martes, 15 de julio de 2014

JULIO MARURI [12.321]


Julio Maruri

Julio Maruri (Santander, 16 de julio de 1920) es un poeta y pintor español.

Tras una crisis de identidad, en 1951 ingresó en la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo con el nombre de Fray Casto del Niño Jesús y en 1963, tras restaurar un monasterio en Bélgica, se instaló en Bruselas y, finalmente, en París. Abandonó la vida religiosa en 1974.

Su primer libro de poemas fue Las aves y los niños (1945) y en 1947 obtuvo el accésit del Premio Adonais de Poesía con Los años, escribió el libro de poemas Como animal muy limpio (1963) y en 1970 publicó Entre Laredo y Holanda. En 1948 realizó su primera exposición pictórica en la sala del Alerta, que consistía en veintiún dibujos realizados en tinta china. A partir de la década de 1960 se dedicó a la pintura y sus posteriores poemas fueron criticados.

En 1958 recibió el Premio Nacional de Literatura.



Árboles despoblados

Me recuerdan mi historia.

De mañana crecieron
revestidos de gloria.

Pero desconocían
el otoño y la sombra.

Ignoraban que el tiempo
no es ave ni memoria.

Que el tiempo pasa y quita
lo que la vida otorga.



¿Para qué escribes tú, Julio Maruri;
para quién?
¿Por quién sufres lo que cantas
y por qué?

¿Por qué, vestido de tierra,
vienes, vas,
mientras cantas, mientras cuentas
lo que está sonando en ti,
sin saber quien escucha,
quién no llora,
quién no, quién...

 Las horas (1959)





YO SOY UN ÁRBOL

Yo no pregunto nunca. Veo
volar un pájaro, ir un niño.
Alzo mi frente al aire puro
y no pregunto nunca, y miro.

Mi alma en el aire, despertada,
sabe que es bueno ir de niño,
siente que es grato amar el aire,
y amar al pájaro continuo.

Pájaro y niño van y vienen.
Nunca preguntan su destino.
El aire viene, llega y pasa
lleno de alas. Yo sonrío.

todo me dice su respuesta.
Yo soy el árbol, el alivio
del largo vuelo de las aves,
del juego triste de los niños.

Mis brazo altos, tiernas ramas,
y mis cabellos afligidos
son, coronados de alto vuelo,
árbol viviente y redimido.

(De ANTOLOGÍA, 1957)





UN NIÑO MUERTO debajo del agua
es como un pájaro muerto en el aire.

La misma nube que pasa tranquila
cubre los ojos del niño y del ave.

Sólo distintos, contrarios caminos
pájaro y niño tendrán al cruzarse.

Alma de pájaro dentro del niño,
alma de niño cantando en el ave.

(De ANTOLOGÍA, 1957)







ME DESCONOCEN quienes me recuerdan.
Me ven pasar. Otoño me ha teñido.

Soy el de ayer, pero la tarde es triste.
Soy para todos el desconocido.

Si me preguntan, hablo de la muerte;
di del amor, responde mi gemido;

si de la vida, digo que recuerdo
alguna noche que sufrí contigo.

Paso entre todos. Soy el solitario.
Yertas, mis manos rozan el olvido.

Por la tristeza paso, voy, me pierdo.
Todos me dicen el desconocido.

(De ANTOLOGÍA, 1957)






HOMENAJE A QUEVEDO

(por su poema El sueño)

Si del sueño he nacido y voy cegado
por un helado mundo y ceniciento,
¿por qué llanura y mar y cielo invento,
si sólo soy delirio alucinado?

¿Por qué tan bello mundo, si es soñado,
y tanto amor en mí, si es vano aliento;
mundo y amor que habré de dar al viento
cuando al morir me sienta despertado?

Quiero esta vida que mi sueño miente,
al borde de la muerte en que me hundo,
antes que despertar en otro dueño...

Quiero, al morir, soñar eternamente
y llevarme el recuerdo de este mundo
a la eterna penumbra de mi sueño.

(De ANTOLOGÍA, 1957)





ORACIÓN por los Poetas

Hijos tuyos, salidos de tu diestra,
no les pongas, Señor, a la siniestra;
mas, por la sed que hubieron otro día,
refrigéreles hoy tu compañía,

pues si a veces su cántico fue opreso
por la melancolía o por el beso,
ve que fuera mirando hacia las fuentes
desde los arenales inclementes.

Válganles, pues, por obras sus palabras.
Válganles el dolor con que las labras.
No condenes, Señor, por infecundo,

su amor a la figura de este mundo,
ni esparzas, al juzgar según tus vías,
letras heladas y cenizas frías.

(Fray Casto del Niño Jesús, es decir, Julio Maruri, Carmelo de Begoña, 1956)






A mi madre

Me tienes niño todavía.
Me has de ver niño hasta tu muerte.
Hasta que ya cansada marches
hacia ese cielo de las madres.

Ya no soy niño, tú lo sabes.
Aunque tus ojos bajes, como
cuando era niño y los posabas
sobre las yerbas, por mirarme.

He ido creciendo con los días.
Ahora soy hombre, y tú lo lloras.
Me diste al mundo, en tu inocencia
-oh, limpia madre-, y a los pájaros.

Pero los pájaros van altos.
El mundo es duro, marcha ciego,
va sin miradas hacia el niño
que tú has perdido para siempre.

Niño que llora. Yo aquel niño.
Mi mano ausente de tu mano.
Oh, qué tristeza verte, madre;
madre sin niño, madre sola.

Pero yo canto. Yo no niego
esa niñez que me diste.
Pájaro soy,y vuelo, y trino.
Pueblo tu tarde, y vuelo, y canto.

Me tienes niño... todavía.
Hombre me tienes. Voy rozando
la transparencia de tu cuerpo,
niño en la tierra cuando canto.





ESTE es el mar. Aún me recuerda
aquella juvenil mañana.

Soy el de ayer. Aún me reciben
sus caracolas y sus flautas.

Este es el mar que me contempla.
Soy junto al mar su sombra amarga.

Aún en la playa están mis huellas,
las diminutas y lejanas.






El mundo poético de Julio Maruri
Por Ricardo Gullón




Hace poco más de un año, jóvenes entusiastas y llenos de fe iniciaron en las páginas de la revista Proel una ardorosa cruzada por la poesía. Dos o tres veces, desde entonces, señalé los éxitos evidentes, los innegables adelantos que día tras día percibíanse en los cuadernos publicados por ellos. Ahora, avanzando en el camino emprendido, comienzan a editar -muy bellamente, por cierto- una colección de libros de versos desde donde, aisladamente y con extensas series de poemas, van a enfrentarse con el público.
Quiere decirse que el grupo «Proel», en franco proceso de crecimiento espiritual, está granando, ha granado ya, y va a entregarnos las obras que de él esperaban cuantos, sin especiales dotes de videncia, siguieron atentamente el curso de su evolución. Le ha correspondido entrar en fuego el primero a Julio Maruri, y su libro, titulado Las aves y los niños, no es lo que suele llamarse, con locución inocua y poco comprometedora, «una promesa», sino una obra madura, cuajada precisa en su intención y con la necesaria congruencia estética entre el propósito y los medios expresivos del poeta.
Se trata -tal reza el subtítulo- de una «Elegía»: canto a la vida fugaz y triste muerte del niño, de esa criatura que fuimos alguna vez y recordamos con dulce y melancólica nostalgia; canto sin énfasis, con recogida y un tanto evanescente memoria. El tema prestábase a histriónicas simulaciones, a retorcimientos y ayes por el bien perdido, pero tales escollos, como cualquier retórico exceso, han sido en esta obra instintivamente sorteados. No se tejió un largo catálogo descriptivo de las emociones suscitadas en el alma del hombre por la muerte de su propio ser antiguo, sino que procurose recrear en breves poemas independientes un mundo frágil en permanente riesgo de destrucción por los inflexibles azares cotidianos.
Para vislumbrar primero y captar después ese mundo tan maravilloso y lejano, ese mundo que pocos seres sienten alentar bajo la hosca certeza del presente, es necesario especial candor, una parcela -cuando menos- del alma hermética a las arremetidas de esa «realidad» hostil a esta otra inmutable verdad que las cosas y los seres ofrecen al poeta. Pues las grandezas y las pequeñeces que constituyen el tejido de los días, si sucédense bajo el signo de la caducidad, parecen, en tanto duran y gravitan sobre nosotros, lo único importante y merecedor de atención. Tosco error que resalta el poeta lanzándose a la búsqueda de elementos eternos, de sustancia permanente, en aquellos acaecimientos que pueden suministrarla y que nunca son los que con trastocada perspectiva bríndanse en ostentoso y acaparador primer plano.
Pensando así, Julio Maruri -como otros de su tiempo- se evade de la grandilocuencia y aspira a impregnar el poema de ternura y de melancolía. Ternura, porque el mundo está hecho de seres delicados -flores, pájaros, niños- a quienes cualquier aspereza puede herir, maltratar; melancolía nacida en la nostalgia, porque ese mismo mundo pertenece al pretérito, es un sueño desvanecido en el aire cruel de la madrugada, algo recordado después que insensiblemente murió, según dice el verso de Quevedo en cuya cita se ampara el libro comentado, «Tu edad pasará mientras lo dudas»; algo, en otras partes, que desde el presente se imagina como ya sucedido; así cuando el poeta en «Elegía» se ve muerto, reducido a tierra sobre la que niños juegan a la rueda. Y la conjunción de melancolía (que a veces es tristeza; véase «La niñez destruida») y ternura se traduce en conclusiones de neta estirpe romántica:



Dejadme así vivir serenamente
mi sueño sin estorbo,
mi pasión sin ciudades, mi quimérico
reino del viento loco.



que si en versos como los transcritos es puro anhelo, susceptible, en suma, de ser considerado lírico desahogo, más adelante, en las tres breves estrofas de «Alguna vez», álzase a sencillez tan honda, tan desnuda y verdadera, que el difícil tema de la muerte de un niño -de la muerte biológica y metafóricamente hablando- logra la precisa, sobria y contenida emoción. Pero, entiéndase bien, emoción interior, no revelada por exclamaciones, interjecciones u otros pueriles recursos: emoción brotando de la desoladora convicción que inspira trozos como este:



Alguna vez un Dios piadoso
tiende su mano hacia la vida,
y delicadamente apaga
pájaro, niño, flor, sonrisa.



Tal sucesión de «pájaro, niño, flor, sonrisa», alusiva a su quebradizo e inseguro destino, corresponde a la peculiar manera de confundir las ideas pájaro, niño y flor, que caracteriza a esta lírica:



Alma de pájaro dentro del niño,
alma de niño cantando en el ave.



versos sencillos que entregan la clave de una poesía y, estoy por decir, la de un poeta. Verso sencillo no significa pobreza, sino repliegue a una quizás voluntaria limitación; y voluntaria parece cuando basta para transmitir fielmente el mensaje recibido.
La visión de Maruri no se desplaza al mundo material; mantiénese rigurosamente en el del sentimiento. Si piensa en un cementerio, no forjará imágenes de tumbas y cruces y cipreses; desdeñando la consuetudinaria expresión, se mantendrá en el orbe de lo afectivo, y de ahí su seguro instinto le llevará a recorrer el tópico dentro de su sistema poético.



Pasar de niño a flor, ave en el aire,
en un instante quiso un niño.


para precisar en el mismo poema



Un niño muerto que crecía,
en tierno tallo convertido.


o en otro lugar


Ya rama y flor de verde vida
son estos niños enterrados.



Como consecuencia de esta entrega al sentimiento, y no sé si también por reflejo de su aversión a la realidad inmediata, sus ojos ciérranse a la belleza de la tierra y así, por ejemplo, de la presencia del mar en «Sobre la playa» solo existe en el verso desvaído reflejo, nunca una descripción; tampoco en «La Luna» -cadena de metáforas- se hallan valores de este tipo; al señalar su ausencia, no pretendo sino retener un dato más de la poesía de Julio Maruri, artista introvertido y de tendencia angélica, cuya palabra muéstrase capaz de instrumentar finísimas melodías en torno a un mundo sentimental de que apartó celosamente cualquier derivación a la sensiblería.
En un artista tan joven existen -y deben existir- influencias que alguna vez le fueron aquí mismo señaladas. Ello es lícito y, en este caso, los nombres que acuden a nuestra memoria, los ecos que despiertan en nuestro oído, dicen de grandes y nobles y puros acentos; pero me importa indicar esto: nos hallamos ante un poeta con voz propia que, en general, incorpora a su «persona profunda» -perdóneseme la pretenciosa expresión en gracia a su claridad- aquellos materiales que armonizan con ella, pero antes de utilizarlos los asimila y transforma hasta confundirlos con el curso de ideas y de sensaciones que, naciendo de su intimidad, construyen el substratum de su mundo poético.




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