sábado, 17 de noviembre de 2012

DEBORA GREGER [8431]





Debora Greger (Nacida en 1949 Walsenburg, Colorado, Estados Unidos) poeta estadounidense y artista visual. 
Se crió en Richland, Washington. Asistió a la Universidad de Washington y al Taller de Escritores de Iowa. A continuación, obtuvo becas en el Centro de Trabajo de Bellas Artes en Provincetown y en la Universidad de Harvard 's Radcliffe Institute for Advanced Study.

PREMIOS:

2004: John William Corrington Award for Literary Excellence, Centenary College
1996: Lenore Marshall Poetry Prize, Finalist
1991: National Endowment for the Arts Fellowship
1990: Award in Literature from the American Academy and Institute of Arts and Letters
1988: Brandeis University Poetry Award
1987: Academy of American Poets' Peter I.B. Lavan Award
1987: Fellowship from the John Simon Guggenheim Memorial Foundation
1985: National Endowment for the Arts Fellowship
1982: Amy Lowell Poetry Traveling Scholarship
1979: "Discovery"/The Nation Poetry Prize
1977: Fine Arts Work Center in Provincetown, Fellowship
1974: Grolier Prize in Poetry

OBRAS:

2004: Western Art. Penguin.
2001: God. Penguin.
1996: Desert Fathers, Uranium Daughters. Penguin.
1994: Off-Season at the Edge of the World. University of Illinois Press.
1990: The 1002nd Night. Princeton University Press.
1985: Blank Country (limited edition chapbook). Meadow Press.
1985: And. Princeton University Press.
1980: Cartography (limited edition chapbook). Penumbra Press.
1980: Movable Islands. Princeton University Press.





LA GUERRA DESPUÉS DE LA GUERRA

Para Greg Greger

¿Dónde estaban los vecinos? ¿Fuera de la ciudad?
En pijama, me senté a los pies de mi padre
frente a su rechoncho y miope televisor,
el primero que hubo en nuestro vecindario.

En una pantalla del tamaño de una ensaladera,
aviones de juguete zumbaban sobre campos esponjosos.
Caían manojos de medusas: paracaídas en flor,
grises soldaditos de plomo flotando a la deriva ora juntos, ora separados—

tal y como ocurre en las familias, aunque no lo supiera todavía.
Contaba yo seis o siete años. La televisión era un acuario:
un pez metalizado cayó desde el vientre de un avión
y estalló en llamas apenas hubo tocado el suelo.

Una casa de muñecas renunció a una de sus paredes, como es su costumbre.
Los muebles se agarraron al papel de la pared intentando salvar la vida.
Abajo, entre los escombros de lo que había sido una calle,
las mujeres arrancaban un ladrillo de otro, llenando sus carritos de bebé.

[Versión al castellano: Jesús Jiménez Domínguez]







LA POESÍA DEL MAL TIEMPO 

Alguien había apoyado su tabla de skate 
a la entrada del aula 
para escabullirse en cuanto sonara el timbre. 

Para ser todavía febrero en Florida, 
el aire de la clase tenía el espesor de una capa de mantequilla. 
¿Por qué, se extrañaban mis alumnos, 

todos los grandes poetas ya muertos vivían en el norte? 
¿No había nada mejor que hacer todo el invierno 
que suspirar por la mejoría del tiempo? 

Si tuviéramos ventanas, los alumnos podrían echar un vistazo 
al reloj y además contemplar el ciruelo silvestre 
que cabecea con la misma falta de modales de los jóvenes. 

Podríamos examinar la vistosa desbandada de los pétalos. 
Podríamos, a falta de una palabra mejor, llamarla "nívea". 
Llenar el aula de su blanda serenidad, copo a copo. 

Sólo se escucharía el sordo murmullo del aire forzado 
a pasarse la vida aquí dentro. Ni siquiera la melodía 
de un teléfono móvil. Vete a casa, 

me hubiera gustado decirle al caballo de la página. 
Ya sabes el camino, incluso en la nieve 
que se tornó más azul con el frío. 

[Versión al castellano: Jesús Jiménez Domínguez]




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