lunes, 6 de abril de 2015

TONI MONTESINOS GILBERT [15.405]


Toni Montesinos Gilbert 

(Barcelona, 1972) es crítico literario del periódico "La Razón" y colaborador de revistas como "Clarín" y "Letra Internacional". Autor de las novelas SOLOS EN LOS BARES DE NOCHE (2002 y 2013), HILDUR (2009) y LA SOLEDAD DEL TIRADOR (2014), y del libro misceláneo EL GRAN IMPACIENTE. SUICIDIO LITERARIO Y FILOSÓFICO (2005), ha publicado los libros de poesía: EL ATLAS DE LA MEMORIA (1998), LABOR DE MELANCOHOLISMO (2000), LA CIUDAD GRIS (2001 y 2011), LA MUERTE ESCONDIDA (2004), SIN (2010) y DIARIO DEL POETA ISLEÑO (2013). Ha recogido sus ensayos de poesía y narrativa, respectivamente, en EXPERIENCIA Y MEMORIA (2006) y DESARTICULACIÓN (2009), los de cine en QUE TODO EN LA VIDA ES CINE (2013) y los de índole narrativo-americana en LA PASIÓN INCONTENIBLE (2013). A estos se añade LA RESISTENCIA DEL IDEAL. ENSAYOS LITERARIOS 1993-2013 (2014) y MELANCOLÍA Y SUICIDIOS LITERARIOS. DE ARISTÓTELES A ALEJANDRA PIZARNIK (2014). Además, ha reunido sus poemas y crónicas neoyorquinas en ESCENAS DE LA CATÁSTROFE (2010) y editado a Ángel Crespo, José Balza, Horacio Quiroga, Benito Pérez Galdós, Luis Rogelio Nogueras, Jaime Quezada y José Antonio Ramos Sucre.





Poema en la revista “Estación Poesía”

UN SETTER IRLANDÉS NO TIENE ABOGADO

Prorrumpo.
Qué de verbos amparados en el cajón de la conciencia.
Las dos palomas que vi desde la ventanilla del coche
¿se peleaban o hacían del coqueteo y la caricia una forma de lucha?
En el juzgado de mi memoria me han llamado a declarar.
Me nombro culpable antes de saber de qué se me acusa.
Pues no soy más inocente que el anestesiador que entorna los ojos
antes de disparar el fusil medicinal de sus improperios.
El setter irlandés con el que me he cruzado en la sinestesia de la calle
no tiene abogado, eso lo he visto claro sin temor a equivocarme.
Su hipoteca de aire y tierra valen el presente y su sentencia de vida.

Soy yo el patriarca de mi familia tras haber matado al padre.
Lo degollé una noche silenciosa, leyéndole sonetos de monosílabos.
Lo asfixié triturándole las esperanzas; lo envenené con un brebaje de adverbios y lo rematé sin final feliz: el desenlace del cuento nunca lo sabrá. Luego,
soplé muy fuerte y derribé sus ojos de paja, su corazón de madera, su alma de ladrillo.
Y entonces pude hibernar, teclear facturas como un autónomo poseso,
contradecir a la calculadora, prorrumpir dentro de mi armario y ser muchos:
cada yo en una camisa, cada ego en un abrigo, cada superyó en un pantalón.
Admito que fui un convergüenza, un santo en alquiler, un faquir con pinchos de rosa.
Sangrar sangrar, no sangré, pero sí me disculpé por mis gotas malayas
encharcando mi mente, mojando las pisadas de los demás.

Ni las palomas ni el setter tienen la culpa de mi cárcel.
Si supiera salir de ella, convocando al consejo de dirección,
al contratista, a quien me ha dado el empleo de vivir con número
de afiliado a caminar y a otear, a discernir y a comprobar.

Si pudiera devolverle mi placa, mi arma, mi silbato, mi gorra de aparcaalmas,
yo robot sin Asimov, mi nao sin pintas, niñas ni santas marías…
En caso de ir a la deriva, pulse a tientas UNO,
si desea sexo por doquier, apreté con fricción el número DOS,
para pedir un presupuesto de amor y familia, marque el TRES,
para otros asuntos, desmanes, fruslerías, meriendas, aquelarres, botijos, senderos, gladiolos, impuestos sin espermatozoides y pasteles de guayaba y horizontes en zigzag, espere, una voz que improvisa, una voz gimiente, despertándose, lechosa, frenética y contumaz, sea lo que sea lo que signifique contumaz, le atenderá en cuanto las líneas estén libres. Manténgase a la desespera.
Si en-lo-que quiere escuchar una sonata inédita de Mozart, diga: EME de mmmm...
Si en-lo-que quiere oír el balón entrando en la red todas las veces que Kobe Bryant encestó en el Staples Center, contra los Toronto Raptors, hasta alcanzar 81 puntos, diga KA de Kafka, aunque no se haya metamorfoseado nunca.
Si en-lo-que quiere un saxofón en directo solamente para usted, diga:
melancolía de lluvia tras los cristales. O aproveche para vender su Opel Agila,
buen estado, 50.000 km, 2.500 euros, neumáticos, batería y alternador nuevos.

Hágase la luz, y la luz se pagó, oigo. Hágase un kilo de tomates, una ensalada
a mitad de precio, perseguida por la caducidad, y la ensalada se cobró. Hágase una…
Dejémoslo. El setter sin abogado pisa cuatro veces detrás de mí. Las palomas
ya han volado, el semáforo verde, el impaciente detrás: ventrílocuo en su claxon.
Si ahora llegaras por detrás, me taparas los ojos, quién soy yo para ti, dijeras,
una invención, una mentira, una tergiversación, un malentendido.
No te hablo de amor, dirías, ah, de acuerdo. Quién eres, insistiría yo:
dame tus referencias, currículum y prueba del sida, renta y patrimonio.
Te estoy hablando de amor, te contradecirías. Del amor sin hache ni eme geminada.
Amor nunca tuvo hache. Sí para mí, replicarías. Al amor hay que ponerle
esa hache para que la pelota de rugby vuele y la atraviese: el amor es un ensayo.
Quién eres, dímelo ya, vamos a chocar, será entonces un Opel Agila,
estado catastrófico, 50.000 km y un metro criminal, un centímetro suicida,
un milímetro fúnebre. Al menos, bésame para que la muerte me llegue con la saliva de tu aurora, para morir celebrado en el bajo vientre.
Para qué querría matarte si yo te reviví, dirías, y yo sin manos en el volante,
sin pies en los pedales, a punto de colisionar con la vida.

Espera, justo esta tarde, cita con el testamentario, todas mis posesiones son para mí,
Soy el único heredero, el beneficiario, porque todo es mío, menos el setter,
menos las palomas, las excepciones confirman las menstruaciones de la jurisprudencia.
Conceptos esparcidos: los piso y rejunto como un puzle. (Te debo una, Lope.)
Tengo en el ático un laboratorio de literaturas: mezclo páginas y me sale
Madame Karénina, El amor en los tiempos que se bifurcan,
O surgen nuevos: Campos de castilla alucinógenos, Fortunata y su tía, Pedro,
¡párame!, reservados los derechos del plagiador, reservado el derecho de castración, hay poemarios de reclamaciones. ¿Está usted ahí? Sí, sigo aquí, antes del choque.
¿Quién eres? Parca o Musa, morsa de escuadra, pandillera de iglesia,
desahuciada de cueva, la cobradora del crac del 29. Quién eres.
Tus manos huelen a rastrojos de campesina y a ríos de champú,
segunda unidad a mitad de precio. Tu voz tiene algo
de diablesa apretada en su ceñido cuero de película de serie B, sábado por la tarde.
Tu acento no es de aquí, suena como si, buscando ladrar, maullaras,
como si queriendo chillar de desesperación, susurraras palabrotas en latín.

Dime si soy más artístico que el setter irlandés sin abogado, que las aves
que se tocaban sin manos, se peleaban sin puños, se amaban sin libros.
Si me estrello, que mis cenizas sean depositadas en la cumbre del Everest, o,
en su defecto, en la alcantarilla de la calle Pi i Molist, esquina Virrei Amat,
justo al lado del escupitajo del quinqui sin EGB, de la colilla del vendedor
de muebles de la acera de enfrente, heterosexual sin novia, pero de la acera de enfrente; porque me estoy refiriendo a la alcantarilla bajando la calle a la derecha, al lado del bar donde nunca quise hacer planes de atentados a la democracia para imponer la dictadura de la fraternidad, porque la tele estaba demasiado alta, la gente estaba demasiado muerta hablando sin parar.

Si quieres de verdad frenar este delirio, tápame la boca en lugar de las manos,
o tápame las manos que escriben a ciegas, que no saben para qué escriben.
Átame los pies y échame al mar, la ballena de Gepeto me espera hace mucho,
la concha de Venus me espera hace mucho, lleva demasiado salpicándome y ya la odio, ha conseguido desquiciarme florentinamente, me mira con fijación hasta incomodarme.
Yo quiero una negra que cante mientras camina descalza y el sol aclara su piel.
yo quiero una bicicleta cuyas ruedas no se deshinchen como mi alma,
para lanzar el periódico a la casa del señor y la señora Smith, ver la botella de leche en el zaguán, el neumático bajo el árbol, la abuela sin edad que, sabia, calla.
Quién eres, o mejor dicho qué quieres sacar de mi colisión, de mi ceguera amanuense, de mi brújula a la deriva en el corazón de los demás.
No puedo pagarte, si es eso lo que buscas, sino con jabón cristiano en tus pies.
Me he dado de baja en el psiquiátrico, en el Club de los Vividores Fracasados.
Valgo lo que valiera si me vendieran en un mercadillo de personas de segunda mano.
Solo soy bueno para ser esclavo, enseguida veo normal obedecer,
totalmente justo ser usado como trampolín, semental, acunador, guía callejero.

Cuando me sueltes, me destapes los ojos, me liberes de lo que ahora veo,
te lo explicaré todo, incluido por qué aquel setter irlandés caminaba tan seguro.
Obedecía a su dueño. Como yo obedezco al mío, ahora tú. O tal vez es al revés.
Si me dejas escapar, me quedaré contigo. Si me dejas quedarme, huiré.
Muchos nudos habrá que no sepa desatar. Un día conocí a un viejo marinero
que tanto navegaba que su último hijo no lo reconoció. ¿Quieres ser tú
ese marino fustigador de olas?, ¿ese ausente que se tapaba los ojos y solo veía
la sal invisible?, ¿cuál sería el sentimiento que definiría la mirada
de aquel viejo que cambió su trabajo por el de portero de edificio?
Me gustaría ser Homero con lentes de contacto, Cervantes con teclado y zurdo,
Proust acalorado de aforismos, Leopardi sin lunas que mirar.
Todo para versificar la proa del destino del portero, la popa de su pasado,
el babor y el estribor de sus miedos en la noche, sus tierras a la vista
cuando el ancla ya está clavándose en el agua del reencuentro.
Menudo polizonte amanerado, afeminado, sería yo. ¿O es que no me crees?
Vamos a chocar, si es que en realidad yo no he chocado antes y esto es
mi liberación. Tus manos huelen a buzones de correos llenos de orgasmos.
Si sobrevivo al antifaz de tu piel, que me nombren juez y parte, porque siempre seré culpable de algo, inocente de nada. Si me investigan, si palpan mi cadáver, encontrarán que una vez salté vallas hacia atrás, que lloré un día inútilmente (el día que nací), que quise morir pero vivir, que quise morir, pero viví, que quise vivir para poder desear morir, casi morir para desear poder vivir.
Que jamás supe nada de diptongos, hiatos y árboles sintácticos.
Que nadie me ayudó a crecer, que fueron mis músculos y huesos los ordenantes
de la filosofía que profesé, que me hizo prorrumpir
en reuniones de vientos, en entierros de claridades, en promesas de pasado.
Déjame libre, entonces, ahora que voy a morir en guerra conmigo mismo. Las aves han levantado el vuelo de su huida, el setter irlandés sin abogado se aleja
sin aullar por mí, sin saber que vivo sin remedio para nada.
Ellos tres son mis amos. Mi visión es mi amo, y ella me condenará al olvido.





Home, Sweet Home

Me avergüenza mucho enseñar mi casa.

Es muy pequeña, las baldosas crujen
y el papel de la pared está sucio.

Los mayores de la familia dicen:
"Todo era feliz antes de la muerte."
Y añaden: "Tienes los muebles muy viejos...
aquí huele mal... comes porquerías..."
Todos ellos se fijan en la casa.
Ni una vez han reparado en mis ojos.

Mi casa es fea, poco acogedora.
No se la enseño a nadie. (Es por vergüenza.)

Sigo aquí. Aunque me han dejado solo.






TONI MONTESINOS GILBERT 
SIN
Huacanamo, Barcelona, 2010



Hay un límite en ser. Ya llegué a ese límite.
CLARICE LISPECTOR






SIN SUICIDIO

Casi estoy vivo.
A punto de saltar.





SIN SUICIDIO, SIN AMOR

Fuera del tiempo me habré escapado
en tu maleta de amor difunto.

Pisando el camino de tu vuelta
una sombra tendrá mi perfil;
un desencanto anunciará leve
que yo me abandono, que me fui
antes por una página en negro.

Una silueta y una mancha:
un insecto: una pared: un barco
demasiado lejos y montado
en su horizonte tembloroso.

Tal vez me convierta en todo aquello
y sea el vaso, la sangre seca:
agua en charcos, erratas en libros:
migajas de mesa, arrugas, tildes:
el nombre de un poema vacío:
la ropa y el símbolo gastados:
y tu dolor, tus palpitaciones:
puertas y ventanas que chirrían.

Si regresas, me tocas o hablas,
la respuesta será un manuscrito
con espíritu desamparado.
Y habrás vuelto de nuevo a deshoras,
pese al fin del tiempo detenido
en el último, aciago recuerdo







SIN AMOR, SIN CUERPO

No soy digno de ti, animal con labios,
beso desertor, tijeras suaves que me recibes
soltando el vapor del deseo, la niebla de la entraña.

Ni acantilados de senos, ni senos como embudos.
No soy digno de ti, bebida dulce y sanguínea,
lengua rosa serpenteante, burbuja, piel fría.

De un reptil a una loba, de un pájaro al abismo:
el camino siempre es nuevo y no se abarca.

No soy digno de tu cuchillo en mi frente,
de tu cuello desnudo hasta los pies.
Goza el mundo en la ventana, date la vuelta,
animal herido con truenos, saliva, flujos;
ven hacia el que no es digno de ti
y muerde, insulta, enmudece, tropieza,
y nebulosa o no, tijera o no, acantilado o no, 
sáciate, despídete, ruega por tu soledad,
abandóname intacto, lloviendo por dentro.
Roce imposible, jauría de desazón, isla.

Qué hago aquí escribiendo, indigno de mí,
mujer, papel, pensamiento, vida perdida:
palabra torpe, cuerpo demolido, ayer, hoy, mañana.




SIN CUERPO, SIN SER

Solo, montado con miembros que son de otros,
escondido bajo las sábanas, empapado de sequía,
balbuceando una excusa, sucumbiendo a la luz interior,
celoso de la Edad Media, de la podredumbre del big bang,
ausente ahora como si una voz llorase una canción de sepultura,
distraído por las mariposas que me succionan los ojos,
calumniado por palabras traídas al azar,
abrazando la oscuridad, oscuro y babélico,
solamente sabio cuando al callar, al dormir,
mi boca pronuncia un afecto imposible y helado,
y mis órganos tocan estatuas de lija
y las líneas de mis manos son pinceladas rojas
que dejan un rastro, un olor
                           para ser perseguido
para eliminar mi claustro, mi líquido amnésico,
mi pequeña cueva de niño, mi cabaña en los árboles,
y vengas a la oscuridad y tu vaho ilumine,
y me arrastres fuera, y digas esto es el sol,
esto lo pretérito que ya no existe, ésta yo 
y mis átomos,ésta yo tuya, ésta yo
de los cabellos como enredaderas,
y éste
crucificado y horizontal, culpable de ser culpable,
bienamado, bienquerido, malbesado, malreído,
suelto en la infinidad de diccionarios,
fórmula química venenosa, impotente para odiar,
solitario acompañado, fusilado con pinchos de rosas:

yo no es otro, sino
la identidad del huérfano,
el mismo yo que el tuyo,
el mismo yo que el tuyo,
el mismo yo que el tuyo




SIN SER, SIN RAZÓN

Ese chico subnormal que me imita
desde fuera de la jaula
—ese latido, ese destello, ese parpadeo
que en torno palpo si ver—;

ese místico fornicador, ese tedioso
espíritu insalubre y contaminado
—esa orgía de papeles saltimbanqui
sencuadernados, firmados, dedicados—;

esa subnormalidad que no anhela
la conciencia, el hastío, la ambición
—esa patada al balón huyendo del colegio,
ese anciano encapsulado tras el cristal—;

esa tendencia a tocarse el sufrimiento,
a arrodillarse ante el pasado;

ese deterioro, ese volverse cuerdo, ese esperar
aquel grito del sordomudo y el eco de los huesos
como antiguo tocadiscos, y el móvil
haciendo cosquillas en la chaqueta:
la tecnología del amor y la prehistoria al fondo,
the blue bus is calling us, soy siceramente tuyo,
                                     atentamente,
este dechado
de normalidad
que tira al blanco y acierta en el centro del mundo.



SIN

La desposesión del ser es uno de los temas esenciales de la poesía contemporánea. El deterioro de la temporalidad, la pérdida del lugar primigenio o la insatisfacción como experiencia del presente son asuntos que fertilizan la lírica actual y forman parte de este sentimiento, que contrasta, por otra parte, con el tópico de una sociedad obsesionada por la posesión —de bienes, de personas, de poder—. Para indagar en la versión más radical de la desposesión ha escrito Toni Montesinos (1972) este libro que acota su propósito de una manera sorprendente desde los títulos; el del libro —Sin—, en el que nunca tres simples letras de una preposición se arrogaron tanto significado, y el de los poemas, que llevan la cuenta de las desposesiones de una manera correlativa e implacable: si un poema se titula «Sin amor, sin cuerpo», el siguiente consignará «Sin cuerpo, sin ser» y tras este seguirá «Sin ser, sin razón»; de esta forma los títulos establecen el desencadenamiento fatal de «la metafísica de lo que no se tiene». Un poema imagina el descubrimiento del manuscrito de Sin tras la desaparición del poeta y el análisis que de él hará la posteridad: «Crítica inquietante a la sociedad de consumo / ensayo sobre la nada interior del hombre…», descripción que proporciona en una estrofa el exacto retrato del sentimiento de desposesión contemporáneo: «los versos para comprender la soledad del urbanita».
El argumento que van trazando los títulos de los poemas, en su encadenamiento de ausencias, parte y concluye en dos textos con el mismo título inverosímil: «Sin suicidio», que es una declaración de límites. De ahí se pasa a «Sin amor» y este es el punto inicial, y también será el final, de la indagación circular, iniciática, por las pérdidas. La del amor —«difunto»— desarticula el sentido del sujeto y lo convierte en vestigios de sí mismo: «agua en charcos, erratas en libros: / migajas de mesa, arrugas, tildes…». La enumeración de metáforas es el primer intento de reconocimiento del sujeto desgajado y fragmentado por la pérdida del amor: «la palabra, siquiera / irracional, lanzada en paracaídas / sobre las trincheras del silencio». El segundo intento será escribir asaeteado por las paradojas: «empapado de sequía» o «tomo / aperitivos de lejía». Enumeraciones y paradojas, espejos astillados donde el sujeto trata de recobrar su identidad, abren las puertas a la expresión de la irracionalidad. De hecho, lo irracional en Sin se plantea como la única vía de comprensión racional de una realidad desasistida de sentido. El lector advierte que no se trata de un ejercicio de escuela vanguardista, sino de una necesidad intrínseca a la expresión.
El penúltimo título, que cierra el círculo que Montesinos traza en torno a lo perdido, encadena dos ausencias: «Sin amor, sin suicidio». Entre la falta esencial y el umbral que no se traspasa, los poemas de Sin proponen una vía de comprensión, la escritura: «Y yo con mi palabra / muerta de vida». Aun impregnada por esta paradoja de raíz mística, el sujeto encuentra su identidad desposeída y la sujeción al mundo del que se había desgajado únicamente en el territorio de la palabra: «Yo / sólo soy / lo que ahora / escribo». Pero la contradicción nace al comprender que la aspiración de la escritura es precisamente la de liberarse del «yo», porque «el yo es el mal… / maléfico es el yo, babosa aglutinante»; una escritura que aspira a dejar al «yo» sin historia, sin aventura, sin contenido, tal como se muestra el ser en la sociedad contemporánea, acaso para así conducirle a la única certeza: «Sin nada más que tú», la desposesión que fragmenta y vertebra al mismo tiempo.

El Ciervo nº 711. Junio de 2010

Publicado por José Ángel Cilleruelo





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