martes, 12 de mayo de 2015

SALVADOR JACINTO POLO DE MEDINA [15.929]



Salvador Jacinto Polo de Medina

Salvador Jacinto Polo de Medina (Murcia, 1603 - Alcantarilla, (Murcia), 1676), escritor y poeta barroco español perteneciente al Siglo de Oro.

Se educó en su ciudad de nacimiento, y en 1630 debía estar en Madrid, pues allí apareció su primer libro, Academias del jardín. En 1633 apareció en Murcia Ocios de la soledad. En 1638 se ordenó sacerdote, y fue rector del Seminario Mayor de San Fulgencio de Murcia.

Obra

Academias del jardín es una miscelánea de versos propios y ajenos y crítica literaria y social, y su estructura responde a la conocida reunión de personas para pasar el tiempo, que arranca de Giovanni Boccaccio. Como lírico se adscribe a la estética del Culteranismo, lo que se patentiza en su poema Ocios de la soledad. Destaca como poeta festivo, y en esa vena son famosos sus Epigramas y Fábulas. También cultivó la parodia de temas mitológicos a la manera de Luis de Góngora: Fábulas burlescas de Apolo y Dafne y de Pan y Siringa.

En prosa escribió el Hospital de incurables y Viaje de este mundo al otro, Murcia, 1636, esta última un sueño inspirado en los de Francisco de Quevedo, pero sin la amargura que caracteriza al madrileño. El gobierno moral a Lelio (1657) es una exposición de consejos sobre la prudencia humana donde se recomienda la aurea mediocritas como el estado mejor.


El buen humor de las musas

Jacinto Polo de Medina

[Nota preliminar: edición digital a partir de la de Madrid, Imprenta del Reino, 1637, y cotejada con la excelente edición crítica de Francisco Javier Díez de Revenga, Poesía. Hospital de incurables, Madrid, Cátedra, 1987, pp. 108-174, cuya consulta es imprescindible para la correcta valoración crítica de la obra. Seguimos la fijación textual del citado profesor, quien depuró en su edición unos textos cuya transmisión había supuesto un proceso degenerativo presente en otras ediciones y recopilaciones.]


Romances


- I -


A un sabañón en unas manos muy flacas

Con caravanes de ayuno,
haciendo está penitencia
un sabañón ermitaño
en unas manos cuaresma.
   Al mundo quiere negarse,
pues que la carne lo niega,
porque siempre su apetito
ha estado en Carnestolendas.
   En los desiertos de carne
ni pica, come ni cena,
que los dedos de su ayuno
son las témporas eternas.
   Púlpito de hueso ocupa,
donde con dura abstinencia
a los demás sabañones
está predicando dieta.
   Ayunando a hueso y hambre,
sólo en tanto adviento apela
a un nervio por golosina,
por gollería a una cuerda.
   Su arador, que es un arado
que en otras manos pudiera
cultivar campo de carne,
huesos labra y nervios peina.
   Busca pasto y sólo halla
cuando más furga y penetra,
en vainas de pergamino,
envainadas cinco alesnas.
   Entre cuero y hueso vive,
donde siempre se sustenta
de curtir papel de estraza
y de acepillar madera.
   Los que sabañón lo ignoran,
dicen que es montés viruela,
con un arador por alma
de unas manos esqueletas.
   Sabañón murmurador
parece sin lengua en ellas,
pues royéndoles los huesos
murmura de su flaqueza.
   De puro holgazán su diente
con ociosidad perpetua,
sin tener que hacer la boca,
se está muela sobre muela.
   Virgen sabañón se halla,
que aunque la carne lo tienta,
siempre llega a coyuntura
tan sin carne, que no peca.
   Quien tan hambriento lo mira
le pregunta si es poeta,
pues morder huesos o uñas
todo es una cosa mesma.
   Viéndose propincuo al fin,
prestándole aliento y lengua
su misma necesidad,
dijo la razón postrera:
   «Sabañones que epicúreos
fuisteis en manos flamencas,
cardenales de cucaña
y países de manteca;
   «notad bien el hambre mía,
descarnada historia sea
y escarmiento a sabañones;
tomad ejemplo en mis penas,
   «pues sin cometer delito
ni haber hecho a nadie ofensa,
me tienen puesto en un palo
de unas manos la inclemencia.»



- II -


A unas narices y una boca muy grande

A sombra de una nariz
sesteando está una boca,
que, por ser la sombra grande,
se extiende en ella espaciosa.
   Bajo nariz tan discreta,
su amparo la boca toma,
que quien se arrima a buen árbol
le cobija buena sombra.
   Por parecer liberal
renuncia fueros de hermosa,
que quiere ganar por larga
lo que otras ganan por cortas.
   Admirada la cabeza
de ver boca tan señora,
toda en nariz se convierte
y a sus ventanas se asoma.
   Según se ensancha y extiende,
rüin sin duda es la moza,
pues que de entrambas orejas
los largos términos toca.
   A la boca, por ser grande,
para cubrirse con pompa
delante el rey, la nariz
le está sirviendo de gorra.
   Mas ella, como indignada
por lo que tiene de roma,
parece que la maldice
con censuras por la rota.
   Son ambas tan principales,
que puede la boca sola
ser boca de Boquingán,
y la nariz de Mahoma.
   Ambas, por lo singular,
han crecido en tanta copia;
la boca con arrogancia,
la nariz con vanagloria.
   Si es la boca por lo grave
marquesa de Barcarrota,
la nariz, archinariz
de narices amazonas.
   Letra en rasgos diptongada
es la boca en jerigonza,
la nariz muestra de rienda,
por lo grande y por lo gorda.
   La boca es puente del Nilo,
por donde, en creciendo, emboca,
y por ver tanta nariz
de chato Ovidio blasona.
   La boca mayor et maius
está para con alforja,
y la nariz borromea
es de la cara corcova.
   En fin, la boca es un texto
que tiene nariz por glosa,
siendo la boca la base
y ella el Coloso de Rodas.



- III -

Al salir la luna con dos nublados a manera de cintas travesados

Con polvareda de luz,
por la cima de una sierra,
pierna acá, pierna acullá,
sobre un monte caballera,
   muy fornida de carrillos,
muy cariharta y muy llena
salió anoche Bellecintia
a ser de un collado cresta.
   Con barahúnda de rayos,
que don Apolo le presta,
viene rayando los montes,
como dicen los poetas.
   Alborotada de rostro,
sin haber dormido, ojeras;
mas que mucho, si ha pasado
con Endimión la siesta.
   Lo rojo de sus mejillas,
cansancio de alguna brega,
hipócrita de sus gustos,
quiere vender por vergüenza.
   Con dos cintas nogueradas
de dos nublados de seda,
por llevar color al uso
se cruzó su cara buena.
   Cuando Liseno la vio,
dijo que melindres eran:
no lo creo de Diana,
que no es Diana tan necia.
   Periandro, el advertido,
ha dicho que, por traviesa
y celos del sol, su amante
le ha trinchado la frontera.
   Anfriso, el que fue escolar,
el discreto de la aldea,
ha dicho que son arrugas,
que está la luna muy vieja.
   Pero Silvio afirma al punto
que es la luna de Valencia
con las barras de su escudo
en su blanca frente puestas.
   Chanflón, que por lo navarro
ya no pasa, y por su mengua
la premática del tiempo
quiere bajar su moneda,
   también ha dicho que son
para quitar diferencias,
mal formados dos lunares
o mal talladas dos pecas.
   A este parecer añade
que tienen por cosa cierta
que son sombra de dos rayos,
si rayos pueden tenerla.
   Y en esto doña Lucina
echó por esas estrellas
escupiduras de sol,
o de sus caballos huellas.



- IV -

A una dama que, leyendo un papel a la luz de una vela, se quemó el moño

Un moño, sol que en la frente
de un ángel resplandeció,
si bien con rayos prestados
de otra frente y de otro sol,
   por descuido de su dueña
o desgracia de los dos,
de su vana idolatría
fue una vela inquisidor.
   Leyendo una noche Elisa
un papel, prendió su amor
en el moño, y mariposa
de su luz, se chamuscó.
   Viéndose abrasado el triste,
con vergüenza y sin honor
formando lengua del humo,
al viento esparció la voz.
   «¡Oh moño, el más infelice
que entre los moños nació!
Hoy soy cuervo, ayer fui pavo,
ayer gallo y hoy capón.
   »Vime ayer como un flamenco
brillando rubio esplendor,
y hoy una vela Faetonte
etíope me volvió.
   »¡Oh, tú, moño, que me miras,
humille la presunción,
que cual tú me ves me vi,
y te verás como yo!
   »Sin tener onza de estudio
ni haber escrito un renglón,
puede llamarme el Tostado
quien me viere y quien me vio.
   »Miércoles es de Ceniza
para mí, aunque martes hoy;
memento moños, memento,
que fui moño y polvo soy.
   »Siempre pequé cara a cara,
sin que pudiese a traición;
¿cómo el cielo me castiga
con tan nefando rigor?
   »Si este delito me imputan,
mártir muero, no traidor;
suplir faltas, eso sí;
pero cometerlas, no.
   »¡Válgame Dios! ¿Si por dicha
Elisa se descuidó,
como cual cómplice suyo
pago la misma traición?
   »Si es porque aumenté su gala,
que en ornatos encendió,
no es mucho que en mí ejecuten
la pena del Talïón.
   »Si fue dar pelo a una calva,
falso testimonio, atroz,
bastantemente disculpa
el delito mi intención.
   »Sin duda está en el infierno
quien primero me engendró,
y como excremento suyo,
en su mismo incendio estoy.
   »Y si es por moneda falsa,
las leyes tienen razón,
que siendo un cuarto de alambre,
pasé plaza de doblón.
   »Fénix de los moños fuera,
si ahora ceniza y carbón,
si a ser lo que fui volviera
sin ser lo que ahora soy.
   »Pero todo lo merezco,
pues falso y engañador,
di perro muerto de pelo,
vendí raso por borlón.
   »Fue el verdugo de una vela
riguroso ejecutor,
como si a su simple llama
la esforzara algún soplón.
   »¿Si algún enemigo mío
Judas, moño me vendió,
por quitarme por envidia
de protomoño el bastón; 80
   »si fue moño el que lo hizo,
sin duda en rabia y color
fue malicioso bermejo,
que los rubios simples son.
   »¡Ay, cuán presto, calva Elisa,
tu moño se malogró,
que fue de tanto inocente
süave herodizador!
   »¿Quién será mi sustituto
y en tu cabeza el gamboj,
y en tu pelada mollera
toldo, tumba y pabellón?
   »¡Qué de apóstatas galanes,
gentiles hombres de amor,
me adoraron por estrella
y veneraron por flor!
   »Sólo queda, aquí fue moño,
aquí ha estado, aquí murió
el moño por quien tenían
los demás moños valor.
   »Aquí yace peladilla
el moño por quien gastó
tanta gorrada el cortés,
tanta ojeada el mirón,
   »tantos versos el poeta,
tanto rumbo el fanfarrón,
tanto tonto, tanta baba,
tanto necio, tanto humor.
   »Ya estás desocasionada;
porque, después que faltó
en tu frente mi copete,
no es bueno para ocasión.
   »Con justa razón me queman,
pues le quité al pecador
un espejo de la muerte,
un acto de contrición.
   »¡Ay Elisa desmoñada!,
¿qué habemos de hacer los dos,
vos sin moño, yo sin barbas,
vos pelada y yo pelón?
   »¡Malhaya el follón billete,
villano diré mejor,
que de tu mengua y la mía
fue instrumento y dio ocasión!
   »¡Plega a Dios, billete infame,
que permita el mismo Dios
que a una vieja de cien años
sirvas de devanador,
   »que vengas descuartizado
a ser de un gran regatón,
estafeta al solimán,
alcahuete al alcanfor,
   »o que de biznaga sirvas
a algún sastre o fundidor,
o en ti escriban versos cultos,
que es la peor maldición!
   »Moños, los que sois honrados,
sentid también mi dolor,
enterneced con mi llanto
vuestra cerril condición.
   »Y aprended, moños, de mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer flor de moños fui,
¡y hoy sombra mía aún no soy!»



- V -

A una manzana, que dio una dama a un galán

Si no fuera tan sabida
la historia de la manzana,
esta vez, hermosa Firmia,
la pusiera en mis estancias.
   Dijera, mas no dijera,
(que es civilidad tamaña)
que era aquella que dio Hipones
a la señora Atalanta.
   Vaya lo del Paraíso,
mas no quiero hablar palabra,
que respeto a doña Eva,
y le tiemblo a la tarasca.
   Si fuera poeta culto,
lengua hablando aconflonflada,
dijera que por hermosa
es golosina del alba.
   Y si no es poma que ofrece
rayos fragrantes de ámbar,
sea de esferas de luz,
lágrima del Sol llorada.
   Si hablamos a lo Jariso,
diré que era una arracada
que guarnecían tus dedos,
que son hojuelas de plata.
   Cuando asida de tus dedos
tan liberal me la dabas,
bolilla me pareció
en pirámide de nácar.
   Si en la flor de la azucena
las manzanas se engendraran,
que era fruta de tus manos
la que me diste, pensara.
   Una flor con cinco puntas
de azahar representaba,
la manzana lo amarillo,
tus dedos las hojas blancas.
   Manzanilla es de botica
para jaropar el alma,
y manzanilla de seda
para abotonar entrañas.
   Mas si un ángel me la dio,
del cielo será su planta;
si no fuere del divino,
sea del de alguna cama.
   Es una zurda con ella
la genovesa, y es agria
la camuesa, y no es más dulce
la meliflua mermelada.
   Desde el mancebiño novo
trae su origen y prosapia,
y Manzanares desciende
de manzana tan hidalga.
   Por blasón he de poner
en un cuartel de mis armas,
una manzana rapante,
y en un campo de esmeralda
   he de plantar sus pepitas,
y el de mi linage y casa
de este árbol se ha de hacer,
y cuando muera, la caja
   y el palillo de mis dientes,
mis baúles y mis arcas,
la horma de mi sombrero,
y la horma con que me calzan.
   Si no estimare el favor,  
me llamen con justa causa
el pícaro manzanero,
y no merezca tu gracia.
   Mas ya de manzanear
la vena tengo empachada;  
sólo falta por decir
lo de rocín y manzanas.
   Pero porque más esté
la manzana venerada,
me la como, y estará
eternamente en el alma.


- VI -


Escrito en la Academia a un hombre muy viejo, que galanteaba una niña

Un viejo es mi asunto, Musa,
verso a toda broza caiga,
porque para casas viejas
sobran coplas telarañas.
   Cuenta el señor don Vejecio  
una edad de más de marca,
grande guarismo de días,
tarabilla de semanas.
   Es un ras en ras de siglos,
empujón de vida, y tanta,
que presumo que le ha hecho
a la muerte alguna trampa.
   Es un archivo de años;
y con éste, el de Simancas
nació ayer, y con él tiene
la leche en los labios Sara.
   Arrópese Nestorillo,
si con su edad se compara,
pues no vivió para éste,
sus orejas llenas de agua.  
   El Fénix es un cuitado
con toda su vida larga,
porque estotro dos mil años
se vive de una asentada.
   A vivir, que vivirás,  
apuesta con las desgracias
del hombre más infeliz,
siempre de eternas preciadas.
   Con Matusalén no apuesta,
que es vividor de nonada,
y a treinta Matusalenes
les da siglos de ventaja.
   Que el otro muera, o no muera,
no se le da cuatro blancas;
a pierna tendida vive,  
como otro duerme en su cama.
   Vive él, y no hay más cuenta,
y sin más ni más se traga
muchos muertos que le embisten
como quien no dice nada.  
   Ya le ha dejado la muerte
de su mano, de cansada,
porque vive a rienda suelta
y a banderas desplegadas.
   La peste es un papa tal,  
que no hay polos que le valgan;
ármese España del viejo
contra la peste que aguarda.
   Pues tanto vive este viejo,
y a tanto su vida pasa,
que quiero que con él me entierren.
¡Ay de quien su herencia aguarda!
   A boca dicen que vive
de cántaro cuantos trata,
teniendo necios por vida,  
teniendo suegras por alma.
   Erre, erre es de la vida,
tesón de esta vida humana,
tijeretas del vivir,
vida en el vivir reacia.
   Esta excepción de la muerte,
esta vida diptongada,
éste, que con las valonas
aun porfía en calzas altas,
   éste, pues, por sus pecados,  
quiere a una niña de plata,
de éstas de cotilla de oro
y de tablillas enaguas.
   Don Tarquino, con la niña
dándose están de las astas,
ella porque no ha de entrar,
y él por entrar en su casa.
   Mas él, sesudo en su amor,
entre decrépitas ansias,
la dice canos requiebros  
y ternuras arrugadas.
   ¡Oh andrajo ya de la vida!,
si a quien ve tu faz honrada
le amagas de cementerio,
¡bien la juras de mortaja!  
   ¿Cómo a Lisarda enamoras,
si esqueletamente hablas?
Si la recuerdas de la muerte,
¿cómo ha de pecar Lisarda?
   ¿Con qué requiebro imaginas
galantear? Pues llamarla
tu vida, es pronosticar
que se ha de morir mañana.
   Tu hija, es un disparate
y su juventud agravias,  
porque ha más de ochenta y nueve
que no pudiste engendrarla.
   Tu alma tampoco, se sabe
que tiene sarro tu alma,
y que tienes más orín  
que de un hidalgo la lanza.
   ¿Por qué, y por qué ha de ponerse
tú por tú con una dama
un viejo, si lo que intentas
es buscar pueblos en Francia?
   Lisarda, desde hoy estás
a ser honesta obligada,
que este viejo al perseguirte,
te ha tratado de Susana.
   Pues fue casta, selo tú,
y será una cosa rara,
que quien casta hacer no puede,
te venga hacer a ti casta.
   Con esto no digo más;
si el verso está inculto, vaya,
que en roperías de viejo
no se pueden hallar galas.


- VII -


Escrito en la Academia a un hombre loco, que sentía que le volviesen el juicio en este tiempo

Hacer versos me ha mandado
de juicio, la Academia,
y en verdad que no lo entiendo,
pues no todos son poetas.
   ¿Que lo refiera me manda  
que de vecino mejore
el desván de su mollera?
   Pues si tengo que tratar
en materia tan severa,  
de Senador me santiguo,
y Apolo me dé su vena.
   O tú, el día más allá,
tú que estás a la trasera
de todos los demás días,
pronunciador de sentencias;
   tú el día de más juicio,
antípoda de las sectas,
que en religión de Parnaso
son orates de la sierra,
   ayúdame en este trance,
que yo te ofrezco de veras
de colocar en tu altar
un juicio hecho de cera.
   Desde que Delio nació,  
siempre ha sido su cabeza
el cadáver del juicio,
del seso la calavera.
    En esta expulsión se estaba,
cuando Dios en hora buena  
de Josafat revistió
el valle de su tronera.
   Mucho Delio ha deplorado
que en aquestos siglos sea
la transmigración del seso  
el desaire de la testa.
   Y así locuaz y sañudo,
tirando o hablando piedras,
hecho un loco de juicio,
de esta manera se queja:  
   -A mí, que paso la cholla
sin juicios ni quimeras
y el seso de orate frates
soy graduado por Valencia;
   rehacerme de juicio
en aquesta edad intentan,
apostatando de cascos,
por sufrir civiles guerras.
   ¿Yo juicio en esta edad?
¡oh bien haya el de Villena,
que reliquia de gigote
en vidrio se conserva!
   Por no sufrir de este mundo
los achaques y dolencias,
este es concepto mortal,
y concepto de conciencia.
   En los tiempos que pasamos
es cetrería discreta
no tener con qué sentir,
y ahorrarse la pacïencia.
   ¿Habrá juicio de bien,
que sufra ver una dueña
hecha capón Dominico
preciada de buenas cejas?
   Yo de cuatro se lo doy,
como cuatro, y aún de treinta,
al juicio, que más juicio
llevar sepa con modestia
   Al ver que ayer Juan de Bilches,
de mercader tuvo tienda,
y haciendo linage el trato,
don Juan mercader se mienta.
   ¿Quién llevará sin enojo,
el escucharle a una vieja,
duende con pellejo humano,  
quejarse de mal de muelas?
   ¿Quién querrá ser tal marido,
(sufridor digo) que quiera
sufrir que murmure Fili
de unos ojos, siendo tuerta?
   ¿Quién juicio ha de querer
en esta edad tan hambrienta,
que ha que no sabe del pan
la boca veinte estafetas?
    En la edad que me enjuician,  
sólo el juicio aprovecha
para volverse a perder
de pesares y molestias.
   Ya no hay juicio que valga,
pues vemos que se les niega
a los méritos aplauso,
valimiento a la prudencia.
   Pero si yo aquestas cosas
a sufrirlas me atreviera,
hubiera un Job de juicio,
como lo hay de paciencia.
   No quiero ser judiciario,
hacer quiero resistencia;
aquí del nuncio, señores,
que a ser juicio me llevan.
   Esto dice el pobre Delio,
y con voces descompuestas
piden locura sus cascos,
como otros piden Iglesia.



- XVIII -

Cuando a aquel amante, a quien
nunca quiso su señora,
¡oh, qué mal hizo! que hoy fuera
la señora doña Sola.
   Quiero decir, cuando el Sol
quitaba de su carroza
los cuatro rocines flacos,
que aunque hacen, jamás engordan;
   salí al arenal un día,
adonde en su plaza ociosa
con chirimías y polvo
se pasan algunas horas.
   No doy a nadie la culpa,
porque un astrólogo nota
que de mal de orina yacen  
enfermas las pipas todas.
   ¡Oh arenal! memento homo:
puede tu playa arenosa
de miércoles de Ceniza
pretender el grado y borla.  
   Enterradas en tu arena
tienes a muchas personas,
y por surcarte con coche
sepulta la hacienda a otras.
   He ahí el hablar extraño
que murmurando a sus solas
los coches y los rocines,
escuché en confuso idioma.
   Entre relincho y rebuzno,
con triste voz semi-ronca,
un coche melancolía
de esta manera razona:
   -Yo soy un coche Cuaresma,
y he de llevar a la gloria
a mis amos, pues me ayunan
porque sustente su pompa.
   Otro coche de buen pelo,
de buen garbo y buena estofa,
más grave que un arcediano
estas palabras entona:
   -Yo soy un coche obra pía,
y vivo de la limosna,
que en el capillo de amor
ofrecen gentes devotas.
    A fuer de componer versos  
(pues hay rocines que trovan)
uno que está pensativo,
ha pedido que le oigan:
   -Por obra de entendimiento
quieren mis amos que coma,
y porque es manjar del alma,
me entretienen con historias.
   »Ayuno más que un poeta,
y por desdicha notoria,
suelo alcacer, a la noche,  
lo verde de unas cebollas.»
    Otro segundo rocín,
haciendo hisopo la cola
y humilladas las orejas,
dijo con voz baja y sorda:  
   -Activa y contemplativa
es mi vida, pues me sobra
el trabajo, y sin el pasto
tengo en éxtasis la boca.
   Activa en trocar los días,  
desde que sale la Aurora,
y contemplando en los piensos
todas las nocturnas sombras.
   Otro coche balbuciente,
todo bulto y carantoña,
se quejó de desmayado
con voz meliflua de alcorza:
   -Yo soy coche caracol,
y mis amas caracolas,
pues en saliendo de casa,  
no queda en casa más ropa.
   Llegó la noche y se fueron,
y yo a mi casa o mi choza,
a sacudirles el polvo
a mi manteo y mi loba.  



- XIX -

 Grispios le desprecia al día
crespos soles Perinarda,
en alcanfores de perlas,
Pentateucos de esmeralda.
   Titubeante en menos queja,
regateando almalafas,
rojo el Oriente tremola
saludables tacamacas.
   Sus ojos, que en trogloditas,
no en paráclitos de nácar
sino envoltorios venciendo,
cenobios verdes desfaja.
   Contra Lisandro fulmina,
más cruel que ditiramba,
simonías de los godos
y tamatugros de plata.
   Síngulos de Calidonia
a territorios de Java,
desprecios ya de la Toga,
asombros ya de Atalanta.  
   Gugurubagre se arroja
a lisonjas mal templadas,
que en escarmientos se vence
y se desquita en cinaras.
   Lisandro, pues, avecilla
y rondador de su llama,
en los anzuelos de luz
se acredita pesca alada.
   Y cuanto más embebido,
menos sediento quitaba
parangones a su mal,
coluros a su esperanza.
   Cisne de amor, dulcemente
solfas llora y mies canta,
que a tanto preludio quiso  
ser remolco en la estacada.
   Cresneja rizaba entonces
de cataclismos el alba,
y en panteones de nieve
Guacamayos abreviaba.
   Pavonando en pulimentos
tersas bruñó las escarchas,
terremotos, floripundios,
tetristros de Mauritania.
   Los bucéfalos del Sol
sin descanso atropellaban
por empedrados de estrellas,
todo signo de su casa.
   Columpios eran entonces,
y pudieran ser hamacas  
meciéndose los peñascos
y ambulando las montañas.
   Mas Lisardo fugitivo,
con sus desdenes y ansias
a Gundemaro se niega  
y se concede a Tinacrías.
   Bolumbres lágrimas vierte,
y lo que el daño le causa,
apresúrase al instante
a contárselo a las ramas.  
   -¡Oh vosotras de estas selvas,
les dice, silvestres plantas,
que al fugitivo cristal
siempre debéis arrogancias!
   Nunca el francés nebullón,
ni Tamarindos de algalia,
fatal cuchilla de Enero,
os arranque, tronche y parta.
   No al desperdicio eminente
de vuestras hermosas ramas
a la lisonja os dobléis,
tan impropia como vana.
   Crinitar piensen celestes
blando el céfiro y el aura
del campo, rasgos movibles  
y fugitivas fantasmas.
   Y veáis en Caramagos,
chilindrón de escarlata,
zabulones de marfil
y capelinos de grana.
   Y en unión indisoluble
se resuelva pena tanta,
a soleísmos del tiempo
gramáticas de Ruzafa.




A la aurora

Salir quiso el Sol bizarro
a ruar en su frisón;
delante lleva la Aurora,
lacayo de resplandor.
   Cual si un poeta civil  
la llamara embajador,
de culto algo más preciado,
nuncio la llamara yo.
   No me contenta el concepto,
y diré, por ser mejor
que del libro de los días
es prólogo brillador.
   De la procesión de rayos
es el dorado guión,
de los días letüario,  
pues todo a un tiempo salió.
   Como la tablilla dice:
«Aquí hay cuenta de perdón»;
«Aquí hay sol, nos dice ella,
de rayos con lengua y voz.»  
   Y como de noche es,
«¡Agua va!» el avisador,
ella dice: «¡Día va!»,
anteponiéndose al mismo sol.
   De la majestad solar  
es el Sumiller de Corps,
el «Hagan plaza», que sale
alabardero español.
   Lisonjero me parece,
pues con grande sumisión
va cortejando delante
a aquel pelirrubio dios.
   En la comedia o jornadas
que del día hace el Autor
el Alba será la loa,
y si no quisiere, no.
   El ante omnia del mundo,
más primero y madrugón,
que en casa del que no paga
porfiado cobrador.
   No más primero al convite
el convidado llegó,
ni por meter una gorra
el más hambriento gorrón.
   Per signum crucis hermoso,  
que es introito de arrebol,
la Sibila de la luz
que el día profetizó.
   Y por fin, la Aurora es
ambigua iluminación,  
los dolores de la noche,
que quiere parir al Sol.



- XXIX -

A las flores

 A la margen de un arroyo,
que rasgo de plata es ya,
a quien han dado poetas
tanto apodo de cristal;
   salieron la otra mañana
(no sé si la de San Juan)
toda gente del olfato
y oloroso popular.
   Sacó la rosa en la cara
de Venus el carcañal  
(sangrienta comparación
para toda brevedad.)
   Similitud de la vida,
del vivir la paridad,
más gastada en las mejillas  
que en las boticas está.
   Más cándida que un lector
(y no de los que ahora hay)
sobre pirámide verde,
si no fue verde sitial,
   vino la blanca azucena
a ser, con su solimán,
de cualquiera mano blanca
el concepto manüal.
   Vestido de adviento quiso  
el morado lilio entrar,
con ribetes de pelusa
listado todo el gabán.
   Vino un clavel salpicado
(de sangre o rubí será)
del prado disciplinante,
no sé si por vanidad.
   Pálida vino de Indias,
de miedo de ver el mar,
la flor que nos da en su rostro
de su tierra la señal;
    el Gran Turco de las flores,
con turbante de coral
y con dos plumitas blancas,
de las flores el Sultán;  
   El clavel, sangre olorosa,
el más purpúreo galán,
más colorado que pulla
y que un vergonzoso está;
   quejándose de las bocas,  
rojo de cólera ya,
boca a boca desafía
cuantas bocas comen pan.
   «-Rétoos, mentiras de grana;
mentís, cárdeno sayal,  
hipócritas colorados;
que no sois lo que mostráis.»
   Mas confiado de sí,
con más grande vanidad
que un poeta que yo sé,
sin querer a nadie hablar,
   vino el narciso muy lindo,
por volverse a contemplar
en retrato fugitivo
que el invierno detendrá.
   El Benjamín de las flores
es el jazmín más real;
pero, aunque pequeño, es hombre
que cualquier lo huela hará.
   La hermosa mosqueta quiso  
desdenes de espinas dar;
que es el pero en la hermosura
y el agrio de la beldad.
   Pretendiendo ser octava
(y no hay que maravillar)  
estaba la maravilla,
una flor de poca edad;
   la que de otras flores es,
por su desdichada fatal,
(aprended, flores, de ella,
y como amigos, llorad);
   aquella flor de a caballo,
la maldición del refrán,
«El caballero que quiere
sin esta flor caminar...»  
   Este matiz y otros muchos
que dejo por no cansar,
jaspe oloroso engastaban
el cristalino raudal.




Silvas


- I -


A un galán que hizo un vestido de terciopelo de una gualdrapa

 El vulgo bachiller y maldeciente,
de quien nadie se escapa,
va diciendo, Damón, que te has vestido
de un no sé qué que fue, si no me olvido,
terciopelo, sin él, de una gualdrapa;  
que en tu persona regresó sin bula,
por deudo de un canónigo, la mula.
   Si algún médico grave
está sin mula, y sabe
el vestido metáfora que has hecho  
   (hablo del terciopelo,
o por mejor decir del gualdrapelo),
el sagaz sustituto de la muerte
al punto, como Alcón, vendrá al señuelo,
que en sólo tu persona, ingenio y capa,
tendrá mozo galán, mula y gualdrapa.
   Si en calles o en jardines
te encuentran los rocines,
(como a sus hembras suelen)
relinchan, corren, llegan y te huelen;  
pero como a su amor no correspondes,
medroso huyes y veloz te escondes;
mas lo haces de manera
que al punto tu fragancia los altera
y des que te vestiste,
no te ve garañón que no te embiste;
y alguno de ellos, de tu honor padastro,
te sigue por el rastro
con errado coturno,
y a tus umbrales ruiseñor nocturno,  
con voz que al más valiente despeluza,
presume que te canta, y te rebuzna.
   Si la gualdrapa, madre de tu ropa,
escoba al polvo fue, y al lodo sopa,
la misma penitencia  
te dejó por herencia,
pues donde quiera que la planta aplicas,
de pajas, polvo y lodo te salpicas:
de suerte que tu capa
no nos puede negar hoy que es gualdrapa.  
   La ancianidad raída, o nueva gala
de la mular librea
que tu persona arrea,
tan vil fragancia exhala,
que la nariz presume  
que es del antiguo estado algún perfume;
y tanto olor expeles
siempre por donde vas, que llevar sueles
(el narigal reclamo que les hizo
el ámbar gris pajizo)  
un grueso batallón de mil muchachos
que en perseguirte pertinaz se ensaya,
dándote la vaya
en la forma que el como a los borrachos;
y en lugar de llamarlo caballero,  
dicen por excelencia: «El gualdrapero.»
Título merecido
por tu galán vestido.
Otros más socarrones,
desde algunas esquinas o cantones,  
con tono que tu oreja atemoriza,
te llaman por tu olor caballeriza;
de suerte, que arrogante, ufano y loco,
aprisa y poco a poco,
para civil gobierno de una noria  
garnacha puede ser y ejecutaría,
y puede tu persona
la cátedra obtener de una tahona;
y por la dignidad que te redunda
de ese vestido antiguo, que algún día
de un guardapolvo y funda
a la mula canóniga servía,
que puedes pretender, es cosa clara,
la prebenda mular de una almazara;
que esa galla pollina  
a tan felice acción te predestina.




- II -


A un galán, que se arrimó a la mula de un coche de unas damas, y le ensució

  Si creyeras, Liseno, mis verdades,
no olieras de la mula suciedades;
oféndesla atrevido,
y vengando su agravio te ha escupido:
grande ha sido su enojo,  
pues te miró, Liseno, de mal ojo;
y mucho es su tormento,
pues lágrimas le cuesta el sentimiento;
más de cólera y rabia,
por vengarse ofendida a quien le agravia,  
descargando su pecho,
a todos de su agravio ha satisfecho.
   Mal de ojo la hiciste,
más ella se ha vengado,
pues mayor mal de ojos te ha causado.
¿Quién te metió, Liseno,
en querer murmurar del ojo ajeno?
¿En la viga del tuyo no reparas,
cuando tu condición no disimula
tus pajas a los ojos de la mula?
   En dares ni tomares
con el ojo te metas, ni en barajas,
que es ojo que jamás se duerme en pajas,
y está tan delicado,
que sólo por las pajas se ha enojado.
   Dicen que era bizueja,
yo no sé si por ciega, o si por vieja;
pero poniendo a luz del uno estanco,
tiró cerrando un ojo, y dio en el blanco.
Tomó en vez de tabaco cebadilla,  
y llenose de humor la rabadilla,
y si de ella tomó cuanto ella pudo,
no es mucho que arrojase un estornudo.
En esta coyuntura
quiso dar a las damas confitura;  
mas al veros, Liseno, tan escaso,
les dio la colocación conforme al paso;
y así vuestro vestido
quedó de pasamanos guarnecido,
y si no fueron de oro de martillo,
iguales en color por lo amarillo;
y con su humor pajizo,
al dar la mula, muladar os hizo;
antes que os guarneciera,
y este caso pasara y sucediera,
por algunos enojos
lo llevaba la mula entre los ojos.
Digo en el uno, que con llanto baña
a quien sirve la cola de pestaña;
más viéndolas tan bellas,  
por no tomarlas de ojo, ni ofendellas,
tratándolas en esto como amigas,
higos le vino a dar en vez de higas;
que con gente de casa
todo se lleva, sufre y todo pasa;  
que como es mula tonta y no distingue,
se le fue por el ojo un lapsus lingue,
y aunque es acción que rústica parece,
perdón la mula de este error merece.


III


A una dueña muy golosa

Escucha dueña, ¡oh dueña de la gala!
el sincopado epílogo
de tus raras, si inmensas golosinas
a que tu ingenio inclinas
con tanta agilidad y sutileza,  
que en esta facultad, por maña y arte,
eres protogolosa,
y cual Tulio en retórica famosa.
Por eso el vulgo te publica y llama
golosa de las nueve de la fama,  
y antes de muchos años, por lo mismo,
archifénix serás del golosismo.
   Tienes tanta destreza y tal cuidado,
por la larga costumbre,
en oler y engullir lo bien guardado,  
que en la casa do estás y adonde vives,
en bodegas, cocinas y desvanes,
despensas, corredores y azoteas,
sótanos y rincones,
ni nacen sabandijas ni ratones;
que como no les dejas
en arcos, cofres, trojes, poyos, rejas,
armarios ni aposentos
migajas que comer, mueren hambrientos:
y por saber tus tratos,  
ni acuden perros, ni te paran gatos,
pues con curiosa traza y sutil modo,
tú sola en su lugar sirves de todo.
   No hay olla tan colérica y profunda
que no taladren, sonden y penetren
los alentados buzos de tus sopas;
ni plato tan villano
que franco, generoso y cortesano,
sin ser maestresala, ni copera,
no te dé de sus salvas la primera;
que en tu vivo apetito,
no priva más lo asado que lo frito;
y tanto te desvela
su voraz condición, que no hay cazuela,
relleno, ni gigote,  
inglesas tortas, ni pastel en bote,
mondongo, manjar blanco, almondeguillas,
chorizos, salchichones y morcillas
y otros compuestos de invenciones varias,
que no te ofrezcan y te rindan parias;
que cuanto el gusto pródigo administra,
almojarife el tuyo lo registra,
como si por ventura o por derecho
hubieras sobre todo impuesto pecho,
o como si heredaras  
no por lo transversal, por línea recta,
del glotón Epicuro
alguna renta o juro,
a cuya paga tenga hipotecado
toda su comezón cuanto hay guisado,
pues en caliente y frío
tienes jurisdicción y señorío.
   Qué empanada tan monja en la clausura,
de quien celoso pico y cauto hierro
es el guarda y murallas de su encierro...
¿Quién humilde, obediente a la ganzúa
de tus curiosas mañas,
no te da lo mejor de sus entrañas?
   ¿Qué difunta conserva que en el fondo
de la redonda, estrecha y fatal caja  
yace por avarienta sin mortaja,
y a quien el vientre de un borrado cofre
sirvió piadoso de funesta tumba,
a la fuerza eficaz de tu conjuro,
no hará resucitarla a todas horas
de tu boca de circe un exi foras?
   ¿Qué castaña en el fuego, purgatorio
de su dureza y faltas,
se ve penar saltando entre las llamas,
que el alma no le saques con la cuenta
que tienes de perdones?
¿Qué te aprovecha en tales ocasiones,
el llevarla después con premio injusto
a gozar de la gloria de tu gusto?
   ¿Qué torrezno fiambretó, qué buñuelo,  
aunque le sirva de poyata el cielo,
de foso el mar y el cáucaso de muro,
de tu gran golosina está seguro?
Tus manos barcos y tus dedos remos,
llegaran de la China a los extremos  
si confite, turrón, dátil o alcorza
fueran el oro y plata de sus minas:
¿Y que melón, presente de la mano
de vasallo hortelano,
que hermoso llega, entero y cariescrito,  
si es su secretario tu apetito,
a la mesa de la sala
no sale refrendado de tu cala?
   A ser tortilla el sol, rompiendo el aire
subieras con escala a su epiciclo;  
y si la blanca luna con su aceite
fuera torta de aceite,
con el sacre veloz del pensamiento
le hubieras dado alcance en un momento,
y viniera a servir, sin duda alguna,
tu estómago de eclíptica a la luna;
y el boquirrubio Dios de cuarta esfera
dejara, si pudiera,
sin carroza la luna, el sol sin coche,
sin hacha el día y sin candil la noche.
Y si el Ártico Polo, aunque elevado,
fuera huevo estrellado,
ya por rumbo derecho
pasto de tu quijal lo hubieras hecho,
siendo en el golfo, navegando a puja,
tu boca el barco y tu nariz la aguja.
   Formando al fin con arte tus deseos
artificiosa cabria y frágil grúa,
a ser pechuga de gallina o pavo,
dieras también asalto al Cielo octavo,
y a todas sus estrellas
si fuera de comer alguna de ellas.




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