sábado, 15 de febrero de 2014

MARISA MARTÍNEZ PÉRSICO [10.945]


MARISA MARTÍNEZ PÉRSICO

Nació en 1978 en Lomas de Zamora (Provincia de Buenos Aires), Argentina, y tiene la doble nacionalidad española por sus orígenes gallego y castellano-leonés. Desde diciembre de 2010 vive en Roma.

Con 18 años escribió su primer poemario, Las voces de las hojas (Baobab, 1998), que recibió dos años antes el Primer Premio en el Certamen “Río de la Plata II”. Luego publicó Poética ambulante (2003), Los pliegos obtusos (2004) y La única puerta era la tuya (Verbum, Madrid, 2015), libro por el que resultó finalista del II Premio Internacional de Poesía “Pilar Fernández Labrador”.

Licenciada y Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires (UBA), Doctora en Filología Hispánica e Hispanoamericana por la Universidad de Salamanca. Hoy se desempeña como profesora de Literatura en Lengua Española I, II y III en la Facoltà di Lettere de la Università degli Studi Guglielmo Marconi y profesora colaboradora del Instituto Cervantes de Roma (examinadora DELE-cursos Università LUISS). Fue adscripta durante los años 2008 y 2009 en la cátedra de Literatura Latinoamericana II de la UBA, colaboradora de la Fundación Leopoldo Marechal durante varios años (Argentina). Enseñó entre los años 2000 y 2009 Lengua y Literatura en un colegio secundario argentino, dictó clases de taller literario en la editorial porteña Baobab, fue correctora de estilo free lance para editoriales argentinas y ecuatorianas. Jurado invitada en certámenes televisivos de literatura (Encuentro del saber, Argentina, 2010) y en certámenes de poesía y cuento (Ediciones Baobab, Universidad UCES, Municipalidad de Lomas de Zamora), entre otras tareas vinculadas a la docencia, escritura e investigación.
marisamarp@gmail.com


ARTERIA SECUNDARIA

El querer tiene su hemisferio de sombra, como la luna.
Jorge Luis Borges en Proa.

Cada ciudad me mira con los ojos de otra
con quien pudiste pasear por una calle,
suspirar al unísono en un parque público,
arrojar idéntico pan a las ardillas.

Cada ciudad tiene una avenida que eludo,
la vedette de los mapas, la infalible en los círculos turísticos
una que la vio latir, paseante, a tu costado,
comprar trajes en tiendas previsibles,
tomar fotos a obeliscos de catálogo.

Yo, en cambio, me sumerjo en invisibles callejuelas,
pasadizos tocados por el alba que se filtra a escondidas,
con macetas que hospedan arañas sigilosas.
Y danzo como una bailarina en su escenario
para un espectador en prima fila.

Quizás mi vida a tu lado sea eso:
un paseo distinto por una ciudad que aún recuerdas.



LJUBLJANICA SAVA

Se esfuman ciertos gestos
del crucero que hicimos por Ljubljana.
Las sensaciones aéreas
cómo el viento jugaba con mi falda
cómo el agua cantaba en movimiento.
Allí toqué, por un segundo, el alfiler agudo de la dicha
pero fue tan leve al tacto
que lo perdí al doblar el primer puente
donde aprieta el pasado
como un zapato antiguo y defectuoso
que aún quisieras ponerte.



Dignidad

De todos los oficios de la rosa 
Elogio su homenaje de la muerte. 
Empecinada por trepar la tierra, ávida 
De gloria 
Se endereza majestuosa contra el viento 
Coronada por un séquito de plumas 
A esperar 
La recompensa 
De que algún caminante 
Aplauda su belleza 
Y la destruya. 



Noche 

La tarde se hundirá en las ruinas de mis ojos 
Y antes de volver te traerá a mí 
Para que pintes 
Mis paredes blancas 
Tus pinceles rojos 



Cicatriz

Entre la muñeca y los nudillos 
Una mácula rosa que acompaña la mano 
Se desplaza 
Sin saber que la miro, mira el mundo 
Impasible 
Con sus ojos de coágulo. 

Irreparable rosa, 
Herida silenciosa. 



XX 

Cuántas veces esperé una carta 
De mí misma 
Enviada del futuro para la niña 
Olvidada. Con el sol 
En los ojos y una pierna 
A cada lado del caballo 
Sigo yo 
Conmigo en brazos 
Crecida para alimentar el recuerdo 
                      De mi propia esperanza. 



Primer movimiento

Son diecinueve días sin tus cejas.
De tener que construirte con mendrugos de historia
y recobrar tu mirada que ya nunca,
y repetir tu minué de sobremesa
mientras vibra el olor de la cebolla
en el reseco umbral de la cocina
y yo intento la siesta.

Esta tarde abrazaré el adiós como a un hermano:
irá conmigo hasta el último rumbo,
galopará el agujero vacío de tu nombre
incapaz de hospedar una presencia;
anulará para siempre el sustantivo,
te explicará mi amor
aunque no importe,
ahí,
donde me aguardas.

Me aturde
no saber indagar tu domicilio,
que no puedas latir a la distancia,
que dejemos de ser un contrapunto
sonando de a dos este concierto,
que perdures en mí con tu fantasma
tan mudo y tan vivo y tan ausente
que el teléfono invoque hasta el agobio
sin gritarme tu risa en los oídos.

Que me toque existir a tu caída.

Allí, donde nadie te estorbe
poblarás el universo de engranajes,
soñarás una estirpe de metal donde inventar tus hijos,
habrá nubes que tendrán la estampilla de tus manos,
ingenieras del alba y de la sombra.

Algún día heredaré tu cielo
y volveré a encontrarte, papá, en esa orilla sin nombre.



Francotiradores de Sarajevo

¿Por qué no vamos
de vacaciones a Bosnia?
Ha sido tu pregunta
de estos años.

Hojeabas la revista Bell’Europa
y andabas por la casa
con un cuadro
del antiguo cementerio judío.

En la foto de la tienda
que reza “Cvjecara”
las flores germinan en la roca
a través de los impactos
de mortero.

Hay orquídeas en venta,
para los amantes
y los muertos, me decías.

¿Por qué no organizar
un viaje a Herzegovina,
este verano?

Estabas triste a destiempo.

Por entonces
eras solo un muchacho
de familia opulenta
que franqueaba el confín
de los Balcanes
por tumbarse en las playas
sin bombas del Egeo.

Pero es fácil ser lírico
con la tragedia ajena.

Pavonearse entre los símbolos
con temas prestados
sin usar las rodillas
como patas de perro
por burlar a los maquis
del Bulevar Selimovica.

¿Por qué no vamos
a Mostar,
aunque sea unos días?

Yo tenía trece años.
El padre de mi amiga
amanecía pegado
a una emisora europea
para oír del asedio,
de su hermano en Markale,
de esa Miss Universo
coronada
en un sótano.

Yo escuchaba The Cult
en la otra sala.

La pureza no duele
cuando el mal no nos toca.
Después de Sarajevo
no es posible mirar una criatura
sin vendarse los ojos.

No volviste a insistir.

La llevarás, ahora, de la mano
al osario de tórtolas
del cuadro.

Y todo está en su sitio,
amor,
no te disculpes.

Yo tendré otras montañas.


Lenitivo

No hay
como leer cartas de amor
de otras épocas.

Esto también pasará.



Reconquista del pasado

Este prado del norte
es el bosque de ovejas
de mi infancia en el sur.

Me lleva siempre a México
un único aeropuerto,
en un vuelo de Avianca.

El vértice izquierdo
de cualquier dormitorio
vio a mi padre morir.

Caminábamos
vestidos de uniforme,
bajo un sol sin sorpresas.
En un rincón del sueño
nos dijimos adiós.
Desde allí, cada sendero
es del color de las losas
que pisamos dormidos.

Quise posar mi oreja en tu costado
por saber si latía, remiso, un corazón.
Desperté antes de tiempo.

Los buques
en que hemos naufragado
van tocando mojones de memoria
al fondear otros puertos peregrinos.

Pero estas calles etruscas
no consienten piratas del asfalto.
Sin tu nombre, mis ojos
desmenuzan
un orbe de jazmines.

La atmósfera respira
de hoja en blanco.

El mundo vuelve a ser
una promesa.



Poética ambulante

Volver,
siempre venir de alguna parte,
invocar el ritual
de la mudanza.



Casa hipocresía

No me importa
que rompas el peldaño que te vuelve
que quieras
que te escondan.

Me interesa
no sepas dominar esta importancia
ni con dos de tus manos
ni con todas las flores
de tu nombre.



Expedición doméstica

Son las siete en Reichsgau
Y en otro punto equidistante
Del planeta.
(Cuando iba a la escuela me gustaba
abrazar el planisferio y calcular
la simetría de los
husos. Siempre supe
que Japón era el revés de Buenos Aires.)

A la tarde me arrojo a la humedad
De la bruma y acaricio
El crepúsculo violeta. Mi cuota de orfandad
Se debilita si recorro las calles
De Carintia.
Ni siquiera me aleja un hemisferio
del espacio que tu cuerpo ocupa.
Pero anoche llovió y
Cómo extrañé tus pasteles de membrillo
El fragor de la cuchara contra
El plato, tu puñado de bucles.
Pinceladas reflejas de sentirte
En casa.
Acá se ve la auriga
Y en los bares se respira olor a Maxim´s.
Es molesto adecuarse a otra rutina.
Nunca acaba por ser del todo tuya y la nostalgia

Persiste.
El té de enebro
Tus cruces y estampitas
Enredar palabras por hablar de golpe
La manera de hacer
un dobladillo.
Golpean
A la puerta. Me levanto a abrirte.
Dejo paso a tu inercia
Y apoyás dos bolsas
En el piso.
¿Qué te pasa?

Te miro como si te desconociera,
Como si un terremoto nos hubiera

Partido, y por la puerta entreabierta
Florecen las clemátides.
Nada. Qué bueno que viniste.



Farewell dos

Adiós a la poesía burda, aquella absurda
maravilla inescrutable,
maremágnum sintagmático del siglo,
metástasis de versos troquelados.
La vanguardia del erizo y del carpincho,
alegrémonos que no entendemos qué bárbaro,
te quiero pero estoy bien light alone
qué oprobio ese vestido de la abuela.
Marketin’ del verso adiós,
adiós.



Tan lejos de nosotras

Las manos de mi hermana
ya tuvieron dos hijos.
Todavía juegan con las mías
en fotos,
porque están a kilómetros de casa.

Sus manos nacieron jardineras
para ordenar
el blanco y el azul, el rojo y el celeste.
Contará una jauría de cruces cada noche
una vida sonora y transparente.

Nuestro patio amaneció cargado de retamas
donde ayer le dibujé
una casa gris de tejas rojas en el margen
de un río. Mis primeras letras
mis últimas palabras.

A veces, antes de dormir, en la penumbra
imagino que aún está, tendida
en la otra cama. Que de pronto
sonará el despertador y mientras ella lo apaga
abrazaré mi conejo
sin apuro
niña náufraga
en la isla sin tiempo de la infancia.

Ahora se despierta a kilómetros de acá
quién sabe qué paisaje
vestirá su ojos negros, su sonrisa apacible.

Ella y yo
tan lejos de nosotras
que nos unen la ruta y un verano.



Artepoética

Sin un dolor sublime
Sin un pathos que valga
el verbo poético
se cruza de piernas o de brazos.




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