lunes, 4 de marzo de 2013

ANDREY ARAYA [9333]



Andrey Araya, nació el 18 de febrero de 1980 en la provincia caribeña de Limón, Costa Rica.
Actualmente cursa su Licenciatura en Comunicación de Masas, en la Universidad San Judas Tadeo. Ha escrito crónicas para proyectos de Hábitat para La Humanidad Costa Rica y un par de artículos de opinión que se publicaron en El Financiero y La República. Tiene un libro de cuentos recientemente aprobado para su publicación en la Editorial de la Universidad Estatal a Distancia (UNED) y un poemario en revisión.




Despedirme

Sé que no entendés
por qué el silencio
se me vuelve palabra entre el pecho.

Sé que no entendés
a este hombre sin dios  ni crucifijo,
por qué solo profeso esta religión
de la tinta y el asombro.

Es que siento el dolor del mundo
en todas las cosas…
cuando me hablan al oído
de todo lo imposible
con  ese  murmullo lento
de la raíz bajando hacia la tierra.

Y quisiera mostrarte lo que veo:
cómo la noche es un puño frío
que agita las horas y los cuentos,
cómo el sillón de tu sala
es la silenciosa suma del abrazo,
cómo la risa de tu niña
despierta al duende y a la bruja,
y al dinosaurio en su triste aventura
de huella extinta.

Quizás algún día seré normal, mi amor,
no seré complicado ni oscuro,
no jugaré al Quijote,
no  importará que esta lanza
mate al cuervo del olvido
y con su risa diabólica
me diga: nunca más.

Y entonces…
 solo podré despedirme,
dejando atrás la sombra que nos anuncia
entre la orfandad aterida del invierno.

Despedirme…
cuando hemos dejado
de ser un poco nosotros
y el aire que nos trajo 
se enrumba hacia la herida.

Mientras tanto, llego a vos desnudo
y con la lluvia entre las manos,
con mi universo mudo temblando en la hojarasca,
con este grito ahogado de tronco milenario,
con este gemido
de ciudad en las ausencias.






Diario

Es de mañana cuando nazco,
y Limón es un golpe ciego
en el joven vientre de mi madre.
Es ya tanta ausencia y distancia,
tanta lejanía presintiendo el mar
desde el turbio horizonte del malecón.

Sobre la mesa el cereal inconcluso,
la panza con lombrices,
el futuro hecho añicos
contra la infancia que pierdo
a las diez menos cuarto,
y San José me recibe con toda su tristeza
iluminada en las vitrinas,
con su orfebrería de putas y adoquines,
con toda su manía
de ser el mundo y no ser nada.

Esta ciudad me llama y me aparta del mar:
carretera, juguete roto, pupila ensanchada,
once de la mañana
con mis nueve años solitarios,
con viajes sin ancla e historietas tan verdaderas
como las palabras de mi abuela, 
tan poderosa en la cocina
y en cada rincón de la casa:
sus historias de guerra civil,
de motos Harley, bailes, panaderías,
vestidos volados, una foto amarilla 
como este recuerdo en Radio Monumental.

A la una de la tarde
la pubertad me asalta
y Rocío se desnuda 
en el mismo sueño junto a Laura y Jimena.
Voy siendo un poco más palabra,
fabrico el índice de lo perdido:
los bares/la sonrisa gris de la niebla/
marihuana sin quemar/versos en servilletas/
inocencia y tiempo/la primera línea que escribí/
una canción de Malpaís/la mueca atroz en el espejo.

Es media tarde  ya y el frío se precipita 
hacia el barro azul de la nostalgia,
que ya no hay tiempo para la lágrima,
para la prosa suave de los lentos,
la métrica imprecisa del poema,
la oficina y su ingrata cadencia,
la lluvia y su olor a brea entre la sien,
la máquina y su último latido apuñalado.

Por la noche me lleno de hojas en blanco,
ahora que el tiempo ha jugado su última broma 
y yo me acuesto con toda mi adultez
a tu lado, asido a la curva que me ofreces,
para que mañana no sea un golpe ciego
y Limón vuelva a la orilla turbia de mi infancia.





El milagro de tu sombra

Tu casa se parece a mi casa,
con el amor haciéndose en las paredes, 
con las historias ahogándose
en la garganta de los abuelos.

Tu casa es el pequeño latido de un poema,
una mentira piadosa para acabar el día,
como este aire que muere lento
en el zaguán adormilado de tus ojos.

Ahora,
las tablas de tu piso impaciente
me esperan ansiosas de vida,
con el deseo extendiéndose en tus poros,
con tu risa infantil jugando en el tejado.

Y yo,
como una mariposa impúdica,
con la desnudez posada
en tu sillón preferido,
recorro despacio…
                    el milagro desdoblado de tu sombra






La palabra

Será que la palabra
nos encuentra siempre
a punto de vivir.

Será que su hambre nos llama
a la hora de la cena,
y nos sorprende haciendo el amor
cuando la luz pronuncia 
sus últimos orgasmos.

La palabra es una ventana:
desde ahí miramos las calles
de  un San José muriendo
con su mueca de lluvia 
en las esquinas.
Es esta casa del crucifijo,
de la historia del abuelo,
del zaguán donde dejamos la infancia
y a sus juguetes luchando solos
contra el olvido.

Es la que nos salva
de la oficina que odiamos,
con sus números sin alma
y las corbatas en fuga
a las cinco de la tarde.

Será que entenderás este poema
cuando nos convoque el horario del verso, 
cuando juntemos las sillas para escuchar
el run run del poeta que hace la palabra…
                       con la materia de tus sueños.





Los buenos pecados

No puede ser pecado
llenarte de silencio
cuando el mundo grita
con su temblor de máquina
en cada fibra del sueño.

No puede ser pecado 
hacerte el amor de pie,
-con el vendaval en el pecho-
contra la pared
y en cada sitio
que imagine el asombro.

No puede ser pecado
negar a Dios
y creer ciegamente
que tu piel
es principio y fin
de todos los caminos.

No es pecado esta sed,
este escarceo de la página en blanco,
esta urgencia de poemas en las vitrinas,
quizás el  abandono de esta ciudad
que naufraga
                     hacia lo más profundo de su gris.

¡No!
Yo te digo
que a partir de esta línea
no será pecado tu desnudez
en el beso múltiple del agua,
ni gritar en el parque
que el tiempo es un oficio perdido,
ni abdicar de los rezos,
ni transigir de la risa,
ni posar tu mano 
en el sexo nuevo
que se lleva el rocío,
ni la fiesta que me retorna

hacia la niebla,
ni esta niñez
que me puebla la sangre,
ni la mentira subyugante
de los libros.

¡No!
Será acaso el único pecado
terminar aquí,
en los puntos suspensivos
de la azul irreverencia de tu cuerpo…






MADRE

Madre…
tu sangre desnuda es el inicio
de todos los mares,
de todos los caminos,
de todas las fugas,
de mis pensamientos perdidos
como palomas en trance. 

Seguí llamando al crucifijo 
con el que  me persignás cada mañana,
que aun en mis noches de fiesta,
cuando me gana el sexo y esta sed de tiempo 
me atora las calles y el humo en la garganta,
 -aun entonces-
llevo tu canción de cuna
como una moneda en el bolsillo:
y sigo llevando invisible
el calendario de animales
donde me inventaste la palabra.

Me  has engañado, madre 
-nos has engañado a todos- 
No soy yo el que te sobrevivo: 
intercambiaste la eternidad 
con el azul giroscopio del mundo. 

Y te has quedado para siempre 
en las paredes del hogar 
con el  truco de tu risa,

en el zaguán y su olor
al café piadoso de la tarde,
en el miedo nocturno que atabas
a la pata de mi cama 
para doblegar los malos sueños.

Te has quedado 
en la ida y vuelta del horario,
en la campanilla de aluminio 
que hiere el silencio del cielo al techo.

 Te quedás en el alfabeto 
con el que te multiplican los idiomas,
en las vaquitas incansables de la cocina. 

Te quedás en mi cuadernillo
de palabras rotas y vencidas,
en el último beso que algún día
 me habrás de dar...

Nos has engañado a todos, madre, 
porque te has quedado hasta en el incansable tamborcillo del olvido.






Presagio de Urgencia

          Han caído todas las noches, amor…

El minutero y el horario se persiguen
con esa fe imposible de tocarse,
y el tiempo se ovilla como un niño asustado
en el arco ansioso de tu espalda

Me quitas la ropa y yo te quito sombras,
me quitas el regreso y yo te quito el miedo,
nos quitamos ambos este aire impaciente,
esta rutina de piel, este frío de oficina,
esta calle herida en la pupila del horario.

No quiero más salvación
que la anchura exhausta de tu cama:
no hay más eternidad que
tu desnudez multiplicada
en la brevedad rendida de mi abrazo

Pero tú posees el silencio, amor,
un parpadeo de sábana tras cada grito
arrebatado  al  olvido,
aquel silencio de marea
con el que atrapas mi sexo en tu sexo,
mientras yo juego al mago
en la equidistancia de tus pechos
y coloco orgasmos en tu blanca longitud.

Por eso nos amamos como si la noche
llevara un presagio de urgencia,
como vientres corriendo felices hacia la muerte,
aniquilándose con la vocación suicida del deseo,
como si el péndulo  de tus caderas
fuera un truco del rocío…

Para seguirnos amando.








1 comentario:

  1. Andrey, excelente selección de poemas, todos impecables en forma y fondo. Increíble poeta, jamás será pecado leerte, releerte y sentirte en cada metáfora, en cada sentimiento. Abrazos

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