miércoles, 2 de abril de 2014

FRANK MARTÍNEZ [11.426]



Frank Martínez

Nació en la ciudad de Santo Domingo, República Dominicana, el 30 de marzo de 1965. Poeta, narrador, ensayista y antólogo. Su obra poética ha sido premiada en certámenes nacionales; como poeta sus publicaciones incluyen: "La Vigilia de las flores" (1989), "Cenizas del Ocaso" (1994), y como compilador: "Juego de imágenes: antología de Jóvenes poetas dominicanos 1980-1995" (1995). Ha rendido una significativa labor dentro de la tradición de los talleres literarios de su país, co-fundador del Taller Literario Parnaso (1986); coordinador del Taller Literario de la Pontificia Universidad Católica PCMM (1988); participó además en la dirección del taller literario Juand Sanchez Lamuoth (1990), así como a otros importantes espacios de trabajo: el Taller Literario César Vallejo y al grupo Federico García Godoy.

Muestras de su poesía han sido incluidas en la antologia caribeña "Los nuevos Caníbales V.2" (2003). En la actualidad reside en Nueva York y trabaja como cordinador de intercambios culturales de "We are Harlem".








CREMACIÓN

              A Pedro Antonio Valdez

Conozco el acopio de la voz que desde el tránsito me llama
bajo la columna delatora de los muros,
sus giros de agudos trazos decoran un espacio mayor que la inconciencia,
menor que el punto donde reposa el alabastro,
subsiste una luz inquisidora y una torre desplumada,
el vértice y su chasquido de relámpago.

Presiento los trazos del carbón,
el humo penetrando mi garganta,
lo que hubo de memoria en cada latitud,
una imagen terriblemente hermosa,
el fuego en espiral como una cascada en simulación y gloria.

Se reafirma la creación bordeando la tapia, el rescoldo,
un sol recóndito corrompido en la terraza.
Percibo el orden reservado a la palabra,
a la pregunta que me acerca aún más a la escritura,
al miedo de ser Vivaldi o Van Gogh 
al final de una tarde de deserción y burla.








EPITOMÊ

Hay el estremecimiento del espíritu en la sombra,
recuerdos, madrugadas abatidas de un disparo
y contra la putrefacción y la sangre
comprendo lo que dice la luz posada en la alta yerba,
cada sentimiento que resume la posibilidad y las pasiones
y sé del temblor con que se desconstruye al hombre.








IMPROVISANDO UN VUELO

Una gaviota centellea, inventa cifras de gong
que la eternidad reclama desde el origen del movimiento mismo,
una catedral libera con barroca luz al fondo
y lámparas que restituyen a la madrugada su vencida podredumbre.

Hondo dédalo de agua, pez hecho obituario, recámara,
recóndito gusano.

Tras la noche que colapsa azul junto a las piedras
estalla un jinete,
se pierde en un verbo pronunciado y no reaparece
a no ser que la tormenta deponga sus dragones de sal junto al abismo.

Una gaviota inicia la jornada,
(las demás escarban en la arena el universo en un pasaje de ida sin retorno)
ensaya una silueta para saber sus límites,
para hacer de la vida una aventura que le dé esperanza a su existencia,
y traspasa la madera de un antiguo naufragio
bajo el equilibrio de sus plumas agitadas por el viento.

Se abre paso, cae, se levanta y busca dentro de sí el milagro,
el verdadero rostro de un dios cuajado desde hace
un millón de años en el crepúsculo bajo un cielo que es apenas su lenguaje,
su manera de acrecentar las penas y reducirla a nada.







A TRAVÉS DE LA HUIDA

Cuando el azogue abre surcos en la memoria
y tiempo no hay para saber si resucitarás mañana,
demonios en el alma obstruyen el camino.

La vida no permite pagar la deuda,
porque se agotó el recurso de la culpa y el amanecer
se extiende como una musa inverosímil 
a través de la huida.








AUN DESPUÉS DE MUERTO

Haciendo malabares con la luz evaporada,
con un dejo de sudor y unos ojos casi consolables
así era mi abuelo, variación de un pensamiento y otro
que conducía a la suma del hombre que quiso ser desde siempre.

Amargado por cuaresmas sin lluvia perfectible
buscaba la sublimidad del agua,
para él la piel se repetía en cada espacio, en cada mancha y sabor
a cigarrillo,
se repetía en la chimenea y en la naturaleza
como única posibilidad de alcanzar la eternidad.

Una sonrisa doblada de cansancio, un pañuelo atroz y una pipa,
el desvelo lo sorprendió mojado,
envuelto en la estación de lo absoluto.

Un día nos avisaron de su huida,
el acero de la sangre dobló sus extremidades
y para ponerlo tieso se hizo necesario llamarlo por su nombre,
y permaneció inmóvil escuchando las respuestas sin preguntas,
la derrota antes cualquier auscultamiento.

No conoció escritura alguna, ni escuchó hablar nunca 
de dioses diminutos, pero sintió el goce de la yerba,
las ampollas vomitando raíces en sus manos
y la tierra desperezada de tanta hermosura,
aprendió de las abejas la miel del sufrimiento
y cuando borracho caía sin sentido
sólo era necesario llamarlo por su nombre.








INVENTANDO A ELOÍSA

Nacida del espejo volverás a la vida
obsceno amanecer en llamas
removiendo las ruinas de un silencio y un pájaro.

A la ciudad volverás casi intacta
previo el momento de concebir el origen,
mucho antes de que la noche enumere los ejércitos y la tierra,
y no serás la misma, Eloísa, sino otra al final de un cuerpo:
reinos de los mitos, campo apetecido, deslumbramiento y nada.

El alba dará al martes la aniquilación de siempre,
la suerte del lenguaje en una calle colonial
donde se acude inexorablemente el martes y no mañana.

Es la primera vez que van tus ojos sirios a una aldea
y ya han poseído su desprecio.

Odiado amor que ama.








LLÁMAME

Llámame desde la fibra más delgada de tus ojos,
desde la metrópolis del fuego y la mañana,
arrancándote del alma toda la tristeza,
y llámame ataviada con tu vestido blanco.

Llámame, diminuta, breve, corroída por la rabia,
alegre o imprecisa, como si fuese el último llamado,
el último silencio que pronuncia,
la última diosa que encarna para luego regresar al holocausto,
a tu corcel muerto en la cocina,
a la ninfa enferma dentro de los muros,
a la heroína que serás cuando no sientas más deseo.

Llámame y sin hablar
continúa con tu sabor a rosa y a cortinas,
a la deriva del libro sin leer,
lejana como la fruta que comerás mañana.

Llámame desde el balcón sin incienso ni geranios,
aunque no me necesites.

Llámame sin sonido, sin piel, sin energía.









NUNCA MÁS MORIR

Se impregna la habitación de ese olor irrespirable de tu amigo confidente que no recordarás cuando amanezca.


Cuando deseamos nunca más morir
sólo preservamos el alborozo que no fuimos,
la gloria del cuerpo restituida la barbarie
y un reino donde tú eras danzarina y yo la porcelana,
Desiree.

¿Cuántos violines se necesitan para escardar la tierra?
Para resarcir las bayonetas que exploran en la sangre
un universo ¿Cuántas noches?

Camino hacia la muerte
alguien romperá la sucesión del tiempo en la batalla
de tu cuerpo y amanecerás sigilosamente.
Tal vez ya puedas apretar los ojos
y arrojarte desde el balcón como una heroína,
pero sé que más allá de las uñas y los dientes
y de la nariz puesta al revés, hay un ejército de sombras,
un detritus que no podrá recoger la rabia,
un grabado que se alzará sobre la tormenta
y el verbo y la razón.

Sé que mientras la ciudad se cae a pedazos, 
tú expondrás tu cuerpo
y restregarás tu desnudez en el lodo 
y bordearás la noche para no extinguirte nunca.

Si no tuvieras que morir te llamarías Anaxágoras.

A estas horas cruza un círculo la cúpula
y el otoño mastica una serpiente
cuando tiempo para la concertación no hay
ni para desollar un lirio en un hotel o en un bosque.

Lo esencial es caer desenfrenadamente y sin aliento
contra el muro y el azogue 
hasta recobrar la sangre y el lastre de la muerte.








SILENCIO INMÓVIL

Son las cuatro en punto
y has caminado hasta el balcón
para observar las nubes que la tarde borra momentos antes
de precipitarse sobre el río.

Quisiera hablarte sin palabras,
sentir que estás a mi lado
como un abrazo a ciegas de hermanos que se encuentran,
y sin embargo no decir nada,
porque el amor es impalpable como una sombra,
como esa nube que ahora se demora sobre el puente
para calcar el perfume de los cuerpos.

Son las cuatro y qué importa,
el amor es transparencia y te he visto caer
con la expresión de quien ve la vida
en un frágil torbellino de insectos sucesivos
y no sientes miedo.

Mas que el deseo es la contemplación,
el amor que se agota en un destello,
la presencia de una tarde sin colores.

El sol se desdobla en las magnolias
y a mi lado tú respiras tan lejana
que no puedo alcanzar esa distancia
y aunque el amor es pensamiento
no percibo las ideas que atrapan tus sentidos.

Son las cuatro y un cielo anochecido
ha vuelto a su condición de escombros
y a pesar de que el amor es encarnación
tú has permanecido intacta
sin olor a tarde, ni a esa llovizna que amenaza 
con borrar el pensamiento.








COPULAR

Copular bajo la noche en ruinas,

trenzar su piel en el tapiz del templo,

beber el vino consagrado mientras termina la cruzada
y no ser jamás el buen samaritano,
jamás el líquido cuchillo bajo un corazón que apenas late,

morder sus dedos uno a uno hasta recobrar la desmemoria,

oír cómo el silencio ensordece las palabras,
los truenos tan distantes, el ruido ronco de la lluvia
al entrar por la ventana,

renunciar a la proeza del hombre que morirá en la batalla
y sentir orgullo de saberme vivo
y cuando haya por fin amanecido
entregarme a la resaca de otro instante,
señor de un imperio que aún no tiene tierra, 
sólo un destemplado azul
y una ráfaga de pájaros incendiados en los pulmones.






INSOMNIO

Toco con familiaridad la escalinata,
lugar habitado desde hace siglos por residuos de líneas cóncavas,
contemplo más allá de la cerradura una noche irreversible,
la abundancia de un reloj y su combustión en vilo
y el azar del límite en un mantel como quimera.

Los pasos reiteran en el umbral las preguntas sin respuestas,
el desastre que impera en cada forma.

Otra vez volveré a descorrer los muros,
a visualizarme en los grabados,
en el paraguas que sólo por descuido abandoné en el patio.

Un guiño de luz revela un mundo más vasto y solemne.

Echo andar, el pijama es un estorbo,
alguien olvidó apagar un cigarrillo
y un pájaro se incendia en el cenicero.

Supongo que es temprano para hacer milagros
y describir los rasgos de una muchacha que invadió mi pesadilla,
definió su rostro en el desván,
indagó en la silueta de su imagen algún secreto
y regresó a la esencia de una rosa.

Entonces recupero los sentidos,
recupero el equilibrio que me devuelve al licitador que seré mañana,
cuando no vea a través de mis ojos escalinatas
ni peces en medio de la sala alucinando en la gravedad del agua.






FIEBRE

Degradada la alcoba flotan unos pasos que vindican
figuras redundantes,
ascienden calambres que serán continuidad
o adivinanzas con su don de alquimia.

El sonido enciende vapores innombrables,
abrevan la distancia los caballos de la tarde
como niño asomado a la ventana,
mientras en disoluble demasía envejecen las paredes
en la escala sideral de los volúmenes.

La respiración mezcla los detalles,
donde hubo voluntad
una acumulación de conjeturas prorrogan las imágenes,
vencidas manchas de vino y discordia sobre un lienzo.

Ruego por un espacio,
por una receta de elaboración casera,
un zona a orillas del tacto y la cabeza para irme a reposar
después de recoger las flores de los visitantes.

Tal vez es hora de asumir la fiebre
como la forma más benigna de entregarme a la vigilia.






CLAUSTROFOBIA

Se detiene la sangre en una porción del espejo.

Temo ser parte de la oscuridad a deshoras,
parte de la sombra cuando asume la postura de un hombre moribundo,
tal vez a ser parte de la naturaleza que en este instante
se niega a compartir porque la habitación es breve,
la palpo sin nombrarla y son verdaderos estos dedos míos,
verdadero el eco con el que averiguo el niño que se esconde
dentro de mi pecho.

Se disipa la lejanía de los muros
mientras leve es la respiración que ahora, en este preciso momento,
alcanza la penumbra.

Los pensamientos apuran la inconciencia.

Carezco de memoria para escuchar la noche,
el sopor zurce mi tos a la ventana,
la oscuridad restituye la fascinación de un dios que se agota en los rincones.

Las paredes inician en mis pulmones
y se repiten en sudores, en tropiezos, en sombras interpuestas,
en el aluminio de una voz que revive las palabras,
luego se prolongan hasta la sangre,
hasta la arritmia del silencio ambiguo,
cruzan el patio de las casas sin relámpagos
para volver sobre la piel y la garganta
y la dilación de un temblor en mis rodillas.

Cada centímetro de bruma ahora es ilegible
como si siempre hubiese estado atrapado en una esfera.
Aún no he muerto, lo sé y más allá de este instante
la vida continúa.







INSOLACIÓN DEL TACTO

Se apaga lentamente el ojo en la recámara.

En el ángulo de un abrazo a ciegas
palpo un candelabro incuestionable,
una lámpara de cascabel relampagueante
y el inicio de una silla relegada al tiempo
donde ha permanecido intacta,
palpo mis manos mientras recreo en cada roce un universo.
Si el invierno asoma a la ventana
camino a través de la habitación a la deriva, sin distancia…
-sólo tiene distancia lo que tiene infinitud y olvido-

Alguien llama a mi puerta y debo adivinar un rostro,
una voz que reconozca la penumbra en la que vivo.

Mañana por la mañana romperé todos los libros
y levantaré una pared como torre de babel en cada cosa poseída,
la pintaré de orbe hasta casi doblegarla,
entonces veré la luz
y conoceré la superficie y el color del fuego,
conoceré la deidad que vislumbro desde niño
cuando jugaba al exilio y no me detenía a escuchar el himno.

Ausente la longitud ya no trascienden los objetos,
su encarnación a través de ordinogramas y máscaras.

La conversación en torno a Dios
sería la forma más benigna de eludir el miedo
y de suprimir las pesadillas.

Palpo mis cosas y una fragancia a elixir invade la fruta
que comeré algún día,
si el moho no la acosa antes que mi boca experimente su sustancia.

Alguien me invitó al suplicio de la carne,
a deshacer la oscuridad que me ha vuelto un hombre bueno,
pero el tiempo es breve
y aún la noche no me ha revelado todo.

Aún a oscuras... Amanece.









AMANECE

Te contemplas y me contemplas
instantáneo amanecer en la necrópolis,
piedra, a piedra me muestra tus dedos y una aurora,
el racimo hexagonal de las reliquias
y unas nubes como sombras de granizos.

Ha pasado algún tiempo,
antes sólo era un puñado de pájaros
y unos árboles para iluminar el firmamento,
ahora eres tierra y mausoleos.

La armonía no tiene espacio en los suburbios,
la cúspide es una iglesia a la que habremos de asistir
despiertos o simplemente inmóviles.

Tiempo no hay para llorar por los caídos,
todo en ti es deserción,
añoranza de un exilio más antiguo y solemne
que el que me muestra tu apariencia.

Te contemplas y me contemplas
porque hemos sangrado tanto que se funden mis labios
con tus manos delatoras.
Pasado el día seremos los mismos enemigos
procurando continuar nuestros caminos
para no sentirnos solos, para no sentirnos eternos.









SI FUERA UN ALEJARSE DE MI SOMBRA

A Rafael Hilario Medina
Nueva York, 12 de agosto de 2003.

Si fuera un alejarse de mi sombra, de mi cuerpo,
de mis dedos uno a uno disperso como piedras
y verme desde el cielo raso fragmentado sobre la cama
y escuchar a los que llegan a unir a retazos mi memoria
y llorar porque es la única forma de sentir consuelo
y sufrir para reintegrar el miedo a la muerte que les
tocará algún día.

Si fuera el regreso como la partida,
volver la vista atrás y abrazar a los que aún te aman
y poder unir mis huesos
y verlos recobrar la luz de la bombilla
y la carne como un animal en adulterio arrancarla de los sueños
sin pronunciar palabras, sin resabios...
y recoger mis pertenencias,
las cosas que a pesar de la ausencia permanecerán intactas
colgadas en la pared o simplemente en un rincón a oscuras.

Pero no hay sombra, ni techo, ni lágrimas lloradas,
ni un cuerpo al cual regresar para restituir la vida.







FICCIÓN DE LA AUSENCIA

Llegarás como si no fueras tú mismo,
la noche proyectada junto a la sombra te cubrirá de arena.

Verás la cama en el instante de recobrar tu inexistencia,
el espejo, inflexible ante los sueños de un rostro
de escasas posesiones, la mesa inaccesible
en invisible laberinto encumbrada ante tus ojos.

Inventarás excusas y en un golpe de agudos labios
ofrecerás tu cuerpo a la inmensidad del aire.

El filo de un cuchillo cortará tus venas.

Al fin te arrojarás inmóvil sobre tu propia sombra,
mientras el tiempo se insinúa en un letargo de figuras.









ESTOY SÓLO

Estoy sólo y busco en el espejo una puerta
y un ojo al cual disculpar por verme desde el antiguo rincón
de su inconsciencia.

Inquiero una boca a la cual ofrecer mis lágrimas.

Estoy sólo y averiguo el pájaro que crece como hierba
tras la noche sumergida en el vaso que romperé mañana.
Estoy sólo y el otoño retiene las promesas en los cristales,
apenas escribo y pienso en la lectura como el último recurso
para sacarme toda la amargura.

Si acaso algún día tengo compañía
compartiré mi féretro y la sangre que un cuchillo apaciguó en mi cara,
compartiré la puerta y el espejo y el ojo
que pese a todo aún presagia en la oscuridad toda mi amargura.







POCO ANTES DE VIVIR

Volverás sobre tus propios pasos,
el filo de la noche más blando y voraz que las palabras.

Poco antes de vivir te reconocerás a ti mismo
esbozo de tristeza al acuciar el sonido su incierto crucigrama
cuando nadie hay que llame a la puerta
ni una mano suprime la vigilia.

El olvido apresurará tu salto labrando el deseo ingrávido en tu cuerpo
y no verás la infancia, hoy cuando apenas eres nada
y dirás a todos tus heridas
y cubrirás tu cuerpo no sé con que tormento o podredumbre.

Volverás sobre tus propios pasos una noche vengativa
y apagarás la luz que no presientes
y quedarás dormido envuelto en extrañas confidencias
que recordarás mañana.






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