domingo, 12 de abril de 2015

PARIX CRUZADO [15.558] Poeta de Perú


Parix Martín Cruzado Jiménez 

Trujillo-Perú 1979. Poemas suyos han sido publicados en revistas literarias, físicas y virtuales como Letralía y Letrasértica y en libros colectivos como: Lima, Visiones desde el dibujo y la poesía (2010), 20 Poetas, Muestra de poesía contemporánea (2010); Poéticas, Artes poéticas por poetas peruanos contemporáneos (2010), Convergencias, Río Negro (2011); Punto & Aparte, Muestra de poesía hispanoamericana, Vicio Perpetuo (2012); Mil Poemas a César Vallejo, Perú, Ministerio de Cultura; Concejo nacional de la cultura y las artes, Gobierno de Chile (2012); Todas las voces, Muestra de poesía mundial; Vicio Perpetuo (2013). Es autor del Libro, VEINTIOCHO, Editorial OREM, Julio del 2013. Mantiene inédito el Libro de prosa poética TREINTA Y TRES.



1

Me encuentro lejos, como portando grillos, distante de la lectura necesaria, de una buena charla, del análisis profundo, de la autonomía terrena. Yo, que desprecié a tiempo a las generaciones anteriores y no estudié a los clásicos (estoy cansado). Represento a un rostro en palabras de una cultura sin progresión, desgaste.
No me dormiré, se lo merecen: el lector, mi ego, la poesía, el profético extravío de la partícula de dios (así será). Se lo merecen: el perro, el gorrión, la figura del siamés deforme, tu espera y mi cama que se agranda cuando ahí no estoy.
Todo lo que observo se destruye, cae y no vuelve sobre su lugar. Todo lo que toco se destruye, a mi tacto, desaparece. Sólo permanecen mis palabras en el tiempo que me toma pronunciarlas.
Me salto al ojo almendrado, me quedo con el bizco de orzuelos. Trueco al arco iris por el voltaico. Le cierro mis ojos al cisne, me alejo del lago. Voy al basural y miro gorriones. Cambio al hada por una cucaracha. Niego al celeste. Beso smog.
Yo no conozco el andamio, mi hoja lo sabe, no escribo, solamente escupo. Le digo las cosas, traspaso los temas, descerrajo la guarda del códice. A futuro breve los muertos de papel que no se escriben volando frente a mí sabiendo que yo no sé de andamiaje, que salgo corriendo, que no escribo, que solamente escupo, que me siento triste cuando leo poesía y estoy lejos, que me hago silencio sin saber seguir.

Poema  1,  Sec. 1-10  De: VEINTIOCHO (Ediciones OREM, Trujillo, Julio 2013)


5

Resultaron dos, por turnos, mirándose, tocándose las caras por distintas razones. Uno que se tocaba las manos: uña debajo de la uña, frente a unos ojos que no dormían. Otro tranquilo controlando las cosas. Otro temiendo, llorándolo todo con ira. Él fue dejando de vivir para vivir según la usanza. Lo ilegal era la voz de ella, su presencia, su mirar, su estarse quieta; su saber, con preguntas, cercar a la bestia y separarla del hombre. Le ayudaba tener una basta de días y semanas. Su catre de tubo daba tumbos y brincos de silla sobre su espalda. Era demasiado oírle decir casi maldiciendo: María, así te llamas y yo no tengo nombre. Ella dormía como siempre plácidamente en su equilibrio. Él permanecía despierto en un trajín de ganas para seguir encendiendo luz pasando el meridiano. Digitaba en el ordenador entre media diéresis visible, dos puntos sobre un nombre y algo menos intestinal para leer por la mañana: Me rasco la cabeza, me rasco la cabeza y escribo, no duermo.

Poema 5, Sec. 11-21 De: VEINTIOCHO (Ediciones OREM, Trujillo, Julio 2013)


7

Desperté y teñí de manos sucias el agua de mis ojos. Y qué si tu nombre me remonta a las entrañas de una mujer. Ya me voy de la tarde a temblar.
Yo partí sin despedirme, destino de tu voz, y eras tenue y me perdía. Partí desde el sonido para oírte y me perdía. Me mantuve desprendiendo olivos, desmembrando higueras, enjugándome los ojos con tu sangre de nube triste. El recuento de tu vista me detenía las piernas y yo andaba. Tu sonido de brisa me incitaba al oeste, pero yo andaba tendiendo siempre mis oídos al recuesto de una montaña.
En el regalo del dolor y en la habilidad prensil que la vida le negó a mi zurda, tengo como único camino y con los puños cerrados: el reír  y el soñar contra la vida hecha. Me debo repetir en acudir de atento, tocar sino mis pertenencias, seguir dormido o dormitando. Seas apareciendo tú, sea  intermitente yo, o seamos los dos en apariencias que se quedan y se van. Tú misma lloviéndome en los ojos, o yo mismo cayendo alrededor de un día y de tus horas.
En mis cirios de cebo negro, de cera animal llorona, hay un reflejo oscilante. Hay un ruido molesto, —de casas— pedazos que se sobreponen. Terracota de manos. Hay una riega con mentada de sienes; hay ojos llenos de verde y pinos. Tu pelo, ha rebasado otra tapia, provocarme un valle es poca cosa. Mi visión tributa en la extensión de tus días.
Me asalta la desgracia como me asalta tu pelo en su hondo caminar, depresivo, en gravedad, como una danza de rocas que ha caído sobre un pueblo faldero. Las techumbres rotas, los niños muertos en la prisa. Las casas abiertas, sin muros, cerradas  las  puertas y todas las calles llenas de un cerro desprendido.
Llegas cantando la dorsal irrepetible y sus siempre mil pasos atrás, como  historias en  personas que aún viven. Canción del yo quiero saberte, del quiero toparme con tu piel, asonarme de tu rostro y colorear en tu ojo entreabierto.  No has tropezado en el salto de mis pesadillas al hacerte presente.
El plural amor de un corazón y su raíz de árbol. Sauce diferente de ratos interminables, pila de hojas sostenidas. El amor de un corazón plural, retazos cortos de toda una vida, pizpiretas recortables, plantas de archivo ceniza. El corazón de un amor plural, centro de todo y origen, falencia en color de color, augur que señalan las aves. Tiempo sin cabida entre maldad y hombre nuevo. Mi cabeza en tu plato.

Poema 7, Sec. 22-28 De: VEINTIOCHO (Ediciones OREM, Trujillo, Julio 2013)


1

Sobre

Desperté pensando que la hora de la desintegración es por la mañana. Ahora, por la tarde, repaso el recorrido de tus manos en la escritura de tu nombre. Tu firma en la declaración de aduana, seña donde dice: regalo, fecha de mayo: tres. Tilde en tu segundo apellido. La escritura de mi nombre en mayúsculas, mis apellidos, de manera normal.
El sudor de mi frente se acerca a mis ojos complicando mi lectura. —No tengo más que mangas de camisa para solucionar el problema—.
Nace un manierismo moderno, vulgar y transgresor de la atención femenina —paños de papel y manos atentas que ahora recuerdo—. Va el movimiento de antebrazo en friega de envés y revés. Su posterior mancha cuestiona el ideal de belleza.
Momento presente: Desde aquí se extiende la sierpe que me lleva y retorna de y a climas distintos, a plazas con templos en refracción, a pisos pulidos en ocre y a mascarillas con filtros ineficaces.
No se trata de líneas oscuras: un pequeño cuadro, antes de encajar, ha caído.
Retengo a Estela, la imagino renovando su cocina sin saber qué más hacer en ella. Se parece a mi costumbre de cortarme el cabello cuando no sé qué más hacer al interior de mi mente.
2:38 pm. Y no ocurre la aparición de mi clienta para  retornar a la ciudad. El pedazo de papel que uso como marcador de hojas está entre mis labios mientras voy leyendo.
Amos va concluyendo su libro. Retiro el papel de mi boca y separo el último capítulo para una posterior lectura. Al otro lado del mundo, María³ charla con sus suegros. A poco de salir de la casa prepara como siempre una amable despedida. Ella busca su mirada, él no evita pensar en la salida, comprende su inquietud, es complaciente, ahora también se interesa por su poesía.
He perdido totalmente el interés por oír el calzado de la mujer de leyes bajando la escalera del juzgado. El tiempo se ha cumplido y ya no podré regresar a Trujillo por los doscientos kilómetros más de contrato que he perdido.

———————
³ “Como una pequeña nube como la palma de la mano de un hombre, que sube del mar.”  Unida al mar como una Stella. Supe de ella la primera vez que me cubrí  de agua y sal, pero no la conocí  hasta el día que la vi en su retrato.
 Poema 1, Sec 6-12 del Libro Inédito TREINTA Y TRES




Brisa de entonces

En tu redor, yo quepo,
centrado, al medio.

Le has prestado
agujeros a mi bolsa,
piedrecillas a mis bolsillos,
astillas a mis huesos...

Y me miras, aunque no sé si sonríes,
y si sonríes, no sé si es de burla;
y si sonríes, pues ya tienes viento.

Brisa, yo me siento asqueado de ti:
desde antes, desde siempre;
y desde hoy a mañana... no se harta
tu azucena... de convidarme muerte.

“Has provisto un pabellón de alas
quebradas en mí, desde antes, hasta siempre...”

El camino se ha parado, sí...
Y se han colgado mis pies de tu viento;
tres y quebrados que evito escribir,
tres y quebrados que no siento.



Poderes y unidad

Se rompe un cristal en caprichos
de dos, de tres, de más...
Cuando el sol amanece su noche,
el cielo es claro para unos
y estrellado para doses.

A ver, dime, hijo; ser viviente
de este lado de mi sangre...
¿Me amas?

Ya no te pregunto, mujer,
ya lo sé. Tú no tendrás opción;
es mejor decir que sí.
Tú te juraste hueso de mi hueso
y sangre de mi sangre —unida a mí—
para hacer de la carne de dos
una sola carne; pero yo —hija del cielo—
no me llevo bien con tu papá.

Y dime tú, dulce mamífera,
con el cuarto hablante de tu lengua,
pequeña divina, hija mía...:
¿Me amas?

Ven aquí, criatura, retoño segundo
de mi haber matrimonial;
yo te amo como tú aprendes a amarme.

Y es aquí donde el oxígeno de hogar
se divide en cinco bandos y yo...
dicto la unidad.

Brisa, yo te miré y mis ojos se apagaron,
desde entonces, hasta siempre.



Siguientes días...

1

Huir de
mi zurda,
esquivarme
el hombro
por un día;
apretarme
la mejilla
con una mano
sola...

Pulgar
a
derecha
y los otros
cuatro
sobre
la
asimetría
de mi
media fachada...

Es una
cara
rascada de
cara,
pero mi
risa está
completa.

Mi cuerpo
va de antes
a luego,
sin cuando,
—desespero—,
pero lo estoy
logrando.



2

No, ni han sonado
las monedas que esperaba.
Llegaron incorpóreas,
ideales, inciertas;
con un son de cercanía,
llegando su bramido
y no el convite.
Llegando su consuelo
sin mirada...
Y yo necesitando
surque un río entre mi pecho,
con su riego
bañador
de cultivos
hambrientos...

Y de la espera, me he dormido...

Me he dormido oyendo su paciencia,
su estruendo cauteloso,
arrimado en una mueca de
cobertura suave,
de sabor prudencia rancia
y una voz de arrullo
que me viene rezando
hace veintiocho días:

“Todo bien,
todo bien...
Las heridas cierran
y el dolor escapa...”



3

Y amanezco sin saber
quién dejó esta piedra en el camino...

Y sigo mi paso seguro,
sabiendo que no es nada
que tu abrazo no pueda,
que tu abrazo no cambie,
con ese amor genuino
que llegaría a salvarme...
quizá.

Y voy, extrañando
—a cada paso—
tu silencio dormido,
tu silencio dormido
en una grieta de mi pecho,
tus palabras ancladas en “do”
y mi oído despierto de
tanto anhelar tu voz...
que no llega.

Y si decido ser viento,
dirán que ya todo está escrito.
Y yo seguiré, labrando a pico,
y yo seguiré... escribiéndome...
el pan que mastico.

Y en un recodo, de la espera,
me he vuelto a dormir...

Esta vez, rendido por la ciencia
de grageas sedantes, esperancitas
de corto plazo que me recortan
el tiempo parlante...

Y voy nubícula, montado en un cirro,
una nube blanca y ligera, sin tiempo...;
sin memoria, sin recados, sin deseos...

Un cirro que me contiene
presuroso de un sueño
insinuando en su color de falsa nobleza,
—no todos los cirros son así—
del adormecerme cantando, como
fumando un beleño..., narcótico,
de olor indeseable...

Y de la espera, mi cuerpo... duerme...




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