viernes, 12 de septiembre de 2014

ROBERTO LEDESMA [13.286]


Roberto Ledesma

(1901-1963)
Poeta argentino, nacido en Buenos Aires en 1901 y fallecido en su ciudad natal en 1963. Autor de una notable producción poética que se caracteriza por su rigor y perfección en el cultivo de los moldes estróficos clásicos (con especial predilección por la compleja arquitectura del soneto), está considerado como uno de los poetas argentinos que con mayor acierto supieron recrear los modelos conceptistas propios de la tradición española del Siglo de Oro.

Entre sus primeros poemarios, conviene recordar algunos títulos que, como Caja de música (1925) y Transfiguras (1933), le otorgaron, aún en plena juventud, un merecido prestigio como sonetista. Posteriormente, la rica pirotecnia de sus juegos verbales -auténtica resurrección de las poéticas más felices del barroco hispánico- brilló en otros poemarios como Tiempo sin ceniza (1943), considerado por críticos y lectores como una de sus obras maestras. Hacia mediados de los años cincuenta, ya consagrado como una de las voces más elocuentes de la lírica austral contemporánea, Roberto Ledesma ofreció sendas recopilaciones de sus mejores poemas, agrupados bajo los títulos de La llama (1955) y El pájaro y la tormenta (1957).





Lied

                                Ella era toda alegría           
y él era todo dolor;
y un buen día,
se encontraron en la vía
del amor.
 
   Como la noche y el día
se juntan, en el temblor
de la tarde en agonía,
confundieron la alegría
y el dolor.
 
   Y otro día
se apartaron de la vía,
de la vía del amor,
      y él se llevó la alegría
      y ella se guardó el dolor.



 
 
Renunciamiento

   Estas tardes frías de nublado ceño
escuchando el cierzo que mi puerta rasa,
siento un ansia viva de quedarme en casa,
con una indolencia de hastío nordeño.
 
   Me echaría al lado de la roja brasa
y me haría el muerto para todo empeño,
oculto debajo de un ala del Sueño,
sin sentir los pasos del tiempo que pasa.
 
   Y vería el fuego con fijeza triste,
para anestesiarme con mi descontento
contra lo que existe, por lo que no existe,
 
   y olvidarlo todo, como cosa inerte:
mi ser, mi destino y el duro tormento
de toda la vida con toda la muerte.

(Caja de Música.)
 
 


Melodía del alma que divaga

   ¿Qué vago mundo es éste, de sombras y reflejos?
Estoy ausente y solo, como en un largo viaje,
mientras mi cuerpo ocioso se ha quedado allá lejos
y, silenciosamente, caído en el paisaje.
 
   Nada le importa al alma de haberse despojado
de su envoltura; pero, su melodía es triste;
no es la nostalgia honda por lo que se ha dejado,
es la tristeza suave por lo que ya no existe.
 
   ¿Qué vago mundo es éste? Mi cuerpo está allá abajo,
y esto que soy es ritmo que vaga en el ambiente;
no sé por qué regiones desconocidas viajo,
ni cuanto ha transcurrido desde que estoy ausente.
 





Aguafuerte de la cantina

   Canciones dionisiacas y un tufo de bodega
te la anuncian de lejos, -tal el vaho selvático
de la fiera;- penetras y el ambiente te ciega:
está llena de humo, como un globo aerostático.
 
   Luego, de turbio en turbio, como en un sueño gris,
ves en escena tipos de un exotismo burdo,
y de improviso sientes el sentimiento absurdo
de ser un forastero dentro de tu país.
 
   Sicilia, Pisa, Nápoles, Calabria... ¿Qué región
de la abolenga Italia, políglota y eufónica?
El cuadro está en carácter y sobra sugestión
para la nueva crisis de tu bohemia crónica.
 
   Un mostrador, delante de un dúo de barrigas,
preside una asamblea de bancos y de mesas;
hay fiambres y ricotas colgados en las vigas
del techo; -lo demás son todas bordalesas.
 
   Sentado en un rincón, un viejo de «papirus»
fuma una pipa larga y artrítica como él;
todo se lo ha comido pacientemente el virus
del tiempo: es una tumba metida en una piel.
 
   Para que sea igual a todas las cantinas,
no han de faltar los rústicos que juegan a la murra,
y si te place hacer figuras, imaginas
que son unos arrieros pegándole a una burra.
 
   Un inmigrante joven compone su maleta;
bebe un malevo criollo, («debe essere un ladro»),
y un coro de borrachos copia a lo vivo el cuadro
báquico de Velázquez, cantando «La Violetta».
 
   Antes de que te sientes, solícita muchacha
viene a servirte al punto, fresca como un repollo,
con dos mofletes llenos, color de remolacha...
No es moza todavía, ¡pero qué desarrollo!
 
   Y entonces, como influido de grata adormidera,
sueñas, bajo los tules densos de los cigarros,
amores ideales con una cantinera,
-mientras el vino ardiente circula por los jarros.
 
 



Muchacha

   Tiene mustios ojos, como un perro flaco,
y ojeras que acusan sus noches eternas,
como la muchacha que va a las tabernas
a esperar las luces en brazos de Baco.
 
   La seduce el hombre que huele a tabaco,
cuando la requiere sin palabras tiernas,
cruza las calzadas mostrando las piernas
y atrae los ojos con golpes de taco.
 
   Es fatua entre niñas y entre hombres coqueta,
baila con el mozo que mejor la aprieta
la cintura blanda como grácil ola,
 
   y en su turbio insomnio... ¡sabe el lecho tibio
cuántos artificios no darán alivio
a su desconsuelo de dormir tan sola!

(Inéditos) 








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