domingo, 23 de agosto de 2015

CÉSAR SEGOVIA [16.866] Poeta de Venezuela


CÉSAR SEGOVIA

(Caracas, Venezuela  1977).  Licenciado en Letras (UCV, 2002). Se ha desempeñado como editor, investigador, redactor de contenidos y corrector de estilo para diversas instituciones culturales y empresas editoriales. En 2009 recibió una beca de estudios, otorgada por la Fundación Carolina, para participar en la IX Edición del Curso de formación de editores iberoamericanos (Madrid-Santander, España). Ha publicado Caracas siempre nueva. Breve antología de crónicas de Caracas. (Compilación. Magenta Ediciones, 2006); una selección de textos poéticos en la revista Babel N° 56 (2010); Eso lo sé (poemas palindrómicos, Cooperativa Editorial Lugar Común; Caracas, 2012), y Próximo tren (Editorial Libros del Fuego: Caracas, 2014).



Biscayne, [25.798452,-80.186378]

Aparecer en el borde del mar desapegado de las olas,
del sol que intenta desperezar el olvido del poniente.

Aparecer, sin vértices, en una absoluta superficie,
en el lodo fértil donde las torres se reproducen como un virus
y el verde es la aspiración detrás del pasaporte.

[Verde billetes de banco impresos porque «creemos en Dios». Verde nota de la Reserva Federal (de curso legal para todas las deudas, públicas y privadas). Verde milico aplastado por el peso de la panza y de los años inútiles de revolución. Verde Solicitud de Pagos en Divisas con Tarjeta de Crédito con Ocasión de Viajes al Exterior. Verde moho del dinosaurio muerto que sigue ahí cuando despertamos, cuando dormimos, cuando comemos, cuando nos desnudamos y nos cogemos y nos bañamos y nos vestimos y volvemos a dormir, y despertamos de nuevo. Verde eterno que muere un poco más en el fondo de cada barril de dinosaurio muerto sin funerales. Verde antes de todos los humos].

Aparecer en el extremo de una diáspora que se pretende cura,
consuelo contra las ruinas que nos dejaron nuestros difuntos caudillos.

Aparecer sin la patria pegada en los zapatos, una vez más.




‘Próximo tren’ , 2014



Capitolio

Envejecemos frente a las puertas del tren, vencidos en la eterna esperanza de un sentido sin dirección, en los crímenes de una clepsidra tiránica, mustia de gotearnos.

«En el próximo… En el próximo… En el próximo…».

[En la caja vacía de Pandora, absolutamente vacía. Desbordados en cientos de miles de cajas vacías de Pandora, absolutamente vacías. Una sobre otra junto a otra sobre otra entre otra sobre otra bajo otra sobre otra caja vacía de Pandora, absolutamente vacía].

«En el próximo… En el próximo… En el próximo…».

Tres horas más viejos cada minuto, tres días más viejos cada hora, tres años más viejos cada día: nos adherimos al cúmulo–torrente sanguíneo de la ciudad, y envejecemos; nos hacemos tránsito abúlico en las venas subterráneas de la ciudad, y envejecemos; nos volvemos embolias sonámbulas, emblemas de la inamovilidad orgánica de la ciudad, y envejecemos.

«En el próximo… En el próximo… En el próximo…».

Envejecemos sin movernos, vivos apenas.





Los Jardines

A esta hora toca ser el vidente cegado por la mínima luz que arde en las ventanas abiertas. Toca ser el tren que parte desde el ánima lúdica hecha voz frente al espejo, y mirarse, ya sin los ojos estrábicos de tanto ir y volver en el espíritu reversible de las palabras.

A esta hora toca vestirse con el día y enderezar el camino a la estación. Toca juntarse en los versos liados cada noche y devenir párrafo, oficios en bloque, tránsitos dispuestos a ser día y noche y vuelta del revés [des]avenido en una sola vía, en una sola dirección.

A esta hora toca desandar las vísperas que se nos mueren en las manos y volvernos a esa palabra que nos mira, que nos vuelve y nos mira y se va. Toca alentar el devenir riel, durmiente multiplicado en el vértigo de lo que queda por decir, de lo que queda por saber.




De Brouckère – Hermannplatz – Goya

En mis manos vive la canción de viaje, arrellanada en un vagón desierto. En tus hombros descansa el dolor del falsete. En el aire se pierde el compás de los tiempos arrítmicos, átonos.

En la música está el hálito que se oculta. En la [des]bandada de notas que se adhieren a los ojos está la sombra del camino. En la piel de una guitarra duerme la posibilidad que despierta en el silencio.

Hoy el silencio es la banda sonora. Hoy, apenas, cantamos.

Y me convierto en nota desprendida de un acorde mínimo. Y respiro la memoria de una banda sonora que fue calle, viernes, vuelo y cicatriz.

Restos de bandas sonámbulas que retumban en bares sin geografías. Catálogos de cuerdas, metales, vientos y mareas que se resumen en la mancha incolora de un silbido, en la sordera del cuero reseco de la puerta, en la brisa que se lleva todo.

Hoy la sed es un recelo anegado. Hoy, apenas, bebemos.

No viene ya la brisa. Es la raíz del gatillo que dispara una canción preñada de canciones que nacerán para ser ausencias estridentes. Balas perdiendo el hilo.

Hoy la muerte es tan solo un preámbulo. Hoy, apenas, morimos.

Hoy es una prolongación. Hoy, apenas.



[ARCÉN | 3 |] 

Ella duerme en la holgura de una brecha mínima de calma. Duerme en los ojos del día que le dejan ser el ánima líquida de un sueño sin precauciones.

Ella duerme a pesar de todo.

Aquí no hay trenes, no hay prisa.

Aquí, en esta brecha, ella duerme y yo la miro y adivino el sueño detrás del sol, dentro del ámbar escondido en los párpados que insisten en cerrarse.

Aquí, en este sueño que ella duerme, yo solo soy desvelo, un desvelo que espera, ya no el tren, sino el tránsito a los ojos abiertos.

Ella duerme y yo espero que despierte en calma, en la misma calma que le brota de su sed antigua, precisa, cautelosa. Espero ser más que el sueño que duerme, más que el vapor que le roza la piel y le escuece el ansia. Espero ser el rumor que le llegue siempre, que le bese la frente y le esconda las sombras.

Ella duerme y yo espero que despierte y que su sueño haya sido el de la mano que la espera, el de un después ávido de memoria, el de la súbita víspera vuelta gerundio en sus ojos abiertos.






Tres poemas-palíndromos del libro Eso lo sé, publicado por la editorial Lugar Común, en el sello de poesía Lancini.


Son esos ojos océanos.
Reputado tramo, tesoro,
serena malla, lado tenue, reto.
No sé…
Esa mirada…
No sé…
Eso no lo sé.
¿Vemos acaso dioses?
Oíd: sale verbo… salía…
Baja, bella, tú, todo tu talle…
Baja, baila sobre velas.
Dioses oídos.
¿Acaso me ve solo?
No sé eso.
Nada rima.
Sé eso:
No te reúne toda.
La llaman.
Eres oro.
Sé tomar toda tu persona…
[Ecos: ¿Ojos o senos?]




*



Yo soy esa piel arañada,
ese dolor.
Épocas, olor a polillas,
a rama seca,
holograma amargo.
¿Lo haces?
¿Amarás?
Allí lo paró, lo sacó…
Pero lo desea.
¿Dañará?
Leí… pasé…
Yo soy…




*




Otra herida y otra pena soy.
Otro César:
Rey ya seco, nadie…
Soporto otra:
parodiar tu trama no caló su trago.
Himnos solos son mi hogar.
Tú sola, con amar tu traidor, apartó otro.
Poseída no cesa y yerra…
Se cortó. Yo sané…
¡Parto ya! diré harto.







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