia,
juró tu servidumbre mi albedrío.

   Mas aunque la prisión que arrastro suena,
y ufana mi elección sostiene el peso,  
no se oye, o no se admite, o se aborrece.

    Adorna tú los méritos del preso,
pues su verdad desnuda no merece
que Cintia quiera asir de la cadena.




- VIII -

 ¿Quién me dará jazmines y violetas
para ceñir a un vencedor las sienes,
que convirtió en halagos los desdenes,
donde amor despuntó tantas saetas?

    Diosa Ocasión, ¿produces tú o sujetas  
el principio fatal de nuestros bienes?
Rendiste a Clori; omnipotencia tienes,
y son ministros tuyos los planetas.

    Rendísteme de asalto repentino
(con fraude por el mismo amor trazada),  
la fuerza en que encerró toda su gloria;

   que él nació de hurto y la traición le agrada.
Yo vine, vi y vencí mayor victoria
que dio el oriente a vencedor latino.




- IX -

Viéndome Fili en brazos de la muerte,
heroicamente se movió a clemencia,
y a su altivo decoro dio licencia
para inclinarse a remediar mi suerte.

    Sintió el sujeto, de poder más fuerte
que el natural, la dulce violencia;
que amor en el crisol de la experiencia
los accidentes en salud convierte.

    Si ya no huyeron, Fili, de la gloria
que allí vieron salir de tu belleza,  
que en su presencia es todo luz y vida;

   atónita quedó naturaleza,
contra sus mismas leyes socorrida,
y preciándose amor de la victoria.



- X -

 Suelta el cabello al céfiro travieso,
para que recompense, oh Cintia, un rato
de los muchos que usurpa el aparato
que le añade, no gracia, sino peso.

    ¡Cuánta más luz que coronado o preso
nos descubre, ondeando sin recato!
Y dime si en las leyes del ornato
respondió al arte con tan gran suceso.

    A cabellos de mal seguro reyes
ofrezcan ambiciosos resplandores
las ondas, y las minas del Oriente.

   Los tuyos, no los crespes ni los dores;
y pues crecieron en tan libre frente,
imiten su altivez, no guarden leyes.




- XI -

Cuando me miras, Clori, de luz lleno
horizonte a tus ojos me figuro;
tu sol influye en el afecto oscuro
si influye en el espíritu sereno;

   y cuando altos reflejos de entre el seno
a la luz eficaz volver procuro,
bien corresponde lo luciente y puro,
pero exhalas sus nieblas lo terreno.

    No sol tu vista entonces, sino aurora,
su vapor imperfecto desvanece;  
mas si tal vez se esfuerza a formar nube,

   a pesar de sí misma resplandece;
porque en el punto que a tu esfera sube
tu noble resplandor lo inflama y dora.




- XII -

Tajo, producidor del gran tesoro
(si a la fama creemos), cuya arena
de zafiros y perlas está llena,
tus aguas néctar, tus arenas oro;

    tú pues, acrecentado con mi lloro,
será testigo de mi amada pena,
como sujeto a lo que amor ordena,
buscando vida, a quien me mata adoro.

    Cuando mi pastorcilla en tu ribera
busca las conchas que creciendo arrojas,
y con su blanco pie tu orilla toca,

    el bien que gozas, agua lisonjera
(que al fin lo has de besar, pues que lo mojas),
lo usurpas al oficio de mi boca.




- XIII -

Ese pájaro, Cintia, que del hielo
huye a tus manos, y con osadía,
cuando le sueltas, a volver porfía,
¿dónde aprendió la fe de nuestro celo?

   Ella le encaminó al segundo vuelo,
y así obligado a tan celosa guía,
ni al nido volverá, por más que el día
aclare el aire que le turba el cielo.

   ¡Oh pajarillo fiel! pues nos igualas
en ese afecto que tan vivo tienes,  
si te dan libertad, vuelve a entregarte,

   vuelve a buscar la gloria en los desdenes,
pues dos veces amor, para animarte
a un vuelo tan feliz, te dio sus alas.




- XIV -

Debajo de una alta haya Melibeo
retrataba a Faetón en el cayado
de aquel rayo de Júpiter pasado,
que dio fin a su altísimo deseo.

    De la otra parte pinta el caso feo
(después de haber el mundo amenazado)
de Pompeyo, en la barca degollado
por obra del ingrato Ptolomeo.

   Y viendo sus pinturas acabadas,
les dice a las figuras valerosas:
«Tercero me hicieron mis querellas;

   y el mundo os tiene envidia, almas preciadas,
pues ya que no acabamos grandes cosas,
morimos en la fe de acometellas».




- XV -

De la unión, Silvio, con que amor prospera
o endiosa nuestras almas, el conceto
que la esperanza forma es tan perfeto,
que la opresión del yugo le aligera.

   Y así, quien ama y dice que no espera,
por ostentan más fe al amado objeto,
a su interior verdad pierde el respeto,
sin cuyo alivio ni alentar pudiera.

   Bien que sí, generosa en la tardanza
(mientras que en gloria no se le convierte),  
a finezas más nobles les convida.

    Sufra y espere, mas con ley tan fuerte,
que aunque le falte esfuerzo, no le pida
jamás el sufrimiento a la esperanza.




- XVI -

Amor, si de la parte más perfeta
jamás mi sol su viva luz retira,
en vano Filis con piedad me mira,
y enciendes en su ojos tu saeta.

   No como yo lució sobre el Oeta
el héroe que amó tanto a Deyanira,
ni la cumbre de Olimpo está de la ira
de los rayos y vientos más quieta.

   Y así como allá encima de su altura,
cuando por religión sube la gente  
las cenizas de antiguos sacrificios,

    Fili hallará guardados altamente
de mi primer amor sacros indicios
con fe y tranquilidad serena y pura.



- XVII -

Ya resplandece en mí como nativa,
Laura, tu candidez, no como ajena;
que el indómito afecto me serena,
y sus errores generosa y viva,

   así del claro Pólux se deriva
la que sosiega el mar y el euro enfrena,
para que del honor fraterno llena,
el tenebroso Cástor la reciba.

   En virtud pues de amor tan noble y fuerte,
que, a pesar de acechanzas naturales,
lo más terreno en celestial convierte,

    preciémonos de amantes celestiales;
no reconozca al tiempo ni a la suerte
la unión de dos sustancia sin mortales.




- XVIII -

Bien sé yo, Cintia, el culto que se debe
al que de dos sustancias desiguales
tan superiores forma los mortales,
que es cada cual un dios de un mundo breve;

   y que este honor le obliga a que se eleve
sobre el ser de las obras naturales,
y asaltando esas máquinas fatales,
viva unido a la causa que las mueve;

    y soy con esto a quien tu amor desvía
del uso de este gran conocimiento  
por la divinidad de tu hermosura;

   y a venerarte vive tan atento,
que gime si tal vez se le figura
que puede tener fin su idolatría.



- XIX -

 Amor, que en mi profundo pensamiento
sus nobles fuerzas aprestadas tiene,
tal vez armado hasta los ojos viene,
de donde a los de Cintia los presento.

   Mas ella, opuesta al raro atrevimiento,
para que en lo futuro se refrene,
aquella risa, aquel favor detiene,
con que suele aliviar el sufrimiento.

   Huye a su centro el dulce dueño mío,
temeroso y cortés; que no hay sujeto
que contra sus desdenes muestre brío.

    Yo desde rayo, no por el efecto
que en los mortales hace, me desvío,
mas porque sirve a celestial precepto.



- XX -

 Huyo de ti, y a tus umbrales llego,
como tú infieles, Gala, y temo hallarte;
triste, que busco en los peligros parte
fiel y segura para mi sosiego.

   Puédenlo ser tus fraudes, no lo niego;  
mas viéndote, ¿quién pudo desarmarte?
ya mis nuevas defensas quiso al arte,
y a tu pérfido antojo las entrego.

   Yo moriré quejoso y tuyo, Gala,
habiendo sido fábula increíble  
de fe indiscreta y vergonzosa pena.

   ¡Oh justicia de amor! ¡Qué no es posible
avenirme contigo aunque seas buena,
ni dejarte de amar, aunque seas mala!




- XXI -

Su cabello en holanda generosa
Fili enjugó, imitando al real decoro
con que orna su tocado, persa o moro,
bárbara infanta o preferida esposa.

    Notando mi atención la inculta hermosa,
libró del lino el húmedo tesoro,
y suelto en crespas ondas, cubrió el oro
la cerviz tersa que extendió la rosa.

    Y el pecho en que de pura leche iguales
forman sus dos relieves paraíso,
donde benigna honestidad se anida,

    yo no sé si premiar o matar quiso;
que ambos objetos dan veneno y vida,
avaros de su gloria y liberales.




- XXII -

 Fili, en tus ojos mi atención respeta
(antes adora) aquellos altos fines,
que, ya su vaga luz tiendas o inclines,
muestran furor de indignación secreta.

    Así el tirano en pálido cometa,
que horrendo vibra prodigiosas crines,
donde rayan sus lúcidos confines,
amenazas y estragos interpreta.

    Mas pues ya la piedad vence al destino,
y el mismo horror en la severa lumbre
descubre al justo ostentación propicia,

    anúncienos tu rostro mansedumbre;
que nunca por benigna la justicia
se contrapuso al disponer divino.




- XXIII -

 ¿Con qué entrañas, de piedad desnudas,
niño impaciente del sosiego ajeno,
las flechas inficionas de veneno,
y cuerda infatigable al arco anudas,

    si el blanco he sido de las más agudas,
y ando de sabias experiencias lleno,
desde que, herido en limpia edad, del seno
inexperto vertí lágrimas rudas?

    Precia más que tus jaras descorteses
tantos ejemplos de mi fe, y no quieras
que la altivez de Cintia las derribe.

    ¿Así destruyes lo que amar debieras?
¿Qué agricultor las hoces apercibe,
resuelto de pegar fuego a sus mieses?



- XXIV -

Con dura ley tu halago nos aprieta,
Cintia, que, en fe de que a esperar nos mueve,
descubre en ti que ni una gloria breve
quiere que el más valido se prometa.

    Así a la flor que en real jardín secreta,
n el huésped raro ni el cultor se atreve,
la lluvia, el sol y el mismo soplo leve,
que juega con sus hojas la respeta.

    ¿Cuál prevención podrá evitar los daños
que obran en las clemencias y favores,
lo mismo que en desdenes y mudanzas?

   No más, benignidades exteriores,
pues cuando me animáis con esperanzas,
a mejor luz os hallo desengaños.



- XXV -

Si amada quieres ser, Licoris, ama;
que quien desobligando lo pretende,
o las leyes de amor jamás comprende,
o la naturaleza misma infama.

    Afectuoso el olmo a la vid llama,  
con ansias de que el néctar le encomiende,
y ella lo abraza y sus racimos tiende
en la favorecida ajena rama.

    ¿Querrás tú que a los senos naturales
se retiren avaros los favores,  
que (imitando a su autor) son liberales?

    No en sí detengan su virtud las flores,
no a tu benignidad los manantiales,
ni su influjo las luces superiores.




- XXVI -

Si el alma sus afectos desordena,
justo es que tu desdén sienta, Licina;
pero si a venerarte los inclina,
¿por qué la infamas con la misma pena?

    Dirás que no se sigue; que si truena
Júpiter, y con llama repentina
tal vez sus mismos templos arruina,
la adoración de su deidad condena.

    Sí, pero es bien que mi interior respeto,
para que tus desdenes no la infamen,
la examines primero a tu albedrío.

    O remíteme a mí el sutil examen
de si ardió o si espero; a riesgo mío,
yo me sabré avenir con mi secreto.



- XXVII -

El nombre, oh Cintia, que en el tiempo dura,
que estima jaspes y epitafios ama,
adoraréle yo en mi sacra llama
cobra esplendor para la edad futura;

    que ya, sin esperar mi sepultura,
con opinión anticipada fama
a la prudente sencillez inflama,
¿quién sabe si a la horrenda envidia apura?

    Trocadas pues las veces en mi suerte,
a mis posteridades sobrevivo.  
Mas si en tu aprobación no me renuevo,

    del culto de las artes ¿qué recibo?
a la naturaleza ¿qué le debo?
¿qué importan las promesas de la muerte?



- XXVIII -

Tanto ha podido un pensamiento honesto,
ilustrado de aquella virtud pura,
que ha vuelto racional la parte oscura,
y su deleite lícito y modesto.

    El cuerpo frágil admirado de esto,  
ya noble con la noble vestidura,
como el villano está, que por ventura
se ve de toga consular compuesto.

    En esta paz que con el alma ha hecho
(ya mi interior república quieta),  
en nuevo siglo de oro me recreo;

    que la razón tiene amistad perfeta
con los afectos dentro de mi pecho,
y por eso es tan noble mi deseo.




- XXIX -

Ha llegado mi fe a tan raro extremo,
Fili, que cuando aspiro a descubrilla,
porque la guardo para ti sencilla,
el lustre infiel de la elocuencia temo.

    Purpúrea se nos muestra en lo supremo
del aire a varia luz la palomilla,
y cuando el mar sus ímpetus humilla,
en el agua parece corvo el remo.

    Pues si la misma claridad añade
tal fraude a la ilusión, que por un rato
la vista humana de las formas duda,

    ¿obligaréme al peligroso ornato?
¿qué mayor bien que la verdad desnuda,
si con su desnudez te persuade?



- XXX -

Vuelve del cielo al peso que le oprime,
mi espíritu, si en rapto se divierte
de este inferior distrito de la muerte,
donde en sus graves eslabones gime.

   «Vengo, dice, de ver la ley sublime  
(no arbitrio vago de improvisa suerte),
que acá, encubierta en mansedumbre fuerte,
su acción en ambos términos comprime».

    Y así, pues Filis (émulo divino)
con benigna eficacia la ejercita,  
ya no más diversión de sus desdenes.

    Esfuérzate a esperar que los remita;
que no por sed de peregrinos bienes
te han de ver las estrellas peregrino.




- XXXI -

¿Cómo tienes noticia tan profunda
del derecho civil, Teodoro mío?
Dilo, así Dios te dé un barbero pío,
que esa prolija barba arrase o tunda.

    Antes, oh Fabio, las navajas hunda
varón barbado, insigne barba crío;
que en mí el saber, como en Sansón el brío,
en este pelo trágico se funda.

    ¿Esto es posible? Oh grato a los incultos
saturno, si en las barbas de Teodoro  
el fruto que en un largo estudio pones,

   bróteme doctas cerdas cada poro;
mas niega este secreto a los cabrones
que aspirarán a ser jurisconsultos.




- XXXII -

 En la Holanda, bañada del tributo,
que a todas las calendas paga Lice,
clava una rana viva el infelice
Clito, su esposo, felizmente astuto.

   Púsole en odio el adulterio (fruto
del ranicidio, según Plinio dice);
de hoy más ni Tolomeo a Berinice
de casta ni a su Porcia alabe Bruto.

    Oh César, oh repúblicas y reyes,
si Lice excede a egipcias o romanas
edificad a Clito estatuas y arcos.

   Perezca la ley Julia. Vengan ranas;
pesquen los magistrados por los charcos,
pues hacen más las ranas que las leyes.




- XXXIII -

Aunque Ovidio te dé más documentos
para reírte, Cloe, no te rías;
que de pez y de boj en tus encías
tiemblan tus huesos flojos y sangrientos;

   y a pocos de esos soplos tan violentos,
que con la demasía risa envías,
las dejarás desiertas y vacías,
escupiendo sus últimos fragmentos.

    Huye pues de teatros, y a congojas
de los lamentos trágicos te inclina,
entre huérfanas madres lastimadas.

   Mas paréceme, Cloe, que te enojas;
mi celo es pío; si esto te amohína,
ríete hasta que escupas las quijadas.



- XXXIV -

Tú, a cuyos dedos hoy los pulsos fía
la opinión o el error de los mortales,
¿cómo, nos di, de la piedad te vales,
que entre las manos se te vuelve impía?

   Esas drogas que Arabia nos envía,  
recetadas por ti, son funerales;
envidian a tu pluma los puñales,
y a tus libros la más fuerte armería.

   ¿Cómo? Porque los hados con veneno
me mandan, asolar, justos la tierra;
y si vuestros antídotos estrago,

   Aníbal soy, que, para haceros guerra,
por los alfanjes que volví a Cartago,
me obligan a empuñar los de Galeno.



- XXXV -

Ya no murmura el pueblo, sino brama,
contra tus fraudes, Lico, porque siente
que no hay seguro en tu modesta frente
más que en la de una fiera de Jarama.

   La voz del pueblo voz de Dios se llama;
mas yo, para juzgar sencillamente,
hago por ti una excusa suficiente
por quitar las calumnias de esta fama;

   que tú no crees que hay vida que comienza
donde esta acaba, ni la suerte, oh Lico,
a las obras humanas prometida.

   Pues no te juzgo yo por tan inico,
que si creyeses tú que hay otra vida,
vivirías con tanta desvergüenza.



- XXXVI -

Filis, yo te aborrezco, y de manera,
que pasara contento con mi suerte
si el cielo, para sólo aborrecerte,
sin otro gusto, edad me concediera.

   No es ímpetu de afecto el que me altera
de los que el tiempo o la ocasión divierte;
ira es sagrada, generosa y fuerte,
que agradable en el alma persevera.

    ¡Oh, cuán ufano estoy de que tu halago
(aunque virtud sencilla lo intitules)
sea voz de sirena y faz de arpía!

   Vengado quedo pues, no disimules;
que al fin dependes de mi cortesía,
pues me puedo vengar, y no lo hago.



- XXXVII -

Crece de presto, poderosa hierba,
que medras en la injuria, si dispones,
no a Pitágoras manto, ni los dones
de Aragne, que irritaron a Minerva;

   ni senos para hacer a la Asia sierva,
cuando navales fábricas compones,
y al viento puesta, a descubrir regiones
vuelas, que el orbe idólatra conserva;

   Sino para apretar de este vecino
causídico la pérfida garganta
(sacro lazo), que luego de mi mano

   serás de la piedad ofrenda santa.
Crece, tanto suplicio; tú, Silvano,
Dios de los campos, guarda el de este lino.



- XXXVIII -

¿Qué mágica a tu voz venal se iguala,
en horrendos caracteres secreta,
Trifón, si cuando nota o interpreta
saquea la ciudad, los campos tala?

   El cañón con que escribes, que en el ala
se formó de algún ánade quieta,
no lo tiene tan fino tu escopeta,
ni arroja así la pólvora y la bala.

   ¡Oh patrocinio (aunque aproveche) amargo!
de mi consejo no podrá ninguno  
en tu fe sus derechos ni sus quejas;

   demás que para el dueño todo es uno:
o que le coma el lobo las ovejas,
o el pastor mismo que las tiene a cargo.









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