jueves, 28 de febrero de 2013

ELIZABETH SMART [9.316] Poeta de Canadá






Elizabeth Smart 

(Diciembre 27, 1913 – Marzo 4, 1986) fue una poeta y novelista canadiense. Su obra más conocida, En Gran Central Station me senté y lloré, narra su relación amorosa con el poeta George Barker.

Elizabeth nació en el seno de una familia socialmente destacada de Ottawa; su padre, Russell Smart, fue un abogado de éxito. Su familia veraneaba puerta con puerta en Kingsmere Lake con el futuro Primer Ministro de Canadá, William Lyon Mackenzie King. Ella comenzó a escribir a edad temprana: publicó su primer poema a los diez años y reunió su primer libro de poemas a los quince. A los dieciocho años dejó su país para estudiar música en el King's College, de Londres.

En 1937 comenzó a trabajar como secretaria de Margaret Watt, presidenta de Associated Country Women of the World. Elizabeth viajó por todo el mundo acompañando a Margaret en sus conferencias. Fue entonces cuando descubrió un libro de poesía de George Barker y se enamoró no solo de los versos, sino de su mismo autor.

Después de estos viajes volvería a Ottawa, donde pasó seis meses escribiendo notas de sociedad para The Ottawa Journal. Continuamente preguntaba en las fiestas por Barker, insitiendo en que quería conocerlo y casarse con él. No tardó demasiado en iniciar una relación epistolar con el poeta.

Ansiosa por iniciar su carrera de escritora, Elizabeth dejó el periódico y la ciudad de Ottawa. Visitó Nueva York, México y California, uniéndose a una colonia de escritores en el Gran Sur. Mientras tanto, pudo establecer contacto con Barker a través de Lawrence Durrell. Pagó el vuelo a Barker y a su esposa para que viajaran a estados Unidos desde Japón, donde él trabajaba como profesor. Casi de inmediato iniciaron un apasionado romance que duraría casi lo que el resto de sus vidas.

En 1941, después de quedar embarazada, ella volvió a Canadá, donde tuvo a su primera hija, Georgina. Barker intentó visitarla, pero la familia de Elizabeth utilizó sus influencias para que as autoridades impidiesen su entrada en el país por "conducta inmoral y deshonesta".

Ella regresó a los Estados Unidos y comenzó a trabajar como administrativa para la embajada británica en Washington. Dos años después, en 1943, en plena Guerra, se embarcó hacia Inglaterra, donde Barker se había establecido. Allí consiguió un empleo en el Ministerio de Defensa y tuvo a su segundo hijo.
Fue en esos años en los que escribió su obra más conocida, En Gran Central Station me senté y lloré. Se publicaron dos mil ejemplares en 1945, pero el libro no tuvo realmente éxito hasta mucho tiempo después. Es una obra de ficción, pero con marcados tintes autobiográficos, en torno a su relación con Barker.

La madre de Elizabeth, Louise, se disgustó enormemente al conocer la existencia del libro. Consiguió, usando otra vez sus influencias, que se prohibiera su publicación en Canadá, y destruyó todas las copias que pudo conseguir.

Barker la visitaba con frecuencia en Londres. Ella volvió a quedar embarazada, y fue obligada a cesar en el Ministerio de Información. Todavía tendría otro hijo más con Barker. Él, que era católico, prometió dejar a su esposa para vivir con ella, pero eso nunca ocurriría. De hecho, tuvo un total de quince hijos con diversas mujeres.

Aparte de poco convencional, la relación de ambos fue tormentosa. Barker bebía mucho y contagió su adicción a Elizabeth. Tenían frecuentes y terribles peleas, en las que llegaban a las agresiones físicas. A pesar de ello, o por causa de ello, el enfermizo amor de Elizabeth por Barker solo acabó cuando acabó su vida.

Para poder mantenerse a sí misma y a sus hijos, Elizabeth Smart trabajó durante trece años como redactora de anuncios. En 1963 ingresó en la plantilla de la revista Queen, de la que llegó a ser editora, incluso la redactora mejor pagada de Inglaterra. En este tiempo disminuyó su dependencia física de Barker y vivió una vida más libre y bohemia que incluyó varios amantes, hombres y mujeres.

En Gran Central Station me senté y lloré había circulado mientras tanto por Nueva York y Londres como libro de culto. Fue republicado en 1966 con gran éxito de crítica. Ese año Elizabeth dejó la escritura comercial y se retiró a una casa de campo en Suffolk. Allí escribió la mayor parte de su obra, la mayoría de la cual fue publicada póstumamente. Escribió mucho, como queriendo recuperar el tiempo perdido, poesía, prosa, incluso libros de jardinería. En 1977, después de 32 años de ausencia del mundo editorial, publicó dos nuevas obras, The Assumption of the Rogues & Rascals y una pequeña colección de poemas, A Bonus. Siguieron In the Meantime (1984), una antología de poesía y prosa, y sus dos volúmenes de diarios: Necessary Secrets: The Journals of Elizabeth Smart (1986).

Smart regresó a Canada para una breve estancia, de 1982 a 1983, como escritora-residente en la Universidad de Alberta. Posteriormente pasaría un año becada en Toronto antes de regresar a Inglaterra, donde moriría en Londres de un ataque al corazón.

Bibliografía

By Grand Central Station I Sat Down and Wept (1945)
A Bonus (1977)
Ten Poems (1981)
Eleven Poems (1982)
The Assumption of the Rogues and Rascals (1982)
In the Meantime (1984)
Autobiographies (1987, Christina Burridge ed.)
Necessary Secrets: The Journals of Elizabeth Smart (1987, Alice Van Wart ed.)
Juvenilia: Early Writings of Elizabeth Smart (1987, Alice Van Wart ed.)
On the Side of the Angels: The Second Volume of the Journals of Elizabeth Smart (1997, Alice Van Wart ed.)
Elizabeth's Garden: Elizabeth Smart on the Art of Gardening (1989)
Cooking the French Way /French Cooking (400 French Recipes), London, Spring Books(1958, 60, 62, 63). Hamlyn (1966). Sun Books of Melbourne(1970). Elizabeth Smart & Agnes Ryan (wife of Patrick Swift)





Estoy sobrepasada, enmarañada en mi cama, estoy infestada por una marabunta de deseos. Mi corazón es devorado por una paloma, un gato hurga en la cueva de mi sexo; sabuesos obedecen en mi cabeza a un adiestrador que sólo grita cosas confusas, a medida que las horas ponen a prueba mi resistencia con un cúmulo de torturas. 
¿Quién, si lloro, me escucharía entre las órdenes angelicales?
Estoy lejos, más allá de esa isla de los días donde, una vez, según parece, vi crecer una flor y conté los pasos del sol, y alimenté, si mi memoria me es fiel, al animal sonriente en su hora señalada. Recibo heridas, heridas con ojos que ven un mundo triste, que siempre será así, incurable y a la vista, y bocas que cuelgan en el cielo de sangre. 
¿Cómo puedo ser amable? ¿Cómo puedo encontrar el alivio del pájaro que construye el nido día a día?. La necesidad no proporciona alas de terciopelo con las que escapar.
Estoy efectiva y mortalmente penetrada por las semillas del amor.

(Traducción de Rosa Pérez)

(En grand central station me senté y lloré, Lumen, 1997)





¡Dejadme yacer sobre las piedras frías! ¡Dejadme alzar pesos demasiado pesados para mí! ¡Dejadme gritar: ¡Más! Bajo el dolor! ¡Que las llamas den forma a mi pálido rostro, que me dejen demostrar mi resistencia al látigo, que me aten con las cuerdas reservadas al asceta invulnerable , que me conviertan en el asceta de la santidad posible!.
Pero mis propios pies perturban el mensaje que el silencio destina a mis oídos, y por la noche el pecho se me cae en la mano como una criatura insoportable e injustamente maltratada.

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“En Grand Central Station me senté y lloré”
Ed. Periférica, Cáceres, 2009, 160 págs



Viaje visceral al corazón humano

Contrariamente a muchos libros de similar hechura (la llamada prosa poética), “En Grand Central Station me senté y lloré” (Ed. Periférica, 2009), obra de la escritora canadiense Elizabeth Smart (1913-1986) es sencilla de definir. Es poesía, como la mejor. Y en ese sentido podemos ir más allá, pues tal como lo hace el poeta francés Saint John Perse, Elizabeth Smart plantea una épica, una épica del amor tormentoso, del amor imposible pero total, donde el desastre es parte armónica del plan, tal como las tragedias griegas (de hecho, el libro se divide en diez partes, que bien pueden ser rapsodias, tanto por lo épico, así como el eclecticismo al que la autora recurre). Y a partir de esto, es posible tender puentes con otras épicas similares, íntimas y rotundas, como la de Madame Bovary, Mrs. Dalloway, Anna Karenina, hasta llegar a días más cercanos a los nuestros, en los que el cantante inglés Morrisey (tanto como solista, como en su época en The Smiths) se vio influenciado por este libro a la hora de componer.

La historia de la cual arranca el libro (que tiene uno de los mejores títulos de la historia de la literatura universal, inspirado en el Salmo 137, sustituyendo los ríos de Babilonia por la estación de trenes más importante de Nueva York), es manidamente sencilla, rozando el arquetipo. Ambientada en los años 40, una mujer que se enamora perdidamente de un hombre casado, y la imposibilidad de tenerlo entero para sí desata la devastación de un alma sumergida en un amor que es más potente incluso que la muerte misma. Con ese pie forzado surge este robusto poema en prosa, donde las imágenes están entonadas con una sorprendente esmero, y describen aquello que jalona un amor tan enérgico como imposible: la fatalidad, la estrella guía de esta historia y de la vida de Elizabeth Smart, quien constituyó uno de los vértices del triángulo amoroso que sostuvo con el poeta inglés y casado George Barker, de quien Smart se enamoró de forma definitiva en 1937, cuando entró a una librería londinense y leyó uno de sus libros de poemas.

La composición de “En Grand Central Station me senté y lloré” se remonta a inicios de la década de 1940, cuando Elizabeth Smart vivía en una colonia de escritores en Big Sur, California. Publicado por primera vez en 1945, este libro constituye un visceral viaje al corazón humano, al tiempo que articula como pocas cosas en el mundo, el incomprensible calvario en el que se puede tornar el amor, todo con un lenguaje en el que cada oración, cada palabra está cargada de una urgencia y una crudeza que hace que los sentidos del lector permanezcan sin descanso durante toda la lectura. Elizabeth Smart divide el texto en diez capítulos, en los cuales nos va entregando sus revelaciones sobre el amor, y a medida en que se van recorriendo cada una de estas estaciones es posible asistir al paulatino proceso en el que una vida se hace insoportable, instalando como únicas perspectivas válidas para ese sufriente ser enamorado la muerte o un alejamiento radical.

Aún cuando Elizabeth Smart apunta alto con este libro, esto es, a borrar la trillada frontera entre literatura y vida, lo autobiográfico de la obra sí logra dejar en claro que la tragedia del amor es siempre personal, y es desde esa condición que la autora echa mano a la literatura para transformar su experiencia, para articular, con una honestidad ejemplar, la experiencia que Elizabeth Smart ansiaba vivir, y que terminó por padecer.

Fiel al genuino derrotero del artista, Elizabeth Smart despliega, con encomiable valentía, un arsenal de herramientas para transformar el sinsentido del desamor en una manifestación literaria de tomo y lomo, en un objeto artístico parido desde los intersticios del dolor punzante, dotado de una imaginería deslumbrante, y que se conecta con Macbeth, Rilke y el Cantar de los Cantares, entre otros textos, entretejiendo un entramado que recoge el testimonio de la literatura de su época, heredera de obras como la de T. S. Eliot, donde los fragmentos, las referencias y la hipertextualidad conforman un mosaico que enuncia la miseria del desamor.

Tal como en las tragedias griegas, la fatalidad, la devastación del corazón es inevitable. Elizabeth Smart nos presenta este destino manifiesto al poner por escrito un amorío en el que participan tres personas, y que a medida que va avanzando en su desarrollo va dejando en evidencia que la vida se hace insoportable, dejando como salida solamente la muerte, o el alejamiento extremo; escribe Elizabeth Smart:


 “Yo no pude elegir. Para mí no hay cruce de caminos (…) ¿Cómo puedo hallar el alivio de los pájaros que día a día construyen su nido? La necesidad no me ofrece alas de terciopelo para salir volando. De veras estoy, y mortalmente, herida por las semillas del amor”.


Con el tiempo “En Grand Central Station me senté y lloré” se transformó en un libro de culto y Elizabeth Smart en una misteriosa heroína, considerada un antecedente a escritores como Jack Kerouac, y eternizada como una mujer a quien su musa liberó y a la vez terminó por destruirla.

*Publicado originalmente en Hueders N°9, agosto de 2010




Se ha reeditado recientemente la obra más importante de esta poetisa canadiense, En Grand Central Station me senté y lloré. Ese libro, que cuenta la tremenda historia de amor de E. Smart con el poeta George Barker fue publicado en inglés originalmente en el año 1945. Dije 'tremenda' historia porque Elizabeth, que era hija de un acaudalado empresario  canadiense y que viajaba por el mundo como secretaria de una asociación de mujeres, mientras residía en Londres, encuentra un día en una librería los poemas de Barker. Se enamora en el acto del poeta y decide (¡cuánto de deseo escondido suele haber en nuestras decisiones!) que habrá de vivir una relación amorosa con ese hombre. Lo cierto es que Barker, que en ese momento se encuentra en Japón, vive con su pareja, Jessica, que casualmente se halla embarazada. Elizabeth los invita a ambos -no había otra manera- a Monterrey,
un bellísimo pueblo costero del norte de California. Escribe en su diario: "Si G.B. apareciera ahora lo devoraría, tal es mi avidez. Siento el resplandor en llamas de dos mentes que funcionan en una comunicación, un entendimiento divinos."

Esto fue el 6 de julio de 1940. Smart había leído los poemas de Barker en Londres en 1937. Ella también estaba en pareja, pero cortó esa vinculación al acercarse la fecha del encuentro con su verdadero amor. 

Por cierto que esta historia, que tuvo una derivación literaria notable, revela muchos aspectos del amor en sí. Elizabeth  nunca había visto siquiera una foto de Barker -de hecho lo describe a su arribo a California, diciendo "He was all wrong", en otras palabras, "No tenía nada que ver con cómo me lo había imaginado".

Pero, por supuesto, la relación amorosa se desencadena. Jessica pierde el embarazo y luego de un acontecimiento penoso y crucial (ambos amantes son absurdamente detenidos en la frontera con Arizona, por no estar casados, y los llevan por unos días a la cárcel), el drama comienza a precipitarse. Elizabeth queda embarazada por primera vez -a lo largo de los años tendrá tres hijos de Barker- y debe 'esconderse' de la ortodoxa sociedad a la que pertenece su familia, para no contagiarles la deshonra. Su refugio es una pequeña aldea de 
pescadores llamada Pender Harbour, en la Columbia Británica. Allí da a luz a su hija Georgina, en agosto de 1941. Es en ese tiempo y lugar que compone En Grand Central Station me senté y lloré.

Lo que le da un vuelo especial a este libro que, leído ingenuamente parece una obra un tanto kistch, es que en él, la narradora está proponiendo nada menos que una nueva religión, la del amor (carnal), llevando hasta las últimas conse-
cuencias la posición romántica. Y es que las alusiones literarias constantes e invisibles de la obra la convierten en una suerte de Evangelio panteísta.

Shakespeare (más que nada Macbeth, pero también en buena medida Hamlet, Othello, Antonio y Cleopatra), la Divina Comedia, Rilke, Blake, Hopkins, Auden y hasta el Doctor Faustus de Marlowe, el Cantar de los Cantares, Francis Thompson, son algunas de las referencias literarias de este texto poético.

Elizabeth Smart puso muchas cosas en este libro; de hecho es casi su obra única, ya que recién en 1978 publicó un segundo libro, The Assumption of the Rogues and Rascals.

Hay que decir que este libro ya estaba escrito en cierta medida antes de conocer los textos de George Barker. Éste vino a ocupar el lugar al que estaba 'predestinado' en el deseo de Elizabeth. Varios pasajes del libro ya estaban escritos antes de que se conocieran y muchos pasajes son transcripciones casi literales de los diarios que llevaba la escritora. Además del collage de citas procedentes de la literatura.

Ya en su diario había adelantado su anhelo de "respirar, vivir, disfrutar, rebelarme, ser ordinaria, filosofar, digerir, ser frívola, ser insignificante, sentir, conocer, comprender".

Sin embargo, hay varios pasajes de la novela en la que la autora nos conmueve.
"Hay serpientes de cascabel y viudas negras, y brumas que suben desde el agua. Pero los días dejan un recuerdo de sol,un recuerdo de flores."

"él, que cuando era sólo una palabra bastaba para causarme noches enteras de escalofríos e insomnio."

"Si estuviera más lejos del centro del mundo, de todos los mundos, me dejaría embaucar mejor, pero ¿acaso puedo ver la luz de un fósforo mientras estoy ardiendo en los brazos del sol?"

"El amor me posee, y no tengo alternativa. Cuando el Ford traquetea hasta la puerta, con cinco minutos (cinco años) de retraso, y él cruza el césped bajo los pimenteros, permanezco de pie detrás de las cortinas de gasa, incapaz de moverme para ir a su encuentro, o de hablar: estoy convirtiéndome en líquido para invadir cada uno de sus orificios en cuanto abra la puerta. Tenaz como un pájaro recién nacido, todo boca con su único deseo, cierro los ojos y tiemblo, esperando el paraíso: va a tocarme."

Estos son los poemas que publicara



DENTRO DEL HOMBRE BARBADO

Dentro del hombre barbado
El rostro encantador no se encuentra
La floreciente piel está gastada
Y nadie quiere correr como una tromba
A sus irritados gritos de malhumor
Y limpiarle la cola o los ojos.

Él se encuentra en un lamentable desorden
Pero el hombre de mediana edad
No importa con qué empeño lo intenta
No puede conducir el amor
Que vino libre con su inocencia
Él llora a gritos en vano en su dolor
Ese consuelo no regresará jamás.



POEMA ACONSEJANDO LA ACCIÓN

Con agraciada estrategia el circundante halcón
Azota mi circundante tristeza para sumergirse y golpear
Indivisible para la acción el roble envenenado
Arroja hacia arriba su enrojecido rostro para atacar
Lagartos y hierbas y flores me reprenden,
Estrictos en su inocencia: me siento cobarde,
Tampoco la paloma torcaz aprobará mi falta
La que apechuga todo peligro por una humilde sobra
Y cuando arrulla corteja el castigo. Mi culpa
Es obvia, no puedo escapar.



CANTO: LAS CANTARINAS CALLES DE VERANO

Nada muere, salta al nacimiento
Antes de la mitad del requiem,
Antes de que las lágrimas apropiadas sean derramadas
O el duelo por los impuros
Regañe su curso, la muerte está muerta.

Los suspiros disparan a través del largo trombón
Sopla tan fuerte que sacude la tierra.
Las flores en una corrida jadeante se abren paso;
Si una ha colapsado, entonces saltan dos nuevas,
Insaciable en las cosas por hacer.

Es innecesario expiar 
El pecado: él es el perdedor;
Con todos sus disfraces baratos de conjurador
Ningún ganso vuela al norte a causa de sus mentiras
Ninguna causa se pierde, y nada muere.



FIN DE UN GIRASOL

Un faisán encontró un girasol
Y se posó sobre su arco,
Y masticó ruidosamente
Un poco cada día a una hora temprana.

Qué forma de irse-
Obscenos restos cuelgan del largo tallo,
Sorprendente el discreto morirse de todo alrededor,
El reconfortante otoño hundiéndose-en-un-brillo.
¡Un hombre asesinado a la vista!



EL GIRASOL DE BLAKE

1

¿Por qué dijo Blake
"Girasoles agotados de tiempo"?
Cada vez que los veo
parecen decir
¡Ahora! ¡con un estrellar
de platillos!
Muy contentos 
y positivos
y un absoluto deleite
en su propia redonda brillantez.


2

¡Perdón, Blake!
Ahora entiendo qué querías decir.
Las tormentas y la escarcha han maltratado
su brillante deleite
y aunque aún están enhiestos
nada podría mostrar la defección
mejor que sus agotadas
desilusionadas
cabezas colgantes.




COMENTARIO

El mismo título de su obra más reconocida, alude a un Salmo, el 137: Junto a los ríos de Babilonia nos sentamos y lloramos, recordando a Sión.

Las notas que acompañan la edición de Periférica, excelentes, son de su traductora, Laura Freixas. También la edición que hiciera Lumen, y que es anterior, contiene la traducción de la misma Laura Freixas, aunque en esa ocasión, se agrega un prólogo escrito por ella, también muy interesante.

http://inutilesmisterios.blogspot.com.es/





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