viernes, 24 de agosto de 2012

7519.- MANUEL GONZÁLEZ SOSA





Manuel González Sosa
Manuel González Sosa, poeta español (Guía, Gran Canaria, en 1921 - Las Palmas de Gran Canaria, Las Palmas, 25 de octubre de 2011). En 1958 fundó los pliegos poéticos San Borondón posteriormente la colección de poesía La fuente que mana y corre. Ha sido también un incesante animador de la vida cultural canaria, mediante la creación de páginas especiales y suplementos literarios en la prensa regional. Su obra poética, publicada casi siempre en ediciones de reducida tirada, es una de las más importantes de la poesía canaria de posguerra. Su hondura y rigor constructivo, la reflexión metafísica y la indagación moral, unidos a una muy profunda depuración verbal, son rasgos que la definen e identifican.

Obras (Poesía)

Sonetos andariegos, Las Palmas de Gran Canaria, El Museo Canario, 1967 (Prólogo de Pedro Lezcano)
Dos poemas venezolanos, 1975
Homenaje sucesivo/Antonio Machado, 1976
A pesar de los vientos, Madrid, Taller Ediciones JB, 1977
Contraluz italiana, Las Palmas de Gran Canaria, La fuente que mana y corre, 1988
Díptico de los pájaros, Las Palmas de Gran Canaria, 1997
Cuaderno americano, La Laguna, Nueva Gráfica, 1997
Paréntesis, La Laguna, Las Garzas, 2000
Tránsito a tientas, La Laguna, Las Garzas, 2002
Laberinto de espejos (Antología Personal), Sta. Cruz de Tenerife, Viceconsejería de Cultura y Deportes, 1994

Obras (Ensayo)

Gran Canaria, Lanzarote, Fuerteventura, León, Everest, 1969
Lanzarote en color,ed., León Everest, 1975
Tomás Morales, cartapacio del centenario (con una carta inédita de Ramón Gómez de la Serna), La Laguna, Universidad, 1988
Tomás Morales: suma crítica, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 1992
El amigo Manso, ojeada al revés del tapiz (Galdós y Canarias o la fidelidad tácita), 2ª ed. rev., Sta. Cruz de Tenerife, Breviloquios, 1993
Domingo Rivero, enfoques laterales, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo, 2000
Segunda Luz, La Laguna, Instituto de Estudios Canarios, 2007





AQUEL durazno... Y busco. Y no lo encuentro.
Ni aquel cañaveral, ni la palmera
que entregaba, sensual, su cabellera
al viento que aún retoza. Allá adentro

la cosecha de ausencias precipita
vaharadas de sombra y va velando
las horas que el cenit está incendiando
con los jirones de una luz marchita.

Pero la muerte es sólo una mudanza.
Todo lo acoge bajo los cristales
de su fanal la bienaventuranza.

Árboles, muros, rostros, cuantas cosas
faltan de este paisaje, están, cabales,
vivas, en mi recuerdo. Y más hermosas.





TÚNELES, noches, voces
con dientes, manos dentro
de unos guantes de ortigas,
la inmersión de los pasos,

qué miserable precio
para este don: sentirte
sobre un camino, yendo
a cualquier parte, ebrio

de la luz donde cuaja
ese médano en llamas,
aquel vuelo flechando

el cenit, los dos labios
del horizonte, mudos
pero afirmando siempre.

          (De SONETOS ANDARIEGOS, recopilados en 1992)






INTERMEDIO VENEZOLANO

EL DORADO


NI riesgos ni horizontes
huraños te ocultaban.
Pero todos salieron a buscarte
por foscos rumbos que pagaban
su fatiga y su hambre
con ubres manaderas
de locura o de muerte.

¿Qué venda espesa los cegaba?
Porque basta mirar, como yo miro
ahora, a la ladera,
al huerto, a la barranca,
sólo a cualquier orilla del camino,
para untar nuestros ojos
con tu fulgor y poseerte
sin hazañas ni alquimia,
araguaney* solar,
trémulo cerro de oro vivo.






VISITACIÓN AL ORINOCO

CRIATURA soy del jable,
de un arenal brizado
por la espuma incesante
del océano, oh río
turbio y vasto que lames
mi sombra, modelada
hoy por la luz del trópico.

Déjame que te beba
con mis ojos, que llene
mi memoria hasta el fondo
con tu visión, que absorba
por cada poro el vaho
de tu pleamar perenne,
sabia en raíces, densa
de limos germinales,
yéndose en mudas ondas
pero herida en la entraña
del recuerdo por ecos
de clamantes umbrías.
Así, cuando rehuelle
el terrón de mi cepa,
seré muro de aljibe,
tacto de nube, ensalmo
de raudal arrullando
la vieja sed del suelo
de irisadas cenizas.

Grito soy del sequero
mendigando tan sólo
vaharadas de tu selva
de lentas aguas pardas
y espesas, Orinoco.
Escúchalo y empápame 
la entraña con tu hálito.

          (De CUADERNO AMERICANO, 1997)






ENVÉS

No eres tú quien recibe el lanzazo fulgente,
sino la noche. Entonces, el viaje en vilo cruza
un efímero trecho donde tus ojos pueden
entrever el paisaje de la ciega aventura.

Un círculo murado de horizontes desiertos.
Arriba, sólo el hueco de un cielo fugitivo.
Y en el nadir, la sombra cayendo en el vacío
sin encontrar el eco de una estela o de un vuelo.

          (De CONTRALUZ ITALIANA, 1988)







LAS GARZAS

NUNCA os vi. Siempre quise
horadar vuestro nombre y contemplaros
cuando bajabais, lentas, hacia
uno de mis recuerdos no vividos.




QUERENCIA

ERIGES tú sin pausas
el sino sedicioso.
Nunca cesa tu sueño
y, aunque quisiera, nunca
descansará. Lo cría
la belleza del mundo:
el miedo a que tus párpados
la aniquilen.
            Los años
disipen tus pisadas,
olvido y lejanías
el eco de tu nombre,
mas la memoria quede
errabunda en el aire
rondando formas, luces,
aromas, pulpas, sones,
como un humo invisible.

          (De PARÉNTESIS, 2000)






ANTE UNA CASA EN RUINAS

AQUÍ latió la sangre y se fue trasvasando.
Día a día ardió el sueño como hoguera secreta.
Dolor o gozo antaño a veces abrevaron
criaturas ya perdidas en la muerte o las leguas.

Alguna, en este instante, de seguro el abrigo
de este nidal vejado conmovida recuerda,
y echa a andar de repente su memoria a la busca
de un tiempo generoso de las horas risueñas.

(Entra un pájaro oscuro por la cuenca vacía
de la ventana. Cae, repentina, una piedra
sobre la tarde. Pasa su tenue mano el viento
por el vello erizado del lomo de la puerta.)

Mas no hallará siquiera un rastro evanescente
esa sombra anhelosa que aquí acaso ahora llega.
La dicha se deshace más pronto que las cosas
y de sus ascuas queda solamente la ausencia.





FORMA simple, tocada
de perfección definitiva,
boga sobre los hombros,
                                            sola
la enlutada yacija.

Huele a hornos precoces
la tarde de la aldea.
Hosco cielo rezuma
luz de líquida cera
sobre una higuera seca, arrodillada
junto al muro de piedra.

                                     Humos. Vencejos.

...Y la vida tapiando con olvidos 
un corazón vacío de recuerdos.





PORQUE es de noche, hermanos. Para siempre
aquí es de noche. En vano
encendemos hogueras en las frentes
y en las montañas de la tierra.
Nunca es la luz. Nunca será la luz
aquí, ni aquí veremos
la víspera del alba.
La inmensa llamarada de los astros
y el caudal de los zumos alumbrados
en milenios de búsqueda incesante
no bastarán para rasgar la venda
que anula nuestros ojos. Somos hombres:
pájaros de la sombra, ciegos peces
rasando las honduras de un océano.
Arriba, derramado sobre el cántico
del oleaje, un mediodía
perenne tal vez arde.
Pero quien surja al ámbito
de aquella sobrehaz, ya no es la misma
criatura abisal. Se deja tantas
porciones de sí misma entre las horas,
bajo la tierra, en el recuerdo
de los otros hermanos,
que acaso ávidamente
después añoraría
la noche, como ahora 
el día inalcanzable.






SÉ que es de noche, pero sé que arde
entre las sombras nuestro sueño, y unta
de luz los negros ámbitos.
                                              Y vemos
radiante espuma en las sombrías olas
del tiempo,
árboles, alas
en fuga hacia una aurora, piedras
con mar o mediodía, puros cuerpos
que premian con largueza en un instante
vastos siglos de tedio, nubes, brazos
abiertos anchamente
como bahías que nos llaman.

Nos da, en fin, la abundante
sustancia con que hacemos
la cotidiana miel de olvidos
y el pan que algunos llaman
melancólicamente la esperanza.

Con las tibias pavesas que se quedan
volando en el recuerdo
restauramos la lumbre
cuando una dura planta
o un viento helado nos la apaga.

Nada importa la hora
en que sea imposible resucitar de nuevo
la fiel misericordia de las llamas,
porque ya no seremos

                 -y si somos
aún, es porque alguien
habrá encendido un día que no acaba.







PARÁBOLA

LA higuera sobre el aire se volcaba
quemada por la flama de la tarde.
Roto de plenitud, a mi cobarde
apetito su fruto se brindaba,

y dudando pasé de largo. Pero
volví para comerlo. Era testigo
del convite fugaz yo solo. El higo
no medró para darse al pudridero.

Sino frutal marcó también mi suerte.
Batida sin cesar, mi sangre cuaja
la pulpa que a colmar vendrá la muerte.

Que alguien pase a mi lado en el momento
de la plena sazón, que me desgaja
si no un íntimo enjambre, o quizá el viento.






¿LLEGA un tiempo tal vez en que las manos
pierden su vocación de aves rapaces?
¿El corazón se cubre de cenizas
antes de que lo escondan bajo tierra?

¿Tenemos nuestra sangre socavada
y por sus minas entra cualquier día
una lenta marea que nos pudre
con narcótica sal las avideces?

¿Vivir es ir juntando ansiosamente
sueños, deseos, esperanzas, para
abandonarlos luego uno a uno
sin que rabia o dolor llenen sus huecos?

(¿Vine a cumplirme sólo en este islote
móvil y tenue que es mi sombra en fuga
y estorban las raíces que hambreaban
viciosamente halagos de otros humus?)

¿O todo estriba acaso en que una fuerza
misericorde así nos va templando
para llegar curtidos a la fragua
donde, omnímodo adiós, quemas tu hierro?







NO sé, nadie lo sabe,
qué palabras, qué texto
escribirá en el viento
el azar con el zumo
caliente de mi sangre.

Pero yo sé que al cabo,
donde lo escrito cese,
punto final, un poco
de oscura cal sembrada
resumirá mis huellas.

Por eso no preciso
tercas señales, tanto
recordatorio súbito
de cuando en cuando, dentro
de tanta pulpa, en pena
de cada vuelo ebrio
hacia otro azul alzado.

Allá donde se hunde
mi tiempo en precipicio,
del aire que ahora habito
se exhalará tu breve
polvareda sombría.

Lo sé. Lo supe siempre,
como sé que en mis huesos
secretamente anidas.
Por eso, no me aceches
día a día los sueños
mientras mis horas lleguen
encinta de otras horas 
con luz. No necesito
predisponer mi boca
a tu sabor.

                    Ayúdame,
ceniza, a que olvide.






LLANTO SOBRE LA NOCHE

NO es de un niño esa queja,
no puede ser de un niño aunque del pecho
de un niño se derrame.
Este nocturno llanto salta
desde otro odre de dolor más viejo.

Sube desde la cueva
profunda donde el tiempo
va atesorando lágrimas,
congojas, sangre, zumos
de agonías, lamentos,
cada pena incubada
bajo la piel del hombre.
Del pozo adonde afluye
todo el dolor del mundo
que allí, lento, fermenta
en el vasto sollozo
que ahora anega la noche.
Sólo gárgola, cauce, leve arcaduz apenas,
es la carne del niño.
Ella cruje y se agita,
pero un enjambre amargo
de ajenas voces viene
a sonar en su boca.
Así una rama tierna
tañida por un viento gemebundo.

                  (De TRÁNSITO A TIENTAS, 2002)

[1] Árbol emblemático de Venezuela, se cuaja en primavera de flores amarillas.



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