domingo, 22 de julio de 2012

7308.- JAIME RAYO




Jaime Rayo: (1916-1942). Poeta Chileno.: Autor de “Sombra y sujeto” Talleres gráficos San Vicente, Santiago de Chile, 1939. Recientemente “Sombra y sujeto” fue reeditada por Ediciones Tierra Polar, Santiago de Chile, 2009 (Edición y prologo a cargo de Rafael Videla Eissmann). Su obra se encuentra publicada en diversas antologías chilenas.




LA HORA APARTADA


Es una planta o una rama decapitada de improviso:
Su jugo capilar se asoma luego y petrifica.
Con elástico asombro contempla los segados dominios,
Una silueta que vibra veloz,
Una víbora tarda plegando sus tentáculos,
Una cabeza herida que ya no pertenece,
Huraña, sin emoción, reproduciéndose como una mancha.
Concurrir desprevenido a la catástrofe,
Provocar el milagro protector con su pulpa alucinante,
Dividido el espacio entre seres y mareas de pánico.

Es peregrino decir que los parientes conversan
Y simulan un entreacto,
Sin inquietarles la estrepitosa incursión.
Dilapidando sus informes voces delatoras,
Lejos del mudo apercibimiento que el encanto cubre.
La noción desamparada camina a golpes de martillo,
Sortea frágiles escollos indiferente al alarido.
Empañándose de gentes agrupadas, individuos voraces,
Suponed el paisaje cuando sube de tono
Y el lamento nos brinda su zumbido de abeja.

Es la sordina del carruaje, cuando arranca del hogar
Un vestido de nácar, una mirada tibia, estupefacta,
Unos pies pequeños trocados en porcelana.
Hincar torpe la vista en la penumbra,
Afilando sus garfios para clavarla mejor.

Registrar, tiritando, hasta las últimas aristas,
Cómplices espontáneos del accidente.
Sentir blanda la soga, grávida de caricias.
Después, corriendo huir
Alborotado como un niño que se pierde en los patios.





NARCISO

Un soberbio mapa de sangre, el límite preciso,
Expía sus pecados y os deja siempre esperando el desenlace.
No busca días perfectos, la causa ni el sino de la espera.
Empapado en aguas de paraíso, los años le lamen
Sus simplezas de experto y esa aureola casual tan peligrosa.

Una raíz cortada es centro de atracción y aun mejora vidas.

Frente a este altar de espanto
Viven y mueren los hombres poseídos.
A aquellos, su infortunio, su pasajera exactitud les conmueve.
Recientes pasiones, desconocidos deseos alrededor les asaltan.
A menudo interviene la crueldad y el hastío.
¡No hagáis surgir tantas mentiras! ¡No le mortifiquéis!
Tal vez le hallemos en el silencio reparador
O entre dos luces.
Escondido en su castidad como un libro o una mano ciega.

Algo o nada puede dulcificar esta huida presente.
Las palabras mueren al llegar al punto de partida.
Una sola lágrima contamina y destruye sus sagrados impulsos.
Aun corre detrás una amenaza inverosímil
Cuando está allí su imagen
Suspendida entre las épocas.





LA MUERTE Y LA DONCELLA

La incipiente hechicera hoy abrevia sus paces.
Pared a pared compruebo su inminencia de perfil destrozado:
Aquella faz que no se finge volcando sus esencias,
Su minúsculo enjambre de dulces musarañas.
Hacia una especie quemante de trino y arrebol.
Leve y rudo persigo los innúmeros fines con severo disfraz.
El hospedaje rojo del espectro sean las venas abruptas,
Y el poco sueño que alberga su escuálido retiro
En una estancia proscrita largos años yace.

Cierto como el alba estancada violenta su destino,
Piedra e imán, el cuerpo evaporado, la huella negativa y veraz.
Enamorada del pánico desde el comienzo de los días,
Cuando la vida inválida crea otra vez sus brazos
Todos los secretos animales y los nocturnos maleficios
Fluyen de ese naciente abrevadero.
Así realiza el plazo convenido, la abstracta misión,
Sin que las lagrimas le dañen, sacrificada en su sorpresa.
Seguro de este bien, ya no lo considero fugitivo.

La más pulida superficie de ese aire de fiesta o bacanal.
Los miembros blancos orgullosamente colocados,
Apéndices corporales de increíble, sabia proporción,
Trozos de carne y órganos bien definidos
Que un breve éxtasis inicial como una aureola guarnece.
No pausas ni calmas dentro del ruido,
Ni monstruosos reflejos obscureciendo el exterior:
Solo una espalda tranquila y la promesa de su auxilio
Buscándola a ciegas con una tenacidad taciturna y opaca.

Entonces el dibujo y la tinta se tornan subalternos:
El cielo, el viento, el sol opalescente pueden herir sus fibras,
Avanzando un dedo fino de claror para alumbrar escombros.
Ella, menuda e inexpugnable, ignora los efectos
-Inclinada tan ingenua sobre las cicatrices de mi rostro,
Al borde de su mímica de esfinge-,
El sobrehumano delirio, la mueca surgida de súbito y de veras,
Sin poder ya borrar los detalles internos de su estupor,
Esclavo, atado para siempre a su pleno sudario.




Jaime Rayo (1916 - 1942)

El poeta y su enigma

Por Francisco Véjar

Jaime Rayo pertenece por antonomasia a los poetas chilenos olvidados. Su obra es prácticamente desconocida en el medio nacional. En su corta vida, sólo alcanzó a publicar el libro de poemas Sombra y sujeto, el año 1939. Y como tantos otros autores de su estirpe, traía escrito el signo de la mala estrella en los repliegues de la frente. Fue testigo de una época tempestuosa. En Chile se producían transformaciones sociales importantes, mientras al otro lado del mundo, estallaba la Segunda Guerra Mundial. Por lo mismo, Jaime Rayo no escapó a los designios de su tiempo. Su existencia fue fantasmal. Murió trágicamente a la edad de veintiséis años, dejando recuerdos fragmentarios en quienes lo conocieron.

El escritor Miguel Serrano, en Ni por mar, ni por tierra, rememora ciertos rasgos de su personalidad: "Él, en la época más obscura, fue fiel a sus visiones. Era nuestro hermano y durante algún tiempo caminamos juntos. Desplazaba él sus piernas con lentitud, era alto y pálido, sonreía suavemente; su cuerpo reposaba con languidez. Nunca logré alcanzar hasta su soledad. Se llamaba Jaime Rayo. Al igual que muchos de los nuestros, desapareció un día, voluntariamente, quitándose la vida de un pistoletazo".

Cuando hace su debut literario, hacia fines de los años treinta, el panorama de la poesía chilena contaba con los poetas Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, que ya eran reconocidos maestros. Sin embargo, Jaime Rayo escapó a su influjo, teniendo una búsqueda personal en el surrealismo, que lo hace cercano a las obras de Rosamel del Valle y Gustavo Osorio. Un ejemplo de esto es su texto «La hora apartada», donde dice: "Es una planta o una rama decapitada de improviso: / Su jugo capilar se asoma luego y petrifica. / Con elástico asombro contempla los segados dominios, / Una silueta que vibra veloz, / Una víbora tarda plegando sus tentáculos, / Una cabeza herida que ya no pertenece...".

Andrés Sabella, quien siempre se preocupó de mantener viva la memoria de los poetas jóvenes que conocía y desaparecían prematuramente, escribió sobre Jaime Rayo, en la revista «Millatún», el 2 de octubre de 1942: "Recuerdo los poemas de Jaime Rayo, a los que la crítica chilena no desentrañó ninguna ruta. Le leo y escribo sobre su libro Sombra y sujeto, en 1942, habiéndose publicado en el otoño de 1939: leo yo y escribo sobre 16 'momentos' de un hombre en quien resplandecía un propósito humano evidente de revelarse y ser un signo de fuego en cada espejo. Jaime Rayo en Sombra y sujeto planteó direcciones que en la depuración forzosa de los años, pudieron ser una versión más del hombre qué se esfuerza por interrogar el mundo".

Por su parte, Pablo de Rokha, en la antología Cuarenta y un poetas jóvenes de Chile, publicada en 1943, incluye un poema de Jaime Rayo, perteneciente al libro Sombra y sujeto. Mientras, Raúl Silva Castro, en Panorama literario de Chile (1961), ve su obra como parte de la evolución de nuestra cultura, en las primeras décadas del siglo veinte. Rayo también aparece en Poesía nueva de Chile (1953), compilada por Víctor Castro, junto a Nicanor Parra, Teófilo Cid, Eduardo Anguita, Victoriano Vicario y Mahfud Massís, entre otros. Con el paso de los años, su huella empieza a desaparecer de las recopilaciones de poesía chilena, razón por la cual no existen exégesis acerca de su obra.

Cabe decir también que fue miembro de la generación del 38, y autodidacta como muchos de ellos. Solía pasear en las noches, solo por los barrios de Santiago, y tomar notas de lo que veía para sus futuros escritos. Quien después fuera rector de la Universidad de Chile durante el gobierno de Eduardo Freí Montalva, Eugenio González Rojas, tuvo gran influencia sobre él, incluso en su manera de vestir, que fue siempre de negro e impecable. De él obtuvo su exigencia intelectual a toda prueba.

Sesenta años después, Volodia Teitelboim lo recuerda: "Conocí a Rayo en la década del treinta. Para él la vida era algo trascendente. Era un joven que quería cambiar muchas cosas y sobre todo la manera de poetizar. Era un poeta nuevo, dotado de mucha sensibilidad. Sus humanidades las terminó en el Liceo de Talca. Luego en Santiago fue muy cercano a «Mandragora». Se juntaba con Braulio Arenas y Enrique Gómez-Correa, con quienes compartía el gusto por la literatura francesa. Nosotros nos juntábamos en el Parque Forestal. Cuando él muere se produjo un enorme silencio que dura hasta hoy".

Entre sus poemas más notables se encuentra el segundo poema de Sombra y sujeto, que lleva por nombre «Narciso» y que no está exento de datos premonitorios y autobiográficos: "Un soberbio mapa de sangre, el límite preciso. / Expía sus pecados y os deja siempre esperando el desenlace. / No busca días perfectos, la causa ni el sino de la espera. (...) / Frente a este altar de espanto / Viven y mueren los hombres poseídos. / A aquellos, su infortunio, su pasajera exactitud les conmueve, / Recientes pasiones, desconocidos deseos alrededor les asaltan, / A menudo interviene la crueldad y el hastío. / No hagáis surgir tantas mentiras ¡No le mortifiquéis! / Tal vez le hallemos en el silencio reparador / O entre dos luces, / Escondido en su castidad como un libro o una mano ciega".

Jaime Rayo se suicidó en el otoño de 1942, dejando a la posteridad su libro postumo Autonomía, seguramente perdido.





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