miércoles, 29 de agosto de 2012

7615.- JESÚS CABEZAS JIMÉNEZ




Jesús Cabezas Jiménez nació en Motril (Granada), en 1955. Cursó estudios de Medicina y Cirugía en la Universidad de Granada, licenciándose con la promoción 1973-79. Actualmente ejerce como médico en el ámbito de las Urgencias hospitalarias del Hospital de Motril, alternando su actividad profesional con el de la creación literaria.
 Tras un inicio amoroso claramente reflejado en su primera entrega, la poesía de Jesús Cabezas se decanta hacia «la patria» del hombre, según Rilke. El autor bucea, dentro de unas claves intimistas, en el universo de la infancia, tratando de recuperar —o de reinventar— el mosaico de sensaciones de su calle y de su barrio, ese paisaje ambivalente «de cosas memorables» y «de otoño desolado» que cantara Mario Benedetti. Lo difícil —como decía Pavese y como experimenta nuestro poeta— no es remontarse al pasado, sino detenerse en él. Entre esta nostalgia y la ética testimonial analizadas con acierto por José Lupiáñez, en la tercera de sus entregas el autor conecta con la que fuera llamada poesía social y nos ofrece «su compromiso, su confidencia cordial, su sentido de la rebeldía gracias a la desnudez e imantación de su palabra, honesta siempre y convincente». Miembro destacado desde su fundación del otrora dinámico «Colectivo de Poetas Motrileños», ha colaborado con poemas y artículos de opinión en abundantes revistas culturales y periódicos locales, provinciales y alguno que otro nacional, entre los que destacan: Ideal, El Faro, Objetivo: la Costa, Guadalfeo, Anuario de estudios motrileños, Nuestro tiempo, Mucho de Motril, Barrikada de papel, El Faro de Yecla, Kylix, Postiguillo y La hoja literaria, de la cual formó parte de su consejo de redacción hasta la desaparición de ésta. Su poesía ha sido incluida en numerosos libros colectivos y antologías tales como: «Escritores jóvenes. Motril y comarca», en Motril 1982 (1982), Antología de la joven poesía motrileña (1986), “Soledad y poesía”, en Anuario de estudios motrileños (1986), Cantos del Sur (1989), Antología de poetas motrileños 1980-1992 (1993), Homenaje a Jorge Guillén (1993), Homenaje a León Felipe (1994), Antología de poetas españoles (1996), Semillas (1996), Poesía y democracia (1976-1996) (1996), Antología lírica del mar (2000) y Versos para un fin de milenio (2001). Su obra poética publicada la componen hasta la fecha cinco volúmenes: Poemario de ausencias (1987), Camino de las Cañas (1992), A voz en grito (1994), Enseñanza primaria (1999) y Pequeñas verdades (2003). En 1996 publicó Diccionario casi médico de la provincia de Granada —editado en la colección «Ingenio», Biblioteca de Motril—, una desenfadada e irónica recopilación, fruto de muchos años de paciente trabajo, de expresiones populares y vocablos, netamente granadinos, que se adentra sigilosamente en el trabajo de campo de la Antropología médica, social y lexicográfica, obra que tuvo un inesperado y desmedido éxito entre el público y la crítica, y cuya segunda edición —minuciosamente revisada, corregida y ampliada— fue presentada en 2003. Obtuvo en Málaga un accésit en los «IV Juegos Florales de Andalucía» (1981) y una placa honorífica en el «IV Concurso de Poesía Andalucía» de la Agrupación Socialista Carretera de Cádiz (1983). Fue primer premio de poesía «Villa de Salobreña» en 1983 y volvió a ser segundo premio en dicho certamen en 1997. En diciembre de 2001 fue galardonado con el primer premio en el «IV Certamen de Poesía Ciudad de Órgiva».






EL RUISEÑOR

Nadie de mi trabajo lo ha escuchado
jamás. Nadie sabe decirme cómo
es su canto, qué silabas emite
desde ese jardincillo que hay delante
de la cuesta. Les pregunto a todos
los que hacen vela conmigo en la noche
y ninguno es capaz de responderme.
Y sin embargo, yo oigo tu voz
en el cansancio de la madrugada,
soy capaz de apreciar tu timidez
mientras permaneces oculto en tu bosquecillo
de fronda, distingo tus sollozos en la noche,
y daría cualquier cosa por verte,
por tenerte en mi mano
y sentir tu pálpito de vida entre mis dedos...

(Pequeñas verdades, Alhulia 2003)




      GENEALOGÍA DE LA MEMORIA

Con recuerdos de esperanzas
y esperanzas de recuerdos
vamos matando la vida...

MIGUEL DE UNAMUNO, “Teresa”
                       
                   


              ODA A MOTRIL

                             Oh, España, qué vieja y qué seca te veo.
                                           JOSÉ HIERRO, “Quinta del 42”



Oh, Motril, qué grande y qué deforme te veo.
Pareces un adolescente descomedido y tosco
que hubiera crecido en poco tiempo.
Tu faz se ha deformado para siempre,
has perdido tu cara cándida de niño,
esa que te hacía diferente a la de otros niños,
aquella tu cara distinta, reconocible, serena,
tu cara inigualable y tierna
que cambiaba de luz en cada estación,
la que por su olor distinguíamos
desde lo alto de los caminos,
desde los senderos bordeados de tréboles
que nos conducían a ti
en las mañanas de invierno
cuando salíamos al campo,
la que solamente permanecerá oculta
entre los sinuosos recovecos
de nuestra memoria.

Motril, oh, Motril... ¿qué han hecho contigo?
Los odres viejos y las madres
de tu vino
han sido tirados a la calle
y luego pisoteados.
Han violado la horma perfecta
de tus casas y de tus patios,
la matriz irrepetible
de tus crespas calles empedradas
y de tus soleadas placetas.
Te han convertido, ¡ay Motril!,
en el poliedro más absurdo
y destartalado de la geometría,
en la cuadrícula impersonal
de una ciudad sin raíces.

¿Y tú qué dices, Motril,
siempre tan callado,
siempre tan apáticamente mudo?
¿por qué no vomitas las bilis
que llevas dentro?
¿por qué no gritas y nos salpicas
a todos
la podredumbre vulgar y el tarquín
que han hecho de ti?
¿por qué no estalla por los aires
la lava incandescente
de tu rebeldía?,
esa que nunca vemos,
la que sin duda habita en tu interior,
la que desearía palpitar feroz
dentro de tus entrañas...

¡Motril de los ingenios y de los trapiches!
¡Motril de la melaza y del jarope!
¿qué te quedó de aquella época dorada?
¿qué hemos conservado de tu glorioso pasado?
¿en qué escombrero olvidado
reposan fosilizadas
las piedras de tus albercas romanas?
¿en cuál arcana dimensión
dormitan taciturnas
aquellas tus nobles casas solariegas?
¿dónde tus iglesias barrocas?
¿dónde tus acequias y tus tenerías?
¡Motril, oh, Motril, cómo me dueles!
¿Quién podrá mostrar en público
sus manos limpias e inocentes,
su conciencia impoluta?
¿quién podrá dar testimonio cabal
de que no participó ni especuló
en ninguna de las barbaries
que aniquilaron y desgarraron,
ya de forma irreparable,
el sedimento de nuestros recuerdos
y los cimientos de nuestra historia...?


          
CADA VEZ QUE TE RECUERDO

Un pueblo de León. Viejos adobes. Lento
trajín de un tren correo que perdía sus toses
entre temblones álamos y un humo ceniciento
al tiempo que en mi mano movían los adioses.
ANDRÉS TRAPIELLO, “El mismo libro”


La campana mayor está sonando
a media tarde. Chillan en el cielo
medievales cornejas...
ANDRÉS TRAPIELLO, “El mismo libro”


Todavía se escucha, cuando nieva en la noche,
el eco de sus flautas y cítaras perdidas.
JULIO LLAMAZARES, “Memoria de la nieve”


Pero ahora ya la nieve sustenta mi memoria.
JULIO LLAMAZARES, “Memoria de la nieve”



Cada vez que recuerdo tu figura
—y ahora que ya no estás,
que tengo la certeza
de no volver a verte nunca más,
te añoro cada vez más a menudo—,
cada vez que me pongo a recordarte,
me viene a la memoria
la imagen descolorida de un páramo
de León, el olor de las manzanas
verdedoncellas, los soportales de una plaza
con la iglesia de piedra
y la silueta de un tren de madera
que caminaba lento
hacia una luz dorada,
hacia unos tonos pálidos que no eran sureños.

Todas esas imágenes forman parte ya
de mi mitología personal.
Y no podrán borrarse con el tiempo
porque mucho antes de que captara
con mis cinco sentidos
el andamiaje espeso
de su firme estructura,
de que me convirtiera
en el hermeneuta de sus códices secretos,
tú —tiempo atrás—, nos habías predicado
con voz cautivadora de profeta,
con el cántico dulce
y salmódico de un almuecín,
los misterios de su arrebatadora
belleza, los recodos y los límites
de esa región sagrada,
de aquellos campos llanos de León
donde nevaba todos los inviernos,
de esas lejanas tierras
de la meseta norte
donde aún se escucha el eco perdido
de las flautas y de las cítaras de los bardos
cuando nieva en la noche,
donde las urracas y las cornejas
siguen ululando en el cielo de media tarde
su canto medieval,
ahora cuando la nieve comienza
a sustentar el entramado de mi memoria,
ahora que todo comienza a perderse
en la nebulosa de los recuerdos,
ahora que al fin tengo la certeza
de que te he perdido para siempre.





CUANDO TÚ NO ESTÁS

Cuando tú no estás
un escalofrío
riela en mis entrañas,
y me pongo triste,
y no sé qué hacer
cuando tú no estás...

Cuando tú no estás
las golondrinas detienen su vuelo,
y la primavera pierde su aroma,
y los niños no gritan en la plaza
cuando tú no estás...

Cuando tú no estás
la casa me viene grande,
y me da miedo el silencio,
y me refugio en la calle,
entre la gente y los ruidos,
cuando tú no estás...

Cuando tú no estás
qué grande es mi pena,
qué vacío el tiempo,
qué inútil la espera
cuando tú no estás...

Cuando tú no estás,
ay,
cuando tú no estás...




ASÍ TE RECUERDO

                              En las noches de lluvia yo me acuerdo
                              que mi madre ponía en la cabeza
                              del más asustadizo de los hijos
                              su mano, y le nombraba caballero
                              de aquel reino que ella ya sabía
                              enterrado en la bruma...
                               JOSÉ ANTONIO MESA TORÉ, “La primavera nórdica”

   
         
Recuerdo que no soportabas la tormenta.
Y cuando el cielo de febrero tronaba
con estrépito,
siendo yo niño,
y la calle se anegaba
del agua roja de los secanos,
nos llevabas a todos, asustada,
a la última habitación
de la casa,
y a oscuras nos hacías
rezar en voz alta contigo.
Me acuerdo que tu voz se tornaba
suplicante y temblorosa
y que nuestras palabras
repetían, como un eco, las tuyas.
Recitabas plegarias
que nos hacían pensar
en lo desconocido,
en algo trágico,
en lo sobrenatural.
Luego, nunca ocurría gran cosa.
Quizás un apagón de varias horas,
o tal vez una alcantarilla reventada
en lo hondo de la calle...
Nimiedades de la vida pueblerina,
del mustio mundo de provincias de entonces.

No podías aguantar el dolor,
pensabas en seguida que algo malo
iba a sucederte.
Tampoco el dolor ajeno.
Sufrías por todo lo que afectara a otras personas.
Padecías por las guerras lejanas.
Orabas antes de acostarte por todas ellas.
Sollozabas por el familiar que emigró a América,
por la muerte de un estadista,
o por la del gorrión que vivía
en nuestro patio.
Eras frágil y sensible.
Llorabas por todo y por nada,
incluso por las cosas más insignificantes:
como cumplir un año más,
o por ver cómo empezaba a quedarme calvo.

Así eras y así seguirás siendo.
No estás, pero sigues estando
omnipresente
en nuestros actos,
en nuestros sueños,
en nuestro caminar...
No respiras a mi lado,
pero tu aliento continúa
en el aire que nos abraza.
Tu hálito permanece junto a nosotros.
No se disipará
mientras tu recuerdo
viva y germine floreciente
a nuestro lado.



NO QUIERO PASAR POR ESA CALLE

(Rambla del Cenador)

Ya no quiero pasar por esa calle.
Me resulta muy difícil hacerlo.
Cuando doblo la esquina
y miro para arriba
me creo que voy a encontrarte allí,
sentado en tu sillón
de mimbre, en tu acera recién regada,
viendo pasar la vida
y la gente, saludando a todos los vecinos,
y haciendo cada día, desde tu soledad,
la misma reflexión:
que la muerte tendría
que ser como el casamiento,
morirse los dos en el mismo día,
y partir de la mano
—cuando llegue esa fatídica hora—,
el uno junto al otro, hacia el postrero viaje
del que jamás se vuelve.
No, no quiero pasar por esa calle.
Prefiero imaginarte allí sentado,
en tu acera regada,
viendo pasar la vida,
saludando a la gente
y esperando impaciente,
cada mañana, mi fugaz visita
cuando pasaba para saludarte.







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