martes, 15 de julio de 2014

JOSÉ DEL RÍO SAINZ "PICK" [12.319]


José del Río Sainz "Pick" 

(1884-1964) 

José del Río Sainz (Santander, Cantabria, 1884 – Madrid, 1964) fue un poeta y periodista español.

Conocido popularmente como Pick, el seudónimo que utilizaba en sus escritos (a parte de El Peatón o Juan del Mar, entre otros), fue navegante, periodista y gran poeta del mar. Fue nombrado Socio de Honor del Ateneo de Santander, en 1925 recibió el premio Fastenrath de la Real Academia Española por su libro Versos del mar y otros poemas, y asimismo la Federación Nacional de Asociaciones de Prensa de España le eligió Periodista de Honor.

Su soneto Las tres hijas del capitán ("Era muy viejo el capitán, y viudo,...") es quizás su obra más popular, y consta de un enorme sentimentalismo de tipo romántico.

Himno de Cantabria

Erróneamente, la Ley de Cantabria 3/1987, de 6 de marzo, por la que se establece el Himno de Cantabria y se regula su uso1 afirma que José del Río Sainz es el autor de los arreglos pertinentes para que el Himno a la Montaña compuesto en 1926 pasase a ser Himno de Cantabria. Sin embargo, esto no es así, ya que el verdadero autor de los arreglos fue José del Río Gatoo.

Obras

Versos del mar y de los viajes. Santander, La Atalaya, 1912
La belleza y el dolor de la guerra. Valladolid, Montero, 1922
Hampa. Santander, 1923
Versos del mar y otras poemas. Santander, 1925
La amazona de Estella. Santander, 1926
Aire de la calle.2 volúmenes. Santander: J. Martínez, 1933
Nelson. Madrid: Atlas, 1943
Zumalacarregui. Madrid: Atlas, 1943
Churchill y su tiempo. Madrid: Atlas, 1944
Literatura inglesa. Madrid: 1946
Antología. Santander, Hermanos Bedia, 1953
Homenaje a José del Río Sainz. Santander: Institución Cultural de Cantabria, 1974
Hampa. Santander: Cuevano, 1984
Memorias de un periodista provinciano. I, La infancia. Santander: Tantín, 1984
Testimonio poetico de José del Río Sainz. Santander, Casa de Cantabria de Madrid, 1984
El capitancito. Santander: Universidad de Cantabria, 1998
Versos del mar y otros poemas. Santander: Estvdio, 1999
Poesia Completa. Granada: La Veleta, 2000
Últimos aires de la calle. Santander: Bedia Artes, 2000
Aire de la calle. Santander: Estvdio, 2003





Para Paloma Uruñuela

OFRENDA I

A ti, ¡oh mar!, que me diste las primeras
robustas sensaciones que he gozado;
cómitre que remando en tus galeras
me hubiste de tener como forzado.
Escuela de la vida, templo y atrio
en que el vivir cosmopolita y pícaro
al alejarme del terruño patrio
me dio la alada decisión de un Ícaro.
A ti, a quien todo lo que soy lo debo,
porque infundiste en mí un ánimo nuevo
y el vigor me inyectaste de tu yodo;
a ti dedico, ¡oh mar!, estas estrofas,
en las que encierro el horizonte todo
que se abarca de pie sobre las cofas.



ALBA

...y mi padre me dijo, mostrando mi equipaje,
este pobre equipaje de humildes cosas lleno:
–Abrázame, hijo mío; sal a tu primer viaje,
empieza ahora tu vida, sé valeroso y bueno.
Y salí por el mundo; dejé mi casa clara,
subí a un tren y a lo visto apenas daba crédito;
era como un sueño, la perspectiva rara
de los nuevos paisajes y el panorama inédito.
Bilbao, ese gran puerto, llenó mi alma de asombros;
parecía que el mundo gravitaba en mis hombros
y me sentí vencido con ganas de llorar.
El barco, el primer barco, fue como un calabozo.
El capitán me dijo: –Hay que ser hombre, mozo.
Y me pareció aquella la enorme voz del mar.



LA PRIMERA GUARDIA

¡Primera guardia! Ya la luna brilla
sobre la inmensa superficie verde
y la nativa, idolatrada orilla
como una nube en el confín se pierde.
¡Con qué emoción, temblando, la despido
al ver en el cristal del catalejo
su borroso perfil desvanecido
de la luna al nostálgico reflejo!
Luego, cuando la guardia se termine
y con ávidos ojos examine
del horizonte la imprecisa raya,
en un adiós de cosas españolas,
todo –montes, cantiles, faro y playa–
estará sepultado por las olas.



NOCHE PAVOROSA

La noche es pavorosa. Nunca tantos
horrores tuvo un trágico momento...
y sentimos la angustia y los espantos
que paralizan hasta el pensamiento.
Se siente como un fúnebre presagio;
a nuestros pies se ha abierto el abismo:
¡la idea obsesionante del naufragio
de todos se apodera a un tiempo mismo!
En la caseta del timón dos rudos
marineros están; trágicos, mudos,
oyen del viento la gigante orquesta...
Uno rompe el silencio: –Aquí el «Apolo»
se fue a pique una noche como ésta
–dice sombrío– ¡y me salvé yo solo!



LAS PEÑAS DEL NAUFRAGIO

Ante las rocas grises, cenicientas,
el corazón sobrecogido late;
parecen unas tristes osamentas
tendidas en un campo de combate.
Sentimos como un fúnebre presagio
que de espanto la frente deja fría;
¡en esas peñas ocurrió el naufragio
de un buque de la misma compañía!
Suben todos a verlas; en la borda
toda la dotación dobla los codos.
Se oye el rumor de la resaca sorda,
que en nuestras almas temeroso zumba,
mientras pensamos en silencio todos
en qué mares tendremos nuestra tumba.



EL DE LOS TRES NAUFRAGIOS

Se salvó en tres naufragios y lo cuenta
con énfasis pueril y tosco estilo
siempre que una ocasión se le presenta
de reanudar de su relato el hilo.
Ésa es su vanidad, toda su historia;
de hilo vulgar están sus horas hechas
y ocupan por entero su memoria
esos tres episodios y tres fechas.
Él lo comprende con su rudo instinto
y todo lo refiere al triple drama
–¡Fue al mes de naufragar el «Riotinto»...!
–¡Fue al año de salvarme del «Bahama»...!
Ello le da en el rancho, entre la gente,
prestigios y respetos. Cuando él habla
ni respirar a los demás se siente.
Todos escuchan: –Me agarré a una tabla...
Siempre hay un nombre trágico en su boca
–buen capitán, aquél que vio él ahogarse
en el «Iberia»–; y cuando el nombre evoca
se ve a la sombra del ahogado alzarse.
Ese hombre que ha asistido a tres naufragios
se cree inmortal, desprecia los presagios;
él tiene un amuleto que el mar trunca.
Y cuando el miedo pone livideces
en todos los demás, piensa él que nunca
se puede ahogar quien se salvó tres veces.



EL PERRO DE A BORDO

Un maretazo rápido y aleve
lo llevó de cubierta a nuestra vista;
fue su agonía dolorosa y breve
y aún el trágico trance nos contrista.
Era el más viejo del bajel. Cogióle
el capitán en una playa hambriento
y como a un nuevo tripulante diole
sitio en el rancho y pródigo sustento.
Era el guardián del buque; sus melenas
agitaba magnífico en sus rondas.
¡Con qué furor ladraba a las ballenas!
Todos vimos su muerte doloridos
¡y aún nos parece oír bajo las ondas
el fúnebre clamor de sus ladridos!



LA ALEGRÍA ESPAÑOLA

Cobramos nuestra paga, y en el fondo
de las almas el mágico sonido
del oro inglés hizo nacer un hondo
deseo de champán, de amor, de ruido.
¡A tierra, pues! Salimos bullangueros,
y en medio del clamor y la algazara
recordaban quizá nuestros sombreros
chambergos de los Tercios de Pescara.
Alegremente lo gastamos todo
y un marinero, ya casi beodo,
dio a una miss que encontró cerca del buque
el último chelín, galante ofrenda...
Y esa noche la miss soñó en un duque
español y en un gesto de leyenda.



VIRAR POR AVANTE

¡Salta escota de foques! ¡Acuartela
la botavara...!, grita el capitán;
se oye chirriar de cabos, y la vela
se hincha al soplo del rápido huracán.
Hay momentos de trágica zozobra;
el buque retrocede ante el ciclón,
mas decide eficaz la maniobra
un golpe decisivo del timón.
Pasó el instante del peligro grave
y en la agitada inmensidad, la nave
ágil salta lo mismo que una corza...
Y el capitán sonríe satisfecho
y un hurra larga cuando el buque orza
entre el empuje del turbión deshecho.



EL VINO DE ESPAÑA

I

La Nochebuena en Inglaterra era
silenciosa y nevada. En los hogares
se congregaba la familia entera,
en torno de los puddings seculares.
Mientras nosotros en el buque estábamos,
junto a la estufa, para huir del frío,
y a un tiempo todos, sin querer, pensábamos
en un lejano y blanco caserío.
Rompió el silencio el capitán anciano,
en náuticas empresas veterano,
y dijo con voz agria al mayordomo: 
–¡Venga vino de España, y fuera penas!
Y al beberlo temblamos todos como
si bebiésemos sangre de las venas.


II

¡Vino de España! Ingrato y displicente,
el español tus méritos desdeña:
sólo lejos de España es cuando siente
lo que vale una copa malagueña.
En medio de la mar o en tierra extraña
una botella el corazón anima.
¡En su fondo se encierra toda España,
y se conserva el fuego de su clima!
Bebimos una copa y otra copa...
Luego armamos un baile sobre popa.
Y desde el muelle triste unos britanos 
nos miraban, ¡sin ver que en el marino
festín, lo que elevaban nuestras manos
en la copa era un símbolo hecho vino!



EL PASO DE LA LÍNEA

La Equinoccial cruzamos. Hubo fiesta;
y en la paz religiosa del ambiente
se oyeron los acordes de la orquesta
como un suspiro de la patria ausente.
Era vulgar la música –una flauta
y un mísero acordeón–, pero sonando
en medio de la mar, el pobre nauta
hallaba su sonido dulce y blando.
Con la voz de la música allí hablaba
la patria ausente. Vi cómo surcaba
amargo llanto alguna tez broncínea.
¡Oh santo amor a los paternos lares,
que nos haces llorar ante una línea
invisible tendida entre dos mares!



PAISANO

En estas latitudes apartadas,
entre este ambiente hostil, desconocido,
dos frases al acaso pronunciadas
penetran como un dardo en el oído.
Alguien habla español. Y nuestra mano
se tiende hacia el rincón en que se esconde.
–¡Paisano! –le gritamos— y: –¡Paisano!
con igual emoción él nos responde.
Nunca nos vimos. El semblante rudo
que surge al escuchar nuestro saludo
es en mi vida un elemento nuevo.
–¡Paisano! –repetimos–. Él me ofrece
con gesto fraternal su copa. Y bebo.
¡Y sangre mía el vino me parece!



LUZ POR LA AMURA

Entre el ronco gemido de las olas,
única estrofa de la noche oscura,
se oye clara la voz de las serviolas,
que anuncian una nueva luz de amura.
Es un vapor; su luz no se confunde,
y en las nubes que velan su reflejo
tiembla sobre las olas y se hunde
cual si huyera de nuestro catalejo.
La soledad monótona del viaje
al surgir esa luz, al fin, se quiebra;
el corazón le rinde un homenaje.
¿De qué nación será? No importa nada.
Y bebamos un vaso de ginebra
a la salud del nuevo camarada.



NOCHE DE TORMENTA

Entreabrimos los ojos alarmados:
desde el lecho se sienten y se escuchan
unos pasos confusos y agitados
como de hombres que corren o que luchan...
–¡Todos arriba! ¡Estamos sin gobierno!
¿Quién al oír tal grito no despierta
en una noche cruda del invierno
en que barren las olas la cubierta?
Entre el ciclón se escucha la angustiosa
voz del piloto que a la gente acosa
para doblar la fe con que trabaja... 
Nos vestimos a oscuras y salimos,
¡y pensamos si acaso es la mortaja
la ropa que temblando nos vestimos!



ENCUENTRO EN EL MAR

En el inmenso líquido desierto
en que vagamos hace muchos días
con su largo anteojo han descubierto
un vapor que se acerca los vigías.
La distancia se acorta: lo examino
y fijo en el cristal de la retícula
contemplo el pabellón santanderino...
¡Oh bendito color de mi matrícula!
Todos suben a verle cuando pasa;
él se dirige hacia la Patria, a casa,
que ya dejamos a distancia inmensa.
Nuestra alegría en emoción truncóse,
y cada uno silencioso piensa
en un balcón donde una niña cose.



EL HOGAR LEJANO

Brama el ciclón. Al dar cada balance
una montaña líquida nos tapa;
seis días van así sin que abonance,
corriendo entre triángulos de capa.
Pasea el capitán meditabundo,
entregado a sombrías reflexiones,
y sobre el puente inmóvil, el segundo
observa los plomizos nubarrones...
Acaso entre el furor del mar y viento
vuela de ambos el raudo pensamiento
hacia el hogar donde una pobre anciana,
repasando una carta amarillenta,
dice a sus nietos: ¡entrará mañana
vuestro padre en Bilbao, según la cuenta!



REGRESO

Otra vez, Santander, aquí me tienes,
descansando en la paz de tu bahía;
¡dame, para ponérmela en las sienes,
la corona de tu melancolía!
El ancla he echado en ti breves momentos
después de recorrer medio planeta;
¿adónde los caprichos de los vientos
llevarán de mi vida la veleta?
Vengo a sentarme, lleno de fatiga,
bajo la sombra de la puerta amiga
que cobijó a los míos veneranda...
Quizá el camino tomaré de nuevo
cuando vuelva a gritar: ¡álzate y anda!
el ansia aventurera que en mí llevo.



MAR DE LAS ANTILLAS

Alto el velamen, con el viento en popa,
vamos corriendo por las mismas aguas
en que Colón, embajador de Europa,
vio las primera índicas piraguas.
En este claro mar de las Antillas
aún conservan los líquidos cristales,
la huella abierta por las bravas quillas
de nuestras carabelas inmortales.
Sentimos el orgullo soberano
de ostentar el escudo castellano,
quemado por el fuego de cien soles.
Y los pañuelos, que la brisa agita,
mojamos en el mar. ¡Agua bendita
para los que nacimos españoles!



LA MUCHACHA DE LA TABERNA:

Dick, el embarcador, tiene tres hijas,
tres rosas de pasión rubias y bellas;
ellas sirven, temblando, las vasijas
y escancian las botellas.
Su padre, que es brutal y se emborracha,
golpea a la menor… Pero instantáneo
surge un marino allí: –Si a esa muchacha
la vuelves a tocar, ¡te rompo el cráneo!
Tumulto y confusión: se yerguen todos
los bebedores, sucios y beodos,
en cuyos rostros el asombro vese… 
En voz baja coméntase la hazaña;
uno pregunta –¿Conocéis a ése?
Y otro responde: –Creo que es de España.



LAS TRES HIJAS DEL CAPITÁN

Era muy viejo el capitán, y viudo,
y tres hijas guapísimas tenía;
tres silbatos, a modo de saludo,
les mandaba el vapor, cuando salía.
Desde el balcón que sobre el muelle daba
trazaban sus pañuelos mil adioses,
y el viejo capitán disimulaba
su emoción entre gritos y entre toses.
El capitán murió... tierra extranjera
cayó sobre su carne aventurera,
festín de las voraces sabandijas...
Y yo sentí un amargo desconsuelo
al pensar que ya nunca las tres hijas
nos dirían adiós con el pañuelo...



LA NOVIA DEL PILOTO


I

Presidía la novia del piloto,
en efigie, la paz del camarote,
y era el retrato polvoriento y roto
como la musa de la casa a flote.
Todos los días, al subir al puente,
el piloto besaba aquel retrato,
que seguía riendo ingenuamente
con inocente y púdico recato.
¡Nos casaremos pronto ya: al regreso!,
siempre al salir a viaje nos decía,
mientras dejaba en el retrato un beso.
Pero no se casaron... Olvidóla;
yo vi el retrato entonces, y reía,
con sus labios hermosos de amapola.


II

Se reía lo mismo que se ríen
las mujeres ingenuas cuando quieren:
en esa risa su ilusión deslíen
y con la risa entre los labios mueren.
¿Qué fue de aquella pobre enamorada
que truncadas miró sus ilusiones?
Aquella risa que dejó plasmada
en el cartón ¿huyó de sus facciones?
No quise saber nada; huía el tema...
pero en mi mente imaginé un poema
como digno final: la virgen loca
pidiendo cuenta al mar de sus amores
y riendo, al mirar, sobre una roca,
pasar en lontananza unos vapores.





Estatua de José del Río en Santander (Cantabria).



EL MAR Y OTROS POEMAS

En Santander había una voz poética que, muy injustamente, ha perdido su eco desde que se apagara. La información sobre esta voz es escasa, y sus obras se han traspapelado en los fondos y catálogos. Se trata de uno de esos autores olvidados en los grandes libros de texto y manuales académicos, a pesar de que le fuese entregado, en 1912, con veintiocho años, el premio Fastenrath de la Real Academia, o que el mismo Gerardo Diego le incluyera en la famosa antología que diera a conocer otros nombres con más brillo en la historia, como el Grupo del 27. Yo mismo he de reconocer que me era un completo desconocido hasta que, hará ya unos siete u ocho años, alguien que pasó por Santander me trajo un ejemplar de la edición muy limitada -unas quinientas copias- que salió allá por el 2000 de su Obra Completa.

Bajo el seudónimo de “Pick” y de “El peatón”, está el poeta y articulista José del Río Sáinz, con su pipa sobre la mar. Se le llama “poeta del mar”, -junto a los también olvidados Uncal o Cancio, hombres de su misma costa- tal y como figura en la Cámara de Honor de las Letras del Mar. Sin embargo, siendo cierta la presencia del mar como tema, no podemos olvidar que, de igual modo, del Río Sáinz reparaba en los puertos, en los cafetines y el lóbrego ambiente de sus habitantes y sus rameras. Así, mientras que quienes se acuerdan del poeta, quieren que miremos sus Versos del mar (1924) por el que, en su versión de 1912, recibiera el premio de la Real Academia, yo empecé por Hampa (1923), tal como figura en mi edición. Una primera parte sobre Mancebías de España, que es un recorrido por Burgos, Madrid, Ferrol, Bilbao, Cartagena, Melilla, Málaga y Gijón y sus prostíbulos; una segunda rotulada Estampas de la mala vida, donde acude a circunstancias concretas de estas mujeres, no con intención pornográfica o provocativa, sino con el lirismo que sabe ver la Magdalena y la Margarita Gautier de cada ramera, y poner el fondo negro que se prefiere no ver, tal y como señala al final del libro en el poema Apelación de la tercera parte Flores de pecado:

Muchachitas de tierno corazón, sed mis jueces;
si el cáliz de la vida muestro lleno de heces
no es para recrearme con el licor viscoso;
es para ver si imprimo un latido piadoso
al corazón del mundi.

(…)

Esas hosca mujeres, pesadillas que oprimen
el ánimo y que a veces resbalan hasta el crimen,
quizá dentro llevaban un ángel del hogar
y empezaron su vida con un ingenuo idilio.
¡Ay si hubieran tenido quien las prestara auxilio
como se salva a un náufrago de la furia del mar!

Pasan ante nosotros, entre sonetos, endecasílabos, alejandrinos y algún soniquete modernista -también en su obra en general existen los dodecasílabos con cesura-, violaciones, madres mendigas que venden a sus hijas por un duro, prostitutas perpetuamente embarazadas, bebés criados en prostíbulos…:

Cada ramera tiene su historia
y como propia luce la gloria
del héroe amante que de su cama
saltará un día gentil y fuerte
para acostarse con otra dama,
con Doña Muerte.

“Poeta del mar”… queda, sin duda, más lírico que “poeta de las rameras”, o de las mendigas, lo que encuentra en la costa, en los puertos o en las ciudades, en contraste con:

Burguesitas románticas, sensitivas Ofelias,
que lloráis viendo La Dama de las Camelias

La prostituta anónima se vuelve personaje poético, echando mano de la Ofelia[1] de Shakespeare, de Margarita Gautier de Dumas (hijo), montadas en versos que cantan sus desdichas como en las grandes tragedias, mostrando una todavía no demasiado conocida vertiente de Realismo poético.

Aquellos que quieren ignorar Hampa en favor de Versos del mar, no pueden, sin embargo, obviar los dos engarces que existen entre el primer libro y el segundo. Comienza éste último con tres sonetos titulados Ofrenda, el primero de los cuales hace llamamiento y dedicatoria a:

A todas las mujeres que he querido
con un amor fugaz: Mary, Annunziata…

(…)

a todas las que, alegres y galantes,
conocimos en esos cafetines

Por otro lado, en Hampa, José del Río escribía el epílogo del famoso soneto Las tres hijas del capitán que aparece en las dos versiones de Versos del mar (… y de los viajes en 1912, …y otros poemas en 1924). Halagar el soneto y olvidarse del epílogo no deja de ser una curiosa maniobra.

Si bien en Hampa, el poeta hace gala de distintas métricas e inserta sonetos, en Versos del mar es la composición estrófica clásica la predominante en toda la obra. Pero además, recurre a distintas variantes. Para empezar, las dos primeras estrofas no son cuartetos en que se repita la misma estructura de rima; al contrario, del Río Sáinz opta por usar serventesios, cada uno con distintas rimas (ABAB CDCD). En segundo lugar, los tercetos siguen esquemas variados, desde comienzo en pareados y encadenando con una sola de las rimas, como con alternancia, es decir: bien EEF GGF, bien EEF GFG, bien EFE GFG, donde las dos últimas son las más empleadas. En ocasiones separa un mismo verso en dos, dejando una parte como verso suelto.

Podríamos decir que Versos del mar es una extensa narración en sonetos, un diario de viaje a la sombra de Ulises, un cuaderno de bitácora de sus navegaciones. Inglaterra, Trafalgar, Cabo Verde, Río de Janeiro, Golfo de Botnia, Cardiff, Santa Elena o Nantes junto a los sucesos a bordo, como la muerte de un perro hambriento recogido en una playa, tormentas, o las tabernas en tierra. Canta al compañerismo de los marinos, al duro trabajo sobre y bajo cubierta, al sentirse extraño y sorprendido en el extranjero, a la emoción de topar con un “paisano” o al sabor melancólico del vino de la patria. Al margen del bello y citado Las tres hijas del capitán, recojo para este artículo mío el hondo y existencial La ola:

La ola, con titánicos alientos,
bate al vapor; su mole ingente y ruda,
al chocar, se deshace en mil fragmentos
y vuelve a ser después agua menuda.
Así quisiera ser. Su poder ciego
tener en un instante reunido
para lograr un ideal, y luego
deshacerme en las rocas del olvido
Vivir la vida en una hora sola…;
más vivirla lo mismo que la ola,
con su ímpetu brutal y con su fuerza…
¡Y no el largo vivir de débil caña,
que teme siempre que el turbión la tuerza
o que la ahogue el cieno que la baña!

De Poemas de la costa, por no extenderme -aunque debería-, quisiera destacar dos composiciones donde la fuerza expresiva se desborda sobremanera. Hablo de La ría de Bilbao y de La bahía de Santander. Nunca, creo, habrá imaginado el lector la siguiente descripción de la ría:

La ría de Bilbao es una lanza
que Europa nos clavó en la costra dura
del litoral; al corazón alcanza,
mas en vez de matarnos, letra a letra
por ella en avalancha de cultura
el pensamiento universal penetra.
Por el hondo rasgón y la ancha herida
la sangre a borbotones no se escapa;
antes bien, a esa herida va atraída
la fuerza misteriosa de la vida
desde todos los ámbitos del mapa.

Más tarde el poeta detalla que la ría fue punto de partida de viajes, primer amor en Portugalete, y ahora es recuerdo de los años jóvenes:

La ría de Bilbao guarda en su agua fangosa
una rosa fragante de roja lozanía;

si revolvéis el agua y encontráis esa rosa,
volvédmela, ¡esa rosa es la juventud mía!

Y así, también nace la primera rima, pensamientos hondos, el primer trabajo… la ría termina pareciéndole:

Eso es para el poeta la ría de Bilbao.
Vapores que descargan carbón y bacalao;
cafés cosmopolitas en las claras riberas;
sinfonía de pitos y campanas; banderas
tremolando sobre una gregaria multitud,
olor a brea y yodo,
y, lo mejor de todo,
la divina y eterna palabra: ¡Juventud!

Como en todo poeta, independientemente del estilo, surgen versos transidos de expresión lírica a través de la identificación de un lugar, un paisaje, una naturaleza con su yo poético y el viaje nostálgico al pasado joven, la idea del tiempo que huye y el recuerdo que lo pesca como puede. Sin embargo, al contrario que en otros poetas, para del Río Sáinz, siendo el río vida, su desembocadura al mar no es muerte -recuérdese a Manrique o a A. Machado-, sino viaje, apertura y libertad, más al modo romántico de un Espronceda.

Observo, en La bahía de Santander, ese sabor modernista, quizás de último modernista -que llamaron posmodernistas- del siglo, en que vibra un fino acorde rubeniano, más austero, pero sin perder la pompa:

Las luces, tras el velo de la escarcha,
tienen como un temblor de lentejuelas
en un fondo de raso, mientras marcha
el vapor, lentamente,
marcando cien estelas
en el azul extensión resplandeciente.
Y al rasgarse los velos de la noche,
como si un hada hubiese roto el broche
que los tuvo compactos y tupidos,
se abre paso el milagro matinal:
¡los campanarios blancos y bruñidos,
como si fueran torres de cristal!

Empero, en mis recortes, traigo de igual modo un Autoretrato -con la cercanía de Antonio Machado- de Estampas españolas, en alejandrinos, aunque con pie quebrado en heptasílabos, en que se entremezclan los temas del noventayochismo y la regeneración, desde el desastre del 98 hasta la ácida crítica de un pueblo despistado, entretenido en el toreo, atontado:

Y allá fuera, en la calle, los hombres incoloros,
el señorito chulo y el petimetre insulso
abroncando al Guerrita en las plazas de toros
ante un pueblo sin pulso

(…)

Y por cambiar de juego
resucitar las notas del viejo Himno de Riego
e inventar un vocablo: la regeneración.
Yo he formado mi alma en tristes días, llego
al medio de mi vida bajo una maldición…

No hay duda de que, del Río Sáinz, empapado de modernismo, convivía con el tema de España y la regeneración. En este caso, el poema se muestra más sobrio, sin galas ni adornos, con abundancia del sustantivo y verbo, próximo a una poesía menos artificiosa que recuerda la “España de charanga y pandereta/…/devota de Frascuelo y de María”. Del mismo modo, en los Versos de circunstancias, damos con uno dedicado al guía intelectual de la Generación del 98, Miguel de Unamuno, cuando, indultado de su destierro en Fuerteventura, se auto-expulsa a Francia en claro gesto de repulsa a Primo de Rivera:

Maestro: a tu retiro
lleve mi voz el viento,
mi voz que es homenaje y es suspiro…

(…)

Para poder morir como viviste
pájaro que odia la dorada jaula
y no cambia el azul por el alpiste,
sacrificaste lo que más quisiste
tus alumnos, tu Aula...;
tu diario revolver en los archivos
y bibliotecas, códices enormes,
y tus graves paseos pensativos
por las doradas márgenes del Tormes

Igualmente, en las Estampas españolas hay guiños que, de nuevo a lo Machado, traen la figura de Valle-Inclán a partir del seductor Bradomín -La vejez de Bradomín-, de la bohemia de Carrere, y dedicatoria a la poesía coetánea del amigo, santanderino como él, Gerardo Diego -El montañés en Soria:

Y el nuevo catedrático, el joven don Gerardo,
-pronto de él se conoce lo agradable y lo adverso-
además de su cátedra, tiene pujos de bardo
y urde en los largos ocios las arañas del verso

No deja de sorprender que, tratándose de Soria, el último verso haga referencia al “urdir de las arañas” machadiano.

Es decir, José del Río Sáinz supo ser poeta consciente de su época literaria, como también lo fue de su época histórica de guerras con La guerra presentida sobre la Primera Guerra Mundial, y La guerra vista sobre la Guerra de Marruecos.

José del Río Sáinz, Pick para los amigos, refleja el transcurso poético de unos años que se suelen pasar por alto bajo la efigie de Juan Ramón Jiménez y la penetración de las vanguardias o el nacimiento de la nómina del 27. Vemos en él un cruce de tendencias dentro de un pulso íntimo y personal, que, siendo Castilla por entonces el corazón literario, prefiere ese allí donde la tierra acaba y empieza el agua, que impregna el poeta de universalismo humano.

Héctor Martínez

[1]En Hamlet (acto III, escena I) a Ofelia se la repudia a un convento, escrito en inglés “nunnery”, término usado también irónicamente en la lengua vulgar, en los siglos XVI y XVII, para denominar los prostíbulos. No sólo una vez, sino hasta cinco veces, mientras discuten sobre la siguiente cuestión: Could beauty have better commerce than with honesty?


2 comentarios:

  1. Gracias, gracias,acabo de toparme con esta página y no sé quién me ha podido dedicar esta maravilla de poemas pero me ha emocionado enormemente y sobre todo ver el trabajo que se ha tomado en publicar poesías de mi abuelo. Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar
  2. gracias a ti por tus palabras, un fuerte abrazo

    ResponderEliminar