viernes, 1 de agosto de 2014

JUAN SANTANDER LEAL [12.612]



Juan Santander Leal 

(Copiapó, CHILE 1984)
Es Magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Ha participado en diversos encuentros de poesía y publicado en diversas revistas y medios digitales, desde el año 2004. El año 2009 publicó “Allí estás”, libro de poemas, por la editorial Marea Baja. El año 2010 participó en la reescritura colectiva de  “La Araucana”, titulada, “Memoria poética”, editada por Cuarto Propio. El 2012 publicó, “Cuarzo”, segundo libro de poemas, también en la editorial Marea Baja. En 2015 publicó "Agujas".


EL RETRATO DE UNA DAMA

De pronto me acordé de la morenita triste que vi ese mismo día fue aquel en que vi la hermosa procesión de muchachas y yo hacer esa cosa tan mal hecha de no haber tenido los ojillos de un dios y la naricilla si estornudo para que me mirara curiosa sin distancia, sin al lado y el esmalte peculiar de sus paseos yo afeitado por motivos serviciales vestido de blanco difería escribirle cosas pero la tentación me ganó.



*


Guardamos el vestido
un día que salió con sus vapores
y pasos involuntarios.
Inadecuada
como siempre
tartamuda de nacimiento
y con las uñas largas.

Nosotros sosteníamos un maniquí
con evidentes golpes y manchas.
Desnudos veíamos
sus mejillas
veíamos tras las plantas
su vestido
sería nuestra palabra.
Descoserlo para
coserlo denuevo,
aligerarlo de ella
acoplar
la infancia
en lo posible
a él.



*


en esos tonos agudos
te acercaste porque no era pintura lo
que querías que hiciera
de figuras mañosas y posibles
viniste separada activa de colores
ni difusa ni desvanecida
siempre con el arte del defecto.


Revista de la Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad de Chile ISSN 0717-2869




“Allí estás” de Juan Santander Leal
(Ediciones Marea Baja, 2009)

Por Ernesto González Barnert

Fuerzo a leer la poética implícita del poemario de Juan Santander a la luz de la de Guillermo Blest Gana. Y espero no equivocarme. Al apuntar “allí estás” como una respuesta, más exacta que vaga, clara que misteriosa a:

“Hay una poesía dulce, tierna,
melancólica, vaga y misteriosa
que nadie ha escrito, y que tal vez ninguno
podrá jamás copiar en sus estrofas.

Son cantos sin palabras, armonías
del himno universal, que el mundo entona
cuando en ocaso las postreras luces
su puesto ceden a las pardas sombras.

Vive en las luces que en ocaso expiran,
blanda murmura en las tranquilas olas,
vaga en los ayes de la brisa errante,
y en las riberas solitarias mora.

Es un canto indefinible y vago,
mezcla confusa de indecibles notas
que el alma entiende y que despierta en ella
de su ignorada patria las memorias.”

Esa poesía que apunta Blest Gana la ha logrado Juan Santander Leal (Copiapó, 1984) en este poemario esencialmente de amor. De amor como una excusa para hablar de todo lo demás también. Escrito entre la provincia y la capital, en el margen de los cuadernos de estudios, pacientemente. Hasta dar con este puñado de textos de resplandor universal. Donde se saben amadas las buenas palabras transparentes. Entallados sus contornos ardientes, grandes anhelos. Llanamente.

Así este diario enamorado, la cuidada sensibilidad con que va anudando la melopea de este libro, cuyos ecos nos parecen conocidos, pero hábil Juan Santander nos da razones, poesía, para volver a ellos, encantado, sacándole un lustre que sorprende, giros personalísimos que te vuelan la cabeza. Sus afinidades no son sus límites, cadenas. Porque más que oficio “allí estás” revela amor al oficio, a lo que no queremos olvidar, a lo que aprendimos a recordar con arte.

No somos tan distintos  cuando tenemos un libro como éste en nuestras manos. Cuando imaginamos que lo lee un escolar en el recreo, que alguien apunta alguno de sus poemas y lo pone a escondidas bajo la almohada de su amada. Que un estudiante, no esta sólo, en esta ciudad haciendo sus primeras armas en los estudios superiores si tiene este libro, que le desahoga, dice mejor lo que quiere decir.

La ternura avanza con seguridad, este poemario toca el corazón, no digamos más mientras cerramos este libro como si fuéramos incapaces de cerrarlo por mucho tiempo. Vistas los recuerdos que me trajo de vuelta y tardaran un rato en irse.


La destrucción del mundo interior

Mi colección de lagartijas y flores de montaña, mis
libros ilustrados.
Todo lo dejé por ti, que me hiciste tener relaciones 
en el pavimento.
Ya no tengo secretos porque tú les dijiste todo sobre
mí a tus amigas.
Les hablaste de mi diario, de mi odio al sol, las
manías de mis primas
y mis ganas de llegar a ser atleta o peluquero.

Todo lo dejé: los álbumes de Historia y Medicina,
los disfraces de Batman y Robin que use de acuerdo 
al clima y mis humores.
Tú, ramplona y hermosa como la vida, me
encerraste en una pieza oscura,
ungiste mi cuello con esa colonia floral que aún
maldigo y no comprendo,
destruiste mi imaginación sacándote la blusa al
menor indicio de calor.


Encuentro otro sitio para mí

Si alguien me hubiera dicho todo lo que iba a pasar
entre nosotros:
que vendría a probar suerte a la misma ciudad
donde creciste,
que después de diez años seguiría viendo fotos 
tuyas por casualidad.

O cuando por fin me vine y empecé a ordenar las
ideas en mi cabeza,
y sin saber por qué nos encontramos como dos
amigos en la calle
y seguía pensando que había algo pendiente, que
algún poder tenías sobre mí.

Hoy supe que estas muy lejos, en un lugar que ni
siquiera puedo imaginar,
y eso que me la he pasado imaginando lugares 
desde que te fuiste.
También imaginé tu adolescencia, porque vi
solamente su comienzo.

Cuando te fuiste del colegio y del pueblo donde
íbamos al cine,
me escondí en todas las novelas y canciones que
llegaban a mis manos,
creyendo que podría asimilarlas para hacer mi
propia historia.

Tú no estabas en ella porque desde entonces conocí
a mucha gente,
y a mis amigos y a mi novia les debía un papel
principal o secundario.
Yo fui un personaje incidental en tu vida, ahora
encuentro ese sitio para ti en la mía.


Comida cruda

¿Cómo me di cuenta? Los platos vacíos, la sal y la
pimienta en la mesa.
imposible salir del vocabulario privado que
construimos con ternura y terminó por
destrozarnos.
Compartimos incluso la hinchazón de los ojos en los
días de trabajo,
la maestría de maquillarse en el metro, la lluvia
cayendo en los zapatos negros. 
Cenas para traer o llevar, planes de vacaciones,
Silencios y peleas agendadas.
Todavía huimos al Litoral Central en los feriados
religiosos.
Así me di cuenta. Por la esperanza puesta en los
reproductores musicales,
por la triste convivencia con las cosas adquiridas.
Nada que no pueda arreglar un trocito de salmón
sobre una bola de arroz,
un viaje a las importadoras, un helado de frutilla
en el Paseo Estado.
Yo fui quien te arrastro a las convenciones, yo estoy
obsesionado con ellas.
Imagínate que nuestra historia avanza sin
repetirse, como los árboles de un parque.
Tú tienes el corazón más grande y firme que yo, de
eso también me he dado cuenta.


1997 

Pueblo contemplado con las líneas de la cara 
casas que no saben donde entierran a sus hijos 
duna donde observas en la tarde a los que huyen 
otros que preparan la corbata y los cuadernos 
tiempo malgastado bajo el sol de la mañana 
cápsulas que esperan en un borde de la mesa. 


Árbol de hoja angosta 

Estás allí a mi lado 
en el patio de mi casa 
tentado de encontrar 
la profunda relación 
entre una máquina de coser 
y la hoja de un olivo. 


Te vienen a ver 

Todavía lavas los pies de tus hermanas 
cuando llegan desde lejos a contarte 
cómo cambia la ciudad donde naciste. 
La casa se hunde cada año unas pulgadas 
y hay hortensias en el mismo macetero. 
Tú les sirves té a tus parientes 
y esperas que te hablen del pasado, 
de la reja que saltaban a escondidas 
para ir a bailar con los vecinos. 
¿Te acuerdas del niño que vivía en la esquina? 
Está muy gordo y calvo, te mandó cariños. 
El presente se parece tan poco 
a lo que verdaderamente importa. 
Tú les hablas del trabajo y de unos perros 
y no quieres que se vayan sin decirte 
cómo están tus primos en sus tumbas. 



Lavanda ahora 

Las confusiones que hacen verte sola 
la ventana ataja un poco de calor 
quince días en silencio y las novelas 
te dicen el paisaje que debes apreciar 
un campo de lavanda y lluvias en verano 
el té se oxida en una esquina de la mesa 
alguien se acerca a ti silbando un himno 
toca la puerta de tu pieza con los dedos. 



Artes plásticas 

Como en un mal sueño te vi en un escritorio 
bajo un mural con tus dibujos, entre frascos 
e imágenes de santos y pañuelos de colores. 
La luz celeste y rosa y materiales en la mesa 
cuchillos, papel, pegamento, y unos lápices; 
estabas trabajando, haciéndome una máscara. 




ALGUNOS APUNTES SOBRE “LA DESTRUCCIÓN DEL MUNDO INTERIOR” DE JUAN SANTANDER

La destrucción del mundo

Por: Paulina Flores

Me costó mucho escribir este texto. Soy nueva en esto de las presentaciones, y además me cuesta trabajo recomendar libros que me gustan, como en este caso, porque generalmente estos poseen muchas lecturas y mencionar solo alguna deja una sensación de injusticia. También se me hizo difícil porque yo quería escribir un texto que estuviera a la altura de los poemas de Juan y los exaltara a la “gloria”, la “grandiosidad”, la “magnificencia”, eso que suele asociarse a los poetas. La primera palabra, un “y se hizo la luz”, que en el caso de los poemas de este libro, uno va sintiendo como una llama profunda, que emerge de a poco, y que genera escalofríos llegado ese verso que uno reconoce como suyo.

Pero lo cierto es que “lo glorioso” no terminaba de encajar con el libro. Más que con la imagen monumental de una montaña o de un rascacielos, los poemas de Santander se relacionan con la tierra, con las piedras, esas que nos hacen tropezar. Se relacionan con el polvo. Con el hombre, esa humanidad fútil que, siguiendo el poema “El trapecista”, debe hacer uso de lo circense para poder volar y ser recordado. Y que tiembla estando en las alturas.

La poesía de Juan se parece más a un arrecife, a una estructura escondida en lo profundo del mar. Se parece a una isla en su confinamiento. Una isla que, a la vez, es la única tierra firme a pisar. Se parece a algo cercano, a una sombra, eso que está siempre allí mientras el sol y su “gloria” exista arriba. La sombra que te acompaña o que te persigue. Que te demuestra que existes. En la que puedes descansar por un momento y es alivio, y en la que puedes hundirte y llorar, porque también es oscuridad.



***



Quebrada. Esa palabra tan propia, que sirve en nuestro norte para designar a los valles encajonados por montañas, en el poema con que parte el libro, Allí estás, funciona también para simbolizar el quiebre, el punto divisorio de la línea hacia direcciones opuestas. Una línea de pasado, presente y futuro. En la Quebrada, Allí estás. Para mí, este primer poema sintetiza muy bien las preocupaciones por el tiempo y el espacio que esgrime la voz poética a lo largo de todo el libro. Si bien es evidente que la temática amorosa es el hilo conductor de casi todos los poemas, lo que subyace, al menos para mí, es la pregunta por el origen. Y no porque vea al amor como algo menor, sino todo lo contrario. ¿No es el amor también una identidad? La forma en que amamos nos define tanto como el lugar en que crecimos o que abandonamos. “Quebrada”, es un poema mínimo y conmovedor, que con su estilo y atmósfera me recordó las narraciones poéticas de cowboys de Cormac McCarthy. En el poema, un caminante descansa bajo un chañar y alivia su sed. Tras unos minutos, recoge un palo para usarlo de bastón. En el camino recorrido se ha vuelto viejo, y ya no tiene la misma fuerza. Tras ese respiro, vuelve a emprender el camino otra vez, pero antes de seguir echa un vistazo atrás, a los pasos recorridos, cual Sísifo. Todavía puede ver el árbol que le dio descanso y el brillo de las espinas. La nostalgia y la experiencia del dolor emergen de forma sencilla y abrumadora en ese momento. Y se te cuela en la piel. Porque tal vez yo nunca he descansado bajo un chañar, pero sí he sentido sed.

Botellas, álbumes, uñas, erosión, la amargura que se escapa de las fotos. Los poemas hablan de todo aquello que dejamos atrás. Una idea que parece relacionarse de manera esencial con el amor y su trabajo. Cuando el yo poético reclama por el viaje de la mujer por quien lo dio todo, da la impresión de que, más que sentir dolor porque lo abandonó a él, sintiera rabia porque abandonó su ciudad.



***



Cuarzo es un poemario lleno de imágenes extrañas y bellas. (Por citar solo una: “Detrás de la persiana alguien muestra el cuarzo por primera vez a un niño”). En apariencia parece ser mucho más hermético, pero lo cierto es que la descripción minuciosa de acciones y acontecimientos que posee cada cuadro va formando una narrativa, una historia difusa que transcurre de otoño a verano. Tenemos personajes que nos acompañan: un protagonista que observa, la Hija loca, los Perros, los Niños, el Amo que también es el Padre, y otros más de la esfera cotidiana. Esta conexión entre poesía y narrativa no se expone de manera llana o artificiosa, sino que se problematiza el género, desde un punto de vista estético e ideológico. Porque la narrativa es la enfermedad y el remedio. Los diálogos anegan, la prosa atrapa y los novelistas conducen a los niños a los centros financieros.

El paisaje de Cuarzo cambia, y ya no vemos sauces, crisantemos o aridez, sino imágenes urbanas y pastillas para dormir, humo y lluvia. La construcción de esta zona etnográfica sirve para evidenciar el movimiento de la ciudad y sus aflicciones contemporáneas: las enfermedades, la soledad, la mecanización y pérdida del aura, la dificultad, en definitiva, de obtener una experiencia.

En el primer cuadro, el sopor anuncia el estado de vigilia que se mantendrá en los siguientes. En el segundo, el protagonista advierte su actual estado: ha abandonado su lugar de origen, en donde desplazarse era tan fácil como caminar; ha dejado la casa paterna enrejada en gritos; el útero. También expone una dicotomía entre lo falso y lo verdadero, entre la juventud y la vejez, que también estará presente a lo largo del resto del libro, exponiendo, además, cierta falsedad asfixiante, reflejada en imágenes como las del zoológico, las lagartijas o la fruta abrillantada con cera. “Algo quiere decir la luz cuando alumbra su rostro maquillado”. Pero la luz también puede ser falsa, y el protagonista acepta que también hace uso de la mentira, que necesita de aquella cera.

Casi todas las acciones están en tiempo presente, en el aquí y el ahora. La descripción de las escenas están tamizadas por la abulia, y la realidad en su convalecencia se muestra inasible, un espejismo. El cúmulo de acontecimientos detallados podría ser solo eso, una agrupación accidentada, tal como sucede en la ciudad, cuando ningún evento deja una experiencia significativa ni transmisible. Tomo aquí las ideas desarrolladas por Benjamin y seguidas por Giorgio Agamben. Este último plantea la imposibilidad de poseer y transmitir experiencias en la actualidad, dado el actual sistema, que se basa en la repetición de un sinfín de estructuras aprendidas, no por la  experiencia vivida, sino por repetición de patrones, información de manual, absorbida desde Google. Como reacción, aparece en Cuarzo la nostalgia, el recuerdo de los dibujos que hacíamos de niños, los embalses vaciados de la tierra natal.




Poemas

Cuando llega el otoño
me detengo a mirar
a través de la jaqueca.
Hay pestañas en la taza
y nudos que la sal deshace.
El gato quiere lamer
las cáscaras del techo.
El aire de la madrugada
cubre los dormitorios
con su gasa interminable.
Si durmiera un poco menos,
no podría entrar en la vigilia.





Una somera orden,
algunos fósiles,
la miel está contaminada,
los árboles han dejado de regarse.
Por exceso de calcio
la hija es enviada al sanatorio
con su ortografía de arenisca.
La narrativa debe continuar
como una enfermedad y su remedio.





La piel está despoblada al amanecer,
se abre la boca de los peatonales,
las clavículas son caminos cortados,
el pelo negro tapa los derrumbes,
la dentadura es tan difícil de olvidar.
Detrás de la persiana alguien muestra
el cuarzo por primera vez a un niño.
La prosa golpea los muros,
en la mesa hay una negra coliflor
que todavía parece comestible.
Cada siesta es un ejemplo,
Cada hora de trabajo es un ejemplo.
El carpintero espera que su oficio
sea necesario nuevamente
y dos ancianos comparan sus manos
como si fuesen de un metal rayado.



Existen diferentes tipos de cuarzo.
El citrino, variedad que homenajea a los artistas del trapecio.
El cuarzo azul es un triste adorno en las casas de los jubilados.
La venturina simula un cuerpo desnudo antes de entrar al agua.
El cristal de roca es usado para calmar la ansiedad de los animales.
El cuarzo límpido es un hombre acariciando la cabeza de su primer hijo.
El cuarzo crepita de vez en cuando, el cuarzo encandila de vez en cuando.





Ella me pregunta si sé cocinar, si quiero ir de viaje.

Me habla de los balnearios que dan forma al ceceo que calma su cerebro.

Ella me indica la maleza llamándola mostaza, llamándola vida conyugal bajo un techo de zinc.

Yo hago lo posible por parecer un empleado de banco, una cría de animal atrapado en los alambres del antejardín.

Ella me regala unos lápices de arquitecto como si yo supiera dibujar.

Cuando llega tarde escribe una novela llena de lugares comunes: los grillos, los nísperos, la luna llena, los embalses que se han vaciado en su tierra natal.





La prosa anega con sus diálogoslas horas de sueño que me van quedando.

Los fotógrafos buscan la elocuencia entre los objetos que brillan a comienzos de septiembre.

Los conejos se mueven lento para hacer del ocaso una imagen del apetito.

Las gallinas esparcen sus plumas a un costado de los damascos y en las escaleras el musgo no deja de crecer.

Hay una cadencia en la sala de butacas azules cuando los estudiantes entran a rehabilitarse.





Hay minerales que no nos dejan tranquilos ni en la hora del orgasmo.

El tabaco está escondido y el agua disuelve las cenizas de los párpados.

El calor del techo retuerce los químicos que utilizamos para dormir.

En el terminal pesquero se aloja la hermosa presencia del yodo.

La costra de sal que a la hora de levantarnos protege la casa termina por inmovilizarnos.

Y como una piel de corvina gigante el cielo nos muestra a cada uno su futuro.




***



Agujas continúa con la idea del tiempo y la nostalgia que, esta vez, hacen parecer el futuro más granulado.

El amor sigue siendo un impulsor, pero se trata de una relación amorosa distinta. Si en Allí estás, los amantes viajaban en direcciones opuestas, ahora lo hacen juntos. Pero esto no implica una concreción o triunfo.  El viaje es engañoso, es un recreo oscuro, lleno de trampas. Los barcos del viaje solo existen en las sábanas, y el peligro prepondera, como en un viaje al infierno. Todo está lleno de obstáculos, de agujas, lijas, astillas y alacranes. Por ver el rostro de la mujer amada, tal como en el mito de Orfeo, el poeta termina perdiéndola. Pero el amor sigue siendo identidad, y la pérdida se impregna en las huellas del amante, del poeta.

En este libro, el uso del lenguaje es preciso aunque no transparente ni conducente a lecturas obvias. La voz poética de Juan Santander es eficaz, poderosa y sensible, pero más importante aún, se trata de una voz Resistente al Uso. Porque para mí, y si se me pide que convenza a alguien, la principal razón por la que hay que leer estos poemas, sobre todo en un mundo dominado por el exhibicionismo y lo superficial, es porque tienen sentido. No se trata de simple pose. No hay pretextos o excusas estéticas. La nostalgia no es solo romanticismo, se trata de una pregunta por lo importante en términos sociales y existenciales. Detrás de cada imagen, hay una interrogante, hay una herida vital, una huella, las marcas de la uña en la piedra. Hay Fe. Este es un libro que ha sido labrado. La destrucción del mundo interior no posee la magia de los dioses, sino que es la promesa humana, esa promesa que todos quisiéramos poder pactar, algún día, con nosotros mismos.



*Texto leído en la presentación de La destrucción del mundo interior, de Juan Santander Leal (Overol, 2015), realizada el jueves 14 de enero de 2016.


De qué preocuparse y de qué no…
Preocuparse por los seres queridos, la pareja, la familia, los amigos. Preocuparse por realizar lo mejor posible lo que a uno lo apasiona.
Si se escribe, preocuparse mucho por eso. No preocuparse por acumular poder, éxito o influencia.




Selección de La destrucción del mundo interior 


Hay analgésicos
como huevos de insecto en el velador.
Las heridas ablandan su conducta
como un niño que recibe lo pedido.
Tramas, jalea, cortinas recogidas
por olas vestidas de visita.
Los triángulos que al caminar dejan las aves,
la extraña artesanía
que comienza en la espalda
de quien se levanta después de un mes.
Las campanas se han puesto quebradizas
y a las frazadas el sol ya no les quita el olor.
Los pacientes
olvidan el camino a sus camas,
esperan que la cera los cubra del frío.



Los cantos de la sirena

Por Nicolás Meneses

La destrucción del mundo interior es un libro compilatorio en que Ediciones Overol reúne los títulos Allí estás (2009), Cuarzo (2012) y Agujas (2015) de Juan Santander Leal para ser leídos en un solo corpus. Primero, saludar este importante gesto de reedición de un autor joven publicado en editoriales de bajo tiraje, poco catálogo y circulación. Y segundo, el acierto que resulta proponer el libro como una muestra del desarrollo y afianzamiento de una escritura que privilegia el mirarse pero hacia afuera, como un vaciamiento de una subjetividad en constante cambio.

La destrucción del mundo interior  nos sube al movimiento telúrico de un bolso de recuerdos, muchos de ellos difíciles de omitir o archivar: es, como sugiere el título, un mundo, aunque líquido, que bulle y busca su punto álgido solo para recobrar estabilidad. Nos enfrentamos a un estado acuoso, en que no es arbitrario homologar los sentimientos en juego con la temperatura del agua que fluye “tibia o menos que eso” (pág. 20), pensando sobre todo en la distancia que toma el hablante de los hechos y los rasgos románticos que adquiere esta evocación constante a la mujer. La temperatura vendría a ratificar una pasión en ascuas, donde una mujer que tiene mucho de mito griego se escurre, no sin antes tentar al hablante con su reencuentro: 


Las tentaciones que hacen verte sola 
la ventana ataja un poco de calor
quince días en silencio y las novelas
te dicen el paisaje que debes apreciar” 

(pág. 21).

El libro por momentos sucede como un relato hecho de recuerdos de una mujer. Pero estos rebotan directamente en el hablante, quien combina ambas partes para nombrar el paisaje interior. Este forcejeo empuja a abandonar los pequeños rituales y a utilizarlos casi como ofrenda para desprenderse de ella: 


“Dejo las caminatas, 
los gritos que caen
al suelo como escudos. 
Dejo las mandarinas secas, 
las viviendas enrejadas 
y la flora que los circunda”. 

(pág. 52). 


En este plano, la destrucción se muestra como un ciclo compartido con la mujer en que el hablante se desprende para saltar a los rincones urbanos de su vida y seguir su recorrido, donde 


“Los niños apuestan en la calle
los profesores conversan
con los quejidos de las micros.
Las antenas desorientan a las abejas.” 

(pág. 58). 

Y en ese amasijo de escenas simultáneas, se van replegando los restos de una cotidianidad y de un sujeto disperso en la nostalgia de la amada.

Las imágenes en el libro muestran distintas etapas: una aparente despersonalización en la parte de Cuarzo y la vuelta con más fuerza a la amada en el último apartado. No obstante, durante todo el libro lo visual no deja de gozar de una luz diáfana, otra característica del estado cristalino que nos permite enfocar con claridad escenas como esta: 


“La espuma lava los nervios de tus piernas.  
Granos de arena al final de las mejillas. 
El curso del agua cuando cae por tu espalda.” 

(pág. 36). 


Y es esta imagen la que persiste, la que retina todo el instante en una voz que a pesar de tener lo oídos tapados al canto balsámico de una sirena, no puede apartarse del todo de ese mundo lleno de intimidad, costumbres y obsesiones.

El libro fluctúa “Como un lamento de quien no puede detener su metamorfosis” (pág. 62). Se puede leer con cierta cronología, aunque también pueda pensarse en un proceso cíclico, casi de maduración y regresión o viceversa. La relación casi fantasmagórica que se esboza a lo largo de todo el libro se asienta en un horizonte, nunca se va del todo. En la obra de Santander Leal se observa una trayectoria amorosa de un hablante pero con una distancia precisa, cimentada sobre todo en su manejo de la imagen. Estas se despliegan con tal nitidez que evitan cualquier cursilería. Y eso, para un mundo lleno de canciones de amor horribles, es muy destacable.








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