domingo, 26 de mayo de 2013

JOAQUÍN MATTOS OMAR [9889]



JOAQUÍN MATTOS OMAR
(1960)
Nació en Santa Marta, Magdalena, en 1960. Comenzó publicando sus poemas en Diario del Caribe en Barranquilla y con su primer libro ganó el Premio de Poesía El túnel. Ha publicado: |Noticias de un hombre (1988), |Páginas de un desconocido (1989), |La caída de ciudad Quila (1993) |De esta vida nuestra (1998).





33

La pobreza ha entrado a mi casa. Penetró en la cocina y saqueó mi modesta despensa. Yo le dije: "Puedes hacerlo; sométeme, insidiosa dama, a la prueba del hambre". Luego se metió en el cuarto de baño y devastó los pulcros utensilios que empleo en la diaria higiene de mi cuerpo. Yo le dije: "Puedes hacerlo; tal vez logre hacerme amigo de mis propias impurezas". Luego llego a mi alcoba y devoró mis zapatos. Yo le dije que eso también podía hacerlo y, más aún, le dije que podía desolar todos los rincones de mi reino, menos uno. "Menos uno", le pedí, y le mostré el cofrecito de cristal donde mantengo la dorada y aceitosa hierba a cuyo fecundo sahumerio me encomiendo en los vuelos y caídas de cada día.

Todavía le sigo pidiendo que allí no meta jamás sus diestras manos de salteadora.






OTRO DÍA DE TRABAJO

Tengo
tantas melancolías
en mi alma
que no sé
por cual de ellas
empezar a sufrir.






OJO POR OJO

A través de la horqueta que forman las ramas de un mango -para ella, una rendija- asoma la luna su enorme y brillante globo ocular, que se me lanza encima, todo, rotundo, con una mirada de inquisición implacable.
A ese ojo pétreo, trato de oponer el brillo efervescente con que una suave ebriedad natural irradía en los míos.
Luna, el fuego con que miras es tranquilo, casi helado. El mio, se agita como el de una hoguera.






LAS VIEJAS HERIDAS

Las viejas heridas
son monstruos que duermen con pérfida placidez,
furias transitoriamente desactivadas,
intervalos de silencio entre dos gritos desgarrados,
que un mal día
despiertan a un terrible conjuro,
despiertan a un terrible llamado
de algún invisible y atroz enemigo,
y renuevan su punzada, su dolor,
como un extendido cuero de tigre
que, en el centro de la apacible sala,
reincorporándose de súbito, se arrojara contra nosotros,
armado otra vez de rugidos y de garras.

Soltando la costura a su sórdida materia,
las viejas heridas vuelven a ensangrentar la vida,
dejando brotar lo que debió
permanecer cegado para siempre.







La estafa

|Lo que era todo tiene que ser nada. 
Jorge Luis Borges.

Todo el gozo, el dolor
todo el saber y la sabiduría,
todo el amor y el odio
reunidos a través de los días
y los lugares que con tantas raíces habitamos,
concluyen herméticamente encerrados en una caja
que al cabo quedará vacía
por un acto de magia,
por un grosero escamoteo
que a juicio del público culto
rebaja el hechizante espectáculo de la vida
a una triste y despreciable estafa.






Lugar de asilo

La casa, lugar de asilo,
República Independiente del Espíritu,
pequeña zona liberada,
trinchera, concha de ostra,
invernadero.

Si la ciudad, si el vasto y ruidoso detritus urbano,
impide que la vida pase
por tus cauces más secretos
como una fuente clara y profunda,
primigenia y feraz,
cuyo lento y silencioso curso
deje a su paso la más gozosa plenitud,
la casa, lugar de asilo,
retirado jardín de vigas, zócalos y paredes.

Acompañado de la lluvia
La lluvia disputa
lenta y ordenadamente
con el tejado.
Es una delicada, menuda música
      que baja
hasta el pequeño y solitario corazón del hombre,
denso abrazo materno,
dulce compañía de un ángel de la guarda
ensimismado y triste.
Agua, agua es el surtido de esta noche.







Historia concluida

Pues si vemos lo presente
cómo en un punto es ido
e acabado 
Jorge Manrique

Hoy, cuando cuentas 33 años,
este lento presente tan presente,
cuya temperatura y humedad,
cuya luz y palpitación,
cuyos silenciosos ruidos y voces
sientes, ahora,
mi-nu-cio-sa-men-te,
lo vives, sin embargo,
con extrañeza,
desde una distante perspectiva,
tocado ya por la nostalgia
a la que en vagos términos,
desde su remoto porvenir,
le oyes hablarte, reticente, así:
"En aquella época, cuando tenías apenas 33 años
y en el tercer piso de un edificio
saturado de noble hollín y vejez
te preparabas solo, a solas,
te acuerdas?
un sobrio plato de arroz y lentejas,
con huevo frito y doradas rodelitas de plátano verde..."

Vivir los días
como una anónima historia ya concluida.








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