lunes, 17 de octubre de 2016

LEONARDO GÓMEZ JATTIN [19.297]


Leonardo Gómez Jattin

Colombia.

Los poemas de Leonardo Gómez Jattin

    
Uno al ver u oír los dos apellidos de Leonardo José Gómez Jattin, no puede menos que pensar en poesía y transportarse al fértil valle del Sinú, por sus meras resonancias, que son más que musicales.

Por: Luis Carlos Ramírez

Uno al ver u oír los dos apellidos de Leonardo José Gómez Jattin, no puede menos que pensar en poesía y transportarse al fértil valle del Sinú, por sus meras resonancias, que son más que musicales. Yo, particularmente, lo imaginé, de manera caprichosa, un probable hermano menor de ese otro poeta y rebelde, del enorme poeta: Raúl Gómez Jattin. Sin embargo esta fantasía es difícil de controvertir o afirmar con lo poco o nada que se tiene disponible de su biografía en la red más allá de sus estudios en la Academia Luis A. Calvo y en la Academia Superior de Artes de Bogotá. Bastante, sí, se puede rastrear de sus obras, que es lo que, finalmente, importa.

Leonardo es músico, una de las tantas formas de ser poeta y su calidad compositiva la sustentan sus numerosas, polifacéticas e innovadoras composiciones desde el principio, desde sus trabajos en Tacumbalé, grupo del cual poco y casi nada se logra rastrear en internet y en Guafa trío, ambos iniciados en 1998, donde ya se encuentra la belleza innovadora de sus arreglos e interpretaciones que recientemente me han sorprendido en composiciones como el pasaje llanero Como no voy a quererte. Con Alé Kumá, cuyo disco Cantaoras es ya una leyenda, empezó a trabajar en 2002, donde ha tenido el privilegio de compartir con grandes maestros de las musicales de los litorales como: Etelvina Maldonado, Martina Camargo, Benigna Solis, Gloria Perea y Pablo Flórez, además de jóvenes promesas como Lina Babilonia, Natalia Bedoya y Carmen Antolinez. Paralelamente trabajó dos álbumes con Diana Hernández, la reconocida María Mulata en 2007 y 2009. Con La leyenda de María Barilla, ese bello musical que devolvió a la mítica bailadora a la rueda de Fandango, ganó el premio Fanny Mickey al Teatro Colombiano en el 2010 y en el año 2012 fundó la agrupación vocal – instrumental Canaguaro, un cuarteto que, de alguna manera retoma la herencia de Guafa y la continúa y transforma, dando cabida, principalmente, a los aires de los llanos orientales y, en menor proporción, los de la zona andina colombiana.

A las obras de Leonardo las empecé a conocer una tarde cualquiera en medio de un largo viaje del centro al norte del departamento de Bolívar en El top 20 de la Radio Nacional de Colombia, cadena de emisoras (antigua Radiodifusora Nacional) que desde la reestructuración de su enfoque y visión de radio pública en el año 2007 ha abierto un espacio invaluable para las denominadas Nuevas Músicas Colombianas, entre las cuales se puede ubicar, con algo de cuidado, a la música hecha por Gómez. A estas Nuevas Músicas las aglomera, en su variedad, el común denominador de la resignificación de la identidad musical nacional, enriqueciéndola, restaurándola y redefiniéndola. Refrescándola.

Algunas de las propuestas de este movimiento renovador son decididamente transgresoras como las de La mojarra eléctrica, Systema solar, Sidestepper y Velo de oza, por ejemplo, sin embargo, la mayoría, sino todas las propuestas son difíciles de definir y aún más de encasillar en un probable único estilo. Cosa que, entre otras, sería injusto y mezquino con propuestas como las de Puerto Candelaria, Choc Quib Town, Pernett, Bomba Estéreo, Monsieur Periné, South people, Onda trópica, Chabuco y Milmarías, por ejemplo. En el otro extremo del espectro, en el cual se puede ubicar la propuesta de Leonardo, están las revisiones menos transgresoras, no necesariamente conservadoras, más cercanas al espíritu de las músicas tradicionales colombianas, planteándoles una revisión conservadurista, clasicista, mejor, un tanto más parecida a la que planteara el maestro Lucho Bermúdez en los años cuarenta del siglo pasado con su adaptación de los ritmos del caribe colombiano al lenguaje musical de las Big bands del jazz y que, en parte de sus obras, ha sido continuada por Justo Almario, Tico Arnedo y Pacho Zumaqué. Sin embargo este acercamiento de Leonardo difiere del de estos a pesar de alimentarse de la misma herencia y de las mismas primeras revisiones desde otros lenguajes, como las de Pacho Galán y Antonia María Peñalosa en las músicas del Caribe, puesto que él no las aborda desde otros lenguajes, sino que las enriquece en su instrumentación, modificando un poco la tradicional o incluyendo instrumentos poco convencionales como el piano y el contrabajo que él mismo interpreta.

Leonardo y sus proyectos cohabitan este espacio con María Cristina Plata, La tribu barají de Juancho Nieves, La mamba negra, Na Morales, Boleoro, El Cholo Valderrama, Laura Kalop, Maité Hontelé, Lucio Feulliet, Bahía trío, La 33, Orito cantora, Son Palenque, Los tambores de Totó y Caribbean New Style, entre otros grupos que reinterpretan nuestras músicas tradicionales, profundizando sus lenguajes y en ocasiones abordándolas desde otros   o entrecruzando los lenguajes locales entre sí o estos con los extranjeros.

Leonardo no se considera un compositor, a pesar de serlo, además de contrabajista, arreglista, guionista, dramaturgo, investigador y productor musical. Se considera sí, un escritor de canciones y, en este arte, es mucho lo que él mismo reconoce haber aprendido del poeta del Sinú: Pablo Flórez Camargo. Es, sin lugar a dudas, un enorme compositor de canciones enmarcadas en las músicas tradicionales colombianas: Andino – llanera y de los litorales Caribe y Pacífico. Estas canciones suyas tienen un doble valor incalculable al permitir dar continuidad a la revelación de las cantaoras colombianas plantada al Pop con el álbum La candela viva de Totó la momposina de 1993 (recientemente re editado como Tambolero en homenaje a Batata III) y que ha permitido darle un  nuevo rostro y una notoriedad impensada unas tres décadas atrás a estas músicas nuestras. Llama la atención que, a pesar de tener canciones que se pueden denominar narrativas, tales como: Río Guapi, Olor a guayaba, ¿A dónde van?, De cortar caña, Macondo en llamas y Una canción en el río Magdalena, la gran mayoría de las canciones que se pueden rastrear de Leonardo son asociadas a la dualidad amor – desamor, con las cuales le imprime a estas músicas tradicionales muy bellas letras, que se apartan de la línea acostumbrada en estas que, pocas veces, tocan estos temas por el carácter propio y la funcionalidad original de estos cantos.

Nombro sus canciones como poemas porque, en realidad, lo son. No solo por su estructura, su métrica y el uso que dan al lenguaje, sino por sus imágenes que, desde la espontaneidad y la sencillez, distanciándose de la senda y los condicionamientos académicos, encuentran con gran fluidez y frescura, la belleza. Belleza que se acrecienta en los oídos, los pies y las caderas de quienes amamos estas músicas y aplaudimos su valerosa y arriesgada apuesta, por su calidad conceptual e interpretativa y su juicio y rigor investigativo y creativo, con los cuales logra fusionar de manera magistral lo ancestral empírico con lo académico actual.

Leonardo pone en la voz de Carmen Antolínez una memorable Chalupa que, desde su mismo título Cuando el silencio te nombra, nos va dando cuenta del lamento que suele pasar desapercibido camuflado en la sabrosura de la voz de la barranquillera y la instrumentación que, inevitablemente, invitan a bailar.

 

En las paredes del tiempo
no se dibuja tu sombra,
solo se escuchan los ecos
cuando el silencio te nombra.
Y escucho la voz… de tu sombra
y el silencio gris… que te nombra.
Me acompañaré… de tu sombra
en la noche azul… que te nombra.
Y se oyen los pasos… de tu sombra
y el eco del tiempo… que te nombra.

Y escucho la voz… de tu sombra
y el silencio gris… que te nombra.


Lamento que es acentuado en el estribillo que abre y cierra cada coro y el final de los versos pares de cada estrofa, que son repetidos, intercalados, en cada verso de los coros.



Las rendijas de la noche,
donde los sueños se asoman,
y entra el aire de los campos
donde respiro tu aroma.

Ay donde los sueños… que se asoman,
y el aire del campo… de tu aroma.
Y es como la noche… que se asoma,
impregnada está… de tu aroma.
Ay por las rendijas… que se asoma,
por donde respiro… de tu aroma.

 

Lina Babilonia en el bullerengue El manduco, que hace parte del musical María Varilla, da inicio a un contrapunteo en torno a las infidelidades amorosas con una alusión a la actividad de lavandería antes hecha a la orilla de los ríos.

 

¡Ay, todos los hombres son
como trapos de cocina!
los cuelgas en la ventana
y se los lleva la vecina.

Te rompen el corazón.

 

Natalia Bedoya presta su voz para dar vida al garabato Canción de amor y muerte, en la que Leonardo mira a la muerte como a un amor ingrato de esos que uno ya nunca más se quiere volver a tropezar y que, en ocasiones, preferiría no haber vivido o sufrido.

 

No remuevas más las heridas
lo único que quiero es vivir en paz,
corre de nuevo tu manto negro
pa’ que la luz me vuelva a llegar.

Desempolvaré los cajones,
ningún recuerdo tuyo ha de quedar,
que tu guadaña siga enterrada
donde las flores han de brotar.


En la cumbia Eres agua, que inicia con la percusión del agua contenida en una totuma, la interpretación de Carmen Antolínez, logra dar el tono exacto a esta desgarradora confesión de amor imposible que atraviesa a la pasión y el encanto.



¡Nostalgia azul en tus ojos
que es donde me asomo al mar!
Y es tierra fértil tu boca,
donde brota un manantial.
Y muero de sed, y muero de sed…


En el tema Mientras llega el olvido, definido como Pajarillo moro por él mismo, en exploración del ancestro de su ancestro árabe, Leonardo nos regala en una de esas clásicas décimas que ya casi no se dan en los libros y menos en las canciones, una especie de re-visión del verso nerudiano: Es tan corto el amor, y es tan largo el olvido…

 

Si ha de llegar el instante
en que me invada el desvelo
y no he de sentir tu pelo
ni tu sueño susurrante,
cuando te sienta distante
y todo pierda sentido,
el plazo se haya cumplido
y mueran los argumentos,
mientras llega ese momento
me preparo pa’l olvido.

 

Sin dejar de lado las décimas, con el bello aporte del clarinete del maestro Justo Almario, el tema Décimas de la ausencia, nos da muestra de otro canto de desamor bello y desgarrado en el cual el amante ya no se prepara al probable y seguro olvido, sino que se enfrenta ya a la traición y al desdén.

 

No escuchaba los heraldos
que me anunciaron la muerte.
No previne que tan fuerte
era el veneno e tus dardos.
Me sostuve sin respaldo
cuando temblaba mi suelo.
Te cubriste con un velo
para desahuciar mis sueños.
Pusiste todo el empeño
ya es hora de alzar tu vuelo.

 

En la Cumbia Despedida, inspirada en El general en su laberinto e interpretada por María Mulata, Leonardo pone el acento en la constante lejanía que unió las vidas de El libertador y su libertadora y que, termina siendo, no el lamento por la pérdida de un amor que ha encontrado fin por la traición o el enfriamiento, sino que se ha truncado por la inevitable e inminente muerte.

 

Qué vacío
deja su partida.
Sabe bien
que daría la vida,
que por usted
yo daría la vida…

Qué vacío
deja su partida,
que vacío
queda aquí en su suelo
sabe bien
tras su despedida
vivirá en mis sueños.

 

En sus composiciones Leonardo no sólo ha cantado al despecho, también en sus variadas músicas tradicionales ha cantado, confesando el amor de formas bien particulares y bellas. En Cómo no voy a quererte, pasaje llanero que me llevó a enamorarme de sus letras, la bellísima voz de Andrea Díaz, nos sumerge en una mágica transposición poética que confunde al ser amado con el paisaje, tan o más amado que este.

 

Cómo no voy a quererte, si…
tus manos tejen la luz de la madrugada.
Cómo no voy a quererte
si habitas cada momento de mi jornada.

Cómo no voy a quererte
si hueles como la lluvia,
el mastrancal, la colmena;
si recostado en tu pecho
se siente el mismo perfume
que carga la yerbabuena.
Cómo no voy a quererte yo,
si tú llegaste y mi vida se perfumó.


En el Zumba que zumba llanero Deja llover tu tristeza, Leonardo hace una de esas declaraciones de amor que, para mí, es más bella por la sinceridad que transmite la sencillez de sus palabras que por las imágenes y la historia misma.


Perdida en tus pensamientos,
arrastrando tu mirada
hacia ese lugar oscuro
donde ya no queda nada.
Si en tu horizonte lejano
la nostalgia se divisa,
tendré los oídos atentos
como esperando tu risa.
Si, como en abril, tus ojos
van carga’os de nubes negras,
deja llover tu tristeza
sobre voces que se quiebran.
Si el tiempo oculta tus pasos
que van de atasco en atasco,
yo seré tu compañero
de sueños bajo el chubasco.

 

En el bullerengue, Negro mirar, interpretado por Etelvina Maldonado y Lina Babilonia, nos pone Leonardo de manifiesto las constantes fluctuaciones que se dan en el amor que suele permanecer, con frecuencia, entre la tormenta y la calma.

 

Negro mirar de ojos negros,
negro se mi noche negra.
 
Tus ojos son como el cielo,
negro se mi noche negra.
 
Azules según se calma,
negro se mi noche negra.

Y negros cuando al besar,
negro se mi noche negra.
 
Llevan tormentas al alma,
negro se mi noche negra.

 

En el Currulao Si me miraras morena, cantado por Nidia Góngora, sobre la suave caricia de la marimba del pacífico, Leonardo plantea una reflexión para mí equiparable en su naturaleza a la hecha por el maestro Sergio Moya Molina en el paseo Fortuna y desdicha, planteándose los dos la posibilidad del éxito y el fracaso en el amor.

 

Mis ojos buscan los ojos,
que con mirar mi alma sueña,
y mi alma sería feliz
si me miraras morena.
*
Y sufro por tu silencio,
si tú callaras morena.
No hay frío como el olvido,
si el olvido es mi condena.
Ni olvido como tu olvido,
si me olvidaras morena.

 

El bello bambuco, Canción de cuna, no solo termina de mostrarnos la versatilidad musical y compositiva de Leonardo en esta selección personal de algunos de sus cantos, sino que nos permite ver otra de las caras que tiene el amor, el amor filial que deja aflorar una singular ternura tanto en la letra que la compone, como en la interpretación que le hizo Natalia Bedoya en María Varilla.

 

Carita de nube,
perfume de flor.
Manantial de vida,
semilla de amor.

Las aves del campo
cantarán contigo,
y los cocuyitos
serán tus amigos.

Por la cordillera
irás tras sus pasos,
serás su alborada,
su tarde, su ocaso.

Duérmete mi vida,
duérmete mi amor,
mi luz de verano,
rayito de sol.

 

Leonardo José Gómez Jattin es una especie de camaleón, no porque se esconda detrás de o en medio de, como si lo hacen muchos otros supuestos artistas, sino por su capacidad de adaptación y su facilidad para pasearse, como Pedro por su casa, por la intrincada jungla de las músicas colombianas sin desentonar con sus raíces y con su actualidad, legándonos, desde ya, una importante y rica obra, musical y literaria, que, más allá de los escasos titulares y figuraciones mediáticas que puede alcanzar, como en su obtención de La gaviota de plata en Viña del 2007 y como, posiblemente, lo vuelva a ser en el 2016, espero y aspiro a que no quede relegada al olvido y el desprecio, como suele suceder con muchos, la gran mayoría de los cultores de nuestras músicas tradicionales por causa de la desafirmación cultural que nos lleva a creer que todo lo valido y bello es lo ajeno, lo extraño, lo extranjero. Leonardo, autor y compositor, es una especie de mago que embruja las notas y las letras, sacándonos al paso, a cada paso de sus cantos, la belleza que siempre está al alcance de nuestras manos, nuestros pies y nuestros oídos.

Agradezco, desde acá, a Leonardo y todo su equipo de trabajo, esta forma particular de engrandecer nuestras músicas tradicionales con pasión y clarividencia.

    






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