lunes, 16 de junio de 2014

JULIO MONCADA [11.924]


Julio Moncada

Julio Moncada (1919, Santiago de Chile - París, 1983). Periodista y poeta. Publicó "Antes del olvido" (1941), "Las voces" (1943). Residió en Montevideo, Uruguay, donde publicó "Destierro" (1950).

En 1953, su cuento “La ráfaga de las bestias” fue uno de los cinco ganadores del Concurso Nacional de Poesía y Cuento, organizado por la Federación de Estudiantes de Concepción, del cual fue jurado (junto a Daniel Beldar y Bernardino Díaz) el poeta, recientemente fallecido, Gonzalo Rojas.

En el gobierno del presidente Salvador Allende, fue nombrado Agregado Cultural en la Embajada de Montevideo, fundando el Centro Cultural Chileno. Tras el golpe militar del 1973, renuncia a su cargo en la Embajada y parte al exilio, primero en Buenos Aires, Argentina y, en seguida, parte hacia París, Francia, donde fallece el 19 de julio de 1983.




POEMA IV

Pues habré de morirme alguna vez.
Morir de simple muerte. De morirme,
como otros viven sin saber por qué.

Morirme todo lento, todo frío,
con una mano inmóvil y sin pie
con que buscar la poel de mi camino.

Morirme de morirme sin después.
Dar una vuelta al cierro de mi sino
y quedarme acostado de través.

No sé en qué lecho, ni siquiera en qué
puentes donde cuelge su ropaje el frío.
Pues habré de morirme alguna vez.






Las Voces
Autor: Julio Moncada
Santiago de Chile: Eds. Americanas Andes, 1943


CRÍTICA APARECIDA EN EL SIGLO EL DÍA 1944-01-23. AUTOR: GREGORIO GASMAN
Aunque es este el primer libro que publica Julio Moncada, no es lo primero que conocemos de su labor literaria. Desde hace ya mucho tiempo que lo conocemos a través de sus poemas y artículos en diferentes diarios y revistas del país. Es cierto que yo conocía solo un aspecto de la poesía de Moncada: el de la segunda y tercera parte de su libro “Las Voces”.

La segunda, “Tiempo Huido”, está formada por cantos a lo cotidiano; hay en ellos voces con elementos de nuestra tierra, usados ya anteriormente por nuestros poetas, pero cuyo valor permanente los hace posibles de ser utilizados una y otra vez; versos en que la fragancia de nuestros campos se mezcla al rudo y salobre olor a transpiración de nuestros obreros. Aquí Julio Moncada recurre muy continuamente al romance, el que muchas veces llega a adquirir un saber a auténtico y robusto romance popular:



“El campo es dura madrastra.
Duro el sol, dura la bestia;
y, sin embargo, la vida
implacable le arrea.”



En otros poemas, la dura realidad de la vida de los trabajadores de esta tierra es pintada con pinceladas amplias, trazadas con una brocha cargada de crítica social:



“Y el hambre le sacude la entraña a los peones
avanzando en su ciego destino sin canciones
en tanto, en las bodegas se guarda la cosecha…”



Muy bella esta segunda parte de “Las Voces”. Bella, porque Julio Moncada ha catado aquí mucho del espíritu rebelde de nuestro pueblo, triste de tanto vivir explotado, de tanto trabajar (y sufrir) siempre para los otros, para los dueños de la tierra y de las fábricas, del corazón y del destino.

La parte tercera de este libro, “El Día Luminoso”, está dedicada al gran hecho presente, es un saludo al mañana que los pueblos están forjando en la enorme fragua de los campos de batalla. Moncada, con esto, cumple como buen poeta; no le quita el cuerpo al acontecimiento trascendental, su sensibilidad lo capta con sus antenas y entrega en versos sus impresiones.

Allí está España, cuya alba prologa el poeta:



“Cuando seas de nuevo
veré un río gentil subir temblando.”



Ahí está Francia la humillada, pero que espera ansiosa el día de la revancha, de la venganza. Y, desde luego, la Unión Soviética, cuya infinita gloria no se resisten a cantar los hombres que comprenden lo que ella significa, cuyo ejemplo desean imitar todos aquellos que aman de veras la libertad. La URSS es:



“País alto. Tremante país de la esperanza”


Y Lenin, el organizador y fundador genial del Partido que lo llevó hasta ese alto sitio, Vladimiro Ilich, quien


“Habita en un país
en donde ahora empieza la mañana
y los otoños mojan sus rodillas
sobre cristales árticos de escarcha.”



En tonos semejantes a estos están hechos todos los poemas de la última parte de “Las Voces”, la cual, junto con la segunda, constituyen lo mejor del libro y colocan a su autor en un sitio de preferencia entre los jóvenes poetas chilenos.

Lo que no comprendo es la inclusión de la parte primera, de calidad inferior y que quita méritos al conjunto de la obra. Adivino que Moncada ha querido darnos a conocer también aspectos de las creaciones de su primera época poética, adolescente y esencialmente introvertida. Eso habría podido pasar si los poemas hubiesen sido logrados, si fuesen realmente emotivos. Pero, aparte del poema titulado “Las Voces”, todos los demás son fríos, sin calidad, recargados de una angustia que, más que nada, es fruto de un análisis puramente intelectual, mental del “yo” del poeta. Al menos, esta es la impresión que se obtiene de su lectura. Creemos que, justamente Julio Moncada –ya que él exige de la poesía, ante todo belleza, emoción- debió vencer la debilidad que lo impulsó a incluir en su primer libro, esos versos de una época ya superada por la actual, tan bella y tan madura.

Es la labor de hoy de Moncada la que nos admira. Es por ella que lo felicitamos calurosamente y le deseamos el más grande de los éxitos.

Antes de terminar, quiero referirme al prólogo que hace Jacobo Danke. Mejor dicho, a un concepto que emite en el prólogo. Dice: “La expresión estética del hombre es siempre una afinidad cronometrada con la desesperación o con la angustia”. Esto me parece absolutamente falso: en el momento actual, si con algo está en consonancia la expresión estética, no es con la desesperación ni la angustia, si no con la esperanza. Porque en el desarrollo de la historia de estos tiempos últimos, hubo un hecho. Ese hecho se llamó Stalingrado, e hizo cambiar mucho las cosas y, por ende, las que se refieren a la literatura y el arte. Pensar, por lo tanto, como el señor Danke, es desconocer este hecho, es permanecer estacionado más allá de su límite histórico, es militar en las huestes del derrotismo. No veo, pues, qué tiene esto que ver con la poesía de Julio Moncada, con su poesía de hoy, recta, combativa esperanzada.



CRÍTICA APARECIDA EN EL SIGLO EL DÍA 1944-05-14. AUTOR: NICOMEDES GUZMÁN
No poco se ha hablado en este último tiempo acerca del regreso de la poesía a la sencillez. En realidad, después de un largo periodo en que nuestros jóvenes poetas se empeñaron en retorcidos ejercicios verbales, se impone hoy en nuestro ambiente poético un tono de limpieza y sobriedad expresivas, no exento de significativo vigor que emociona, entusiasma y convence.

Julio Moncada, incorporado ya, con este su primer libro, “Las Voces”, al grupo de nuevos poetas nuestros que han encontrado en la simplicidad un instrumento para exaltar los más puros sentimientos humanos, no era un desconocido en nuestros círculos literarios. Los versos suyos, recopilados en su reciente obra, vieron la luz pública lo mismo en diarios y revistas chilenos como extranjeros. Incluso, más de un poema suyo ha sido traducido al ruso y publicado en revistas de información bibliográfica de la URSS.

Para los que le conocemos, pues, no ha sido una sorpresa el contenido puro e iluminado de su libro.

Compuesto este de tres partes, a saber: “Las Voces”, “Tiempo Huido” y “El Día Luminoso”, corresponde a tres etapas diferentes de la vida del autor: la adolescencia y su arrastre de horas románticas; luego, el lapso en que el hombre descubre frente al mundo su condición de ser social; y, finalmente, la ruta hacia la madurez, con sus emociones, acciones y reacciones, dentro del ambiente de lucha determinado por el medio ambiente.

Quienes continúan todavía alimentando ese tipo de poesía que, a fuerza de vaguedades, obscuridades y retorcimientos aspira a encontrar la verdad del hombre, tendrán en este libro de Moncada buenos bocados de molestia. Y es que el valor más propio de este poeta es saber hablar simplemente, sin vaivenes, sin idas ni vueltas, sin cadenetas inútiles de palabras, con seguridad, con vigor, con alto tono de varón:



“Amor mío: no puedo negar tu claro origen.
Creciste lentamente junto a mi adolescencia.
Y era mi soledad definitiva
a tu llegada, y era
también un tiempo de cristal trizado
por la ausencia y la espera.
Y ahora que han pasado
los años lentamente:
que la sal y la lágrima fueron un pan común
a la saga del tiempo, entre barrios humildes,
cuando a veces
tenía solamente una palabra
y una flor que ofrecerte.”

(Voz de la sangre secreta)




Oír que “la sal y la lágrima fueron un pan común” basta para cerciorarnos de que nos encontramos ante la presencia de un auténtico poeta. El amor, elemento eterno, por tantas y tantas veces tratado en poesía –idealizándolo o rebajándolo-, adquiere en el verso de Moncada una condición de derecho humano lleno de sinsabor y melancolía, de ternura y angustia que reflejan el sentimiento vital del hombre en función de ser colectivo.



“Duele mi antigua soledad. Aquí te siento
en el dulce calor de tu silencio
hecha de comprensión. Forjada en llanto
bajo la vida que hostigó tu origen
y con el mismo látigo
marcó la carne de mi corazón
a mordisco de esclavo.”

(Voz de la sangre secreta)




Tiempo hacía que la emoción –en cuanto a nuestros jóvenes poetas- buscaba un refugio como este para pulirse.

En Moncada se concilian todos los elementos espirituales para dar fisonomía y caracteres a un canto que va más allá de lo que se dice porque sí. Su poesía cumple con una función fundamental, estrictamente social y humana. Nada vano hay en ella. Las palabras más comunes tienen en sus estrofas un modo de raíz, de luz y de energía. Y el hallazgo que es siempre el tono con que las pronuncia se  hace más significativo en razón de que, por lo general, en la verdad que nos comunica encontramos nuestra propia verdad, nuestra emoción, más de un destello de la amargura que nos sollamó alguna vez, más de un destello de humanidad nuestra.

El recuerdo, la nostalgia, la angustia, un nombre de mujer, cosas elementales –y aun vulgares- se endosan vestimentas de vigorosa música en estas voces de un poeta que es grande porque descubrió el sentido trascendental de las palabras; y porque las usa a modo de espejo, a modo de brillante lágrima, captando la verdad del hombre en todas sus facetas y con un sentido que tiene gran condimento místico:




“Aquí en la soledad labro mi vida.
Teje y desteje urdimbre el destino.
Junto a estas cosas que yo he amado siempre:
mi pueblo, los viñedos, los caminos,
miro caer las tardes mansamente
en las pupilas de los bueyes niños.
Se abre la tierra como un mar parduzco
bajo el arado de los campesinos
y regado por todos los sudores,
océano de feria, surge el trigo.”

(Soledad para cantar)




Aquí el poeta, echando a andar el verso por la zona personal del alma, se extiende en emoción hacia el ambiente que le rodea.

Y ya no existe él, sino la vida. Y ya no existe él, sino el mundo y su lucha.

Se necesita, en verdad, de cierta destreza y experiencia artística para captar en tan breves palabras una tan completa sensación cósmica. Preciso, plástico y eminentemente musical, el verso de Julio Moncada, dentro de su reducido espacio, encierra siempre todo un universo de fuerza y de varonil ternura.

Libre, integralmente, de influencias, Moncada construye su propio modo de expresión. Se le siente, sin embargo, a ratos pariente de más de un gran poeta nacional: Carlos Pezoa Véliz, por ejemplo:



“Aquí están bajo el sol rubio.
Sus manos color de tierra
conocen la mordedura
de la cosecha y la siega.
Llevan sobre las espaldas
los años y las estrellas.
El cansancio los azota.
El arado los doblega.
Y mientras parten el surco
como en oleadas secas
el sudor –sal y camino-
de sus cuerpos va a la tierra.
Tienen las voces azules
en las gargantas resecas.
Como una herida en el cuerpo
la faja roja les tiembla
y bajo el sombrero nardo
se les turba la fijeza
de la mirada que clava
las pupilas en la tierra.
Tras de las ancas lustrosas
de los bueyes:  -Teza, Teza!...
y la vida detrás de ellos,
también arrea que arrea.”

(Labriegos)




El sentido popular y vigoroso de la poesía de Carlos Pezoa Véliz rebrota aquí con energía inesperada. Y, como aquí, en otros varios de los poemas de Moncada. No es influencia, propiamente. Sino fuerza que se asemeja a otra fuerza, en razón de su contenido, del reflejo temático:




“Tierra sobre los pulmones.
Sobre las espaldas, tierra.
Tierra bajo las pupilas.
Bajo de los brazos, tierra.
Tierra, creciendo, creciendo.
Por diez mil años la tierra
sobre las viejas espaldas
del hombre de la cosecha.”

(Labriegos)




La poesía social en su condición de protesta tiene en estos versos de Moncada, al igual que en muchos del autor de “Pancho y Tomás”, un gesto nuevo y valiente, dentro de las normas circunscritas al vasto plano de la verdadera poesía. Aquí se canta en forma amarga, dura, cruel y audaz el sufrimiento del labriego, del trabajador de nuestros tiempos. Y la verdad llega al conocimiento mediante el sentimiento de rebeldía del poeta. En este caso, la poesía representa brillos auténticos de arma. De arma limpia, serena, transparente. De arma segura y precisa.

Arma es también, enteramente, la tercera parte del libro de Moncada: “El Día Luminoso”:



“Se les puede sentir explorar todavía
bajo el helado témpano con las manos inquietas.
Sus rostros que la muerta nimbara de silencio
atisban todavía el crecer de las hierbas.
Creo que son sus manos las que impulsan el sol
e invitan la semilla a abril sobre la tierra.”

(Soldados rojos muertos)




El tono será siempre el mismo. Ni una claudicación. La costumbre lírica de Moncada le lleva siempre por senderos altos y recios. No recordamos, para ser más precisos, haber oído una voz más místicamente emocionada para cantar a Lenin, fuera de ésta:



“Te hablo de una ternura.
De un hijo o de una estrella.
De alba leche. De un pecho
que vive al margen de la muerte,
y podría ser Dios; pero, no es cierto…
El pan vive por EL.

Su mano es un ejército
para hacer la derrota de la lágrima.
Habita en un país
en donde ahora empieza la mañana
y los otoños mojas sus rodillas
sobre cristales árticos de escarcha,
-Ah, tiempo; y, ah, país!...

EL con sus sienes derrotó la muerte
y vive desde entonces para siempre…”

(Vladimir Ilich Ulianov)




Podría hablarse largamente de este gran libro de poesía. Él merece opiniones múltiples que no saben en el espacio breve de la simple crónica. Pero, es necesario recalcar la importancia que “Las Voces” tiene para nuestra joven literatura, especialmente porque viene a resarcirnos de tanta palabrería vaga e intrascendente que puebla las páginas de nuestros más recientes poetas.




CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1950-04-23. AUTOR: RICARDO LATCHAM
Desde Montevideo nos envía el poeta Julio Moncada su reciente volumen “Destierro” (Ediciones Helios), que supera con creces el anterior intitulado “Las Voces” (1943). Lo prologa Jesualdo, escritor y pedagogo uruguayo de izquierda, con una aguda interpretación de los valores sociales en la poética contemporánea.

Dice Jesualdo que nunca como en nuestro tiempo, un poeta es tanto una expresión como una conducta. Sigue en esto las aguas de Eluard, de Aragón, de Tzara, que han polemizado sobre la intervención política del escritor. Sobre todo Aragón en “Les Poissons Noirs ou De la Réalité en Poésie” (1946) y en “Chroniques Du Bel Canto” (1947), valiosos aportes al problema de la poesía social.

Moncada busca la claridad, y sus cantos se hallan teñidos de nostalgia viril, de añoranza de la tierra. Ha rehuido el egoísmo creador del artista y se ha sumergido en el doloroso ámbito de la época, sin extremar las notas pesimistas, y confiado en el fuego purificador de la liberación revolucionaria.

En “Regreso a un Tiempo”, ratifica su postura conocida y revive imaginativamente la infancia criolla, con “viejo olor agridulce de manzanas y olor a correajes y bodegas”. En “La Muerte en la Cocina” (originalísima en su carencia de hermetismo) hay densidad lírica, acierto en el ritmo ascensional que culmina en las cinco estrofas finales. En “Credencial al Sur de Chile”, comprobamos la mezcla de un material descriptivo con la enumeración nerudiana, sin el atuendo de imágenes del autor del “Canto Material”.



“Chile en el sur está abriendo su puerta.
Puerta por la inclemencia defendida
con su gran aldabón de aguas heladas,
de escarchadas maderas cristalinas,
mientras ciegos caballos lo galopan
en la noche de estrellas ateridas”.



Sin evitar los convencionalismos de la poesía social y sin alcanzar siempre una intimidad prendida en raíces cósmicas, Julio Moncada con sus versos de “Las Elegías”, exhibe el eje de su vertebración reconstructiva. En “Destierro”, las sensaciones de la patria, las perfiladas metáforas de los ríos, campos y montañas de Chile se cubren con la ceniza del recuerdo. Gran acierto es la amplia y vigorosa “Elegía de Raíz y Sangre” y la tercera “Elegía sobre la Frente de Chile”, algo nerudiana en determinados ángulos:




“Yo digo tiempo y digo, cielo arriba va Chile,
como un gran galeón, subiendo tiempo arriba,
con nuestra piedra oscura, con nuestra sangre puesta,
copa de tiempo, tiempo para el grave alfarero,
tiempo, en fin, hecho tierra luminosa y caliente”.




Los fragmentos del poema consagrado a Recabarren (páginas 137-150), no salen de la trivial atmósfera en que otros poetas y simples versificadores que no se empinan en la tonada han situado al luchador socialista. Ni en verso ni en prosa ha tenido suerte el que pudo ser héroe de un canto épico o de una biografía de gran emoción civil. Julio Moncada parece haber escrito de encargo y no está en sus estrofas citadas, dentro de las condiciones que solicitaba Aragón a los poetas de izquierda, o sea, manejar el instrumento expresivo con el decoro que exige la raíz épica del asunto enfocado.

“Destierro”, con todos los reparos de detalle que pueda merecer, es un libro sincero, henchido de angustia, auténticamente lírico en la mayoría de sus profusas páginas que pudieron librarse de alguna maleza retórica.




3 comentarios:

  1. Solamente tengo a agradecer su empeño, su estudio inmenso, su trabajo tan generoso y profundo. Soy la hija de Julio Moncada, y vivo en Brasil. Estoy terminando con un gran poeta de aquí, Ricardo Silvestrin (se lo nombro porque veo que le ha escapado a su lista de poetas de este país tan rico) una antología de mi padre, "Habito un país distante", bilingüe en traducción al portugués mía, que espero salga a la luz este año de 2017. Gracias, de verdad! Lota Moncada

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    1. un placer recibir tus palabras y cuando salga esa antología me mandas la referencia y la portada para añadirla a mi web, un fuerte abrazo hasta Brasil: sabido49@gmail.com

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  2. PÁGINA DE RICARDO SILVESTRIN



    https://poetassigloveintiuno.blogspot.com.es/2017/01/ricardo-silvestrin-19863.html

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