viernes, 21 de octubre de 2016

JUAN GARITA GUILLÉN [19.343]



JUAN GARITA GUILLÉN 

(Costa Rica, 1859-1912)

El 14 de febrero  de 1859 nació Juan Garita Guillén, Fray Juan, como se le solía llamar. Para algunos, nació en San Rafael de Oreamuno done realiza sus primeros estudios, pero para otros, su pueblo natal fue Tierra Blanca, pueblito donde transcurrió gran parte de su vida. En ese lugar se depositaron sus restos en la iglesia y de ahí fueron trasladados posteriormente al cementerio general.

Sus padres fueron Rosa Garita Víquez, de Tierra Blanca y Juan Guillén Mora, de San Rafael de Oreamuno. Este hogar estuvo formado por los cónyuges y siete hermanos: cinco mujeres y dos hombres. Él fue el mayor de esta numerosa familia.

Realizó sus estudios secundarios en el colegio San Luis Gonzaga de Cartago. Posteriormente  estudió en el Seminario y de ahí pasó a León de Nicaragua, donde completó la carrera sacerdotal.

Su  padre se opuso a que siguiera dicha carrera, pues eran muy pobres y necesitaba su ayuda laboral para llevar el sustento a su familia. No obstante, Juan, siguió adelante con sus estudios, los que finaliza en 1884. El 20 de diciembre de ese año, recibió las órdenes sacerdotales de manos de Monseñor  Bernardo Augusto Thiel, en Nicaragua.

Pocos años después de haber ingresado a Costa Rica, proveniente de Nicaragua y comenzando su cargo sacerdotal, precisamente en el año de 1885, Juan Garita Guillén protesta por la expulsión de dos sacerdotes, Rosero y Marino, fuera del país. Publicó su protesta en una hoja suelta y por ello fue confinado, en la isla de San Lucas y castigado físicamente con veinticuatro azotes. Estaba a la cabeza de la república, el licenciado Próspero Fernández y como gobernador Bernardo Soto, que fue el que dio la orden del destierro.

Desde joven, Juan Garita Guillén, escribe en forma asidua. El paso por diferentes pueblos le permite conocer más de cerca a los campesinos. Pasó por  Santa Ana, Santa María de Dota, Paraíso, Escazú, Tabarcia, Térraba, Puriscal, Piedras Negras, Tierra Blanca, entre otros.

No solo se dedicó a los menesteres religiosos, más bien desempeñó diversos oficios y cultivó con ardor la tierra. Fue un campesino que trocaba y turnaba los oficios de la iglesia con el  trabajo diario de la tierra.

Sus  escritos varios, firmados con los seudónimos de Fray Juan, Garabito, y Tío Berrinche, van desde el simple cuadro de costumbres hasta novelitas cortas doctrinales, así como trabajos sobre agricultura. En todos los casos  fueron obras escritas bajo un código estrictamente moral y pensando siempre en que fueran útiles a sus conciudadanos.

Nunca dejó, Juan Garita Guillén, de estudiar. Conocía y practicaba varias lenguas: latín, griego, inglés y antes de morir, estudiaba el chino. Otro de sus pasatiempos fue la música. Él mismo tocaba  violín y guitarra.

Fue antiliberal y se oponía  al anarquismo. En no pocas ocasiones aconsejó  a sus feligreses que diesen el voto a candidatos católicos. Fueron  sus preocupaciones la formación moral y religiosa, las normas sociales y los aspectos prácticos de la vida.

El poeta colombiano José Manuel LLeras fue el que escribió la primera letra del Himno Nacional de Costa Rica en tiempos del gobernante Tomás Guardia Gutiérrez, el 15 de setiembre del año 1973. Oficialmente no se instituyó esa letra por varias razones: era muy larga, adulaba en demasía al General Guardia, atacaba a la Cuádruple Alianza centroamericana, etc.

Fue el día 24 de junio de 1879, años después de esos sucesos que se entonó el Himno Nacional con una nueva letra, escrita por el seminarista cartaginés Juan Garita Guillén. Tampoco se oficializó pero se usó durante algún tiempo.

Murió en el año 1912.


LO QUE ESCRIBIÓ JUAN GARITA GUILLÉN

Novelas

1. Clemente Adán: 1901 (fue  un relato publicado en tiradas en El Eco Católico).
2. Conchita: 1904 (relato)
3. Juanita Ruiz: 1911 (fue llamada Los héroes inéditos, publicada en El Independiente). Es un relato.

POESÍA

1. Fábulas y fabulillas: 1908
2. A la patria en sus  días: 1908
3. Mis sueños: 1908
4. El Mundo: 1905
5. Al aguacate: 1905
6. Los cuatro borricos: 1908
7. Receta para componer versos: 1908
8. Los bueyes en rebelión: 1908

CUADROS DE COSTUMBRES

1. Diálogo Campesino: 1905
2. La pedida de la novia: 1905




Para algunos críticos literarios, estas obras escritas por Juan Garita Guillén, no llegan a ser novelas. Así  Virginia Sandoval les llama noveletas. Otros ni siquiera las consideran como parte de la literatura costarricense. Nuestro interés es dejar testimonio de que, a pesar de las limitaciones  genéricas y literarias, presentes en estas obras, lo cierto es que este sacerdote fue pionero en nuestra novelística y dio un aporte importante a su desarrollo de ella,  desde el  aspecto temático y costumbrista.

Sus novelas, como él las llamó, reflejan su formación religiosa y su deseo de ejemplarizar a sus feligreses, sobre todo a la mujer. Son ejemplos de virtud, y cuando un personaje bueno se equivoca, o es víctima de un acto indigno de un personaje malo, es recompensado con el éxito final. Las novelas parten de una situación conflictiva que interrumpe la armonía de un mundo idílico, gracias a un acto malvado de un personaje malo y se desarrolla rápidamente para demostrar el poder de la virtud y de la providencia que hace triunfar el bien sobre el mal: Al final todo vuelve a ser feliz, como al principio: el malvado es castigado y los buenos son recompensados con la felicidad terrenal y, posiblemente, con la celestial.

Los personajes no son sometidos a un ambiente determinante y fatalista, sino a situaciones aisladas, casuales de personajes egoístas y descarriados, pero luego de varias acciones recobran el derecho a la verdad, el equilibrio y la felicidad, por el simple hecho de ser buenos, virtuosos y seguir la doctrina cristiana. Estas virtudes lo hacen merecedor al premio final, a pesar de no realizar casi acción alguna para merecerlo. La providencia divina se encargará de resolver, casualmente, sus accidentales momentos difíciles que atraviesan. Los personajes no padecen  actos degradantes,  tal como sucede en las novelas  sobre prostitución como Santa: 1903 de Federico Gamboa (1864-1939) en México (generación siguiente);  y otras posteriores como Nacha Regules: 1882 de Manuel Gálvez (1882-1962), en Argentina; Juana Lucero: 1900 de Augusto D’Almar, seudónimo de Augusto Goeminne Thomson (1882-1950), en Chile; o La Charca: 1894 de Manuel Zeno Gandía (1855-1929), en Puerto Rico. En estas novelas los personajes no se degradan. Sólo se pone a prueba su virtud y jamás se ejecuta acto alguno contra ella. Al final, contrario a las novelas de prostitución propias de este período y de esta generación en Hispanoamérica, en ellas, los personajes encuentran un mundo feliz, ameno, equilibrado y casi celestial.

La primera novela que publicó este autor la llamó leyenda y es Clemente  Adán y la publicó en1901.1

La ubica en el año 1732. Una familia española  que se radicó  en las cercanías del volcán Tenorio, don Martín Adán y Garayar y doña  Josefa
Golfín y Campo y su hijo Clemente Adán, logran  poseer una finca muy productiva llamada Muza y gozan de ser unos hacendados muy ricos.

Clemente Adán es enviado a León de Nicaragua a estudiar para sacerdote. Luego de varios años de  permanecer en el colegio, tiene un conflicto con un compañero  y decide regresar a su casa. Después de varios días de viaje, retorna a su casa y presenta una conducta extraña y  muy enfermiza. Un día decide salir de caza a un bosque cercano. Suceden varios acontecimientos  en este viaje hacia la montaña y los padres lo dan por muerto. Él, mientras tanto, se interna en la montaña y llega a un valle, donde descubre dos niños indígenas a quienes salva del ataque de un león enfurecido, muerto por él de un disparo certero. Minutos después es conducido al poblado indígena donde se convierte en misionero de ellos. Los bautiza y les da los primeros contactos con el cristianismo. Con los indígenas suceden varios acontecimientos relacionados  con su función apostólica, hasta que al término adquiere una enfermedad que le conduce a la muerte.

No es una novela y menos una leyenda. Es un relato de aventuras con el fin de presentar un ejemplo de misión cristiana. Es fundamentalmente doctrinal.

El narrador en este caso no escatima esfuerzos por dirigir al lector, convencerlo de lo que  le cuenta. Por ello señalamos que la voz del narrador  es la misma del autor, a pesar  de disfrazarse, en la tercera persona. Un truco para descubrir  lo que afirmamos es convertir un texto en tercera persona, expuesto por un narrador omnisciente, en un narrador protagonista de primera persona, sin afectar en nada el sentido del texto. Esto  se puede hacer con el mismo propósito a muchos novelistas, aún de generaciones pertenecientes a la época contemporánea. Veamos un ejemplo. Primero lo transcribimos tal y como aparece en la obra y luego lo convertimos a la primera persona protagonista.

 “Desde el siguiente día emprendió nuestro héroe un trabajo muy difícil: el estudio del idioma guatuso. Para esto le sirvió en gran manera  el cariño con que le distinguió  la niña salvada por él, a quien puso el bello nombre de María. Un sentimiento de gratitud o admiración la unió de tal modo a su providencial salvador, que rara vez  se separaba  de su lado. Le indicaba los objetos y le repetía el nombre, hasta que lo pronunciaba bien. Él, por su parte, comenzó a inculcarle los rudimentos de nuestra Fe y a enseñarle el texto de la doctrina”.1

 Ahora el texto transformado a la primera persona:

“Desde  el siguiente día emprendí un trabajo muy difícil: el estudio del idioma guatuso. Para esto me serví en gran manera  del cariño con que me distinguió la niña salvada, a quien puse el bello nombre de María. Un sentimiento de gratitud o admiración  la unió de tal modo al providencial salvador, que rara vez  se separaba de mi lado. Me indicaba los objetos y me repetía el nombre, hasta que  lo pronunciara bien. Yo, por mi parte, comencé a inculcarle los rudimentos de nuestra Fe y a enseñarle el texto de la doctrina.”2

Las implicaciones de este tipo de narrador las hemos comentado detalladamente. Es propia de la novela monofónica y de la época moderna realista aunque se sigue dando  en  algunas novelas escritas en nuestros días.

Conchita es la segunda novela y la publica en1904.

Es, según su autor, una novela  de costumbres (relato) que le sucedió a una señora conocida por él y que le autoriza contarla para alertar a otras campesinas que pudieran pasar  por igual situación.

Conchita es una campesina  de quince años cumplidos, muy  bella y virtuosa, oriunda de un pueblo trabajador y también de costumbres sanas, una especie de lugar ameno. Su hogar es ejemplar. Sus padres, Antonio Fuentes y la señora Nicolasa Poveda, no son muy ricos, pero no sufren pobreza. Ella es hija única y es pretendida por un campesino honrado y trabajador, muy virtuoso, llamado Moncho. Aparece el tercer elemento que configura el triángulo amoroso, el malo. Este se llama don Rafael, sobrino de una familia buena, de la ciudad venida a menos: don José, su esposa doña Pepa y su hija, Flora, de igual edad que Conchita. Rafael había ido a  Francia a estudiar pero no logró sacar título alguno y gastó la poca herencia de su padre. Regresó a su casa y, después de muerto su padre es ayudado por la familia paternal.

En el tiempo de recoger el maíz, la familia de don Rafael visita la familia de Conchita, en el campo y se inicia la persecución de don Rafael tras Conchita. Esto se ve favorecido por la solicitud de Flora para que Conchita visite la ciudad y viva un tiempo con ellos. Rafael aprovecha esa situación y asedia a Conchita para ganarse su favor, pero ella, en todo momento, lo rechaza. Por tal motivo planea ganarse sus amores por medios indignos, envía una carta a los padres de Conchita, indisponiéndolos contra ella. La mal informan, diciéndoles que ella se comporta, en la ciudad, como una cualquiera. Los padres reaccionan en contra de su hija y eso entristece a joven, por lo que decide regresar a su casa y contarles la verdad, no sin antes acudir al cura  para obtener su consejo. Este escribe una carta  a los padres de la muchacha y les cuenta la realidad de los hechos. Conchita hace los preparativos para regresar a su pueblo, pero don Rafael inicia un plan para obtener por la fuerza el amor de ella. Convence a la familia de su tío para que don Blas, un trabajador viejo de la familia, acompañe a la campesina de regreso a su casa. Así se realiza el viaje de regreso de la joven, y cuando don Blas, persuadido por el enamorado, deja a la niña en un rancho que al creer de don Rafael, está abandonado.  Luego conduce a su sobrina hasta la ciudad donde la espera su padre y su novio que la reciben alegremente y conocen la verdad. Don Rafael es apresado por ladrón y enviado al penal San Lucas. Conchita se casó con su novio y fueron muy felices.

El autor- narrador no se detiene casi a describir las costumbres del pueblo, sólo las cita y  presenta los acontecimientos en forma rápida, sin detenerse en detalles. Lo que parece interesarle es el escarmiento del acto incorrecto y el éxito de la virtud. Es una actitud moralista, ejemplarizante y no hay  interés en  crear una novela, arte, literatura sino utilizar el género para efectos didáctico-doctrinales. Por eso las apariciones de hechos y personajes providenciales están  presentes en los momentos menos esperados. Lo verosímil del relato se viola constantemente y lo providencial se convierte en el arma más importante para resolver los conflictos más difíciles por los que pasan los personajes. Sólo un ejemplo. Cuando Conchita es dejada en el rancho sola, dice el narrador:

 “Ella quiso gritar y la voz espiró en su garganta. Pero en ese momento un anciano de aspecto venerable  y tranquilo apareció por el lado opuesto, trayendo al hombro un calabazo de agua.

¿Quién era este hombre providencial?”.1

La tercera novela (relato) escrita por Juan Garita Guillén  la llamó  Los héroes inéditos, Juanita Ruiz: 1910.

Esta es una novela, que así la llama su autor, de aventuras. Consta de dieciséis capítulos pero no va más allá de  28 páginas.

El autor asegura que la protagonista fue su amiga.

La narración la inicia  con un diálogo entre Manuel, joven soldado espartano y Luis, su amigo. Éste le comenta que  Juanita, joven muy bella, se va a casar con Pedro Marín, muchacho honrado y virtuoso del lugar. Manuel Díaz, que había pretendido, a la doncella sin esperanzas, decide intervenir para que ese matrimonio no se realice.

Nuevamente el triángulo amoroso es el tema de esta novela. Luis y la joven, los buenos, y Manuel, el malo. Este último envía una carta al señor Político, cuyo contenido gira sobre supuestas acciones revolucionarias de parte de Luis Marín, contra el gobierno. Por ello es apresado y enviado al presidio de San Lucas. Su prometida prepara y realiza la escapatoria de Luis del presidio, y junto con él vive en la  isla-península  Uvita, como un Rovinson Crusoe. El obispo Thiel, antes de llegar a este lugar ameno, les casa. Por último  la familia de  Luis Marín logra el indulto de su hijo y la  pareja  regresa a su pueblo para vivir feliz  por el resto de su vida. Al regreso ven a Manuel, su enemigo, dirigirse al presidio de San Lucas por haber matado a un hombre en una reyerta.

En la narración de esta novela se presentan todos los vicios narrativos expuestos anteriormente y los rasgos de un narrador-autor que no distingue entre la historia y la literatura, el arte y la realidad.


El Padre Juan Garita Guillén en Sabanilla de Alajuela

El futuro sacerdote - escritor Juan Garita Guillén, nació el 14 de febrero de 1859 en Cartago. Fue el hijo mayor del matrimonio formado por don Rosa Garita Víquez y doña Juana Guillén Mora.

Estudió mientras trabajó para ayudar a su numerosa familia. Al iniciar la adolescencia, quiso formalizar su preparación académica en el Colegio San Luis Gonzaga pero sus recursos económicos escasos, impedían concretar aquella aspiración. Providencialmente, como él, posteriormente dejó escrito; encontró al joven Emilio Pacheco Cooper, quien a la sazón cursaba el tercer año en dicha casa de estudios. El próximo poeta consiguió, con un familiar cercano, la suma de tres pesos que requería el imberbe Juan Garita para pagar la matrícula e iniciar el curso lectivo del primer nivel.

Posteriormente, entró al Seminario Mayor en San José. De esa época, el P. Garita recordó, en una epístola de 1903, que a los 20 años de edad; “en 1879, y con motivo de una visita de don Tomás (Guardia) al Colegio Seminario, la Obediencia me obligó a poner letra al Himno (Nacional de Costa Rica)”. Previamente, fue entonado con una letra compuesta por el colombiano José Manuel Lleras.

De su estro escribió la pluma tres estrofas:

Cantaré de la Patria querida
el Honor, Libertad y esplendor,
con el alma de júbilo henchida,
cantaré de la Patria el honor.

En tu faz sin afán tus hijos vivirán,
siempre unidos gozarán del honor.
Sin triste desdén animosos irán
al glorioso clamor, a la voz de libertad.

Ceñiré de la Patria la sien inmortal
de laurel y de mirto triunfal.
Tocaré con placer el clarín del afán,
Honor cantaré a tu gloria y valor.

Este poema se mantuvo vigente hasta 1888, cuando el profesor Juan Fernández Ferraz, compuso un nuevo texto para acompañar la música del canto nacional; sustituida por la actual, del poeta José María Zeledón Brenes.

Posteriormente, don Juan Garita partió hacia León, Nicaragua. Allá concluyó sus estudios religiosos y el 20 de diciembre de 1884, fue consagrado sacerdote. Su ordenación coincidió con la escalada del conflicto entre los liberales, en el poder, y la Iglesia Católica. 

En 1885, el Padre Garita publicó una hoja suelta, protestando por la expulsión de dos colegas. Tal acción le valió el encarcelamiento, veinticuatro azotes y el confinamiento en la isla San Lucas.

Recobrada su libertad; sirvió curatos en Heredia Santa Ana, Santa María de Dota, Paraíso, Escasú, Tabarcia, Térraba, San Pablo de Puriscal, Piedras Negras, Sabanilla de Alajuela y Tierra Blanca.

En Sabanilla de Alajuela, vivió durante dos temporadas. La primera vez llegó en setiembre de 1900 y se mantuvo en la comunidad hasta diciembre de 1901.

Escribió y publicó, en abril de 1901, su novela “Clemente Adán”; ambientada en la época colonial y que trata, grosso modo, la esclavitud de las ·”encomiendas”, las vicisitudes de un joven misionero y su relación con los indígenas Guatusos.

Regresó a la comunidad en mayo de 1903 y partió en diciembre de ese mismo año. En esta segunda estadía, Fray Juan, como firmó muchos de sus escritos; servía la dirección del Eco Católico. Puntualmente, envió a San José, el contenido del medio de comunicación para que fuera pasado, oportunamente, a la imprenta. Además, escribió numerosos poemas, textos educativos para los campesinos y de educación moral.

Fray Juan, produjo su obra, mayoritariamente de corte costumbrista, previa aparición de Manuel González Zeledón, Aquileo Echeverría y Joaquín García Monge. Además, muy cercano, temporalmente, a la polémica entre el “nacionalismo” presentado por “Chamarasca” de Carlos Gagini y el “europeísmo” de “Hojarasca”, de Ricardo Fernández Guardia.

En ese sentido, valga la pena mencionar, que el Padre Garita hablaba latín, griego, inglés, alemán y en sus últimos tiempos, aprendía chino.

Falleció en Tierra Blanca, el domingo 18 de enero de 1914.



El padre Juan Garita.
El presbítero don Juan Garita.

Virginia Sandoval de Fonseca.
Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes. Costa Rica, 1977.

El padre Juan Garita, además de sacerdote devoto y dedicado, fue periodista, poeta, políglota y autor de tres pequeñas novelas. Fue además el primer costarricense en escribir una letra para el Himno Nacional. Su obra y su figura no es tan recordada como la de sus contemporáneos Pío Víquez, Aquileo Echeverría y Magón.

Rogelio Sotela, primer historiador de la literatura costarricense, en su obra Escritores de Costa Rica (1942), lo llama "precursor del realismo costarricense, poeta popular de fresca y sencilla musa". Deja constancia, además, que los versos de Garita llegaron a ser muy populares entre los campesinos de su época. Curiosamente no menciona su obra narrativa o periodística.

Abelardo Bonilla, en su Historia de la Literatura Costarricense (1957), considera que la obra de Garita cayó en el olvido porque era muy escasa y de calidad inferior a la de Aquileo o Magón. Álvaro Quesada Soto, por su parte, critica los relatos de Garita por el peso de lo religioso en su visión de mundo. ¿Ignoraría acaso que Garita era sacerdote? 

Pese a haber sido hecho a un lado en la historia de la literatura costarricense, la vida y obra de Juan Garita es verdaderamente interesante. Nació el 14 de febrero de 1859, unos dicen que en Tierra Blanca de Cartago y otros que en San Rafael de Oreamuno. Fue el hijo mayor de Juan Garita Víquez y Juana Guillén Mora. La mayoría de notas biográficas consignan, erróneamente, que su padre se llamaba Rosa Garita, pero en realidad, Rosa Garita Sánchez era su abuelo paterno.

Cursó el Bachillerato en el Colegio San Luis Gonzaga y los estudios eclesiásticos en el Seminario de León, Nicaragua. Las biografías suyas dicen que recibió la ordenación sacerdotal el 20 de diciembre de 1884, de manos del Obispo Bernardo Augusto Thiel, sin embargo, el dato genera ciertas dudas. El obispo Thiel fue expulsado de Costa Rica en julio de 1884 y no regresó sino hasta diciembre de 1886, de manera que no pudo haberlo ordenado en diciembre de 1884. Al menos no en Costa Rica. 

En el año 1885, ya como sacerdote en ejercicio, publicó una hoja suelta en que protestaba por la expulsión del país de los padres Rosero y Marino, profesores del Seminario. Dicha protesta le valió una pena de veinticuatro azotes y seis meses de prisión en la isla de San Lucas. 

Hijo de familia pobre, el padre Garita no disponía de recursos propios. Las comunidades en las que sirvió de párroco (Santa Ana, Santa María de Dota, Paraíso, Escazú, Tabarcia, Térraba, Puriscal, Piedras Negras y Tierra Blanca), eran tan pobres que las limosnas que recolectaba en el templo no le alcanzaban para vivir. Entonces, para ganar su sustento, después de celebrar la Misa al amanecer, se iba a las fincas a trabajar como peón. Cogía café, reparaba cercas y cavaba zanjas junto a las cuadrillas municipales. A los campesinos les impresionaba ver a su párroco trabajando a su lado por el mismo jornal que ellos recibían. El padre Garita , en un pedacito de terreno prestado, cultivaba el maíz y los frijoles que consumía.

En sus ratos libres se dedicaba a estudiar idiomas. En el seminario aprendió con facilidad griego y latín. Más tarde llegó a hablar inglés fluidamente. En una ocasión, mientras conversaba con el obispo Juan Gaspar Stork, empezó a intercalar en la charla palabras sueltas en alemán. El prelado intentó desanimarlo: "Padre Garita, ¿Piensa aprender alemán? Eso no le será muy fácil." 

El padre Garita tomó aquella advertencia como un reto y le pidió al obispo que le diera un año para preparar una conferencia en alemán. El obispo, con sonrisa burlona, le respondió: "Si puede hacerlo, queda autorizado." El humilde cura campesino logró dar su conferencia en alemán, no un año sino seis meses después. En sus últimos años de vida, estaba tratando de aprender chino.

Disfrutaba enormemente de la música. Compuso algunas canciones, tocaba violín y guitarra y formó una filarmónica en Tierra Blanca. 

La música del Himno Nacional, compuesta en 1852, no tenía letra. La primera que tuvo fue escrita en 1873 por el colombiano Juan Manuel Lleras. En 1879, mientras era seminarista, el Padre Garita escribió una letra para el Himno Nacional que poco a poco empezó a desplazar la de Lleras. En 1888, cuando ya la letra del padre Garita se había impuesto, el profesor español Valeriano Fernández Ferraz escribió otra letra. Desde 1888 hasta 1903, en los actos cívicos se cantaba el Himno con cualquiera de las dos letras, la de Garita o la de Ferraz. En 1903, por medio de un concurso, se eligió "Noble patria tu hermosa bandera" de José María, Billo Zeledón, que es la que se canta desde entonces. El himno nacional ha tenido entonces cuatro letras: dos de costarricenses (Garita y Zeledón), una de un colombiano (Lleras) y otra de un español (Fernández Ferraz).

Como periodista, el padre Garita, además de publicar colaboraciones en el Eco Católico y otros periódicos seglares, editaba su propia revista llamada Hogar Cristiano, en la que aparecían sus famosos Diálogos campesinos. En vez de soltar editoriales pesados o notas llenas de datos, el padre Garita se refería a los temas de actualidad por medio de conversaciones casuales de un par de amigos que se encontraban en la calle. Escritos en lenguaje popular, llenos de palabras y expresiones muy ticas, los Diálogos campesinos tenían con frecuencia como protagonista a un personaje llamado Tío Berrinche, especialista en poner el dedo en la llaga. Aunque en los diálogos era jocoso, sus artículos firmados sobre temas políticos eran bastante pesimistas.

El padre Garita escribió tres novelas breves, hoy prácticamente inconseguibles. Pude leerlas gracias a que el libro El presbítero don Juan Garita, de Virginia Sandoval de Fonseca, las incluye completas. Clemente Adán, fue publicada por entregas en el Eco Católico entre mayo y julio de 1901. Conchita fue editada como libro en 1904. Y Juanita Ruiz (Los héroes inéditos) apareció en El independiente en noviembre de 1911. Se dice que el padre Garita escribió una cuarta novela, pero no se conserva ni el título.

Clemente Adán cuenta la historia de un subdiácono de la época de la Colonia que, tras un período de enfermedad, se interna en el bosque y acaba viviendo entre los indígenas de Guatuso. Tiene su toque de aventura y suspenso. Juanita Ruiz (Los héroes inéditos) está también cargada de aventuras. Una pareja joven de Esparza debe huir y acaba refugiándose en la Isla del Caño. Sin mencionar su nombre, en esta obra muestra cómo, en la época del General Tomás Guardia, hasta una denuncia anónima de conspiración podía llevar a un inocente a la cárcel. El obispo Thiel, este sí bien nombrado e identificado, es personaje de la novela. Conchita es un relato inspirado en un hecho real. Esta historia, sentimental y compleja, es, en mi opinión, la mejor lograda de las tres novelas de Garita. Imaginándome los escenarios, los personajes y los acontecimientos, me pareció perfecta para ser adaptada en una película breve.

Algunos críticos, Álvaro Quesada Soto entre ellos, han calificado como ingenuas y pobremente construidas las novelas de Garita. La misma crítica podría hacerse a las de Manuel Argüello Mora, otro narrador fundacional de la literatura costarricense, también hecho a un lado por los historiadores literarios. Tanto el interés del público como los recursos de edición disponibles en aquella época hacían imposible la publicación de obras extensas y complejas. 

Un dato interesante. Los historiadores literarios afirman que el costumbrismo estuvo limitado, tanto en temas, personajes, escenarios y público, a la meseta central y no sería sino hasta la generación del cuarenta, con Manglar (ambientada en Guanacaste) y Mamita Yunai y Puerto Limón (ambientadas en el Caribe), que la literatura costarricense se refirió a las costas. Pues bien, la historia de  Juanita Ruiz (Los héroes inéditos) empieza en Esparza, sigue en Puntarenas, pasa a Térraba, se detiene un momento en la isla del Caño, vuelve al puerto y termina en Esparza. Esta novela debería ser reconocida al menos como el primer paseo literario por la costa pacífica del país.



Juan Garita Guillén (1859-1914)

Sacerdote, periodista, poeta y narrador.

El padre Juan Garita escribió antes que Magón, que Aquileo o que García Monge. Estos tres escritores muestran a los campesinos como personajes ingenuos y en gran medida pintorescos. Escriben sobre ellos con cariño y benevolencia pero, tal vez sin percatarse, en muchas ocasiones los caricaturizaron. Ni Magón, ni Aquileo, ni García Monge cogían café, ni cavaban zanjas, ni reparaban cercas ni cultivaban la tierra. El padre Garita sí. Pese a dominar varios idiomas y haber estudiado Filosofía y Teología, el padre Garita, hijo de campesinos, fue toda su vida un campesino. No hay, en toda su obra, ni una sola burla a los peones descalzos. Si utiliza el lenguaje campesino, es porque era el suyo también.

Por cierto, me llamó poderosamente la atención que la palabra "salveque" o la expresión "no me cuadra" por "no me gusta", fueran comunes desde hace más de cien años.  

Los versos del padre Garita fueron publicados como libro en 1908 con el título Composiciones poéticas. Fábulas y fabulillas. Son, como dijo el poeta Rogelio Sotela, frescos y sencillos. Escribía poemas sobre gallinas, bueyes, yigüirros y otros animales para deslizar preocupaciones sociales o filosóficas. No hay en su poesía temas enigmáticos ni estructuras complejas. Dejó escritas críticas a los poetas grandilocuentes. "Yo les perdonaría ese modo de decir a los sabios de verdad, que siempre resultan claros, pero no a los aprendices, pues se me figura que ni ellos entienden lo que ponen. Yo me figuro que el escribir decente consiste en usar bien las reglas de la gramática y no en escoger palabras desconocidas para una cosa conocida."

En su poema Receta para componer versos, en tono irónico aconseja al aprendiz de poeta lo que debe hacer para conquistar la gloria: 

Entresaca un costal de consonantes
vengan o no con materia prima
ponlos en runflas, perlas y diamantes
y ellos solitos buscarán la rima.

De las cosas maldice y de los hombres
pero en lenguaje que ni tú comprendas
nunca llames las cosas por su nombre
así fama tendrás sin soltar prendas.

El poema Los cuatro borricos y el que dedica Al Aguacate son una verdadera delicia de ingenuo y humor. Su poema El mundo, dedicado a don Aquileo Echeverría, pese a ser de tono un tanto pesimista, tiene también sus guiños cómicos.
El padre Juan Garita Guillén murió el 18 de enero de 1914. Fue sepultado en el atrio de la iglesia de Tierra Blanca pero, en 1969, sus restos fueron trasladados al cementerio local. 
INSC: 1854

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Transcripción de la protesta del presbítero Juan Garita ante la expulsión de los padres Rosero y Marino en 1884

- Introducción y transcripción por Geiner Alberto Redondo Garita.


La presencia de la Compañía de Jesús en Costa Rica estuvo desde su llegada llena de episodios polémicos.

Los Jesuitas llegaron a Costa Rica en 1875, durante el gobierno de Tomás Guardia, con el fin de hacerse cargo del Colegio San Luís Gonzaga. La decisión no fue bien vista por los sectores liberales y desde Guatemala personajes como Justo Rufino Barrios y el doctor Montufar ejercieron presión para que el gobierno expulsara a la orden del país. Sin embargo, Guardia no era hombre que se dejara intimidar y los Jesuitas se convirtieron en sus protegidos.

No fue sino hasta la muerte de Guardia y la llegada de nuevos gobernantes como Prospero Fernández y Bernardo Soto, que en Costa Rica se implantó un liberalismo más radical, que buscaba la separación del Estado y la Iglesia, así como la erradicación de ordenes monásticas y comunidades religiosas. La eliminación de los jesuitas era uno de los principales objetivos de estos gobiernos.

Una campaña hostil en la prensa y en la cámara del gobierno contra los Jesuitas consiguió que el 18 de julio de 1884, el Gral. Prospero Fernández emitiera un decreto en el que se dictaba la expulsión no solo de los Jesuitas, sino también de toda orden religiosa establecida en el país, e incluso del Obispo Bernardo Augusto Thiel Hoffman. 

Un cura cartaginés, de nombre Juan Garita, no pudo callar más su indignación ante lo que sucedía y alzó su voz en protesta. Estaba molestó en gran manera por la expulsión de los padres Rosero y Marino, del Colegio Seminario, por lo que escribió su protesta en una hoja suelta que repartió a la población.

Lo que estamos a punto de leer llegó a manos del Ministro de Gobernación Bernardo Soto, y le valió a Garita 24 azotes, el destierro a la Isla de San Lucas y el ser llamado reo de Estado:

Ante las calumniosas imputaciones con que aparece ante el público la conducta intachable de mis antiguos maestros los P.P. Paulinos, no debo ni puedo contener por más tiempo mi justa indignación; debo y quiero exhibir el lado verdadero de las cosas.

Un hecho: uno de los varios alumnos expulsados del Colegio Seminario en fechas anteriores llevó su perversidad hasta calumniar ante la Autoridad la conducta de sus maestros. Esto no lo sabía el público.
Sobre las declaraciones falsas y enconadas de imberbes enemigos se formó el proceso aquel de DIEZ PLIEGOS que dice La Gaceta. ¿Sabría esto el público?

Lo que saben es que por la declaración de pruebas tan competentes, el jueves 2 del corriente se constituyeron los Agentes de la Policía en el Colegio Seminario haciendo saber al Señor Director la disposición del Ejecutivo. De allí condujeron a los 41 niños existentes al local de la Gobernación para enviarlos a sus casas, a los Hoteles y al Instituto Nacional.

Pero el público no sabe que el Seminario era un Colegio independiente del Poder Civil, y que el proceso de calumnias contra los Padres ha sido un excelente medio para hacerle caer bajo su potestad.
Yo que no quiero ni tengo necesidad de vindicarme de las miserables especies que se van esparciendo contra mí en el robo sacrílego de la Iglesia de que soy Cura, yo que tanto tiempo he gemido en silencio por mi Patria, hoy no puedo contenerme. No quiero rebajarme a ser inmóvil espectador de las cosas que en mi desgraciada Patria están sucediendo.

Ocho años he vivido bajo la conducta de los Padres Paulinos, y en este tiempo, más que suficiente para que la hipocresía más refinada dejara entrever en ellos algo que al menos les hiciera sospechosos, ni yo ni mis compañeros hemos visto en ellos otra cosa que SACERDOTES MODELOS DE VIRTUD Y DE CIENCIA, regulares observantisimos, laboriosos cultivadores del corazón y de la inteligencia. En tal concepto me creo en el deber y con el derecho de PROTESTAR en nombre de la religión y de la verdad, en nombre de la justicia y de la gratitud, en nombre del PUEBLO SOBERANO (DE COMEDIA), contra las infamantes aseveraciones que han visto la luz pública, y que despedazan la reputación inmaculada de mis maestros. ¡Ah! Si el pueblo en cuyo nombre se echan abajo tantas salvadoras instituciones tuviera la conciencia de su dignidad ofendida. ¡Ofendida! Sí, porque los encargados de representarle hacen poco caso de los verdaderos intereses del pueblo a quien representan.

Es preciso decirlo y bien alto para que los pueblos todos lo sepan y se avergüencen. 

Se ha privado a estas Iglesias de su Seminario. Y para esto se han debido dar al público calumnias en lugar de razones.

En tanto una gran parte del pueblo ignora lo que sucede. Al saberlo piensa un momento en los males que le cercan amenazadores y vuelve luego a caer en su letal indiferencia; así vera la pérdida de las cosas y personas más conformes a su fe, mas gratas a sus verdaderos intereses. Al mismo tiempo protesto, que libre y espontáneamente doy al público esta hoja, movido solamente por el deseo de vindicar algún tanto el honor ofendido de mis maestros los P.P. Paulinos y el querido establecimiento, cuna de mi educación eclesiástica.

San Pedro del Mojón, julio 4 de 1885.
Juan de J. Garita, Presbítero.
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Imprenta de “El Trabajo”.

Fuentes Utilizadas:

Archivo Nacional de Costa Rica, fondo Gobernación, signatura 28937, folio 54.
Mata Gamboa Jesús, Monografías de Cartago, Editorial Tecnológica de Costa Rica, 1999, pág. 447-470.
Sandoval de Fonseca Virginia, El presbítero Don Juan Garita, Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes, Imprenta Nacional, 1977, pág. 16 a 17.









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