jueves, 20 de febrero de 2014

JULES LAFORGUE [11.029]


Jules Laforgue

Jules Laforgue (Montevideo, 16 de agosto de 1860 – París, 20 de agosto de 1887) fue un crítico y poeta simbolista francés nacido en Uruguay.

Jules Laforgue nació en Montevideo, Uruguay, en 1860. Su padre, Charles Laforgue, era un ex-profesor de letras que pasó a trabajar en el Banco Duplessis de Montevideo, y su madre, Pauline Lacolley (nacida en El Havre), era hija de un comerciante de calzado normando afincado en Uruguay. Jules tenía también ascendencia bretona y se identificaba como un bretón nacido en los trópicos. La familia se traslada pronto de Montevideo a Tarbes, en el sur de Francia, localidad natal del padre.1
Jules ingresa en el liceo de esta ciudad en 1869. Después, en 1876, los Laforgue se trasladan a París. Jules estudia en el liceo "Fontanes", fracasando en el bachillerato debido a su gran timidez en los exámenes orales.
En 1879 publica sus primeros poemas en las revistas L´Enfer y La guepe. Conoce a Gustave Kahn y a Charles Henry, y en 1880 al que sería gran amigo suyo, el escritor Paul Bourget, que orientará su carrera literaria.
En 1881 escribe la novela breve Stéphane Vassiliew (sólo publicada en 1943). Visita con frecuencia el Louvre y se pasa el día de biblioteca en biblioteca. Sigue los cursos de Hippolyte Taine en la escuela de Bellas Artes. Es nombrado lector de francés de la emperatriz de Alemania, Augusta, esposa de Guillermo I. Viaja a Coblenza y Berlín. En 1882 sigue a la emperatriz por toda Alemania. Escribe artículos en diversas revistas. Comienza a escribir los primeros poemas de Los lamentos, que publicará a su costa en 1885. Título original: Les complaintes.
En 1886 viaja a la tierra de Hamlet, Dinamarca, y trabaja en Las flores de buena voluntad (Des fleurs de bonne volonté). Publica el poema dramático Le concile feérique. Contrae matrimonio con la inglesa Leah Lee en Londres. El matrimonio se instala en París al año siguiente, 1887. Publica en Le Figaro y en la Revue Independante. El matrimonio atraviesa por graves apuros económicos y el poeta enferma gravemente de tuberculosis. Muere el 20 de agosto, recién cumplidos los 27 años.

La poesía de Jules Laforgue

Practicó un simbolismo irónico de gran originalidad y fue el introductor, junto a Rimbaud, del verso libre en Francia. Su impacto fue grande entre los surrealistas y entre los poetas ingleses del siglo XX, con T. S. Eliot a la cabeza.
Laforgue es poeta “raro” en su tiempo. Se le clasificó entre los decadentes, grupo muy interesado en el pesimismo filosófico de Arthur Schopenhauer. A través del filósofo alemán, Laforgue pasará a empaparse de orientalismo budista. También se vio muy influido por el romántico alemán Heine y por su profesor, el historiador Taine, con quien llegará a polemizar.
Todos estos elementos contribuirán a un discurso poco o nada canónico. Laforgue huye siempre de la coherencia y la univocidad. Su obsesión con la muerte y el aburrimiento (el spleen de Baudelaire) le conducirá a insólitos experimentos lingüísticos en los que mezcla la ironía con la frase corriente y coloquial, incluso el balbuceo, la pausa discontinua. Toda su poesía, además, se halla repleta de exclamaciones e interjecciones, lo que se traduce en un ritmo entrecortado e intimista de gran fuerza.
Sus imágenes y metáforas son igualmente extravagantes. Saltan a sus versículos constante y transfiguradamente la luna, el sol, los domingos (elaboró una serie completa de poemas con ese título: el simbolismo del dolce, o no tanto, far niente), a la vez que las letanías e invocaciones marianas. Y todo ello, como decimos, impregnado de un sutil retintín autoparódico, extraño en su época, pero que luego sería muy apreciado e imitado entre los poetas y novelistas del siglo XX.

Obras

Poesía

Les Complaintes (1885)
L’Imitation de Notre-Dame de la Lune (1886)
Le Concile féerique (1886)

Publicaciones póstumas

Des Fleurs de bonne volonté (1890)
Derniers Vers de Laforgue (1890) (publicado por su amigo Félix Fénéon)
Le Sanglot de la terre (1901)
Premiers poèmes (1903)

Traducción

Feuilles d’herbe (Hojas de hierba, de Walt Whitman)

Cuentos en prosa

Les Moralités légendaires (1887)

Varios

Berlin, la cour et la ville (1922)
Stéphane Vassiliew (1943)






M e m e n t o ( S o n e t o   t r i s t e )

A Jean Richepin, autor de Hermano, hay que vivir.
Hermano, hay que morir.


De la Eternidad a la Eternidad,
el torbellino del mundo que enmaraña,
universal, callado, lo errante,
acribilla con oasis de oro la negrura infinita.

Por todas partes soles de bochorno, ceremoniosos
giran irradiando sus fértiles efluvios
para volver luego, extintos, a la honda tiniebla.
Y una sonrisa materna preside esa calma.

Pero aquí... aquí... peregrino solitario
por ese vacío sin ecos siempre abierto,
un globo helado agoniza. ¡Eres tú, Tierra!

Ahora, en esta soledad, en esta sombría nada,
sin ningún testigo que sueñe en los azules abismos,
disuélvete, roca sublime, en cenizas anónimas.





R e s i g n a c i ó n

Como necio parásito de un planeta oscuro,
en la infinidad sonora de clamores eternos,
aquí, lugar cualquiera, he nacido y vivo,
y sólo es mi deseo que se sepa y se detenga todo.

Que por un grito perdido en la tormenta
los océanos callen de pronto el aullido de sus olas,
que por traer flores a mi tumbra
los soles en masa dejen su Verbena.

¡Pobre corazón ingenuo! Rómpete, no eres nada.
Muchos otros murieron con ansias iguales
y la tierra siguió en su silencio.

Todo es duro, descorazonado, superior a ti.
Sufre, ama, espera siempre y baila
sin nunca exigir ese Porqué universal.





D i s c u l p a   M e l a n c ó l i c a

No te amo, no, no amo a nadie,
sólo el Arte, el Tedio, el Dolor son mis amores;
mi corazón ya es demasiado viejo para brillar
como en los días en que fuiste mi única madona.

No te amo, pero eres bondad pura.
Podría olvidar en tus ojos de terciopelo,
y desahogar los llantos sordos de mi corazón herido
en tus rodillas, como un niño mimado y débil.

¡Oh, sería tu niño si tú lo quisieras!
Sabrías burlar mi absurda tristeza,
harías suaves mis horas tan largas,

y cuando la nada viniese a bañar
con su infinita frescura mi cuerpo roto
moriría dulcemente, consolado de la vida.





M e d i t a c i ó n  e n  g r i s

Bajo el cielo lluvioso que encharcan sucias brumas,
sentado en un islote frente al desvaído Océano,
solo y distante, pienso en el sonido de las olas,
en el concierto de aullidos que son sus golpes al morir.

Como crines de yegua desbocada,
las olas convulsas llegan al galope
y caen a mis pies con el triste llanto
que en su aliento cruel guarda la tormenta.

Inmenso el cielo gris, y la niebla y el mar,
sólo perturba el viento que barre el aire.
Sobran las horas y los hombres, soledad y melancolía

me acompañan, perdido en lontananzas
mientras pienso en el Espacio ilimitado, ilimitado,
y en el Tiempo que nunca... nunca tendrá fin.




L a s  t a r d e s  d e  o t o ñ o

¡Ah, las solitarias tardes del otoño!
Nieva como nunca. Toso. No hay nadie.
Suena un piano cerca con monotonía;
y araño entristecido en el recuerdo de un ayer feliz.

¡Qué triste es la vida! Como mi suerte.
¡Solo, sin amor, sin gloria! ¡temiendo morir!
¡O vivir, quizá! ¿Podré soportarlo?
Ojalá tuviera a mi madre como cuando niño.

Sí, ser de nuevo su amado, su ídolo,
esperar su consuelo siempre atento...
¡Mamá, mamá! Cómo ahora, tan distante,

pondría en sus rodillas mi frente arrebatado,
y ahí me quedaría, sin decir nada,
llorando hasta la noche por tanta dulzura.





L o s   e n a m o r a d o s

Solo, en su nido, delicado palacio de bambú,
lejos del tedio, ruidos de estación, playas
y mítines públicos de pugnas idiotas,
ellos se adoran como dos locos desde abril.

Corrieron opacas cortinas y echaron pestillos,
y sólo cuidaron, entre flores exóticas,
de su mundo precioso, de sus raros tabacos
y de seguir aún en el dulce olor del mes de las lilas,

mientras afuera ya el viento de otoño
en un de profundis sin fe y sin brillo
lleva por el cielo manchado de brumas

las hojas doradas del bosque y los serios carteles
de azul, amarillo, verde hiel, escarlata o rosa,
con candidatos ahogados por lluvias y olvidos.






T e d i o

Todo me aburre hoy. Separo las cortinas.
Arriba un cielo gris rayado por una lluvia eterna,
abajo la calle con una bruma de hollín
por donde caminan sombras que resbalan en los charcos.

Miro sin ver cavando en mi cerebro,
y maquinalmente sobre el cristal empañado
escribo algo con la punta de un dedo.
¡Bah!, salgamos, tal vez haya novedades.

Ningún libro reciente. Necios paseantes. Nadie.
Simones, barro, y la lluvia de siempre...
Luego la noche y el gas y regreso a paso lento...

Ceno, y bostezo, y leo, ninguna pasión...
¡Bah!, acostémonos.—Una de la noche. ¡Todos duermen!
Solo, sin poder dormir, sigo aburriéndome.






I n a g o t a b l e m e n t e

Diréis que ninguna Idea habita el fondo de los cielos,
diréis que hacia el espacio reluciente
se eleva de cada átomo una voz grandiosa
buscando en lo negro sin fin un corazón que palpite.

Diréis que nada se sabe, que todo grita a coro.
Y sin embargo, a pesar de esta común angustia,
el Tiempo que hace rodar los siglos en desorden,
sin memoria, rígido e infatigable artesano,

arrastrando sin remedio sumidas en sus olas
cenizas de mártires, ciudades y mundos,
el Tiempo, universal y sereno goteo,

el Tiempo que no sabe su razón ni su origen,
y que sólo encuentra soles en su marcha,
¡mana de la urna azul inagotablemente!





C i s t e r n a   s e c a

Cobarde vi cómo el Arte partía, mi último dios;
ya no me estrecha lo Bello con su inmortal delirio,
siento que he perdido, pues con Él echó a volar
el éxtasis que aplaca a veces los viejos deseos.

Treinta siglos de hastío pesan en mi espalda
y concentran sobre mí su llanto y su culpa.
Nuestras manos olvidaron el trabajo que consuela.
No hay día en que no piense, miedoso, en la muerte.

Sordo a la ilusión de las multitudes,
me arrastro abatido hacia parajes lejanos,
todo acabó para mí, nada más espero.

¡Pero lates aún, deshecho corazón pobre!
¡Ah, si como antaño al menos lograra
el llorar que tanto bien hace a los niños!






T r i s t e,    t r i s t e

Contemplo la lumbre. Ahogo un bostezo.
El viento llora. La lluvia resbala en mi cristal.
Un ritornelo suena cerca en un piano.
Qué triste es la vida, cómo huye tan lenta.

Pienso en la Tierra, átomo de un minuto,
en lo Infinito plagado de eternas luces,
en qué poco alcanzan nuestros ojos débiles,
en Todo lo que sin remedio nos está vedado.

¡Y nuestro sino! Siempre la misma comedia,
enfermedad, vicios, penas, tedio,
y luego abonar los bonitos cardillos dorados.

El Universo nos recoge, no pereceremos,
pero aquí abajo nada cambia nunca.
¡Estamos solos! ¡Es triste la vida!






A   l a   m e m o r i a   d e   u n a   g a t a 
e n a n a   q u e   y o   t e n í a

Ah, mi querida gata friolera, cuando el otoño
hacía chillar a gritos a los niños en sus patios,
cuántos días de hastío pasamos juntos
soñando encerrados en mi cuarto cara a cara.

Alisaba tu lengua tu pelo sedoso, rosa y áspera
con un gesto grave distinto a los juegos,
mientras venías con paso callado lentamente
a estirarte ante mí en una noble pose.

Y yo pensaba, perdido en tus pupilas de oro:
—¿No sospecha nada, nada, del globo absurdo
que lo arrastra conmigo a través del Vacío,

nada de Astros lejanos, ni Dioses ni Muerte?
Pero... esos ojos hondos... a veces me aterran.
¿Lo sabrá todo?— No, porque es la Esfinge.





S o b r e   l a   H e l e n a
d e   G u s t a v e   M o r e a u

Débil y enjoyada, con lentitud, sin ver
los hermosos héroes muertos llorados por sus novias,
Helena medita en la noche dulce
pensamientos que copian el horizonte inmenso.

“¿Quién eres Tú, que siembras desesperanza?”,
le dicen agónicos los moribundos yaciendo por miles,
y la flor que se seca en sus labios helados
repite: “¿Quién eres?”, con voz incensaria.

Pero Helena recorre con mirada sombría
el mar, las ciudades, planicies sin fin,
y exclama: “¡Basta, Fatalidad, llévame contigo!

¡Oye el llanto que vierten nuestras Leyes eternas!”
—Luego, tiritando en sus negros encajes,
parsimoniosa regresa por temor a coger frío.


© Adolfo García Ortega 
La palabra ajena (Antología privada de poetas extranjeros) 
Descargado de www.adolfogarciaortega.com





A La mémoire d'une chatte naine que j'avais

Ô mon beau chat frileux, quand l'automne morose 
Faisait glapir plus fort les mômes dans les cours, 
Combien passâmes-nous de ces spleeniques jours 
À rêver face à face en ma chambre bien close.
Lissant ton poil soyeux de ta langue âpre et rose 
Trop grave pour les jeux d'autrefois et les tours, 
Lentement tu venais de ton pas de velours 
Devant moi t'allonger en quelque noble pose.

Et je songeais, perdu dans tes prunelles d'or 
- Il ne soupçonne rien, non, du globe stupide 
Qui l'emporte avec moi tout au travers du Vide,

Rien des Astres lointains, des Dieux ni de la Mort? 
Pourtant!... quels yeux profonds!... parfois... il m'intimide 
Saurait-il donc le mot? - Non, c'est le Sphinx encor.





Apothéose  bouton

En tous sens, à jamais, le Silence fourmille 
De grappes d'astres d'or mêlant leurs tournoiements. 
On dirait des jardins sablés de diamants, 
Mais, chacun, morne et très-solitaire, scintille.
Or, là-bas, dans ce coin inconnu, qui pétille 
D'un sillon de rubis mélancoliquement, 
Tremblotte une étincelle au doux clignotement : 
Patriarche éclaireur conduisant sa famille,

Sa famille : un essaim de globes lourds fleuris. 
Et sur l'un, c'est la terre, un point jaune, Paris, 
Où, pendue, une lampe, un pauvre fou qui veille :

Dans l'ordre universel, frêle, unique merveille. 
Il en est le miroir d'un jour et le connaît, 
Il y rêve longtemps, puis en fait un sonnet.






Ballade

What Should a man do but be merry? 
Oyez, au physique comme au moral, 
Ne suis qu'une colonie de cellules 
De raccroc; et ce sieur que j’intitule 
Moi, n'est, dit-on, qu'un polypier fatal!
De mon cœur un tel, à ma chair védique, 
Comme de mes orteils à mes cheveux, 
Va-et-vient de cellules sans aveu, 
Rien de bien solvable et rien d’authentique.

Quand j’organise une descente en Moi, 
J’en conviens, je trouve là, attablée, 
Une société un peu bien mêlée, 
Et que je n'ai point vue à mes octrois.

Une chair bêtement staminifère, 
Un cœur illusoirement pistillé, 
Sauf certains soirs, sans foi, ni loi, ni clé, 
Où c’est précisément tout le contraire.

Allez, c'est bon. Mon fatal polypier 
A distingué certaine polypière; 
Son monde n'est pas trop mêlé, j’espère.... 
Deux yeux café, voilà tous ses papiers.






Complaintes des complaintes

Maintenant! pourquoi ces complaintes ? 
Gerbes d'ailleurs d'un défunt moi 
Où l'ivraie art mange la foi ? 
Sot tabernacle où je m' éreinte 
À cultiver des roses peintes ? 
Pourtant ménage et sainte-table ! 
Ah ! Ces complaintes incurables, 
                 Pourquoi ? Pourquoi ?
Puis, gens à qui les fugues vraies 
Que crie, au fond, ma riche voix 
-N'est-ce pas, qu'on les sent parfois ? - 
Attoucheraient sous leurs ivraies 
Les violettes d'une Foi, 
Vous passerez, imperméables 
A mes complaintes incurables ? 
                 Pourquoi ? Pourquoi ?

Chut ! Tout est bien, rien ne s'étonne. 
Fleuris, ô terre d'occasion, 
Vers les mirages des sions ! 
Et nous, sous l'art qui nous tâtonne, 
Sisyphes par persuasion, 
Flûtant des christs les vaines fables, 
Au cabestan de l'incurable 
                POURQUOI ! -Pourquoi ?






Farce éphémère

Non! avec ses Babels, ses sanglots, ses fiertés, 
L'Homme, ce pou rêveur d'un piètre mondicule, 
Quand on y pense bien est par trop ridicule, 
Et je reviens aux mots tant de fois médités.
Songez! depuis des flots sans fin d'éternités, 
Cet azur qui toujours en tous les sens recule, 
De troupeaux de soleils à tout jamais pullule, 
Chacun d'eux conduisant des mondes habités...

Mais non! n'en parlons plus! c'est vraiment trop risible! 
Et j'ai montré le poing à l'azur insensible! 
Qui m'avait donc grisé de tant d'espoirs menteurs ?

Éternité! pardon. je le vois, notre terre 
N'est, dans l'universel hosannah des splendeurs, 
Qu'un atome où se joue une farce éphémère.







Justice

De profundis clamavi ad te...

Depuis qu'au vent du doute et des dogmes contraires 
S'est envolé l'essaim de mes douces chimères 
Me laissant seul sans but, sans espoir, sans appui, 
Tout le jour, par la ville, incessante cohue, 
Curée aux vanités où la foule se rue, 
J'erre, lassé de tout, le cœur mangé d'ennui.
Et quand tombe le soir, quand aux loins les toits fument, 
Qu'une à une en tremblant les étoiles s'allument 
Là-haut, dans l'infini que nul œil n'a sondé, 
J'ouvre aux cieux ma fenêtre, et, devant ces abîmes, 
Prise invinciblement de tristesses sublimes, 
Mon âme se recueille et je songe accoudé.

Je songe aux jours bénis où je croyais encore, 
Où j'allais, confiant dans ce Dieu qu'on adore, 
Ivre des grands espoirs qui ne reviendront plus, 
Puis au moment fatal, où sans foi, sans doctrines, 
Je me retrouvai seul pleurant sur mes ruines, 
Maudissant les écrits d'enfer que j'avais lus.

Je songe à ce que fait l'impassible ouvrière, 
De ces morts bienheureux dont à l'heure dernière 
Le front s'illumina de lointains paradis, 
À tout ce qu'elle a fait des siècle d'espérances, 
D'iniquités sans nombre et d'obscures souffrances, 
Dans le gouffre des temps pêle-mêle engloutis.

Ô pauvre Humanité, pourquoi donc es-tu née ? 
Qui jouit de tes pleurs ? Quelle est ta destinée? 
Faudra-t-il s'en aller sans connaître le mot ? 
Mais les cieux restent sourds, La Mère universelle 
Est toute à son labeur et la plainte immortelle 
À ses flancs en travail n'arrache pas d'écho!

Et toujours cependant monte dans la nuit noire 
Le concert désolé des appels de l'Histoire 
Le juste meurt vaincu, le crime est impuni 
Et martyr ou bourreau, formidable mystère, 
Chacun fait ici-bas une même poussière, 
Que le Destin balaie aux hasards de l'oubli!

C'est l'éternel sanglot, c'est l'éternel cantique, 
C'était celui que Job sur le fumier biblique, 
Grattant sa chair pourrie avec un vil tesson, 
Jetait au Dieu jaloux, au maître du tonnerre 
Qui flagellait son droit du vent de sa colère, 
C'est l'éternel sanglot et rien ne lui répond,

Seul Dieu, dans mon désert, auquel je croie encore 
Ô justice, vers toi tout mon espoir s'essore, 
N'es-tu que dans nos cœurs et pour les torturer? 
Réponds-moi, car tu tiens, tu tiens encor ma vie, 
Justice montre-toi car si tu m'es ravie, 
Dans le calme néant je n'ai plus qu'à rentrer,

Tu te tais, tu te tais. Et toujours le temps passe 
Et tout sombre à son tour et pour jamais s'efface, 
Aux flots de l'éternel et vaste écoulement, 
L'Univers continue et toujours cette terre 
Aux déserts du silence, épave solitaire, 
Avec ses exilés roule stupidement.

Alors, elle est sans but cette amère odyssée ? 
Et quand muet tombeau, cette terre glacée 
S'enfoncera déserte au vide illimité, 
Tout sera dit pour elle et dans la nuit suprême 
Il ne restera rien, ni témoin, ni nom même, 
De ce labeur divin qui fut l'humanité ?

Et tout n'est plus, torrent universel des choses 
S'entretenant sans fin dans leurs métamorphoses 
Que le déroulement de la nécessité, 
L'homme entre deux néants qu'un instant de misère 
Et le globe orgueilleux qu'un atome éphémère 
Dans le flux éternel au hasard emporté!

Et cela seul nous reste, ô splendeurs étoilées, 
Le blasphème et l'injure aux heures affolées 
Et le mépris de tout aux heures de raison. 
Et j'étouffe un cri sourd de rage et d'impuissance 
Et je pleure devant la grande indifférence 
Le cœur crevé soudain d'un immense abandon,

29 mars 1880.



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