jueves, 26 de junio de 2014

ÓSCAR LANAS [12.047]


Óscar Lanas

Óscar Lanas (Barraza, CHILE  1902 - Santiago, 1994). Escritor y periodista. Fue jefe de crónica del diario "Las Últimas Noticias". Publicó, entre otros libros: "La ciudad de los piratas" (1931), "Raudal sinfónico", "Poemas del océano para gente de mar" (1960), "La emoción del terruño" (1954).





POEMAS DEL OCÉANO
PARA GENTE DE MAR

(Fragmento)

Canción del Navinato

¡Yo he nacido en el Mar...!
Yo he nacido en el Mar
y en un claro día de Primavera!
Los Hombres, siempre nacen en seguro solar;
yo, he nacido en un barco... lejos de la ribera!

Un marinero viejo, al irme a bautizar
-dicen...- ungió mis labios con el agua salobre
y yo, frente a la Vida, poniéndome a pensar
no siento la amargura de haber nacido pobre,
porque nací en el Mar;
porque nací en el Mar...!
Mis pulmones llenáronse con esencia salina
y el viento en mis oídos forjó un caracol,
una nube, fantástica me sirvió de Madrina
y de Padrino: ¡El Sol!

Hubo fiestas a bordo. Fuegos artificiales
de fantasmagorías
debajo de mi cuna.
Los Truenos, descargaron gruesas artillerías;
de oro, era el farol chinesco de la Luna
y de plata, la bandeja del agua, llena de pedrerías!

¿Que más honor? ¿Que Príncipe tuvo lo que yo tuve?
Naciendo en cuna de oro jamás podrán contar,
con el nevado Alcázar que yo tengo en la Nube,
ni la vasta comarca que poseo en el Mar...!

¡Soy Hijo del Océano! Lo amo, como él me quiere.
¡Mi espíritu es el alma de su armónium profundo!
(A veces, manso y suave, cual la ola que muere,
y otras veces, cual Tromba de empuje furibundo...).

Soy único heredero del amplio Mar sonoro
¡Que de riquezas guardo bajo su espeso tul!
Per yo sé la clave de sus puertas de oro,
pues soy un pensamiento de su cerebro Azul!




Romancero de La Serena
Autor: Óscar Lanas
1938

CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1938-10-23. AUTOR: ANÓNIMO
Óscar Lanas, acaba de escribir un hermoso libro con el título que encabezamos estas líneas, y después de un trabajo de varios años ha logrado reunir en un volumen de más de cien páginas, las leyendas y tradiciones de la vieja ciudad nortina, enfocando los hechos más sobresalientes, en versos que serán inolvidables.

No se trata de un libro de romances al estilo de los que hiciera García Lorca. Este libro de Óscar Lanas es de romances heroicos, de los que ha sabido sacar el lucimiento, ya que el material histórico de La Serena daba suficiente tabla argumental.

Posiblemente que en dos meses más saldrá este libro, cuya edición será limitada, y de la cual hará una edición a todo lujo.

Como una muestra lírica de esa obra, cosechamos para nuestros lectores el siguiente fragmento, del romance intitulado “La Hoguera”, en cuyo comienzo el poeta pinta la llegada de Almagro al sitio en que hoy se alza La Serena:



La Hoguera

(Fragmento)

De pronto se abrió el paisaje
como a un golpe de abanico.
Se oyó un estruendo de cañones
resonando, consecutivos
y es el ronco mar, que redobla
sobre la playa de Teatinos.
Relincharon los caballos
y sonaron los estribos,
respiraron los soldados
y se alegraron los indios.
Los corazones hispanos
palpitaron a un ritmo.

¡Linda estaba la mañana!
-Es lo mejor que hemos visto!
-dijo Almagro, contemplando
la mar, el valle y el río.

-¡Feliz, quien ha los dos ojos
aquí, en este Paraíso…!
-exclamó Almagro, añorando
el ojo que hubo perdido
por una punta de flecha,
mientras combatía en Quito.

Y contemplando el paisaje
meditaba, ensombrecido.
El otro ojo le lloraba
en su lagrimal vacío.
Tenía la cara larga
y agrietada, como un risco
y la frente pronunciada
como prora de navío;
la tez tañosa y cubierta
con el polvo del camino!

Sopla el terral de Los Andes
y se curvan los espinos
al peso de sus aromos
entre un celemín de grillos
que cantan.
Hay un sol fuerte
por el azul llano líquido.

Bandurrias pasar por alto
rumbo a los valles elquinos.
El viento del golfo asorda
tamborileando en los tímpanos

¡Aleluya de la espuma!
¡Hervor de pompas de armiño!
Hay, sobre la arena húmeda
larga fuga de abanicos…

La mañana va, descalza,
huyendo, pero el agua
en blando ritmo
va lamiendo sus pies de oro
con alfombras de suspiros.

Trina el aire en el oleaje,
crecen las dunas.
El río
en la arena movediza
sumerge su acero tibio.

Diego de Almagro, apesarado
y receloso de los indios
manda hacer “alto” de repente
frente a la “ouberta” de Coquimbo.

Y el campamento se alza, entonces
aprovechando un caserío.
Botan sus cargas los tamenes
y se desprenden los equipos
y al desmontarse cien jinetes
se puebla el aire de relinchos.




Poemas del océano para gente de mar
Autor: Óscar Lanas
Santiago de Chile: Nascimento, 1960

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1961-05-11. AUTOR: RAÚL SILVA CASTRO
Siendo Chile, como quiere Benjamín Subercaseaux, “tierra de océano”, no es raro que en su literatura abunde el tema marino, desde los cuentos de Baldomero Lillo hasta las novelas de Salvador Reyes. A esta corriente se suma ahora Óscar Lanas, cuyo libro “Poemas del océano para gente de mar” (Editorial Nascimento) viene a ofrecernos los frutos de una larga jornada. Porque debe señalarse, aun cuando ello parezca indiscreto, que Lanas no es un primerizo en las lides literarias. Todo lo contrario. Hace muchos años que escribe, y es tal vez uno de los escritores más fecundos. Es verdad que sus libros difícilmente caben en las bibliotecas de los eruditos y de los estudiosos, ya que constan generalmente de novelas por entregas de las que suman entre mil y cuatro mil páginas. Esta literatura también existe y también debe ser estudiada; pero habrá de aceptarse que es en todo más manejable este pequeño libro de menos de cien páginas.

Pero esto de manejable es un decir convencional. La verdad es que resulta muy poco dúctil, pues ha sido impreso no en papel sino en cartón, un duro, liso, persistente cartón que se resiste a cualquier intento del lector. Y tal fue la imposibilidad de manejar este papel indomable, que adoptamos un remedio heroico, muy plausible eso sí; cortamos a la guillotina las páginas del libro, a ras del doblez, y de este modo sueltas, como si se tratara de una colección de postales. Este procedimiento presenta, además, una ventaja. Se pueden combinar las hojas en cualquier orden, barajarlas como las cartas del naipe y leer, en fin, fragmentos de aquí y de allá, versos sueltos, como se presentan a la vista. El resultado es interesante.

Como los versos de Lanas carecen, generalmente, de coherencia y no se sabe bien para qué fueron escritos ni mucho menos, por qué han sido recogidos tantos años después de logrados, la lectura en orden disperso permite relevar algunos de sus valores inaparentes.

Uno de ellos es, por ejemplo, el naturalismo del autor, quien no teme decir las cosas peores en un tono de inocente charla. Para ello se sirve del paréntesis; he aquí uno:


“(¡Hay mujeres
que son tan desgraciadas,
que ni siquiera tienen quién las trate a patadas...!)”


Otro de esos valores inaparentes es la paradoja, es decir, el unir cosas inconexas y aun opuestas, que se repelen recíprocamente. Veamos un ejemplo. Cuenta el autor que ha nacido literalmente en el mar, esto es, en un navío, y dice cuántos prodigios hubo para acompañar su nacimiento:


“Hubo fiestas a bordo. Fuegos artificiales
de fantasmagorías
debajo de mi cuna”.


Claro está que si se aplican fuegos de artificio bajo la cuna de un recién nacido se corre el peligro de incendiarlo y por lo menos quedará bastante chamuscadillo; pero esta vez parece que no se llegó a tanto, puesto que el autor sigue viviendo, para cantar, desde luego, las excelencias del mar, porque en el mismo poema, termina así:


“Soy único heredero del amplio mar sonoro.
¡Qué de riquezas guardo bajo su espeso tul!
Pero yo sé la clave de sus puertas de oro,
pues soy un pensamiento de su cerebro azul”.


Aquí, en estos últimos cuatro versos, ha podido verse, asimismo, otro de los rasgos que llamábamos inaparentes: el amor a la mención heteróclita de cosas que no tienen nada que ver entre ellas. ¿De quién son las riquezas del mar o del poeta? ¿Por qué el mar ha de tener puertas, y por qué han de ser de oro, salvo que este no sea oro sino simple ripio para proporcionar rima a sonoro? Y, finalmente, ya que no se puede seguir enumerando, ¿por qué ha de ser azul el cerebro del mar? Estas expresiones gratuitas, como bien saben los lectores de Vicente Huidobro, de quien Lanas nos está pareciendo retardado aunque atento discípulo, pueden prolongarse indefinidamente, en series, rosarios, letanías, sin otro límite a la vista que el cansancio del propio autor. Lanas, hay que confesarlo, es más bien prudente, y pudiendo seguir la serie, la corta de pronto. Hay también en este libro varias voces de la faena naviera, que tienen gracia y que son, desde luego, de poco uso en tierra. Cofa, chumacera, son palabras que cualquiera conoce, pero el autor va más lejos, pues menciona las crucetas, el trinquete, la entena, las grimpolas, el foete..., para dar a sus versos el ambiente excitante de la vida a bordo, con sus despedidas, su vaivén, sus tempestades iracundas. Cuando está inspirado, el poeta dice:


“Infinito mar con el arco del viento
tiene la resonancia de un mágico instrumento”.

Y cuando deja de estarlo, agrega, en seguida:

“Su prodigiosa orquesta ahora va a ensayar
los motivos azules del mar”.

Porque, ¡eso sí!, todo el libro es sumamente espontáneo, escrito sin deliberación, en alegre acto de regocijo por las añoranzas que deja la vida de los navegantes, que suelen acarrear melancolía, pero que también pueden evocarse con ánimo ligero. Óscar Lanas no es de los trascendentales, de los que buscan los tres pies del gato y siempre se salen con la suya, arrimando sombras, sino de los otros, de los frívolos, y hasta los asuntos más serios logra revestirlos de cierta sonrisa. Y como la sonrisa es contagiosa, he aquí que nosotros, los lectores, sonreímos también, con el autor, de la vida en el mar y de toda aquella fantasmagoría que se ha echado al hombro.

Porque, al fin y al cabo, el mar que besa las playas de Chile, el hondo, el vasto océano que forma el lindero occidental de Chile, ese mar ronco, persistente, que retumba en las escolleras, coronándolas de espuma, podría ser, todo considerado, uno de los más importantes temas de canto para un poeta de aliento descriptivo, que no temiera ninguna de las dificultades del asunto y que las resumiera en bien logradas estancias. Se dirá que han pasado ya los días en que los poetas se proponían grandes temas, y que hoy se prefieren los juegos, las pequeñas piruetas, los encajitos sin sustancias, los malabarismos y las alegorías intrascendentes. Cierto; y aquí está el libro de Óscar Lanas para probarlo. Después de muchos años de meditar sobre el mar y sus problemas, sobre las gentes que navegan y pescan y sobre los horizontes que se abren a la inquietud de los que viajan, el poeta regresa con un puñado de cristalitos de colores, cada uno de los cuales refleja una minúscula porción de cielo sin poder, por su pequeñez, devolvernos una imagen más amplia, más extensa, más proporcionada a la magnitud física y espiritual del océano.

Lamentando, pues, la ocasión perdida y celebrando, al paso, la innegable aptitud del autor para deslizarse de la tragedia a la risa, despidámonos de él con algunos de sus versos, de esos ligeros, humorísticos, en que restalla la gracia incontenible, arrasando con el sentido común, con el buen gusto, con todo.


“¡Rápidos! ¡Y en silencio: formarse en el combés...!
¡Eh!... ¿Quién está rezongando?... ¡Rediez!
¡Si otra vez
lo sorprendo, lo cuelgo en el bauprés,
con una soga al cuello y un anclote en los pies!”



CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1965-05-29. AUTOR: GONZALO ORREGO
Poemas del océano, para gente de mar, poemas originales de Óscar Lanas, Editorial Nascimento. 24 poemas divididos en seis partes: “Arengas a la Tripulación”; “Canciones Oceánicas”; “Intermezzo Filibustero”; “Rompeolas”; “Aguafuertes del Bajofondo” y “Mensaje Salobre”.


La poesía comienza con los títulos y con el subtítulo: “Canciones de la Espuma, del Agua y del Viento”.

La introducción ya anticipa la magia de la rima y prenderá los grafismos a nuestras retinas, hasta haber exprimido la emoción del último de ellos:


“… en este libro mío vibra el aire salino
con un rumor de océano, que oiréis resonar; porque forjé mi verso, vacilando el oro fino
en el molde sonoro de un caracol de mar”.


Al comienzo, uno cree haberse topado con el Negro Gillén:


“Conozco un Capitán
de blanco pantalón.
Un Capitán
con
facha de orangután”.



Es el artífice del lenguaje, a quien las palabras se le dan como vencidas prisioneras de su genio.

El libro está lleno de imágenes directas, de gran belleza:


“Y las gaviotas
como pañuelos
de despedida
baten el agua”.



O bien:


“Pero un día sabrá
que el amor y el olvido
son dos remos que bogan
con el mismo compás!”.


Y aún: “Por entre una nube gredosa y panzuda / el trueno golpea su gong colosal”.

Hay una épica grandeza, una insuflación, un poderoso aliento de Rubén Darío en la forma como Óscar Lanas domeña el lenguaje y lo mete con firmeza en la rima inexorable:


“En hileras compactas y alineadas
sus blancas cimas empenachadas
como con cascos de parada!”.


Esta imagen de las olas es una entre las miles del “leit motiv” permanente: el mar. No el mar como dulzón lema imaginario o prestado, sino como profundo, hondo y suficiente elemento poético, como el mar del alma del poeta, donde, cual peces brillantes y categóricos, bullen sus imágenes. Ese mar que también existe en tierra firme, donde le dice a un viejo lobo de mar:


“La horrorosa humareda de su cachimba vieja
se asemeja al penacho de un barco que se aleja
cuando se va perdiendo en la lontananza”.


No podría estar ausentes de este libro ni los piratas ni tampoco el miserable hospedón del puerto, donde el poeta le dice a la prostituta:

“Pero al llamar al mozo
la sonora palmada
recelosa examinas el siniestro dibujo
sobre el dorso de mi mano tatuada
y tienes miedo : lo leo en tu mirada”.


El Amor tiene en este volumen un atisbo de honda amargura:


“Mira: si en el amor hubiera escalafón
y por cada fracaso se ganase un galón,
yo sería Almirante o tal vez Comodoro de la desilusión!”.


Podríamos seguir multiplicando los ejemplos de la magia rítmica de Óscar Lanas. El poeta integral, porque no puede hablar ni sentir sino a través de la imagen poética y siempre eufónica.

Es indudable que cuando llegue la hora suprema, como llegará para todos, tendrá que reeditarse para Óscar Lanas la mitología griega, pues no podrá viajar al Más Allá sino a bordo de la barca de Caronte y allí, en la alta proa, se recitará a sí mismo:


“Todos en la vida somos marineros de un mar
y el tiempo es el océano donde hay que navegar!
Y como sé que a bordo corremos igual suerte,
resueltamente espero, sin protesta ni grito.
La vida es una buena barca con rumbo al Infinito
donde vamos bogando de espaldas a la muerte!”.






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