jueves, 12 de marzo de 2015

FRANCISCO DE BORJA Y ARAGÓN [15.184]


Francisco de Borja y Aragón

Francisco de Borja y Aragón (mar Tirreno 1581- Madrid, 1658). Noble, militar y escritor español, II conde de Mayalde y conocido, por su matrimonio, como el Príncipe de Esquilache, fue hijo de Juan de Borja y Castro, I conde de Mayalde (tercer hijo de San Francisco de Borja), y de Francisca de Aragón y Barreto, I condesa de Ficalho, y descendiente del rey Fernando II de Aragón.

Aprovechado en los estudios desde su infancia, se inclinó tempranamente por las artes y las letras. Por méritos familiares, fue nombrado caballero de la Orden de Montesa en 1588, así como de la de Santiago con dos encomiendas. También fue gentilhombre de cámara del rey Felipe III. Contrajo matrimonio en 1602 con su pariente Ana de Borja, Princesa de Esquilache y condesa de Simari.

Nombrado Virrey del Perú el 19 de julio de 1614, obtuvo licencia para llevar consigo un séquito de sesenta validos y servidores, además de las veinticuarto criadas que acompañaron a su esposa. Hizo su solemne entrada en Lima el 18 de diciembre de 1615, reemplazando al marqués de Montesclaros. Para atender las funciones de gobierno solicitó la asesoría de Leandro de Larrinaga Salazar.

Amenazado el litoral peruano por incursiones piráticas, proveyó de inmediato la defensa de la costa merodeada por marinos holandeses, como Jacob Le Maire y Willem Schouten. Favoreció la reglamentación de los repartimientos para evitar los abusos cometidos en perjuicio de los indios, no obstante durante esos años el procurador Juan Ortiz de Cervantes presentó sucesivos memoriales en la Corte a favor de la perpetuidad de las encomiendas. Creó en Lima el Colegio del Príncipe, para la educación de los hijos de indios nobles (1620), y en Cuzco los colegios de San Francisco de Borja y San Bernardo (1619) para los hijos de caciques y de conquistadores, respectivamente. Dio cumplimiento a las bulas de erección de las diócesis de Trujillo, Concepción y Buenos Aires (1616). Favoreció la entrada de Diego Vaca de Vega a las tierras habitadas por los nativos de Maynas y la fundación del pueblo que, en su homenaje, lleva el nombre de Borja (8 de diciembre de 1619). Procedió a reglamentar e instalar el Tribunal del Consulado (20 de diciembre de 1619).

A su solicitud, se le nombró sucesor y sin esperarlo, emprendió viaje de regreso a España el 31 de diciembre de 1621.

Obra literaria

De regreso a la península, dedicó su tiempo libre a la producción poética, llegando a publicar:

Obras en verso (1630, 1652 y 1663)
La pasión de Nuestro Señor Jesucristo en tercetos (1638)
Nápoles recuperada por el rey don Alonso (1651 y 1658), poema heroico
Oraciones y meditaciones de la vida de Nuestro Señor Jesucristo, con otros dos tratados de los tres tabernáculos y soliloquios del alma (1661).
Miguel de Cervantes escribió un reconocimiento al trabajo de Borja y Aragón en el Viaje del Parnaso.



Sonetos
Francisco de Borja y Aragón, 
Príncipe de Esquilache
Ramón García González (edición literaria)


- I -

Lloro de Amor la dulce tiranía,
y al son del hierro mis tristezas canto;
quien escuchó mi bien, sienta mi llanto;
lástima pide, quien pidió alegría.

   Pasos del tiempo son que en mi porfía  
pusieron, cuando más burlé su encanto;
freno al valor, espuelas al espanto;
ojos al miedo, y miedo a la osadía.

   Ningún peligro mi temor previene,
negándome tan cerca del postrero
el remedio común, que a todos viene.

   Y en manos de un tirano lisonjero,
esperando este bien, que Amor detiene,
que solo vivo, y engañado espero...




- II -

Estas de Amor dulcísimas querellas,
si a cantar me ayudase el instrumento,
prendiera entre los árboles el viento,
y apresurara el curso las estrellas.

   Mas quien pensara, Filis, que por ellas,
no te inclinaras al dolor, que siento;
pues turba en el celeste movimiento
los claros rostros de las luces bellas.

   ¡Qué poco, Filis, mi dolor te debe!
Mas cuando te debieron mis dolores,
¿qué digo amor? ni entendimiento leve,

   mis penas son en su rigor mayores.
Y pues ni amar, ni padecer te mueve,
a mí me deberé penas y amores.




- III -

Aquel tan venerable atrevimiento
con que domó vagando el corvo pino
la cerviz de las olas, peregrino
a la injuria del Sol, fuerza del viento,

   cuando del monte el natural asiento
dejó, fiado a la amistad del Lino,
y cómplice en la industria abrió camino
al más osado, y codicioso intento.

   Por nuevos campos, extranjero errante,
llevando por ejemplo la osadía,
desprecia el miedo, que miró delante.

   ¡O ambicioso poder! qué valentía
puede haber de peligros, que te espante,
pues se rindió el mayor a tu porfía.




- IV -

 Dichosa soledad, mudo silencio,
secretos, pasos de dormidas fuentes,
que por el verde prado sus corrientes,
jamás, si van, o vienen diferencio.

   Vuestra quietud estimo, y reverencio  
con ojos, y deseos diferentes;
pues ya, ni el ciego aplauso de las gentes
con ambiciosa pluma diligencio.

   Desde la luz, que vide la mañana,
los pasos cuento al trabajado día,  
hasta que pisa el sol la espuma cana.

   De cuanto fue mi engaño, y compañía;
de cuanto amé, con ignorancia vana,
en vuestra soledad perdí la mía.




- V -

Las amenazas, Fabio, de la muerte,
avisos fueron siempre de la vida;
que siendo un mal tan grave andas perdida,
es el remedio, que le aplican, fuerte.

   Esta piadosa turbación, le advierte,
que cuando perezosa, y divertida,
no recele el rigor de la partida,
respete la mudanza de la suerte.

   Entre este mal, que todo lo despoja,
la eterna Providencia no descansa,
hasta avisar con la postrer congoja.

   Oye tu voz ahora dulce, y mansa;
que como a veces de sufrir se enoja,
también, a veces de avisar, se cansa.




- VI -

Con fugitivo paso este arroyuelo,
asaltando las hierbas, y las flores,
se viste alguna vez de sus colores,
y otras le influye su color el cielo.

   Dejó en el monte la prisión del hielo,
y dieron por el prado sus errores,
alivio a los sedientos labradores,
risa a las guijas, y hermosura al suelo.

   ¡O cuánto me lastiman sus cristales!
que ahora van corriendo a su albedrío,
haciendo bienes, y alegrando males.

   Después, en manos de un soberbio río,
le seguirán con pasos desiguales,
loco en invierno, y cuerdo en el estío.




- VII -

Al fuego ardiente, y en humilde lecho,
de rústica familia rodeado,
pasa el invierno, el labrador cansado,
sin más defensa, que su helado techo.

   Con la esperanza sola satisfecho,
al surco deja el grano encomendado,
en quien del año, el natural cuidado,
al propio atiende, y al común provecho.

   El viento brama, y con furor maltrata
las cumbres, y los valles más sombríos  
que halló vestidos de cristal, y plata.

   Siente después templar los meses fríos
y ve, cuando la nieve se delata,
bajar los montes, y subir los ríos.




- VIII -

En qué consiste el ser de la hermosura,
me pides, Fabio amigo, que te escriba;
es una perfección, la más activa,
que tiene aquesta humana arquitectura.

   Es una proporción, y compostura,
que en breves años su firmeza estriba,
y a su dorada flor, libre, y altiva,
le sobra el tiempo, y falta la ventura.

   Ni en ojos, boca, frente, ni cabellos
consiste la verdad de la belleza,
sino en el todo, que resulta de ellos.

   Y en él, sin más dibujos, ni destreza,
que unir las partes, y colores bellos,
acierta, sin pensar, naturaleza.




- IX -

El céfiro piadoso que dormía
al rigor de los meses insolente,
respira ya, primero que la frente
al prado humille el abrasado día.

   Los aires dora la mañana fría,
y en el papel del campo floreciente
lazos dibuja la risueña fuente,
que en techos de cristal presa vivía.

   Las sombras crecen, que en la selva umbrosa
la vecindad del Sol hacen mayores,
cuando la viste de su luz hermosa.

   Y pues del tiempo olvida los rigores,
presto verá, soberbia; y ambiciosa,
nacer las nieves, y morir las flores.




- X -

En breve Ocaso yace sepultada
del Sol de España la infeliz Aurora;
no dije bien, pues de estación mejora,
y sobre el Sol termina su jornada.

   Ver la virtud en su niñez premiada,  
cuando ningún suceso la desdora,
ni el bien la engaña, ni el temor la llora,
ni el peso siente de la edad cansada.

   ¡Qué más verdad, Monarca soberano,
pudo mover tu espíritu divino,  
a ser ejemplo del valor Cristiano!

   Que mude patria Carlos, te convino.
Y hoy en la propia te dará la mano,
que dar no pudo en esta peregrino.




- XI -

Ya del Cuarto Felipe el heredero,
que en pocas horas fue ceniza leve,
dudoso deja, en término tan breve,
si fue el nacer, o el acabar primero.

   Cuando menos se aguarda el golpe fiero,
con él se cobra, lo que el hombre debe;
y como Dios, por su piedad se mueve,
nunca a la dicha precedió el agüero.

   La mayor suele ser la vida corta,
porque en ella la eterna Providencia,
el dulce paso de su engaño acorta.

   Y Dios, en esta oculta diferencia,
despacio cobra, si esperar importa
y cuando nos conviene, con violencia.




- XII -

Con voz del aire, trágico instrumento,
o aviso celestial de nuestra vida!
De algún estado advierte la caída:
que avisa Dios al viento con el viento.

   Con este nuevo oculto movimiento  
enseña a la ambición inadvertida,
que por más reparada, o prevenida,
naciendo envidia, morirá escarmiento.

   No te amenaza a ti, pues nada tienes,
mas antes pronostica algún reposo,
si son las suertes con el tiempo iguales;

   que si los males siguen a los bienes,
y ha de perder los tuyos el dichoso,
espere bienes, quien padece males.




- XIII -

Venís de Italia, Pánfilo, engañado,
si la corte buscáis que conocistes;
ya las de su placer son horas tristes,
ya es el comer, y no el amar cuidado.

   Apenas las guedejas de un criado  
sustenta el que cercado de ellos vistes:
todos son chismes los que fueron chistes,
mentir con arte, su razón de estado.

   En muchos vive la ambición premiada,
sin logro, y medra el cuerdo, que previene,
más que el engaño, el fin de la jornada.

   La falsa estimación de otros, mantiene
el parecer gigantes de portada,
que tienen la pared, y ella los tiene.




- XIV -

Alegre el año, a respirar se atreve,
que viste, Filis, en sus principios muerto;
ya miras aquel monte descubierto,
desnudo de la escarcha, y de la nieve.

   Sediento el prado los cristales bebe
del argentado arroyo, que despierto,
huyó medroso del vecino puerto,
por cuyas plantas se apresura, y mueve.

   La cadena rompió la Primavera,
y el Sol vistiendo el aire de alegría,
en la estación del Toro reverbera.

   Ya con la nueva vecindad del día,
florece el monte, el prado, y al ribera,
mas no florece la esperanza mía.




- XV -

Ya del Octubre la inquietud primera,
anuncia del invierno la venida,
y su lluvia pacífica, y dormida,
finge segunda, y breve primavera.

   Entre bastardas flores su carrera
vuelve a romper el agua detenida,
no espejo ya del Sol, sino avenida,
en quien apenas luce, y reverbera.

   Lleva tras sí las prendas del Verano,
para que el labrador cansado siembre,
con esperanza verde, el seco grano.

   Contento estalla el campo con Septiembre,
y allá verá pues se quejó temprano,
lo que sufrir le espera por Diciembre.




- XVI -

Siete veces mudó jornada, y casa
el Sol vistiendo, y desnudando el prado,
y errante por el círculo dorado,
en Mayo alumbra, y en Agosto abrasa.

   Después que el Galo su inclemencia pasa,
dejando el campo a Lérida cerrado,
y de movibles muros rodeado,
al Segre dio respiración escasa.

   Cuando tus Augustísimas Banderas
sobre tus altas frentes tremolaron,
que Lises coronaban extranjeras.

   Pudiendo en la defensa que intentaron,
al golpe invicto de tus armas fieras,
sólo durar, lo que en morir tardaron.




- XVII -

Blasón de ilustre, Antioco enemigo,
de el Orbe, te adquirió tu infame ruego,
siendo adoptivo sucesor del Griego,
que honró su imperio, y le partió contigo.

   Si fuiste de sus armas fiel testigo,
si después del agrado, y del sosiego
con que hollando el rigor de Marte ciego,
amó la paz, y despreció el castigo.

   ¿Por qué con fieras armas homicidas,
pretendes loco, sustentar en vano
las almas con estrago de las vidas?

   Detén, o Griego, la sangrienta mano,
porque es entrar reinando, con heridas,
ni acertar a ser rey, ni a ser tirano.




- XVIII -

Ya comienza en abril la Primavera
a dar principio en la quietud del año,
ya de las nieves el dominio extraño
sacude el monte, y baña la ribera.

   Ya el agua por los campos extranjera,
hace a las flores tan violento daño,
que fue su nacimiento breve engaño,
que ni a esperar las sombras persevera.

   Recógense las aguas, y los prados
se vuelven a vestir hierbas, y flores,
quedando con la ofensa mejorados.

   Quien teme pues, injurias, y rigores
se vuelven los que agravian enfrentados,
y quedan los que sufren vencedores.




- XIX -

Lucinda, ves el árbol, que vestido
de verdes hojas, de pintadas flores,
el manto le robó de sus colores,
del cierzo helado, el rústico bramido.

   Ves el arroyo de cristal dormido,
burlar el Sol en Julio los ardores,
y su risueño pasto, en los rigores
de Enero, verse preso, y detenido.

   Ves seguir a la Aurora el blanco día,
y al tiempo que del mar pisa el lidero
quitarle el mando la tiniebla fría.

   Así a tu engaño, hermoso, y lisonjero,
fue cuando más alegre florecía,
cierzo la injusta edad, noche, y Enero.




- XX -

Cualquier pleito, Sempronio dificulta
y Ticio lo deshace, y facilita,
uno sus textos a favor recita,
y otro con otros su verdad oculta.

   Sempronio alega el daño, que resulta,
y osado Ticio, a despreciarle incita;
y cansa, cuando a entrambos solicita,
gran confusión al triste que consulta.

   Y para quien su fines mal comprende
es poco más que una cuestión de nombres
la gran dificultad, que no se entiende,

   tú Fabio, de este encuentro no te asombres,
porque Sempronio a su derecho atiende,
y Ticio mira que lo juzgan hombres.




- XXI -

Yo, ni mandar ni ser mandado quiero,
ni a ser humilde ni soberbio aspiro;
y cuando llegue el último suspiro
más quiero ser poltrón que lisonjero.

   Yo soy de mis afectos consejero,
y de nada me quejo ni me admiro;
y aunque es tan breve puerto mi retiro,
más que en las ondas la bonanza espero.

   Y en quien el viento corre más en popa,
y en el que su ambición le va estrechando
en mar y tierra el término de Europa.

   Un gigantón veréis en lustre y mando;
llegad más cerca y levantad la ropa,
veréis debajo un ganapán sudando.




- XXII -

Detente, aguarda, presumida Rosa,
y en la piedad de Mayo no confíes;
porque esas hojas, donde ahora ríes,
en él serán tu perdición hermosa.

   Ni es bien, que tu belleza generosa,
burlada, y libre a su lisonja fíes;
y a fuerza de ambición romper porfíes
el defendido seno en que reposa.

   No te valdrá después tu armado muro,
porque domina igual el tiempo cano,  
al claro estío, y al invierno oscuro.

   Y el verdor más lucido, y más ufano,
cuando pensó que estaba más seguro,
huyó al invierno, y le abrasó el verano.




- XXIII -

Entre envidias del campo generosa,
y de sus verdes armas defendida,
descose al aire su apacible vida,
por breves horas la apacible Rosa.

   Risueña sale su ambición hermosa
del breve manto la prisión rompida.
A su peligro cierto inadvertida,
y a tantas inclemencias animosa.

   Naciendo compañera a la mañana
del día sigue el paso diligente  
de entrambos, siendo tan conforme el pago.

   No adores, Fabio, una hermosura vana,
que por la puerta alegre de su Oriente
salió a buscar su miserable estrago.




- XXIV -

Temprano entraron, porque el Rey no aguarde,
con cien lacayos de oropel, y estraza,
ciertos señores a ensuciar la plaza,
y hacer de un buen rodar vistoso alarde.

   Otro torero entró, pero más tarde,
que lanza empuña, y que rocín embraza;
y viendo, que la suya le embaraza,
al toro le pidió, que se la guarde.

   Y aunque armada de Illana, y Valdemoro,
desbarató la guarda la primera,
sudando vino, y miedo cada poro.

   A un Tudesco llenó la braga entera,
y la Guarda quedó, mirando al toro,
amarilla por dentro, y por defuera.




- XXV -

Lusitania infeliz, confusa, y triste,
de tus gloriosos reyes siempre amante;
borraste aquel blasón de amor constante,
la vez primera, que traidora fuiste.

   El natural dominio sacudiste,
y como ciego idólatra ignorante,
teniendo a Dios, adoras el semblante
de quien jamás por dueño conociste.

   ¿Qué es esto Lusitania desdichada?
¿Quieres probar (pudiendo la clemencia)
del Gran Felipe la sangrienta espada?

   No harás a sus enojos resistencia,
que no hay fiera venganza tan airada,
como el justo rigor de la paciencia.




- XXVI -

Besáis los pies a los soberbios pinos
de la sierra de Cuenca, ilustre Tajo,
y despeñado por su falda abajo,
os dan pasto los valles más vecinos.

   Los huertos, y jardines peregrinos,
de Felipe cercáis, y el gran trabajo
lográis de suerte, que por breve atajo
los guardan vuestros muros cristalinos.

   Bañáis después la antigua maravilla,
donde puso con armas vencedoras
el Godo imperio su primera silla.

   No paséis adelante aguas sonoras;
pues siendo las más nobles de Castilla,
vais a morir a Portugal traidoras.




- XXVII -

Si tanta emulación, Fabio, te obliga
a vivir cuidadoso, y recatado,
tu vida es tu defensa, y tu cuidado
sólo el temor de culpa le fatiga.

   Que importa, pues, que la ignorancia diga
del ciego vulgo, de malicia armado;
pues ni su aplauso ilustrará su estado,
ni hará la ofensa, que su engaño siga.

   Y como al cuerpo diligentes siguen
siempre mayores sombras, o menores,
sin que a mudar su ser al cuerpo obliguen.

   Así ni aplauso vil de aduladores,
ni plebeyas calumnias, que fatiguen,
hacen menores hombres ni mayores.




- XXVIII -

No temas Lice tanto las arrugas,
ni muestres tan lloroso desconsuelo,
que sin mudar su paso en nada el cielo,
trasnocharás lo mismo que madrugas;

   aun no con moldes la mentira enjugas;  
que en vano jura el fermentido pelo,
ni en ti Diciembre desató su hielo,
ni tus lunares pasan por verrugas.

   Llegó a la tarde la temprana rosa
al botón inclinada la cabeza,
aun no marchita, pero no lustrosa.

   En este ejemplo tu verdad tropieza,
que mucho más en la mujer hermosa,
se teme la vejez cuando se empieza.




- XXIX -

Si no es Reverendísima no quiero
admitir otro trato, y cortesía,
y ver esta loable fantasía
honrada presto con la mitra espero.

   Tengo, aunque fraile soy, gentil dinero,
en Artes Maestro soy, y en Teología,
y tengo mozo, celda, y mula mía,
y cuando en ella voy soy caballero.

   Predico mal, y llevo a mis sermones
a muchos, que pretenden obligarme  
a tributar bizcochos, y jamones,

   y cuando en más no pueda colocarme,
dignidad titular con bendiciones
pienso aceptar, por sólo destratarme.




- XXX -

Estaba el Sol en la mitad del cielo,
y el día en la mitad de su jornada,
y Filida a la sombra recostada
de un álamo, que baña un arroyuelo.

   Miró el cristal, que fue en Diciembre hielo,
ya plata errante libre, y desatada;
que no despierta su quietud cansada
las mudas aves, ni el florido suelo.

   Si ya rompiste, dijo, las prisiones,
alegre arroyo, en el que invierno triste
el lustre encarceló de tus vellones,

   muy bien podré esperar, pues le venciste,
(aunque en prisión de amor, y sin razones)
que rompa yo, lo que romper pudiste.




- XXXI -

Es la vida del hombre alegre carga,
que dulcemente lleva nuestro engaño,
y es más estrecho, y más amigo el daño,
cuando es la vida más prolija, y larga.

   Es la separación triste, y amarga,
y dulce el lazo, que duplica el año,
y cuantos más, ofende el desengaño,
si el fin le acorta, que el amor le alarga.

   Cuanto más tiempo la raíz encierra
el árbol en el suelo, se despide,
con mayor resistencia de la tierra.

   Con esta misma el alma se divide,
y del antiguo nudo fe destierra
del cuerpo anciano, que salir le impide.




- XXXII -

¿Por qué, Señor, prosperas el camino
de tus rebeldes hijos, y ofensores?
¿Por qué a sus brazos siempre vencedores,
tu diestra sin castigo no previno?

   Este modo de obrar tan peregrino,
ha sido entre tus claros resplandores,
lo que el discurso humano en los errores
opuso siempre al crédito divino.

   ¿Por qué en desigualdad tan justa, esconde
tu mano, que dispensa nuestro bienes,
el peso fiel en tan contrarias partes?

   Mas ya tu providencia me responde;
que bien se ve la estima en que los tienes,
si en tan injustos dueños los repartes.




- XXXIII -

Donde quiera que voy llevo conmigo
este desvío, que jamás me deja;
y contra lo que el tiempo me aconseja,
llevo en el alma cómplice, y testigo.

   Mas no puedo llamarle mi enemigo;
porque este bien, que con razón me aleja,
es procurado, del deseo queja,
y es conseguido, queja del castigo.

   No hay suerte, ni contraria, ni oportuna,
por que el brazo de Dios, constante y fuerte,
no le dejó el suceso ver ninguna.

   Con esto se camina hasta la muerte,
y entre esta presunción de hado, y fortuna,
sólo en morir hay buena o mala suerte.




- XXXIV -

Montes de nieve son, los que de flores
pació el toro, de Abril en las montañas,
y el cierzo airado impide en sus cabañas,
la entrada, y la salida a los pastores.

   Mirábanse los días tan menores,
que en breves horas, al trabajo extrañas,
la luz apenas vieron las campañas,
y el monte poco o más que resplandores.

   Todo se altera, todo se embravece,
y envueltos con la nieve, y con el viento,
el soto gime, y Manzanares crece.

   Su imperio desconoce el firmamento,
y orbe de plata a veces le parece,
y otras que se trastorna de su asiento.



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